NOSOTROS

jueves, 28 de febrero de 2019

EL PÓQUER DE LA MUERTE

(Five Card Stud, 1968)

Dirección: Henry Hathaway
Guion: Marguarite Roberts

Reparto:
- Dean Martin: Van Morgan
- Robert MitchumReverendo Jonathan Rudd
- Inger StevensLilly Langford
- Roddy McDowallNick Evers
- Katherine JusticeNora Evers
- John AndersonMarshal Dana
- Yaphett KottoLittle George
- Denver PyleSig Evers
- Whit BissellDoctor Cooper
- Ted de CorsiaEldon Bates

Música: Maurice Jarre
Productora: Wallis-Hazen Productions.

Por Jesús Cendón. NOTA: 6,75

“¿Se cree usted la conciencia de esta ciudad señor Rudd?” “Al menos necesitamos una” “Y ¿Quién le ha elegido a usted?” “Dios y el señor Colt, de nombre Samuel. Un nombre bíblico” Conversación entre Van Morgan y el reverendo Jonathan Rudd.


En los años sesenta el wéstern comienza un lento declive que, agudizado en las décadas siguientes, ha llegado hasta nuestros días a pesar de los distintos intentos para revitalizarlo llevados a cabo, con mayor o menor fortuna, por autores como Clint Eastwood, Kevin Costner, Quentin Tarantino, Tommy Lee Jones o los hermanos Coen; de tal forma que podemos calificar a este género como un enfermo crónico con una mala salud de hierro.


Las causas de su decadencia fueron muy variadas. Así, como ya he expuesto en otras reseñas, influyó el cambio de mentalidad de la sociedad estadounidense inmersa en una época crispada y convulsa con la aparición de movimientos contestatarios cuyo mayor icono quizás fuese el festival de Woodstock celebrado en 1969; al igual que una serie de experiencias traumáticas como fueron los asesinatos del presidente Kennedy, su hermano Robert y el activista por los derechos de las minorías raciales Martin Luther King o la participación en la controvertida Guerra de Vietnam (primer conflicto bélico trasmitido por televisión, por lo que el drama se vivió en los hogares estadounidenses de forma cercana).


A estos factores exógenos al cine se le sumaron otros endógenos como la competencia de las series de televisión de temática wésterns, cuyo boom tuvo lugar a partir de la segunda mitad de la década de los años 50; la crisis del sistema basado en el férreo control de la producción por parte de las grandes majors o la competencia de los wésterns filmados en Europa a partir del éxito de la denominada Trilogía del Dólar.


Como consecuencia de todo ello el wéstern estadounidense evolucionó abandonando la visión mítica ofrecida hasta entonces de la conquista del Oeste para mostrarnos una perspectiva más desencantada de la construcción de los EEUU.


De esta forma, si la década de los cuarenta se puede considerar como la del wéstern clásico y en la de los cincuenta predominó el denominado psicológico, en los sesenta prevalecerán las películas del oeste con un tono crepuscular, revisionista, desmitificador e, incluso, paródico con la filmación de wésterns marcadamente cómicos como “Tres sargentos” (1962), “La batalla de las colinas del whisky” (1965), “Cuatro tíos de Texas” (1963) filmados por los otrora canónicos John Sturges y Robert Aldrich, “La ingenua explosiva” (Elliot Silverstein, 1965), “Texas” (Michael Gordon, 1966), “Ojos verdes, rubia y peligrosa” (Hy Averback, 1969), la película dirigida en 1969 por Burt Kennedy con James Garner como protagonista “También un sheriff necesita ayuda” (1) o “El cub social de Cheyenne” (Gene Kelly, 1970) con la pareja James Stewart-Henry Fonda en papeles paródicos.


En este contexto, resultó crucial el encuentro entre un director clásico con un importante bagaje en este género como era Henry Hathaway (2) y el prestigioso productor Hal B. Wallis responsable de títulos como “Duelo de titanes” o “El último tren de Gun Hill”, las dos películas, de gran éxito, dirigidas por el mencionado John Sturges además de estar la segunda coproducida por la Bryna de Kirk Douglas.


Ambos colaborarían desde 1965 a 1971 y el resultado fueron cuatro wésterns del nivel de “Los cuatro hijos de Katie Elder” (1965), “El póquer de la muerte” (1968), “Valor de ley” (1969) y “Círculo de fuego” (1971), los tres últimos escritos por Marguerite Roberts y todos con bastantes características en común: fueron interpretados por grandes estrellas en su madurez con lo que se acentuaba el carácter crepuscular de los mismos, desarrollaban como tema principal el de la venganza, y partiendo de postulados clásicos pretendían, en mayor o menor medida, renovar y revitalizar el género.


ARGUMENTO: Un jugador es ahorcado por el resto de los participantes tras ser sorprendido haciendo trampas en una partida de póquer. Al poco tiempo, coincidiendo con la llegada al pueblo de un enigmático predicador, los individuos presentes la fatídica noche van siendo asesinados.


A lo largo de la historia del cine son numerosos los wésterns con elementos propios de un género, en principio, tan alejado como el noir tanto desde el punto de vista estético (el trabajo en wésterns de operadores como James Wong Howe o John Alton, fundamentales en la codificación estilística del noir, se antoja esencial) como desde el punto de vista de su contenido, así se filmarán películas del Oeste en las que estarán muy presentes temas como la fatalidad, el sino o el del falso culpable (3). Pero con esta película el trío Hattaway-Roberts-Wallis dio un paso más al proponer al espectador un thriller ambientado en el Far-west.


De hecho la estructura del filme, con una serie de individuos sucesivamente ajusticiados por un misteriosos asesino, recuerda a la novela de Agatha Christie “Diez negritos” (4); al mismo tiempo que la historia presenta semejanzas con “Ciudad en sombras” (William Dieterle, 1950), estupendo noir con Charlton Heston en su primer papel protagónico.


Desde la escena inicial Hathaway se esfuerza por demostrarnos que estamos ante un filme singular ya que envuelve una situación típica de este género, con unos jugadores de póquer linchando a un tramposo, en una atmósfera más propia del cine fantástico o de terror. Así el director enmarca el linchamiento en una noche infernal en la que la tormenta simboliza el estado anímico de los compañeros mortales, mientras contemplamos al mefistofélico líder del grupo comportarse como un auténtico enajenado al encontrar en el tahúr a la víctima con la que satisfacer su sadismo; y al mismo tiempo utiliza varios planos en picado con los que, además de acentuar el carácter fantasmagórico de la escena, el espectador contemplará durante unos segundos interminables agonizar al desdichado.


A partir de esta impactante escena asistiremos a una película de suspense en la cual los miembros del grupo salvaje serán siendo aniquilados uno a uno por una mano asesina de modo diferente pero siempre relacionado con la forma en la que murió el tahúr; así uno de ellos será enterrado en un barril de harina, otro estrangulado con un alambre de espinos, otro más linchado en la iglesia con la cuerda de la campana, el cuarto ahogado en un abrevadero y el último axfisiado por las manos del homicida; siendo este asesinato el que dirigirá a Van al culpable puesto que la víctima se esforzará en el último momento por dejar una pista con la que identificar al homicida (5).


Por tanto, Hathaway nos presenta un Oeste muy alejado de su imagen clásica en el que los pistoleros dirimían sus diferencias cara a cara y a plena luz; aquí los personajes mueren de forma brutal, ejecutados con alevosía y nocturnidad a manos de un asesino que se comporta como un ángel vengador, acentuándose de esta forma el tono sobrenatural del filme, y de cuya identidad nos aporta pistas la película desde el principio hasta desvelárnosla a mitad de la misma, momento en el que el espectador confirmará sus más que fundadas sospechas. Por lo que la cinta, en su singularidad, tampoco se adapta a la mecánica del whoddunit (filmes que especulan con la identidad del asesino hasta su revelación final) sino que da más importancia a quién será la próxima víctima y cómo será asesinada; además de jugar con la incertidumbre creada en torno a los motivos que impulsan al asesino a actuar de esta forma y con la identidad del traidor que informa al homicida sobre los individuos que participaron en el linchamiento (de hecho el título original, “Five card stud”, alude, además de a una determinada modalidad de póquer, al tapado, al delator cuya identidad desconocen el resto de jugadores-víctimas).

Junto con el tema de la venganza, la película aborda otras dos cuestiones muy interesantes.


En primer lugar la perdida por parte de los individuos de su autonomía y de su singularidad al formar parte de un grupo que adquiere una entidad propia y diferenciada y como tal actúa, máxime si está dirigido por un individuo inteligente y manipulador. Uno de los participantes en el linchamiento resume perfectamente esta cuestión al comentar apesadumbrado a Van: “Estoy pensando en que me senté para echar un trago y jugar a las cartas, y me levanté para ahorcar a un hombre”. No son, por tanto, personas violentas pero se dejaron llevar por el grupo que adquirió una personalidad propia.



La segunda cuestión planteada es la de la seguridad y el peligro que supone ante una situación crítica una población armada. Así, ante la proliferación de los asesinatos y la pasividad de las fuerzas del orden en la búsqueda de los culpables, un grupo de mineros reivindicará su derecho a defenderse utilizando sus armas. El resultado, en un ambiente paranoico, será un batalla campal en la que los mineros llegarán, incluso, a disparar y matar al ayudante del sheriff. Situación de la que un lúcido Rudd había advertido al sheriff del pueblo en una reunión preliminar.

Sin duda, uno de los grandes aciertos del filme es la pareja protagonista, Dean Martin (6) y Robert Mitchum (7).


El primero, que había colaborado con Hathaway en “Los cuatro hijos de Katie Elder”, da vida a Van Morgan, un personaje bastante alejado del prototipo del héroe del wésten. Estamos ante un vividor, nómada, mujeriego y jugador de póquer profesional que se convertirá en un improvisado detective jugando, de esta forma, su partida más importante ya que la apuesta es muy alta, su propia vida. Martin se encuentra muy cómodo en un papel que presenta ciertas semejanzas con el interpretado para Vincente Minelli en “Como un torrente” (1958) y al que dota de una visión desencantada, además de cierto cansancio existencial. Incluso, aprovechando sus cualidades como crooner, entona la eficaz y atípica canción principal compuesta por Maurice Jarre.


Robert Mitchum está esplendido, aunque me hubiera gustado una mayor presencia del actor en la película, como Jonathan Rudd; un peculiar y enigmático reverendo vestido totalmente de negro (es inevitable acordarse de su papel como Harry Powell en “La noche del cazador”) que porta en una mano un revólver y en la otra la Biblia (8).


Junto a ellos nos encontramos con Rody McDowell, ex niño prodigio de Hollywood (9), en una memorable composición como Nick Evers, un parásito social hijo de un gran terrateniente, egoísta y sociópata. Un auténtico villano incapaz de sentir la más mínima empatía por sus semejantes y para el que el mundo es “basura”.


La cuota femenina les corresponde a Inger Stevens, presencia habitual a finales de los sesenta en este género, como Lilly la dueña de la barbería que en realidad opera como tapadera de la casa de tolerancia del pueblo; y Katherine Justice en el rol de Nora, hermana de Nick y eterna enamorada de Van. Ambas protagonizan un triángulo amoroso con el jugador irrelevante para el desarrollo de la película al no estar implicadas en la trama principal ninguno de los personajes femeninos, aunque esta relación da lugar a estupendos diálogos (sobre todo los sostenidos por Van y Lilly).


“El poquér de la muerte” no es una obra maestra ni tan siquiera una de las mejores películas del Oeste filmadas por su director, pero si es un wéstern muy ameno, con diálogos cuidados, personajes bien caracterizados y muy bien filmado por Hathaway, director de la vieja escuela dotado de un sentido de la espectacularidad envidiable al que le gustaba controlar todos los aspectos del filme, desde la fotografía (“El operador nunca debe pensar lo que hacer con la cámara: siempre le digo dónde debe colocarla y así no elige por mí") hasta el montaje (“Hago el montaje mientras ruedo. Luego sólo se deben unir los planos uno tras otro").


(1) El director-guionista y el actor volvieron a colaborar en “Latigo”, otro wéstern marcadamente cómico.

(2) En su extensa filmografía Henry Hathaway abordó todo tipo de géneros pero, aunque estuvo muy vinculado en los inicios de su carrera, pronto abandonaría el wéstern para retomarlo a principios de la década de los cincuenta, en la que nos ofreció dos filmes tan logrados como atípicos: “El correo del infierno” (1951) y “El jardín del diablo” (1954). Ambas películas cuentan con sus oportunas reseñas.

(3) Son numerosísimos los ejemplos de wéstern influenciados, temática o estilísticamente, por el noir por lo que a modo de ejemplo tan sólo citaré “Juntos hasta la muerte” (remake en clave wéstern de “El último refugio”) y “Perseguido”, ambas dirigidas por Raoul Walsh; “El correo del infierno” filmada por el propio Hathaway en 1950; “Sangre en la luna” (Robert Wise, 1948) con un Robert Mitchum más identificado durante esos años con el noir que con el wéstern; “Filón de plata” (Allan Dwan, 1954) con el protagonista acosado y perseguido por un delito no cometido; “Jubal” (Delmer Daves, 1956) en el que los personajes de Glenn Ford, marcado por el infortunio, y de Valerie French, auténtica femme fatale, responden a estereotipos del cine negro; o la escasamente valorada “Mujeres, dinero y armas” (Richard Bartlett, 1958) en la que el protagonista, un detective privado, buscaba a los herederos de un minero asesinado.

(4) El texto de Agatha Christie ha sido llevado a la gran pantalla en numerosas ocasiones siendo, quizás, la versión más lograda la dirigida en 1945 por René Clair con Barry Fitzgerald, Walter Huston, Judith Anderson y Louis Hayward en los papeles principales.

(5) La escena recuerda a otra de la fabulosa “Charada” (Stanley Donen, 1963) en la que un desdichado James Coburn intentaba dejar una pista sobre la identidad de su asesino antes de morir.

(6) La presencia de Dean Martin en películas de este género fue constante a partir de mediados de los sesenta aunque la mayoría son títulos de escaso interés. Así, a las citadas “Los cuatro hijos de Katie Elder” y “Texas”, las siguieron, entre otras, “Noche de titanes” (Arnold Laven, 1967), “Bandolero” (Andrew V. McLaglen, 1968), “La primera ametralladora del Oeste” (Andrew V. McLaglen, 1971) o “Amigos hasta la muerte” (George Seaton, 1973).

(7) Curiosamente ambos habían interpretado el mismo papel de compañero alcoholizado del protagonista para dos películas de Howard Hawks protagonizadas por John Wayne: “Río Bravo” (1959) y “El Dorado” (1967).

(8) El libro sagrado está muy presente en varios westerns de Hathaway como “Del infierno a Texas”, en el que el protagonista lee habitualmente la Biblia heredada de su madre e intenta ajustar su conducta a los preceptos contenidos en ella, o “Nevada Smith”, en la que el monje protector del protagonista le prestará una Biblia cuyas enseñanzas serán fundamentales en la actitud de este en el tramo final del filme; mientras que en “Los cuatro hijos de Katie Elder” las Sagradas Escrituras, junto con la mecedora, representaba al espíritu de la madre de los cuatro personajes principales y en esta película se convierte en un objeto fundamental para ejecutar su venganza el asesino.

(9) A principios de los cuarenta, siendo un niño, el actor nacido en Gran Bretaña se puso a las órdenes de directores como John Ford (“Qué verde era mi valle”), Fritz Lang (“El hombre atrapado”) o John M. Stall (“Las llaves del reino”), para posteriormente desarrollar una fructífera carrera como actor de carácter durante más de cincuenta años.

jueves, 21 de febrero de 2019

ATAQUE AL CARRO BLINDADO

(The war wagon, 1967)

Dirección: Burt Kennedy
Guion: Clair Huffaker

Reparto:
- John Wayne: Taw Jackson
- Kirk DouglasLomax
- Howard KeelLevi Walking Bear
- Robert Walker Jr.Billy Hyat
- Keenan WynnWes Fletcher
- Bruce CabotPierce
- Joanna BarnesLola
- Bruce DernHamond
- Gene EvansDeputy Hoag

Música: Dimitri Tiomkin
Productora: Batjac Productions, Universal Pictures, Marvin Schwartz

Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

El mío ha caído primero”. “Pero el mío era más alto”. Conversación entre Lomax y Taw Jackson tras haber acabado con dos de los esbirros de Pearce.


El coste de “El Alamo” (1960) se disparó obligando a John Wayne, productor del filme a través de su compañía la Batjac, a hipotecar todos sus bienes y después, al no haberse obtenido inicialmente el rendimiento económico previsto aunque finalmente fuera un wéstern muy rentable, a vender los derechos de la película a la United Artits, compañía distribuidora del filme. Prácticamente arruinada, la estrella tuvo que aparcar su labor de productor y dedicarse exclusivamente a interpretar películas a un ritmo frenético. Así, tan sólo en 1962 protagonizó “¡Hatari!”, modélica cinta de aventuras africanas rodada por Howard Hawks en su tercera colaboración con Wayne, y “El hombre que mató a Liberty Valance”, cumbre creativa de John Ford; y, además, realizó dos apariciones estelares en “La conquista del Oeste” y “El día más largo”, que le proporcionaron pingües beneficios.


Recuperado económicamente, en 1963 resucitó la Batjac con “El gran MacLintock” (Andrew Victor McLaglen) y en 1966 se asoció con la Brynna de Kirk Douglas (1) para producir “La sombra de un gigante” (Melville Shavelson), biopic del coronel David Marcus protagonizado por Douglas en el que se reservó un pequeño papel.


El entendimiento entre ambas estrellas fue total por lo que Wayne volvería a contar con Douglas para su siguiente proyecto “Ataque al carro blindado” una película del Oeste basada en la novela “Badman” escrita por Clair Huffaker, habitual autor wéstern (2), cuyos derechos había comprado hacía tiempo.


Al igual que con “El gran MacLintock” el veterano actor no quiso correr excesivos riesgos y se rodeó de colaboradores de su más absoluta confianza como el operador William H. Clothier, su director de fotografía favorito, o el mítico Dimitri Tiomkin, autor de la partitura de “El Alamo”, que compuso una banda sonora con sus característicos temas incidentales y una canción muy pegadiza, “La balada del carro blindado”, interpretada por Ed Ames que se escucha acompañando a los títulos de crédito mientras vemos al carro blindado y consigue predisponer al aficionado a favor del filme. Además confió la dirección al otrora gran guionista Burt Kennedy (3), un cineasta fiable y fácilmente manejable para John Wayne. De hecho Kirk Douglas ha señalado reiteradamente que Wayne constantemente daba instrucciones a Kennedy sobre cómo rodar determinadas secuencias e, incluso, llegó a filmar alguna escena.


ARGUMENTO: Una vez cumplida su condena de tres años en prisión, Taw Jackson decide vengarse del hombre que le acusó injustamente y se adueñó de su rancho en el que se había encontrado oro. Para llevar a cabo su plan, consistente en robar un carro que transportará próximamente 500.000 dólares, contratará a un grupo heterogéneo de individuos.



Pocas estrellas como Wayne sabían lo que el público esperaba de una película protagonizada por él, por eso concibió “Ataque al carro blindado” como un filme que reivindicaba los valores de las películas del Oeste clásicas cuando este, a finales de la década de los sesenta, comenzaba a dar muestras de su decadencia frente a la proliferación de los wésterns crepusculares, revisionistas e, incluso, los realizados en Europa, de creciente éxito, caracterizados por su excesiva violencia y por una visión más crítica y realista de los EEUU en el siglo XIX.


De hecho la premisa argumental del filme, un individuo que pretende recuperar la fortuna arrebatada por el ambicioso cacique del lugar, recuerda a “Los cuatro hijos de Katie Elder”; mientras que su estructura, con un grupo de amigos que deben mantenerse unidos para enfrentarse y vencer a un enemigo en común que le supera en número, remite a Howard Hawks. Incluso como en los wésterns del “viejo zorro plateado” el filme cuenta con un tono desenfadado; estando el humor muy presente durante toda la cinta. En este sentido destacan los diálogos cargados de ironía, sobre todo los correspondientes a Taw, Lomax y el indio Levi Walking Bear.


Sin embargo la originalidad del filme radica en trasladar al Lejano Oeste una trama propia de los thrillers y más concretamente del subgénero atraco perfecto, en los que la elaborada planificación y ejecución del robo, en esta ocasión brillantemente rodado, constituyen el núcleo de dichos filmes. En este, además, destacan igualmente, junto con la extraordinaria y larga secuencia del robo, la magnífica pelea, perfectamente coreografiada, que tiene lugar en el saloon con, de nuevo, elementos humorísticos y las escenas que ahondan en la relación de los dos socios principales (Taw y Lomax), sobre todo durante la primera media hora de la cinta; anticipándose en este aspecto a las denominadas buddy movies o películas de colegas de moda en los años ochenta.


Pero sin duda, la mejor baza de la cinta radica en el carisma del dúo protagonista. Un pletórico John Wayne y un atlético Kirk Douglas que se muestran muy cómodos en sus respectivos papeles como Taw Jackson y Lomax, un pistolero mujeriego contratado para matar a Taw que este convertirá en su socio por su rapidez con el revólver y su habilidad para abrir cajas fuertes.

Además de Lomax, Taw contará con un grupo variopinto de inadaptados:


Levi Walking Bear, un pintoresco indio interpretado por Howard Keel que intenta adaptarse sin éxito al mundo de los blancos. De hecho le comentará a Taw: “Sí, he aprendido a vivir en el mundo del hombre blanco. A hacer lo que el hace. A coger lo que se puede cuando se puede”. Su colaboración será fundamental ya que es el encargado de negociar el apoyo al robo con la tribu de los kiowas.


Billy Hyat al que da vida Robert Walker Jr. (hijo del prematuramente malogrado y gran actor Robert Walker), un joven alcoholizado experto en explosivos.


Wes Fletcher encarnado por Keenan Wynn, un individuo irascible y paranóico infiltrado en la banda de Pierce. Está casado con una mujer más joven, comprada a sus padres por 20 dólares y un caballo, por la que se sentirá atraído Billy, provocando este hecho fricciones en el grupo.


Con estos personajes protagonizando la trama del robo, el tándem Kennedy-Huffaker construye una cinta agradable de ritmo trepidante y caracterizada por su jovialidad, dinamismo, vitalidad y ligereza (aunque se alude a la injusta situación de los indios; el propio carro blindado remita a un mundo incipiente en el que los pistoleros no tendrán cabida y de hecho el robo se pueda entender como un enfrentamiento entre clasicismo y modernidad; o el final tenga un carácter moralizante con homenaje incluido a “El tesoro de Sierra Madre”-John Huston, 1948-).


“Ataque al carro blindado”, es, por tanto, un filme honrado, técnicamente bien hecho y que no defrauda al proporcionarnos lo que nos ofrece: cien minutos de plena diversión, hecho que siempre es de agradecer.


(1) La primera película en la que intervinieron ambos fue el drama bélico dirigido por Otto Preminger en 1965 “Primera victoria” y, a pesar de sus conocidas diferencias políticas y sus fuertes personalidades, se entendieron perfectamente.

(2) Clair Huffaker es autor, entre otras, de las novelas en las que se basaron “El precio por la libertad” (Harry Keller, 1960), “Estrella de fuego” (Don Siegel, 1960), “Justicieros del infierno” (Herbe Coleman, 1961), “Río Conchos” (Gordon Douglas, 1964) o “La quebrada del diablo” (Burt Kennedy, 1971), de cuyas adaptaciones al cine también se ocupó. Además de escribir los libretos originales de “Los comancheros” (Michael Curtiz, 1961) o “Los 100 rifles” (Tom Gries, 1969).

(3) Burt Kennedy era un profesional bien conocido por John Wayne ya que fue el responsable de los guiones de tres películas producidas por la Batjac en la década de los cincuenta: “Tras la pista de los asesinos”, wéstern dirigido por Budd Boetticher con el que se inició el ciclo Ranown; “Matar a un hombre”, debut como director de Andrew Victor McLaglen; y “Man in the vault”, un thriller igualmente filmado por McLaglen.

jueves, 14 de febrero de 2019

VIDAS REBELDES

(The misfits, 1961)

Dirección: John Huston
Guion: Arthur Miller

Reparto:
- Clark Gable: Gay Langland
- Marilyn Monroe: Roslyn Taber
- Montgomery Clift: Perce Howland
- Eli Wallach: Guido
- Thelma Ritter: Isabelle Steers
- James Barton: Fletchers Grandfather’s
- Kevin McCarthy: Raymond Taber
- Estelle Winwood: Church lady collecting money

Música: Alex North
Productora: Seven Arts Production

Por Jesús Cendón. NOTA: 9

“Malditos sean los que han cambiado esto. Lo han envenenado todo y lo han manchado todo con sangre. Para mí ha terminado. Es… es tanto, tanto como extinguir un sueño. No hay más remedio que buscar otra manera de seguir viviendo. Si es que queda alguna todavía”. Gay a sus compañeros tras haber liberado a los caballos capturados.


Desde finales de los años cuarenta y durante toda la década siguiente los EEUU vivieron una época de crecimiento ecónomico sin paragón que asentaría a una clase media perfectamente identificada con la denominada American Way of Life basada en el bienestar material. Pero al mismo tiempo comenzaron a surgir los primeros movimientos contestatarios protagonizados por jóvenes que desembocaron en los sesenta en la revolución contracultural; así como se dieron los primeros pasos en pro de los derechos de la población negra (1). Además, tanto la traumática vuelta de los soldados tras la Segunda Guerra Mundial y sus problemas de adaptación, como el resultado de la Guerrra de Corea dejaron un poso de amargura en la sociedad estadounidense, al que se añadió el temor fundado a un posible conflicto nuclear. Todo ello hizo que en cierta medida los estadounidenses perdieran su inocencia, hecho que se reflejó en el cine y particularmente en el wéstern, abandonándose las visiones más heróicas y simplistas sobre la construcción de los EEUU protagonizadas por personajes inmaculados que, a partir de esta década, fueron sustituidos por otros con más aristas cuyos actos se basaban en motivos más complejos, al mismo tiempo que se empezó a cuestionar el mito fundacional. Hollywod, asimismo, comenzó a preguntarse sobre el destino de aquellos cowboys que ayudaron a construir el país en el siglo XIX, filmándose películas que, a pesar de contener rasgos propios del género, se situaban fuera de su marco temporal (aproximadamente desde 1840-50 hasta la Revolución mexicana de principios del siglo XX). Este tipo de cintas son en su conjunto amargas y nostágicas, con un tono marcadamente crepuscular. Rasgos que se acentuarían en la década siguiente.



Dentro de esta corriente de filmes que mantenían las esencias del wéstern y entroncaban con su iconografía, aunque estaban imbricadas con otros géneros y se desarrollaban en época contemporánea, además de abordar la figura de los antiguos cowboys, destacan, por citar algunos títulos rodados durante los años 50 y a comienzos de la siguiente década, “Hombres errantes” (Nicholas Ray, 1952), centrada en el mundo de los rodeos contemplados como último reducto de los antiguos cowboys; “Arena” (Richard Fleischer, 1953), experimento en 3D igualmente ambientada en el universo del rodeo; “Conspiración de silencio” (John Sturges, 1955), con un fuerte componente de denuncia social; el thriller “Sangre en el rancho” (Jack Arnold, 1956); “Bus Stop” (Joshua Logan, 1956), que con un tono desenfadado nos presentaba a un vaquero cuyos valores resultaban anacrónicos; la monumental “Gigante” (George Stevens, 1956), sobre la decadencia de un imperio ganadero en detrimento de los pozos petrolíferos, signo de los nuevos tiempos; “Tres vidas errantes” (Fred Zinneman, 1960) que, aunque situada en Australia, no sería demasiado descabellado incluirla en este grupo; la extraordinaria “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962), con un vaquero incapaz de adaptarse a los tiempos modernos; el drama protagonizado por una familia de rancheros basado en la magnífica novela de Larry McMutry “Hud, el más salvaje entre mil” (Martin Ritt, 1963); o “Los desbravadores” (Burt Kennedy, 1965), comedia protagonizada por dos cowboys maduros.



Formando parte de este tipo de cintas se encuentra “Vidas rebeldes”, una historia de perdedores, individuos tan queridos por su director, que, como las piezas del puzle de los títulos de crédito, buscan su encaje en un mundo cambiante y hostil; en un sistema deshumanizado donde prima el materialismo que rechaza o abandona a todo aquello que no le es útil, como queda simbolizado en los cementerios de automóviles en los que estos esperan su turno para ser desguazados.



ARGUMENTO: Tras divorciarse en Reno, Roslyn conoce a Gay, un maduro cowboy, y a su socio Guido con los que establece una relación de amistad. A ellos se le añadirá Pearce, un vaquero que malvive de los premios obtenidos en los rodeos. Juntos decidirán capturar unos caballos salvajes localizados en las montañas.



Si hay un calificativo para esta película producida por John Huston para la recientemente creada Seven Arts (2) es el de maldita, al tratarse del último filme rodado por sus dos protagonistas. Clark Gable no vería su estreno al sufrir un infarto dos días después de finalizar su filmación, falleciendo una semana más tarde; mientras que a Mariyn Monroe tan sólo le dio tiempo para rodar algunas escenas de la que hubiera sido su nueva cinta, “Something’s got to give” dirigida por George Cuckor, al aparecer muerta en extrañas circunstancias en su apartamento de Los Angeles. Incluso Montgomery Clift, pese a su juventud, aparecería únicamente en tres películas más mostrando su deteriorado estado físico.



Además el rodaje del filme fue un verdadero infierno y no solamente por las duras condiciones climatológicas. Así Arthur Miller, autor del guion, propuso constantes cambios en el libreto chocando constantemente con Gable y Huston, quien comenzó a desentenderse del material rodado mostrando más interés por las posibilidades ofrecidas por Nevada para satisfacer su pasión por el juego. Mientras que Marilyn Monroe, afectada por sus crecientes problemas matrimoniales con Miller (3), solía acumular retrasos y se presentaba en el set de rodaje aturdida por el abuso de barbitúricos, incluso tuvo que ser ingresada en un hospital durante dos semanas. Todo ello le llevó en plena desesperación a “El Rey” a afirmar, desgraciadamente de manera profética, que la actitud de la actriz le iba a provocar un infarto. Por su parte Montgomery Clift continuaba su peculiar proceso autodestructivo caracterizado por el abuso del alcohol y las drogas (4); incluso, a pesar de que inicialmente había congeniado con Clark Gable, llegó a tener un encontronazo serio con la madura estrella en el que esta le echo en cara su condición sexual.

Pero aparquemos las dificultades surgidas durante su rodaje y centrémosnos en el filme.



El guion de la película, recientemente editado por la editorial Tusquets, se basa en una experiencia vivida por el propio dramaturgo en Reno, ciudad eminentemente industrial pero en la que todavía se podían encontrar cowboys auténticos, donde presentó la demanda de divorcio de su primera esposa. Igualmente, para construir el principal personaje femenino se inspiró en su actual mujer, de tal forma que prácticamente es imposible disociar a Roslyn de Marilyn. Así, personaje y actriz se funden en un sólo ser ya desde la primera escena en la que nos presentan a una Roslyn incapaz de recordar las escasas frases de su declaración de divorcio, para a lo largo del filme irnos desgranando las características tanto de su personalidad como de su vida lastrada por sus fracasos sentimentales al buscar en sus relaciones la protección que nunca tuvo de su padre, de ahí que se enamore en el filme de un hombre mucho más mayor (5). Roslyn se nos va a revelar como una mujer insegura, ingenua, aparentemente simpática y alegre pero en realidad tendente a la amargura y a la melancolía (Gay , de hecho, le dirá. “Eres la persona más triste que he visto”), de una sensibilidad extrema lo que la llevará a “adoptar” como si fuera un hermano pequeño a Perce y con una notable capacidad para la empatía no sólo con los humanos sino con cualquier ser vivo. Un ser que arrastra el dolor de no haber importado nunca a alguien lo suficiente al haber atraído hasta ese momento a los hombres exclusivamente por su físico (llega a comentar a Gay “Nadie tuvo tiempo para darme cariño”); y sólo el maduro Gay sabrá bucear en su interior y conocer a la verdadera Roslyn. En este sentido cobra gran importancia una cruel escena en un saloon como ejemplo de una sociedad superficial tiranizada por las apariencias e incapaz de apreciar más allá de estas.

Pero no sólo Marilyn comparte muchos elementos en común con Roslyn, sino que la situación de los dos interpretes masculinos principales se asemejaba bastante a la de sus personajes.



Por una parte, Gay Langland, incapaz de adaptarse al mundo contemporáneo, es un hombre en plena decadencia que, incluso como se muestra en la escena de su presentación, ha llegado a vivir de la mujeres; pudiéndose establecerse cierto paralelismo con la situación de Clark Gable intentando adaptarse a un Hollywood caracterizado por sus constantes cambios y cuya carrera, tras haber conseguido el actor romper el contrato que le ligó durante veinticinco años con la Metro descontento con los papeles que la major le ofrecía, comenzaba un lento y lógico declive; por lo que para intentar mantener su estatus de estrella tuvo incluso que acudir a su buen amigo Raoul Walsh con quien rodó de forma continuada tres filmes en otros tantos años, entre ellos el magnífico “Los implacables”. Langland-Gable es, por tanto, un dinosaurio, un representante de una época pasada y, como tal, un ejemplar en extinción.



Mientras que Perce Howland es un individuo empeñado en destrozarse física y emocionalmente al igual que le ocurría a Montgomery Clift, quien, con una personalidad atormentada entre otros motivos por su homosexualidad nunca asumida, continuaba, como señalé anteriormente, con su proceso de aniquilamiento basado en la ingesta descontrolada de alcohol y drogas. Un proceso acentuado tras el grave accidente automovilístico (6) sufrido durante el rodaje de “El árbol de la vida” (Edward Dymytryk, 1957) que estuvo a punto de costarle la vida y le desfiguró el rostro. Su estado era tal que Marilyn llegó a afirmar sobre él que era:“La única persona que conozco que está peor que yo”.



Sin duda las semejanzas existentes entre los personajes y las vidas de sus interpretes redundaron en la autenticidad de las interpretaciones del trío protagonista no dudando en desnudar sus almas en el filme y ofreciéndonos un trabajo inolvidable, emotivo y desgarrador, como si estuvieran liberando sus miedos a modo de catarsis emocional, sobre todo Marilyn. De hecho Huston llegó a afirmar sobre la estrella que no parecía actuar en ningún momento sino que tan sólo se limitó a buscar en su interior.



En definitiva, con “Vidas rebeldes”, estamos contemplando a un Gable luchando contra el paso del tiempo, a una Marilyn pidiendo desesperadamente cariño y a un Clift autodestruirse.

Otros dos personajes se unen al trío protagonista:



- Guido, al que dio vida un excelente Eli Wallach, es otro inadaptado y antiguo socio de Gay cuya vida se vio definitivamente rota con la muerte de su esposa embarazada. A pesar de trabajar como conductor de una grúa es incapaz de de echar raíces y asentarse en un lugar. Símbolo de su carácter nómada, como el de los antiguos cowboys, es su rancho a medio construir que, probablemente, nunca concluirá.



- Isabelle, interpretada por una maravillosa Thelma Ritter, una mujer lastrada por sus fracasos matrimoniales y gran apoyo emocional durante la primera parte de la cinta de Roslyn. Lástima que desaparezca muy pronto.

Con estos cinco seres marginados la pareja formada por Huston y Miller construyó un retrato descarnado de la sociedad estadounidense de finales de la década de los cincuenta, desarrollando el relato a través de varios ejes temáticos:



- La soledad. Como apuntó en su día Julián Marías la película analiza el tema de la soledad como “forma de la vida humana, como amenaza sobre hombres y mujeres” al establecerse contactos caracterizados por su precariedad y fugacidad. Los cuatro protagonistas del filme son individuos solitarios que buscan algo de calor en la compañía siempre efímera de otros semejantes. Situación perfectamente resumida por Perce al confesar que: “No tengo a nadie con quien hablar”.



- La búsqueda de la felicidad. Muy ligado al tema anterior, esta cuestión queda sintetizada por Roslyn al afirmar que: “Mi problema es que nunca me dura la felicidad, siempre condenada a estar sola. Desde pequeña”.



- La libertad o más en concreto el precio a pagar por ella. Los personajes de la película rechazan los convencionalismos sociales y las reglas establecidas, negándose a renunciar a su vida caracterizada por la independencia. Así, constantemente tanto Gay como Perce y Guido hacen alusión a que “cualquier cosa es mejor que un empleo”. Son, en definitiva, igual que los caballos (7) que están dispuestos a capturar, ya que como ellos fueron antaño piezas cruciales para conquistar un país que en la actualidad los ignora y termina por fagocitarlos. Respecto a este tema cobra gran importancia la escena del desierto, símbolo de la soledad e incomunicación de los personajes, en donde son tentados por el sistema del que abobinan a cambio de la promesa de la obtención de unos beneficios fáciles y de una falsa recuperación de su modo de vida pero que en realidad supone la prostitución de su oficio. Tentación que pondrá a prueba sus más arraigados principios y convicciones. De hecho la liberación del garañón por parte de Gay implica un último acto de rebeldía, de afirmación de su independencia.



- El desarraigo tanto físico como emocional, al tratarse de personajes que vagan sin un rumbo fijo en un tiempo que no les pertenece y, al mismo tiempo, carecen de asideros emocionales presentando graves carencia afectivas. En este sentido es fundamental la escena nocturna en la que bajo los efectos del alcohol mostrarán sus miedos, miserias y demonios interiores. Así Gay se nos presenta como un individuo incapaz de mantener una relación normalizada con sus hijos a los que desde hace un año no ha visto, terminando por confesar a Roslyn que: “Me siento viejo y no valgo nada”. Perce aparece como un hombre sensible incapaz de superar la muerte de su padre y, sobre todo, el cambio de actitud de su madre hacia él tras haberse casado de nuevo. Y Guido revela a Roslyn el trauma que le provocó la guerra y su más absoluta soledad, suplicando su ayuda al preguntarle “¿Qué hay que hacer para que a uno le quieran?”. Son seres con la amargura cosida al corazón pero que, a pesar de haber sido tratados duramente por la vida, no se rinden y siguen buscando incansablemente su lugar en el mundo. De ahí el final, aparentemente feliz, con Roslyn apoyada en el hombro de Gay mientras su camioneta penetra en la oscuridad de la noche con las estrellas del firmamento como único guía.

“Vidas rebeldes” es, en definitiva, un filme que muestra con toda su crudeza el desencanto y la frustración de la generación estadounidense posterior a la Segunda Guerra Mundial; una generación que, como afirmó reiteradamente John Huston, había perdido el sentido de su existencia.


(1) En 1955 Rosa Parks se negó a ceder su asiento del autobús a un pasajero blanco desencadenando un largo boicot, tras su juicio, a las líneas de autobuses que culminaría con la abolición de la ley local en Montgomery sobre la segregación de la población blanca y negra.

(2) John Huston volvería a colaborar con esta productora tres años después en la excelente “La noche de la iguana” basada curiosamente en la obra de otro dramaturgo, en esta ocasión Tennesse Williams.

(3) Arthur Miller conocería en el rodaje a la fotógrafa austriáca Inge Morath con la que contraería nupcias inmediatamente después de divorciarse de Marilyn Monroe. Su matrimono duraría hasta el fallecimiento de su esposa en 2002.

(4) Cuando expiró Montgomery Clift en 1966, con tan sólo 45 años, en la meca del cine se llegó a afirmar que “Había sido el suicidio más largo en la historia de Hollywood”.

(5) No creo que la elección de Clark Gable, ídolo de la infancia y juventud de Norman Jean, fuera casualidad. Acentuándose con ello, una vez más, las semejanzas entre interprete y personaje interpretado.

(6) Incluso en la famosa escena de la cabina se alude a un accidente de Perce que, como en el caso del actor, desfiguró su rostro.

(7) Los equinos simbolizan generalmente la libertad y la virilidad, de ahí el paralelismo con los protagonistas del filme.