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jueves, 8 de febrero de 2018

DESAFÍO EN LA CIUDAD MUERTA

(The law and Jake Wade, 1958)

Dirección: John Sturges
Guion: William Bowers

Reparto:
- Robert Taylor: Jake Wade
- Richard Widmark: Clint Hollister
- Patricia Owens: Peggy
- Robert Midleton: Ortero
- Henry Silva: Rennie
- De Forest Kelly: Wexler
- Burt Douglas: Teniente
- Eddie Firestone: Burke

Música: Fred Steiner
Productora: Metro Goldwyn Mayer (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“¿Qué era lo que solíamos decirle, Jake? Solíamos decirle…Ah sí, sí. Le decíamos, Wexler puedes matar a quien te dé la gana porque este es un país libre. Pero si lo haces con odio lo único que acabarás es con la bilis revuelta” (Clint conversando con Jake acerca de la actitud mostrada por Wexler).


Cuando recordamos a Robert Taylor, rebautizado como “el hombre del perfil perfecto”, la imagen que tenemos de él es la del galán en numerosos melodramas de la década de los treinta (“Sublime obsesión” de John M. Stall es un claro ejemplo) o la de espadachín y caballero medieval en las maravillosas películas de aventuras producidas por la Metro Goldwyn Mayer dos décadas después. No en vano, era el rival natural en este género de Tyrone Power, incluido en la nómina de la Twentieh Century Fox, y ambos los sucesores de un prematuramente avejentado Errol Flynn, cuyos mejores filmes de aventuras los protagonizó mientras le duró su contrato con la Warner Brothers.



Sin embargo, Taylor protagonizó, sobre todo durante la década de los cincuenta, una serie de wésterns muy interesantes en los que nos ofreció un notable cambio de registro, abandonando su eterna sonrisa y mostrándonos un perfil más duro. Así fue, sucesivamente, un indio despojado injustamente de sus propiedades en “La puerta del diablo” (Anthony Mann, 1950), un misógino conductor de caravanas en “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951), un fuera de la ley arrepentido en “Una vida por otra” (John Farrow, 1953), un cazador psicópata y racista, uno de sus papeles más oscuros, en “La última caza” (Richard Brooks, 1956), un ranchero enfrentado fatalmente a su hermano en “Más rápido que el viento” (Robert Parrish, 1958), el sheriff, antiguo forajido, en la película objeto de esta reseña o el inflexible hombre de la ley en “El justiciero” (Michael Curtiz, 1959). Películas que, si bien no suelen aparecer en las listas relativas a los mejores wésterns, si constituyen un corpus cinematográfico envidiable en este género.



ARGUMENTO: Jake Wade, un exforajido, salva a Clin Hollister, antiguo camarada, de la horca. Tras separarse, Clint lo localizará y con su banda lo secuestrará junto a su novia para que le guíe al lugar en donde enterró un botín de veinte mil dólares. En el intento de recuperar el producto de su robo el grupo deberá hacer frente no solo a la tensión surgida durante el viaje, sino también a una partida de indios comanches en pie de guerra.



Nos visita de nuevo en este blog John Sturges. En esta ocasión con un filme rodado entre dos de sus wésterns de mayor éxito, “Duelo de titanes” (1957) y “El último tren de Gun Hill” (1959) con el que esta película presenta ciertos elementos en común al enfrentar a dos viejos camaradas.



La historia, no demasiado original, está estructurada en tres partes claramente diferenciadas:



La introducción, con el rescate de Clint por parte de Jake, saldando de este modo una antigua deuda. Para a continuación sorprender la película al espectador al mostrárnoslo como el marshall de otro pueblo. Este tramo finalizaría con el secuestro del sheriff y de su prometida por parte de la banda de Clint.



La parte central, en la que se desarrolla el viaje hacia el pueblo fantasma en donde enterró Jake el botín. Constituye un tramo fundamental para ir conociendo el carácter de los principales personajes y sus relaciones; y se caracteriza por la búsqueda por parte de Jake de las fisuras en el grupo que le permitan huir. Al estar rodada en exteriores (en concreto en el Parque Nacional del Valle de la Muerte) destaca el inmenso trabajo del gran director de fotografía Robert Surtees (con tres Oscars y dieciséis nominaciones).



El desenlace en la ciudad fantasma. Esta parte se caracteriza básicamente por el incremento de las escenas de acción con, primero, el ataque de los comanches sufrido por el grupo protagonista en el pueblo fantasma, muy bien rodado por Sturges y en el que destaca una escena en el interior del saloon iluminado como si estuviéramos contemplado una película de terror, y, en segundo lugar, con el anunciado y anhelado duelo protagonizado por los dos excamaradas.



Por tanto, nos encontramos con un filme protagonizado por bandidos u hombres de pasado oscuro en el que cobra una gran importancia como escenario principal un pueblo abandonado; pudiéndose rastrear la huella en esta película de, no sólo, un título tan significativo como “Cielo amarillo” (William Wellman, 1948), filme reseñado y también coprotagonizado por Richard Widmark, sino también de otras propuestas más modestas pero no carentes de interés como son “Emboscada en Tomahawk Gap” (Fred F. Sears, 1953) o “Quantez” (Harry Keller, 1957).



Curiosamente, además, el personaje principal presenta grandes semejanzas con el de “El hombre del Oeste”, otra producción de 1958 dirigida en esta ocasión por Anthony Mann. Efectivamente, tanto Jake como Link Jones son exdelincuentes aparentemente reinsertados que han logrado ganarse el respeto, la confianza y la amistad de los vecinos de su comunidad pero a los que visitará su pasado encarnado en sus antiguos compañeros, y ambos tan sólo contarán con una salida como medio para olvidar definitivamente a este: eliminar el último eslabón que les une a él, sus antiguos socios.

De esta forma la película se desarrolla a través de dos grandes ejes temáticos. Por una parte, el peso del pasado y las dificultades para reinsertarse en la sociedad y rehacer sus vidas por parte de antiguos delincuentes. Y por otra, el tema de la amistad, más concretamente el de la traición a esa amistad.



Así, Jack Wade, un Robert Taylor en una actuación muy sobria y quizás demasiado contenida por lo que bordea la rigidez, es un antiguo forajido que tras un hecho terrible (en el último asalto a un banco mató accidentalmente a un niño) decide abandonar esa vida. Nos lo encontramos perfectamente integrado en su nueva ciudad ocupando el puesto de marshall e, incluso, está prometido con una joven adinerada. Pero la llegada de sus antiguos compinches le devolverá a aquella época de su existencia que pretende olvidar, convirtiéndose esta en una pesadilla. Mientras que Clint Hollister, un Richard Widmark dando vida a uno más de sus inolvidables villanos, encarna el dolor de quien ha sido traicionado por aquel en quien más confiaba y al que más apreciaba. Su resentimiento con Jake no se debe tanto al hecho de que se llevara los veinte mil dólares del botín como a la forma de hacerlo por parte del ahora sheriff. De hecho son constantes los reproches de este a Jake. De esta forma le comentará: “Lo que sé es que si hubieras tenido honor no hubieras abandonado a un amigo”; más tarde confesará a Peggy delante de él: “Necesite una semana para comprender que había huido de mí”; y, por último, le preguntará: “¿Por qué no fuiste a decirme con sinceridad, Clint yo me retiro? ¿Por qué no lo hiciste?” Incluso son tales los sentimientos albergados hacia Jake que dudará en el instante final del duelo.



Ese concepto de la amistad lleva al espectador a simpatizar con él a pesar de ser un individuo vengativo, extremadamente cínico, violento y misógino (para él las mujeres son un estorbo y las llega a comparar con una pierna rota). Dicha misoginia, junto a su resentimiento hacia Jake y algunas frases citadas por miembros del grupo como, por ejemplo, que su ex-camarada era la persona a la que más había querido, ha dado pie para que determinados críticos hayan advertido la existencia de una relación de tipo homosexual entre ambos.




En todo caso, es un personaje más atractivo que el honrado, digno y ahora integro sheriff; y sin duda la grandísima actuación de Richard Widmark lo convierte en el gran protagonista de la película, eclipsando al resto del reparto compuesto por Patricia Owens como Peggy, un papel poco interesante y totalmente prescindible; un siempre eficaz Robert Middleton dando vida a Ortero, un miembro de la banda que se debatirá entre su lealtad a Clint y el recuerdo de su viaje amistad con Jake; Henry Silva, una especie de clon de Jack Palance, al que le tocó en suerte Rennie un pistolero psicópata con una niñez traumática, personaje muy apropiado a su físico que ya había interpretado un año antes en “Los cautivos” (Budd Boetticher); y De Forest Kelly, antes de hacerse famoso como el Doctor McCoy en Star Trek, encarnando al impulsivo Wexler.



“Desafío en la ciudad muerta” es, en definitiva, un notable wéstern brillantemente dirigido por un gran especialista como John Sturges que, aunque no tan redondo como “Duelo de titanes” (1957) ni tan popular como “Los siete magníficos” (1959), ambas objeto de reseña, ocupa un lugar destacado en este género.



Como curiosidad comentaros que el compositor contratado era Bronislau Kaper, pero en ese momento los músicos de Hollywood se pusieron en huelga y, al parecer, tuvieron que utilizar temas procedentes de otros filmes para completar la banda sonora de este.




miércoles, 10 de enero de 2018

LANZA ROTA

(Broken lance, 1954)

Dirección: Edward Dmytryck
Guion: Richard Murphy basado en una historia de Philip Yordan

Reparto:
- Spencer Tracy: Matt Devereaux
- Robert Wagner: Joe Devereaux
- Jean Peters: Barbara
- Richard Widmark: Ben Devereaux
- Katy Jurado: Señora Devereaux
- Hugh O’Brian: Mike Devereaux
- Eduard Franz: Two Moons
- Earl Holliman: Denny Devereaux
- E. G. Marshall: Horace-The Governor
- Carl Benton Reid: Clem Lawton

Música: Leigh Harline
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,5

"No lo sé. Un hombre que es capaz de arrojar 10.000 dólares en una escupidera me pone nervioso” (Ben a sus hermanos Mike y Denny tras haber rechazado Joe su ofrecimiento).


“Lanza rota” es un claro ejemplo de la evolución del wéstern desde finales de la década de los cuarenta y durante los diez años siguientes, con producciones cuyas tramas eran cada vez más complejas y con un mayor peso de las situaciones dramáticas y de los conflictos psicológicos entre los personajes. De hecho, la película que nos ocupa es un remake ubicado en el Lejano Oeste de “Odio entre hermanos”, drama con elementos de noir dirigido por Joseph Leo Mankiewicz en 1949 y producido, al igual que este filme, por Sol C. Siegel durante su etapa en la Twentieth Century Fox.



Además fue uno de los primeros wésterns, junto a “El jardín del diablo” (película dirigida por Henry Hathaway en 1954 ya reseñada en el blog), rodado en CinemaScope, sistema de filmación lanzado por la Twentieth Century Fox en 1953 con “Cómo casarse con un millonario” y “La túnica sagrada”, del que Edward Dmytryck obtiene un gran partido (de hecho la primera secuencia parece concebida para mostrarnos las inmensas posibilidades del nuevo sistema).



ARGUMENTO: Joe Devereaux, hijo del magnate ganadero Matt, tras salir de la cárcel jura vengarse de sus tres hermanastros causantes de la muerte de su padre.

Partiendo de un ambicioso guion de Richard Murphy, basada en una historia de Philip Yordan por la que irónicamente recibió el único Oscar de su carrera, en el que se podían apreciar influencias tanto de Shakespeare, en concreto “El rey Lear”, como de la Biblia con el pasaje sobre Caín y Abel, Edward Dmytryck rodó, a través de un extenso flashback, un filme sobre la decadencia de un imperio ganadero y la rivalidad surgida en el seno familiar. Una película no lograda del todo en el que abordó varios temas.



La evolución del Lejano Oeste y con ello la construcción de un país.

Nos encontramos en las últimas décadas del siglo XIX y se ha consumado, prácticamente, la conquista del territorio despojando a sus propietarios legítimos, los nativos norteamericanos, de sus tierras. Es un mundo nuevo en el que los conflictos ya no se solventan con las armas sino a través de la ley. Matt Devereaux, el patriarca familiar y representante de los colonos primigenios forjadores con su esfuerzo de grandes imperios, parece no adaptarse a los nuevos tiempos y esta falta de adaptación desencadenará el drama posterior.



Su apego por el pasado le llevará igualmente a dirigir su rancho de forma tradicional y a no escuchar los consejos de sus hijos y en especial de Ben, personajes más cercanos a la modernidad (representada por la ciudad en donde destaca el monumental edificio del Gobernador) y a la legalidad; además de ser más conscientes de las oportunidades que los nuevos tiempos brindan con la aparición de recursos apenas explotados como el petróleo.

La indiferencia, cuando no el desprecio, mostrado por Matt hacia las ideas novedosas de sus vástagos constituirá un nuevo motivo de conflicto, sobre todo con su hijo mayor al que constantemente ninguneará.



El racismo, apenas disimulado, persistente en la sociedad norteamericana.

La esposa india de Matt no termina de ser aceptada por su propio círculo. Tal es así que, tratando de ocultar su origen, la llaman señora como si fuera mexicana; mientras que la mujer de su abogado suele excusar sus ausencias cuando es invitada por los Devereaux. Incluso se alude al ignominioso hecho de que los indios no fueran considerados ciudadanos estadounidenses por lo que no podían tener ninguna propiedad. 

Estos sentimientos xenófobos son palpables también en el gobernador, gran amigo del ranchero desde su juventud, al rechazar la incipiente relación amorosa de Joe, el vástago mestizo de Matt, con su hija.



El ecologismo.

La película denuncia los excesos y peligros de la revolución industrial representada en una mina de cobre contaminante del agua de un río necesaria para la crianza del ganado de los Devereaux. De esta forma Dmytryck parece defender la idea de que la modernidad supone la ruptura del equilibrio ecológico y el fin de una forma de entender la vida, propia de los nativos estadounidenses pero también de los primeros colonizadores como Matt, basada en el respeto a la naturaleza.

La industrialización se nos presenta, pues, como un fenómeno depredador del entorno natural.

Los lazos existentes en la sociedad norteamericana entre el poder económico, encarnado en Matt, y el poder político, representado por Horacio; ya que el primero impulsó la carrera del segundo y fue fundamental en su nombramiento actual como Gobernador. Incluso se insinúa el control ejercido hasta ese momento por ambos poderes sobre los jueces.

En definitiva, Matt es un cacique acostumbrado a controlar todos los resortes del poder.



A pesar de esta actitud nada complaciente en relación con la formación de los EEUU, el director no intenta juzgar a los personajes sino que parece comprenderlos al presentárnoslos como víctimas de las circunstancias y de su carácter, no tomando partido por ninguno de ellos. Sobre todo en relación con los dos que sustentan la trama principal, interpretados por un soberbio Spencer Tracy (Matt) y un no menos extraordinario Richard Widmark (Ben) que mantienen un duelo interpretativo de gran altura.



Matt es el típico hombre hecho a sí mismo que forjó un imperio de la nada a pesar de verse viudo y con tres niños pequeños. De ahí que se le identifique con el lobo, símbolo en algunas culturas de la fuerza y el valor, además de aparecer en numerosos relatos míticos sobre la formación de clanes y dinastías.



Individuo duro y recto, su situación personal le ha convertido en un ser despótico, autoritario, intransigente y soberbio que ha tiranizado a sus tres hijos mayores desde su más tierna edad. Tan sólo mostrará su lado humano con su segunda esposa (una espléndida Katy Jurado, nominada al Oscar como actriz secundaria), personaje que intentará mantener unida a la familia y hacerle ver los excesos cometidos en el trato dado a sus tres hijos.

Matt es, además, un hombre anclado en el pasado y, por tanto, condenado a desaparecer con los tiempos nuevos.



En cuanto a Ben, el personaje más interesante y símbolo del empresario moderno, se debate entre el cariño a su progenitor y el rencor por tantos años de tratamiento injusto. Resentimiento agravado por la relación mucho más cercana y cariñosa mantenida por su padre con Joe, el hijo menor que no vivió los años más duros y al que le llega a decir su padre: “Todo el ganado que hay aquí es tan tuyo como mío”.



La relación entre los dos da lugar a una de las mejores escenas de la película en la que Ben le reprocha a Matt que: “¿Alguna vez me preguntaste si quería una india por madrastra cuando murió mama? O si quería trabajar dieciséis horas y cuidar de Mike y Denny además. ¿Alguna vez me preguntaste si quería dejar los estudios y venir a trabajar como un criado? Vamos a ver, ¿Cuándo me preguntaste lo que pensaba o lo que quería? ¿Cuándo? Nunca lo hiciste”. Y Matt le responde: “Podías haberte ido. Lo hubiera entendido”.



El resto de los personajes no son tan interesantes. Robert Wagner (lanzado junto a Jeffrey Hunter por la Twentieth Century Fox en los años cincuenta como una estrella) da vida a Joe y se ve eclipsado por Tracy y Widmark, actores de mayor entidad y carisma; mientras que los personajes de Mike y Denny apenas si están perfilados y Barbara (encarnada por una Jean Peters que se retiraría dos años después tras contraer matrimonio con Howard Hughes), en principio una mujer interesante por su valentía, inteligencia y arrojo, está totalmente desaprovechada al limitarse a protagonizar una historia de amor bastante insulsa aunque sirve de apoyo para denunciar el racismo existente en la sociedad. Relación amorosa que, además, rompe el ritmo de la película, suaviza innecesariamente su dureza y distrae al espectador de la trama principal.



Asimismo, en el epílogo tanto el director como el guionista parecen buscar una solución excesivamente moralizante, abandonando la imparcialidad mantenida hasta ese instante con los personajes, al ofrecernos, según mi punto de vista, un final inadecuado y alejado del enfoque dado a la historia a lo largo del resto del filme. Da la sensación de que intentaron introducir más acción con el innecesario enfrentamiento entre Joe y Ben. Escena, sin embargo, magníficamente planificada y rodada en la que el papel del indio Two Moons adquiere un valor simbólico.



“Lanza rota”, por tanto, no desarrolla adecuadamente los interesantes temas planteados, quizás por ser demasiados, y cuenta con un final decepcionante y facilón, pero es un wéstern muy logrado, clara muestra de la ductilidad del género; además de contener grandes escenas como la ya comentada del enfrentamiento verbal entre Matt y Ben, la última cabalgada de Matt y el encuentro con sus hijos o el regreso de Joe al rancho, abandonado por su familia, con el que arranca la historia a través de un largo flashback al enfocar la cámara el cuadro de su padre.



jueves, 7 de diciembre de 2017

DOS CABALGAN JUNTOS

(Two rode together, 1961)

Dirección: John Ford
Guion: Frank S. Nugent

Reparto:
- James Stewart: Marshall Guthrie McCabe
- Richard Widmark: Teniente Jim Gary
- Carolyn Jones: Marty Purcell
- Linda Cristal: Elena de Madariaga
- Andy Devine: Sargento Darius P. Posey
- John McIntire: Comandante Frazer
- Willis Bouchey: Harry Wringler
- Henry Brandon: Jefe Quanah Parker
- Harry Carey Jr.: Ortho Clerg
- Olive Carey: Abby Frazer
- Woody Strode: Stone Calf

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 9

“Nos hemos engañado al venir aquí. Todos nosotros hemos cometido un gran error. No debimos abandonar nuestra tierra” (Harry Wringler dirigiéndose al resto de colonos tras ver a uno de los cautivos recuperados por el sheriff McCabe y el teniente Gary)


John Ford, uno de los mayores genios sino el mayor del celuloide, fue un hombre muy celoso de su obra. De ahí su esfuerzo por ejercer un control casi absoluto sobre la misma, lo que le llevó a implicarse como guionista, reelaborando escenas de los libretos e, incluso, escribiendo otras que no figuraban en ellos, y a ejercer como productor (en la década de los cuarenta creó la Argosy Production con la que rodó, entre otras, su famosa Trilogía de la Caballería y “El hombre tranquilo”).


Pero al mismo tiempo, como señala Jordi Bernal en un artículo reciente, se consideraba un profesional, un trabajador del cine, y era consciente de cómo funcionaba la industria hollywoodiense en la que se producían los filmes en serie. Este hecho le llevó a aceptar productos por encargo, proyectos puramente alimenticios en los que no obstante dejó huella de su personalidad. Dentro de esta última categoría se encuentra “Dos cabalgan juntos”.



Ford aceptó participar tras la insistencia de Harry Cohn, amigo y presidente de la Columbia Pictures, y por los pingües beneficios prometidos (el veinticinco por ciento de la cantidad obtenida en taquilla además de su sueldo habitual), pero desde el primer momento mostró su rechazo al guion, según él uno de los peores que había leído, por lo que continuamente estuvo retocándolo; y aunque le atraía rodar con la pareja protagonista, se topó con que esta estaba algo incómoda con unos papeles escritos para actores más jóvenes. Lo cierto es que Ford quedó plenamente satisfecho con el trabajo de las dos estrellas, de tal forma que volvería a colaborar con James Stewart en la inmortal “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962) y en el episodio corto de “El gran combate” (1964) en el que interpretó a Wyatt Earp, un papel muy similar al del sheriff McCabe; mientras que confió a Richard Widmark el papel protagónico en esta última.



Lo sorprendente es que Ford hizo un filme muy personal que encaja perfectamente en su filmografía wéstern caracterizada desde mediados de los años cincuenta por una visión desencantada, sombría y crítica de la formación de los EEUU, y culminada con la mencionada “El gran combate” sobre el confinamiento de la población autóctona en vergonzantes reservas.



ARGUMENTO: Presionado por varios congresistas de Washington, el comandante Frazer encomienda a Guthrie McCabe, sheriff de Tascosa; y al teniente Jim Gary la misión de liberar a los blancos raptados durante los últimos años por el jefe comanche Quanah Parker. Una vez en el campamento de este ambos constatarán el sinsentido de su misión.



Con “Dos cabalgan juntos” Ford retomó el tema principal de “Centauros del desierto”, la búsqueda de blancos hechos prisioneros por los indios; pero, como señaló en su día Javier Marias y a pesar de haber introducido abundantes situaciones cómicas protagonizadas tanto por el sargento Posey (Andy Devine) como por el irónico sheriff McCabe, es un filme más pesimista que su antecesor porque mientras la magistral película de 1956 dejaba un resquicio a la esperanza al “liberar” en el último momento Ethan a su sobrina (¿hija?); en el filme que nos ocupa Ford niega toda posibilidad de “recuperar para la civilización” a la población blanca raptada por los pieles rojas. Son seres diferentes que han asumido su nueva condición de comanches identificándose con estos, han enloquecido o no desean volver a sus antiguos hogares para evitar los prejuicios de la sociedad blanca.



El argumento no es la única semejanza existente entre “Dos cabalgan juntos” y su obra cumbre. Así, la película prácticamente se inicia con un plano con la cámara en el interior de un edificio enfocando al exterior; asimismo la primera conversación entre Jim Gary y Bell, la dueña del saloon, remite a otra mantenida por Ethan y Martin acerca de cómo debía dirigirse este a su “tío”; mientras que la historia se estructura en torno a dos personajes con personalidades opuestas, aunque en la película que nos ocupa se acentúa el carácter antagónico de ambos.



De esta forma nos vamos a encontrar con el Marshall Guthrie McCabe, un soberbio James Stewart en un papel muy alejado de los que nos tenía acostumbrados. Un individuo moralmente ambiguo que no cree en la búsqueda emprendida y se embarca en la empresa con el único objetivo de obtener un beneficio económico (500 dólares por cada cautivo rescatado). Estamos ante un hombre profundamente egoísta alejado del típico héroe desprendido del wéstern clásico; un ser ambicioso, corrupto (cobra el diez por ciento de todos los negocios de Tascosa), vividor y tremendamente cínico; pero que al final se rebelará como el único personaje lúcido de la película al ser consciente de lo que van a encontrar en el campamento de Quanah; además de saber evolucionar positivamente y redimirse por amor. Mostrando, ante el recibimiento dado a Elena (una de las cautivas) por la mayoría de los oficiales y de sus esposas (representantes de la sociedad biempensante), unos principios morales sólidos. Como afirma Jim al final del filme: el viejo McCabe ha encontrado algo que deseaba más que el diez por ciento, el amor de Elena Madariaga.



Como contrapunto a Guthrie aparece el teniente Jim Gary, un no menos extraordinario Richard Widmark. Prototipo del militar fordiano: un hombre fiel a su deber, honorable, noble, recto y solitario. Un individuo que se juega la vida por apenas ochenta dólares al mes, presupuesto que le impide, incluso, comprar cigarros. Tras su estancia en el poblado comanche terminará por comprender la actitud de McCabe y la inutilidad de su misión.



Como toda gran obra, el filme se puede ver como una simple película de aventuras pero en una lectura más profunda se aprecian una serie de temas, la mayoría recurrentes en la filmografía de Ford, que la enriquecen. Entre estos cabe destacar:



- La convivencia imposible entre culturas distintas tras años de conflicto cuyas heridas no han cicatrizado; además de haber generado este sufrimiento desconfianza, recelo, desprecio y odio hacia el otro, hacia el diferente.



- La formación de la personalidad y de la identidad del individuo. Al ser el hombre un ser cultural, el entorno y la sociedad en los que se desarrolla fijan sus rasgos distintivos. Claros ejemplos respecto a esta cuestión son la conducta de Running Wolf, un joven de diecisiete años capturado por los indios con ocho que se siente comanche; o la de Elena de Madariaga cinco años casada con Stone Calf que, al morir este y de forma refleja, entonará un canto fúnebre comanche.



- La crítica a la sociedad anglosajona protestante (Ford era de origen irlandés y católico). Una sociedad caracterizada por la xenofobia, la hipocresía, la violencia, la intransigencia y la intolerancia; además de mostrarse inmisericorde. Buena prueba de ello son dos grandes escenas: la del baile, en la que los soldados y sus esposas le hacen el vacío a la recién liberada Elena, además de tan sólo mostrar interés por los detalles más escabrosos de su relación con los pieles rojas; y la del linchamiento (una de las secuencias más brutales rodadas por John Ford) en la que, tras un simulacro de juicio, una turba sedienta de sangre liderada por un predicador sosteniendo la Biblia (el detalle sin duda no es casualidad) acaba con la vida de uno de los blancos rescatados. Escena que culmina de forma demoledora la aventura de los dos protagonistas y en la que John Ford ideó el detalle de la caja de música, potenciando el dramatismo de la misma.



He dejado para el final la que es sin duda una secuencia mítica. Me estoy refiriendo a la del río. Rodada en un solo plano y con la cámara en el agua, son alrededor de cuatro minutos mágicos en los que McCabe y Gary (de nuevo sobresalientes Stewart y Widmark) mantienen una larga conversación plena de naturalidad y aparentemente banal pero que nos aporta mucha información de ambos personajes. Sólo por esta escena “Dos cabalgan juntos” creo que debe ser considerada como uno de los mejores filmes rodados por Ford.



Tengo, por tanto, que discrepar en esta ocasión del gran maestro que consideraba “Dos cabalgan juntos” como “la peor mierda que he hecho en veinte años”, porque se trata de una gran película, un wéstern genuino que se ha ido revalorizando con el paso del tiempo.



Por último comentaros, como curiosidad, que en la presentación del sheriff McCabe sentado en el porche Ford se auto cita, ya que el plano remite claramente a Henry Fonda en “Pasión de los fuertes” (1946).