(Gunman’s walk, 1958)
Dirección: Phil Karlson.
Guion: Frank S. Nugent.
Reparto:
- Van Heflin: Lee Hacket
- Tab Hunter: Ed Hacket
- Kathryn Grant: Clee Chouard
- James Darren: Davy Hacket
- Mickey Shaughnessy: Deputy Sheriif Will Motely
- Robert F. Simon: Sheriff Harry Brill
- Edward Platt: Purcell Avery
- Ray Teal: Jensen Stevers
Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures
Por Jesús Cendón. NOTA: 7,75
“Si dejas que un hombre haga las cosas por ti, cosas que podrías hacer por ti mismo, antes o después ese hombre tendrá la idea de que es mejor que tú”. Lee Hacket a su hijo Ed.
Tras alcanzar su mayoría de edad en 1939 (1), el wéstern clásico disfrutó de una madurez esplendida durante el período que se extiende aproximadamente desde finales de la década de los cuarenta hasta mediados de la de los sesenta.
Durante esta época los grandes maestros (John Ford, Howard Hawks, Raoul Walsh, William Wellman, Anthony Mann, Delmer Daves…) nos ofrecieron buena parte de sus mejores trabajos enmarcados en este género; pero también un grupo talentoso de artesanos que desarrollaron su carrera en los márgenes de la serie b, tanto en la segunda división de las grandes compañías como en pequeñas productoras independientes, dirigieron sugerentes filmes del oeste. Así, cineastas de la talla de Andre de Toth, Jacques Tourneur, Allan Dwan, George Sherman, Jack Arnold, Gordon Douglas, Joseph H. Lewis, Hugo Fregonese, Alfred L. Werker y un largo etcétera (2) nos dejaron un legado imborrable con propuestas, en muchos casos novedosas, con las que agrandaron y enriquecieron, aún más si cabe, este género. A Phil Karlson, director de la película objeto de esta reseña, lo podemos encuadrar en este segundo grupo.
Su trayectoria profesional estuvo ligada a tres grandes nombres. En primer lugar, la Monogram, una de las minor especializadas en filmes de serie b, en la que fue adquiriendo las habilidades necesarias para recortar al máximo los tiempos de filmación y los costes de las películas, pensando concienzudamente los movimientos de cámara y la disposición de actores con el objeto de evitar en lo posible el costoso y laborioso trabajo de montaje. En segundo lugar, Edward Small, productor independiente vinculado a la Paramount, con el que encontró al igual que Allan Dwan con Benedict Bogeau cierta estabilidad laboral. Y, por último, la Columbia en cuyo seno rodó algunos de sus mejores filmes.
Aunque desde el punto de vista cinematográfico es recordado por su gran aportación al noir a través de cinco o seis excelentes películas (3) que le aproximan, en parte, a la definición de autor acuñada por los críticos de la prestigiosa Cahiers du Cinema. Su contribución al wéstern, sin llegar al nivel de la del noir, no es nada desdeñable. Destacando títulos como “Thunderhoof” de 1948, una original mixtura de drama, aventuras y wéstern con tan sólo tres personajes y el desierto como escenario principal (el filme desgraciadamente es prácticamente imposible de encontrar en la actualidad); la fordiana “Rumbo al Oeste” (1954) con un médico militar como atípico héroe; y la película que nos ocupa, su mejor aproximación al universo del wéstern. Lástima que se despidiera del género con la prescindible, fallida y olvidable “La cabalgada de los malditos” (1967) codirigida, al parecer, por el maestro de la serie b Roger Corman.
Fue personalmente Harry Cohn, presidente de la Columbia, quien, tras haberse retirado del proyecto Rudolph Maté y teniendo en cuenta el buen resultado, tanto artístico como económico, obtenido por la anterior película filmada por Karlson (“Los hermanos Rico”), apostó por él para dirigir “El salario de la violencia”, uno de los proyectos más ambiciosos de toda su carrera; y no sólo no le defraudó el resultado, sino que al ver el filme parece que el duro y todopoderoso Kohn vertió lágrimas de emoción al recordarle la película la tormentosa relación mantenida con sus hijos. Conmocionado, prometió al director convertirlo en uno de los buques insignia de la Columbia. Promesa que, desgraciadamente, no cumplió al fallecer poco después. Por ello nunca sabremos hasta dónde hubiera podido llegar Karlson dirigiendo proyectos con presupuestos más holgados.
ARGUMENTO: Lee Hacket, el ganadero más poderoso de la región, mantiene una relación problemática con sus dos hijos. La tragedia estallará en su familia tras la muerte en un accidente, provocado por su primogénito, de uno de los peones de raza india del rancho.
“El salario de la violencia” es un filme de presupuesto medio y rodado en Cinemascoope, formato desconocido por el director al que supo adaptarse perfectamente rodando escenas de gran belleza entre las que destacan varios travellings laterales, que explora los sentimientos y las relaciones humanas desde los postulados del wéstern.
Por tanto, la película se encuadra dentro de la corriente psicológica del género, surgida a finales de la década de los cuarenta y muy presente en los cincuenta, gracias a un soberbio y profundo guion debido a la pluma de Frank S. Nugent, colaborador habitual de John Ford y con el que ya había trabajado el realizador en la citada “Rumbo al Oeste”, centrado en las tensiones existentes entre el protagonista y su hijo mayor, así como en las dramáticas consecuencias de la impartición de una educación demasiado rígida y trasnochada. La película entronca, de esta forma, con un nuevo cine nacido en la década de los cincuenta protagonizado por jóvenes rebeldes, con o sin causa, y queda igualmente emparentada con una serie de wésterns basados en conflictos familiares, generalmente surgidos entre padres e hijos en los que la rivalidad paternofilial cohesionaba el conflicto dramático (4).
El filme se sitúa temporalmente en un momento en el que se estaba culminando la última fase de la conquista del Oeste. Así, tras haberles arrebatado definitivamente su territorio legítimo a los indios, la civilización había llegado por fin a la frontera y los días de violencia en los que la ley se imponía a golpe de revólver parecían quedar definitivamente olvidados.
En este contexto nos encontramos con el personaje principal, Lee Hacket, un excelente Van Heflin, el ganadero más poderoso de la región. Un hombre con el suficiente coraje para haber combatido a los nativos del lugar y haber conseguido expulsarlos, así como con la inteligencia y el valor necesarios para crear un gran imperio ganadero de la nada. Un individuo protagonista de unos tiempos violentos y muy duros que ha quedado anclado en el pasado, con valores obsoletos, que identifica masculinidad con violencia, acostumbrado a valerse por sí mismo y a no pedir favores e incapaz de evolucionar. Un personaje trágico vinculado de alguna forma con otros héroes-antihéroes del wéstern, individuos fundamentales para el asentamiento de la civilización en el salvaje Oeste; pero, al mismo tiempo, incapaces de respetar las reglas de las comunidades que ayudaron a construir por lo que terminarán siendo expulsados o convertidos en seres marginales. Forma parte, por tanto, de una especie en extinción; un auténtico dinosaurio que no asume la profunda evolución de la sociedad. Y es esa actitud la que precipitará el drama al criar a sus hijos a su imagen y semejanza con unos principios caducos apropiados para sobrevivir a un período hostil y violento pero inadecuados e incluso nocivos una vez asentados en el territorio la ley y el orden, representados en la película por los concienciados y honrados sheriff, juez y agente para asuntos indios, este último encarnado por el televisivo Edward Platt. Y será precisamente el sheriff, amigo suyo de juventud, quien intente que razone y, tras arrestar a su hijo mayor, le advierta de la inadecuada y anacrónica educación impartida a sus vástagos al comentarle que: “Lee tu y yo crecimos en nuestros propios tiempos, Ed tiene que aprender a crecer en los suyos y los tiempos han cambiado”.
Frente a esta trasnochada educación la respuesta de sus dos hijos, interpretados por sendos cantantes de pop con el objeto de atraer a la taquilla al público joven, será diferente.
David, encarnado por James Darren, es un individuo reflexivo y utiliza la ironía con su padre como arma ya que ha comprendido que los tiempos de violencia han llegado a su fin, rechaza estos valores, elude compararse con su progenitor e incluso no porta armas cuando, como le comenta uno de los personajes, “la marca de los Hacket es el revólver”. David representa, por tanto, la modernidad y la ausencia de prejuicios, iniciando una relación sentimental con una mestiza a la que da vida Kathryn Grant (5), futura esposa de Bing Crosby, que aporta a su personaje una dulzura no exenta de firmeza, sobre todo en su respuesta a Lee tras el simulacro de juicio.
Por el contrario, Ed, al que dio vida en una de sus mejores y atípicas actuaciones Tab Hunter cedido por la Warner para la ocasión (6), ha crecido a la sombra de su padre al que intenta superar sin conseguirlo, manteniendo una insana rivalidad fomentada de forma irresponsable por su progenitor; de hecho, un amigo le comentara a Lee: “No te satisface medirte con tus hijos, tienes que llevarles la delantera”. Iracundo, cruel, extremadamente competitivo, bravucón, impulsivo, pendenciero, con escasa tolerancia a la frustración e incapaz de asumir las consecuencias de sus actos provocará, motivado por su carácter, un absurdo accidente saldado con la muerte de un peón mestizo, origen de la tragedia posterior.
Además de los efectos negativos del odio y la violencia, un tema recurrente en su filmografía, la etnia de los implicados en el incidente le permite a Karlson reflexionar acerca de los prejuicios raciales perpetuados en la sociedad estadounidense.
Así, aunque inicialmente, con la escena desarrollada en la oficina del agente indio, parece mostrarnos la perfecta integración de los nativos americanos; Karlson, con la actitud de Ed y posteriormente de Lee, nos anuncia que todavía no han sido superados los años de violencia, destrucción, sufrimiento y muerte protagonizados por ambas culturas. Manifestándose de forma explícita la xenofobia latente en la comunidad blanca, como también ocurría en la notable “Represalia” (George Sherman, 1956), en la escena del juicio en la que se dará más importancia, tan sólo por el color de su piel, al falso testimonio de un blanco que al de dos indios testigos del homicidio.
A partir de ese momento se acelera, aún más, la narración y se extiende, como era habitual en el cine negro (7), la sombra de la fatalidad sobre el filme; de tal forma que los acontecimientos se precipitan y tanto el carácter como los sucesivos errores protagonizados por Ed parecen conducirlo a un único y fatídico destino.
En este tramo asistiremos paulatinamente al proceso de degradación moral del hijo mayor de Lee: será arrestado por provocar disturbios en la ciudad; posteriormente se enfrentará a su hermano; a continuación, disparará sobre el testigo perjuro dejándole malherido; y, por último, acabará de forma absurda con la vida del ayudante del sheriff pues no portaba arma alguna y tan sólo pretendía ayudarle.
Paralelamente, en un desesperado intento de proteger a su hijo para evitarle, una vez más, sufrir las consecuencias derivadas de sus actos, Lee no dudará en traicionarse a sí mismo, renegando de sus principios, al pagar el favor al individuo que testificó falsamente en el juicio (el habitual en el género Ray Teal) y, posteriormente, recurrir con este mismo personaje, mientras permanece en cama reponiéndose de sus graves heridas, a la extorsión e, incluso, a la amenaza; lo que lleva al doctor, otro viejo amigo, a comentarle tras haberle permitido ver al enfermo: “Si tú puedes vivir con tu conciencia, yo podré vivir con la mía”.
Pero, paradójicamente, cada paso dado por Lee para salvar a su hijo supone poner un clavo más en el ataúd de Ed; hasta que, en un acto de responsabilidad no exento de soberbia, decida poner fin a su obra enfrentándose en duelo a su heredero, tras el cual arrojará su revólver al suelo reconociendo, al fin, la inutilidad del uso de la violencia y sus consecuencias perniciosas.
“El salario de la violencia” es una película de una enorme amargura cuya escena final nos muestra a un Lee Hacket derrotado y devastado psicológicamente, cuya vida ha sido un fracaso y que, por primera vez en contra de sus principios, pide ayuda apoyándose en su hijo y su futura nuera; personajes a quienes, tras vencer múltiples obstáculos, les pertenece el presente y, sobre todo, el futuro.
(1) Hasta 1939 y salvo honrosas excepciones, el género se nutrió de filmes de escasa duración (en torno a los sesenta minutos), realizados en serie por, generalmente, pequeñas compañías como la nombrada Monogram, la Republic Pictures, la Lone Star o la Harry Sherman Productions y destinados a completar los programas dobles o las sesiones matinales. Pero en ese año se rodaron cuatro grandes filmes del oeste decisivos para el asentamiento del wéstern como un género mayor: la obra maestra de John Ford “La diligencia” nominada a ocho oscars, aunque tuvo la desgracia de competir con “Lo que el viento se llevó”, y que mostró el camino a seguir; “Tierra de audaces” (Henry King), una de las aproximaciones más logradas a las figuras de los hermanos James; y las costosas y espectaculares “Union Pacific” (Cecil B. DeMille”) y “Dodge, ciudad sin ley” (Michael Curtiz). Todos los filmes citados cuentan con su oportuna reseña en el blog salvo “Tierra de audaces”.
(2) Afortunadamente de muchos de ellos y de buena parte de los filmes que rodaron se está llevando a cabo una necesaria y justa revisión reivindicativa.
(3) Entre 1952 y 1957 Phil Karlson rodó “Trágica información”, “El cuarto hombre”, “Calle River 99”, “Testimonio fatal”, “El imperio del terror” y “Los hermanos Rico”. Películas que constituyen un corpus cinematográfico envidiable y sitúan a su director como uno de los grandes del noir de serie b.
(4) Dentro de esta corriente de wésterns que ahondan en conflictos familiares cabe destacar sólo en esta década a “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) con la particularidad de que el enfrentamiento tenía lugar entre el progenitor y su hija, “Lanza rota” (Edward Dmytryck, 1954) adaptación al universo wéstern de “Odio entre hermanos” (Joseph Leo Mankiewicz, 1949) que también mostraba una relación interracial rechazada por uno de los progenitores; “La ley de los fuertes” (Rudolph Maté, 1956); “Odio contra odio” (Joseph H. Lewis, 1957), con la que el filme de Karlson presenta bastantes semejanzas tanto en el dibujo del personaje principal como en la denuncia del racismo existente en la sociedad anglosajona; o “Más rápido que el viento” (Robert Parrish-John Sturges, 1958) que, con un final similar al de la película objeto de la reseña, narraba el enfrentamiento entre dos hermanos, aunque en realidad el personaje interpretado por Robert Taylor era como un padre para su hermano menor (John Casavettes). Salvo “La ley de los fuertes” todos han sido objeto de reseña en el blog.
(5) Kathryn Grant y James Darren ya habían sido dirigidos el año anterior por Phil Karlson en “Los hermanos Rico”.
(6) Van Heflin, Tab Hunter y Edward Platt volverían a coincidir al año siguiente en “Llegaron a Cordura”, wéstern ambientado en la revolución mexicana dirigido por Robert Rossen.
(7) La influencia del noir en este filme también se aprecia desde el punto de vista formal en dos escenas desarrolladas en la cárcel en las que, con la ayuda de su operador Charles Lawton Jr, Phil Karlson acentúa los claroscuros hasta tal punto que parecen estar rodadas ambas secuencias en blanco y negro.