Dirección: Cecil B. DeMille
Guion: Walter DeLeon, C. Gardner Sullivan, Jesse Lasky Jr, Jack Cuningham
Reparto:
- Barbara Stanwyck: Mollie Monahan
- Joel McCrea: Jeff Butler
- Akim Tamiroff: Fiesta
- Robert Preston: Dick Allen
- Lynne Overman: Leach Overman
- Brian Donlevy: Sid Campeaus
- Robert Barrat: Duke Ring
- Anthony Quinn: Cordray
- Stanley Ridges: General Casement
- Francis McDonald: General Dodge
- Henry Kolker: Asa M. Burrows
- Evelyn Keyes: Mrs. Calvin
- Lon Chaney Jr.: Dollarhide
- Ward Bond: Tracklayer
- Jack Pennick: Harmonicist
- Will Geer: Foreman
Música: Sigmund Krumgold, John Leipold
Productora: Paramount Pictures (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 7.
“¡Doctor! ¡Que llamen al doctor!” “Cuando Jeff dispara no hacen falta médicos, sino enterradores” Conversación entre dos parroquianos tras haber acabado Jeff con Cordray.
El final de la década de los treinta supone un punto de inflexión respecto a la consideración por parte de la industria hollywodienese del wéstern como género menor. Hasta esa fecha y salvo notables excepciones como “La gran jornada” (1930), gran película de Raoul Walsh sin el éxito merecido que el propio director homenajea en “Los implacables” (1955), película ya reseñada en este blog, o “Cimarron” (Wesley Ruggles, 1931), primer filme del Oeste ganador del Oscar a la mejor película, los wésterns se circuncribían a las denominadas minors (Republic, Monogram, entre otras) y eran producciones realizadas en serie y caracterizadas por su bajo presupuesto, sus ingénuos guiones, su corta duración y unos personajes estereotipados; en definitiva, meras películas de entretenimiento centradas en las escenas de acción y destinadas a las sesiones dobles en las salas cinematográficas.
A partir de finales de la década de los treinta las seis majors (sobre todo la 20th Century Fox y la Warner Brothers y, en menor medida, la United Artits, la Paramount, la Metro Goldwyn Mayer y la RKO) y dos de las denominadas majors menores (Universal y Columbia) comenzarán a interesarse por este tipo de filmes con producciones de presupuesto superior, guiones de mayor hondura y personajes más complejos, hecho que supuso un cambio radical tanto respecto a la concepción, como a la percepción de este género.
Para ello, recurrieron en este primer momento a la recreación de la vida de personajes del Far-West elevados a la categoría de mitos, como los hermanos James en las producciones de la 20th Century Fox “Tierra de audaces“ (King Vidor, 1939) y “La venganza de Frank James” (Fritz Lang, 1940), el juez Roy Bean en el filme de la Samuel Goldwyn Company “El forastero” (William Wyler, 1940), el general Custer en la película de la Warner Brothers “Murieron con las botas puestas” (Raoul Walsh, 1941), “Billy el Niño” (David Miller, 1941) de la Metro Goldwyn Mayer o “Belle Starr” (Irving Cumings, 1941) también de la 20th Century Fox.
En otras ocasiones el reclamo era el nombre de un estado o de una ciudad como en “Arizona” (George Marshall, 1939) de la Universal, “Dodge ciudad sin ley” (1939) y “Virginia City” (1940) ambas dirigidas por Michael Curtiz en el seno de la Warner Brothers o “Arizona (Wesley Ruggles, 1940) y “Texas (George Marshall, 1941) de la Columbia.
Por último nos encontraríamos en esta primera etapa de reivindicación del wéstern como género mayor con filmes que recreaban, con mayor o menor fidelidad, hechos históricos como coartada para embarcarse en grandes producciones. Es el caso de “Camino de Santa Fe” (Michael Curtiz, 1940) película de la Warner Brothers sobre la revuelta provocada por el abolicionista John Brown, “Paso al noroeste” (King Vidor, 1940) cinta de la Metro Goldwyn Mayer ambientada en el conflicto anglo-francés del siglo XVIII, o “Espíritu de conquista” (Fritz Lang, 1941) largometraje de la 20th Century Fox sobre la construcción de la primera línea de telégrafo en el Oeste.
“Unión Pacífico” se encontraría encuadrada dentro de este tercer bloque de primigénios wésterns producidos por una major.
ARGUMENTO: La Union Pacific, junto a la Central Pacific, recibe el encargo del gobierno de los EEUU de unir por vía férrea el país desde la costa del Atlántico hasta la del Pacífico. Para evitar los sabotajes, la compañía contrata a Jeff Butler, oficial distinguido durante la reciente Guerra de Secesión, que pronto se sentirá atraído por Mollie Monahan, empleada de la compañía de la que también está enamorado Dick Allen, compañero del ejército de Jeff, enrolado en el grupo de saboteadores.
Hablar de Cecil B. DeMille es hablar de una concepción del cine fastuosa y grandiosa en el que prima el concepto de espectáculo. De un director que maniobraba, como pocos, en las grandes superproducciones puestas en píe por él desde la época silente.
Así es recordado por títulos como la versión muda de “Los diez mandaminetos” (1923) y su famoso remake en color de 1956, “Rey de reyes” (1927) versionada en 1961 por Nicholas Ray, “Las Cruzadas” (1935), “Piratas del Mar Caribe” (1942) o “El mayor espectáculo del mundo” (1952).
Al wéstern se aproximó en cuatro ocasiones: “Bufalo Bill” (1936) centrada en la vida de tres figuras legendarias, Bill Hikcok, Calamity Jane y Bufalo Bill; “Policia Montada del Canadá” (1940), el prewéstern “Los inconquistables” (1947) y la película que nos ocupa, único filme del Oeste de DeMille no protagonizado por Gary Cooper.
En esta ocasión partió de un relato de Ernest Haycox, prestigioso escritor wéstern y autor, entre otras, de la magnífica novela “Cornetas al atardecer” recientemente publicada por la editorial Valdemar en su colección Frontera, sobre la construcción del primer ferrocarril transcontinental en los EEUU para filmar una grandiosa epopeya con una marcada intención política, la exaltación del gobierno y las instituciones de los EEUU a través de la construcción de una obra faraónica en un momento en el que, a pesar de estar todavía vivo el recuerdo de la crisis del 29, se vislumbraba la recuperación gracias al “New Deal” del presidente Roosevelt, caracterizado por una política intervencionista con medidas como el fomento de la obra pública. Al mismo tiempo que presenta a los estadounidenses como un pueblo escogido con un destino que cumplir, la conquista de un continente.
Cine pues de exaltación nacional, envuelto en una película de aventuras, en el que el ferrocarril no sólo simboliza, mediante el encuentro final de las locomotoras de las dos compañías en liza, la definitiva unión de un país tras la cruenta guerra civil vivida, sino también la era industrial, el progreso y la civilización, al ir construyéndose ciudades allí por donde pasaba el tren.
DeMille concibió su proyecto a lo grande, como una superproducción con un presupuesto de un millón de dólares (sin duda estaba en la cima de su carrera ya que pocos directores sabían interpretar los gustos de los espectadores como él) y el resultado fue una superproducción con una duración muy superior a la standard, más de ciento treinta minutos, de una gran veracidad, consecuencia de la labor de investigación y documentación gracias al apoyo decidido de la propia Unión Pacífico de tal forma que por momentos se asemeja a un documental, rodada en numerosas localizaciones (Oklahoma, Iowa, Utah, California, etcétera), con un aliento épico descomunal, abundantes escenas con gran cantidad de figurantes que el director sabía filmar como pocos y un prestigioso reparto.
En resumen, una película grandiosa en la que sobresalen las escenas de acción y entre ellas el robo del tren por unos bandidos y su posterior persecución por los hombres de la Unión Pacífico; y el colosal ataque indio al caballo de hierro, una secuencia que todavía provoca mi asombro al combinar de forma frenética el espectacular descarrilamiento del tren, magistralmente rodado, con el ataque de los indios al vagón en el que los escasos supervivientes llevan a cabo una defensa numantina y el rescate del ejército transportado por otro tren que debe atravesar un puente incendiado previamente por los pieles rojas. Apabullante. Y no contento con este tramo de la película que deja al espectador sin aliento, nos vuelve a regalar otra gran escena con el descarrilamiento en una montaña nevada de otro convoy.
Lástima que la película no se muestre tan convincente narrando el triángulo amoroso vivido por los tres personajes principales (Molly, Jeff y Dick) que, además, no ha envejecido demasiado bien. El director no trasmite correctamente la atracción entre Molly y Jeff, cuya relación se resiente por la escasa química mostrada por los actores que los interpretan al mostrarse excesivamente fríos.
Más acertado se encuentra DeMille al describir la relación existente entre Jeff y Dick, dos antiguos camaradas que lucharon juntos en la Guerra de Secesión y se salvaron mutuamente la vida, ahora enfrentados no sólo por el amor de una mujer sino por encontrarse en bandos opuestos. Porque la película también aborda el tema de la amistad masculina perdida y posteriormente recuperada en una gran escena, tras el ataque indio al convoy, que destila autenticidad.
El filme además cuenta con un reparto adecuado. Barbara Stanwyck interpreta con energía a Mollie, una mujer de gran personalidad que a lo largo del filme se nos revela como un personaje entrañable. Joel McCrea era el intérprete idoneo para dar vida a Jeff, el típico héroe sin mácula. Lástima la frialdad que muestran ambos en su relación. Mientras que un casi debutante Robert Preston, sólo tenía tres películas en su haber, se muestra convincente como Dick. Para mí es el personaje más interesante del filme por sus luces y sus sombras, al debatirse entre sus sentimientos hacia Jeff y sus “obligaciones profesionales”.
Junto al trío protagonista debemos destacar a un excelente Brian Donlevy, especializado en roles negativos, como el villano Sid Campeus, jefe de Dick; sin duda la película se resiente por su ausencia durante gran parte del metraje; Akim Tamiroff en un papel abiertamente cómico; y un jovencísimo Anthony Quinn, a la sazón yerno del director, en el papel de uno de los pistolero de Sid.
“Unión Pacífico” no es una obra maestra, ni tan siquiera uno de los mejores wésterns rodados, al tratarse de una película desigual y excesivamente autocomplaciente; sin embargo fue fundamental para la evolución posterior del género, demostrando que este podía ser rentable si al público se le ofrecían historias lo suficientemente atractativas y bien construidas. Obra de un director para el que “el gran secreto del éxito en el cine lo constituye una buena construcción dramática”.
Como curiosidad comentaros que:
- La película se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cannes en su primera edición, premio que nunca fue entregado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El festival no se reiniciaría hasta 1946.
- En el filme se utilizó el mismo clavo de oro de 1869 con el que se finalizó la construcción del ferrocarril.
- Fue nominada a varios Oscars pero debido a la competencia de “La diligencia” y, sobre todo, de la sobrevalorada “Lo que el viento se llevó”, sólo obtuvo el merecidísimo premio a los efectos especiales.
- A Cecil B. DeMille le operaron durante el rodaje y fue sustituido temporalmente por Arthur Rosson y James Hogan; quizás sea esta la causa de la irregularidad del filme.
- En la película trabajaron unos casi irreconocibles Ward Bond, Will Geer y Jack Pennick, posteriormente secundarios habituales de este género.
No hay comentarios:
Publicar un comentario