Dirección: Raoul Walsh
Guion: Walter Doniger y Lewis Meltzer.
Reparto:
- Kirk Douglas: Marshall Len Merrick
- Virginia Mayo: Ann Keith
- Walter Brennan: Timothy “Pop” Keith
- John Agar: Billy Shear
- Ray Teal: Deputy Lou Gray
- Hugh Sanders: Frank Newcombe
- Morris Ankrum: Ed Roden
- James Anderson: Dan Roden
- Charles Meredith: Judge Marlowe
Música: David Buttolph
Productora: Warner Brothers
Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75
“Es nuevo en este territorio” “Yo sí, la ley no” “La ley es cosa nuestra” conversación entre Dan Roden y Lenn Merrick.
Raoul Walsh visita de nuevo nuestro blog, en esta ocasión con una cinta de 1951. En ese año dirigió otras tres películas: “El hidalgo de los mares”, filme de ambientación marinera antesala de su obra maestra “El mundo en sus manos” (1952) también protagonizada por Gregory Peck, y “Tambores lejanos”, al igual que el que nos ocupa, un wéstern de itinerario; además del sobresaliente noir “Sin conciencia” protagonizado por Humprey Bogart, aunque en los créditos figurase el francés Bretaigne Windust (1).
Las cuatro películas muestran tanto su talento como su capacidad y versatilidad en un momento en el que se encontraba en el apogeo de su excepcional carrera.
ARGUMENTO: El Marshall Len Merrick, tras salvar de la horca a Timothy Keith, decide trasladarlo a Santa Loma para que sea juzgado, siendo acompañado en la misión por sus ayudantes, Billy Shear y Lou Gary, y por Ann, la hija de Timothy. Pero el viaje se convertirá en un infierno al ser perseguidos por Ed Roden, cacique del lugar y padre del muchacho al que presuntamente asesinó Timothy.
“Camino de la horca” puso un brillante broche final a la trilogía de wésterns psicológicos de Walsh compuesta, además de este filme, por “Perseguido” (1947) y “Juntos hasta la muerte”(1949), ambas con sus correspondientes reseñas, con los que presenta semejanzas tanto desde el punto de vista estílistico como temático. Así, al igual que en los anteriores filmes, nos encontramos con una fotografía marcadamente expresionista, más propia del cine negro que del wéstern, en esta ocasión obra de Sidney Hickox (2); mientras que, al igual que en los dos filmes anteriores, la vida y la conducta del protagonista se ven condicionadas por su pasado. Incluso el comienzo de esta cinta, con Timothy Keith a punto de ser ahorcado, parece ser una continuación del final de “Perseguido”, en el que el protagonista, interpretado por Robert Mitchum, estaba a punto de ser linchado.
Sin embargo, y a diferencia de las anteriores, Walsh partió en esta ocasión de un guion más convencional que desarrolla un wéstern de itinerario en la modalidad de custodia de un prisionero; así nos encontramos con unos personajes que deben trasladar a un delincuente por un territorio inhóspito bajo la amenaza de un grupo hostil y superior en número. Tema no exclusivo del wéstern (el mismo esquema se aprecia en noirs, películas de aventuras, bélicas o, incluso, de ciencia ficción) pero que constituye casi un subgénero dentro del mismo con títulos como “Colorado Jim” (Anthony Mann, 1953), “La carga de los jinetes indios” (Gordon Douglas, 1953), “Entre el valor y el dinero” (Richard Carlson, 1954), “El jinete misterioso” (Jacques Tourneur, 1955), “El retorno del forajido” (Allen H. Miner, 1957), “Cabalgar en solitario” (Budd Boetticher, 1959), “El precio por la libertad” (Harry Keller, 1960), “Pistolas hostiles” (R. G. Springsteen, 1967) o la nueva y prescindible versión de “El tren de las 3:10” (James Mangold, 2007).
Precisamente el mérito del director consistió en transformar un guion vulgar en una obra muy personal en la que se aprecia su pasión por la aventura (3) y su querencia por la tragedia; así como su estilo caracterizado por la sobriedad y la concisión (el filme no llega a los 90 minutos), aunque quizás en su debe haya que señalar la utilización de varios zooms que afean el conjunto.
Estas características, sobriedad y concisión, se manifiestan desde la escena inicial, un prodigio de síntesis narrativa, de la que podrían aprender ciertos directores actuales empeñados en alargar secuencias y películas sin sentido, en la que prescindiendo de cualquier preámbulo nos introduce de lleno en el drama; así como, nos da a conocer el carácter de los principales personajes del mismo. De esta forma, tanto el protagonista como su antagonista principal son retratados como individuos tozudos y de fuerte personalidad; hombres acostumbrados a imponer su voluntad y capaces de llevar sus convicciones hasta sus últimas consecuencias aunque el coste sea muy elevado. Mostrando Walsh otra de sus virtudes: la capacidad para definir a los personajes con pocas pinceladas, incluso aquellos que no tienen un papel protagónico como Lou Gray, asistente de Len, al que deja en evidencia en el inicio cuando enterados el marshall y sus ayudantes del posible linchamiento se pregunta si no van a comer antes; con tan sólo una frase el espectador sabe que se trata de un indeseable y un individuo poco fiable, como se confirmará a lo largo del filme. Igualmente a Timothy, excelente de nuevo Walter Brennan, nos lo dibuja en un par de escenas como un hombre inteligente que pronto descubre cuáles son las flaquezas del sheriff Len, aprovechando sus debilidades para torturarle psicológicamente a lo largo del camino. Pero al mismo tiempo se revelará durante el filme como un hombre honorable capaz de salvar la vida de Len aunque este hecho suponga cerrar aún más la soga en torno a su cuello.
“Camino de la horca” es una película áspera, muy violenta para la época y con la muerte como presencia permanente que, como toda obra de un gran creador y Walsh lo era a pesar de haber sido mucho tiempo rebajado por una crítica miope a un simple artesano, bajo el envoltorio de un filme de aventuras aborda temas profundos y complejos que trascienden el género.
En concreto dos están constantemente presentes: la oposición entre civilización y barbarie, y la importancia de la figura paterna a la hora de configurar la personalidad de los hijos.
Respecto a la primera cuestión, y como señalé anteriormente, ya en la escena inicial Walsh presenta dos formas diametralmente opuestas de entender la justicia a través del enfrentamiento entre Len y Ed.
El Marshall representa a la civilización, al estado de derecho, aunque posteriormente conoceremos cuáles son sus verdaderos motivos. Es un hombre que asume como necesario para construir una sociedad civilizada que todos se sometan a la ley y a unas normas que emanan de la propia sociedad. De hecho, comentará a lo largo de la película que decidir si Timothy Keith es o no culpable “es cosa del jurado”; para más adelante confesar a este que “No le considero culpable ni inocente” y, por último, comentar a Billy que sea Timothy un asesino o no su obligación tan sólo consiste en entregarlo. Así, tiene interiorizado que su función como “policía” es detener a los posibles delincuentes y ponerlos a disposición judicial pero no enjuiciarlos, correspondiendo a los fiscales incriminar, al jurado juzgar con base en las pruebas aportadas y al juez dictar la correspondiente sentencia.
Por el contrario Ed, un hombre del que se da a entender que levantó un imperio allí donde todavía imperaba la “barbarie”, está acostumbrado a imponer su voluntad y se comporta como un cacique, al tener una capacidad de decisión casi absoluta sobre la vida de los habitantes de la comarca. Su palabra, en definitiva, es la ley, por lo que afirmará que “Ese hombre mató a mi hijo y yo lo ahorcaré”. Sin embargo, Walsh no nos lo presenta de forma maniquea, intentando que el espectador entienda su forma de actuar aunque no la comparta. Es un hombre roto por el dolor que en la tumba de su hijo grava la leyenda “Aquí yace el corazón de un padre”, y como le señala un personaje a Len “Un hombre sin corazón es un mal enemigo”.
Esta defensa de la ley y el orden, dado el año de producción del filme en pleno apogeo de la Guerra Fría con el estallido del conflicto de Corea (1950-1953), se puede entender como una “profesión de fe” por parte de Walsh en la libertad y en las sociedades democráticas, basadas con todos sus defectos e imperfecciones en la construcción de todo un sistema de garantías para sus ciudadanos, frente a los regímenes dictatoriales caracterizados por el poder absoluto y arbitrario de sus gobernantes, representados por el terrateniente Roden.
Por lo que respecta a la segunda cuestión, Walsh la aborda a través de tres modelos de figura paterna.
El padre perdido, ausente, que tan sólo habita en el recuerdo y cuya trágica muerte determina la conducta presente de su hijo, Len; máxime cuando este se culpabiliza del fallecimiento de su progenitor.
El padre cercano, protector, carismático, representado por Timothy Keith, que mantiene una complicidad total con su hija, interpretada en su tercera colaboración en dos años con Walsh por Virginia Mayo. Es tal la afinidad de Ann con su progenitor que en todo momento tomará partido por este frente a Len, del que está enamorada. Será esta relación la única que perviva al final de la historia.
El padre autoritario, personificado en la figura de Ed Roden, para quien los hijos son otra pertenencia más y a los que ha tratado injustamente al mostrar su preferencia por uno de ellos. Esa actitud provocará la rivalidad e, incluso, el odio entre sus vástagos desembocando en la tragedia posterior.
Incluso se podría hablar de un cuarto prototipo, el padre maestro, en el vínculo mantenido por Len con su ayudante Billy, muy cercano a una relación paterno filial en la que el primero se convierte en un modelo a seguir para el segundo.
La película además pasó a la historia por constituir el debut de Kirk Douglas (4) en un género por el que mostró cierta querencia a lo largo de su dilatada carrera (5). El actor está magnífico interpretando, de nuevo, a un personaje torturado tan apropiado a su estilo al borde del histrionismo; aunque, como ha manifestado en diversas ocasiones, no guarda un grato recuerdo del filme al haberlo protagonizado obligado por el contrato firmado con la Warner Brothers según el cual debía participar al menos una vez al año en una producción de la major; así como, por las constantes diferencias mantenidas durante el rodaje con el director. De hecho esta fue la única vez que la estrella trabajó en una película dirigida por Raoul Walsh.
Así pues, sólo me queda invitaros a cabalgar por el desierto de Mojave junto a Kirk Douglas de la mano de un director genial, irrepetible y con una filmografía cuantitativa y cualitativamente al alcance de muy pocos, Raoul Walsh. Estoy seguro de que no os arrepentiréis.
(1) El cineasta cayó enfermo nada más comenzar el rodaje de la película y Bogart, consciente de que contaban con un gran guion, llamó a Walsh que dirigió la mayor parte de la misma aunque, por solidaridad con su compañero, se negó a aparecer en los títulos de crédito.
(2) Sidney Hickox fue uno de los mejores operadores en nómina de la Warner Brothers y colaborador habitual de Raoul Walsh; siendo el responsable, por ejemplo, de la fotografía de “Tener o no tener” (Howard Hawks, 1944), “El sueño eterno” (Howard Hawks, 1946) o “Al rojo vivo”, obra maestra de Walsh filmada en 1949.
(3) Raoul Walsh fue un hombre de acción, un auténtico aventurero. Así llegó a cabalgar junto a Pancho Villa, como su colega John Ford era hermano de sangre de los indios navajos (si al primero le adoptaron con el nombre de “Natani Nez” -Guerrero alto-, a Walsh le rebautizaron como “Etsua ya apenta" -El águila del cielo de la mañana-), se embarcó muy joven a Cuba y posteriormente aprendió el oficio de cow-boy en Texas. Todo ello antes de entrar en el cine realizando los trabajos más humildes. Esa vocación por la aventura la plasmó en sus películas caracterizadas por su vitalidad y dinamismo.
(4) Tras haber iniciado su carrera tan sólo cinco años antes con papeles secundarios en filmes del nivel de “El extraño amor de Martha Ivers” (Lewis Milestone, 1946), “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur, 1947) o “Murallas humanas” (John M. Stahl, 1948), Douglas comenzó a tener papeles protagónicos en 1949, y ese mismo año con su interpretación del ambicioso boxeador en “El ídolo de barro” (Mark Robson) fue nominado al Oscar, por lo que llamó la atención de la poderosa Warner Brothers.
(5) El primer filme producido por la compañía del actor, la Bryna Productions, fue el estupendo wéstern naturalista “Pacto de honor” (Andre De Toth, 1955) y, posteriormente, también produjo a través de esta compañía o su filial, la Joel Productions, “El último tren de Gunn-Hill” (John Sturges, 1959), “El último atardecer” (Robert Aldrich, 1961), “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962) y “El gran duelo” (Lamont Johnson, 1971). Además, “Los justicieros del Oeste” de 1975, uno de los dos filmes dirigidos por él y del que también se encargó de la producción, estuvo igualmente ambientado en el Far-West.
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