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viernes, 20 de octubre de 2017

PEQUEÑO GRAN HOMBRE

(Little big man, 1970)

Director: Arthur Penn
Guión: Thomas Berger y Calder Willingham

Intérpretes:
- Dustin Hofmann: Jack Crabb
- Faye Dunaway: Mrs. Pendrake
- Chief Dan George: Old Lodge Skins
- Martin Balsam: Mr. Merriweather
- Richard Mulligan: General George A. Custer
- Jeff Corey: Wild Bill Hickok
- Aimee Eccles: Sunshine
- Kelly Jean Peters: Olga Crabb

Música: John Paul Hammond
Productora: 20th Century Fox
País: Estados Unidos

Por Xavi J. Prunera. Nota: 7,5

General Custer: “No habrá indios allí, supongo”
Jack Crabb: “Yo no he dicho eso. Allí le aguardan miles de indios. Y cuando terminen, solo quedará de usted una grasienta mancha. Esto no es río Washita, General. No son mujeres y niños indefensos los que le están esperando. Son guerreros Cheyennes y Sioux. Vaya a su encuentro si tiene agallas”


SINOPSIS: Jack Crabb es un anciano de 121 años que relata su dilatada vida a un historiador que le pregunta por su pasado. Tras asegurarle que él es el único superviviente blanco de la última batalla del General Custer en Little Big Horn, Crabb nos cuenta como fue capturado y criado por los cheyennes desde niño y como desempeñó diferentes ocupaciones (buhonero, tendero, pistolero, mozo de mulas, trampero, ermitaño…) y fue testigo de mil y una vicisitudes a caballo entre los hombres blancos y su antigua tribu.


Desde luego “Pequeño Gran Hombre” es un western de su tiempo, los 70’. Un tiempo en el que el western clásico y crepuscular aún gozaban de relativa buena salud (“Río Lobo”, “El último pistolero”, “Dos mulas y una mujer”, “Pat Garrett & Billy the kid”, “La balada de Cable Hogue”, “La venganza de Ulzana”…) pero en el que, poco a poco, el spaghetti-western (“¡Agáchate, maldito!”, “Vamos a matar, compañeros”, “Keoma”, “Mannaja”, “Mi nombre es ninguno”…) y ciertas propuestas más contemporáneas e innovadoras (“Las aventuras de Jeremiah Johnson”, “Un hombre llamado caballo”, “Los vividores”, “El fuera de la ley”,  “Soldado Azul”…) empezaban a abrirse paso. “Pequeño Gran Hombre” forma parte, obviamente, de este último grupo. Y ello comporta, por consiguiente, que no sea un western demasiado apreciado por los sectores más puristas del género. Aún así, permitidme que rompa una lanza a favor de la peli de Arthur Penn. Entre otras cosas porque pese a sus defectos —que los tiene— “Pequeño Gran Hombre” es uno de esos westerns que generan empatía, que se ven con agrado, que destilan encanto, vaya.


De entrada conviene recordar que la coletilla del título dice “Was Either The Most Neglected Hero In History Or A Liar Of Insane Proportion!”. Algo así como “Fue el héroe más descuidado de la historia o un mentiroso de proporciones demenciales!”. Con ello ya partimos de la base que la historia de los Estados Unidos (como las historias de casi todos los países) se halla envuelta por un aliento épico y grandilocuente más que sospechoso. Una historia “oficial” que intenta camuflar a toda costa otra historia no tan amable. Lo que podríamos denominar como “Leyenda negra”, vaya. Y eso es lo que pretende mostrarnos con acertadas dosis de acidez y comedia Arthur Penn: la leyenda o crónica negra de los Estados Unidos a lo largo de más de un siglo, desde que un personaje de ficción llamado Jack Crabb es capturado por los Cheyennes de niño hasta que, a los 120 años, le cuenta su vida a un periodista (1959).


Naturalmente, Penn exagera y caricaturiza. Resulta bastante difícil de creer que el General Custer fuera tan bobo y engreído y que Wild Hill Hickok fuera tan paranoico pero, ¡qué más da!, lo que pretende Penn es desmitificar el Far West y sus héroes usando el humor, el sarcasmo y la ironía… y a fe de Dios que lo consigue. Así pues, lo que podría haber sido un relato trágico, amargo y desagradable se convierte, gracias a la mordaz narración de Penn, en una película original, osada, autocrítica y —sobre todo— muy divertida.


Pero si hay algo que me encanta de esta película es como nos muestra a los indios, concretamente a los Cheyennes. Posiblemente los nativos norteamericanos no fueran tan nobles ni los blancos tan miserables como nos los describe “Pequeño Gran Hombre” pero dejando al margen la maldita equidistancia por la que últimamente todo el mundo acostumbra a optar para ser políticamente correcto yo diría que lo más probable es que por ahí fueran los tiros. Y nunca mejor dicho.


Precisamente por eso creo que resulta más que evidente que “Bailando con lobos” le debe mucho a “Pequeño Gran Hombre”. Muchísimo. En primer lugar porque —como en “Bailando con lobos”— gran parte de su metraje transcurre en el seno de la tribu india donde Jack Crabb o “Pequeño Gran Hombre” se crió. Y en segundo lugar por su talante total y absolutamente proindio: porque los que aman la naturaleza y sus semejantes, los que tienen dignidad y principios, son los indios. Los “seres humanos”, vaya. Nada que ver con los pueblos y ciudades “civilizadas”, donde habita lo más perverso y ruin. De hecho, para los indios todo está vivo: ríos, plantas, animales… En cambio, para los blancos todo está muerto. Y si hay algo vivo, acaban matándolo.



Al margen de todo esto, “Pequeño Gran Hombre” es una película que —pese a su largo metraje (dos horas y media)— discurre ágil y resulta francamente entretenida. Algo que sumado a la excelente fotografía de Harry Stradling Jr. (“El día de los tramposos”, “Tal como éramos”, “Muerde la bala”…), a frases realmente memorables (“mi corazón se remonta como un gavilán”, “hoy es un bonito día para morir”…) y a la gran interpretación de Dustin Hofmann (perfecto para un rol de este tipo), Faye Dunaway y Chief Dan George (genial también en “El fuera de la ley”) consuma, sin lugar a dudas, un western tan inclasificable como injustamente olvidado. Atención también a la escena en la que Jack Crabb consigue engañar a Custer para que ataque a los indios en Little Big Horn y que encontraréis sintetizada en la frase o pequeño diálogo escogido para esta reseña. Como podéis suponer, mi favorita.


Así pues, notable casi alto para una peli que muchos amantes del género no suelen apreciar demasiado por su arriesgada mixtura de géneros (el humor asociado al western fue una de las causas de la extremaunción del spaghetti-western con “Le llamaban Trinidad” y sucedáneos) y también quizás por querer abarcar más de la cuenta y por esa dichosa voz en off que no a todo el mundo gusta. Quedémonos, por lo tanto, con su talante crítico y desmitificador, con su marcado carácter proindio y, como ya dije antes, con su incuestionable encanto. Porque tenerlo, lo tiene.



lunes, 16 de octubre de 2017

LOS SIETE MAGNÍFICOS

(The magnificent seven, 1960)

Dirección: John Sturges
Guion: William Roberts y Walter Newman (sin acreditar)

Reparto:
- Yul BrynnerChris
- Eli WallachCalvera
- Steve McQueenVin
- Charles BronsonBernardo O’Reilly
- Robert VaughnLee
- James CoburnBritt
- Brad DexterHarry Luck
- Horst BuchholzChico
- Jorge Martínez de HoyosHilario
- Rosenda Monteros: Petra

Música: Elmer Bernstein.
Productora: Mirisch Company, Alpha Productions (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


"El viejo tiene razón sólo ellos han ganado, nosotros no. Como siempre". (Comentario de Chris a Vin mientras abandonan el pueblo una vez acabado con Calvera).


John Sturges se encontraba en el mejor momento de su carrera y se había convertido en un director fiable para las productoras, tanto por entenderse perfectamente con las grandes estrellas con las que solía trabajar, como por haber rentabilizado en taquilla filmes de gran presupuesto (“Conspiración de silencio”, un wéstern contemporáneo rodado en 1955, “Duelo de titanes” -1957- una de las más famosas y mejores versiones del duelo en el OK-Corral, ”Desafío en la ciudad muerta” -1958- con la pareja Robert Taylor y Richard Widmark o “El último tren de Gun Hill” de 1959), cuando con su compañía Alpha Production (creada recientemente junto a Robert Wise) contactó con la Mirisch, del gran productor independiente Walter Mirisch, para producir un remake de “Los siete samuráis” (Akira Kurosawa, 1954), trasladando la acción de la película del director japonés al lejano Oeste. Además se aseguraron la distribución de la película a través de la United Artits y con ello la presencia de Yul Brynner, una gran estrella en ese momento. El resultado fue una de las películas del Oeste más populares de todos los tiempos que, además, ejerció una influencia decisiva tanto en los wésterns estadounidenses de la década siguiente como en el nacimiento del spaghetti wéstern.


De hecho, se filmaron tres secuelas sobre las andanzas de Chris Adams y sus magníficos: “El regreso de los siete magníficos” (Burt Kennedy, 1966) una coproducción hispano-estadounidense con Yul Brynner repitiendo el papel, “La furia de los siete magníficos” (Paul Wendkos, 1969), la mejor secuela, con George Kennedy sustituyendo a Brynner, y “El desafío de los siete magníficos” (George McCowan, 1972) en la que Lee Van Cleef dio vida a Chris. Además en muchos wésterns rodados en Europa figuró como reclamo la palabra magníficos; siendo el caso más paradigmático el de la película “Las siete magníficas” protagonizada por Anne Baxter en 1966. Incluso el avispado productor y director Roger Corman, dado el éxito de las películas de ciencia ficción a finales de la década de los setenta gracias sobre todo a la repercusión de “La guerra de las galaxias” (1977) y la fama alcanzada por el filme de Sturges, trasladó la historia al futuro en “Los siete magníficos del espacio” (1980).


Prueba de que el filme no ha caído en el olvido son los veintidós episodios de la serie homónima de televisión emitidos entre 1998 y 2000, el reciente e innecesario remake dirigido por Antoine Fuqua con Denzel Whasington como protagonista y el hecho de que sea una de las películas más emitida por las televisiones estadounidenses.



ARGUMENTO: Un pueblo mexicano en la frontera con los EEUU vive sometido por la banda de Calvera. Sus habitantes decidirán contratar a unos pistoleros del país vecino para protegerse del bandolero.


Sin duda “Los siete magníficos” no es una obra maestra, principalmente por un guion irregular en el que los aciertos conviven con errores, como la tópica historia de amor sin interés para el desarrollo de la película o el protagonismo dado al personaje de Chico, uno de los siete menos atractivo. Al mismo tiempo desarrolla varias escenas poco creíbles como la infiltración de Chico en el campamento de los forajidos sin ser reconocido o aquella en la que Calvera decide no acabar con los magníficos con un argumento absurdo (¿Quién se va a preocupar por la suerte corrida por un puñado de pistoleros en México?). Y a todo ello debemos añadir el mensaje subrepticio y perverso del filme: los mexicanos, y por extensión los habitantes de los países situados al sur de EEUU, necesitan de la intervención de los estadounidenses para tutelarlos y defenderles de los peligros. En este sentido, cabe recordar la Doctrina Monroe (1823) declarando América Latina como una zona de influencia de los EEUU, y el incremento de la presencia de asesores en esta región a partir de mediados de la década de los cincuenta del siglo pasado.



Pero el libreto también tiene grandes aciertos como la forma de presentar y describir a los siete magníficos; las excelentes frases diseminadas a lo largo del filme; o su tono crepuscular, a pesar de ser un filme vitalista, al presentarnos a los pistoleros como a unos individuos desclasados, desnortados, sin presente y mucho menos futuro, que vagan de forma errática por un mundo en evolución al que ha llegado la civilización y con ella la ley y el orden. Un mundo en el que no tienen cabida y en el que contratar pistoleros es más barato que comprar armas, por lo que malviven aceptando cualquier trabajo. De ahí la conversación entre Chris y Vin sobre su futuro inmediato en la que el primero contestará vagamente mientras que el segundo no dudará en afirmar que va “A la deriva”. Son, en definitiva, individuos diferentes al resto porque no trabajan por la paga sino que “sólo disfrutan con el peligro y con el placer de la lucha” (la magnífica escena del coche fúnebre es un estupendo ejemplo de su carácter); de tal forma que aceptarán el trabajo por tan sólo veinte dólares, todo el dinero del que disponían los campesinos mexicanos, aunque como señala Chris “Me han ofrecido mucho por mi trabajo pero nunca todo”.


En todo caso, John Sturges solventó los escollos del guion con una dirección briosa y llena de nervio, demostrando de nuevo que estaba especialmente dotado para filmar escenas de acción.


Uno de los activos del filme es sin duda el elenco. Contó con un Yul Brynner en su mejor momento (había sido galardonado con el Oscar en 1956 por “El rey y yo”) y un actor del prestigio de Eli Wallach, en cuya interpretación de Calvera puede vislumbrarse su mejor composición, la de Tuco para “El bueno, el feo y el malo” (Sergio Leone, 1966). El resto del reparto se completó con actores secundarios o de televisión pero de gran carisma, de tal forma que para la mayoría su participación en este filme constituyó un espaldarazo definitivo. Steve McQueen interpretó al mujeriego y dicharachero Vin, aunque tuvo verdaderos problemas para incorporarse a la película al negarse el productor de la serie que protagonizaba a ceder sus derechos, finalmente lo consiguió simulando un accidente. Parece ser que a base de acercarse a Sturges logró un mayor peso de su personaje en el filme. Charles Bronson dio vida a O’Reilly, el pistolero mestizo; mientras que James Coburn se encargó del lacónico y taciturno Britt, un papel pensado inicialmente para Sterling Hayden, y a su amigo Robert Vaughn le tocó en suerte el interesantísimo Lee, un pistolero con crisis de identidad. El personaje más desdibujado es el de Harry Luck (Brad Dexter); mientras que Horst Buchholz resulta bastante cargante y sobreactuado como Chico, el papel deseado por McQueen, al intentar emular a Toshiro Mifune en “Los siete samuráis”.


Pero si por algo es recordada la película es por su gran banda sonora compuesta por Elmer Bernstein, a partir de ese momento habitual compositor de filmes del Oeste (“Los comancheros”, “Los cuatro hijos de Katie Elder”, “El gran Jack”, “El último pistolero”). No sólo es una magnífica banda sonora sino que está perfectamente integrada en la película y potencia el carácter épico de la misma. Popularizada por una marca de cigarrillos, se ha convertido por derecho propio en una de las composiciones con la que mejor se identifica el wéstern.


En definitiva, estamos ante una película con un gran poder hipnótico a pesar de sus imperfecciones; siendo prácticamente imposible no quedarse pegado en el sillón al escuchar las primeras notas de la partitura compuesta por Elmer Bernstein, para volver a disfrutar la historia de siete románticos pistoleros jugándose la vida por el placer de la aventura, por volver a ser ellos mismos, por reverdecer un pasado perdido.

Por último, como curiosidades comentaros varias curiosidades:


- Entre Yul Brynner y Steve McQueen surgió una fuerte rivalidad, ya que el segundo, consciente de la oportunidad que le brindaba la película, intentaba continuamente robarle las escenas al primero, sobre todo porque gracias a la serie "Wanted dead or alive" manejaba muchísimo mejor los colts y también montaba mejor a caballo.

- Kurosawa, un gran amante del wéstern y declarado admirador de John Ford, quedó tan satisfecho con el remake que le regaló una katana a Sturges.

- McQueen, Bronson y Coburn volverían a colaborar con Sturges en la cinta bélica “La gran evasión” (1963), uno de los mayores éxitos de su director-productor.

jueves, 12 de octubre de 2017

VERACRUZ

(Vera Cruz, 1954)

Dirección: Robert Aldrich.
Guion: Roland Kibbee y James R. Webb.

Reparto:
Gary Cooper: Benjamin Trane
Burt Lancaster: Joe Erin
Denise Darcel: Condesa Marie Duvarre
Cesar Romero: Marqués Henri de Labordere
Sara Montiel: Nina
George Macready: Emperador Maximiliano
Jack Elam: Tex
Ernst Borgnine: Donnegan
Henry Brandon: Capitán Danette
Charles Bronson: Pittsburgh

Música: Hugo Friedhofer
Productora: Hecht-Lancaster Production (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“Corazón blando” “Sólo para los caballos” (Conversación entre Joe Erin y Benjamin Trane tras haber acabado el segundo con su caballo para evitarle sufrimientos).


Estamos ante uno de los westerns más influyentes del género, así como fundamental para el desarrollo del mismo, resultado de la unión de dos grandes personalidades: Burt Lancaster y Robert Aldrich.


El primero, al igual que otras estrellas como Kirk Douglas con su Bryna y John Wayne con la Wayne-Fellogs embrión de la Batjac, fue un actor inquieto dispuesto a controlar desde los inicios su carrera profesional, para lo que en 1948, sólo dos años después de su debut en la imprescindible “Forajidos” (Robert Siodmak, 1946), creó la productora Norma (nombre de su mujer), compañía que compaginó con la Hecht-Lancaster, fundada junto con Harold Hecht, a la que se unió James Hill, pasándose a denominar a partir de entonces Hecht-Hill-Lancaster. Fruto de esta unión fueron gran parte de los mejores filmes protagonizados por Burt Lancaster durante la década de los cincuenta en los que supo aunar comercialidad y calidad, como queda patente en títulos del nivel de: “El temible burlón” (Robert Siodmak, 1952), “Chantaje en Broadway” (Alexander McKendrick, 1957), “Mesas separadas” (Delbert Mann, 1958), “Torpedo” (Robert Wise, 1958) o “Los que no perdonan” (John Huston, 1960).


Por su parte Robert Aldrich, con el que Burt Lancaster había trabajado en “Apache” también producida por su compañía, fue uno de los mayores exponentes de la denominada “Generación de la violencia” (Don Siegel, Richard Fleischer, Anthony Mann, Nicholas Ray o Sam Fuller) caracterizada por presentar la violencia de forma más realista y por estar protagonizadas sus historias por personajes definidos por su comportamiento agresivo. El hoy algo olvidado director tuvo un inicio de carrera fulgurante, encadenando cinco cintas de la calidad de “Apache” y “Veracruz” (ambas de 1954), “El beso mortal” y “The big Knife” (las dos de 1955) y “Attack” (1956), para dejar huella de su impronta cinematográfica, con los altibajos lógicos, durante tres décadas y más de veinticinco películas.


ARGUMENTO: Dos aventureros Benjamín Trane, un ex oficial confederado arruinado por la guerra, y Joe Erin, un temible pistolero al mando de una banda de forajidos, deciden vender sus servicios a Maximiliano en su lucha contra los juaristas. Encargados de escoltar a la condesa Marie Duvarre, los problemas surgirán cuando descubran que en realidad están trasportando tres millones de dólares en oro.

Creo que el adjetivo que mejor define a este filme es moderno, ya que contiene una serie de elementos, más o menos novedosos, desarrollados posteriormente tanto por el western norteamericano como por las películas del oeste europeas.


- En primer lugar tenemos el marco geográfico: México. Así a partir de mediados de los cincuenta proliferarán los westerns protagonizados por aventureros y ambientados en este país norteamericano, tanto durante la monarquía de Maximiliano I (1863-1867) como durante el proceso revolucionario de comienzos del siglo XX. Entre otras destacan “El tesoro de Pancho Villa” (George Sherman, 1955); “Bandido” (Richard Fleischer, 1956) y “Más allá de Río Grande” (Robert Parrish, 1959) interpretadas por Robert Mitchum; o las ya reseñadas en este blog “Mayor Dundee” (Sam Peckinpah, 1964), “Los profesionales” (Richard Brooks, 1966) y “Grupo salvaje” (Sam Peckinpah, 1969). E incluso en Europa a finales de la década de los sesenta dará lugar a un subgénero, con una profunda carga ideológica, denominado Zapata-western con títulos tan destacados como “Yo soy la revolución” (Damiano Damiani, 1967) o “Tepepa” (Giulio Petroni, 1969), por citar dos ejemplos.


- Una visión más realista de los personajes alejados de la división maniquea entre positivos y negativos y del prototipo de héroe clásico. De esta forma se nos presenta a los protagonistas del filme como dos individuos amorales cuyo único objetivo en tierra mexicana es la obtención de un beneficio económico. Benjamin Trane, encarnado con su carisma habitual por Gary Cooper, es un ex oficial confederado arruinado tras la Guerra de Secesión que dejó sepultado su idealismo junto a su hacienda destruida y prefiere el dinero ofrecido por Maximiliano al romanticismo y a la nobleza de la causa defendida por el general juarista. Persona culta, con gran capacidad para la negociación (obtiene del emperador el doble de la cantidad inicialmente ofrecida) y hombre de palabra, será el único que evolucione favorablemente apoyando la causa revolucionaria con la que se había comprometido previa promesa de recibir 100.000 dólares. Por lo que respecta a Joe Erin, interpretado por Burt Lancaster de forma dinámica y expresiva, es un pistolero tan sólo fiel a sí mismo (llega a decir a uno de sus hombres: “Yo no tengo amigos Donnegan. Ni siquiera tú”), un fullero brabucón para el que la traición es norma de vida. La relación entre ambos queda definida magistralmente en la primera escena en la que Erin vende a Trane un caballo que no es suyo, para inmediatamente después el segundo robarle su montura al primero. El tercer vértice del triángulo le corresponde a la Condesa Duvarre, a la que dio vida la actriz francesa Denise Darcel en un papel muy diferente al que protagonizó en “Caravana de mujeres”. Se nos muestra como una auténtica femme fatale, una mujer ambiciosa y manipuladora con sus propios planes para quedarse con el dinero que no dudará en servirse de sus encantos para utilizar a los dos pistoleros.


- Con base en estos personajes la película aborda como temas principales la avaricia, la codicia y la traición; estableciéndose un juego entre los tres personajes principales basado en la desconfianza y el engaño con el objeto de apropiarse cada uno de ellos de la totalidad del botín. Esquema argumental adoptado por Sergio Leone, que siempre reconoció la influencia de esta película, en “El bueno, el feo y el malo” al situar, como este filme, a tres personajes codiciosos en un marco histórico concreto (en su caso la Guerra de Secesión) buscando un botín y traicionándose continuamente.


- El tratamiento de la violencia. Cualidad inherente a los protagonistas, unos seres desarraigados (Trane reconoce que la guerra no sólo destruyó su hacienda sino su forma de vida), que viven al filo de la barbarie y que se resisten a ser absorbidos por la civilización, será presentada de forma más brutal, directa y difícilmente controlable.


- Por último la dirección de Aldrich, más enfática, y su forma de encuadrar y utilizar el montaje; cuyo mejor ejemplo lo constituye la planificación del duelo final entre Erin y Trane en el que alterna sucesivamente planos de conjunto, encuadrando a los dos protagonistas, con primerísimos planos y planos detalle de las caras y las armas y manos de ambos contendientes. Duelo que remite necesariamente a los filmados por Sergio Leone aunque sin la dilatación del tiempo y la magistral utilización de la música del director romano.


“Veracruz” por tanto es, a pesar de sus imperfecciones entre las que destaca el desequilibrio existente entre los actores y actrices principales o la dirección un tanto descuidada de algunas escenas como la del ataque al convoy en un pueblo, una obra capital para comprender la evolución de este género durante la segunda mitad de la década de los cincuenta, los años sesenta e, incluso, parte de los setenta de cuya trama François Truffaut dijo que funcionaba como un reloj suizo; por lo que es de visión obligatoria para los amantes del western.


Como curiosidad contaros que Sara Montiel, por aquella época casada con Anthony Mann, debutó en Hollywood con esta película. Posteriormente rodaría “Dos pasiones y un amor” (Anthony Mann, 1956) y “Yuma” (Sam Fuller, 1957). Para a continuación regresar a España y continuar su exitosa carrera con “El último cuplé” (Juan de Orduña, 1957).



jueves, 5 de octubre de 2017

EL CORREO DEL INFIERNO

(Rawhide, 1951)

Dirección: Henry Hathaway
Guion: Dudley Nichols

Reparto:
Tyrone Power: Tom Owens
Susan Hayward: Vinnie Holt
Hugh Marolwe: Rafe Zimmerman
Edgar Buchanan: Sam Todd
Dean Jagger: Yancy
Jack Elam: Tevis
George Tobias: Gratz
James Millican: Tex Squires

Música: Sol Kaplan
Productora: Twentieth Century Fox

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“Mojado por dentro, seco por fuera. Es la costumbre en esta tierra” (Sam explicando a Tom por qué no se lava).


ARGUMENTO: La posta de Látigo regentada por Sam y Tom, hijo del gerente, a los que se les ha unido de forma accidental Vinnie con su hija, es tomada por cuatro ex convictos con el objeto de robar al día siguiente el oro transportado por una diligencia. A partir de ese momento los tres personajes deberán luchar por sus vidas.



Excelente filme bastante desconocido a pesar del personal técnico y artístico participante que, además, constituye un claro ejemplo de los westerns rodados por la Twentieth Century Fox durante los años cuarenta y buena parte de la década siguiente caracterizados por su carga social y/o por la inclusión de elementos propios de otros géneros.



Así “El correo del infierno” tanto por su argumento como por el desarrollo de este, en el que se prima el suspense, se concibió como un híbrido entre western y noir, al presentarnos a unos individuos retenidos y permanentemente amenazados por un grupo de forajidos. Esqueleto argumental que remite necesariamente a títulos como “El bosque petrificado” (Archie L. Mayo, 1936) o “Cayo largo” (John Huston, 1948). Incluso la introducción y el epílogo de marcado carácter documental, al informarnos el filme de la ruta de la diligencia que cubría el trayecto entre San Francisco y San Luis, entronca con una serie de filmes policiacos sobre el funcionamiento de la policía, el FBI o la justicia muy populares durante esa época.



Por ello no es de extrañar que se encargara la dirección al todoterreno Henry Hathaway con probada experiencia en el thriller (sólo en 1947 rodó consecutivamente “Calle Madeleine nº 13”, “Yo creo en ti”, película fundamental para el cambio en la imagen de James Stewart, y “El beso de la muerte”, impactante debut de Richard Widmark).



Hathaway, un gran director con escaso reconocimiento, contó con la colaboración del reputado guionista Dudley Nichols (“La fiera de mi niña”, “La diligencia”, “El forastero”, “Perversidad”) quien escribió un libreto sin fisuras, situando la acción en un único escenario (la posta y sus alrededores) lo que otorga al filme un carácter asfixiante, con un desarrollo de la trama envidiable y en el que la impostura cobra gran importancia. Así al principio Vinnie se hace pasar por la madre de la niña con la que viaja para más tarde conocer el espectador su verdadero parentesco, Tom no es en realidad un mulero sino el hijo del gerente, Zimmerman se presenta inicialmente como un sheriff y mantiene la impostura en la cena con los viajeros de la diligencia nocturna, Tom y Vinnie para poder sobrevivir simulan estar casados e incluso los forajidos no son una banda sino cuatro ex convictos fugados de un penal y asociados temporalmente. Juego de apariencias mantenido por los personajes que potencia el relato.




Porque, además, la película cuenta con unos personajes muy bien escritos y de una gran riqueza. El protagonista, Tom, es un hombre civilizado del este, pacífico (curiosamente no acabará con ninguno de los pistoleros), sin iniciativa y algo torpe, que utilizará su inteligencia para intentar salvar su vida, reconocerá su miedo y al que la situación vivida convertirá en otro hombre más responsable; por lo que cuando le preguntan “¿Qué diablos hacías aquí?”, no duda en responder “Aprendiendo el oficio, y lo he aprendido”. Claro antecedente del James McKay de “Horizontes de grandeza”, está muy bien interpretado por un Tyrone Power alejado de sus típicos papeles de galán o héroe. Vinnie, magnífica Susan Hayward, por el contrario es una mujer decidida y con carácter que llegará a despreciar inicialmente a Tom, echándolo incluso de su habitación. Por lo que respecta a los bandidos, cada uno tiene una personalidad marcada. Zimmerman, el aparente jefe al que da vida Hugh Marlowe, es un hombre astuto, culto y educado que procede de una buena familia aunque utiliza la violencia cuando es necesaria; tras haber asesinado a su mujer por haberle sido infiel no confía en los demás. Yancy, estupendo Dean Jagger, es un pobre ladrón de caballos con fijación por la comida y odio a las armas; mientras que Tevis, un personaje inolvidable interpretado memorablemente por Jack Elam, se nos rebela como un maniaco sexual de gran sadismo, un individuo con una violencia latente a punto de estallar en cualquier momento que no dudará en disparar sobre una niña de corta edad para obtener ventaja en su duelo con Tom. Quizás el forajido más desdibujado sea Gratz que se limita a cumplir las órdenes de Zimmerman.



Si el material de partida es de un nivel altísimo, no lo es menos la dirección de Hathaway quien no se limita a traducir en imágenes el guion sino que potencia la tensión y angustia que crea en los personajes principales la situación que están viviendo y rueda una serie de escenas memorables, de un gran suspense, en las que se aprecia su mano maestra para el thriller; como aquella en la que Tom intenta dar un papel explicando las circunstancias al conductor de la diligencia nocturna, papel que pierde accidentalmente y debe recuperar a la mañana siguiente para no ser descubierto por los forajidos; la escena de la cena con los viajeros de la diligencia entre los que se encuentra un periodista y un agente de la ley al que le es familiar Zimmerman, que culmina con el intento fallido por parte de Tom de hacerse con un revólver; o aquella en la que Tom intenta apropiarse de un cuchillo.



Igualmente, el director rodará de forma descarnada varias secuencias de una violencia impropia para la época. Así, Zimmerman da una paliza brutal a Sam; un personaje herido es rematado a sangre fría mientras se arrastraba para asir un wínchester; o, como señalé anteriormente, nos muestra como uno de los forajidos dispara repetidamente sobre una niña indefensa.



Además la película está muy cuidada formalmente y cada plano, cada encuadre y cada secuencia son de una gran belleza. Trabajo en el que, junto a Hathaway, brilla Milton Krasner, conocido como el maestro de la luz, nominado a seis Oscar y ganador de uno, que volvería a colaborar con el director, entre otros filmes, en “El jardín del diablo” (película ya reseñada en este blog).



“El correo del infierno”, es un gran western, con situaciones imprevisibles, personajes creíbles y un estupendo duelo final, desarrollado en algo más de ochenta minutos por un Hathaway con una capacidad de síntesis envidiable de la que podrían tomar nota algunos autores actuales empeñados en alargar sin sentido sus filmes.


TRAILER: