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jueves, 13 de septiembre de 2018

EL ÚLTIMO PISTOLERO DE LA FRONTERA

(The last of the fast guns, 1958)

Dirección: George Sherman
Guion: David P. Harmon

Reparto:
- Jock Mahoney: Brad Ellison
- Gilbert Roland: Miles Lang
- Linda Cristal: María O’Reilly
- Eduard Franz: Padre José
- Lorne Greene: Michael O’Reilly
- Carl Benton Reid: John Forbes
- Edward Platt: Samuel Grypton
- Eduardo Noriega: Córdoba
- Jorge Treviño: Manuel

Música: Hans J. Salter, Herman Stein
Productora: Universal International Pictures. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 6’5.

”Siempre piensa usted en violencia. No se puede morir en paz” “Yo nací en la violencia, padre” “Pues quédese en las colinas, hijo, y sólo eso morirá” Conversación entre el padre José y Brad Ellison.




A medida que he podido acceder a la filmografía wéstern durante la segunda mitad de la década de los cincuenta de Jock Mahoney, he comprobado que la mayoría de sus películas, si bien no son obras maestras, se caracterizan por su singularidad y por la presencia de elementos originales. Este hecho no sé si es debido a la casualidad, a la buena elección de los guiones por parte del actor o al hecho de que la Universal le reservara de alguna forma este tipo de filmes; pero, en todo caso, el resultado es su presencia como protagonista en un puñado de cintas de gran atractivo para los aficionados al género.


Así, entre sus wésterns podemos destacar: “Lucha de poder” (Charles F. Haas, 1956), un filme con una profunda carga dramática en torno a la relación entre dos amigos-rivales marcada por las secuelas de la Guerra de Secesión y un trágico accidente ocurrido en el pasado; “Un día de furia” (Harmon Jones, 1956), wéstern crepuscular sobre el extraño vínculo establecido entre un pistolero y un sheriff que se desarrolla durante un solo día y sirve para mostrarnos una sociedad caracterizada por su hipocresía y violencia; “Joe Dakota” (Richard Bartlett, 1957), drama con elementos cómicos con la codicia y la identidad como temas principales que presenta semejanzas en su desarrollo con “Conspiración de silencio” (John Sturges, 1955) al narrar la llegada de un forastero a un pueblo cuyos habitantes comparten un secreto vergonzante; “Dinero, mujeres y armas” (Richard Bartlett, 1957), mixtura entre wéstern y thriller en la que un investigador privado debe encontrar a los herederos de un minero asesinado, así como al hombre que lo mató; y la película objeto de esta reseña. 



ARGUMENTO: John Forbes, un viejo paralítico, contrata a un pistolero, Brad Ellison, para que encuentre a su hermano desaparecido en México hace varios años. El pistolero que, con los veinticinco mil dólares prometidos ve la posibilidad de cambiar de vida, contará con una única pista: una moneda de dólar con el águila en ambas caras que poseen tan sólo John y su hermano.


La película cuenta con una escena de apertura antológica, me atrevería a decir que es el mejor inicio de los wésterns que he visto firmados por Sherman. Un prodigio de síntesis que muestra las habilidad narrativa de su director y posee una carga simbólica profunda. Una secuencia prácticamente silente en la que parece anunciar, tanto en la utilización del montaje como en la composición de los planos, los wésterns de la década siguiente.


A partir de esa escena, Sherman nos introduce en una historia, a caballo entre el wéstern y el thriller, más profunda de lo que podría parecer, en la que el protagonista, un asesino a sueldo, aceptará el peligroso encargo de buscar a un hombre desaparecido en México (1), misión en la que ya han perdido la vida dos hombres. Pero a lo largo del filme asistiremos, junto al viaje físico al país vecino, al viaje interior de nuestro antihéroe, quien desde el inicio comprende que está ante la posibilidad no sólo de labrarse una nueva vida alejada de la violencia y la muerte, sino también de alcanzar la paz interior; porque, como afirma al comienzo de la película, en su profesión: “Cuando das vueltas no dejas de mirar hacia atrás y siempre te persigue alguien”. 


Para comprender la crisis existencial del protagonista la acción de la película se sitúa a finales del siglo XIX, época de grandes cambios que supusieron el fin de una sociedad basada en la ley del más fuerte; por lo que los pistoleros que hicieron de su rapidez con el revólver su medio de vida han desaparecido o se comportan como espectros que comienzan a darse cuenta de su condición al estar sus días contados. Este hecho, que confiere un tono crepuscular al filme y lo entronca con la visión nihilista de los wésterns dirigidos por Sam Peckinpah, queda perfectamente reflejado en otras escena en la que Brad Ellison se reúne en una hacienda mejicana (México parece ser el último refugio de los pistoleros) con otros “colegas de profesión”, entre los que se encuentran Johnny Ringo y James Younger, y charlan sobre su dramática situación, recordando a compañeros desaparecidos como Jesse James o Billy el Niño. Secuencia en la que, en definitiva, se nos muestra a unos individuos cuyo tiempo ha pasado al no tener cabida en el nuevo mundo en construcción.


Y será definitivamente en el país vecino en el que se produzca la “muerte” del pistolero y el nacimiento de un nuevo Brad, sobre todo a través de su contacto con tres personas: el ranchero Michael O’Reilly, un hombre capaz de dar una segunda oportunidad a aquellos que la necesitan sin juzgar su pasado; María O’Reilly promesa de una futura vida en común; y, sobre todo, el Padre José quien vive en las montañas y ha abandonado el mundo material para encontrar la paz y la felicidad.


Jock Mahoney (2) se muestra correcto como Brad Ellison, una especie de ángel de la muerte vestido totalmente de negro y con un caballo del mismo color. Su estilo interpretativo, algo hierático, era muy apropiado para dar vida a un individuo reservado y desconfiado (llega a responder a John Forbes cuando este le dice que parece muy cuidadoso, “Se puede elegir, ser cuidadoso o morir”), al mismo tiempo que es consciente de que el sol se está poniendo para los hombres como él y busca desesperadamente un cambio que le permita vivir más allá de los treinta años. Así se lo hace saber al padre José cuando este le advierte “El tiempo pasa rápido, no hace falta que se dé prisa” y él contesta “No me doy prisa, se me está echando encima”.


El veterano Gilbert Roland (3) le da perfecta replica en el papel de Miles Lang, capataz de Michael O’Reilly, que se convertirá en su compañero de aventuras tras haberle salvado la vida el pistolero con unas boleadoras (objeto que cobrará una gran importancia en la resolución del filme). Tanto su estilo interpretativo, más expresivo, como su vestimenta y caballo, de color blanco, contrastan y complementan perfectamente a Jock Mahoney.




Junto a ellos rostros que se harían muy populares gracias a distintas series de televisión (4): Lorne Greene como Michael O’Reilly, Linda Cristal en el papel de María y Edward Platt dando vida a Samuel Grypton, el encargado del rancho-refugio de los pistoleros.


Por otra parte, desde el punto de vista técnico la película está muy cuidada, destacando la labor de Alex Philips, un extraordinario director de fotografía que curiosamente se asentó y trabajó fundamentalmente en México; además de contar con una banda sonora variada y muy apropiada y unos excelentes diálogos escritos por David P. Harmon, profesional que desarrolló su carrera básicamente en televisión, superiores al propio guion, también escrito por él, que va perdiendo fuelle a medida que se desarrolla la historia, y adolece de un giro previsible y un final algo precipitado.



En definitiva “El último pistolero de la frontera” es una clara muestra del buen hacer de George Sherman, un gran artesano con una filmografía de casi ciento treinta títulos, entre ellos innumerables wésterns, rodados durante cuatro décadas y cuya trabajo ha sido generalmente subestimado, aunque en la actualidad está siendo objeto de estudio y revisión.


(1) A mediados de la década de los cincuenta Hollywood ambientó bastantes wésterns en el país vecino. El propio Sherman en 1955, y coprotagonizado también por Gilbert Roland, había rodado “El tesoro de Pancho Villa”, otro wéstern situado en México basado en la relación entre un aventurero extranjero y un revolucionario mexicano. Este tipo de vínculo sería habitual una década después en los llamados Zapata wésterns filmados por directores europeos.



(2) Jock Mahoney comenzó como doble de estrellas de la talla de John Wayne y Gregory Peck, para asentarse como actor, sobre todo protagonizando wésterns, en los años cincuenta; mientras que en la década siguiente, dado su espectacular físico, interpretó para la pantalla grande tres entregas de las aventuras de Tarzán. Como curiosidad comentaros que fue el padrastro de Sally Field.

 (3) Gilbert Roland, nacido en México, inició su periplo hollywoodiense durante el cine silente y alargó su carrera hasta la década de los ochenta, incluso rodó en apenas dos años cinco wésterns en Europa. Dentro de este género sus papeles más importantes fueron el de Juan Herrera en “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) y el de Dull Knife en “El gran combate” (John Ford, 1964), pero siempre será recordado por su interpretación de Víctor Ribero en la obra maestra de Vincente Minelli “Cautivos del mal” (1952).

(4) Lorne Greene se hizo mundialmente famoso como Ben Cartwright, dueño del rancho La Ponderosa, en la serie “Bonanza” (1959-1973). Linda Cristal, nacida en Argentina, es conocida en este género, además de por sus intervenciones en “El Alamo” (John Wayne, 1960) y “Dos cabalgan juntos” (John Ford, 1961), por su participación en la serie “El Gran Chaparral” (1967-1971). Edward Platt encarnó durante cinco años al jefe de Maxwell Smart en la serie satírica “Superagente 86”

jueves, 21 de junio de 2018

LAS FURIAS

(The Furies, 1950)


Dirección: Anthony Mann
Guion: Charles Scheene

Reparto:
Barbara Stanwyck: Vance Jeffords
Walter Huston: T. C. Jeffords
Wendell Corey: Rip Darrow
Gilbert Roland: Juan Herrera
Judith Anderson: Flo Burnett
Thomas Gomez: El Tigre
Beulah Bondi: Mrs. Anaheim
Albert Dekker: Mister Reynolds
John Bromfield: Clay Jeffords
Wallace Ford: Scotty Hislip

Música: Franz Waxman.
Productora: Wallis-Hazen Production. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“Has encontrado un nuevo amor en tu vida, amas tu odio. Bueno, si tienes paciencia y voluntad tal vez sea lo que necesitas para vivir. Espero que eso te baste, porque el odio no ha dejado lugar para nada más en tu vida. Y te habla alguien que odia al mismo hombre que odias tú ahora”. Rip Darrow a Vance Jeffords en el momento de culminar su venganza contra T. C. Jeffords.


1950 fue un año clave en la carrera de Anthony Mann. Por una parte accedió a filmes con presupuestos más holgados, abandonando definitivamente el cine de serie b en el que se había formado, sobre todo a través de los noir actualmente objeto de estudio y reivindicación; mientras que por otra parte supuso su encuentro e idilio con el wéstern, género por el que es mundialmente conocido al haberse convertido en un director fundamental en su desarrollo y evolución.


Así en este año rodaría tres películas del Oeste: “La puerta del Diablo”, uno de los primeros wésterns marcadamente pro indio en el que denunciaba los abusos e injusticias cometidos por el gobierno de los EEUU con la población autóctona del país; “Winchester 73”, con el que inició su indispensable ciclo de cinco películas con James Stewart de las que tres fueron escritas por Borden Chase, y el filme que nos ocupa.


ARGUMENTO: T. C. Jeffords, un gran terrateniente, dirige despóticamente su rancho bautizado como Las Furias. Con él viven sus hijos Clay, un pusilánime, y Vance, que ha heredado el carácter dominante de su padre y mantiene una relación ambigua y malsana con él. La llegada de la prometida de T. C. desencadenará el drama al revelarse como una competidora de Vance.


La película fue fruto del empeño personal del legendario productor independiente Hall B. Wallis recientemente divorciado de la Warner Brothers por desaveniencias surgidas con la major tras el éxito obtenido por “Casablanca”. Wallis fue un hombre de cine caracterizado tanto por su meticulosidad y férreo control de las producciones como por la confianza depositada en valores emergentes (Anthony Mann, Kirk Douglas o Burt Lancaster).


Impresionado por la novela de Niven Busch, encargó al gran guionista Charles Scheene (“Río Rojo”, “Caravana de mujeres”) su adaptación cinematográfica y confió en Anthony Mann, como ya he comentado un director curtido en el noir, para su realización.


Sin duda en el filme se aprecia la intervención de ambos escritores. De Niven Busch se percibe su querencia por los dramas familiares con fuertes tensiones de carácter freudiano que la entroncarían tanto con “Duelo al sol”, filme dirigido en por King Vidor en 1946 basado igualmente en otra novela suya, como con “Perseguido”, cinta realizada por Raoul Walsh en 1947 de cuyo guion fue responsable; mientras la huella de Charles Scheene se advierte en la importancia de los personajes femeninos convertidos en el elemento catalizador del drama.


En esta ocasión, además, ambos escritores tuvieron muy presente la mitología clásica. Así la particular y compleja relación de T. C con su hija, marcada por la profunda admiración de la segunda por su progenitor y en la que Vance de hecho ha sustituido a su madre, remite claramente al mito de Electra; mientras que el nombre del rancho que da el título a la película, como muy acertadamente señala Alberto Delgado en la crítica que en su día hizo para la edición en DVD, coincide con el nombre de unos demonios de la mitología romana asimilados de las figuras de las Erinias griegas (tres personificaciones femeninas de la venganza encargadas especialmente de castigar los pecados cometidos contra la familia). Así, el destino de T. C. Jeffords vendrá determinado, como si fueran las figuras griegas citadas, por la actuación y los sentimientos de tres mujeres: su hija Vance, su prometida Flo y la matriarca del clan Herrera.


El resultado es una película singular e inclasificable que si bien se puede encuandrar dentro de este género por su inscripción espacio-temporal (Nuevo México en 1870), estéticamente es más cercana al cine negro. Sobresaliendo, en este apartado, la brillante labor de fotografía nominada al Oscar de Victor Milner, con abundantes escenas desarrolladas con escasa iluminación, en consonancia con el tono sombrío del filme, al suceder los acontecimientos al amanecer, al atardecer o por la noche. Mientras que desde el punto de vista temático es más próxima al melodrama al narrar una historia de ambición, enfrentamiento, pasión, celos y venganza familiar; venganza que no consistirá, como es habitual en el wéstern, en el aniquilamiento físico del oponente sino en la realización de una serie de maniobras financieras por parte de Vance y su expretendiente Rip, aprovechando los problemas de liquidez de T. C. Jeffords, con el objeto de arruinarlo y adueñarse de sus propiedades.


El punto de inflexión en la relación entre el magnate y su hija, cuyo amor deteriorado al no aceptar ninguno de los dos a sus respectivos pretendientes se tornará definitivamente en odio, se produce con el linchamiento de uno de los personajes. Una dramática secuencia marcadamente expresionista, tanto por la iluminación como por la composición de la misma, en la que el director nos muestra los hechos sin necesidad de enfatizarlos con la banda sonora, al mismo tiempo que utiliza magistralmente desde el punto de vista dramático el fuera de plano. Extraordinaria escena precedida por otra no menos sobresaliente en cuya composición cobra importancia un espejo, elemento fundamental en el cine noir de Mann, y en la que demuestra su magisterio para crear suspense; en esta ocasión, a través de unas tijeras que porta Vance mientras recibe una noticia tan inesperada como desagradable.


Película, por tanto, de contenido denso y profundo requería de unos actores a la altura de sus complejos personajes y quizás en el elenco escogido radique una de las escasas debilidades del filme.


Wallis volvió a confiar en la pareja, compuesta por Barbara Stanwyck y Wendell Corey, que protagonizó su filme inmediatamente anterior, “El caso de Thelma Jordan” (un notable drama criminal dirigido por Robert Siodmak ese mismo año); pero el desequilibrio entre ambos actores es evidente.


Barbara Stanwyck ofrece una actuación memorable como Vance, transmitiendo de forma natural los complejos sentimientos de su personaje. Estamos ante una mujer de fuerte carácter que admira de forma enfermiza a su padre (de hecho busca un marido que se asemeje a él) y ha reemplazado en el rancho a su madre fallecida. En este sentido cobra gran importancia la escena de presentación de Vance en el cuarto de su madre para a continuación, al entrerarse de la llegada de su progenitor, bajar de forma majestuosa la escalera de la mansión con un vestido de esta. Comenzará a distanciarse de su padre con la llegada de su prometida, relación que desde el primer momento rechazará, y, sobre todo, al comprobar que Flo pretende ocupar su puesto, relegándola tanto en el corazón de T. C. como en la dirección de Las Furias a un segundo lugar.


Sin embargo, Wendell Corey, un actor con escasa entidad y recursos expresivos muy limitados, nos ofrece una actuación algo envarada como Rip Darrow, un individuo frío, calculador, mezquino y codicioso que no dudará en utilizar a Vance enamorándola y, posteriormente, humillándola para conseguir sus objetivos, vengar la muerte de su padre a manos de T. C. y recuperar la franja de terreno perdido que en la actualidad forma parte de Las Furias. Personaje obsesionado por recuperar la propiedad perdida, afirmará que: “No estaré satisfecho hasta que un hijo mío sea propietario de Las Furias”. Advertencia que me hace cuestionar el aparente final feliz del filme. Una lástima la elección de este actor porque, sin duda, un actor como Arthur Kennedy, por poner un ejemplo, hubiera sido perfecto para interpretar a Rip.


Junto a ellos Walter Huston, soberbio como T. C. En su último papel para el cine (moriría antes de estrenarse el filme) nos brinda una actuación briosa y llena de energía de un personaje tozudo y megalómano capaz de igualarse a Napoleón, figura a la que admira (en su despacho tiene un busto, junto al suyo, del emperador francés). Es un auténtico señor feudal, propietario de bienes y personas, que dirige de forma despótica su rancho. De hecho son constantes las alusiones comparándole con un monarca. Así Rip llegará a señalar: “Veo a la servidumbre pero no al rey”; mientras que en el tramo final de la cinta doblega a un toro para demostrar que él es el único rey de Las Furias. Al igual que Rip es otro personaje obsesionado por la propiedad, llevándole a afirmar ante su hijo que a pesar de querer profundamente a su madre no fue capaz de estar junto a ella en el momento de su muerte por no poder soportar que algo que le pertenecía desapareciera. Particular forma de entender el matrimonio también presente en Darrow cuando le comenta a Vance: “No me pidas que sea tu esposo. Si nos casamos, tú serás mi mujer”.


Igualmente destacables son las interpretaciones de Judith Anderson (la inolvidable señora Danvers de “Rebeca”) y de Gilbert Roland, actor mejicano asentado en Hollywood desde la época silente.


La primera encarna a Flo, la prometida de T. C. y futura madrastra de Vance. Una intrusa en el mundo creado por el padre y su hija que precipitará el drama. Estamos ante otro ser codicioso que, bajo una apariencia amable, pronto descubrirá sus cartas: sustituir en todos los ámbitos a la hija de T. C. para lo que no dudará en manipular de forma inteligente a este. Así son reveladoras tanto la escena en la que rasca a su futuro marido la sexta vertebra, mimo habitual realizado por Vance a T C, como aquella en la que se la ve sentada en el despacho de su marido ocupándose del funcionamiento del rancho. Anthony Mann, no obstante, le reserva una secuencia entrañable y patéitca a la vez en la que muestra, una vez vencida y con el rostro desfigurado, su lado más humano al rechazar prestarle a T. C. la ayuda económica solicitada porque eso supondría su condena a la más absoluta soledad.


Gilbert Roland ofrece un rendimiento muy alto como Juan Herrera. Una actuación plena de naturalidad en la que abandonó su habitual personaje de latin lover para interpretar a un individuo tan noble como trágico, contrapunto de la vileza representada por el resto de los actores del drama. Amigo desde niño de Vance y eterno enamorado, le llega a confensar refiriéndose a ella que: “He estado enamorado tanto tiempo que, me guste o no, estaría perdido sin estarlo”. Su relación con la hija de T. C. es tan estrecha y de tal pureza que cada vez que se ven celebran una especie de comunión laica compartiendo un pedazo de pan, comunión que simboliza su unión espiritual.


En definitiva, “Las Furias” es un filme complejo y oscuro sobre un mundo despiadado habitado por seres caracterizados por su ambigüedad moral que a lo largo de la cinta mostrarán sus tinieblas interiores. Una película que, a pesar de perder algo de intensidad en su último tercio y del extraño giro final, se encuentra entre las mas destacadas de Anthony Mann, uno de los mejores directores de la denominada segunda generación estadounidense, por lo que es indispensable su reivindicación con el objeto de rescatarla del olvido en el que se encuentra.



jueves, 13 de julio de 2017

BANDIDO

(Bandido -1956)

Dirección: Richard Fleischer
Guion: Earl Felton

Reparto:
- Robert Mitchum: Wilson
- Ursula Thiess: Lisa Kennedy
- Gilbert Roland: Colonel José Escobar
- Zachary Scott: Kennedy
- José Torvay: Gonzalez
- Rodolfo Acosta: Sebastian

Música: Max Steiner

Productora: D.R.M. Productions (EE.UU.-México).

Por Lluís Nasarre. NOTA 8,5

Escobar (refiriéndose a Wilson): "No está loco. Es un águila descalza" 


Normalmente, el western comporta espacios abiertos, grandes llanuras y el anhelo de alcanzar ese (constante) punto que se vislumbra en el horizonte y que significa libertad. Evolucionando los años y los títulos dentro del género, algunos, con esos modos “marcados a fuego” en la grupa de su montura, “han jugado” a acotar espacios en su dramaturgia para ahogar sentimientos, de manera que, todos los que intervienen en ese instante enclaustrado, hagan aflorar y percutir sus demonios interiores en beneficio de la historia, con el bien entendido, que tras la puerta o la ventana les espera “como techo, un cielo lleno de estrellas”. Sin embargo, el movimiento se hace andando, y en otra vuelta de tuerca dramática, también se añadirá al western el concepto “frontera”. Estar a un lado u otro (o en el filo). Llevar a cabo acciones en una banda del Rio Grande porque en la otra no se permiten o bien, cruzar el límite para alcanzar ese (vital) sentido a libertad vedado unas millas más atrás. ¿Grupo salvaje?



En 1954 el habitual colaborador de Anthony Mann, Borden Chase escribió una historia, que adaptada por James R. Webb y Roland Kibbee, Robert Aldrich inmortalizó en celuloide. La descarada e insolente Vera cruz. Para esa ocasión, la virtud de Aldrich fue la de dinamitar algunos códigos genéricos clásicos, confiriendo a su historia una enorme vivacidad y ligereza independientemente de la oscuridad de los personajes y/o el entorno a desarrollar. Ese estupendo enfoque, entre otras cosas, sirvió para abrir la puerta a otros senderos, de manera que, y parafraseando al poeta Paul Eluard “hay otros mundos, pero están en este”. Pues bien, dos años después, Earl Enton, guionista transitador del noir y habitual colaborador de Richard Fleischer, tras aunar esfuerzos en la maravillosa 20.000 leguas de viaje submarino, guioniza una historia propia para trasladarla al cine. Y esto es Bandido.



Algunas fuentes, refieren que Robert Mitchum, que protagonizaría el film, colaboraría en labores de guión. Un hecho éste que si esta vez sirve como anécdota, dos años después habría de convertirse en realidad, al escribir el actor la historia de la interesante Camino de odio. Sin embargo, mi intención ahora pasa por detenerme en Bandido, que co-escrito (o no) en mayor medida por Robert Mitchum, considero que en su ínterin, contiene los suficientes y significativos puntos como para asociarlos perfectamente a la particular idiosincrasia del actor.


Además…para entendernos, Bandido es un western (si podemos denominarlo de ese modo) de la corriente de ¡Agáchate, maldito! Y su referencia anterior a Vera Cruz, de la misma forma que a la película de Leone, no es gratuita en absoluto. En esta ocasión, acompañaremos a Wilson, uno de esos aventureros americanos que en plena guerra civil mexicana, allá por 1916, traspasa la frontera dispuesto a probar fortuna haciendo negocios en conflictos ajenos. Conflictos que tendrán que ver con su relación con el insurrecto Escobar desbaratando los negocios de Kennedy (personaje de idéntica catadura a Wilson), el cual, pretende vender un cargamento de armas al opresor ejército mexicano. Tal empresa no tiene otra finalidad que el lucro personal del propio Wilson y el aprovisionamiento armado de los “pobres” revolucionarios.


Sin embargo, esto es Hollywood y Kennedy tiene… una preciosa esposa, la cual no está mucho por la labor de su marido.


Tras unos créditos similares a los de Vera Cruz, incluida esa nota introductoria que en este caso apunta…”en ciertos lugares fronterizos pasaron unos pocos imprudentes al sur del país…aventureros, tontos y cazadores de fortuna”…el film arranca con un plano secuencia confrontando por un lado a la cantidad de mexicanos que intentan entrar en EEUU con, por el otro, al matrimonio Kennedy llegando a México, siendo alertados por el representante americano de que están accediendo a zona de guerra y que deberían desistir de ese viaje, ya que desde ese instante, él poco podrá hacer por ellos. Kennedy, socarrón le pregunta a su esposa si se ha olvidado de algo a lo que ella responde: “el sentido común nada más”. De este modo Richard Fleischer inicia su relato. Directo. Frontal. Y al corazón del conflicto como solía hacer en los concisos noir del inicio de su carrera. No nos ha de extrañar por tanto que, la aparición de Mitchum, tampoco se haga esperar. Le conoceremos al mismo tiempo que descubriremos, con él, de las desavenencias del matrimonio Kennedy. Provocando que a partir de ese instante, el espectador y Mitchum seremos adláteres.


Lo curioso de un film como Bandido es que de primeras no nos plantea nada que sea novedoso ni tan sólo apasionante. El realismo de su retrato está a años luz de lo que posteriormente reflejará Sam Peckinpah en sus películas. No obstante, será su modo de encararlo mediante unas composiciones escénicas horizontales que proporcionan una gran fisicidad y belleza visual, lo que convierte al film, en un “espectáculo” cinematográfico de primer orden. De ahí que, Sergio Corbucci, para Salario para matar y Los compañeros seguramente lo tuviera presente del mismo modo que a ¡Agáchate, maldito! Porque, al igual que en estas películas, de lo que no podemos sustraernos es del atractivo dinamismo que tiene el relato de Fleischer con la revolución mexicana como excusa o telón de fondo. Aldrich en Vera Cruz y Elia Kazan con Viva Zapata, por poner dos ejemplos de la misma época y en idéntico escenario, añadieron a la columna vertebral de sus historias unas connotaciones ideológicas de las que carece (por voluntad propia) la película de Fleischer. Emiliano Zapata y el Ben Trane de Aldrich, tienen unas convicciones y un pasado que se reflejan perfectamente en sus films condicionando su comportamiento. Por el contario, de Wilson, como del posterior (anti)héroe del spaghetti western apenas conocemos nada…”encenderé una vela por Ud.,…gracias, he corrido muchos riesgos en mi vida y nadie ha rezado por mi”…sólo nos importará el presente y su letal…proceder. De hecho, cuando conoce a Escobar este le llama Alacrán por su picadura venenosa…”una sola y (santiguándose)…Amén”. El mexicano (encarnado con su aplomo característico por Gilbert Roland) rápidamente ve en él, ese aire peligroso del profesional a sueldo. El mercenario pendenciero e inteligente que necesita para su (imposible) causa. Ya se lo dice a su segundo en el mando. “Es un águila descalza”. Definición utilizada por los mexicanos para describir a un ser solitario y que a pesar de estar desarmado, es rápido y expeditivo para resolver los problemas. Pero los problemas de los demás. Wilson no tiene problemas…los soluciona sin importarle nada…”no hay ninguna diferencia entre una causa perdida y un perro muerto. Los dos saben lo mismo”…No obstante, Wilson no cuenta en sus planes, con la aparición de la mujer. Y ello le comporta que tome partido por un bando. Algo que parece ser no es su forma de hacer. Y como quiere llamar la atención de ella, tras una conversación con Escobar, transmuta y el concepto moralidad va cobrando forma en el relato y en su proceder. Es una evidencia que ese requiebro no está desarrollado de la mejor forma por el libreto de Enton. Pero la presencia de Mitchum, amortigua la debilidad del cambio de rumbo. Por obra y gracia del destino pasa de aventurero, a cazador de fortuna y posiblemente tonto. Su aire conquistador, su languidez...”estaba con los rebeldes antes de que me cayera arena en los ojos”…una manera como cualquier otra, para decir que algo ha torcido su visión y…sus intereses. Tras eso, en el vividor aflora su (desconocido) sino de héroe poniendo su corazón al lado de los débiles, aunque ello le comporte quedarse sin dinero.


Con el mismo operador de Vera Cruz, Ernest Laszlo, en Bandido somos espectadores de bellas imágenes que combinan épica y lirismo. Combinación indispensable para la aventura e indisociables de las películas de su director, ahí están Los vikingos o la adaptación de Verne para demostrarlo. Las escenas de acción, con Wilson lanzando granadas desde su hotel mientras bebe whisky; el robo del tren o el montaje de la emocionante escena del final con las lanchas que contienen las armas, mientras los hombres de Escobar se acercan a la playa y van a ser presa de una emboscada, se conjugan perfectamente con algunas de transición, perfectamente integradas en el núcleo de la narración, ya sea por lo acerado de sus diálogos o por su puesta en escena, como esa en la que Wilson volverá a encontrarse con Escobar tras su fracaso y un cortejo fúnebre pasa entre ellos como prefacio …”nunca he esperado el afecto de las balas”…o el momento de la playa entre los amantes que nos retrotrae tímidamente a la memoria De aquí a la eternidad o El rostro impenetrable.



Como apunto, Bandido debe el éxito de su propuesta a la habilidad de Richard Fleischer. De la nada saca una estupenda película de aventuras con canon de western acerca de un tipo para el que la guerra no es más que una aventura que debe darle “buenos pesos”, además divertirle y ya puestos…enamorarlo.


Con idénticas y primigenias intenciones, Robert Mitchum habría de volver a México con la procaz La ira de Dios.


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