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jueves, 18 de octubre de 2018

ESPECIAL CICLO RANOWN (1)



Por Jesús Cendón.

Con el curioso nombre de ciclo Ranown se conoce al conjunto de siete wésterns dirigidos por Budd Boetticher e interpretados por Randolph Scott entre 1956 y 1960. La denominación se tomó de la productora fundada por el actor y por el productor Harry Joe Brown bautizada de esa forma al tomar las tres primeras letras del nombre del intérprete y las tres últimas del apellido del productor. Sin embargo, la pareja tan sólo produjo, contando con la distribución de la Columbia, cinco de los siete wésterns y tan sólo en los dos últimos aparece como tal la productora. En cuanto a los otros dos filmes, cabe señalar que el primero de la serie fue un proyecto de la Batjac de John Wayne, mientras que en el quinto, quizás el menos Ranown de todos, se implicó la Warner Brothers.


En todo caso las películas presentan unas características comunes y fueron el fruto de la unión artística de Randoplh Scott y Bud Boetticher cuya primera colaboración databa de 1943 con “Los desesperados”, filme de Charles Vidor en el que Boetticher ejerció como ayudante de dirección y contó, precisamente, con la producción de Harry Joe Brown para la Columbia.

Detengámonos pues, aunque someramente, en la carrera cinematográfica de los creadores de esta serie de wésterns.


Si a algún actor se le puede calificar como estrella del wéstern serie b es sin duda a Randolph Scott (1898-1987). Interprete con evidentes limitaciones, buscó a lo largo de su fructifera carrera a directores que se adaptaran a su forma de actuar, por lo que su trayectoria cinematográfica se caracteriza por los distintos ciclos de películas en los que formó tándem con un único realizador. Así rodó bajo la ordenes de Henry Hathaway siete películas entre 1932 y 1934; con Ray Enright cinco en el período 1942-1948, siendo la más recordada “Los usurpadores” que le reunió con Marlene Dietrich y John Wayne; otros siete fueron los títulos rodados con Edwin L. Marin entre 1946 y 1951, entre los que destacan “Colt 45” y “Fort Worth”; mientras que con André De Toth colaboró en seis ocasiones en apenas cuatro años (1951 a 1954), siendo el resultado filmes de la calidad de “Carson City”, “La última patrulla” o “El cazador de recompensas”.

Budd Boeticher (1916-2001), al igual que otros directores como Sam Fuller, se caracterizó por su inconformismo y la defensa a ultranza de su independencia. Era un auténtico aventurero y hombre de acción que practicó el rugby, el boxeo e, incluso, ejerció como torero profesional en México (1). Una vez instalado en Hollywood no dudó en cuestionar el sistema impuesto por las major y se vio relegado a producciones de bajo coste.

No creo que se le pueda comparar con los grandes directores del género pero lo que sí pienso que se puede afirmar sobre sus wésterns es que fueron fundamentales para el desarrollo y evolución del género, situándole en un estadio intermedio entre los clásicos y los directores más modernos como Sam Peckinpah y Clint Eastwood en EEUU o Sergio Leone en Europa.

Junto al ciclo Ranown, que le valió el reconocimiento de la crítica francesa con un entusiasta André Bazin a la cabeza aunque no tanto en los EEUU, Boetticher rodó tres wésterns notables en la década de los cincuenta: “Horizontes del Oeste” (1952), una historia cainita ambientada en los EEUU inmediatamente después de la Guerra de Secesión que contó con un gran trabajo de Robert Ryan; “Traición en Fort King” (1953); original wéstern ambientado en Florida con los indios seminolas como protagonistas en la que volvió a colaborar como en la película anterior con Rock Hudson además de con su amigo Anthony Quinn; y “El desertor de El Álamo” (1953), un wéstern profundamente moral protagonizado por Glenn Ford (2).

Junto a Scott y Boetticher otros dos nombres fueron decisivos en el ciclo.

Por una parte el citado Harry Joe Brown (1890-1972), amigo personal de Randolph Scott desde la década de los treinta, con el que fundó primero la Scott-Brown Production y posteriormente la Ranown, además de ser el responsable de la mayoría de los wésterns rodados por el actor para la Columbia (3).

Y por último, el guionista Burt Kennedy (1922-2001) que colaboró en cuatro de los siete títulos del ciclo (para mí los mejores). Extraordinario escritor, además de los libretos para los filmes del ciclo, escribió los guiones de dos de los tres wésterns dirigidos por Gordon Douglas con un Clint Walker en pleno apogeo (4) como protagonista (“Quince balas” de 1958 y “Emboscada” de 1959), y el de “Seis caballos negros” (Harry Keller, 1962), uno de los mejores wésterns protagonizado por Audie Murphy que presenta semejanzas con las películas integradas en el ciclo Ranown, sobre todo con “Estación Comanche”.

A comienzos de los sesenta comenzará a dirigir tanto sus propios guiones como los de otros escritores, pero sus filmes como realizador, a pesar de contar con estrellas de la talla de John Wayne, Robert Mitchum, Kirk Douglas o Henry Fonda, adolecen de irregularidad; no estando generalmente bien compensadas las escenas drámaticas y las cómicas en la mayoría de sus wésterns, de entre los que sin duda sobresale “Ataque al carro blindado” (1967).

Pero volvamos a las películas objeto de esta reseña e intentemos desentrañar los elementos comunes existentes en la mayoría de ellas.


- Son producciones modestas, de escaso presupuesto si bien asociados a las mismas figuran grandes técnicos. Nos encontramos por tanto con los comúnmente denominados wésterns de serie b y de hecho fueron acogidos con mayor entusiasmo en Europa que en los EEUU. Como consecuencia de las limitaciones presupuestarias los filmes se caracterizan por su austeridad y concisión narrativa. Así, son películas que introducen la historia de forma directa, sin preámbulos salvo alguna excepción como “Los cautivos”, en las que parece no sobrar nada y que contienen los planos indispensables, como si Boetticher hubier aprendido la lección recibida de John Ford con “El torero y la dama” (5). Igualmente debido a los exiguos presupuestos manejados, incluso Randolph Scott rebajó enormemente su caché, los filmes se rodaron en tiempo record, dos o tres semanas, y su duración no llega a los ochenta minutos; además de contar con escasas localizaciones.


- Los mejores títulos de la serie son wésterns de itinerario al narrar la historia de un viaje (6), tanto físico como moral, en el que la naturaleza juega un papel fundamental; de tal forma que las películas del ciclo Ranown se identifican con el paisaje rocoso de Lone Pine en California al igual que el cine de Ford quedó definitivamente ligado al Monument Valley.


Como excepción nos encontramos con “Cita en Sundown” y “Buchanan cabalga de nuevo” al tratarse de wésterns urbanitas. En estos filmes, frente a la pureza de la naturaleza, se nos muestra una sociedad corrupta controlada y sojuzgada por oligarcas que ejercen su poder de forma despótica. En ambos casos el protagonista, aunque le muevan intereses personales y sea de forma involuntaria, se convertirá en el revulsivo para acabar con esta situación.


- La mayor parte de los wésterns que componen el ciclo son historias que abordan temas como la venganza (7), la codicia ligada a la pobreza, la imposibilidad de recuperar un pasado perdido, la búsqueda a menudo imposible de la redención, el peso de un pasado trágico como condicionante del presente o la delgada línea que separa el bien del mal en un marco geográfico hostil. Temas en los que está presente el gusto por la tragedia por parte de Boetticher, dotando a los filmes de cierto aire crepuscular al que contribuyó, por su edad, el propio Randolph Scott.


Al mismo tiempo, al desarrollar estos temas, el director nos da una visión profundamente escéptica e incluso, en alguna películas, pesimista del Far-West y por extensión del ser humano.

Estamos, por tanto, ante películas reflexivas en las que son tan importantes las escenas de acción como aquellas en las que conversan los protagonistas, a través de las cuales conoceremos su forma de pensar, sus deseos, sus anhelos y las razones que motivan su comportamiento.


- Como consecuencia de esta visión y de las cuestiones tratadas, los principales personajes suelen ser complejos, cargados de matices y en absoluto estereotipados.

El protagonista es un hombre solitario (8), individualista, con un pasado que lo atormenta y cuya forma de actuar se debe a oscuras motivaciones, Nos encontramos ante un individuo hosco, lacónico, a veces desagradable e, incluso, en algunos filmes como “Cita en Sundown” con graves desequilibrios sicológicos. Un hombre que, probablemente, nunca hallará de forma definitiva la paz y que en varios de los wésterns integrantes de este ciclo vivirá anclado en el presente, con un pasado perdido irremediablemente, sin ningún futuro y condenado a vagar de forma errática el resto de sus días.

Igual de atípicos suelen ser los antagonistas del héroe. Personajes a los que Boetticher se esfuerza por entender, humanizándolos ante nuestros ojos al presentárnolos como, al igual que el protagonista, víctimas de una época y un país salvajes y violentos. De esta forma, Boetticher se esmera en mostrarnos las motivaciones de su comportamiento y en darnos a conocer su perfil más delicado; asi como sus temores, sus dudas y sus debilidades. Tal es así que incluso en dos filmes de la saga Boetticher permite que permanezcan con vida (9). 



Por último, los personajes femeninos se suelen caracterizar por su fortaleza y son fundamentales, con su ausencia o su presencia, para el desarrollo de la trama.

Para finalizar con respecto a las reseñas de las películas integrantes de este ciclo os comento que he respetado el orden de su estreno; aunque conforme señaló Boetticher en una entrevista publicada en Nickel Odeon el orden correcto sería el siguiente: “Tras la pista de los asesinos”, “Cita en Sundown”, “Los cautivos”, “Nacida en el Oeste”, “Buchanan cabalga de nuevo”, “Cabalgar en solitario” y “Estación Comanche”.




(1) Su pasión por la tauromaquia la plasmó en tres filmes: “Bullfighter and the lady” (1951), también producido por la compañía de John Wayne y recientemente editado en DVD, en el que precisamente narraba la historia de un torero norteamericano en México interpretado por Robert Stack; “Santos el Magnífico” (1955) que, protagonizado por Anthony Quinn, relataba la relación entre dos toreros, uno veterano y experimentado y otro joven e inexperto; y “Arruza” (1972) biografía novelada del gran torero Carlos Arruza en la que invirtió siete años y fue un auténtico desastre, marcando el declive definitivo de su carrera. Curiosamente su primer trabajo en Hollywood fue el de asesor, sobre todo de Tyrone Power, en “Sangre y arena”, drama ambientado en el mundo de los toros dirigido por Rouben Mamoulian en 1941.

(2) Boetticher también destacó en otros géneros, sobre todo en el noir con dos grandes filmes: “El asesino anda suelto” (1956), mixtura entre el noir y el thriller que contenía una descarnada reflexión sobre el American Way of Life; y “La ley del hampa” (1960), uno de sus mejores filmes comparable en calidad con los más destacados del ciclo Ranown, sobre el gánster Jack “Legs” Diamond.

(3) La presencia de Harry Joe Brown en el ciclo parece que fue testimonial. Incluso la Columbia quiso prescindir de él, hecho al que se negaron tanto el actor como el director.

(4) Con sus casi dos metros de altura, el actor Clint Walker gozó de gran popularidad gracias a la serie “Cheyenne” de la que se rodaron 108 episodios entre 1955 y 1962. Dentro de este género también se le pudo ver protagonizando tres películas firmadas por Gordon Douglas, las dos citadas anteriormente más la inédita en España “Oro de los Siete Santos” (1961), y las muy inferiores “Tierra de alimañas” (Joseph Pevney, 1966), “Más muerto que vivo” (Robert Sparr, 1962), “Sam Whisky” (Arnold Laven, 1969) y el eurowéstern “El desafío de Pancho Villa” (Eugenio Martín, 1972).

(5) Para este filmé Boetticher contó como montador de lujo con John Ford quien cortó aproximadamente cien metros de película, el equivalente a unos cuarenta minutos.

(6) Según afirmaba Boetticher: “La mejor manera de conocer el lejano Oeste es viajando a través del mismo.”

(7) El propio Boetticher manifestó que sus películas con Randolph Scott contaban la misma historia con pequeñas diferencias, la búsqueda por parte de un hombre del asesino de su mujer.

(8) En varios de los wésterns el director remarca la soledad e insignificancia del héroe presentándonoslo en una primera escena mediante una panorámica que nos lo muestra cabalgando y sin compañía. Incluso el título de dos filmes de la serie hace hincapié en este hecho: “Buchanan rides alone” y “Ride lonesome”. Para algunos críticos tanto la soledad como la fragilidad de los protagonistas del ciclo Ranown simbolizarían la situación de Boetticher frente a la industria cinematográfica de los EEUU.

(9) El personaje interpretado por Pernell Roberts en “Cabalgar en solitario” fallecía en su enfrentamiento con el héroe en el libreto escrito por Burt Kennedy, pero Boetticher cambió el final argumentando que un forajido tan concienciado por conseguir el indulto y cambiar su forma de vida se merecía una segunda oportunidad. Mientras que en “Cita en Sundown” Tate Kimbrough, interpretado por John Carroll, tan sólo fue uno más de los amantes de la fallecida esposa de un desequilibrado Bart Allison por lo que no se le podía culpar del suicidio de esta y conseguía salvar su vida in extremis gracias a la intervención desesperada de Ruby, su actual “amiga”. 

miércoles, 30 de mayo de 2018

EL ÚLTIMO PISTOLERO

(The shootist, 1976)

Dirección: Don Siegel
Guion: Miles Hood Swarthout y Scott Hale

Reparto:
- John Wayne: J. B. Books
- Lauren BacallBond Rogers
- Ron HowardGillom Rogers
- James StewartDr. Hostetler
- Richard BooneSweeney
- Hugh O’BrianPulford
- Bill McKinneyCobb
- Harry MorganMarshall Timido
- John CarradineBeckum
- Sheree NorthSerepta
- Rick LenzDobkins
- Scatman CrothersMoses
- Gregg PalmerBurly Man

Música: Elmer Bernstein
Productora: Paramount Pictures, Dino De Laurentiis Company (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No soporto las injusticias. No soporto a los bravucones. No soporto los insultos. Si alguien me ofende o me traiciona, tarde o temprano debe esperar mi venganza." Código de conducta de John Bernard Books.


ARGUMENTO: Nevada, junio de 1901. John Bernard Books, un legendario pistolero, regresa a su ciudad natal para saldar una cuenta pendiente con tres matones y poder disfrutar de un poco de sosiego. Sin embargo, el doctor de la ciudad y viejo camarada le dará una terrible noticia.


“¿Sabes? En su última película muere John Wayne” “Imposible, John Wayne no puede morir nunca” “Que sí, mi hermano fue al cine ayer y me lo ha dicho”.


Pocas semanas después de haber mantenido esta conversación con un chaval de mi pandilla fui a ver la película con mis padres. Yo había visto morir a Wayne en la pantalla varias veces: acribillado a traición por un pistolero incapaz de soportar que un hombre mayor le hubiera vencido en una pelea, atravesado por una bayoneta mientras defendía una misión reconvertida en fortaleza en un pueblo perdido de México, de un traicionero disparo tras haber tomado Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial, e, incluso, ahogado por un pulpo gigante. Pero sabía que lo volvería a ver en su próximo filme, que sólo eran muertes de mentira. Sin embargo esta vez… esta vez, a pesar de mi edad, me di cuenta de que era verdad, de que en realidad el actor con esta película nos estaba diciendo definitivamente adiós, no un hasta luego como había sido habitual.


Porque en pocos filmes se ha producido una simbiosis tan profunda entre el interprete y el personaje interpretado. De hecho, en un claro homenaje, Siegel abre la cinta con imágenes de wésterns protagonizados por Duke mientras nos va narrando la vida de J. B. Books (en concreto los wésterns que aparecen son “Río Rojo”, “Hondo”, “Río Bravo” y “El Dorado”). Ante nuestros ojos, en unos pocos fotogramas, se nos muestra el ciclo vital de Wayne-Books; para en la primera escena del filme ver a un actor-pistolero envejecido que, tras haber completado ese ciclo, regresa al pueblo que le vio nacer buscando un poco de paz en los últimos días de su vida.


Pero le espera una amarga sorpresa. El maduro pistolero aquejado de un dolor en la espalda visita a un médico, viejo conocido, quien le diagnóstica un cáncer terminal.


Wayne estaba anunciando al mundo que, tras haber superado un cáncer por el que le extirparon un pulmón doce años antes, volvía a padecer la terrible enfermedad y en esta ocasión probablemente no podría vencerla (el rodaje de la secuencia fue de una gran emotividad, de hecho se hizo un profundo silencio en el set en el momento en el que el bueno de James Stewart le comunicaba la dolencia). Por primera vez se mostraba vulnerable un actor duro como el acero que parecía tan inmutable como el escenario del Monument Valley en el que tantas veces había rodado. El interprete-personaje aparecía marchito, cansado y dolorido, portando un cojín rojo sobre el que sentarse para aliviar sus padecimientos.


Porque la película es un sentido homenaje al actor cuyo tiempo, como el de Books, desgraciadamente había pasado. Así, al igual que el pistolero se va a encontrar con una ciudad con teléfonos y agua corriente en las viviendas, y tendidos eléctricos, automóviles y tranvías por las calles; es decir, con la modernidad que certifica el final de los tiempos en los que las controversias se resolvían con el revólver. La estrella se encontraba también con que el wéstern clásico, del que era su máximo representante, se extinguiría con su muerte.


Estamos, por tanto, ante la crónica melancólica y nostálgica de una despedida, pero también ante toda una lección de cómo enfrentarse a la muerte con serenidad, orgullo y dignidad. De hecho Books le comentará a la viuda Rogers: “Sólo me considero un hombre que quiere morir como tal”.


Y de nuevo los paralelismos son evidentes. Vemos al ajado Books vender sus pertenencias, comprar su propia lápida, dar su último paseo en carricoche con una mujer e, incluso, enojarse con un periodista sin escrúpulos y una antigua amante que quieren aprovecharse de su nombre, todo ello antes de rendir su último servicio a la comunidad acabando con tres indeseables. Igualmente, Wayne hizo todo lo posible por no faltar a la cita con su público y a pesar de que los dolores a medida que avanzaba el rodaje se hacían insoportables, constituyendo un verdadero calvario para el actor, consiguió acabar la película; aunque hubo que recurrir varias veces a un doble los últimos días de filmación.



Además, para este último viaje, Siegel rodeó a Wayne de viejos camaradas. Así aparecen Lauren Bacall con la que, gracias a William Wellman, había vivido un romance en la peligrosa China de principios del siglo XX; James Stewart, al que siempre protegió y aupó al Senado de los Estados Unidos aunque su actitud le llevará a perder a la mujer que más había amado (de hecho la alusión en la película a los quince años que llevan sin verse el pistolero y el doctor es un guiño al tiempo transcurrido desde que rodaron la obra maestra de Ford); John Carradine, con el que compartió un inolvidable trayecto en diligencia; o Richard Boone con el que se enfrentó, dándole su merecido, por haber secuestrado a su nieto.


Y sí, al final de la película muere John Wayne pero para entrar en la leyenda y permanecer por siempre en nuestros corazones.


jueves, 28 de septiembre de 2017

MISIÓN DE AUDACES

(The horse soldiers, 1959)

Dirección: John Ford
Guion: John Lee Mahin y Martin Rankin.

Reparto:
- John Wayne: Coronel John Marlowe
- William Holden: Mayor Henry Kendall
- Constance Towers: Miss Hanna Hunter
- Judson Pratt: Sargento de Primera Kirby
- Ken Curtis: Wilkie
- Willis Bouchey: Coronel Phil Secord
- Bing Russell: Duker
- Carleton Young: Coronel Jonathan Miles
- Denver Pyle: Jackie Jo
- Strother Martin: Virgil

Música: David Butolph.
Productora: The Mirisch Corporation. Mahin-Rankin Production.

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


“Uno nace, otro se va. Interesante proceso: traer seres al mundo para este resultado” (El Mayor Kendall al Coronel Marlowe tras haber asistido a una parturienta inmediatamente después de haber fallecido un soldado).

El tándem John Ford (director)-John Wayne (actor) fue uno de los más fructíferos del Hollywood clásico, legándonos obras del nivel de “La diligencia” (1939), “Fort Apache” (1948), “Tres padrinos” (1948), “La legión invencible” (1949), “El hombre tranquilo” (1952), “Centauros del desierto” (1956), “Escrito bajo el sol” (1957)” o “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962).



En esta película el primero abordó el tema de la Guerra de Secesión (1861-1865), conflicto bélico con abundantes y continuas referencias en su filmografía pero al que tan sólo volvió en el episodio correspondiente de “La conquista del Oeste” (1962) en el que de nuevo contó con su actor fetiche dando vida al General Sherman.



Para esta ocasión se basó en un hecho real, el llamado “raid” del coronel Grierson, novelado por Harold Sinclair y guionizado por la pareja Mahin-Rackin, que también ejerció como productora.

ARGUMENTO: El coronel nordista John Marlowe recibe la orden de internarse con su brigada en territorio confederado con el objetivo de destruir la estación de Newton, fundamental para las comunicaciones y el transporte de materiales del Sur. Junto a sus hombres le acompañará el mayor médico Henry Kendall con el que mantendrá desde el inicio un constante enfrentamiento.



Claro ejemplo del talento de Ford, la escena inicial en el que vemos recortadas las figuras de la caballería unionista mientras suena una preciosa marcha militar te vuelve a enganchar y a engañar porque parece que nos va a ofrecer un filme de acción a mayor gloria del ejército estadounidense, una historia épica en la que se resalte el heroísmo de los soldados de azul. Pero lo cierto es que nos encontramos ante una película demoledora y amarga en la que la Guerra de Secesión norteamericana le sirve al genial director para mostrar el horror y desprecio que sentía por los conflictos bélicos, desmontando de esta forma la fama propagada por una crítica interesada que le tachó injustamente de belicista. Porque en la guerra de Ford no hay lugar para el heroísmo y la gloria ya que esta se muestra como la derrota de la civilización; de hecho el coronel Marlowe llega a afirmar frente a los reproches del mayor Kendall que: “La guerra no tiene mucho que ver con la civilización”. Su visión es, pues, desapasionada y nos expone de forma cruda qué es para él la guerra: muerte, sufrimiento, dolor, destrucción y desolación.

En este sentido cobran gran importancia varias escenas:



La carga de los cadetes con edades comprendidas entre 8 y 17 años de la Escuela Militar de Jefferson (secuencia que no figuraba en el guion y fue ideada por el director), mostrándonos sin ningún tipo de moralina la locura en la que se ven envueltos estos con dos detalles excepcionales: dos de los cadetes no se encuentran disponibles por tener paperas y un tercero es relevado ante las suplicas de su madre, que ya ha perdido en la guerra a su marido y al resto de sus hijos. Son en definitiva niños víctimas de la guerra de sus mayores.



La carga suicida del ejército Confederado en Newton, con homenaje a “El nacimiento de una nación” incluido. Ataque cuyo resultado es una masacre y le hace al coronel Marlowe afirmar: “Yo no quería esto. Trataba de evitar la lucha”, mientras que el mayor Kendall le responde: “Por eso escogí la medicina”.



A la escena anterior le suceden las correspondientes a la destrucción de la estación de Newton con los soldados comportándose como meros salteadores y la del bar en el que se improvisa un hospital de campaña para atender a los heridos, muchos de ellos destrozados, que culmina, para aumentar el dramatismo y el sinsentido de lo que hemos visto, con una conversación entre Kendall y el coronel confederado al frente del ataque, viejos conocidos, sobre el estado de la familia del último.



Además Ford hace hincapié en el hecho de que ninguno de los oficiales nordistas sea militar de carrera, mostrándolos como civiles envueltos en una situación que les supera; son también víctimas del conflicto. Así el coronel Marlowe es ingeniero de ferrocarriles, dándose la paradoja de que el conflicto bélico le obliga a destruir aquello que construye en su vida civil (estaciones y vías de ferrocarril). El mayor Kendall es médico y constantemente deja constancia de que “Antes que nada soy médico”. El mayor Grange es actor e incluso llega a recitar un pasaje de Ricardo II; mientras que el coronel Secord es político. Y curiosamente es a este, junto con los desertores, al que Ford muestra todo su desprecio, puesto que intenta obtener un beneficio de las acciones de rapiña protagonizadas por sus hombres (sueña primero con potenciar su candidatura al Congreso, más tarde con convertirse en Gobernador e incluso, en plena enajenación, con llegar a ser el Presidente de los EEUU).



Además Ford, consecuentemente con su planteamiento antibelicista, no toma partido por ninguno de los dos bandos en conflicto. Así presenta a los yankees, aunque deben cumplir con su deber, prácticamente como intrusos; mientras que a los rebeldes los retrata como seres dignos y honorables e incluso muestra cierta admiración por ellos a través del general Sherman quien sostiene que con menos recursos y menos hombres el Sur tiene en un puño al Norte, justo inmediatamente después de que le preguntasen “¿Qué tal?” y contestara “Viviendo”, palabra clave porque en la guerra el éxito lo constituye el seguir vivo.
Película, por tanto, con una profunda carga dramática que el genial director de origen irlandés alivia recurriendo a varias escenas de corte humorístico, demostrando una vez más que estaba especialmente dotado para este género. Entre los gags más conseguidos se encuentran los relativos a la afición del sargento mayor por la botella o la secuencia de la cena cuando una sugerente e insinuante Miss Hanna le pregunta al coronel Marlowe si prefiere pata o pechuga, provocando el aturdimiento en el militar.





Como todos los filmes de Ford es una película de personajes y para dar vida a estos volvió a contar con un elenco excepcional. La trama se estructura en torno al conflicto surgido entre los dos protagonistas: un extraordinario John Wayne en el rol del coronel Marlowe, un hombre rudo y amargado, consciente de su deber que antepondrá a cualquier otra consideración. Con un pasado doloroso que le lleva a detestar a los médicos, encauzará ese odio hacia Kendall, rol magníficamente interpretado por William Holden. Este representa el humanismo en la barbarie, un hombre caracterizado por su ironía pero que, ante todo, es fiel a su juramento hipocrático, por lo que decidirá permanecer junto a los heridos a pesar de que le cueste ser encarcelado en la temible prisión de Andersonville. El principal papel femenino corre a cargo de Constance Tower, actriz protagonista al año siguiente de “El sargento negro”, quien encarna a Hanna Hunter, propietaria Greenbiar Landing, a la que secuestrará Marlowe por haber descubierto sus planes y de la que finalmente se enamorará (precioso el plano en el que se queda con su pañuelo) simbolizando esta incipiente relación la reconciliación nacional, uno de los temas recurrentes en la filmografía de Ford. Junto a ellos secundarios habituales del director entre los que destaca, sin duda, Willis Bouchey como el ambicioso e inmoral coronel Secord, un ser hipócrita y traicionero presto a especular con la guerra para obtener un beneficio.



En definitiva, “Misión de audaces” se puede considerar como la cuarta película que configura la “trilogía” sobre la caballería de Ford y no desmerece en nada a sus precedentes; a pesar de un final un tanto abrupto motivado por la muerte de un especialista, lo que llevó a Ford, deprimido por el hecho, a acortar y rodar sin implicarse demasiado la sangrienta batalla final con la que debía acabar la cinta.

jueves, 14 de septiembre de 2017

LOS COMANCHEROS

(The comancheros, 1961)

Dirección: Michael Curtiz.
Guion: James Edward Grant y Clair Huffaker.

Reparto:
- John Wayne: Capitán Jake Cutter
- Stuart Whitman: Paul Regret
- Ina Balin: Pilar Graile
- Nehemiah Persoff: Graile
- Lee Marvin: Tully Crow
- Michael Ansara: Amelung
- Patrick Wayne: Tobe
- Bruce Cabot: Mayor Henry
- Jack Elam: Horseface
- Edgar Buchanan: Juez
- Joan O’Brien: Melinda Marshall

Música: Elmer Bernstein.
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“¿Cuánto hace que murió? Puede, puede que dos años ya” “Dos años, dos meses y trece días” (Conversación entre la señora Scofield y el capitán Jake Cutter en relación con la fallecida esposa del último.)


Último filme del gran Michael Curtiz, fallecido apenas seis meses después de su estreno. Director nacido en Hungría, sin duda es conocido por haber filmado “Casablanca” (1942), una de las cumbres del cine, película que quizás haya eclipsado en parte una brillante carrera caracterizada por su perfecta acomodación a las reglas de los distintos géneros, como muestran clásicos del cine de aventuras de la talla de “La carga de la Brigada Ligera“ (1936) o “Robín de los bosques” (1938); thrillers del nivel de “Ángeles con caras sucias” (1938) y “Alma en suplicio” (1945); melodramas como “El trompetista” (1950); y, por supuesto, westerns tan destacados como “Dodge, ciudad sin ley” (1939).


ARGUMENTO: El capitán de los Rangers de Texas Jake Cutter junto al francés Paul Regret, al que había detenido acusado de asesinato, se infiltrará en el grupo de forajidos conocido como los comancheros con el objeto de acabar con la peligrosa venta de armas y alcohol a los comanches.

Película que asume el espíritu y los arquetipos y mitos del western clásico entroncando con otras protagonizadas por Wayne como “Los cuatro hijos de Katie Elder” (1965), “El Dorado” (1966) o “Ataque al carro blindado” (1967), en un momento en el que comenzaban a proliferar los wésterns marcadamente crepusculares y revisionistas, y en la que la estrella hollywoodiense consciente de su edad irá trasformando a sus personajes en unos individuos maduros, expertos, fiables y moralmente irreprochables, lo que le permitió seguir siendo el protagonista de sus filmes hasta su última aparición en “El último pistolero” (1976).


Respecto a esta cuestión es muy significativa la escena en la que Graile destaca tanto las cicatrices de su frente, como su nariz aplastada, símbolos de una persona ajada por el paso del tiempo.


En esta ocasión, además, Wayne forma pareja con un actor más joven, un Stuart Whitman en la que quizás sea su mejor interpretación, al que le cede todo el protagonismo respecto a la subtrama amorosa; lo que permite al filme remarcar aún más la edad del protagonista, reflexionar sobre el necesario cambio generacional con el personaje principal marcado por un pasado amargo mientras que a su joven compañero cuenta con un futuro prometedor, y estructurar la historia en torno a la unión de dos individuos en principio contrapuestos e incluso incompatibles, pero cuya asociación será fundamental para la consecución de los objetivos. Esquema repetido hasta la saciedad en futuras cintas, sobre todo de corte policiaco.


Así nos encontramos por una parte con un hombre íntegro y honrado al servicio de la ley y el orden desde el fallecimiento de su esposa para el que el deber lo es todo, interpretado por un John Wayne identificado a través de su filmografía con esos valores, y por otra con un vividor, mujeriego y jugador cuyo estilo de vida le ha llevado a ser buscado por asesinato, al que da vida, como ya he señalado, Stuart Whitman que, igualmente, coprotagonizaría “Río Conchos”, cinta también escrita por Clair Huffaker con la que esta presenta ciertas semejanzas temáticas. Sin duda es la relación de camaradería y complicidad que se establece entre ambos personajes uno de los grandes activos de la película, sobre todo por la química existente entre ambos actores que redunda en la veracidad del filme.



El resultado es una película tan sencilla como sincera, con un tono vitalista, dinámico y jovial firmada por un director que sobrepasaba los setenta años, aunque debido a sus problemas de salud buena parte del filme fue rodado por el director de la segunda unidad y por el propio John Wayne, y que cuenta con una factura extraordinaria gracias a un grupo de profesionales de la talla de los guionistas James Edward Grant, el escritor preferido por Wayne, y Clair Huffaker que firmaron un gran libreto en el que se combina perfectamente acción, humor, amor y aventura, y al que no son ajenas escenas de gran hondura, sobre todo en relación con el pasado doloroso del capitán Cutter o como aquella en la que encuentran a unos colonos asesinados por los indios, claro homenaje a “Centauros del desierto”; el omnipresente William H. Clothier, quien retrata bellamente los paisajes de Utah y Arizona en donde se rodó el filme; el director de la segunda unidad y responsable de buena parte de las escenas de acción Cliff Lyons; el gran Alfred Ybarra como responsable de la dirección artística; el indispensable Elmer Bernstein, tras su exitosa composición para “Los siete magníficos”, con una gran banda sonora de resonancias épicas; y la participación de magníficos actores entre los que destaca, junto a la pareja estelar, Lee Marvin en un breve pero extraordinario intervalo en el que protagoniza una pelea con John Wayne que parece presagiar su futuro papel en “La taberna del irlandés” (John Ford, 1963).


Cabe señalar además que aunque el filme parte de hechos reales: la venta por parte de blancos de armas, comida y whisky a los comanches con la aquiescencia del gobierno mexicano que perseguía la desestabilización de Texas (1), tanto el director como los guionistas no pretenden ser fieles a la historia sino ofrecernos un filme de aventuras clásico.


Así pues “Los comancheros” fue concebido como puro cine de evasión y entretenimiento, fiel reflejo de una época y de una forma de entender las películas. Y como tal es un filme que atesora grandes virtudes: está extraordinariamente bien rodado, es muy divertido, carece de tiempos muertos y cuenta con un ritmo muy vivo. Por lo que es totalmente recomendable para los amantes de este género.


(1) Respecto a esta cuestión debemos tener en cuenta que la acción del filme se sitúa en 1843 y la recién creada República de Texas se había independizado de su estado vecino en 1836 aunque nunca fue reconocido por el gobierno de Santa Anna; reclamando el nuevo país parte del territorio de Nuevo México desde 1841, lo que originó continuas fricciones entre ambos estados.