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jueves, 30 de noviembre de 2017

UNA VIDA POR OTRA

(Ride vaquero!, 1953)

Dirección: John Farrow
Guion: Frank Fenton

Reparto:
- Robert Taylor: Rio
- Ava Gardner: Cordelia Cameron
- Howard Keel: King Cameron
- Anthony Quinn: José Constantino Esqueda
- Kurt Kasznar: Padre Antonio
- Ted de Corsia: Sheriff Parker
- Jack Elam: Barton
- Walter Baldwin: Adam Smith

Música: Bronislau Kraper
Productora: Metro Goldwyn Mayer


Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

“Siempre ha habido portadores de progreso y hombres que lo combaten como José Esqueda. Es la civilización y me han dicho que es algo muy importante”. “Usted no cree en ella ¿verdad?”. “Un hombre debe creer en su perro y en su enemigo” (Conversación entre Rio y King Cameron).



Me ha quedado un regusto agridulce al terminar de ver “Una vida por otra”, sin duda un sólido wéstern, al tener la sensación de que se perdió una gran oportunidad por parte de la Metro Goldwyn Mayer (una “major” que en la década de los cincuenta no mostró especial predilección por este género como la Universal y prefirió seguir embarcada en musicales y películas de aventuras, sellos de su identidad), ya que se partió de un gran libreto de Frank Fenton (autor entre otros de los guiones de “Fort Bravo”, “Río sin retorno” y “El Jardín del Diablo”) en el que se abordaban cuestiones muy interesantes como el final de un estilo de vida ahogado por la llegada de la civilización, la lucha de clases (Esqueda y sus hombres representan al proletariado frente a la burguesía e , incluso, la aristocracia personificadas por el matrimonio Cameron, propietario de unas tierras hasta ese momento libres de las que comenzarán a ser desplazados los primeros), la reconstrucción de un país destrozado por la Guerra de Secesión, la tristeza por traicionar a quien quieres y sobre todo el profundo dolor sentido por el traicionado, la asunción hasta el final de tus decisiones, la grandeza de la renuncia, la fidelidad a unos principios, etcétera. Además de contar con unos excelentes diálogos, con brillantes réplicas y contrarréplicas de los protagonistas propias del mejor cine negro. Así en la primera escena que comparten King y Rio, el primero comenta  “No es este lugar el más indicado para una mujer educada” y el segundo contesta “No lo sé, no he conocido a ninguna”; en otra escena, tras amenazarle con requisar su revólver, el sheriff le pregunta a Rio “¿Cómo te las vas a componer sin revólver?” y el pistolero le responde “Asistiendo a un entierro como protagonista”; mientras que al final Cordelia le pregunta a su marido “¿Qué puedo hacer para que me perdones” y King le replica “Yo puedo perdonar todo lo que tú puedas olvidar”.



La sorpresa se acentúa por el hecho de que la Metro, para rodar el filme y además de contar con un elenco espectacular, dispusiese de profesionales de primer orden como el director de fotografía Robert Surtees (”Quo Vadis”, “Cautivos del mal”, “Mogambo”, “Fort Bravo”) o el director artístico Cedric Gibbons (premiado a lo largo de su carrera con once Oscars y nominado en treinta ocasiones), y sin embargo encomendara su realización a John Farrow, un sólido director pero no de los más importantes con los que contaba en su nómina que, además, en esta ocasión ofreció un rendimiento inferior al habitual, siendo incapaz de transmitir tanto la pasión amorosa de Cordelia por Rio, como el tono trágico que el filme requería; y ofreciéndonos una dirección técnicamente irreprochable pero algo desmayada y carente de fuerza.



ARGUMENTO: A Brownsville, una zona fronteriza de Texas, llega el matrimonio compuesto por King y Cordelia Cameron con la intención de asentarse y criar ganado. Pronto chocarán con Esqueda y su banda de forajidos, entre los que se encuentra su “hermano” y lugarteniente Río, que quemarán su rancho. Pero King no se dará por vencido y plantará cara a Esqueda, contando para ello con la inesperada colaboración de Rio enamorado, a su vez, de Cordelia. El drama está servido.



El filme, con un tono de tragedia clásica, cuenta con una doble trama.

En primer lugar el enfrentamiento entre dos hombres muy diferentes por un territorio, un reino (de hecho no creo que sea casualidad que uno de los personajes se llame King y el otro tenga como segundo nombre Constantino). Enfrentamiento, fruto del choque de dos formas diferentes de entender la vida que representan el futuro y el pasado, la evolución y la involución; cuyo resultado sólo puede ser la aniquilación de uno de los rivales y la apropiación de todo el territorio por el vencedor.



Pero, sobre este arco argumental se superpone otra trama de dimensiones shakesperianas al establecerse un peculiar triángulo entre el matrimonio Cameron y el pistolero Rio en el que se entremezclará la atracción física entre Cordelia y el forajido y la creciente amistad entre este y King. Triángulo que a su vez se superpone a la relación casi fraternal entre dos individuos tan diferentes como Rio y Esqueda.

El wéstern, por tanto, sin abandonar los códigos propios del género tiende a la introspección y se centra en la evolución de las relaciones entre los cuatro personajes principales:



Rio interpretado por Robert Taylor que disfrutaba de una segunda juventud tras haber protagonizado “Quo Vadis” y se convertiría en el estandarte junto a Stewart Granger de las películas de aventuras de la Metro durante esta década. Es un individuo taciturno, contenido, frío, profundamente escéptico (llega a afirmar “En esta tierra, señora, lo único cierto respecto al mañana es que ha de llegar”) y, aparentemente, sin emociones; del que Esqueda comenta “Para matarte no habría que buscarte el corazón”. Adoptado por la madre de Esqueda, no termina de encajar ni en el mundo de los mexicanos, ni en el de los anglosajones; además de parecer despreciar su forma de vida basada en la delincuencia. Se trata del prototipo del héroe o antihéroe romántico que se encontrará atrapado entre la creciente atracción que siente por Cordelia, el respeto y posterior admiración por King, y su profundo cariño por Esqueda, aunque se muestre en todo momento muy crítico con él. Su destino parece estar marcado, terminando por traicionar a su hermano adoptivo y enfrentarse a él con el objeto de proteger a la familia Cameron y permitir el avance de la civilización.



Cordelia Cameron al que da vida una Ava Gardner un tanto apagada al no desplegar todos sus encantos y mostrarse menos fogosa que en otras películas. Prototipo de la aristocracia sureña arruinada tras la guerra civil, se debatirá entre su cariño a King y la pasión que le despierta Rio.



King Cameron, encarnado con su sobriedad habitual por Howard Keel antes de protagonizar “Siete novias para siete hermanos”. Hombre tenaz, valiente, severo, orgulloso, resuelto y honrado; es la imagen del colono estadounidense y de su determinación, además de representar el progreso y la civilización frente a la barbarie. Será capaz de dar una segunda oportunidad a Rio, tema habitual en la cultura anglosajona, estableciendo una profunda relación de amistad, quizás no explicada correctamente, basada en la mutua confianza y lealtad.



Y por último José Constantino Esqueda, personaje que permitió a Anthony Quinn mostrar su desbordante personalidad siempre al borde del histrionismo y eclipsar al resto del reparto (es inevitable acordarse de su Eufemio en “Viva Zapata” dirigida por Elia Kazan un año antes). Se comporta como una especie de emperador en un territorio sin ley (también en este caso el filme presenta semejanzas con “Encubridora” de Fritz Lang, sobre todo en las escenas desarrolladas en el poblado habitado solamente por bandidos) pero consciente de que, con el fin de la Guerra de Secesión, su mundo tiene los días contados. Personaje contradictorio, tan brutal como generoso (sensacional la escena del atraco al banco), siente un profundo cariño por Rio y se mostrará roto de dolor por la traición de este, engaño que no asumirá hasta el último momento.



En definitiva, “Una vida por otra” es un wéstern atípico, con personajes muy bien desarrollados que, pese a sus imperfecciones, contiene los elementos y aciertos suficientes para satisfacer a los aficionados a este género.




jueves, 30 de marzo de 2017

MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS

(They died with their boots on - 1941)

Director: Raoul Walsh
Guion: Wally Kline y Aeneas McKenzie

Intérpretes:
Errol Flynn: George Armstrong Custer
Olivia de Havilland: Elizabeth Bacon
Arthur Kennedy: Ned Sharp
Charley Grapewin: California Joe
Gene Lockhart: Samuel Bacon
Anthony Quinn: Crazy Horse
John Litel: General Phil Sheridan
Sidney Greenstreet: Lt. General Winfield Scott
Hattie McDaniel: Callie

Música: Max Steiner
País: Estados Unidos
Productora: Warner Bross

Por Jesús Cendón. NOTA: 9,5

“Pasear a su lado por la vida fue muy agradable señora” (Custer despidiéndose de Elizabeth antes de encontrarse con su destino en Little Bighorn)


De las numerosas versiones rodadas sobre la vida del controvertido general Custer (en realidad coronel) y su muerte en la batalla de Little Bighorn (1876) enfrentado a los sioux de Toro Sentado y Caballo Loco, este filme es sin duda su mejor versión. Una auténtica obra maestra y el mejor wéstern filmado por Raoul Walsh, uno de los grandes clásicos del Hollywood dorado con una filmografía envidiable que, sólo en este género, nos legó obras del nivel de: “La gran jornada” (1930), “Perseguido” (1947), “Juntos hasta la muerte” (1949), “Camino de la horca” (1951), “Tambores lejanos” (1951) o “Los implacables” (1955), entre otras.


ARGUMENTO: Biografía del general Custer (1839-1876) desde su ingreso en West Point, pasando por su participación en la Guerra de Secesión o su enfrentamiento con el gobierno, hasta su muerte en la batalla de Little Bighorn.


La película fue abordada por la poderosa Warner Bross como una gran superproducción en la que se presentaba al coronel Custer como un hombre arrogante, extravagante, indisciplinado e individualista pero a la vez consciente de su propio destino y, por tanto, capaz de sacrificarse por el bien común con el objeto de evitar una catástrofe mayor y favorecer el avance de esa sociedad que en un momento dado lo rechazó. Es el prototipo de héroe norteamericano que el filme se propone mitificar porque toda nación necesita de sus héroes míticos para explicar su pasado en forma de leyendas.


Así, si otros países cuentan, por ejemplo, con El Cid (El Cantar del mío Cid, España), Roldán (La Canción de Rolando, Francia) o Sigfrido (El Cantar de los Nibelungos, Alemania), los Estados Unidos, dado el escaso período de tiempo transcurrido desde su constitución, tuvieron que mirar a su pasado más cercano para encontrar a dichos mitos surgiendo, de este modo, entre otras figuras las de Daniel Boone, Davy Crockett, Búfalo Bill o el general Custer. Y fue el cine, al igual que antaño había sido la tradición oral o la escritura, el encargado de difundir las hazañas heroicas de estos personajes y crear un pasado legendario, en el que la fábula sustituye a la, muchas veces, prosaica realidad.


¿Y qué significa para mí la película? Hay filmes que llevas contigo como si te los hubieran grabado en el cerebro con un hierro candente, y este es uno de ellos. Hablar de “Murieron con las botas puestas” es recordar la televisión en blanco y negro, las tardes de sábado con películas maravillosas que disfrutabas por primera vez, al Séptimo de Caballería cabalgando al son de “Garry Owen”, la marcha militar más popular de todos los tiempos, y, sobre todo, es rescatar a un personaje inolvidable tan pendenciero como impulsivo e insubordinado pero valiente y respetuoso con los demás y, lo que es más importante, consigo mismo, y capaz de defender sus ideas hasta el final. Un personaje al que deseabas parecerte porque, sin tú saberlo, te estaba enseñando conceptos como la honradez y la dignidad. Por eso al plantearme la reseña temía tener demasiado mitificada a esta película.


Pero no, como he señalado al inicio me he reencontrado con ciento cuarenta minutos de cine en estado puro, una obra maestra, un filme al que se puede aplicar, sin duda, el apelativo de clásico, un fresco monumental que abarca aproximadamente veinte años de la historia de los EEUU en el que están perfectamente engarzados géneros como el de aventuras, la comedia, el bélico, el melodrama o el wéstern. Una cinta que cuenta con escenas imborrables como la soberbia despedida entre Custer y su mujer antes de ponerse al mando por última vez de su Séptimo de Caballería; sin duda una de las mejores secuencias de corte romántico jamás rodada, culminada con un sublime travelling mediante el cual vemos desmayarse a Elizabeth.


Una cinta con diálogos memorables como la conversación que mantienen el corrupto Sharp y Custer acerca de la diferencia entre la gloria y el dinero. Un filme que nos regala planos que han pasado por derecho propio a la historia del cine, como aquel en el que vemos a Custer, una vez exterminado su regimiento, esperar la última carga de los sioux al lado de la bandera y con el sable desenvainado aguardando “su encuentro con la gloria”. Un western narrado ejemplarmente y estructurado racionalmente en dos partes claramente diferenciadas:


- La primera corresponde a la juventud de Custer y narra su paso por la academia militar, su participación en la Guerra de Secesión y el encuentro con el amor de su vida. Tiene un tono más ligero y luminoso, y nos presenta a un Custer vanidoso, intrépido y valiente hasta la osadía, con escasa preparación táctica y cuyas victorias se basan en su arrojo personal. Un individuo casi invencible, en cuya vida el azar o la buena suerte jugarán un papel decisivo (se libró de ser expulsado de West Point por no haber firmado su ingreso y fue ascendido a general por un error burocrático).


- La segunda, centrada en su madurez, es más oscura y dramática, como si Walsh nos estuviera preparando para el trágico final, por otra parte, conocido. Nos encontramos con un decadente Custer, incapaz de adaptarse a la vida civil lo que le lleva a un incipiente alcoholismo, crítico con la burocracia y la política del gobierno y que, finalmente, aceptará su sacrificio como mal menor; rindiendo el último servicio a su país una vez muerto.


Además el filme supuso la última de las ocho colaboraciones entre Errol Flynn y Olivia de Havilland (hermana de Joan Fontaine), una de las parejas más fructíferas de la industria hollywoodiense con títulos en su haber tan emblemáticos como “El capitán Blood” (1935), “La carga de la Brigada Ligera” (1936) o “Robín de los bosques” (1938), todas ellas bajo la batuta de Michael Curtiz; y al mismo tiempo supuso el encuentro de Walsh con Flynn, que supo dotar al personaje de la vitalidad y dinamismo que requería. La pareja protagonista estuvo muy bien arropada por un excelente plantel de secundarios: Arthur Kennedy, destacando ya en papeles negativos, como Ned Sharp, antiguo camarada de Custer en West Point y representante de la corrupta y ávida clase empresarial; un joven Anthony Quinn, yerno de Cecil B. de Mille, en el rol de Caballo Loco, típico papel étnico que repitió hasta la saciedad al comienzo de su carrera; Sidney Greenstreet como el general Winfield Scott, uno de los escasos e inesperados apoyos de Custer en Washington; Charley Grapewin dando vida al veterano explorador California Joe; y Hattie McDaniel, repitiendo prácticamente el personaje de Mammy de “Lo que el viento se llevó”.


Por último, me gustaría rebatir en parte la acusación de racista, creo que injustificada y supongo realizada por personas que no la han visto, que durante mucho tiempo ha sufrido la película. Evidentemente la historia está contada desde el punto de vista de los colonizadores pero este hecho no significa que sea una cinta xenófoba. Todo lo contrario. A los indios se les trata con respeto, incluso el mayor Butler, un oficial de origen británico al servicio del Séptimo, sentencia que: “¿Qué se creen ustedes los yanquis? Los únicos verdaderos americanos son los que están al otro lado de la colina con plumas en la cabeza”. Los pieles rojas aparecen como seres honorables, víctimas de la voracidad de los desalmados hombres de negocios y de las decisiones erróneas del gobierno de Washington que, tras el falso descubrimiento de oro en las Black Hills, romperá el tratado de paz. Porque la película, por si algo le faltaba, dentro de su mensaje de exaltación patriótica (se rodó en plena Segunda Guerra Mundial) tiene además una fuerte carga política y en otra gran escena nos muestra de forma sencilla y lúcida cómo se inventan las guerras y quién está detrás de ellas, generalmente políticos corruptos y potentados desalmados y ávidos de más riqueza, que en este caso se inventarán la existencia de oro en unos territorios sagrados para los indios. A estos, engañados una vez más, no les quedará más remedio que declarar la guerra como única salida para defender su forma de vida y cultura. Esta traición a los verdaderos dueños del territorio es lo que llevará a Custer a afirmar que: “Si yo fuera un indio lucharía al lado de Caballo Loco hasta perder mi última gota de sangre”


Es verdad que se puede acusar a este monumental relato sobre la historia inmediata de los Estados Unidos (los acontecimientos habían ocurrido tan sólo sesenta y cinco años antes) de falsear en parte los hechos y la vida del general Custer, pero como nos advirtió John Ford: “Esto es el Oeste y cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicar la leyenda”.

domingo, 20 de diciembre de 2015

INCIDENTE EN OX-BOW

(The Ox-Bow incident) - 1943

Director: William A. Wellman
Guión: Lamar Trotti (Basado en la novela de Walter Van Tilburg Clark)

Intérpretes:
- Henry Fonda: Gil Carter
- Dana Andrews: Donald Martin
- Mary Beth Hugues: Rose Mapen
- Anthony Quinn: Juan Martínez
- William Eythe: Gerald Tetley
- Harry Morgan: Art Croft

Música: Cyril Mockridge
Productora: Twentieh Century-Fox Film Corporation
País: Estados Unidos

Por Xavi J. PruneraNota: 9

¿Justicia? ¿Qué te importa la justicia? Ni siquiera te importa si son culpables o no. Sólo sabes que has perdido algo y que alguien tiene que pagar por ello.

Con pelis como “Incidente en Ox-Bow” suele asaltarme un sentimiento contradictorio. Por un lado pienso que resulta inconcebible que una peli así no haya tenido mayor repercusión pública y que, por lo tanto, sería del todo necesario emprender una especie de campaña para darla a conocer en su justa medida. Ya sabéis: organizar cine-forums, proyectarla en las escuelas, declararla patrimonio histórico-artístico de la Humanidad, etc. etc.



























Pero por otro lado -desde una perspectiva puramente egoísta- debo reconocer que me satisface que “Incidente en Ox-Bow” no sea una peli demasiado conocida. Me satisface porque constituye un placer indescriptible descubrir joyas así cuando crees que tu bagaje cinéfilo está lo suficientemente bregado como para dejarse sorprender con facilidad.




Pero no, afortunadamente la sensibilidad de un buen cinéfilo nunca se endurece más de la cuenta y, de vez en cuando, pelis como la de Wellman se encargan de constatárnoslo. Así pues, permitidme que apague el megáfono y que recomiende este peliculón a quién no lo haya visto (y lo merezca) a mi manera. Por lo bajini, a boca-oreja, como se hace con todo film de culto que se precie.



Mi más sincero aplauso y reconocimiento, pues, a un atípico western cuya principal virtud reside en que, sin apartarse demasiado de los consabidos cánones del género, nos ofrece un plus de contenido sobrecogedor: la condena del linchamiento. Un infame tema que quizás no admita discusión desde la perspectiva actual pero que en un tiempo y en un lugar donde la ley del revólver era una especie de real decreto y en el que el buen funcionamiento de la justicia era poco menos que una utopía, constituía una práctica –si no políticamente correcta- sí relativamente tolerada. Wellman nos describe la sucesión de los acontecimientos a partir de las súbitas reacciones de una turba de pintorescos personajes entre los que destaca, como no, la enérgica personalidad de Gil Carter (Henry Fonda).

























Sorprende gratamente, sin embargo, que Wellman sea capaz de componer y desplegar en apenas 72 minutos el heterodoxo criterio de los siete u ocho personajes principales que, además de Carter, forman parte de esa numerosa patrulla que acorrala a los tres supuestos ladrones y asesinos en 0x-Bow. Sorprende porque no es habitual, hoy en día, disfrutar de un ejercicio narrativo tan conciso e intenso a la vez.


























Pero si el trasfondo ético o moral es importante en “Incidente en Ox-Bow”, también lo es –y no menos- su aspecto formal. Y aunque no estamos ante el típico western fordiano, rodado en grandes espacios abiertos, Wellman demuestra saber rentabilizar al máximo las posibilidades del lugar donde se desarrolla la acción (el valle de Ox-Bow, de madrugada) para darle mayor énfasis dramático a su peli mediante imágenes sombrías y expresionistas.


























Dos planos fueron, en concreto, los que me impactaron más profundamente: el que muestra las sombras de los tres ahorcados en un fuera de campo modélico y, como no, el magnífico plano de Carter, con los ojos ocultos por el ala del sombrero de su compañero, leyendo la sentida carta de despedida de Donald Martin (Dana Andrews). Dos planos para el recuerdo que forman parte ya, desde ahora mismo, de mi particular galería iconográfica del séptimo arte.

(Reseña publicada por Xavi J. Prunera en FilmAffinity el 31-10-09)



























TRAILER