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sábado, 16 de marzo de 2019

EL RASTRO DE LA PANTERA

(Track of the cat, 1954)

Dirección: William Wellman
Guion: A.I. Bezzerides

Reparto:
- Robert Mitchum: Curt Bridges
- Teresa Wright: Grace Bridges
- Diana Lynn: Gwen Williams
- Tab Hunter: Harold Bridges
- Beulah Bondi: Ma Bridges
- Philip Tonge: Pa Bridges

Música: Roy Webb
Productora: Wayne-Fellows Production.

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,75

“Esta casa está corrompida por los dioses que has creado. Los tuyos y los de Curt. Con orgullo, dinero y avaricia”. Grace a su madre.


ARGUMENTO: Finales del siglo XIX en el norte de California, los Bridges, una familia de rancheros asentados en una zona montañosa aislada de la civilización, se ven amenazados en pleno invierno por la presencia de un enorme felino. Arthur, el hermano mayor, y Curt, el mediano, decidirán darle caza, al mismo tiempo que estallarán, por la tensión generada, los problemas y rencillas largamente larvados en el núcleo familiar.


“El rastro de la pantera” fue el último wéstern rodado por William Wellman, uno de los grandes directores del Hollywood clásico que comenzó como John Ford, Howard Hawks o Raoul Walsh en la época silente desempeñando todo tipo de trabajos hasta poder rodar su primera película, pero a diferencia de estos apenas ha gozado del reconocimiento que se merece (1).


Su aportación a este género se caracterizó por la singularidad de sus propuestas. De esta forma “Incidente en Ox-Bow” (1943) constituye un sobrecogedor alegato contra la ley de Lynch y, por extensión, contra la pena de muerte; “Cielo Amarillo” (1948) se enriquecía con un subtexto sobre la inadaptación de los excombantientes abandonados por su gobierno tras haber sacrificado lo mejor de sí mismos, situación vivida en los EEUU al finalizar la II Guerra Mundial; “Más allá del Missouri” (1951) con los monument man como protagonistas contenía un mensaje marcadamente ecológico; y en “Caravana de mujeres” (1951), un proyecto antiguo de su íntimo amigo Frank Capra, rendía un sentido tributo a la mujer y su contribución a la conquista del Oeste. Quizás su wéstern más convencional, aunque no exento de interés, sea “Las aventuras de Buffalo Bill” (1944), necesario peaje pagado a Darryl F. Zanuck por poder haber rodado la citada “Incidente en Ox-Bow”.


A comienzos de la década de los cincuenta su encuentro con John Wayne fue esencial. La estrella, que junto a Robert Fellows había creado la Wayne-Fellows (2) con el objeto de producir básicamente sus películas, encontró en Wellman al director ideal para dotar de calidad a unos productos claramente comerciales; además de garantizarse escasos contratiempos durante el rodaje de las películas dada la fama del realizador de ser capaz de rodar cualquier tipo de filmes ajustándose al presupuesto y al tiempo marcados.


La colaboración entre el actor-productor y el director se prolongaría durante tres años y seis títulos (3) obteniendo un enorme éxito, sobre todo con “Escrito en el cielo” (1954), melodrama aéreo nominado a los oscars en seis categorías (Dimitri Tiomkin lo obtuvo por la banda sonora) y claro antecedente del cine de catástrofe muy popular en la década de los setenta.


Gracias a este filme un Wayne plenamente satisfecho con el resultado logrado dio carta blanca a Wellman para abordar su próxima película, un proyecto largamente acariciado por el director basado en una novela publicada en 1949 de Walter Van Tilburg Clark, autor igualmente de “Incidente en OX-Bow”, que se convertiría en uno de los wésterns más singulares de la década de los cincuenta.


De hecho el primer dato sorprendente lo constituye el guionista encargado de adaptar el libro, A. I. Bezzerides, un escritor especializado en libretos para noirs y thrillers (4) que elaboró un wéstern psicológico enriquecido con elementos propios de los dramas familiares con clara influencia de autores como Tenesse Williams, de películas de aventuras, de trhillers e, incluso, de cine fantástico, con una pantera como ser diabólico y casi sobrenatural a la que nunca veremos en pantalla (5). Todo ello convierte a la película desde el punto de vista de su género en una rareza inclasificable.


Igualmente original es el tratamiento del color. Así y a pesar de estar rodado en Warnercolor, Wellman, con la impagable ayuda de su director de fotografía William H. Clothier, apagó, suavizó y difuminó los tonos hasta conseguir la apariencia de estar viendo una película en blanco y negro en la que la gama predominante son ambas tonalidades junto con los grises. De este monocromatismo prácticamente sólo escapa la chaqueta de color rojo sangre de Curd como símbolo de su carácter (fuerza, agresividad, apasionamiento).


Wellman en la cinta desarrolla dos líneas argumentales, perfectamente imbricadas, a través de otros tantos escenarios, en los que aborda como tema principal la relación entre el ser humano y su entorno en un momento en el que los avances tecnólogicos posibilitaban no sólo la transformación de la naturaleza sino también su destrucción total (6).


a) En primer lugar nos encontramos con el estudio del núcleo familiar, presentándonos el filme a una familia disfuncional que ha pagado un precio muy alto en su lucha por establecerse en el valle para modificarlo en provecho propio. Estamos ante un grupo escasamente cohesionado compuesto por seres infelices e insatisfechos en los que no hay sitio para el amor y el cariño. Viven, como señala Grace, “enterrados en el valle” y dominados por la madre que ha creado una especie de tela de araña emocional con el objeto de imposibilitar la marcha de alguno de sus miembros.


Ma, magnífica Beulah Bondi, simboliza el puritanismo más severo con un sentido de la propiedad muy arraigado que la lleva a rechazar a los escasos pretendientes de sus hijos ante el temor de dividir sus propiedades. De moral estricta, criticará despiadadamente a Gwen, la prometida de su hijo menor, por haberla visto besarle y por llevarle dos años, haciendo exclamar a Harold, el vástago mayor, “parece que quieres que se extinga la familia”; frase profética pues su forma de actuar provocará, indirectamente, la tragedia posterior. Mujer inflexible, severa e intolerante, de hecho Grace le espetará “siempre hablas como si fueras Dios”, tan sólo se mostrará humana reconociendo sus errores al final del filme una vez el drama se haya consumado.


El padre, encarnado por Phillip Tonge, es, por el contrario, un hombre vencido que se refugia en el alcohol y tan sólo reclama una caricia, un beso o, simplemente, “el placer de una buena conversación”. Carece de autoridad en el grupo como de forma cruel se lo recuerda Ma a uno de sus hijos al comentarle que “tu padre no pinta nada desde hace mucho tiempo”. Pa protagoniza las únicas escenas distendidas de la cinta al buscar desesperadamente en distintos escondites sus preciadas botellas de whisky. No obstante, al final recibirá su anhelada caricia en la mano por parte de Ma, sútil plano que muestra un cambio en la relación con ésta y con el resto de miembros supervivientes de la familia.


Curt, el hijo mediano al que da vida en una memorable actuación Robert Mitchum (7), es el preferido de la madre por ser el más próximo a su carácter. Es un hombre violento, prepotente, impulsivo, cínico, egoísta, acostumbrado a imponer su voluntad y dar órdenes. Actúa como el dueño del rancho tomando las decisiones sin consultar al resto de los miembros de la familia y constantemente se burla de sus hermanos; incluso se insinuará a Gwen, la prometida de Harold.



Harold, interpretado por Tab Hunter, es el hermano menor. Con un carácter tímido, retraido y algo pusilánime, su hermana Grace, una maravillosa Teresa Wright, le animará a emanciparse y a no cometer el mismo error que ella, quien dejó escapar la felicidad cuando llamó a su puerta al no atreverse a abandonar a su familia e iniciar una nueva vida con aquel al que amaba, habiéndose convertido en una “solterona” amargada y resentida. Tal es el retraimiento de Harold que será Gwen la que le incite, en una escena de gran sensibilidad, a mantener por primera vez relaciones sexuales.


Por último, Arthur, el hermano mayor, se nos muestra como el miembro más equilibrado y sensible, lee a Keats, y es el personaje que mejor entiende a Joe Sam (un antiguo jefe indio y hechicero con visiones y capacidad para aparecer y desaparecer de forma sigilosa con lo que se aumenta el tono fantástico, mágico y sobrenatural del filme) y su forma de sentir a la naturaleza. Sirve como contrapeso a la figura de Curt al intentar proteger, dentro de sus posibilidades, a sus dos hermanos.


Todos ellos protagonizan un drama con una marcada apariencia teatral denso y de una gran intensidad al salir a flote, como consecuencia de la aparición amenazante del felino y la presencia en su casa de Gwen, las rencillas, celos y odios acumulados durante muchos años. La apariencia teatral sin duda se ve remarcada por la puesta en escena de Wellman de una gran austeridad, por el número escaso de personajes, por el hecho de haber rodado íntegramente las secuencias del rancho en estudio, en concreto se filmó en el set propiedad de la Warner Bross, y por el protagonismo de dos actores como Beulah Bondi y Philipp Tongue con una importante trayectoria entre bambalinas.


Igualmente destacable es la composición de determinadas secuencias por parte del director que confieren una gran originalidad a la película. En concreto destacaría dos: aquella en la que situa la cámara tras el cabecero de la cama en donde yace el cuerpo sin vida de Arthur al que no llegamos a ver, y la del enterramiento de éste en la que la posiciona dentro de la tumba contemplando el espectador a través de un contrapicado a los personajes enmarcados por la fosa.


b) La segunda línea argumental corresponde al intento por parte de Curt y Arthur de dar caza al felino.

Está rodada íntegramente en exteriores, en concreto en el Mount Rainer National Park situado en Washington y en las White Mountains de Arizona, lo que permitió mostrar, una vez más, el sentido visual de Wellman para los espacios abiertos. Sin embargo como ya hiciera tanto en “Cielo amarillo” como en “Caravana de mujeres” crea un espacio opresivo y claustrofóbico en consonancia con el estado de ánimo de Curt.


Éste a medida que se adentre en los inmensos parajes montañosos y se deba enfrentar no sólo contra la pantera sino también contra una naturaleza adversa, hóstil y amenazante, presentada casi como si se tratara de una película de terror, irá perdiendo la seguridad y la confianza en sí mismo; máxime cuando se convierta en víctima del infortunio, primero al perder la comida preparada por su madre que tenía en su chaqueta intercambiada con la de Arthur y, posteriormente, al quedarse sin unos fósforos imprescindibles para encender la lumbre con la que evitar morir congelado. De hecho Wellman rueda una escena magistral desde el punto de vista del suspense al contemplar el espectador cómo Curt utiliza sus tres últimas cerillas para hacer fuego, finalmente extinguido por la nieve que cae de una de las ramas del árbol en el que se había refugiado.


Así, y poco a poco, el estado de ánimo de Curt pasará del arrojo y la determinación a la desesperanza, pasando por la angustia y de ésta al más absoluto terror. Y será la naturaleza, convertida en un protagonista más de la película, la que tome cumplida venganza sobre aquel que se sirvió de ella pensando exclusivamente en su propio beneficio. Curt finalmente será “devorado” por su carácter, sus prejuicios, sus miedos y temores; simbolizados por la pantera a la que alude el título del filme que, como señala uno de los personajes, en realidad es “la causa de los problemas del mundo, el diablo que llevamos dentro”.


“El rastro de la pantera” es, pues, una película experimental y profundamente moral con una importante carga religiosa. Una especie de parábola sobre la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que puede desconcertar inicialmente a los amantes del wéstern al no responder a los arquetipos y temas propios de este género, pero sin duda su visión es obligatoria para todo amante del cine.


Como curiosidad comentaros que Andrew Victor McLaglen, hijo de Victor McLaglen y muy vinculado en sus inicios a la Batjac, trabajó como ayudante de dirección de Wellman.

(1) En una entrevista reciente su hijo, William Wellman Jr, ha achacado el olvido en el que ha caído la figura de su padre a las escasas retrospectivas realizadas sobre su obra. Situación que, poco a poco, va cambiando.

(2) La Wayne-Fellows se constituyó en 1952 y la primera película producida fue “El gran Jim McLain”, mediocre alegato anticomunista. A mediados de la década de los cincuenta Robert Fellows vendió su parte a Wayne quien rebautizó a la compañía con el nombre de Batjac.

(3) En la Wayne-Fellows (posteriormente Batjac) Wellman rodaría·tres películas protagonizadas por Wayne “Infierno blanco” (1953), “Escrito en el cielo” (1954) y “Callejón sangriento” (1955), curiosamente ninguna de ellas wéstern; además de “La pista del terror” (1954), un thriller protagonizado Mickey Spillane (novelista creador del detective Mike Hammer) y en el que sin embargo figura como único director el guionista y amigo personal de Duke James Edward Grant; “El rastro de la pantera”, y “Adios Lady” (1956), película inédita en España.

(4) Entre los guiones nacidos de la pluma de A. I. Bezzerides podemos destacar los de “La pasión ciega” (Raoul Walsh, 1940), “Mercado de ladrones” (Jules Dassin, 1949), “La casa en la sombra” (Nicholas Ray, 1951), “El beso mortal” (Robert Aldrich, 1955) y dos filmes dirigidos por Curtis Bernhardt “Juke Girl” y “Siroco”.

(5) Wellman consideró un error no haber mostrado al felino en ningún momento a lo largo del filme, pero creo que es uno de los grandes aciertos de la película al acentuar su carácter misterioso e, incluso, sobrenatural.

(6) Walter Van Tilburg Clark concluyó la novela tan sólo tres años después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

(7) En principio el papel de Curt lo iba interpretar John Wayne, pero la estrella, acertadamente, se dio cuenta de que el personaje no respondía a su imagen basada en la recitud y honradez; por lo que tanto Duke como Wellman se inclinaron por Robert Mitchum, un actor muy adecuado para papeles caracterizados por su oscuridad y ambigüedad. De hecho, Mitchum al año siguiente nos regalaría una de sus mejores interpretaciones, la del reverendo Harry Powell en la indispensable “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955).

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