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miércoles, 21 de junio de 2017

RÍO CONCHOS

Rio Conchos - 1964

Dirección: Gordon Douglas.
Guion: Joseph Landon y Clair Huffaker.

Intérpretes:
- Richard Boone: Comandante James Lassiter
- Stuart Whitman: Capitán Haven
- Anthony Franciosa: Rodríguez
- Jim Brown: Sargento Ben Franklyn
- Wende Wagner: Sally
- Edmond O’Brien: Coronel Theron Pardee
- Warner Anderson: Coronel Wagner
- Rodolfo Acosta: Bloodshirt

Música: Jerry Goldsmith.
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“¿Desde cuándo prohíben los cinturones azules cazar a los apaches?” (James Lassiter al capitán Haven tras ser detenido por el asesinato de varios indios).



Gordon Douglas (1907-1993) fue uno de esos profesionales de Hollywood capaz de adaptarse a las convenciones de los distintos géneros cinematográficos y obtener productos de notable calidad como el thriller “Corazón de hielo”, protagonizada en 1950 por James Cagney, o el clásico de ciencia ficción “La humanidad en peligro” (1954); aunque fue el wéstern el género en el que quizás más destacó con títulos como “Solo el valiente” (1951), “Quince balas” (1958), “Emboscada” (1959), “Chuka” (1967) y, por supuesto, la película que nos ocupa, su wéstern más logrado.



ARGUMENTO: Dos años después del fin de la Guerra de Secesión, cuatro hombres (un ex oficial confederado, un capitán nordista, un mexicano y un sargento negro) se internan en territorio de México con la intención de recuperar una partida de rifles de repetición en poder de un antiguo coronel que no acepta la rendición del Sur y pretende reiniciar, con el apoyo de los apaches, el conflicto bélico.



Al igual que haría con la admirable “El detective” (1967), renovando el thriller al tratar temas como la corrupción generalizada o la homosexualidad y presentarnos a un policía que se anticipa a los protagonistas de este tipo de filmes durante la década siguiente, con “Río Conchos” Gordon Douglas, de la misma manera que Joseph Newman con la excelente “Fort Masacre” de 1958 (ya comentada en este blog), comenzó a modernizar el género cinematográfico por excelencia, mostrando cuál sería el camino del mismo a partir de mediados de los sesenta.



Debemos tener en cuenta que esta década supuso la pérdida de la inocencia por parte de la sociedad norteamericana que comenzó a percibir, a través de corrientes contestatarias como los movimientos hippie y racial o acontecimientos de la envergadura del asesinato del presidente Kennedy (1963) y la intervención en la Guerra del Vietnam, como se tambaleaban principios básicos de su forma de vida hasta ese momento no cuestionados.



Como consecuencia de ello quedó obsoleta la visión idealizada de la conquista del Oeste proporcionada por los directores clásicos, aunque esta corriente siguió estando presente durante la década en realizadores como Hawks o Hathaway, así como de los héroes que la protagonizaron.










“Río Conchos” es, por tanto, fiel reflejo de su época y nos va a mostrar un Far-West más realista habitado por personajes alejados del prototipo del héroe clásico. Así, nos encontramos con James Lassiter, un hombre de honor pero trastornado hasta el desgarramiento interno por el asesinato de su mujer e hijo a manos de los apaches, a los que profesa un odio visceral y se dedica a asesinar. Es un muerto en vida para el que la misión supondrá una razón para sobrevivir además de poder saciar su sed de venganza. Un personaje muy interesante, sin duda centro de la película, que eclipsa al resto de compañeros, gracias también a la portentosa interpretación de Richard Boone, y cuyos antecedentes los podemos encontrar en el Ethan Edwards de “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y en el sargento Vinson de la mencionada “Fort Massacre”. El capitán Haven, encarnado por Stuart Whitman quizás el más flojo de todos los intérpretes, que persigue restituir el honor perdido puesto que era él el oficial al mando del destacamento al que robaron las armas, además de presentárnoslo como un soldado ambicioso que ve la oportunidad de un ascenso con la empresa que emprende (las alusiones son constante, sobre todo por parte de Lassiter). Rodríguez, al que da vida en una gran composición Tony Franciosa, un vividor, mujeriego, bebedor y jugador tan sólo fiel a sí mismo que intentará obtener el mayor rédito económico a su aventura. El sargento Franklyn, encarnado por el gran jugador de futbol americano y posterior estrella del cine blaxpoitation Jim Brown en su debut en la gran pantalla, quizás el personaje más cercano al héroe clásico al actuar motivado por su deber como soldado y mostrarse el más humano del grupo. Y junto a ellos la figura de Theron Pardee, al que dio vida Edmond O’Brien, un megalómano oficial sudista que se resiste a la rendición y pretende volver a encender la mecha del conflicto armado; aunque su plan se rebelará tan artificial como la gran hacienda que preside el río Conchos.
De una lectura profunda del filme otras dos cuestiones han suscitado mi interés:



El tema del racismo, muy presente en la película. Así no es casualidad que el cuarteto principal esté configurado por dos anglosajones, un mexicano y un negro, al que se unirá una india apache; planteándose a lo largo del filme el necesario entendimiento entre las distintas razas, e incluso al final se apuntará una posible relación entre la apache y uno de los personajes. Por otra parte, la escena del enfrentamiento en la cantina al negarse el dueño a servir a Franklyn por ser negro es una clara alusión a la Ley de Derechos Civiles, aprobada en julio de 1964, que puso fin a la segregación racial en los EEUU.



Las veladas referencias a la política exterior estadounidense con la creciente proliferación de asesores en el continente americano y sobre todo en Vietnam, tras autorizar el presidente Johnson en agosto de 1964 (Resolución del Golfo de Tonkín) que los asesores militares pudieran realizar acciones militares fuera de sus bases. Respecto a esta cuestión el filme presentaría semejanzas con  “Mayor Dundee” (1965, Sam Peckinpah) que fue entendida por parte de la crítica cinematográfica como una alegoría de la intervención estadounidense en el conflicto asiático.



No obstante, si hacemos abstracción de las consideraciones anteriores, la película se puede disfrutar como una gran cinta de aventuras perfectamente rodada por Douglas en la que los protagonistas vivirán su personal descenso a los infiernos, un viaje a la locura, a un mundo sin civilizar presidido por la barbarie y en el que impera la ley del más fuerte. De ahí que el director no sólo incremente la violencia sino que la aborda con mayor crudeza; así el filme se inicia con una gran e impactante secuencia en la que Lassiter acaba a sangre fría con varios indios inermes, y a esta le suceden, por ejemplo, la del rancho en el que encuentran a una mujer ultrajada y agonizante que culmina con un enfrentamiento brutal con los apaches (magnífica escena estupendamente rodada), o la de la tortura de los principales personajes. Violencia que, de nuevo, anuncia el devenir del wéstern norteamericano.



A la perfecta labor de Douglas hay que sumar el trabajo de grandes profesionales como Clair Huffaker, escritor y guionista, que curiosamente había abordado esta cuestión aunque con un tono diferente en “Los comancheros” (1961); Joseph McDonald como director de fotografía; y, sobre todo, Jerry Goldsmith que compuso una gran banda sonora en cuyo tema principal, como también haría Morricone para los filmes de Sergio Leone, introdujo el sonido de un látigo.



“Río Conchos”, un filme fundamental en el desarrollo del wéstern norteamericano que, a mi entender, no cuenta con el reconocimiento que merece por lo que es urgente su reivindicación.

TRAILER:


miércoles, 31 de mayo de 2017

CUARENTA PISTOLAS

Forty Guns - 1957

Dirección: Samuel Fuller
Guion: Samuel Fuller
 

Intértretes:
- Barbara Stanwyck: Jessica Drummond
- Barry Sullivan: Griff Bonnell
- Dean Jagger: Sheriff Ned Logan
- John Ericson: Brockie Drummond
- Gene Barry: Wes Bonnell
- Richard Dix: Chico Bonnell
- Hank Worden: Marshall John Chisum
 

Música: Harry Sukman.
Productora: Globe Enterprises, Twentieth Century Fox

País: Estados Unidos

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


“A veces hay que descargar la tensión” “Si no sabes montar un caballo sin espuelas, no puedes cabalgar. Dame tus armas” (Conversación entre Brokie Drummond y su hermana Jessica).



Sam Fuller (1912-1997) estaba en un gran momento tras haber rodado importantes filmes tanto en el género bélico (“Casco de acero” y “A bayoneta calada”, ambas de 1951) como en el noir (“Manos peligrosas” de 1953 y “La casa de bambú” de 1955), cuando en 1957 decidió regresar al género con el que comenzó su carrera cinematográfica. Así en este año abordó dos westerns muy diferentes: la antirracista “Yuma” y la película que nos ocupa que, producida a través de su recién creada compañía Globe Enterprises, se convirtió en uno de los wésterns más personales en el que, al igual que hiciera Nicholas Ray en “Johnny Guitar” (1954), subvirtió el papel de la mujer en este género al presentarnos a una Jessica Drummond, estupenda Barbara Stanwyck, como una gran terrateniente dueña de haciendas y personas; un papel reservado generalmente a protagonistas masculinos.


ARGUMENTO: Griff Bonnell, un agente federal, se traslada a un pueblo del condado de Cochise controlado por Jessica Drummond con el objeto de reestablecer la paz y el orden. Pronto surgirá una fuerte atracción entre el agente y la poderosa ranchera.



Estamos ante un wéstern de autor convertido en película de culto. Un filme vigoroso y anticonvencional en el que Fuller dio rienda suelta a su capacidad creativa, apreciable desde su inicio con la presentación de Jessica Drummond vestida de negro a galope sobre un caballo blanco y acompañada de sus cuarenta hombres (las pistolas a las que alude el título) en el que el director utiliza sabiamente tanto el cinemascope como la grúa y nos aporta planos de gran originalidad como aquellos tomados al situar la cámara debajo de la carreta. A continuación nos muestra la llegada al pueblo de Griff y sus hermanos para en la siguiente escena obsequiarnos con un doble travelling hacia adelante y hacia atrás que culmina con la utilización de la cámara subjetiva con el objeto de que conozcamos las deficiencias en la visión de un personaje. Cinco minutos apabullantes que marcan cómo será la dirección de la película: excelentes planos secuencia; abundantes y larguísimos travellings (extraordinario el del comedor de la casa de Jessica, para la que recuperó la famosa hacienda Tara de “Lo que el viento se llevó”); perfecta utilización de la grúa; planos originalísimos como aquel en el que sitúa la cámara en el interior del cañón de un rifle, que sería popularizado por los títulos de crédito de la serie James Bond; maravillosas panorámicas junto con planos detalle de los ojos o de las piernas de los protagonistas; picados y contrapicados extremos, cuyo máximo exponente es la escena del intento de atentado contra Griff; etcétera.



 

Pero no se trata de un ejercicio de estilo vacío sino que se pone al servicio de una historia, escrita por el propio Fuller, de una mayor complejidad y profundidad de lo que en principio podría parecer y  a través de la cual aborda temas como:



-    La corrupción institucional representada fundamentalmente por el sheriff Logan, estupendamente interpretado por el veterano actor Dean Jagger. Un individuo capaz de envilecerse por amor a Jessica (llega a permitir que sea asesinado un preso en su cárcel) y que no soportará el trato igualitario recibido por esta. Al mismo tiempo hay constantes referencias a los contactos de la terrateniente con cargos políticos, mostrándose de esta forma el poder del gran capital sobre la política, y a la apropiación de impuestos de la población de Cochise por parte de Jessica.



-    El ejercicio despótico del poder, llevado a cabo por la señora Drummond a través de sus cuarenta hombres que tienen atemorizado al condado. Fuller equipara, en esta ocasión, fuerza a poder.



-    La legitimación de la violencia representada en el personaje de Griff Bonnell, un agente con “licencia para matar”. Es un hombre harto de su vida como le confiesa a Jessica al afirmar: “Sabes por qué odio las peleas, porque nunca fallo”. No obstante se dejará llevar por su odio y no dudará en disparar sobre Jessica, a la que utilizaba un personaje como escudo, para después, y una vez que este estaba desarmado, ejecutarlo a sangre fría. Actitud impensable en un héroe clásico que anticipa las corrientes venideras en el wéstern.



-    El fin de una era y con ella de una forma de vida. Hecho del que son conscientes tanto Jessica como Griff. Su tiempo se les escapa de las manos y sus respectivos mundos se desmoronan. Fuller lleva a cabo una mirada nostálgica a un mundo que se acaba, perfectamente resumido por Jessica al hablar de la última frontera y señalar que: “No hay más ciudades que pacificar, ni hombres que detener”.



-    El sexo como estímulo de las conductas. Así, Brockie Drummond, hermano pequeño de Jessica, es un individuo despreciable que se protegerá hasta el final tras su hermana y aprovechará su situación privilegiada para obtener los favores de las mujeres a las que luego no tendrá escrúpulos para abandonar. Mientras que Jessica y Griff desde el inicio se sentirán atraídos mutuamente y vivirán un apasionado romance que marcará sus vidas. Pasión amorosa simbolizada magistralmente en un tornado al que le sucederá la calma en una gran escena situada en una cabaña. El guion cuenta además con extraordinarios diálogos en los que las connotaciones sexuales están muy presentes, como el que he destacado al inicio de la reseña o el que sostienen Jessica y Griff: “No me interesa usted señor Bonnell, sino su pistola ¿Puedo cogerla?” pregunta Jessica, a lo que este responde “No”. “Es simple curiosidad” insiste, y Griff  le advierte “Podría estallarle en la cara”. “Me arriesgaré”, termina objetando la primera.



-    El amor como elemento redentor. Sólo a través de él los dos personajes principales podrán redimirse de sus vidas pasadas; aunque será Jessica quien se mostrará superior moralmente a Griff ya que será capaz de perdonar. Respecto a esta cuestión el agente de la ley llega a afirmar: “No soy un gran hombre. Hay que serlo para perdonar”.



Quizás la principal limitación del filme pueda achacarse a su protagonista, ya que Barry Sullivan carecía del carisma y de los recursos interpretativos tanto para dar vida al complejo agente de la ley, como para enfrentarse a una actriz con la personalidad de Barbara Stanwyck.



Película, por tanto, compleja y ruda en la que Fuller muestra una violencia seca, sin ningún tipo de efectismo y responde a la definición que dio de un filme durante el rodaje de “Pierrot el loco”: “Una batalla. Amor, odio, acción, violencia y muerte. En una palabra emoción”; porque todo eso es “40 pistolas”.






miércoles, 17 de mayo de 2017

FORT MASSACRE

Fort Massacre - 1958

Dirección: Joseph M. Newman
Guion: Martin Goldsmith

Reparto:
- Joel McCrea: Sargento Vinson
- Forrest Tucker: Soldado McGurney
- Susan Cabot: India
- John Russell: Soldado Robert W. Travis
- Anthony Caruso: Pawnee
- Denver Pyle: Soldado Collins

Música: Marlin Skyles
Productora: The Mirisch Corporation
País: Estados Unidos
Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“El odio va creciendo en tu interior hasta que acaba con cualquier otro sentimiento: dolor, amor e, incluso, temor” (Conversación entre el sargento Vinson y el soldado Robert W. Travis) 


Primera película de Walter Mirisch a través de la recién creada The Mirisch Corporation, productora independiente responsable de wésterns como “Misión de audaces” y “Los siete magníficos”; thrillers del nivel de “En el calor de la noche”, por la que obtuvo el Oscar; o todas las comedias desde finales de los cincuenta y durante la década de los sesenta dirigidas por Billy Wilder.


Para su primera producción escogió a Joseph M. Newman, un correcto profesional que había dado muestras de su valía con los estupendos thrillers “Al filo de la vida” (1950) y “Travesía peligrosa” (1953); quien con “Fort Masacre” filmaría su mejor western, género al que volvería con la interesante “El sheriff de Doge City” (1959) película, también protagonizada por Joel McCrea, sobre la dualidad entre la justicia y la ley; y la fordiana “Fort Comanche” (1961), adaptación de una novela corta de James Warner Bellah recientemente publicada por Valdemar en su indispensable colección Frontera.


ARGUMENTO: Tras haber sido prácticamente aniquilada la compañía C, incluidos los oficiales, toma el mando el Sargento Vinson con el objeto de regresar a Fort Crane, situado a unas 100 millas de distancia. Pronto los soldados supervivientes recelarán de él al sospechar que sus intenciones son diferentes.


Si hay un adjetivo que puede definir a este filme es moderno ya que, rodado a finales de los cincuenta, anticipa la evolución de este género desde aproximadamente mediados de la década siguiente. Así no es difícil apreciar en esta película el germen de filmes tan destacados como “Río Conchos” (Gordon Douglas, 1964) o “La venganza de Ulzana” (Robert Aldrich, 1972) o los wésterns de Sam Peckinpah (al igual que ocurría en “Mayor Dundee”,  filmada por el director californiano en 1964, la cinta comienza y finaliza con las palabras escritas en un diario de uno de los supervivientes).

¿Y cuáles son esas características que anticipan el devenir del género en los años sucesivos?


En primer lugar, la visión nada heroica del Oeste al estar habitado por unos individuos a los que tan sólo les motiva su propia supervivencia y alcanzar una meta, Fort Crane. Así uno de los soldados ante la posibilidad de tener  que proteger una caravana llega a preguntarse: “¿Quién quiere morir por un grupo de colonos?”


También nos encontramos con un tratamiento más explícito de la violencia que culmina con el apocalíptico enfrentamiento final, excelentemente rodado por Newman, de los supervivientes con una partida de indios que les doblan en número. Una matanza inútil que quizás se podría haber evitado. Se trata de un final profundamente nihilista acorde con el tono desesperanzado de la película.

Por último, debemos señalar a  los protagonistas. Son personajes  alejados de los estereotipos de este género que a lo largo del filme irán mostrando sus sentimientos y temores. De entre todos ellos destacan dos:


- El soldado Travis, muy bien interpretado por John Russell (1), un hombre culto y reflexivo pero también dubitativo e incapaz de tomar sus propias decisiones (ante la pregunta del sargento en el sentido de que nunca tiene una opinión, no duda en responder “Sí, odio los terremotos”); aunque al final tendrá que tomar una resolución drástica. Es un personaje puente entre el resto de los soldados que cuestionan la autoridad del sargento Vinson y el propio sargento, intentando en todo momento comprender a este y los motivos que inducen sus actos.


- El sargento Vinson, claro antecedente del comandante Lassiter en la mentada “Río Conchos”, al que dio vida Joel McCrea. Estamos ante uno de los papeles más oscuros del intérprete de California. Un individuo dual que se debate entre el cumplimiento de su deber y el odio cerval que siente por los pieles rojas al haber asesinado estos a su mujer e hijos. Un ser torturado del que no conoceremos sus verdaderas motivaciones hasta el final de la película.


Y es el hecho anterior uno de los elementos más positivos del wéstern, puesto que Newman nos aportará sobre el sargento Vinson la misma información que tiene el soldado Travis; por lo que, como él, dudaremos durante casi todo el metraje del comportamiento del suboficial sin poder adoptar una opinión firme sobre su conducta, máxime teniendo en cuenta que es un hombre capaz de mostrarse convincente a la hora de razonar su forma de actuar. ¿Es por su odio capaz de sacrificar a sus hombres con tal de acabar con el mayor número de indios o hizo lo que pensaba que era mejor en cada momento? Duda, que como ya he comentado, se resolverá al final del filme. En este sentido creo que fue un acierto contar con Joel McCrea, actor prototipo del héroe clásico, con el objeto de acentuar aún más la incertidumbre sobre su personalidad.



Sin duda, respecto a este planteamiento tuvo una importancia decisiva el concurso del guionista Martin Goldsmith (autor del magnífico libreto de “Detour”, un clásico del cine negro B) que despachó un magnífico guion con excelentes diálogos a través de los cuales abordó temas como el odio racial, el abuso de autoridad, la falta de capacidad para ejercer el liderazgo o el obligatorio sometimiento a la autoridad, que queda perfectamente definida por el soldado McGurney (típico veterano indisciplinado al que dio vida convincentemente el habitual Forrest Tucker) al preguntarse en voz alta en referencia al sargento Vinson si es traición odiar a un carnicero.


La estupenda fotografía de Carl E. Gutrie, con unos paisajes magníficamente retratados, que dota a la película de una atmósfera opresiva a pesar de estar rodada totalmente en exteriores, redondea un gran propuesta situada muy por encima de otros westerns de serie B, por lo que merece ser rescatada del olvido.


(1) Actor con un imponente físico, medía 1,91 metros, y evidente talento fue un rostro habitual de este género desde finales de los años cuarenta, apareciendo en títulos tan destacados como “Cielo amarillo” (William Wellman, 1948) como el rijoso compañero de Stretch; “Frenchie” (Louis King, 1950) en la que coincidió con Joel McCrea; “La última orden” (Frank Lloyd, 1955) sobre la batalla de El Alamo; “Río Bravo” (Howard Hawks, 1959) en el rol del poderoso Nathan Burdette; o “Emboscada” (Gordon Douglas, 1959) en la que encarnó a un piel roja. Incluso protagonizó la serie “Lawman” de la que se filmaron 156 episodios a lo largo de cinco años. A partir de mediados de los sesenta comenzó su decadencia motivada, entre otras razones, por sus problemas con el alcohol; siendo rescatado por Clint Eastwood en dos títulos muy significativos de su filmografía wéstern: “El fuera de la ley” (1975) y “El jinete pálido” (1985).

miércoles, 3 de mayo de 2017

TAMBORES APACHES

(Apache drums - 1951)

Dirección: Hugo Fregonese
Guion: David Chandler

Reparto:
- Stephen McNally: Sam Leeds
- Coleen Gray: Sally
- Willard Parker: Joe Madden
- Arthur Shields: Reverendo Griffin
- James Griffith: Teniente Glidden

Música: Hans J. Salter.
Productora: Universal International Pictures
País: Estados Unidos


Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“Hay quienes siembran. Quienes trabajan por lo que quieren. Yo sólo recojo. Es mi obligación” (Conversación de Sam, un jugador, con Sally).


Última película y única filmada en color del mítico productor prematuramente desaparecido Val Lewton, recordado por sus indispensables filmes de terror realizados durante la década anterior: “La mujer pantera” (Jacques Tourneaur, 1942), “La séptima víctima” (Mark Robson, 1943) o “El ladrón de cuerpos” (Robert Wise, 1945). En esta ocasión formó tándem con Hugo Fregonese, director de origen argentino ubicado a principios de la década de los cincuenta en Hollywood, en donde rodó algunas westerns interesantes como “Denbow” (1952), “Soplo Salvaje” (1953) o “Fugitivos rebeldes” (1954); para continuar su trayectoria dirigiendo coproducciones en Europa y terminar regresando a su Argentina natal.


ARGUMENTO: La ciudad minera de Spanish Boot sufrirá el ataque de los apaches. Sam Leeds, un jugador expulsado de la urbe tras haber disparado contra dos ciudadanos, se convertirá en el inesperado líder de la resistencia contra los pieles rojas.


La película se enmarca dentro de lo que se denominó serie B, es decir producciones modestas, de duración escasa (en este caso apenas 75 minutos), sin grandes estrellas y destinadas a rellenar las sesiones dobles en las salas. Pero esto no supone que no constituyesen propuestas ambiciosas, dentro de sus limitaciones, tanto desde el punto de vista estético como temático. Y buena prueba de ello es este filme, que presenta ciertos aspectos muy interesantes.


En primer lugar la visión del Oeste, que se desmarca de la imagen generalmente idílica de los wésterns de esta época gracias, sobre todo, a tres personajes:


- El protagonista, Sam Leeds, un jugador alejado del prototipo de héroe clásico. Aquí se nos presenta como un hombre pendenciero, tendente a transgredir las leyes y al que no le importa poner en peligro a los ciudadanos con la excusa de la escasez del agua, cuando en realidad su decisión también se debe a su vanidad y tiene por objeto poner en evidencia al alcalde con el que está enfrentado por el amor de una mujer. Pero al mismo tiempo es un hombre franco, honesto y el único que no mantiene una actitud xenófoba respecto a los indios. La elección del actor para interpretarlo fue muy afortunada, ya que Stephen McNally estaba especializado en villanos y sabe aportar a su personaje la ambigüedad que requería.


- El alcalde, interpretado por Willard Parker, un hombre honrado y valiente, realmente preocupado por su comunidad a la que intenta proteger, como lo demuestra al final. Pero al mismo tiempo demasiado estricto con el cumplimiento de la ley, por lo que su rectitud se convertirá en un defecto. Así expulsará a las prostitutas de la ciudad provocando su aniquilación por los indios y se mostrará inflexible con Sam, quizás por la rivalidad anteriormente citada.


- El reverendo Griffith, al que dio vida el fordiano Arthur Shields, un individuo ambiguo y cargado de prejuicios. Junto con el alcalde será el causante de la expulsión de las prostitutas y mostrará constantemente su racismo y odio desmesurado hacia los indios, incluido el explorador del ejército; aunque también será capaz de jugarse la vida para proteger la de los colonos o de, al final, rezar junto al citado explorador; reconociendo, de esta forma, su error.


Igualmente, y a pesar de que los apaches carecen de cualquier tipo de tratamiento y parecen una fuerza de la naturaleza más que personajes, la película en su prólogo expone las causas por las que los indios se han levantado en pie de guerra al estar su territorio dividido entre dos estados, hecho que origina escasez y hambre. Así el salvajismo de los apaches aparece como la respuesta natural frente a la intolerancia del hombre blanco. Planteamiento bastante progresista teniendo en cuenta el año de producción de la película.


Si desde el punto de vista de su contenido la película es muy sugerente, no lo es menos estéticamente. Desde el primer plano que recuerda obligatoriamente al inicio de “Centauros del desierto”, al situar Fregonese la cámara en el interior de una estancia totalmente oscura y enfocar el exterior a través de la puerta; pasando por la estupenda presentación del protagonista con el objeto de acrecentar su ambigüedad moral o el sabio manejo de la cámara del director tanto en interiores como en exteriores; hasta llegar al estupendo y originalísimo clímax final, de aproximadamente media hora, desarrollado en la iglesia. Una noche infernal, en donde la mano de Val Lewton se antoja decisiva, con los protagonistas acosados en el interior del templo mientras escuchan los tambores de guerra de los indios a los que no pueden ver al encontrarse en un edificio escasamente iluminado (los asediados tan sólo dispondrán de velas) y cuyos únicos vanos están situados prácticamente en el techo; por lo que los colonos sólo pueden divisar a sus enemigos cuando saltan hacia el interior. Enemigos que, además, llevan sus cuerpos totalmente recubiertos con pinturas lo que les otorga cierto aspecto fantasmagórico o monstruoso, acentuado por el hecho de que al haber sido incendiado el pueblo y vislumbrarse por las ventanas las enrojecidas llamas (maravilloso tratamiento del color) parecen seres salidos del infierno. Todo ello consigue una atmósfera y una tensión, agravada porque los protagonistas al igual que el espectador no saben lo que realmente está ocurriendo fuera de las cuatro paredes de la iglesia, más cercanas al cine de terror o al fantástico que al wéstern.


Filme, por tanto, lleno de hallazgos en el que el escaso presupuesto se suple con talento e imaginación. Y son precisamente sus aciertos los que lo han convertido para determinados sectores, sobre todo en Europa, en una película de culto.