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jueves, 21 de marzo de 2019

CONSPIRACIÓN DE SILENCIO

(Bad day at Black Rock, 1955)

Dirección: John Sturges
Guion: Millard Kaufman, Don McGuire

Reparto:
- Spencer Tracy: John J. Mcreedy
- Robert Ryan: Reno Smith
- Anne Francis: Liz Wirth
- Dean Jagger: Tim Horn
- Walter Brennan: Doc Velie
- John Ericson: Peter Wirth
- Ernest Borgnine: Coley Trimble
- Lee Marvin: Hector David
- Russell Collins: Mr. Hastings

Música: André Previn
Productora: Metro Goldwyn Mayer

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5

“Hay una diferencia enorme entre aferrarse a la tierra y vivir arrastrándose sobre ella”. Doc Velie


“Conspiración de silencio” fue el primer wéstern rodado en CinemaScope producido por la Metro Goldwyn Mayer y responde al cambio de rumbo emprendido por su nuevo presidente Dore Schary, tras haber sustituido a Louis B. Mayer como consecuencia de la crisis económica sufrida por la major desde finales de los años cuarenta. Así, mientras Mayer concebía el cine como puro entretenimiento y era partidario de repetir formulas exitosas, Schary siempre defendió que los filmes, además de divertir, debían informar y formar.



Ya su primera cinta producida para la Metro supuso una declaración de intenciones, porque “Fuego en la nieve” (William Wellman, 1949), un antiguo proyecto rechazado por la RKO, se concibió como un melodrama bélico alejado de la visión simplista y patriotera de la mayoría de las películas ambientadas hasta ese momento durante la II Guerra Mundial, al centrarse en la tragedia vivida por los soldados y en sus sentimientos.



Siendo coherente con su forma de pensar y entender el cine, durante el período en el que ocupó la silla de presidente en la Metro (1951-1956) Schary, liberal y votante del partido demócrata, produjo una serie de filmes marcadamente progresistas e innovadores como, ciñéndonos tan sólo al wéstern, “La medalla roja al valor” (John Huston, 1951), “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951), “La última caza” (Richard Brooks, 1956) o la película objeto de esta reseña.



Al igual que para poner en pie el proyecto, fue decisiva su intervención a la hora de conseguir que la protagonizara Spencer Tracy. Éste, unido a la major por un contrato en exclusiva durante veinte años, deseaba acabar con su relación contractual ( de hecho esta fue su última película para la Metro), pero Schary, autor del guion de tres filmes protagonizados en el pasado por el artista con un enorme éxito como “Forja de hombres” por la que obtuvo el Oscar al mejor actor, logró convencerlo para participar en la película no sin antes introducir algunos cambios en el guion, como por ejemplo que el protagonista fuera manco, con el objeto de hacer el papel más atractivo para la estrella. De hecho la entrega de Tracy fue total y se vio recompensada con una nueva candidatura al Oscar (1), aunque el ganador ese año fuera Ernest Borgnine, compañero en esta cinta de Spencer, por su emotiva y sensible interpretación de Marty en la película homónima dirigida por Delbert Mann.



La primera opción escogida por Schary para dirigir la película fue Richard Fleischer con quien se había entendido a la perfección durante el rodaje de “Arena” (1953), un neowéstern rodado en 3D ambientado en el mundo del rodeo, pero la Disney no le liberó de las obligaciones contraídas en relación con el montaje de “20.000 leguas de viaje submarino”; por lo que, tras descartar a Don Siegel quien llegó a afirmar que el libreto de Millard Kaufman era el mejor guion que había leído nunca, Schary se decidió por John Sturges, un director de la casa con algún título interesante en su haber tanto en el cine negro como en el wéstern (“La calle del misterio” -1950-, “Astucias de mujer” -1953-, “Fort Bravo” -1953-) y que ya había trabajado con Spencer Tracy en el noir “El caso O’Hara” (1951).



En todo caso la repercusión del filme sería fundamental en la carrera del director porque, por una parte, le brindó la oportunidad de poder dirigir un título con un mayor presupuesto antesala de sus westerns de la segunda década de los cincuenta, y, por otra, Kurosawa, impresionado por su trabajo en la película, le ofreció colaborar como asesor sin acreditar en su siguiente proyecto. Colaboración que le permitió adquirir los derechos de autor de “Los siete samuráis” (1954) a un precio muy reducido con el fin de filmar su remake en clave wéstern, la exitosa y enormemente popular “Los siete magníficos” (1960).



ARGUMENTO: El exmilitar John Mcreedy arriba a Black Rock, un pequeño pueblo situado en mitad del desierto, con la intención de entregar a un granjero japonés la medalla recibida a título póstumo por su hijo durante la II Guerra Mundial. Pronto detectará la actitud recelosa de los habitantes del municipio, quienes ocultan un terrible secreto, tornándose ésta en hostil al avanzar sus indagaciones; por lo que llegará, incluso, a temer por su vida.



Un tren avanza a toda velocidad atravesando un paisaje desértico hasta parar en una vetusta y destartalada estación en la que se apea un individuo vestido rigurosamente de negro. Así comienza el filme objeto de esta reseña. Una secuencia, no prevista en el guion original, en la que Sturges y su director de fotografía, William C. Mellor, aprovecharon magistralmente las posibilidades del nuevo formato. Pero, además, en escasos segundos, y sin mediar diálogos, nos plantean uno de los temas fundamentales del filme: el choque entre la modernidad, el progreso, la evolución y la civilización simbolizados en el ferrocarril y la tradición, el atraso, la involución y la barbarie representada en el pueblo. Un poblado perdido situado en medio de la nada y aislado del mundo y sus adelantos. Una población de aspecto triste y aburrida en donde pasar veinticuatro horas puede parecer una eternidad. Una aldea anclada en el siglo XIX habitada por vaqueros tan violentos como ignorantes liderados por el cacique del lugar, dueño del rancho más importante de la zona, que rechazan desde el primer momento la presencia del forastero, visto como una presencia amenazante para su control ejercido a través de la fuerza. Un lugar en el que el estado de derecho ha desaparecido, o quizás nunca existió, al imperar la ley del más fuerte. Así la película no sólo pretende acabar con la visión romántica del Oeste americano (el cacique del lugar llega a comentar al forastero: “Recelamos de los forasteros. Eso es todo. Resabios de otros tiempos. Del viejo Oeste” para concluir “para nosotros este lugar es el Oeste nuestro, y querríamos que nos dejaran en paz”) sino que de forma descarnada nos muestra la realidad de la denominada América profunda.



La cinta parte, pues, de una situación típica del wéstern: la llegada de un extranjero a una localidad oprimida que se enfrentará al amo del lugar liberando a los habitantes de la aldea de la tiranía sufrida, no sin antes haber removido sus conciencias y haberles hecho reaccionar, por fin, una vez perdido el miedo. E incluso está emparentada con otros filmes del Oeste, ya reseñados en este blog, como “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952) y “El tren de las 3:10” (Delmer Daves, 1957) en lo que se refiere a la importancia del paso del tiempo, de hecho asistimos a las veinticuatro horas más decisivas en la vida del protagonista, y al peso otorgado al ferrocarril como elemento dramático (2). Pero al mismo tiempo la película trasciende el género, no sólo porque su desarrollo es más propio de un thriller, sino por abordar temas de carácter universal como la dicotomía entre el progreso y el atraso, ya aludida al inicio de esta reseña, o los sentimientos xenófobos latentes en la sociedad estadounidense. Una xenofobia, hija de la ignorancia,de la intolerancia y de los prejuicios, que lleva a rechazar al otro, al diferente, simplemente por serlo. Y muy relacionado con ella se aborda la cuestión del falso patriotismo de aquellos que identifican sus propios intereses con los del grupo, bien sea un pueblo o una nación, considerando enemigos a los que piensan y sienten de manera distinta o pertenecen a otra etnia o comunidad. Así el luctuoso acontecimiento que genera el drama posterior tuvo lugar como consecuencia de lo que califica el dueño del hotel como una “borrachera patriótica” en la que varios individuos quisieron dar una lección a un norteamericano de origen japonés tras el bombardeo de Pearl Harbour. De esta forma, el filme aborda uno de los episodios más vergonzantes de la historia de los EEUU en la década de los cuarenta: el execrable comportamiento, tras el ataque a Pearl Harbour, de las autoridades y del pueblo estadounidense con sus compatriotas de origen nipón, al ser la mayoría confinados en campos de concentración, sin ningún juicio previo ni garantía legal, tan sólo por haber cometido el “pecado” de tener rasgos asiáticos, mientras que los menos afortunados, como ocurre en el filme, se convirtieron en las víctimas de la furia irracional de los autodenominados “patriotas”.



Además el filme supone una censura rotunda del miedo y de la cobardía como elementos propiciatorios de la perpetuación de las injusticias en una sociedad. Es el comportamiento del sheriff al haberse negado a investigar los hechos ocurridos en el pasado o la actitud del doctor consistente en mirar hacia otro lado lo que ha permitido consolidar el poder del oligarca. Ambos personajes son, por tanto, culpables por encubrir un delito abominable. Así la película puede entenderse, dado el año de su producción, como una alegoría de la paranoia anticomunista vivida en los EEUU tras la II Guerra Mundial y cuyo máximo representante fue el senador McCarthy quien, con el pretexto de defender los valores de la democracia occidental, llevó a cabo una auténtica caza de brujas caracterizada por las acusaciones sin fundamento, las falsas incriminaciones y los procedimientos sumarísimos contra aquellos de los que se sospechaba habían tenido alguna relación con el partido comunista o simplemente habían mostrado cierta simpatía con él; extendiendo durante la primera mitad de la década de los cincuenta un régimen de terror mientras la mayoría del pueblo norteamericano lo permitía por miedo o indiferencia.






La película cuenta, pues, con una gran riqueza argumental, pero también está muy cuidada desde el punto de vista formal (3), gracias a un trabajo exquisito de John Sturges en la composición de los planos. A título de ejemplo cabría destacar la escena en la que los ciudadanos del pueblo, situados por el director de forma jerárquica, deciden eliminar al forastero; la secuencia previa al enfrentamiento en el bar, representando los tres actores implicados un triángulo isósceles, con Reno, el verdadero cerebro, ocupando el ángulo superior, y Mcreedy y Cole, los contendientes, los ángulos inferiores; o el plano repetido con la cámara enfocando a un cristal, tras el que se encuentran varios de los habitantes del pueblo, en el que se refleja el protagonista caminando por la calle principal, de tal forma que en un mismo plano vemos al personaje vigilado y a los observadores.



Otra de las virtudes del filme es el creciente suspense creado por el director a medida que el protagonista vaya intuyendo la verdad y comprenda que su vida corre peligro; así como, en consonancia con la situación vivida por Mcreedy, la atmósfera opresiva, densa, sofocante y, por momentos, irrespirable que destila el filme. De esta forma el protagonista pasará de constatar el recelo inicial de los habitantes de la aldea al seguirle por la calle tras haber bajado del tren e intentar boicotear su hospedaje en el hotel, lo que le hará afirmar irónicamente “Es muy curioso lo que ocurre aquí en Black Rock, todo el mundo se desvive por ser amable. Eso hace muy agradable la vida”; a comprender que el pueblo se puede convertir en su tumba una vez confirmada la imposibilidad de escapar al menos en las próximas veinticuatro horas hasta la llegada del siguiente expreso y ante a la imposibilidad, por orden de Reno Smith, de alquilar un automóvil necesario para viajar hasta la parada de autobús situada a cuarenta kilómetros. Situación a la que hay que unir el total aislamiento de Mcreedy al impedirle los esbirros de Smith comunicarse con la policía a través del teléfono y el telégrafo.



Por último tengo que referirme al espectacular reparto que, básicamente y al igual que en otros filmes del director tan destacados como “El último tren de Gunn-Hill” “Los siete magníficos”, “La gran evasión” o “Estación polar Cebra”, responde a un universo básicamente masculino.



Spencer Tracy, especializado en personajes que desprendían autoridad interpretados por él con una imponente economía de medios, está perfecto como Mcreedy, un individuo tranquilo, mesurado, inteligente, integro, templado hasta la exasperación y muy superior moralmente a sus oponentes quien hará temblar los cimientos sobre los que se apoya el poder de Reno y, finalmente, liberará al pueblo de Black Rock de la opresión ejercida por el cacique tras haber provocado una catarsis colectiva. El protagonista respresenta los valores de la civilización frente a la barbarie y el director se esfuerza en individualizarlo desde la primera escena al vestirlo con un traje negro que difiere del atuendo del resto de los personajes y constrasta con los tones ocres del paisaje.



Robert Ryan le da la replica perfecta como Reno Smith, el dueño y señor de Black Rock. Propietario del rancho Tres barras, ejerce un poder represivo basado en su capacidad de intimidación y rechaza tanto la modernidad y la apertura del pueblo como a los forasteros al suponer un peligro para su omnipotencia. Es un líder populista y violento capaz de decidir fríamente la ejecución de un hombre porque según sus propias palabras refiriéndose a Mcreedy. “Ese es algo así como un portador de viruela. Desde que ha llegado el pueblo tiene fiebre y es contagiosa”. El típico individuo que identifica actividades como la caza con la hombría (la presentación del personaje con su vehículo portando un venado muerto en el capó es antológica), cargado de prejuicios y con un discurso plagado de vaguedades y generalizaciones; así, sobre el forastero afirmará “Sé como son esos mancos. Se dejarían sacrificar como mártires. Son fanáticos”. Representante de un patriotismo de tintes fascistas, su frustración por haber sido rechazado para incorporarse a filas la descargará sobre un pobre granjero japonés al que tilda de ruin y de perro rabioso como todos “los leales japoneses americanos” (4).



Para ejercer su control Reno Smith se vale principalmente de dos sicarios carentes de moral a los que exige una lealtad ciega, Coley y Hector, interpretados respectivamente por Ernest Borgnine y Lee Marvin; son auténticos perros de presa dotados de más músculos que cerebro. A cada uno le corresponde intervenir en dos excelentes escenas de gran importancia para conocer la personalidad del protagonista. Así Hector se colará en la habitación de Mcreedy tumbándose en su cama en un intento infructuoso de provocarle, lo que le llevará a afirmar ante la templada respuesta del forastero “Vaya cachaza tiene”. Mientras que Coley comprobará de primera mano la contundente respuesta física del forastero, tras haber sido provocado y hostigado, en una pelea que me recordó a la sostenida por el mismo actor con Sterling Haydn en “Johnny Guitar” (Nicholas Ray, 1954).



Dean Jagger interpreta al sheriff, un hombre pusilánime y débil con tendencia a refugiarse en la botella al haberse convertido en un pelele en manos de Smith (de hecho el cacique le nombró en el pasado e igualmente le cesará en la actualidad de su cargo). Simboliza el sometimiento por miedo del poder civil al líder autoritario.



Un excelente, como siempre, Walter Brennan en el papel del doctor y un joven John Ericson como el propietario del hotel representan la mala conciencia del pueblo, y por extensión de la sociedad norteamericana, al haber mirado hacia otro lado mientras los hechos sucedían o al haberse dejado arrastrar por el clima de violencia. Junto con el sheriif terminarán por prestar la ayuda necesaria a Mcreedy recuperando su autoestima y acabando tanto con los sentimientos perversos establecidos entre los habitantes de la aldea, basados en la pertenencia a una comunidad corrompida, como con la tiranía impuesta por Smith, devolviendo finalmente a su población el control de la ciudad; es decir, recuperando la democracia.



El único papel femenino recae en Anne Francis, recordada por la película de culto “Planeta prohibido” (Fred M. Wilcox, 1956). Da vida a Liz, hermana del propietario del hotel y amante de Reno, quien será víctima de la paranoia y violencia del cacique del lugar.



“Conspiración de silencio” aúna a su enorme calidad el ser una película muy comercial, las dos características del mejor cine hollywoodiense, por lo que sólo me queda invitaros a acompañar a Spencer Tracy en un “Mal día en Black Rock”, estoy seguro de que no os vais a arrepentir.


(1) Aunque Spencer Tracy no fue galardonado con el Oscar, obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes.

(2) En “Solo ante el peligro” el sheriff Will Kane esperaba angustiado la llegada del tren, identificado con la muerte al viajar en él Frank Miller; mientras que en “El tren de las 3:10” Dan Evans aguardaba en una habitación del hotel junto a su prisionero Ben Wade la llegada del ferrocarril, promesa de un futuro mejor; y en la película que nos ocupa constituye la única esperanza para sobrevivir del protagonista.

(3) Tanto la utilización de la luz y el color como la composición de algunos planos recuerdan la obra de Edward Hopper (1882-1967).

(4) Sturges ahonda aún más las diferencias existentes entre el protagonista y su principal antagonista al haber combatido el primero en la II Guerra Mundial pagando un alto precio por ello (la pérdida de su brazo) mientras que la mayor aportación al conflicto bélico del segundo ha consistido en haber perpetrado un crimen atroz en la persona de un conciudadano. 

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