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jueves, 25 de julio de 2019

EL ÚLTIMO TREN DE GUN HILL

(Last train from Gun Hill, 1959)

Dirección: John Sturges
Guion: James Poe

Reparto:
- Kirk Douglas: Marshall Matt Morgan
- Anthony Quinn: Craig Belden
- Carolyn JonesLinda
- Earl Holliman: Rick Belden
- Brad Dexter: Beero
- Brian G. Hutton: Lee Smithers
- Ziva Rodann: Catherine Morgan
- Bing Russell: Skag)

Música: Dimitri Tiomkin
Productora: Bryna Productions, Hal Wallis Productions

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75


“Mat eres mi mejor amigo. Haría cualquier caso por ti pero deja al chico en paz. Estás hablando de mi hijo” “No, Craig. Es de mi mujer de la que estamos hablando” Conversación entre Matt Morgan y Craig Belden.


ARGUMENTO: Tras ser violada y asesinada su mujer, el sheriff Matt Morgan cuenta con dos pistas para atrapar a los delincuentes: una silla de montar y la herida en la mejilla que le infringió a uno de ellos su esposa antes de morir. Ambas pistas le conducirán a su antiguo amigo Craig Belden, un poderoso ganadero dueño y señor de Gun Hill.


En los años cincuenta Kirk Douglas había alcanzado en Hollywood la categoría de gran estrella al mismo tiempo que comenzó a mediados de esa década una fructífera carrera como productor independiente a través de sus compañías Bryna Productions y Joel Productions, filial de la anterior, con filmes que aunaban calidad y comercialidad (1).



Hombre inquieto, en busca siempre de buenos guiones con personajes interesantes que le sirivieran de vehículo para seguir desarrollando su carrera como actor y tras haber quedado plenamente satisfecho del resultado obtenido con “Duelo de titanes” (John Sturges, 1955), contactó con Hal B. Wallis, quien poseía los derechos del relato escrito por Les Crutchfield (seudónimo del represaliado por el macartismo Dalton Trumbo), con el objeto de poner en pie un nuevo wéstern para el que contaron con parte del equipo de la anterior producción: el director John Sturges, el músico Dimitri Tiomkin quien compuso otra gran banda sonora aunque carente de un tema principal tan pegadizo como en su anterior trabajo, Charles Lang como operador o el prestigioso director artístico Hal Pereira; además de asegurarse, gracias a Wallis, la distribución de la película por la poderosa Paramount y volver a utilizar el formato VistaVision creado por la citada productora.



Pero las semejanzas con el filme precedente no se reducen a aspectos formales y al personal técnico-artístico interviniente sino que el mencionado relato, adaptado al cine por James Poe, gira, al igual que en “Duelo de titanes”, en torno a la amistad entre dos hombres de honor. Sin embargo, mientras que en aquella el espectador asistía al comienzo, desarrollo y consolidación de la relación entre el sheriff Wyat Earp y el dentista, pistolero y jugador de póquer “Doc” Holliday, en la película objeto de esta reseña contemplamos el fin, por causas externas, de la camaradería labrada durante años entre el sheriff Matt Morgan y el ganadero Craig Belden. Una relación que, como el hotel de la ciudad, quedará reducida a escombros a pesar de los fuertes lazos existentes entre ambos individuos, como pondrá de manifiesto Craig al llegar a confesar a Matt que: “No he tenido otro amigo desde que tú y yo nos separamos. Los tengo… pero a sueldo, desde luego”. Diálogo sostenido en una de las mejores escenas del filme en el que seremos espectadores del feliz reencuentro de ambos camaradas cuyo cariño, respeto y admiración no disimulan, para poco a poco, a medida que comienza sus indagaciones el sheriff Morgan, empezar a apreciar los primeros recelos entre ambos hasta llegar al momento culmen en el que los dos son plenamente conscientes de que el hijo de Craig está implicado en la violación y asesinato de la mujer de Matt, convirtiéndose a partir de entonces los antiguos camaradas en adversarios.



Junto al tema de la amistad o, mejor dicho, de la creciente rivalidad entre los dos personajes principales, compañeros en el pasado, nos encontramos con el de las relaciones familiares turbulentas, entroncando la cinta en este aspecto con una corriente cinematográfica muy popular en los años 50 con protagonismo de jóvenes conflictivos cuyo máximo exponente fue “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955), y que en este género dio títulos tan significativos como “El salario de la violencia” dirigida un año antes por Phil Karlson, excelente profesional de reivindicación tan urgente como necesaria, “El hombre de Laramie” (Anthony Mann, 1955) o, incluso, “Lanza rota”( Edward Dmytryk, 1954).



De hecho en los tres wésterns nos encontramos con jóvenes que han crecido sin un referente materno al haber enviudado sus respectivos padres por lo que se han desarrollado a la sombra de sus progenitores convirtiéndose en una mera deformación de la fuerte personalidad de estos; porque Craig Belden, al igual que los protagonistas de las otras tres películas, encarna el ideal estadounidense del hombre hecho a sí mismo, individuo de origen humilde, sin demasiada formación que gracias a su trabajo, esfuerzo e inteligencia natural ha sido capaz de levantar un imperio allí en donde no había nada, convirtiéndose en una pieza fundamental en la construcción del mito del Oeste (2). Así el filme contrapone el carácter de los personajes maduros, hombres rudos y violentos pero trabajadores y con un código de honor muy acentuado, con el de los jóvenes, seres débiles pero bravucones con los más indefensos, pusilánimes y superficiales, tan sólo preocupados por divertirse y capaces de banalizar la muerte de un ser humano.



Rick, condicionado por la errónea educación recibida de su progenitor, un ser autoritario, rígido y castrador, sufrirá incluso el desprecio de Craig, quien le obligará a pelearse con su capataz por haberse burlado de él para, tras haber recibido una paliza, recordarle lo que siempre le ha dicho: “Cuando alguien te insulte pégale. No me importa que ganes o pierdas pero lucha, ¿entiendes?”. Es, en definitiva, producto de la incomunicación y la falta de entendimiento con su padre.



Por su parte Craig, a pesar de mostrarse decepcionado y de menospreciar a su hijo al ser consciente de su carácter, manifiesta a lo largo del filme un profundo amor por su vástago intentando en todo momento protegerlo, incluso llegará a suplicar a Matt por la vida de éste reconociendo ante su antiguo camarada que es cuanto tiene; mientras que paralelamente rogará a su amante para que interceda ante el sheriff por Rick.



Un tercer arco argumental enriquece la película y la emparenta con “El árbol del ahorcado” (Delmer Daves, 1959), el conflicto entre la modernidad y la evolución representadas en Paulee, ciudad en la que ejerce como sheriff Matt Morgan, y la tradición y el continuismo simbolizados por Gun Hil, controlada por Craig Belden.



Así, Paulee aparece como una ciudad civilizada donde reina, por fin, la ley y el orden, sin que se haya ha cometido ningún delito en prácticamente la última década; de hecho, los tiroteos comienzan a incorporarse a las leyenda y a los mitos sobre el Far-West como algo ocurrido en el pasado, de tal forma que los niños se quejan porque “no se oye un tiro en ninguna parte”. Es tal el grado de desarrollo que, incluso, los pieles rojas están integrados en la sociedad, integración personificada en el matrimonio mixto del sheriff.



En Gun Hill, sin embargo, la justicia aún no está regulada por las instituciones al estar sometida al poder y los caprichos del oligarca local, dueño y señor de haciendas y personas, y cuya palabra es ley. Es tal su poder que como señala el empleado del saloon los únicos enemigos de Craig se encuentran “Afuera de la ciudad. En el cementerio”. Además, a diferencia de Paulee, siguen manteniendo una actitud beligerante con los pieles rojas y como le dice un vecino a Matt “Por aquí no arrestamos a un hombre por matar a un indio, lo recompensamos”; lo que permite al director introducir una sútil crítica en relación con los prejuicios raciales existentes contra los nativos americanos, y por extensión contra cualquier minoría étnica, en la sociedad estadounidense.



De esta forma, Matt al tomar el tren, símbolo del progreso y el desarrollo, efectuará un viaje tanto a su pasado emocional con el reencuentro de un viejo amigo como a un período histórico inmediatamente anterior a la definitiva civilización del Oeste; para al final del filme, con otro tren, regresar al presente.



Además de la relación existente con las películas anteriormente citadas, se puede rastrear en “El último tren de Gun Hill” su vinculación con otros dos grandes wésterns ya reseñados en este blog.


Por una parte con “Conspiración de silencio”, dirigida por el propio Sturges cuatro años antes, respecto a la actitud abiertamente hostil de la población hacia el forastero, quien se verá atrapado, al igual que en la película citada, en la tela de araña creada por Craig al estar los vecinos controlados y sometidos por el poderoso ganadero; siendo incluso capaces, en su distorsión moral, de hacer apuestas sobre la vida de un hombre.



Tan sólo Linda, magníficamente interpretada por Carolyn Jones, escapa a esta mirada demoledora sobre el ser humano. Antigua amante de Craig Belden, es una mujer con un pasado oscuro, de hecho llega a afirmar que nunca ha estado sola desde los doce años y ha tenido dificultades desde el día de su nacimiento, pero capaz de mostrar una mayor humanidad que el resto de la población de Gun Hill.



Y precisamente respecto al principal personaje femenino del filme esta película muestra más acierto que la tantas veces nombrada en esta reseña “Duelo de titanes”, puesto que la historia de amor entre Craig y Linda está mejor integrada en la cinta, el tiempo dedicado a la misma es menor por lo que no distrae al espectador de la trama principal y Linda tiene una mayor trascendencia en la resolución del drama al facilitar a Matt una escopeta, arma vital para cumplir con su misión. Y será precisamente la apreciación de la actitud, anteriormente mencionada, de la población frente a la tragedia desarrollada en la ciudad lo que la decidirá a ayudar al sheriff (Linda llegará a afirmar: “Aquel pobre loco en un cuarto del hotel con sus elevados ideales y toda esta sucia ciudad esperando cómo lo matan”).



Por otra parte, el tramo final es deudor de “El tren de las 3:10” (Delmer Daves, 1957) al repetir la situación de nuestro héroe encerrado junto al asesino de su mujer en una habitación del hotel de la ciudad sitiado por los hombres de Belden; incluso, al igual que en el filme de Daves, estos los acompañarán en su camino hacia la estación esperando el más mínimo fallo del hombre de la ley para acabar con él.



En cuanto a John Sturges cabe señalar que lleva a cabo un trabajo notable envolviendo al filme en un halo de fatalismo, presentándonos el drama sin preámbulos y desde el primer momento en una sobresaliente, brutal e impactante escena inicial, prácticamente silente, de una enorme violencia, en la que utiliza de forma soberbia el fuera de plano para que el espectador escuche un grito desgarrador e imagine el terrible suceso.

A partir de ese momento irá graduando de forma modélica la tensión y el suspense hasta llegar al apocalíptico final nocturno, con el incendio del hotel principal de la ciudad incluido, en el que los principales actores de la tragedia hallarán la muerte, bien física o bien emocional al perder a sus principales referencias afectivas: a su mujer, a su hijo, a un viejo y querido amigo o a su amante; de ahí que nos encontremos ante uno de los wésterns clásicos más desoladores jamás rodado. 



Además, como era habitual en él, la película se caracteriza por la esplendida puesta en escena y la exquisita planificación de los planos y las secuencias. Ejemplos podría citar muchos pero creo que debo destacar la del arrresto de Rick por Matt en la planta primera del hotel mientras que en la baja los amigos del joven juegan a las cartas, aquella en la que el sheriff se sirve de un espejo para controlar el pasillo por donde aparece Craig o la del fatal duelo final entre los dos amigos, un enfrentamiento inevitable pero que ambos, en recuerdo de su amistad y por el respeto profesado durante mucho años, han intentado eludir hasta el último momento.

Por último cabe destacar el esplendido trabajo de los dos actores principales.



Kirk Douglas, estrella indiscutible del filme, hace una composición memorable como Matt, el típico personaje torturado que sabía interpretar como ningún otro, un individuo en el que conviven su convicción en el cumplimiento de la ley y la justicia con sus deseos de venganza por el asesinato de su mujer, mostrándose inflexible hasta el final y llevando la muerte y la desolación a la ciudad de Gun Hill de tal forma que, tras su paso por ella, nada será igual. La escena en la que tortura psicológicamente a Rick explicándole con todo tipo de detalles cómo será su ejecución es antológica, demostrando que George Stevens no exageró en absoluto cuando, mientras le entregaba el premio American Film Institute a toda su carrera, afirmó en 1991 que: “Ningún otro actor protagónico estuvo más preparado para explotar el lado oscuro y desesperado del alma y, por lo tanto, para revelar la complejidad de la naturaleza humana”.



Como principal antagonista Kirk Douglas escogió a Anthony Quinn (3,) quien lleva a cabo una excelente interpretación, de tono más grave y contenido de lo que en él era habitual, como Craig Belden, amo y señor de Gun Hill (incluso el sheriff está a su servicio y llega a sostener que: “Tengo esta parte del país en mis manos”); un individuo acostumbrado a imponer su voluntad como si fuera la ley, pero con graves carencias afectivas y cuya marcada personalidad llevará a su hijo a la muerte; de ahí que su última frase dirigida a Matt sea: “Educa bien a tu hijo”; asume, pues, que los “pecados” cometidos por su hijo son el resultado de su fracaso como padre. Y es precisamente la inmensa actuación del actor mexicano la que lleva al espectador a entender e, incluso, conmoverse por la situación vivida por este personaje déspota, xenófobo, agresivo y machista.



“El último tren de Gun Hill” es, en definitiva, un excelente e intenso wéstern urbanita presidido por la fatalidad, con proliferación de interiores, ambiente claustrofóbico y unos personajes perfectamente caracterizados; un viaje al infierno dirigido en el mejor momento de su carrera por John Sturges, realizador injustamente minusvalorado pero con una filmografía wéstern sobresaliente y un enorme talento visual adaptado perfectamente al formato panorámico.


(1) En 1957 había producido y protagonizado el excelente drama antibelicista “Senderos de gloria” (Stanley Kubrik) y al año siguiente el memorable filme de aventuras con raíces shakesperianas “Los vikingos” (Richard Fleischer); mientras que al año siguiente se embarcaría en “Espartaco” (Anthony Mann-Stanley Kubrik), quizás el mejor péplum de la historia. Para a principios de los sesenta producir e interpretar dos excelentes wésterns ya reseñados “El último atardecer“ (Robert Aldrich, 1961) y “Los valientes andan solos” (David Miller,1962), así como en el módelico thriller político “Siete días de mayo” (John Frankenheimer, 1964) que le dio la oportunidad de volver a trabajar con su amigo y, a veces, rival Burt Lancaster.

(2) Otro magnífico ejemplo de hombre hecho a sí mismo es el personaje encarnado por Ward Bond en la imprescindible “Odio contra Odio” (1957) dirigida por el también excelente pero poco reconocido Joseph H. Lewis, película igualmente reseñada en este blog.

(3) Kirk Douglas y Anthony Quinn habían trabajado con anterioridad en “Ulises” (Mario Camerini, 1954) y “El loco del pelo rojo” (Vincente Minelli, 1956), por la que Quinn obtuvo su segundo Oscar, y su entendimiento había sido total; por lo que no es de extrañar que Douglas pensará en el actor mexicano para interpretar a Belden.

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