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jueves, 25 de julio de 2019

EL ÚLTIMO TREN DE GUN HILL

(Last train from Gun Hill, 1959)

Dirección: John Sturges
Guion: James Poe

Reparto:
- Kirk Douglas: Marshall Matt Morgan
- Anthony Quinn: Craig Belden
- Carolyn JonesLinda
- Earl Holliman: Rick Belden
- Brad Dexter: Beero
- Brian G. Hutton: Lee Smithers
- Ziva Rodann: Catherine Morgan
- Bing Russell: Skag)

Música: Dimitri Tiomkin
Productora: Bryna Productions, Hal Wallis Productions

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75


“Mat eres mi mejor amigo. Haría cualquier caso por ti pero deja al chico en paz. Estás hablando de mi hijo” “No, Craig. Es de mi mujer de la que estamos hablando” Conversación entre Matt Morgan y Craig Belden.


ARGUMENTO: Tras ser violada y asesinada su mujer, el sheriff Matt Morgan cuenta con dos pistas para atrapar a los delincuentes: una silla de montar y la herida en la mejilla que le infringió a uno de ellos su esposa antes de morir. Ambas pistas le conducirán a su antiguo amigo Craig Belden, un poderoso ganadero dueño y señor de Gun Hill.


En los años cincuenta Kirk Douglas había alcanzado en Hollywood la categoría de gran estrella al mismo tiempo que comenzó a mediados de esa década una fructífera carrera como productor independiente a través de sus compañías Bryna Productions y Joel Productions, filial de la anterior, con filmes que aunaban calidad y comercialidad (1).



Hombre inquieto, en busca siempre de buenos guiones con personajes interesantes que le sirivieran de vehículo para seguir desarrollando su carrera como actor y tras haber quedado plenamente satisfecho del resultado obtenido con “Duelo de titanes” (John Sturges, 1955), contactó con Hal B. Wallis, quien poseía los derechos del relato escrito por Les Crutchfield (seudónimo del represaliado por el macartismo Dalton Trumbo), con el objeto de poner en pie un nuevo wéstern para el que contaron con parte del equipo de la anterior producción: el director John Sturges, el músico Dimitri Tiomkin quien compuso otra gran banda sonora aunque carente de un tema principal tan pegadizo como en su anterior trabajo, Charles Lang como operador o el prestigioso director artístico Hal Pereira; además de asegurarse, gracias a Wallis, la distribución de la película por la poderosa Paramount y volver a utilizar el formato VistaVision creado por la citada productora.



Pero las semejanzas con el filme precedente no se reducen a aspectos formales y al personal técnico-artístico interviniente sino que el mencionado relato, adaptado al cine por James Poe, gira, al igual que en “Duelo de titanes”, en torno a la amistad entre dos hombres de honor. Sin embargo, mientras que en aquella el espectador asistía al comienzo, desarrollo y consolidación de la relación entre el sheriff Wyat Earp y el dentista, pistolero y jugador de póquer “Doc” Holliday, en la película objeto de esta reseña contemplamos el fin, por causas externas, de la camaradería labrada durante años entre el sheriff Matt Morgan y el ganadero Craig Belden. Una relación que, como el hotel de la ciudad, quedará reducida a escombros a pesar de los fuertes lazos existentes entre ambos individuos, como pondrá de manifiesto Craig al llegar a confesar a Matt que: “No he tenido otro amigo desde que tú y yo nos separamos. Los tengo… pero a sueldo, desde luego”. Diálogo sostenido en una de las mejores escenas del filme en el que seremos espectadores del feliz reencuentro de ambos camaradas cuyo cariño, respeto y admiración no disimulan, para poco a poco, a medida que comienza sus indagaciones el sheriff Morgan, empezar a apreciar los primeros recelos entre ambos hasta llegar al momento culmen en el que los dos son plenamente conscientes de que el hijo de Craig está implicado en la violación y asesinato de la mujer de Matt, convirtiéndose a partir de entonces los antiguos camaradas en adversarios.



Junto al tema de la amistad o, mejor dicho, de la creciente rivalidad entre los dos personajes principales, compañeros en el pasado, nos encontramos con el de las relaciones familiares turbulentas, entroncando la cinta en este aspecto con una corriente cinematográfica muy popular en los años 50 con protagonismo de jóvenes conflictivos cuyo máximo exponente fue “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955), y que en este género dio títulos tan significativos como “El salario de la violencia” dirigida un año antes por Phil Karlson, excelente profesional de reivindicación tan urgente como necesaria, “El hombre de Laramie” (Anthony Mann, 1955) o, incluso, “Lanza rota”( Edward Dmytryk, 1954).



De hecho en los tres wésterns nos encontramos con jóvenes que han crecido sin un referente materno al haber enviudado sus respectivos padres por lo que se han desarrollado a la sombra de sus progenitores convirtiéndose en una mera deformación de la fuerte personalidad de estos; porque Craig Belden, al igual que los protagonistas de las otras tres películas, encarna el ideal estadounidense del hombre hecho a sí mismo, individuo de origen humilde, sin demasiada formación que gracias a su trabajo, esfuerzo e inteligencia natural ha sido capaz de levantar un imperio allí en donde no había nada, convirtiéndose en una pieza fundamental en la construcción del mito del Oeste (2). Así el filme contrapone el carácter de los personajes maduros, hombres rudos y violentos pero trabajadores y con un código de honor muy acentuado, con el de los jóvenes, seres débiles pero bravucones con los más indefensos, pusilánimes y superficiales, tan sólo preocupados por divertirse y capaces de banalizar la muerte de un ser humano.



Rick, condicionado por la errónea educación recibida de su progenitor, un ser autoritario, rígido y castrador, sufrirá incluso el desprecio de Craig, quien le obligará a pelearse con su capataz por haberse burlado de él para, tras haber recibido una paliza, recordarle lo que siempre le ha dicho: “Cuando alguien te insulte pégale. No me importa que ganes o pierdas pero lucha, ¿entiendes?”. Es, en definitiva, producto de la incomunicación y la falta de entendimiento con su padre.



Por su parte Craig, a pesar de mostrarse decepcionado y de menospreciar a su hijo al ser consciente de su carácter, manifiesta a lo largo del filme un profundo amor por su vástago intentando en todo momento protegerlo, incluso llegará a suplicar a Matt por la vida de éste reconociendo ante su antiguo camarada que es cuanto tiene; mientras que paralelamente rogará a su amante para que interceda ante el sheriff por Rick.



Un tercer arco argumental enriquece la película y la emparenta con “El árbol del ahorcado” (Delmer Daves, 1959), el conflicto entre la modernidad y la evolución representadas en Paulee, ciudad en la que ejerce como sheriff Matt Morgan, y la tradición y el continuismo simbolizados por Gun Hil, controlada por Craig Belden.



Así, Paulee aparece como una ciudad civilizada donde reina, por fin, la ley y el orden, sin que se haya ha cometido ningún delito en prácticamente la última década; de hecho, los tiroteos comienzan a incorporarse a las leyenda y a los mitos sobre el Far-West como algo ocurrido en el pasado, de tal forma que los niños se quejan porque “no se oye un tiro en ninguna parte”. Es tal el grado de desarrollo que, incluso, los pieles rojas están integrados en la sociedad, integración personificada en el matrimonio mixto del sheriff.



En Gun Hill, sin embargo, la justicia aún no está regulada por las instituciones al estar sometida al poder y los caprichos del oligarca local, dueño y señor de haciendas y personas, y cuya palabra es ley. Es tal su poder que como señala el empleado del saloon los únicos enemigos de Craig se encuentran “Afuera de la ciudad. En el cementerio”. Además, a diferencia de Paulee, siguen manteniendo una actitud beligerante con los pieles rojas y como le dice un vecino a Matt “Por aquí no arrestamos a un hombre por matar a un indio, lo recompensamos”; lo que permite al director introducir una sútil crítica en relación con los prejuicios raciales existentes contra los nativos americanos, y por extensión contra cualquier minoría étnica, en la sociedad estadounidense.



De esta forma, Matt al tomar el tren, símbolo del progreso y el desarrollo, efectuará un viaje tanto a su pasado emocional con el reencuentro de un viejo amigo como a un período histórico inmediatamente anterior a la definitiva civilización del Oeste; para al final del filme, con otro tren, regresar al presente.



Además de la relación existente con las películas anteriormente citadas, se puede rastrear en “El último tren de Gun Hill” su vinculación con otros dos grandes wésterns ya reseñados en este blog.


Por una parte con “Conspiración de silencio”, dirigida por el propio Sturges cuatro años antes, respecto a la actitud abiertamente hostil de la población hacia el forastero, quien se verá atrapado, al igual que en la película citada, en la tela de araña creada por Craig al estar los vecinos controlados y sometidos por el poderoso ganadero; siendo incluso capaces, en su distorsión moral, de hacer apuestas sobre la vida de un hombre.



Tan sólo Linda, magníficamente interpretada por Carolyn Jones, escapa a esta mirada demoledora sobre el ser humano. Antigua amante de Craig Belden, es una mujer con un pasado oscuro, de hecho llega a afirmar que nunca ha estado sola desde los doce años y ha tenido dificultades desde el día de su nacimiento, pero capaz de mostrar una mayor humanidad que el resto de la población de Gun Hill.



Y precisamente respecto al principal personaje femenino del filme esta película muestra más acierto que la tantas veces nombrada en esta reseña “Duelo de titanes”, puesto que la historia de amor entre Craig y Linda está mejor integrada en la cinta, el tiempo dedicado a la misma es menor por lo que no distrae al espectador de la trama principal y Linda tiene una mayor trascendencia en la resolución del drama al facilitar a Matt una escopeta, arma vital para cumplir con su misión. Y será precisamente la apreciación de la actitud, anteriormente mencionada, de la población frente a la tragedia desarrollada en la ciudad lo que la decidirá a ayudar al sheriff (Linda llegará a afirmar: “Aquel pobre loco en un cuarto del hotel con sus elevados ideales y toda esta sucia ciudad esperando cómo lo matan”).



Por otra parte, el tramo final es deudor de “El tren de las 3:10” (Delmer Daves, 1957) al repetir la situación de nuestro héroe encerrado junto al asesino de su mujer en una habitación del hotel de la ciudad sitiado por los hombres de Belden; incluso, al igual que en el filme de Daves, estos los acompañarán en su camino hacia la estación esperando el más mínimo fallo del hombre de la ley para acabar con él.



En cuanto a John Sturges cabe señalar que lleva a cabo un trabajo notable envolviendo al filme en un halo de fatalismo, presentándonos el drama sin preámbulos y desde el primer momento en una sobresaliente, brutal e impactante escena inicial, prácticamente silente, de una enorme violencia, en la que utiliza de forma soberbia el fuera de plano para que el espectador escuche un grito desgarrador e imagine el terrible suceso.

A partir de ese momento irá graduando de forma modélica la tensión y el suspense hasta llegar al apocalíptico final nocturno, con el incendio del hotel principal de la ciudad incluido, en el que los principales actores de la tragedia hallarán la muerte, bien física o bien emocional al perder a sus principales referencias afectivas: a su mujer, a su hijo, a un viejo y querido amigo o a su amante; de ahí que nos encontremos ante uno de los wésterns clásicos más desoladores jamás rodado. 



Además, como era habitual en él, la película se caracteriza por la esplendida puesta en escena y la exquisita planificación de los planos y las secuencias. Ejemplos podría citar muchos pero creo que debo destacar la del arrresto de Rick por Matt en la planta primera del hotel mientras que en la baja los amigos del joven juegan a las cartas, aquella en la que el sheriff se sirve de un espejo para controlar el pasillo por donde aparece Craig o la del fatal duelo final entre los dos amigos, un enfrentamiento inevitable pero que ambos, en recuerdo de su amistad y por el respeto profesado durante mucho años, han intentado eludir hasta el último momento.

Por último cabe destacar el esplendido trabajo de los dos actores principales.



Kirk Douglas, estrella indiscutible del filme, hace una composición memorable como Matt, el típico personaje torturado que sabía interpretar como ningún otro, un individuo en el que conviven su convicción en el cumplimiento de la ley y la justicia con sus deseos de venganza por el asesinato de su mujer, mostrándose inflexible hasta el final y llevando la muerte y la desolación a la ciudad de Gun Hill de tal forma que, tras su paso por ella, nada será igual. La escena en la que tortura psicológicamente a Rick explicándole con todo tipo de detalles cómo será su ejecución es antológica, demostrando que George Stevens no exageró en absoluto cuando, mientras le entregaba el premio American Film Institute a toda su carrera, afirmó en 1991 que: “Ningún otro actor protagónico estuvo más preparado para explotar el lado oscuro y desesperado del alma y, por lo tanto, para revelar la complejidad de la naturaleza humana”.



Como principal antagonista Kirk Douglas escogió a Anthony Quinn (3,) quien lleva a cabo una excelente interpretación, de tono más grave y contenido de lo que en él era habitual, como Craig Belden, amo y señor de Gun Hill (incluso el sheriff está a su servicio y llega a sostener que: “Tengo esta parte del país en mis manos”); un individuo acostumbrado a imponer su voluntad como si fuera la ley, pero con graves carencias afectivas y cuya marcada personalidad llevará a su hijo a la muerte; de ahí que su última frase dirigida a Matt sea: “Educa bien a tu hijo”; asume, pues, que los “pecados” cometidos por su hijo son el resultado de su fracaso como padre. Y es precisamente la inmensa actuación del actor mexicano la que lleva al espectador a entender e, incluso, conmoverse por la situación vivida por este personaje déspota, xenófobo, agresivo y machista.



“El último tren de Gun Hill” es, en definitiva, un excelente e intenso wéstern urbanita presidido por la fatalidad, con proliferación de interiores, ambiente claustrofóbico y unos personajes perfectamente caracterizados; un viaje al infierno dirigido en el mejor momento de su carrera por John Sturges, realizador injustamente minusvalorado pero con una filmografía wéstern sobresaliente y un enorme talento visual adaptado perfectamente al formato panorámico.


(1) En 1957 había producido y protagonizado el excelente drama antibelicista “Senderos de gloria” (Stanley Kubrik) y al año siguiente el memorable filme de aventuras con raíces shakesperianas “Los vikingos” (Richard Fleischer); mientras que al año siguiente se embarcaría en “Espartaco” (Anthony Mann-Stanley Kubrik), quizás el mejor péplum de la historia. Para a principios de los sesenta producir e interpretar dos excelentes wésterns ya reseñados “El último atardecer“ (Robert Aldrich, 1961) y “Los valientes andan solos” (David Miller,1962), así como en el módelico thriller político “Siete días de mayo” (John Frankenheimer, 1964) que le dio la oportunidad de volver a trabajar con su amigo y, a veces, rival Burt Lancaster.

(2) Otro magnífico ejemplo de hombre hecho a sí mismo es el personaje encarnado por Ward Bond en la imprescindible “Odio contra Odio” (1957) dirigida por el también excelente pero poco reconocido Joseph H. Lewis, película igualmente reseñada en este blog.

(3) Kirk Douglas y Anthony Quinn habían trabajado con anterioridad en “Ulises” (Mario Camerini, 1954) y “El loco del pelo rojo” (Vincente Minelli, 1956), por la que Quinn obtuvo su segundo Oscar, y su entendimiento había sido total; por lo que no es de extrañar que Douglas pensará en el actor mexicano para interpretar a Belden.

jueves, 4 de octubre de 2018

EL HOMBRE DE LAS PISTOLAS DE ORO

(Warlock, 1959)

Dirección: Edward Dmytryk
Guion: Robert Alan Aurthur

Reparto:
- Richard Widmark: Johnny Ganon
- Henry Fonda: Clay Blaisidale
- Anthony Quinn: Tom Morgan
- Dorothy Malone: Lilly Dollar
- Dolores Michaels: Jessie Marlow
- Wallace Ford: Juez Holloway
- Tom Drake: Abe McQuown
- Richard Arlen: Bacon
- DeForest Kelley: Curley Burne
- Reggis Tommey: Skinner
- Vaughn Taylor: Henry Richardson
- Whitt Bissell: Petrix

Música: Leigh Harlaine
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation  (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

”No, no, no. Estáis equivocados. Para evitar crimen y violencia queréis emplear violencia y crimen. Y eso es hacer lo mismo que McQuown” “Pues ¿Qué alternativa nos queda?” “Ley y orden, esa es la alternativa”. El juez Holloway al comité de ciudadanos de Warlock.


A pesar de estar plagada de sugerentes títulos, la filmografía del director de origen canadiense Edward Dmytryk no ha suscitado el interés de la crítica que merece, probablemente por su actitud colaboracionista con el tristemente famoso Comité de Actividades Antinorteamericanas que marcaría su trayectoria posterior como director; aunque durante cierto tiempo se negó a declarar ante el mismo lo que le valió su inclusión en la inquisitorial lista negra (1), el despido inmediato imposibilitándole realizar su trabajo, su encarcelamiento durante varios meses e incluso el exilio en Inglaterra, país en el que dirigió tres películas, entre las que destaca “Obsesión” (1949).



Sin duda su filmografía es un reflejo de su experiencia vital, pudiendo distinguirse dos etapas. La primera con producciones más modestas en la que, con una mirada progresista, pretendía denunciar los aspectos más desagradables de la sociedad norteamericana y cuenta con filmes del nivel de “Historia de un detective” (1944), “Hasta el fin del tiempo” (1946) y, sobre todo, “Encrucijada de odios” (1947). Mientras que en la segunda etapa, ya rehabilitado, dirigirá producciones más costosas en las que el sentimiento de culpa constituirá un tema recurrente.



Precisamente sus cuatro wésterns corresponden a esta segunda etapa. La ambiciosa “Lanza rota” de 1954 (película ya reseñada en este blog), “El hombre de las pistolas de oro” (1959), “Álvarez Kelly” de 1966, inferior a las anteriormente citadas pero no exenta de encanto, y el prescindible eurowéstern “Shalako” (1968) con unos desubicados Sean Connery y Brigitte Bardot. Con este filme, además, Dmytryk regresó a Europa donde dirigió sus últimas cintas.



ARGUMENTO: La comunidad de Warlock carece del reconocimiento legal como ciudad, por lo que sus habitantes ante los desmanes de la banda de Abe McQuown deciden contratar a Clay Blaisidale, un conocido pacificador cuyos peculiares métodos lo sitúan por encima de la ley, y a su amigo Tom Morgan, jugador, pistolero y verdadero guardaespaldas de Clay. Paralelamente Johnny Ganon, desengañado exmiembro de la banda de Abe, es nombrado sheriff de la población. El enfrentamiento entre ambos será inevitable.



Estamos ante una lujosa producción del propio Dmytryk para la Twentieth Century Fox Film, una major de marcada tendencia progresista frente al coservadurismo de otras como la Metro Goldwyn Mayer, que adaptó la monumental novela del especialista Oakley Hall (2) gracias a la pluma de Robert Alan Aurthur. Trabajo titánico, vista la complejidad, los numerosos personajes y las distintas líneas argumentales del texto original, del que no salió del todo airoso. Así, aunque cuenta con la más que solvente dirección de Dmytryk, el resultado no me parece del todo satisfactorio, el conjunto se percibe deslavazado y el desarrollo algo precipitado sin que se terminen de explotar todas las posibilidades de la película. Un guion que curiosamente presenta grandes semejanzas con el de otro wéstern más modesto, el ya reseñado “Con sus mismas armas” (Richard Wilson, 1955), tanto en el personaje del pacificador, intrepretado en el filme de Wilson por Robert Mitchum, como en la actitud cobarde y mezquina de los ciudadanos del pueblo, e incluso en algunas escenas como la del incendio del saloon que acelera el final de la historia.



En todo caso, y a pesar de sus debilidades, creo que nos encontramos ante un filme honesto sobre la segunda fasede la construcción de una nación, una vez aniquilados los nativos, en la que imperó la ley del más fuerte. Un filme con una visión negativa de esa sociedad, clara alegoría a los EEUU de la década de los cincuenta, que no asume sus compromisos como comunidad sino que, habitada por seres cobardes, egoístas, pusilánimes e interesados, no duda en entregar el poder a un individuo que se arrogará las funciones de juez y brazo ejecutor de la ley. Un sujeto que se situará por encima del bien y del mal ante la aquiescencia de la población e impondrá sus peculiares métodos. Tan sólo el lúcido juez, elegido por sus convecinos de forma provisional e intrepretado por un estupendo Wallace Ford, se enfrentará a él desde el primer momento al señalarle que: “Todo hombre que se coloca en un nivel superior a los demás sin tener una responsabilidad moral no puede ser más que un asquerosos asesino. Hay algo que está muy por encima y es la ley”.

Así, a través de la figura del pacificador la película reflexiona sobre la ley y la justicia y el papel del Estado como garante de ambos, no siendo admisible la búsqueda de atajos a través de personajes mesiánicos, ni tampoco ética la búsqueda de la paz a costa de la pérdida de la libertad.



Frente a la cobardía generalizada de la población de Warlock se alzará Johnny Ganon símbolo del compromiso con la sociedad, otro de los temas desarrollados por el filme. Un individuo que aceptará el cargo de ayudante de sheriff y asumirá todas las responsabilidades que conlleva con el objeto de acabar con los abusos tanto de la banda de Abe como de Clay, y convertir a Warlock en una comunidad civilizada, en la que por fin el Estado, por delegación de los ciudadanos que lo componen, asuma el uso de la violencia siempre a través de un proceso legitimatorio.



La historia se desarrolla, además, a través de la doble relación setimental establecida por los protagonistas del drama. Por una parte nos encontramos con Gannon y Lilly, una forastera, y, por otra tenemos a Clay y Jessie, miembro del comité de ciudadanos. Doble relación fundamental para el desarrollo de la trama porque en ambas se verá implicado Tom dando lugar, igualmente, a un doble triángulo amoroso. En la primera por ser el antiguo amante de Lilly y en la segunda por su peculiar sentido de la amistad, mostrándose con Clay como un hombre posesivo al intuir que al asentarse el idilio entre su amigo y Jessie su forma de vida peligrará.



Y, precisamente, la mayor polémica de la película radica en la peculiar amistad entre Clay y Tom que algún crítico ha calificado como “la representación más abierta del amor homosexual en el wéstern clásico”, a pesar de que el propio director se apresuró a afirmar que no era esa su intención. En todo caso sí se aprecia una total dependencia, tanto emocional como incluso vital, entre ambos. Así Clay llegará a afirmar sobre su compañero que: “Fue ayer cuando le dije que no era nada sin mí, pero soy yo el que no es nada sin él". Mientras que a Tom Lilly le comenta: “A ti no te importa morir. Te importa que muera Clay y cuando lo haya conseguido me reiré viéndote llorar delante de su cadáver”. Para poco después reconocer Tom que su actitud con Clay se debe a que: “Es la única persona, hombre o mujer, que no ha visto en mí a un tullido”.



La película cuenta pues con unos personajes ricos y complejos, que representan tres estadios diferenciados en el proceso de evolución del Salvaje Oeste, para los que se contó con un reparto espectacular.



Richard Widmark encarnó a Johnny Ganon, individuo que arrastra un sentimiento de culpa por haber pertenecido al grupo de McQuown y para el que el cargo de sheriff supondrá su peculiar proceso de redención al perseguir, incluso de forma suicida, el advenimiento de la ley y el orden en Warlock (3). Su personaje simboliza al hombre moderno surgido con la pacificación del Oeste que se integrará perfectamente en la nueva sociedad.



 El actor realizó una gran creación explotando, al igual que en la reseñada en este blog “La ley del talión” (Delmer Daves, 1956), su imagen un tanto ambigua que le llevó a interpretar durante esa década tanto roles positivos como negativos (4).



Henry Fonda se ocupó del papel de Clay Blaisidale, un personaje basado en la figura de Wyatt Earp. Estamos ante un mercenario que vive gracias a la rapidez con su revólver; de hecho le llega a confesar a Jessie que: “Yo sólo destaco con mi revólver. Y no he hecho otra cosa en mi vida”. Así aunque devuelve la paz a aquellas ciudades que lo reclaman su interés es puramente crematístico  y, no conformándose con su sueldo diez veces superior al del sheriff, regenta una casa de juegos en los pueblos en los que se asienta lo que le permite llevar una vida lujosa. Figura decadente y crepuscular, es consciente del final de su modo de vida y percibe en su incipiente relación con Jessie la posibilidad de adaptación a ese nuevo mundo que se avecina.



Con su sobriedad habitual el actor nacido en Nebraska con cada mirada, gesto o movimiento da una auténtica lección interpretativa, encarnando magistralmente a un personaje que, a pesar de mostrar una cierta ética, es en definitiva un pistolero, del que el artista desarrollaría su cara más sombría en “Hasta que llegó su hora” (Sergio Leone, 1968) con su creación de Frank, un forajido que también buscaba desesperadamente abandonar su medio de vida ante los cambios que se estaban produciendo en el Oeste (5).



Anthony Quinn, un actor de raza con cierta tendencia al histrionismo pero capaz de ofrecer trabajos memorables cuando contaba con un director que controlaba sus excesos, ofreció un rendimiento altísimo como Tom Morgan, el lado oscuro de Clay y su ángel de la guarda, encargado de realizar el trabajo sucio sin que su amigo tenga conocimiento de ello. Estamos ante un individuo perverso, inteligente y manipulador que ha convertido su vida en una eterna huida hacia adelante al ser incapaz de evolucionar con los nuevos tiempos; siendo su defecto físico símbolo de su degradación moral, acentuada tras el fracaso sentimental vivido con Lilly.

Frente a los personajes masculinos, los femeninos quedan algo desdibujados pese a su importancia en el devenir de los acontecimientos.

Dolores Michaels pasa desapercibida como Jessie promesa de un futuro para Clyde. Su relación con el pacificador provocará las primeras grietas en su amistad con Tom, que se mostrará desde el primer momento celoso y desplazado por Jessie en el corazón de su amigo. La actriz protagoniza una escena cursi y desfasada en la que le confiesa a Clay haber probado el whisky.



Como contrapunto a la virginal Jessie, Dorothy Malone da vida a la más mundana Lilly Dólar, antigua amante de Tom, que tiene una cuenta pendiente con Clay pues, embaucado por Tom, mató a su prometido. Su llegada a Warlock en busca de venganza desencadenará la tragedia posterior.

“El hombre de las pistolas de oro” es en definitiva un buen wéstern que, partiendo de personajes y situaciones típicos de este género, se anticipa al denominado wéstern crepuscular al narrar el final de una forma de vida con la llegada de la civilización.


(1) Edward Dymytryk fue, junto a escritores de la talla de Dalton Trumbo, Herbert Biberman o Albert Matz, uno de los Diez de Hollywood. Grupo perseguido por el obseso senador McCarthy cuyos miembros fueron despedidos de sus respectivos trabajos acusados de militar o haber militado en el partido comunista. A esta primera lista negra y hasta 1960 se fueron añadiendo más nombres de profesionales relacionados con la industria cinematográfica en Hollywood.

(2) Oakley Hall fue un novelista que situó fundamentalmente sus novelas en el Far-west. Su obra más conocida, finalista del Pulitzer, es precisamente “Warlock” publicada por Galaxia Gutenberg. También en esta editorial se pueden encontrar otras dos obras suyas: “Bad lands” y “Apaches”. 

(3) Algunos críticos han visto en el personaje de Gannon al propio Dmytryk, igualmente abrumado por su pasado.

(4) Durante los años cincuenta Richard Widmark interpretó a dos memorables villanos en “Lanza rota” (Edward Dmytryk, 1954) y “Desafío en la ciudad muerta” (John Sturges, 1958), ambas películas con sus correspondientes reseñas; al mismo tiempo que asumió roles positivos en “El jardín del diablo” (Henry Hathaway, 1954), “El sexto fugitivo” (John Sturges, 1956), la mencionada “La ley del talión” y “El Alamo” (John Wayne, 1960).



(5) “Warlock” era uno de los wésterns favoritos de Sergio Leone. 

sábado, 19 de mayo de 2018

UNIÓN PACÍFICO

(Union Pacific, 1939)

Dirección: Cecil B. DeMille
Guion: Walter DeLeon, C. Gardner Sullivan, Jesse Lasky Jr, Jack Cuningham

Reparto:
- Barbara Stanwyck: Mollie Monahan
- Joel McCrea: Jeff Butler
- Akim Tamiroff: Fiesta
- Robert Preston: Dick Allen
- Lynne Overman: Leach Overman
- Brian Donlevy: Sid Campeaus
- Robert Barrat: Duke Ring
- Anthony Quinn: Cordray
- Stanley Ridges: General Casement
- Francis McDonald: General Dodge
- Henry Kolker: Asa M. Burrows
- Evelyn Keyes: Mrs. Calvin
- Lon Chaney Jr.: Dollarhide
- Ward Bond: Tracklayer
- Jack Pennick: Harmonicist
- Will Geer: Foreman

Música: Sigmund Krumgold, John Leipold
Productora: Paramount Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7.

“¡Doctor! ¡Que llamen al doctor!” “Cuando Jeff dispara no hacen falta médicos, sino enterradores” Conversación entre dos parroquianos tras haber acabado Jeff con Cordray.


El final de la década de los treinta supone un punto de inflexión respecto a la consideración por parte de la industria hollywodienese del wéstern como género menor. Hasta esa fecha y salvo notables excepciones como “La gran jornada” (1930), gran película de Raoul Walsh sin el éxito merecido que el propio director homenajea en “Los implacables” (1955), película ya reseñada en este blog, o “Cimarron” (Wesley Ruggles, 1931), primer filme del Oeste ganador del Oscar a la mejor película, los wésterns se circuncribían a las denominadas minors (Republic, Monogram, entre otras) y eran producciones realizadas en serie y caracterizadas por su bajo presupuesto, sus ingénuos guiones, su corta duración y unos personajes estereotipados; en definitiva, meras películas de entretenimiento centradas en las escenas de acción y destinadas a las sesiones dobles en las salas cinematográficas.


A partir de finales de la década de los treinta las seis majors (sobre todo la 20th Century Fox y la Warner Brothers y, en menor medida, la United Artits, la Paramount, la Metro Goldwyn Mayer y la RKO) y dos de las denominadas majors menores (Universal y Columbia) comenzarán a interesarse por este tipo de filmes con producciones de presupuesto superior, guiones de mayor hondura y personajes más complejos, hecho que supuso un cambio radical tanto respecto a la concepción, como a la percepción de este género.


Para ello, recurrieron en este primer momento a la recreación de la vida de personajes del Far-West elevados a la categoría de mitos, como los hermanos James en las producciones de la 20th Century Fox “Tierra de audaces“ (King Vidor, 1939) y “La venganza de Frank James” (Fritz Lang, 1940), el juez Roy Bean en el filme de la Samuel Goldwyn Company “El forastero” (William Wyler, 1940), el general Custer en la película de la Warner Brothers “Murieron con las botas puestas” (Raoul Walsh, 1941), “Billy el Niño” (David Miller, 1941) de la Metro Goldwyn Mayer o “Belle Starr” (Irving Cumings, 1941) también de la 20th Century Fox.


En otras ocasiones el reclamo era el nombre de un estado o de una ciudad como en “Arizona” (George Marshall, 1939) de la Universal, “Dodge ciudad sin ley” (1939) y “Virginia City” (1940) ambas dirigidas por Michael Curtiz en el seno de la Warner Brothers o “Arizona (Wesley Ruggles, 1940) y “Texas (George Marshall, 1941) de la Columbia.


Por último nos encontraríamos en esta primera etapa de reivindicación del wéstern como género mayor con filmes que recreaban, con mayor o menor fidelidad, hechos históricos como coartada para embarcarse en grandes producciones. Es el caso de “Camino de Santa Fe” (Michael Curtiz, 1940) película de la Warner Brothers sobre la revuelta provocada por el abolicionista John Brown, “Paso al noroeste” (King Vidor, 1940) cinta de la Metro Goldwyn Mayer ambientada en el conflicto anglo-francés del siglo XVIII, o “Espíritu de conquista” (Fritz Lang, 1941) largometraje de la 20th Century Fox sobre la construcción de la primera línea de telégrafo en el Oeste.

“Unión Pacífico” se encontraría encuadrada dentro de este tercer bloque de primigénios wésterns producidos por una major.


ARGUMENTO: La Union Pacific, junto a la Central Pacific, recibe el encargo del gobierno de los EEUU de unir por vía férrea el país desde la costa del Atlántico hasta la del Pacífico. Para evitar los sabotajes, la compañía contrata a Jeff Butler, oficial distinguido durante la reciente Guerra de Secesión, que pronto se sentirá atraído por Mollie Monahan, empleada de la compañía de la que también está enamorado Dick Allen, compañero del ejército de Jeff, enrolado en el grupo de saboteadores.


Hablar de Cecil B. DeMille es hablar de una concepción del cine fastuosa y grandiosa en el que prima el concepto de espectáculo. De un director que maniobraba, como pocos, en las grandes superproducciones puestas en píe por él desde la época silente.

Así es recordado por títulos como la versión muda de “Los diez mandaminetos” (1923) y su famoso remake en color de 1956, “Rey de reyes” (1927) versionada en 1961 por Nicholas Ray, “Las Cruzadas” (1935), “Piratas del Mar Caribe” (1942) o “El mayor espectáculo del mundo” (1952).


Al wéstern se aproximó en cuatro ocasiones: “Bufalo Bill” (1936) centrada en la vida de tres figuras legendarias, Bill Hikcok, Calamity Jane y Bufalo Bill; “Policia Montada del Canadá” (1940), el prewéstern “Los inconquistables” (1947) y la película que nos ocupa, único filme del Oeste de DeMille no protagonizado por Gary Cooper.


En esta ocasión partió de un relato de Ernest Haycox, prestigioso escritor wéstern y autor, entre otras, de la magnífica novela “Cornetas al atardecer” recientemente publicada por la editorial Valdemar en su colección Frontera, sobre la construcción del primer ferrocarril transcontinental en los EEUU para filmar una grandiosa epopeya con una marcada intención política, la exaltación del gobierno y las instituciones de los EEUU a través de la construcción de una obra faraónica en un momento en el que, a pesar de estar todavía vivo el recuerdo de la crisis del 29, se vislumbraba la recuperación gracias al “New Deal” del presidente Roosevelt, caracterizado por una política intervencionista con medidas como el fomento de la obra pública. Al mismo tiempo que presenta a los estadounidenses como un pueblo escogido con un destino que cumplir, la conquista de un continente.


Cine pues de exaltación nacional, envuelto en una película de aventuras, en el que el ferrocarril no sólo simboliza, mediante el encuentro final de las locomotoras de las dos compañías en liza, la definitiva unión de un país tras la cruenta guerra civil vivida, sino también la era industrial, el progreso y la civilización, al ir construyéndose ciudades allí por donde pasaba el tren.


DeMille concibió su proyecto a lo grande, como una superproducción con un presupuesto de un millón de dólares (sin duda estaba en la cima de su carrera ya que pocos directores sabían interpretar los gustos de los espectadores como él) y el resultado fue una superproducción con una duración muy superior a la standard, más de ciento treinta minutos, de una gran veracidad, consecuencia de la labor de investigación y documentación gracias al apoyo decidido de la propia Unión Pacífico de tal forma que por momentos se asemeja a un documental, rodada en numerosas localizaciones (Oklahoma, Iowa, Utah, California, etcétera), con un aliento épico descomunal, abundantes escenas con gran cantidad de figurantes que el director sabía filmar como pocos y un prestigioso reparto.


En resumen, una película grandiosa en la que sobresalen las escenas de acción y entre ellas el robo del tren por unos bandidos y su posterior persecución por los hombres de la Unión Pacífico; y el colosal ataque indio al caballo de hierro, una secuencia que todavía provoca mi asombro al combinar de forma frenética el espectacular descarrilamiento del tren, magistralmente rodado, con el ataque de los indios al vagón en el que los escasos supervivientes llevan a cabo una defensa numantina y el rescate del ejército transportado por otro tren que debe atravesar un puente incendiado previamente por los pieles rojas. Apabullante. Y no contento con este tramo de la película que deja al espectador sin aliento, nos vuelve a regalar otra gran escena con el descarrilamiento en una montaña nevada de otro convoy.


Lástima que la película no se muestre tan convincente narrando el triángulo amoroso vivido por los tres personajes principales (Molly, Jeff y Dick) que, además, no ha envejecido demasiado bien. El director no trasmite correctamente la atracción entre Molly y Jeff, cuya relación se resiente por la escasa química mostrada por los actores que los interpretan al mostrarse excesivamente fríos.


Más acertado se encuentra DeMille al describir la relación existente entre Jeff y Dick, dos antiguos camaradas que lucharon juntos en la Guerra de Secesión y se salvaron mutuamente la vida, ahora enfrentados no sólo por el amor de una mujer sino por encontrarse en bandos opuestos. Porque la película también aborda el tema de la amistad masculina perdida y posteriormente recuperada en una gran escena, tras el ataque indio al convoy, que destila autenticidad.


El filme además cuenta con un reparto adecuado. Barbara Stanwyck interpreta con energía a Mollie, una mujer de gran personalidad que a lo largo del filme se nos revela como un personaje entrañable. Joel McCrea era el intérprete idoneo para dar vida a Jeff, el típico héroe sin mácula. Lástima la frialdad que muestran ambos en su relación. Mientras que un casi debutante Robert Preston, sólo tenía tres películas en su haber, se muestra convincente como Dick. Para mí es el personaje más interesante del filme por sus luces y sus sombras, al debatirse entre sus sentimientos hacia Jeff y sus “obligaciones profesionales”.


Junto al trío protagonista debemos destacar a un excelente Brian Donlevy, especializado en roles negativos, como el villano Sid Campeus, jefe de Dick; sin duda la película se resiente por su ausencia durante gran parte del metraje; Akim Tamiroff en un papel abiertamente cómico; y un jovencísimo Anthony Quinn, a la sazón yerno del director, en el papel de uno de los pistolero de Sid.


“Unión Pacífico” no es una obra maestra, ni tan siquiera uno de los mejores wésterns rodados, al tratarse de una película desigual y excesivamente autocomplaciente; sin embargo fue fundamental para la evolución posterior del género, demostrando que este podía ser rentable si al público se le ofrecían historias lo suficientemente atractativas y bien construidas. Obra de un director para el que “el gran secreto del éxito en el cine lo constituye una buena construcción dramática”.

Como curiosidad comentaros que:

- La película se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cannes en su primera edición, premio que nunca fue entregado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El festival no se reiniciaría hasta 1946. 

- En el filme se utilizó el mismo clavo de oro de 1869 con el que se finalizó la construcción del ferrocarril.

- Fue nominada a varios Oscars pero debido a la competencia de “La diligencia” y, sobre todo, de la sobrevalorada “Lo que el viento se llevó”, sólo obtuvo el merecidísimo premio a los efectos especiales.

- A Cecil B. DeMille le operaron durante el rodaje y fue sustituido temporalmente por Arthur Rosson y James Hogan; quizás sea esta la causa de la irregularidad del filme.

- En la película trabajaron unos casi irreconocibles Ward Bond, Will Geer y Jack Pennick, posteriormente secundarios habituales de este género.