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jueves, 10 de enero de 2019

DOS HOMBRES CONTRA EL OESTE

(Wild rovers, 1971)

Dirección: Blake Edwards
Guion: Blake Edwards

Reparto:
- William Holden: Ross Bodine
- Ryan O’Neal: Frank Post
- Karl Malden: Walter Buckman
- Lynn Carlin: Sada Billings
- Tom Skerrit: John Buckman
- Joe Don Baker: Paul Buckman
- James Olson: Joe Billings
- Leora Dana: Nell Buckman
- Moses Gunn: Ben
- Victor French: Sheriff

Música: Jerry Goldsmith
Productora: Geofrey Production

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,5

“Escucha Frank, encuéntrame a un vaquero, joven, viejo o de mediana edad, que tenga algo más de cuatro dólares en el bolsillo y yo te encontraré a un vaquero que dejó su oficio y se dedicó a robar bancos”. Ross Bodine a Frank Ross.



Hablar de Blake Edwards es hablar de un director dotado excepcionalmente para la comedia que firmó algunas de las páginas más brillantes de este género a finales de los años cincuenta y durante la década siguiente. Basta citar algunos ejemplos para darnos cuenta de la importancia de su legado: “Operación Pacífico” (1959), magnífica parodia de los filmes bélicos con Cary Grant recordando su papel en “Destino Tokio” (Delmer Daves, 1943); “La carrera del siglo” (1965), divertido homenaje al cine silente de la Keystone; y dos películas que convirtieron a Peter Sellers en estrella y en un referente del género “La pantera rosa” (1962) y “El guateque” (1968), probablemente su obra maestra.



La calidad de esta ingente producción, al igual que ha ocurrido con otros directores especializados en la comedia, como salvando las distancias Billy Wilder, ha ensombrecido su aportación notable a otros géneros. Así Edwards es el responsable de “Días de vino y rosas” (1962), una de las mejores aproximaciones rodadas en Hollywood sobre las consecuencias del alcoholismo en cuyo final, tan conmovedor como desolador, el protagonista ve a su mujer perderse en la oscuridad de la noche y, metafóricamente, del alcohol (1). Ese mismo año también rodó “Chantaje contra una mujer” (1962), notable thriller protagonizado por Glenn Ford y, al igual que la anterior película, Lee Remick; y un año antes dirigió la versión, algo edulcorada y censurada, de la excelente novela de Truman Capote “Desayuno con diamantes”; además de ser el principal responsable de la mítica serie policíaca “Peter Gunn” (1958-1961).



Precisamente a comienzos de la década de los setenta y coincidiendo con su etapa más errática y menos lograda desde el punto de vista artístico, Edwards realizó su única incursión en el wéstern. Un proyecto muy personal producido por su propia compañía, la Geofrey Production, bautizada con el nombre de uno de sus hijos al que reservó un pequeño papel en el filme; además de ser la primera vez que dirigía un guion escrito en solitario por él.



ARGUMENTO: Ross Bodine y Frank Post, dos cowboys asalariados en el rancho de Walter Buckman, tras la muerte de un compañero deciden escapar de sus vida miserable y asaltar un banco para, posteriormente, refugiarse en México. Sin embargo, perseguidos por los hijos de Walter, el resultado no será el deseado.



Se inicia un nuevo día y con él otra jornada tediosa para los cow-boys consistente en marcar reses, reparar alambradas, pastorear el ganado, desayunar; pero esa mañana ocurrirá un hecho desgraciado que transformará la vida de dos de ellos.



Así comienza un sentido wéstern de gran belleza y tono crepuscular en el que se puede rastrear la huella de dos filmes muy populares rodados en 1969: “Grupo Salvaje” y “Dos hombres y un destino”.



Por una parte se aprecia la influencia de “Grupo salvaje” (Sam Peckinpah), no sólo por el uso de la cámara lenta en las escenas de acción, con la intención de enfatizar la violencia; sino también en el propio esqueleto argumental del filme con unos bandidos perseguidos incansablemente por un grupo cuyos miembros no son superiores desde el punto de vista moral a ellos; e, incluso, en algunas escenas como aquella en la que Ross pasa la noche con una prostituta justo antes de participar en un sangriento tiroteo. Además, la elección como protagonista de William Holden cuya imagen, dos años después, estaba aún asociada a la de Pike Bishop, otro personaje maldito e inconformista enfrentado a la sociedad, no creo que fuera casual. A todo ello también hay que añadir la visión mítica de México como una arcadia que constituye, a la vez, la única esperanza y el último refugio de los protagonistas.



Por otra parte recuerda a “Dos hombres y un destino” (2). De hecho al igual que en la película dirigida por George Roy Hill estamos ante una buddy movie que nos narra una bella historia de amistad entre los dos personajes principales, con la particularidad de que uno de ellos, Ross Bodine interpretado excelentemente por un maduro William Holden (3), es un hombre en el otoño de su vida y como tal más experimentado, reflexivo y descreído; mientras que el otro, Frank Ross al que da vida un inaguantable Ryan O’Neal (3), es un joven de 21 años impulsivo, soñador y más inestable. A los largo del filme asistiremos al crecimiento de su amistad y a la resolución, siempre unidos, de cuantas complicaciones surjen en su periplo liberador, porque la camaradería es lo único que tienen y a ella se aferrarán para desafiar a las circunstancias adversas. Incluso su especial vínculo llegará a tornarse en una una especie de relación paternofilial.



Los profundos sentimientos entre ambos quedan perfectamente reflejados en dos secuencias. Aquella en la que Roos intenta extraer la bala de la pierna de Frank mostrando el dolor que le produce el daño que está ocasionando a su amigo; y otra en la que, después de haber hecho todo lo posible para salvar la vida de Frank, Ross se da cuenta del fallecimiento de su compañero y le sigue hablando mientras le cubre delicadamente con la manta; pocas veces se ha mostrado con tanta poesía, sensibilidad, sencillez y naturalidad la muerte de un personaje en el cine.



En realidad nuestros antihéroes no dejan de ser dos ilusos que por primera vez creen poder engañar a su destino tomando las riendas de su existencia. El sino, por tanto, se convierte en uno de los temas del filme, apreciándose respecto a esta cuestión la influencia del cine negro, en general, y de Fritz Lang , en particular, en cuyos tres wésterns este aspecto estaba presente, sobre todo en “Espíritu de conquista” (1941).



Así, como en el cine del maestro alemán, el filme se caracteriza por un determinismo pesimista, con unos personajes que se verán arrastrados por el único delito que han cometido en sus vidas y cuyo destino estará marcado desde el inicio por una serie de circunstancias tan casuales como adversas: John, uno de los hijos de su patrón, les sigue al pueblo la noche del robo pensando que van a visitar a la nueva prostituta, un puma esa misma noche ataca a uno de los caballos retrasando su huida y una intrascendente partida de póquer marcará el principio del fin de los bisoños ladrones.





Igualmente de influencia “langiana” es el enfrentamiento del individuo contra una sociedad injusta (las diferencias entre la opulencia de la familia Buckman y la miseria de sus asalariados se ponen de manifiesto en el inicio del filme al simultanear el desayuno de unos y otros) e hipócrita (los maridos pueden engañar a sus esposas con prostitutas pero está prohibido hablar de casas de tolerancia en la mesa). Así, el robo del banco será en realidad un asalto, por parte de ambos amigos, al sistema que contribuye a perpetuar su pobreza. Incluso, dado el año de producción, que corresponde a una época convulsa y de ambiente contestatario para los EEUU en la que se cuestionaron sus pilares fundamentales, no es descabellado hacer una lectura marxista del filme en clave de lucha de clases. Así Ross y Frank, cowboys y por tanto pertenecientes a la clase proletaria, se atreven a cuestionar el orden establecido y se enfrentan a las estructuras del poder reivindicando su libertad. Mientras Walter y sus hijos, propietarios del rancho y miembros de la clase capitalista, serán los encargados de perseguirles y acabar con su “revolución” para restablecer el orden y la confianza en el sistema. Aunque estos últimos también pertenecen a una época pretérita y, realmente, tan sólo el empleado del banco y su mujer, símbolos del capitalismo incipiente y de la nueva era, se beneficiarán del robo al apropiarse de los tres mil dólares que Roos les dejó con el objeto de que Walter pudiera abonar la paga a sus vaqueros.



En el debe de la película hay que anotar cierta irregularidad, su dispersión, un montaje en algunas ocasiones poco afortunado (5) y sobre todo un segundo arco argumental, el clásico enfrentamiento entre ganaderos y pastores de ovejas, de escaso interés y nula relación con el resto de la cinta salvo para acentuar su carácter crepuscular y mostrarnos el fin de una época y de los habitantes que la poblaron, representados por Walter Buckman (interpretado por un desaprovechado Karl Malden), un ganadero despótico y tiránico, el típico hombre hecho a sí mismo para el que la mujer sólo tiene como objeto criar hijos; y por el patriarca del clan de los ovejeros del que apenas se nos aporta información, salvo el odio profesado a Walter.





Sin embargo, estos defectos se olvidan durante la visión de la cinta al regalarnos Edwards un conjunto de escenas de gran belleza y extraordinariamente rodadas como las dos señaladas anteriormente que resaltan la profunda relación de amistad entre los protagonistas; la de la partida de póquer, con una perfecta planificación y una graduación de la tensión magistral hasta desembocar en el explosivo final; y, sobre todo, la de la doma en la nieve de un caballo salvaje en la que se combinan imágenes a cámara lenta con el precioso tema principal compuesto por Jerry Goldsmith, por una vez sustituto del colega del director Henri Mancini. Secuencia que muestra a nuestros protagonistas felices y, por primera vez, tomando simbólicamente, al igual que con la yegua, las riendas de sus vidas.



Filme, por tanto, intimista y de ritmo pausado en el que Blake Edwards, frente a las escasas pero contundentes escenas de acción, prima y da mayor importancia a aquellas centradas en la relación establecida entre los dos vaqueros quienes son retratados, pese a sus defectos, con un enorme cariño por lo que al espectador no le cuesta empatizar con ellos, olvidando su condición de ladrones y deseando que por una vez se conviertan en ganadores y puedan realizar su sueño con la compra de un pequeño rancho en México. Son, en realidad, dos seres que buscan un nuevo comienzo en un mundo en descomposición pero que comprobarán cómo al final del camino sólo les espera una bala.



“Dos hombres contra el Oeste” es, pues, una crónica sentimental desprovista de toda épica sobre los hombres corrientes que habitaron el Far-West. Un gran wésten crepuscular filmado inmediatamente antes de precipitarse el género por un pozo de oscuridad durante casi dos décadas, en el que el director asume la teoría de Roos cuando contesta a una pregunta de Frank sobre si teme a la muerte: “Sí, un poco, pero no pierdo el tiempo pensando en ello. No hay nada en este mundo por lo que merezca la pena discutir, pues todo está predestinado desde arriba. No podemos hacer nada, salvo algún detalle para creer que llevamos las riendas”.



(1) Curiosamente Billy Wilder había rodado en 1945 “Días sin huella”, un extraordinario filme sobre la misma temática por el que su protagonista, Ray Milland, obtuvo el Oscar.

(2) Las evidentes similitudes con esta película supongo que no se le escaparon al encargado de titularla en castellano.

(3) El personaje de Ross Bodine puede considerarse como el testamento cinematográfico del actor en este género ya que posteriormente tan sólo rodaría un wéstern más, el insustancial “Los vengadores” (Daniel Mann, 1972).

(4) Ryan O’Neal gozaba de una gran popularidad en el momento de rodar la película al haber protagonizado un año antes “Love story” (Arthur Hiller), un melodramam romántico de gran éxito.

(5) Juzgada con severidad por la crítica cinematográfica, la película fue masacrada en su estreno cortándose media hora de su metraje original de 136 minutos. La versión editada en DVD dura 124 minutos por lo que, quizás, parte de los defectos apuntados en esta reseña se deban a no haber podido ver la versión íntegra.

jueves, 3 de enero de 2019

EL REBELDE ORGULLOSO

(The proud rebel - 1958)

Dirección: Michael Curtiz
Guion: Joseph Petracca, Lillie Hayward basado en un relato de James Edward Grant.

Reparto:
- Alan Ladd: John Chandler
- Olivia de Havilland: Lynett Moore
- Dean Jagger: Harry Burleigh
- David Ladd: David Chandler
- Cecil Kellaway: Dr. Enos Davis
- Harry Dean Stanton: Jeb Burleigh
- Tom Pittman: Tom Burleigh
- Henry Hull: Judge Morley
- John Carradine: Traveling salesman

Música: Jerome Moross
Productora: Samuel Goldwyn Jr. para Formosa Production

Por Jesús Cendón, NOTA: 7

“Algunas veces me gustaría ser ministro en vez de médico. Los ministros dan esperanza, los médicos sólo hechos”. El doctor Enos Davis a John Chandler tras haber examinado a su hijo David.


Segundo wéstern producido por Samuel Goldwyn Jr. tras “Con sus mismas armas” (Richard Wilson, 1955), película ya reseñada en este blog con la que comparte su excelente acabado formal.

En esta ocasión contó como director con Michael Curtiz, uno de los grandes artesanos de Hollywood y ,junto a Raoul Walsh, director bandera de la Warner Brothers en la que permaneció durante casi tres décadas poniendo su oficio e, incluso, talento al servicio de la major, y mostrando una enorme capacidad de adaptación a los diferentes géneros cinematográficos: aventuras, policiáco, drama, comedia, wéstern e, incluso, musical.


Prueba de su versatilidad es este pequeño wéstern. Así mientras que sus primeras películas ambientadas en el Far-West fueron grandes epopeyas al servicio de Errol Flynn, una de las mayores estrellas de la productora, caracterizadas por su espectacularidad y en las que contó con unos presupuestos holgados para narrarnos la historia de los EEUU: “Dodge, ciudad sin ley” (1939), “Oro, amor y sangre” (1940) y “Camino de Santa Fe” (1940); la película que nos ocupa se trata de un wéstern con un presupuesto mediano en la que desarrolla una historia intimista, cercana al melodrama, siendo su eje fundamental la relación entre un padre y su hijo.


De esta forma, el filme entronca con una serie de wésterns de corte familiar en los que la historia se articula con base en el especial vínculo establecido entre un adulto y un preadolescente o está narrada a través de los ojos del menor. Destacados títulos de esta corriente son “Raíces profundas” (George Stevens, 1953), “Hondo” (John Farrow, 1953), “Río sin retorno” (Otto Preminger, 1954), “Caravana del Oeste” (Francis D. Lyon, 1959) producida por la Batjac de John Wayne, la recientemente reseñada “El más valiente entre mil” (Tom Gries, 1967) o varios títulos menores protagonizados por Joel McCrea como “Amigos bajo el sol” (Kurt Neumann, 1951), coescrita también por Lillie Hayward, y “La mano solitaria” (George Sherman, 1953).


SINOPSIS: John Chandler, un antiguo oficial del ejército sudista, recorre sin descanso los EEUU en busca de un doctor que cure el mutismo sobrevenido de su hijo. Al recalar en Abeerdeen un médico le dará esperanzas, pero pronto se enfrentará de manera fortuita con los hijos de Harry Burleigh, el ranchero más poderosos del lugar; a su vez enemistado con Lynnett Moore propietaria de una granja ambicionada por el magnate. Lynnett protegerá a John y poco a poco nacerá una atracción entre ambos.


La acción del filme se sitúa tras el fin de la Guerra de Secesión (1861-1865), conflicto traumático con un legado de más de 600.000 víctimas mortales entre militares y población civil (1) que enfrentó, con la coartada de la abolición del esclavismo, a dos mundos opuestos: un norte moderno, burgués e industrializado y un sur tradicional, aristocrático y agrícola. El resultado fue un país devastado cuyas heridas tardarían en cicatrizar.


Sin embargo, y aunque hay continuas alusiones al contexto histórico, sobre todo en relación con los saqueos sufridos por los estados del Sur fundamentalmente debidos a la denominada guerra total protagonizada por los generales nordistas Sherman y Sheridan y cuyo paradigma fue el saqueo de Atlanta, a Curtiz no le interesa tanto narrar el drama histórico como la tragedia personal del protagonista, un exoficial confederado acaudalado que con la guerra no sólo perdió todas sus posesiones sino también a su mujer tras ser incendiada su hacienda. Individuo que, abrumado por su responsabilidad, se ha convertido en un nómada con un único objetivo en la vida, encontrar la cura para su hijo incapaz de hablar tras contemplar como las llamas devastaban su hogar y acababan con su madre.


Así, como señalé en un párrafo anterior, el filme se deslizará hacia el melodrama centrándose tanto en el vínculo especial existente entre el padre y su hijo, como en la nueva relación establecida entre ambos y Lynett Moore, otro personaje solitario al haber fallecido sus progenitores y sus hermanos y dueña de un rancho codiciado por Harry Burleigh, el ganadero más poderoso de la región; quedando, de esta forma, perfectamente engarzadas las dos líneas argumentales de la película:


- La primera sobre el paulatino acercamiento entre John y Lynett, que a su vez supone para David, el hijo de John, encontrar un nuevo hogar y a una segunda madre.




Curtiz narra este proceso con varias secuencias de una gran sutileza. Así, contemplaremos a Lynette, tras haber mantenido una conversación íntima con John, mirarse en el espejo y, en un gesto de coquetería, arreglarse el pelo. Posteriormente asistiremos al redescubrimiento de su feminidad al recuperar de un baúl su mejor vestido. Y, por último, ambos se fotografiarán de forma idéntica a la instantánea que conserva John con su mujer fallecida. La intención de Curtiz con la última secuencia es clara, poco a poco Lynett está ocupando el vacío que dejó en el corazón de John la muerte de su esposa. Para ambos se abré una nueva esperanza, una nueva vida, igualmente simbolizada en la edificación del establo sustituto del perdido en un incendio provocado por los hijos de Harry.


- La otra línea argumental se centra en el enfrentamiento de John y Lynette con el clan de los Burleigh. Nos encontramos con un tema recurrente en el wéstern, la rivalidad entre ganaderos y agricultores aunque con la peculiaridad de que el poderoso ganadero se dedica a la cría de ovejas y no al ganado vacuno como era habitual. En este enfrentamiento jugará un papel fundamental el perro pastor de David, pues al apropiárselo Harry se desencadenará el drama constituyendo el detonante del duelo final entre John y los Raleigh. De nuevo las similitudes con la citada “Raíces profundas” e incluso con el melodrama “El despertar” (Clarence Brown, 1946) son evidentes respecto a la profunda relación existente entre el chico y su mascota.


Por lo que respecta a la labor de Curtiz cabe señalar que narra la historia de forma plácida y con un ritmo pausado, caracterizándose la dirección por su elegancia y su clasicismo, destacando los bellos encuadres, los preciosos y precisos movimientos de cámara, la especial atención prestada a la composición de los planos y al lugar en el que sitúa la cámara, permitiendo a los actores moverse en secuencias de interior sin utilizar el montaje; de tal forma que en muchas de ellas tenemos la sensación de estar contemplando a los interpretes en la misma habitación, convirtiéndonos en espectadores privilegiados de los hechos.


La película supuso además el reencuentro profesional, tras dieciocho años de su última cinta, entre el cineasta y una esplendida Olivia de Havilland (2), a la que Curtiz presenta desprovista de todo glamour con un viejo vestido, un sombrero de paja, un chal ajado y mal peinada. Una mujer de carácter fuerte que no parece prestar atención a su imagen y que reivindicará delante del juez, en un discurso de gran modernidad, su individualidad, resistiéndose a ser un mero apéndice del hombre al afirmar: “¿Qué se supone que debo hacer? Arrojarme a los brazos del primer hombre que me proponga en matrimonio sólo para complacer a la gente… Como si vivir sola fuera un crimen, y todo porque soy una mujer y no un hombre”. Es, pues, una mujer adelantada a su tiempo que reivindica su singularidad e independencia como persona y un claro precedente del personaje de Mary Bee Cudy en la recientemente estrenada “Deuda de honor” (Tommy Lee Jones, 2014).


Junto a ella un Alan Ladd en uno de sus mejores trabajos quizás por interpretar a un hombre corriente, un papel más acorde con su físico, y por dar vida a su vástago en el filme su verdadero hijo David Ladd (3) con el que muestra en todo momento una gran complicidad. Estamos ante un individuo duramente golpeado por la vida pero no vencido que conservará su dignidad, orgullo e, incluso, testarudez, rechazando la ayuda gratuita ofrecida por los distintos personajes del filme. Un ser atormentado al haber ocurrido la tragedia a su familia mientras estaba ausente por lo que la curación de su hijo constituye su peculiar acto de expiación, y a su búsqueda dedica su vida. Tanto John como su hijo David nos muestran, por tanto, que los conflictos bélicos no acaban al abandonar las armas su discurso macabro sino que las secuelas se prolongan a lo largo del tiempo en los supervivientes que deben aprender a vivir con sus heridas.



Acompañando a los protagonistas nos encontramos con veteranos de la fiabilidad de Dean Jagger como el poderosos ganadero obsesionado con las tierras de Lynett, Cecil Kellaway en el papel del bondadoso médico y atisbo de esperanza para John, Henry Hull en la piel de un peculiar y heterodoxo juez o John Carradine como un comerciante al que el director y los guionistas reservan las mejores líneas de diálogo en la conversación inicial mantenida con John; así como, con un joven Harry Dean Stanton dando vida al hijo camorrista de Harry.


Por último, debo referirme a la banda sonora de Jerome Moross que anticipa la que compondría ese mismo año para “Horizontes de grandeza” (William Wyler, 1958), su obra maestra con la que revolucionó el género.


“El rebelde orgulloso” es, pues, un wéstern bien construido, amable, conmovedor y hermoso, destinado a toda la familia, centrado en el ser humano y sus sentimientos, filmado en las postrimerías de su carrera por un grandísimo director, de los que hicieron grande al Hollywood clásico, al que no se ha prestado la atención merecida y que volvería a acercarse al género con la más oscura “El justiciero” (1959) y la vitalista “Los comancheros” (1961), su último filme.


(1) La verdadera dimensión del conflicto se aprecia al comparar los fallecidos en él; ya que los estadounidenses muertos en la Guerra de Secesión superaron en número a la suma de las bajas que tuvieron los EEUU en las dos guerras mundiales.

(2) Entre 1935 y 1940 rodaron juntos ocho películas, entre ellas clásicos del cine de aventuras como “El capitán Blood” (1935), “La carga de la Brigada Ligera” (1936) o “Robín de los bosques” (1938); y wésterns del nivel de los nombrados “Dodge, ciudad sin ley” y “Camino de Santa Fe”; todas ellas, además, protagonizadas por la estrella de la Warner Errol Flynn.

(3) David Ladd, que ya había trabajado junto a su padre en “Grandes horizontes” (Gordon Douglas, 1957), sin alcanzar el estrellato de Alan ha desarrollado una fecunda carrera como actor y productor. Sin embargo, es más conocido por su matrimonio con el ángel de Charlie Cheryl Ladd.

jueves, 27 de diciembre de 2018

EL MÁS VALIENTE ENTRE MIL

(Will Penny, 1967)

Dirección: Tom Gries
Guion: Tom Gries

Reparto:
- Charlton Heston: Will Penny
- Joan Hackett: Catherine Allen
- Donald Pleasence: Preacher Quint
- Lee Majors: Blue
- Bruce Dern: Rafe Quint
- Ben Johnson: Alex
- Slim Pickens: Ike Walterstein
- Clifton James: Carlton
- Anthony Zerbe: Dutchy
- Roy Jenson: Boetius Sullivan
- G. D. Spradlin: Anse Howard

Música: David Raskin
Productora: Paramount Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“Y ¿Qué destino es ese? No hay una botella de whisky a cientos de kilómetros de él, ni un asomo de ciudad donde gastar un dólar”. Blue tras haber transportado el ganado.


Con el incomprensible y desafortunado título en castellano de “El más valiente entre mil” nos encontramos con la aportación más personal a este género de su director-guionista Tom Gries; un profesional dedicado fundamentalmente a la televisión que firmó con este wéstern su mejor película (1).


Estamos ante un proyecto largamente acariciado por su autor basado en el episodio que dirigió en 1960 para la serie de televisión “The westerner” (2), serie cuya autoría se debe a Sam Peckinpah. De hecho la película presenta ciertos elementos en común con el cine del director californiano, desde la visión melancólica y otoñal del Oeste hasta su veterano protagonista representante de un colectivo, los cowboys, condenado a su extinción con la llegada del progreso al ser incapaz de adaptarse a la nueva era. Así nos retrata un Oeste en profunda evolución en el que el desarrollo del ferrocarril, símbolo tanto de los nuevos tiempos como de la cohesión del país, pondrá fin inexorablemente a un modo de vida vinculado al ganado y a su transporte en viajes maratonianos atravesando extensos territorios. Además, Tom Gries contó con Lucien Ballard, operador habitual de Peckinpah, que contribuyó cromáticamente a dotar al filme de su aspecto nostálgico; así como con algunos secundarios “peckinpahnianos” del nivel de Ben Johnson o Slim Pickens, este último presente también y con el mismo rol en el episodio de la serie en el que está basado el filme.


Según contó Charlton Heston en una entrevista, Gries mostró parte de su guion a Walter Seltzer, productor y gran amigo del actor con el que trabajó en numerosas ocasiones, quien entusiasmado no dudó en enseñarlo a la estrella. Igualmente deslumbrado por la calidad del guion (3), el actor propuso al productor como posibles directores del filme a William Wyler o George Stevens, convencido de que ninguno de los dos rechazaría rodarlo, sin embargo Gries se negó a venderles su libreto si no filmaba personalmente la película. Tras una ardua negociación, al no confiar ni la veterana estrella ni el productor en el escritor por su escasa experiencia, finalmente este se impuso y consiguió dirigir su guion.


ARGUMENTO: Will Penny, un veterano cowboy cercano a los cincuenta años, tras finalizar su trabajo transportando ganado y como ocupación invernal es contratado para vigilar las lindes del rancho Flatiron. Sin embargo, lo que debería haber sido una ocupación solitaria y rutinaria se verá alterada por la presencia en su cabaña de Catherine Allen y su hijo; así como, por su encuentro con el predicador Quint y su familia, sedientos de venganza tras haber acabado Will en un tiroteo anterior a su llegada al rancho con uno de sus miembros.


Si por algo se caracteriza “El más valiente entre mil” es por su autenticidad y veracidad al mostrarnos la vida de los cowboys desprovista de todo glamour y carente del sentido épico de otros wésterns (4). Personajes fundamentales en el desarrollo de los EEUU al transportar el ganado desde los estados productores de carne hasta aquellos que demandaban este producto, el trabajo de los vaqueros se nos presenta como trivial, rutinario y penoso; mientras que estos son retratados como individuos desaliñados y anclados en el pasado que en la mayoría de los casos apenas saben escribir sus nombres o, como el protagonista, son analfabetos. En este sentido cobran gran importancia dos escenas de una gran sutileza: aquella en la que, para poder cobrar, Will debe estampar su marca, una cruz, en un libro e intenta con su mano evitar que otros compañeros lo vean, y otra en la que observa avergonzado leer a Horace, el hijo de Catherine.


En este mismo sentido, la falta de glamour de la vida de los vaqueros, se encuadran otras secuencias como aquella en la que vemos a Will zurcir unos calcetines (escena que también aparecía en el episodio de “The westener”), en la que aluden a los piojos o cuando el protagonista reconoce a Catherine que sólo toma un baño ocho o nueve veces al año: al empezar un trabajo, al terminarlo, otros dos en fechas importantes y el resto variando según los ríos que deba cruzar. Incluso se nos muestra a los cowboys como individuos algo torpes con las armas (a Dutchy, compañero de Will, se le disparará accidentalmente su revólver hiriéndose de gravedad) o preocupados por no dañarse sus manos ya que son su medio de vida (Will pelea con otro cowboy utilizando su sombrero, primero, y una sartén, después).


Asimismo este deseo tanto del director-guionista como de los productores por mostrar un Far West lo más auténtico posible se aprecia también en el atrezzo empleado. De esta forma, se envejeció la ropa usada por los actores con lejía; mientras que las armas utilizadas son auténticas y se alquilaron a coleccionistas, en vez de emplear las que se encontraban en el departamento de la Paramount. Todo ello redunda en una visión más realista del Oeste.


Además la película constituye un canto a la amistad, representada sobre todo en Blue (un Lee Majors anterior a hacerse famoso con la serie “El hombre de un millón de dólares”) verdadero elemento cohesionador del trío compuesto por Will, Dutchy y él, al permanecer al lado del segundo tras su desafortunado accidente y posteriormente no dudar, a pesar de estar en juego su vida, en ayudar al primero en su enfrentamiento con los Quint. Es el tipo de amistad surgida entre hombres rudos como consecuencia de haber cabalgado juntos en infinidad de jornadas, enfrentándose hombro con hombro a un sinfín de peligros y compartiendo interminables noches al raso con el único consuelo de una fogata para calentarse por fuera y una botella de whisky para caldearse por dentro.


Tom Gries construyó el filme, en su parte central, en torno a dos líneas argumentales perfectamente hilvanadas.


Por una parte nos encontramos con el enfrentamiento de Will con la familia Quint al haber acabado con uno de sus miembros tras un tiroteo en un río. La familia, al frente de la cual se encuentra un falso predicador (excepcional Donald Pleasence) que justifica su comportamiento psicótico tendente a la violencia y al sadismo en los textos bíblicos y es padre de tres tarados que han heredado sus instintos homicidas, perseguirá a Will y tras herirlo de gravedad lo abandonará con el objeto de que sufra una muerte lenta y horrible. Sin embargo nuestro protagonista conseguirá llegar a su pequeño refugio en donde previamente había permitido quedarse de manera temporal a Catherine y a Horace.


A partir de ese momento se desarrolla la segunda trama centrada en la historia de amor entre Will y Catherine, dos seres provenientes de mundos diferentes e, incluso, opuestos. Es, sin duda, una de las más bellas y mejor contadas en este género que entronca la película con rarezas intimistas y líricas como “Johnny Guitar”. Así asistiremos en la pequeña cabaña al recelo y a la desconfianza iniciales de ambos personajes, pasando por su mutuo acercamiento a medida que van mostrándose el uno al otro y conociéndose, su creciente atracción y, finalmente, a su enamoramiento.


Y es en el interior de esas cuatro paredes en el que el filme alcanza un nivel altísimo con escenas de una gran naturalidad y sensibilidad, como aquella en la que Will reconoce a Catherine y a su hijo su desconocimiento de los villancicos y culmina con el niño abrazando a quien le gustaría fuese su padre, lo que provoca el aturdimiento en nuestro protagonista por la muestra espontánea de cariño del chaval; o cuando Will, un hombre acostumbrado a mantener su alma plegada para evitar exponer sus sentimientos, se sincera con Catherine y habla de su existencia solitaria o de su escaso conocimiento de las mujeres al haberse relacionado tan sólo con prostitutas; hasta llegar a la memorable y desgarradora escena final en la que la figura de Will se agiganta ante nuestros ojos al comprender que es tarde para poder ofrecer una vida en común a Catherine, renunciando no sólo a la única mujer amada y a la posibilidad de tener lo que nunca tuvo, una familia, sino a la propia felicidad.


Para poner en pie estas escenas se necesitaba contar con grandes actores, y tanto Charlton Heston como Joan Hackett están esplendidos, además de mostrar una enorme complicidad.


Pocas veces he visto en la pantalla grande a Heston como en esta película. Realiza una interpretación memorable y muy sentida de Will, un hombre solitario, desarraigado, con una existencia nómada y que desde pequeño, al haber sido abandonado por su familia, ha tenido que luchar para poder subsistir en un mundo hostil. Un individuo acostumbrado a la falta de cariño que en el otoño de su vida, demasiado tarde para él, encontrará el amor y a una compañera con la que en otras circunstancias no habría dudado en compartir su existencia.


En cuanto a Joan Hackett, simplemente borda su papel de Catherine. Su constante cruce de miradas con Charlton Heston es antológica. La actriz fue escogida tras haber rechazado el papel varias estrellas (5) y está perfecta dando vida a Catherine, una mujer culta, educada, no demasiado agraciada y algo remilgada que arrastra el fracaso de su matrimonio ya que, según reconoce, su marido tan sólo la espera porque la necesita como mano de obra. Encontrará en Will, una persona totalmente diferente a ella, todas las cualidades que busca en un hombre, integridad, rectitud, bonhomía, nobleza, honestidad; aptitudes de las cuales se da a entender carece la persona con quien se casó.


Mención especial merece Jon Gries, hijo del director, como Horace (6); al obsequiarnos con una actuación plena de naturalidad y alejada de la ñoñería y cursilería habituales en este tipo de personajes. Un preadolescente que encontrará en Will a un inesperado progenitor, estableciendo un sólido vínculo afectivo con el veterano vaquero.


“El más valiente entre mil” es un relato realista de la vida de los cowboys y, al mismo tiempo, una bellísima y lúcida reflexión sobre el paso del tiempo y la imposibilidad de recuperar los años perdidos. Un buen y semidesconocido wéstern, filmado en un momento en el que el género en los EEUU comenzaba su lento declive, que con un director de mayor entidad se hubiera convertido, sin duda, en un clásico.


(1) Dos años después Tom Gries filmaría “Los 100 rifles”, un mediocre wéstern rodado en España recordado por mostrar por primera vez una relación sexual interracial; mientras que en 1975 se despediría del género con “Nevada Express”, mixtura de wéstern y thriller protagonizada por Charles Bronson.

(2) “The westerner” fue una serie creada en 1960 por Sam Peckinpah e interpretada por Brian Keith. Se emitieron trece episodios de los cuales Peckinpah dirigió cinco, además de participar en el guion de todos ellos, André de Toth dos y Tom Gries uno, “Line Camp”.

(3) En sus memorias Charlton Heston considera como su mejor película a “El más valiente entre mil”.

(4) Ya en 1958 Delmer Daves había filmado “Cowboy”, una versión realista de la vida de los vaqueros.

(5) El guion definía a Catherine como una mujer poco atractiva, hecho que suscitó el rechazo de las actrices a las que se propuso el papel antes que a Joan Hackett.

(6) Tras realizar infinidad de entrevistas para el papel de Horace, los productores de la película (Walter Seltzer y Fred Engel) se encontraron con Jon que estaba esperando a su padre tomando un refresco. Después de mantener una pequeña charla con él no dudaron en llamar a Tom para comunicarle que por fin tenían a Horace.