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sábado, 19 de mayo de 2018

UNIÓN PACÍFICO

(Union Pacific, 1939)

Dirección: Cecil B. DeMille
Guion: Walter DeLeon, C. Gardner Sullivan, Jesse Lasky Jr, Jack Cuningham

Reparto:
- Barbara Stanwyck: Mollie Monahan
- Joel McCrea: Jeff Butler
- Akim Tamiroff: Fiesta
- Robert Preston: Dick Allen
- Lynne Overman: Leach Overman
- Brian Donlevy: Sid Campeaus
- Robert Barrat: Duke Ring
- Anthony Quinn: Cordray
- Stanley Ridges: General Casement
- Francis McDonald: General Dodge
- Henry Kolker: Asa M. Burrows
- Evelyn Keyes: Mrs. Calvin
- Lon Chaney Jr.: Dollarhide
- Ward Bond: Tracklayer
- Jack Pennick: Harmonicist
- Will Geer: Foreman

Música: Sigmund Krumgold, John Leipold
Productora: Paramount Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7.

“¡Doctor! ¡Que llamen al doctor!” “Cuando Jeff dispara no hacen falta médicos, sino enterradores” Conversación entre dos parroquianos tras haber acabado Jeff con Cordray.


El final de la década de los treinta supone un punto de inflexión respecto a la consideración por parte de la industria hollywodienese del wéstern como género menor. Hasta esa fecha y salvo notables excepciones como “La gran jornada” (1930), gran película de Raoul Walsh sin el éxito merecido que el propio director homenajea en “Los implacables” (1955), película ya reseñada en este blog, o “Cimarron” (Wesley Ruggles, 1931), primer filme del Oeste ganador del Oscar a la mejor película, los wésterns se circuncribían a las denominadas minors (Republic, Monogram, entre otras) y eran producciones realizadas en serie y caracterizadas por su bajo presupuesto, sus ingénuos guiones, su corta duración y unos personajes estereotipados; en definitiva, meras películas de entretenimiento centradas en las escenas de acción y destinadas a las sesiones dobles en las salas cinematográficas.


A partir de finales de la década de los treinta las seis majors (sobre todo la 20th Century Fox y la Warner Brothers y, en menor medida, la United Artits, la Paramount, la Metro Goldwyn Mayer y la RKO) y dos de las denominadas majors menores (Universal y Columbia) comenzarán a interesarse por este tipo de filmes con producciones de presupuesto superior, guiones de mayor hondura y personajes más complejos, hecho que supuso un cambio radical tanto respecto a la concepción, como a la percepción de este género.


Para ello, recurrieron en este primer momento a la recreación de la vida de personajes del Far-West elevados a la categoría de mitos, como los hermanos James en las producciones de la 20th Century Fox “Tierra de audaces“ (King Vidor, 1939) y “La venganza de Frank James” (Fritz Lang, 1940), el juez Roy Bean en el filme de la Samuel Goldwyn Company “El forastero” (William Wyler, 1940), el general Custer en la película de la Warner Brothers “Murieron con las botas puestas” (Raoul Walsh, 1941), “Billy el Niño” (David Miller, 1941) de la Metro Goldwyn Mayer o “Belle Starr” (Irving Cumings, 1941) también de la 20th Century Fox.


En otras ocasiones el reclamo era el nombre de un estado o de una ciudad como en “Arizona” (George Marshall, 1939) de la Universal, “Dodge ciudad sin ley” (1939) y “Virginia City” (1940) ambas dirigidas por Michael Curtiz en el seno de la Warner Brothers o “Arizona (Wesley Ruggles, 1940) y “Texas (George Marshall, 1941) de la Columbia.


Por último nos encontraríamos en esta primera etapa de reivindicación del wéstern como género mayor con filmes que recreaban, con mayor o menor fidelidad, hechos históricos como coartada para embarcarse en grandes producciones. Es el caso de “Camino de Santa Fe” (Michael Curtiz, 1940) película de la Warner Brothers sobre la revuelta provocada por el abolicionista John Brown, “Paso al noroeste” (King Vidor, 1940) cinta de la Metro Goldwyn Mayer ambientada en el conflicto anglo-francés del siglo XVIII, o “Espíritu de conquista” (Fritz Lang, 1941) largometraje de la 20th Century Fox sobre la construcción de la primera línea de telégrafo en el Oeste.

“Unión Pacífico” se encontraría encuadrada dentro de este tercer bloque de primigénios wésterns producidos por una major.


ARGUMENTO: La Union Pacific, junto a la Central Pacific, recibe el encargo del gobierno de los EEUU de unir por vía férrea el país desde la costa del Atlántico hasta la del Pacífico. Para evitar los sabotajes, la compañía contrata a Jeff Butler, oficial distinguido durante la reciente Guerra de Secesión, que pronto se sentirá atraído por Mollie Monahan, empleada de la compañía de la que también está enamorado Dick Allen, compañero del ejército de Jeff, enrolado en el grupo de saboteadores.


Hablar de Cecil B. DeMille es hablar de una concepción del cine fastuosa y grandiosa en el que prima el concepto de espectáculo. De un director que maniobraba, como pocos, en las grandes superproducciones puestas en píe por él desde la época silente.

Así es recordado por títulos como la versión muda de “Los diez mandaminetos” (1923) y su famoso remake en color de 1956, “Rey de reyes” (1927) versionada en 1961 por Nicholas Ray, “Las Cruzadas” (1935), “Piratas del Mar Caribe” (1942) o “El mayor espectáculo del mundo” (1952).


Al wéstern se aproximó en cuatro ocasiones: “Bufalo Bill” (1936) centrada en la vida de tres figuras legendarias, Bill Hikcok, Calamity Jane y Bufalo Bill; “Policia Montada del Canadá” (1940), el prewéstern “Los inconquistables” (1947) y la película que nos ocupa, único filme del Oeste de DeMille no protagonizado por Gary Cooper.


En esta ocasión partió de un relato de Ernest Haycox, prestigioso escritor wéstern y autor, entre otras, de la magnífica novela “Cornetas al atardecer” recientemente publicada por la editorial Valdemar en su colección Frontera, sobre la construcción del primer ferrocarril transcontinental en los EEUU para filmar una grandiosa epopeya con una marcada intención política, la exaltación del gobierno y las instituciones de los EEUU a través de la construcción de una obra faraónica en un momento en el que, a pesar de estar todavía vivo el recuerdo de la crisis del 29, se vislumbraba la recuperación gracias al “New Deal” del presidente Roosevelt, caracterizado por una política intervencionista con medidas como el fomento de la obra pública. Al mismo tiempo que presenta a los estadounidenses como un pueblo escogido con un destino que cumplir, la conquista de un continente.


Cine pues de exaltación nacional, envuelto en una película de aventuras, en el que el ferrocarril no sólo simboliza, mediante el encuentro final de las locomotoras de las dos compañías en liza, la definitiva unión de un país tras la cruenta guerra civil vivida, sino también la era industrial, el progreso y la civilización, al ir construyéndose ciudades allí por donde pasaba el tren.


DeMille concibió su proyecto a lo grande, como una superproducción con un presupuesto de un millón de dólares (sin duda estaba en la cima de su carrera ya que pocos directores sabían interpretar los gustos de los espectadores como él) y el resultado fue una superproducción con una duración muy superior a la standard, más de ciento treinta minutos, de una gran veracidad, consecuencia de la labor de investigación y documentación gracias al apoyo decidido de la propia Unión Pacífico de tal forma que por momentos se asemeja a un documental, rodada en numerosas localizaciones (Oklahoma, Iowa, Utah, California, etcétera), con un aliento épico descomunal, abundantes escenas con gran cantidad de figurantes que el director sabía filmar como pocos y un prestigioso reparto.


En resumen, una película grandiosa en la que sobresalen las escenas de acción y entre ellas el robo del tren por unos bandidos y su posterior persecución por los hombres de la Unión Pacífico; y el colosal ataque indio al caballo de hierro, una secuencia que todavía provoca mi asombro al combinar de forma frenética el espectacular descarrilamiento del tren, magistralmente rodado, con el ataque de los indios al vagón en el que los escasos supervivientes llevan a cabo una defensa numantina y el rescate del ejército transportado por otro tren que debe atravesar un puente incendiado previamente por los pieles rojas. Apabullante. Y no contento con este tramo de la película que deja al espectador sin aliento, nos vuelve a regalar otra gran escena con el descarrilamiento en una montaña nevada de otro convoy.


Lástima que la película no se muestre tan convincente narrando el triángulo amoroso vivido por los tres personajes principales (Molly, Jeff y Dick) que, además, no ha envejecido demasiado bien. El director no trasmite correctamente la atracción entre Molly y Jeff, cuya relación se resiente por la escasa química mostrada por los actores que los interpretan al mostrarse excesivamente fríos.


Más acertado se encuentra DeMille al describir la relación existente entre Jeff y Dick, dos antiguos camaradas que lucharon juntos en la Guerra de Secesión y se salvaron mutuamente la vida, ahora enfrentados no sólo por el amor de una mujer sino por encontrarse en bandos opuestos. Porque la película también aborda el tema de la amistad masculina perdida y posteriormente recuperada en una gran escena, tras el ataque indio al convoy, que destila autenticidad.


El filme además cuenta con un reparto adecuado. Barbara Stanwyck interpreta con energía a Mollie, una mujer de gran personalidad que a lo largo del filme se nos revela como un personaje entrañable. Joel McCrea era el intérprete idoneo para dar vida a Jeff, el típico héroe sin mácula. Lástima la frialdad que muestran ambos en su relación. Mientras que un casi debutante Robert Preston, sólo tenía tres películas en su haber, se muestra convincente como Dick. Para mí es el personaje más interesante del filme por sus luces y sus sombras, al debatirse entre sus sentimientos hacia Jeff y sus “obligaciones profesionales”.


Junto al trío protagonista debemos destacar a un excelente Brian Donlevy, especializado en roles negativos, como el villano Sid Campeus, jefe de Dick; sin duda la película se resiente por su ausencia durante gran parte del metraje; Akim Tamiroff en un papel abiertamente cómico; y un jovencísimo Anthony Quinn, a la sazón yerno del director, en el papel de uno de los pistolero de Sid.


“Unión Pacífico” no es una obra maestra, ni tan siquiera uno de los mejores wésterns rodados, al tratarse de una película desigual y excesivamente autocomplaciente; sin embargo fue fundamental para la evolución posterior del género, demostrando que este podía ser rentable si al público se le ofrecían historias lo suficientemente atractativas y bien construidas. Obra de un director para el que “el gran secreto del éxito en el cine lo constituye una buena construcción dramática”.

Como curiosidad comentaros que:

- La película se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cannes en su primera edición, premio que nunca fue entregado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El festival no se reiniciaría hasta 1946. 

- En el filme se utilizó el mismo clavo de oro de 1869 con el que se finalizó la construcción del ferrocarril.

- Fue nominada a varios Oscars pero debido a la competencia de “La diligencia” y, sobre todo, de la sobrevalorada “Lo que el viento se llevó”, sólo obtuvo el merecidísimo premio a los efectos especiales.

- A Cecil B. DeMille le operaron durante el rodaje y fue sustituido temporalmente por Arthur Rosson y James Hogan; quizás sea esta la causa de la irregularidad del filme.

- En la película trabajaron unos casi irreconocibles Ward Bond, Will Geer y Jack Pennick, posteriormente secundarios habituales de este género.



jueves, 10 de mayo de 2018

WICHITA, CIUDAD INFERNAL

(Wichita, 1955)

Dirección: Jacques Tourneur
Guion: Daniel B. Ullman.

Reparto:
- Joel McCrea (Wyatt Earp)
- Vera Miles (Laurie McCoy)
- Lloyd Bridges (Gyp Clements)
- Wallace Ford (Arthur Whiteside)
- Edgar Buchanan (Dock Black)
- Peter Graves (Morgan Earp)
- Keith Larsen (Bat Masterson)
- Carl Benton Reid (Mayor Andrew Hope)
- John Smith (Jim)
- Walter Coy (Sam McCoy)
- Robert J. Wilke (Ben Thompson)
- Jack Elam (Al)

Música: Hans J. Salter
Productora: Allied Artits (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No pierda la esperanza. No dude que ese hombre ha nacido para ejercer la ley”. Conversación sobre Wyat Earp mantenida por el juez Andrew Hope y Sam McCoy, uno de los benefactores de la ciudad de Wichita


Cuando se cita a Jacques Tourneur (1904-1977), director generalmente enmarcado en producciones de presupuesto bajo o medio aunque este hecho no le impidió dirigir a grandes estrellas como Robert Mitchum, Kirk Douglas o Burt Lancaster, recordamos el tríptico de películas de corte fantástico realizadas entre 1942 y 1943 junto a Val Lewton para la RKO (“La mujer pantera”, “El hombre leopardo” y “Yo anduve con un zombie”), género al que regresaría con la excelente “La noche del demonio” (1957); así como “Retorno al pasado” (1947), obra maestra del cine negro, y dos maravillosos filmes de aventuras tan vitalistas como dinámicos: “El halcón y la flecha” (1950) y “La mujer pirata”(1951).



Sin embargo su contribución al wéstern, que sin alcanzar el áltísimo nivel de los títulos anteriormente citados no es nada desdeñable, suele olvidarse a pesar de constituir uno de los géneros más abordados por el realizador francoestadounidense a lo largo de su carrera y de que tanto “Estrellas en mi corona” (1950), mixtura entre drama rural y wéstern, como “Wichita, ciudad infernal” se encontraban entre sus películas preferidas.



El filme fue producido por la Allied Artits, compañía fundada a iniciativa del mítico productor Walter Mirish quien como productor ejecutivo de la Monogram (minor hollywoodiense surgida en los años treinta y especializada en filmes de muy bajo coste, fundamentalmente pertenecientes al género wéstern) convenció a su dueño, Steve Broidy, para crear una nueva división con el objeto de realizar producciones algo más prestigiosas y costosas. Allied Artits y Monogram convivirían desde 1946 hasta 1953, año en el que la segunda quedaría definitivamente integrada en la primera.



ARGUMENTO: A Wyatt Earp, un excazador de bisontes, tras abortar el asalto al banco de Wichita le ofrecen el cargo de sheriff de la ciudad. Inicialmente lo rechazará pero tras la muerte accidental de un muchacho decidirá acabar con los disturbios provocados por los ganaderos, actitud que le granjea la enemistad de los comerciantes locales temerosos de perder los pingües beneficios que aquellos les reportan.



Wyatt Earp, figura clave en la mitología del Lejano Oeste, ha sido llevado a la pantalla en numerosas ocasiones, pero casi siempre teniendo como referencia su famoso enfrentamiento con el clan de los Clanton en el OK Corral de la ciudad de Tombstone. La originalidad de la cinta de Tourneur radica al mostrarnos a un Earp en un período anterior al del legendario tiroteo.



La presentación del personaje supone toda una declaración de principios por parte del director. Así, al igual que los ganaderos, contemplaremos en lontananza su diminuta figura perdida en la grandiosidad del paisaje. Con este plano, Tourneur humaniza al mito y muestra su fragilidad como la de cualquier ser humano; para a continuación engrandecer su figura enfocándolo más de cerca montado a caballo en un suave contrapicado, para lo que situa la cámara a la altura de los ganaderos sentados en la hierba. La intención del director, como luego se confirmará a lo largo de la película, es manifiesta: la grandeza del personaje no radica en sus habilidades sobrehumanas, como les ocurría a los héroes de la mitología griega hijos de dios y mortal, sino tan sólo en su interior; en su código de honor, en su sentido de la justicia y en sus principios éticos superiores a los de los hombres con los que se relaciona.



Porque la película sobre todo trata de la defensa de la justicia y de la legalidad frente a intereses espurios (el protagonista en un momento dado llega a afirmar: “No se trata de quien tienen razón sino de lo que es justo”) y de la fidelidad a uno mismo y a unos valores aunque este hecho suponga el enfrentamiento con los demás.



Así, el trabajo de Torneur destaca, junto a su probada elegancia, su talento para la puesta en escena y el gran partido desde el punto de vista formal que obtiene del formato en Cinemascope, por volver a utilizar una historia aparentemente simple para abordar temas de gran hondura, ofreciendo una visión ácida del desarrollo de los EEUU.



Para ello nos presenta una ciudad, Wichita, que acaba de convertirse en uno de los nudos ferroviarios más importantes del país. Una urbe, por tanto, en pleno crecimiento y desarrollo al ser clave en el transporte del ganado a otros territorios del estado pero que, al mismo tiempo, sufre las contrariedades de este enriquecimiento personificadas en forajidos y, sobre todo, cowboys que toman al asalto la ciudad en noches de excesos y alcohol. Al intentar frenar estos excesos, tras haber sido nombrado sheriff, Earp se encontrará con la incomprensión, cuando no el rechazo, de los voraces especuladores de la ciudad que, anteponiendo sus intereses económicos al bienestar de la mayoría de los ciudadanos, sentirán la actitud y el comportamiento del héroe como un freno al engrandecimiento de la ciudad y a su enriquecimiento personal. Así los mismos que le nombraron para que les protegiera de los bandidos, conspirarán contra él con el objeto de destituirle.

El mensaje es claro, el capital, representando por los prohombres de la ciudad, se sirve de la ley y la utiliza en su propio beneficio, aunque esta actitud afecte a la convivencia y perjudique a la mayoría.





En este sentido cobran gran importancia dos escenas, una primera en la que se reúnen el juez y tres de los próceres de Wichita para conspirar contra Earp y la posterior cena de estos con Wyatt, en la que el sheriff, con una lógica democrática impecable, les acusa de arrogarse la representación de la población de la urbe, derecho cuya posesión tan sólo corresponde a aquellos que han sido elegidos. Valores democráticos reafirmados por nuestro protagonista en otra escena, al afirmar ante Dock Blak (dueño de un saloon y declarado enemigo de Earp) que todos los ciudadanos son iguales y ninguno ostenta privilegios.



Al mismo tiempo el filme nos relata el fin de una época provocado por la expansión del ferrocarril (elemento fundamental para la civilización del oeste) y el nacimiento, con el desarrollo del capitalismo, de un período más sútil en el que los pistoleros darán paso a los especuladores cuya arma fundamental será el dinero, a través del cual controlarán a las distintas instituciones.



Para interpretar al personaje de Earp se escogió a Joel McCrea un actor con el que Tourneur había colaborado en dos wésterns anteriores: el citado “Estrellas en mi corona” (1950) y “El jinete misterioso” (1955), también conocido como “La ley del juez Thorne”, con el que “Wichita” guarda ciertas semejanzas. La elección no pudo ser más afortunada ya que, a pesar de contar cuando se rodó la película con cincuenta años mientras Earp no llegaba a los treinta, el actor nacido en California representaba como pocos intérpretes valores como la integridad, la honradez y la tenacidad; asociándose su imagen cinematográfica con la del héroe integro e incorruptible. Imagen ideal para encarnar a Earp, un hombre que, además, a lo largo de la película mostrará su rechazo por el uso de las armas (en distintas escenas afirma su intención de no matar a nadie).



De hecho, a lo largo de su dilatada carrera, Joel McCrea, además de dar vida a Wyatt Earp, interpretó a distintos personajes históricos elevados a mitos: Buffalo Bill, Sam Houston o Bat Masterson.



Junto a él, Vera Miles, actriz no excesivamente reconocida a pesar de haber realizado interpretaciones memorables para directores como John Ford, Alfred Hitchcock o Henry Hathaway, protagoniza la inconsistente historia de amor a la que, no obstante, Tourneur no presta demasiada atención para evitar la distracción del espectador de la trama principal; y un grupo de grandes secundarios habituales en este tipo de producciones encabezados por Wallace Ford como el alcoholizado y preclaro director del periódico, representante de un poder que sirve a la verdad constituyéndo un contrapeso a la voracidad especulativa de los grandes empresarios; Edgar Buchanan en el rol de Dock Black; y Lloyd Bridges y Jack Elam como dos de los pendencieros vaqueros.



En definitiva, estamos ante un wéstern que como lo califico el propio Tourneur “se apartaba de lo ordinario”. Una película, excelentemente fotografiada por Harold Lipstein y con un gran tema musical interpretado por la estrella del country Tex Ritter, contada en tiempo record, ochenta y un minutos,  por un magnífico director que a la pregunta de un periodista sobre cuál creía que sería su lugar en la historia del cine no dudó en contestar: “Ninguno… soy un realizador muy mediano, he hecho mi trabajo lo mejor posible, con todas mis limitaciones”. Actitud de la que podían tomar nota algunos directores actuales excesivamente pagados de sí mismos y empeñados en inventar el cine en cada plano.



Como curiosidades comentaros que Sam Peckinpah hizo un pequeño papel como empleado del banco y que Jody McCrea, hijo de Joel, también intervino en la película.


jueves, 26 de abril de 2018

EL JUGADOR

(Tennesse’s partner, 1955)

Dirección: Alan Dwan
Guion: Milton Krims, D.D. Beauchamp, C. Graham Baker, Teddi Sherman y Allan Dwan (sin acreditar).

Reparto:
- John Payne: Tennessee
- Ronald Reagan: Cowpoke
- Rhonda Fleming: Elizabeth “Duches” Farnham
- Coleen Gray: Goldie Slater
- Anthony Caruso: Turner
- Morris Ankrum: Juez Parker
- Leo Gordon: Sheriff
- Chubby Johnson: Grubstabe McNiven
- Joe Devlin: Pendergrast
- Angie Dickinson: Abby Dean

Música: Louis Forbes.
Productora: Benedict Bogeaus Production. 

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,75

“Se puede soportar todo menos que te ataque por la espalda uno que se dice amigo tuyo” Cowpoke a la Duquesa tras haberse enterado de la supuesta traición de su amigo Tennessee con la mujer con la que iba a casarse.


Nos visita otra vez Allan Dwan, en esta ocasión con el que consideraba su mejor wéstern. De hecho se trata de una de sus propuestas más personales en la que se implicó no sólo en la dirección sino también en el guion, obra de cuatro escritores, profundamente retocado y adaptado por él.

Como su anterior gran filme “Filón de plata” (1954), reseñado en este blog, la cinta es fruto de su asociación con el productor Benedict Bogeaus con el que creó una especie de compañía estable integrada, fundamentalmente, por el operador John Alton (uno de los directores de fotografía más influyentes en la codificación estilística del cine negro), el director artístico Van Nest Polglase (excelente profesional vetado por las majors a causa de sus graves problemas con el alcohol) y el competente músico Louis Forbes. Esta estabilidad les permitió rodar un buen número de películas de una calidad notable en un corto período de tiempo (filmaron, por ejemplo, tres en 1954 y otras tres en 1955) caracterizadas por un sello propio fácilmente reconocible. Filmes para los que, además, Bogeaus aseguró su distribución a través de las salas de la poderosa RKO.



ARGUMENTO: Cowpoke, un forastero, salva a Tennessee, el tahúr de la pequeña localidad de Sandy Bar asociado con la dueña del burdel local, de ser asesinado por la espalda por un jugador despechado. A partir de ese momento se establecerá una estrecha relación entre individuos tan dispares que pondrá a prueba la ambiciosa prometida del vaquero, Goldie Slater.



La película junto con la citada “Filón de plata” constituye un díptico en el que Dwan nos muestra su visión negativa de la sociedad estadounidense. Así, nos presenta a unos individuos avariciosos y deslumbrados por la riqueza a los que tras el asesinato del dueño de una mina de oro les importará más perder el posible beneficio económico que descubrir a los verdaderos culpables del crimen. Un grupo presto, como en su anterior filme, a tomarse la justicia por su mano, convirtiéndose en una chusma capaz de linchar sin pruebas concluyentes a Tennessee e, incluso, a Cowpoke y a la Duquesa, por el mero hecho de ser sus amigos, acusándolos de cómplices sin haber verificado este hecho; y a los que el sheriff apenas puede frenar. Incluso no dudarán en asaltar el establecimiento de la Duquesa y golpearla buscando el mapa del yacimiento.



Sin embargo, el tema fundamental de la película es la amistad surgida entre dos hombres muy diferentes pero al mismo tiempo marginados, por distintos motivos, por una sociedad en la que no encajan.



Tennessee está interpretado por John Payne, una de las grandes referencias del cine b de los años 50, que se muestra eficaz en un papel muy apropiado, a pesar o debido a sus limitaciones interpretativas, al ser un individuo frío y poco dado a expresar sus sentimientos. Personaje complejo, es en realidad un inadaptado social obligado a llevar una vida nómada al ser constantemente expulsado de los lugares en los que ha intentado establecerse (Arizona, Nuevo México, Utah, Texas, Oregón). Su magistral presentación mientras participa en una partida de póker en la que exhibe una actitud displicente y de desprecio hacia el resto de los participantes, nos muestra tanto su visión negativa y desencantada del ser humano disfrazada de cinismo, como su escasa empatía con este. Un hombre, no obstante, con unos principios éticos más firmes y superiores a los de esa población que le juzga con severidad, al ser capaz de poner en peligro la estrecha relación mantenida con Cowpoke, en realidad su único amigo, para evitarle el daño que le pueda hacer su prometida, cuyo nombre no por casualidad es Goldie, que se nos revela como una mujer ambiciosa deslumbrada únicamente por la riqueza del vaquero. Así, el engaño, la mentira, la traición y sus consecuencias se convierten en otros temas abordados por la película.



Ronald Reagan, un actor más conocido por su carrera política que por sus dotes interpretativas y que ya había colaborado con el tándem Dwan-Bogeaus en “La reina de Montana” (1954), ofrece un inusual buen rendimiento con una interpretación plena de sensibilidad como Cowpoke, un hombre sin contaminar, franco, íntegro, bondadoso, sin doblez, algo ingenuo y para el que la palabra mentira no existe. Un vaquero que no soporta los ataques por la espalda (claro símbolo de la falsedad de una sociedad hostil con el diferente); frase repetida a lo largo de la película y que tristemente se convertirá en premonitoria. Además será Cowpoke, con su candor y bondad, quien muestre a Tennessee el camino para reconducir su relación con la Duquesa y poder ser feliz.



Junto a ellos aparece una magnífica Rhonda Fleming, conocida como la reina del Technicolor pero desgraciadamente relegada a producciones de bajo coste, dando vida a la Duquesa. Propietaria de un burdel de alto standing disfrazado de establecimiento para señoritas que buscan marido, está unida profesional y sentimentalmente a Tennessee. La actriz protagoniza una gran escena de una enorme sensualidad y erotismo iniciada con un baño en su habitación y culminada en el salón principal de su establecimiento con varios besos a su socio. Nos encontramos con otro personaje marginal pero de una gran integridad que se convertirá en la voz de la conciencia de Tennessee y le será fiel incluso en los peores momentos.

Estamos, pues, ante una película de personajes conmayor complejidad y profundidad de lo habitual en este tipo de producciones que Dwan estructura en dos partes:




La principal y de mayor duración, con características más propias de un melodrama, cuyo objeto es presentarnos a los protagonistas del filme y narrar las relaciones forjadas entre ellos; en especial la correspondiente a la camaradería surgida entre Cowpoke y Tennessee (en este sentido creo que es mucho más acertado el título original de la película) mostrada a través de tres grandes escenas plenas de naturalidad y de gran autenticidad en las que ambos se sinceran y reflexionan sobre la amistad, la soledad y el amor. Me refiero a la secuencia de la cárcel en la que el vaquero se presenta diciendo al tahúr: “Mis amigos me llaman Cowpoke” (con esta frase desde el primer momento le está brindando su amistad) y el jugador le responde: “Si tuviera amigos me llamarían Tennessee”; la secuencia nocturna en casa del jugador que muestra la vida tan diferente llevada por ambos: el tahúr trabaja la noche, mientras que el vaquero se levanta temprano; y la que se desarrolla en la mina de Cowpoke en la que este propina una brutal paliza a Tennessee, que se niega a defenderse, para después, al comprender el sacrificio realizado por su amigo, posar su mano sobre el hombro del camarada magullado; imagen de una gran sutileza y sensibilidad, reflejo de los profundos sentimientos de ambos personajes.





Junto a estas tres secuencias no puedo dejar de citar la correspondiente a una partida de póquer, iniciada con un picado y con la cámara acercándose a la mesa de los jugadores, en la que el director crea un gran suspense utilizando únicamente el silencio como elemento dramático y las miradas de los dos contrincantes. Una auténtica maravilla.



En la segunda parte, quizás más convencional, los conflictos y la violencia latentes estallarán, por lo que predominan las brillantes escenas de acción en las que Dwan nos aporta esa visión crítica de los habitantes de la ciudad convertidos en juez, jurado y verdugo. Una turba sedienta de sangre, cuya actuación, como señale anteriormente, no está motivada por el asesinato de uno de sus vecinos, dueño de una mina, sino por la fiebre del oro; ya que, como comenta un personaje, “toda la ciudad está furiosa porque teme quedarse sin el oro de Grubstake”. Una población fascinada por la riqueza cuyos personajes más representativos son la citada Goldie Slater (interpretada por Coleen Gray) y Turner (principal antagonista de Tennessee encarnado por el habitual Anthony Caruso).



El filme cuenta además con unos extraordinarios diálogos y una sobresaliente puesta en escena de Dwan que muestra su maestría en cada encuadre, en la composición de las escenas y de los planos con especial atención a la profundidad de campo, así como en los brillantes movimientos de cámara.



La dirección de Dwan, junto con la labor de Alton y de Van Nest Polglase, convierte a “El jugador” en una película visualmente deslumbrante. El operador, junto a sus características escenas en sombras y sus típicos claroscuros tan propios del cine negro, saca un gran partido al Technicolor; mientras que el trabajo del director artístico destaca, sobre todo, por la suntuosa decoración del establecimiento de la Duquesa en la que predominan alfombras fucsias, centros de flores rojas y amarillas, cortinas azul cielo y granates, puertas y estructuras en verde, tapicerías doradas, etcétera; toda una explosión de colores que se repite en los vestidos de la madame y sus “discípulas” y contrasta con el traje negro de Tennessee. El trabajo de todos ellos consigue que no se perciba estar ante una producción de bajo coste.



“El jugador” es, en definitiva, un singular wéstern obra de un gran director injustamente olvidado que supo demostrar cómo a partir de propuestas sencillas se podían obtener niveles muy altos de calidad. 

Como datos curiosos comentaros que:

- En 1916 George Melford había rodado un filme basado en la misma historia escrita por Bret Harte, especialista en relatos wésterns.

- Una joven Angie Dickinson interpreta a una de las “discípulas” de la Duquesa, papel que ese mismo año repetiría en, la ya comentada en este blog, “Con sus mismas armas” (Richard Wilson, 1955), otro notable wéstern de bajo presupuesto.

- John Payne y Rhonda Fleming volverían a formar pareja en “Ligeramente escarlata”, un estupendo noir firmado al año siguiente por el tándem Dwan-Bogeaus.