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jueves, 25 de julio de 2019

EL ÚLTIMO TREN DE GUN HILL

(Last train from Gun Hill, 1959)

Dirección: John Sturges
Guion: James Poe

Reparto:
- Kirk Douglas: Marshall Matt Morgan
- Anthony Quinn: Craig Belden
- Carolyn JonesLinda
- Earl Holliman: Rick Belden
- Brad Dexter: Beero
- Brian G. Hutton: Lee Smithers
- Ziva Rodann: Catherine Morgan
- Bing Russell: Skag)

Música: Dimitri Tiomkin
Productora: Bryna Productions, Hal Wallis Productions

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75


“Mat eres mi mejor amigo. Haría cualquier caso por ti pero deja al chico en paz. Estás hablando de mi hijo” “No, Craig. Es de mi mujer de la que estamos hablando” Conversación entre Matt Morgan y Craig Belden.


ARGUMENTO: Tras ser violada y asesinada su mujer, el sheriff Matt Morgan cuenta con dos pistas para atrapar a los delincuentes: una silla de montar y la herida en la mejilla que le infringió a uno de ellos su esposa antes de morir. Ambas pistas le conducirán a su antiguo amigo Craig Belden, un poderoso ganadero dueño y señor de Gun Hill.


En los años cincuenta Kirk Douglas había alcanzado en Hollywood la categoría de gran estrella al mismo tiempo que comenzó a mediados de esa década una fructífera carrera como productor independiente a través de sus compañías Bryna Productions y Joel Productions, filial de la anterior, con filmes que aunaban calidad y comercialidad (1).



Hombre inquieto, en busca siempre de buenos guiones con personajes interesantes que le sirivieran de vehículo para seguir desarrollando su carrera como actor y tras haber quedado plenamente satisfecho del resultado obtenido con “Duelo de titanes” (John Sturges, 1955), contactó con Hal B. Wallis, quien poseía los derechos del relato escrito por Les Crutchfield (seudónimo del represaliado por el macartismo Dalton Trumbo), con el objeto de poner en pie un nuevo wéstern para el que contaron con parte del equipo de la anterior producción: el director John Sturges, el músico Dimitri Tiomkin quien compuso otra gran banda sonora aunque carente de un tema principal tan pegadizo como en su anterior trabajo, Charles Lang como operador o el prestigioso director artístico Hal Pereira; además de asegurarse, gracias a Wallis, la distribución de la película por la poderosa Paramount y volver a utilizar el formato VistaVision creado por la citada productora.



Pero las semejanzas con el filme precedente no se reducen a aspectos formales y al personal técnico-artístico interviniente sino que el mencionado relato, adaptado al cine por James Poe, gira, al igual que en “Duelo de titanes”, en torno a la amistad entre dos hombres de honor. Sin embargo, mientras que en aquella el espectador asistía al comienzo, desarrollo y consolidación de la relación entre el sheriff Wyat Earp y el dentista, pistolero y jugador de póquer “Doc” Holliday, en la película objeto de esta reseña contemplamos el fin, por causas externas, de la camaradería labrada durante años entre el sheriff Matt Morgan y el ganadero Craig Belden. Una relación que, como el hotel de la ciudad, quedará reducida a escombros a pesar de los fuertes lazos existentes entre ambos individuos, como pondrá de manifiesto Craig al llegar a confesar a Matt que: “No he tenido otro amigo desde que tú y yo nos separamos. Los tengo… pero a sueldo, desde luego”. Diálogo sostenido en una de las mejores escenas del filme en el que seremos espectadores del feliz reencuentro de ambos camaradas cuyo cariño, respeto y admiración no disimulan, para poco a poco, a medida que comienza sus indagaciones el sheriff Morgan, empezar a apreciar los primeros recelos entre ambos hasta llegar al momento culmen en el que los dos son plenamente conscientes de que el hijo de Craig está implicado en la violación y asesinato de la mujer de Matt, convirtiéndose a partir de entonces los antiguos camaradas en adversarios.



Junto al tema de la amistad o, mejor dicho, de la creciente rivalidad entre los dos personajes principales, compañeros en el pasado, nos encontramos con el de las relaciones familiares turbulentas, entroncando la cinta en este aspecto con una corriente cinematográfica muy popular en los años 50 con protagonismo de jóvenes conflictivos cuyo máximo exponente fue “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955), y que en este género dio títulos tan significativos como “El salario de la violencia” dirigida un año antes por Phil Karlson, excelente profesional de reivindicación tan urgente como necesaria, “El hombre de Laramie” (Anthony Mann, 1955) o, incluso, “Lanza rota”( Edward Dmytryk, 1954).



De hecho en los tres wésterns nos encontramos con jóvenes que han crecido sin un referente materno al haber enviudado sus respectivos padres por lo que se han desarrollado a la sombra de sus progenitores convirtiéndose en una mera deformación de la fuerte personalidad de estos; porque Craig Belden, al igual que los protagonistas de las otras tres películas, encarna el ideal estadounidense del hombre hecho a sí mismo, individuo de origen humilde, sin demasiada formación que gracias a su trabajo, esfuerzo e inteligencia natural ha sido capaz de levantar un imperio allí en donde no había nada, convirtiéndose en una pieza fundamental en la construcción del mito del Oeste (2). Así el filme contrapone el carácter de los personajes maduros, hombres rudos y violentos pero trabajadores y con un código de honor muy acentuado, con el de los jóvenes, seres débiles pero bravucones con los más indefensos, pusilánimes y superficiales, tan sólo preocupados por divertirse y capaces de banalizar la muerte de un ser humano.



Rick, condicionado por la errónea educación recibida de su progenitor, un ser autoritario, rígido y castrador, sufrirá incluso el desprecio de Craig, quien le obligará a pelearse con su capataz por haberse burlado de él para, tras haber recibido una paliza, recordarle lo que siempre le ha dicho: “Cuando alguien te insulte pégale. No me importa que ganes o pierdas pero lucha, ¿entiendes?”. Es, en definitiva, producto de la incomunicación y la falta de entendimiento con su padre.



Por su parte Craig, a pesar de mostrarse decepcionado y de menospreciar a su hijo al ser consciente de su carácter, manifiesta a lo largo del filme un profundo amor por su vástago intentando en todo momento protegerlo, incluso llegará a suplicar a Matt por la vida de éste reconociendo ante su antiguo camarada que es cuanto tiene; mientras que paralelamente rogará a su amante para que interceda ante el sheriff por Rick.



Un tercer arco argumental enriquece la película y la emparenta con “El árbol del ahorcado” (Delmer Daves, 1959), el conflicto entre la modernidad y la evolución representadas en Paulee, ciudad en la que ejerce como sheriff Matt Morgan, y la tradición y el continuismo simbolizados por Gun Hil, controlada por Craig Belden.



Así, Paulee aparece como una ciudad civilizada donde reina, por fin, la ley y el orden, sin que se haya ha cometido ningún delito en prácticamente la última década; de hecho, los tiroteos comienzan a incorporarse a las leyenda y a los mitos sobre el Far-West como algo ocurrido en el pasado, de tal forma que los niños se quejan porque “no se oye un tiro en ninguna parte”. Es tal el grado de desarrollo que, incluso, los pieles rojas están integrados en la sociedad, integración personificada en el matrimonio mixto del sheriff.



En Gun Hill, sin embargo, la justicia aún no está regulada por las instituciones al estar sometida al poder y los caprichos del oligarca local, dueño y señor de haciendas y personas, y cuya palabra es ley. Es tal su poder que como señala el empleado del saloon los únicos enemigos de Craig se encuentran “Afuera de la ciudad. En el cementerio”. Además, a diferencia de Paulee, siguen manteniendo una actitud beligerante con los pieles rojas y como le dice un vecino a Matt “Por aquí no arrestamos a un hombre por matar a un indio, lo recompensamos”; lo que permite al director introducir una sútil crítica en relación con los prejuicios raciales existentes contra los nativos americanos, y por extensión contra cualquier minoría étnica, en la sociedad estadounidense.



De esta forma, Matt al tomar el tren, símbolo del progreso y el desarrollo, efectuará un viaje tanto a su pasado emocional con el reencuentro de un viejo amigo como a un período histórico inmediatamente anterior a la definitiva civilización del Oeste; para al final del filme, con otro tren, regresar al presente.



Además de la relación existente con las películas anteriormente citadas, se puede rastrear en “El último tren de Gun Hill” su vinculación con otros dos grandes wésterns ya reseñados en este blog.


Por una parte con “Conspiración de silencio”, dirigida por el propio Sturges cuatro años antes, respecto a la actitud abiertamente hostil de la población hacia el forastero, quien se verá atrapado, al igual que en la película citada, en la tela de araña creada por Craig al estar los vecinos controlados y sometidos por el poderoso ganadero; siendo incluso capaces, en su distorsión moral, de hacer apuestas sobre la vida de un hombre.



Tan sólo Linda, magníficamente interpretada por Carolyn Jones, escapa a esta mirada demoledora sobre el ser humano. Antigua amante de Craig Belden, es una mujer con un pasado oscuro, de hecho llega a afirmar que nunca ha estado sola desde los doce años y ha tenido dificultades desde el día de su nacimiento, pero capaz de mostrar una mayor humanidad que el resto de la población de Gun Hill.



Y precisamente respecto al principal personaje femenino del filme esta película muestra más acierto que la tantas veces nombrada en esta reseña “Duelo de titanes”, puesto que la historia de amor entre Craig y Linda está mejor integrada en la cinta, el tiempo dedicado a la misma es menor por lo que no distrae al espectador de la trama principal y Linda tiene una mayor trascendencia en la resolución del drama al facilitar a Matt una escopeta, arma vital para cumplir con su misión. Y será precisamente la apreciación de la actitud, anteriormente mencionada, de la población frente a la tragedia desarrollada en la ciudad lo que la decidirá a ayudar al sheriff (Linda llegará a afirmar: “Aquel pobre loco en un cuarto del hotel con sus elevados ideales y toda esta sucia ciudad esperando cómo lo matan”).



Por otra parte, el tramo final es deudor de “El tren de las 3:10” (Delmer Daves, 1957) al repetir la situación de nuestro héroe encerrado junto al asesino de su mujer en una habitación del hotel de la ciudad sitiado por los hombres de Belden; incluso, al igual que en el filme de Daves, estos los acompañarán en su camino hacia la estación esperando el más mínimo fallo del hombre de la ley para acabar con él.



En cuanto a John Sturges cabe señalar que lleva a cabo un trabajo notable envolviendo al filme en un halo de fatalismo, presentándonos el drama sin preámbulos y desde el primer momento en una sobresaliente, brutal e impactante escena inicial, prácticamente silente, de una enorme violencia, en la que utiliza de forma soberbia el fuera de plano para que el espectador escuche un grito desgarrador e imagine el terrible suceso.

A partir de ese momento irá graduando de forma modélica la tensión y el suspense hasta llegar al apocalíptico final nocturno, con el incendio del hotel principal de la ciudad incluido, en el que los principales actores de la tragedia hallarán la muerte, bien física o bien emocional al perder a sus principales referencias afectivas: a su mujer, a su hijo, a un viejo y querido amigo o a su amante; de ahí que nos encontremos ante uno de los wésterns clásicos más desoladores jamás rodado. 



Además, como era habitual en él, la película se caracteriza por la esplendida puesta en escena y la exquisita planificación de los planos y las secuencias. Ejemplos podría citar muchos pero creo que debo destacar la del arrresto de Rick por Matt en la planta primera del hotel mientras que en la baja los amigos del joven juegan a las cartas, aquella en la que el sheriff se sirve de un espejo para controlar el pasillo por donde aparece Craig o la del fatal duelo final entre los dos amigos, un enfrentamiento inevitable pero que ambos, en recuerdo de su amistad y por el respeto profesado durante mucho años, han intentado eludir hasta el último momento.

Por último cabe destacar el esplendido trabajo de los dos actores principales.



Kirk Douglas, estrella indiscutible del filme, hace una composición memorable como Matt, el típico personaje torturado que sabía interpretar como ningún otro, un individuo en el que conviven su convicción en el cumplimiento de la ley y la justicia con sus deseos de venganza por el asesinato de su mujer, mostrándose inflexible hasta el final y llevando la muerte y la desolación a la ciudad de Gun Hill de tal forma que, tras su paso por ella, nada será igual. La escena en la que tortura psicológicamente a Rick explicándole con todo tipo de detalles cómo será su ejecución es antológica, demostrando que George Stevens no exageró en absoluto cuando, mientras le entregaba el premio American Film Institute a toda su carrera, afirmó en 1991 que: “Ningún otro actor protagónico estuvo más preparado para explotar el lado oscuro y desesperado del alma y, por lo tanto, para revelar la complejidad de la naturaleza humana”.



Como principal antagonista Kirk Douglas escogió a Anthony Quinn (3,) quien lleva a cabo una excelente interpretación, de tono más grave y contenido de lo que en él era habitual, como Craig Belden, amo y señor de Gun Hill (incluso el sheriff está a su servicio y llega a sostener que: “Tengo esta parte del país en mis manos”); un individuo acostumbrado a imponer su voluntad como si fuera la ley, pero con graves carencias afectivas y cuya marcada personalidad llevará a su hijo a la muerte; de ahí que su última frase dirigida a Matt sea: “Educa bien a tu hijo”; asume, pues, que los “pecados” cometidos por su hijo son el resultado de su fracaso como padre. Y es precisamente la inmensa actuación del actor mexicano la que lleva al espectador a entender e, incluso, conmoverse por la situación vivida por este personaje déspota, xenófobo, agresivo y machista.



“El último tren de Gun Hill” es, en definitiva, un excelente e intenso wéstern urbanita presidido por la fatalidad, con proliferación de interiores, ambiente claustrofóbico y unos personajes perfectamente caracterizados; un viaje al infierno dirigido en el mejor momento de su carrera por John Sturges, realizador injustamente minusvalorado pero con una filmografía wéstern sobresaliente y un enorme talento visual adaptado perfectamente al formato panorámico.


(1) En 1957 había producido y protagonizado el excelente drama antibelicista “Senderos de gloria” (Stanley Kubrik) y al año siguiente el memorable filme de aventuras con raíces shakesperianas “Los vikingos” (Richard Fleischer); mientras que al año siguiente se embarcaría en “Espartaco” (Anthony Mann-Stanley Kubrik), quizás el mejor péplum de la historia. Para a principios de los sesenta producir e interpretar dos excelentes wésterns ya reseñados “El último atardecer“ (Robert Aldrich, 1961) y “Los valientes andan solos” (David Miller,1962), así como en el módelico thriller político “Siete días de mayo” (John Frankenheimer, 1964) que le dio la oportunidad de volver a trabajar con su amigo y, a veces, rival Burt Lancaster.

(2) Otro magnífico ejemplo de hombre hecho a sí mismo es el personaje encarnado por Ward Bond en la imprescindible “Odio contra Odio” (1957) dirigida por el también excelente pero poco reconocido Joseph H. Lewis, película igualmente reseñada en este blog.

(3) Kirk Douglas y Anthony Quinn habían trabajado con anterioridad en “Ulises” (Mario Camerini, 1954) y “El loco del pelo rojo” (Vincente Minelli, 1956), por la que Quinn obtuvo su segundo Oscar, y su entendimiento había sido total; por lo que no es de extrañar que Douglas pensará en el actor mexicano para interpretar a Belden.

jueves, 13 de junio de 2019

LOS QUE NO PERDONAN

(The unforgiven, 1960)

Dirección: John Huston
Guion: Ben Maddow

Reparto:
- Burt Lancaster: Ben Zachary
- Audrey Hepburn: Rachel Zachary
- Audie Murphy: Cash Zachary
- John Saxon: Johnny Portugal
- Charles Bickford: Zeb Rawlins
- Lillian Gish: Mattilda Zachary
- Albert Salmi: Charlie Rawlins
- Joseph Wiseman: Abe Kelsey
- Doug McClure: Andy Zachary

Música: Dimitri Tiomkin.
Productora: Hill-Hecht-Lancaster Production.

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’25.

“El hombre echa raíces, Cash y no me gusta que se las arranquen pieles rojas o rostros pálidos”. Ben Zachary a su hermano Cash.


A lo largo de su dilatada carrera como director, cuarenta y siete títulos rodados en otros tantos años, John Huston se acercó al universo del wéstern, aunque de forma tangencial en la mayoría de los casos, en cinco filmes. Así en 1948 dirigió “El tesoro de Sierra Madre”, adaptación del clásico escrito por Bertrand Tavern, una cinta de aventuras sobre la codicia humana con bastantes elementos de wéstern; a esta película la siguieron “Medalla roja al valor” (1951), filme bélico, basado en el no menos clásico libro de Stephen Crane, ambientado en la Guerra de Secesión que abordaba el conflicto desde una perspectiva intimista y crítica; “Vidas rebeldes”, neo wéstern sobre un grupo de individuos desnortados en busca de su lugar en un mundo en plena trasformación; “El juez de la horca”, un wéstern para mí fallido que, con grandes dosis de comedia, se apuntó a la corriente revisionista y desmitificadora pujante en los setenta; y la película que nos ocupa, sin duda su título del Oeste más ortodoxo (1); aunque, como señalaremos más adelante, su propósito, no del todo conseguido, era construir una especie de parábola sobre el racismo todavía existente en la sociedad estadounidense. En este sentido cabe recordar que el filme se rodó en 1959; es decir, a punto de iniciarse una década de grandes cambios sociales y de mentalidad en los EEUU y, por extensión, en el mundo occidental.



El wéstern, en principio, contaba con todos los elementos necesarios para haberse convertido en un gran éxito: una productora solvente, la Hill-Hecht-Lancaster Productions (2) que se había asegurado, además, la distribución de la película a través de la todopoderosa United Artist; un reparto espectacular y profesionales de reconocido prestigio como Ben Maddow, autor del libreto junto a Huston, Dimitri Tiomkin, compositor de la banda sonora, o Franz Planer, responsable de la fotografía. Sin embargo no tuvo una gran acogida y supuso, por sus problemas de índole económico, la desaparición de la productora con la que Burt Lancaster había puesto en pie proyectos del nivel de “Chantaje en Broadway” (Alexander Mackendrik, 1957), “Torpedo” (Robert Wise, 1958) y “Mesas separadas” (Delbert Mann, 1958). Tras el desastre, la estrella sólo volvería a su labor de productor resucitando para ello a su antigua compañía, la Norma Productions, con la intimista “El hombre de Alcatraz” (John Frankenheimer, 1962) y mediante la Norlan Productions de Roland Kibbee, con varios títulos caracterizados por su modestia, artística y presupuestaria, como los wésterns “Camino de la venganza” (Sidney Pollack, 1968) y “¡Que viene Valdez!” (Edwin Sherin, 1971) o el fallido thriller “El hombre de la medianoche” (1974) en el que también asumió las labores de dirección. Sin duda su mejor película como productor durante esta década sería “La venganza de Ulzana” (1972), un wéstern muy violento y realista que le reunió con su antiguo socio Harold Hecht y para el que volvió a contar con el director Robert Aldrich.



Además Huston siempre ha renegado de “Los que no perdonan”, considerándola una de sus peores películas. Sin duda en su apreciación influyeron los problemas surgidos durante el rodaje (3) con un Burt Lancaster más preocupado en la dirección y producción del filme que en sacar adelante su personaje. Conducta a la que tendríamos que añadir la actitud de Lillian Gish intentando ningunearle al recordarle constantemente con quien había trabajado a lo largo de su dilatada carrera aunque terminaría por reconocer la gran labor realizada por Huston; el accidente sufrido en un río por Audie Murphy en el que se rompió un brazo y estuvo a punto de ahogarse, por lo que se dejaron de grabar varias escenas protagonizadas por él; y, sobre todo, la caída del caballo de Audrey Hepburn, de la que siempre se culpabilizó Huston, causa no sólo del aborto de la actriz sino también de la suspensión del rodaje de la película durante varios meses por haberse roto la estrella varias vertebras. Para colmo tres miembros del equipo fallecieron en un accidente de avión. Y a todo ello, hay que sumar los constantes enfrentamientos entre el director y los productores con visiones distintas sobre el filme. Así mientras el primero pretendía desarrollar, con una mirada crítica, el conflicto racial subyacente en la historia como metáfora de la situación vivida por los EEUU durante la época del rodaje de la película, los productores perseguían un filme del Oeste más convencional y comercial para asegurarse una buena taquilla y con ese objetivo no dudaron en recortar en treinta minutos las dos horas y media del metraje original de la cinta, resintiéndose por esta decisión tanto algunos personajes clave como el de Johnny Portugal, un mestizo, originalmente concebido como contrapunto a la figura de Ben, como el mensaje del filme enfocado a la denuncia de todo tipo de fanatismos.



ARGUMENTO: Los Zachary, una familia de colonos asentados en Texas dedicados a la cría de ganado vacuno para su posterior venta en Wichita y a la doma de caballos salvajes, verán su mundo derrumbarse al hacerse público un secreto relativo al origen de uno de sus miembros.



El filme es una adaptación, al igual que “Centauros del desierto”, de una novela de Allan Le May (los dos libros han sido editados por Valdemar en su colección Frontera), compartiendo con la película de John Ford su premisa argumental desencadenante de la tragedia posterior: el rapto tras una masacre de una niña, en el caso de “Centauros del desierto”, o un bebé, en esta película, y su posterior búsqueda por parte de su familia natural. Si bien en la primera eran los indios quienes secuestraban a Debbie tras haber aniquilado a su familia y en la película de Huston son los blancos, tras acabar con todo un poblado, los que deciden llevarse a Rachel.



Asimismo presenta semejanzas notables con “Estrella de fuego” (Don Siegel), wéstern más modesto también estrenado en 1960; ya que en ambas el clan protagonista, una familia mixta, sufrirá la incomprensión y el rechazo de los que hasta ahora eran sus amigos; mostrando las dos cómo la sociedad puede ser destruida por el fanatismo y la intolerancia racial. Incluso el detonante del drama, el asesinato de uno de los personajes secundarios por parte de los indios, tiene lugar en ambas películas de forma brusca y como contraste con la secuencia anterior de tono distendido; mostrándonos en ellas a un país en el que la muerte acechaba tras un recodo del camino, al atravesar un río o detrás de una arboleda. Si bien la conclusión del filme de Siegel, negando cualquier esperanza a los protagonistas, se me antoja más realista que la de Huston aparentemente feliz gracias a esa imagen, ya vista en el inicio de la película, del vuelo de una bandada de patos como metáfora del restablecimiento de la situación existente antes de estallar la tragedia. Pero lo cierto es que el regreso al estadio anterior se ha conseguido aniquilando a los hermanos de sangre de Rachel que tan sólo reclamaban su vuelta a casa; además de haberse convertido los Zachary en un clan “impuro” repudiado por el resto de familias de colonos, con lo que el fantasma del desarraigo se cierne sobre ellos.



Además las tres películas sitúan sus respectivas historias en un territorio, el estado de Texas anexionado a los EEUU en 1845, aún sin “civilizar” y habitado por dos culturas, los indios nativos y los colonos descendientes de los emigrantes europeos, incapaces no sólo de respetarse sino de convivir en paz por lo que ambos perseguirán el exterminio del otro, del diferente a su comunidad. Los primeros apelando a la defensa de la tierra de sus antepasados invadida por los anglosajones, mientras que los segundos hacen suya la doctrina del destino manifiesto que justificaba mediante un designio divino la expansión de los EEUU desde el Atlántico hasta el Pacífico (3).

Por consiguiente las tres cintas ofrecen una visión pesimista y sombría de la llamada conquista del Oeste basada, en realidad, en un odio racial irracional alimentado tras décadas de violencia y venganzas.



Para poner en pie su proyecto, Huston contó con Ben Maddow, excepcional guionista autor del libreto del drama antirracista “Han matado a un hombre blanco” (Clarence Brown, 1949) y con el que ya había colaborado en “La jungla de asfalto” (1950), con la intención de llevar a cabo una adaptación menos conservadora de la novela de Le May, profundizar en los conflictos psicológicos de los personajes, así como humanizar y dignificar a los pieles rojas con el objeto de introducir el mensaje, ausente en la novela, sobre el odio visceral de la sociedad anglosajona hacia estos, mostrándonoslos también, al igual que los blancos, como víctimas de una época y de un territorio en los que la presencia de la muerte era perenne.



Precisamente uno de los aciertos de la película es la forma de abordar la historia por parte de Huston y Maddow. Así, durante gran parte de su metraje parecen ocultarnos la realidad existente en el territorio en donde se desarrollan los acontecimientos al presentarnos a los Zachary en un entorno idílico con su rancho situado al lado de un río y las vacas paciendo despreocupadamente encima del tejado, para a continuación mostrarnos la vida apacible de sus miembros. En este tramo de la película, de tono vitalista y alegre, se suceden las escenas costumbristas, mostrándonos el día a día de los protagonistas: Rachel recoge agua del río;, Mattilda fabrica mantequilla; ambas hornean pan en la cocina; Andy, el menor de los hermanos, manifiesta su deseo de ir a Wichita en donde hay mujeres que “te hablan de tú”; la madre toca el piano, símbolo de refinamiento, civilización y cultura; posteriormente comparten almuerzo junto a los Rawlins, familia con quien pretenden emparentar como forma de progresar económicamente; más tarde se dedican a domar caballos; y por último contemplamos como Charlie Rawlins le pide torpemente a Ben la mano de Rachel.



Pero esta visión aparentemente placentera se irá ensombreciendo con la presencia de un personaje siniestro, Abe Kelsey, conocedor de un terrible secreto existente en el seno de la familia Zachary capaz de demoler los pilares en los que se basa su existencia. Un fantasma del pasado con intención de ajustar cuentas en el presente que provocará la reacción violenta de Ben y Cash intentando darle caza mientras se desata una tormenta de arena que dota a la escena de un tono de irrealidad en consonancia con el aspecto espectral de Abe, quien viste una casaca azul, porta un sable y se presenta como “La espada del Señor. El fuego y la venganza”. 

A partir de este momento la película va adoptando un tono más duro y oscuro hasta culminar en dos de las mejores escenas del filme.



En primer lugar la del velatorio de Charlie en la que Rachel sufrirá en su persona todo el odio hacia los pieles rojas larvado durante décadas en los Rawlins; de tal forma que, rota por el dolor, Hagar, la matriarca quien la conoce desde bebé, la ha visto crecer y aceptaba de forma natural el matrimonio de ésta con su hijo, la echará de su casa “acusándola” de ser una: “¡India asquerosa. India. India kiowa. Piel roja maldita!”. En definitiva, la está condenando por ser diferente, por haber cometido “el pecado” de nacer india. 



La segunda gran escena, desarrollada por la noche a la luz de las antorchas portadas por distintos personajes, es la del frío y brutal linchamiento de Abe tras haber sido atrapado por Johnny Portugal, que culmina con la ruptura definitiva de la familia Zachary con los Rawlins al proponer Zeb desnudar a Rachel como medio para comprobar el verdadero color de su piel; pretensión a la que se opondrá contundentemente Ben.



Ambas secuencias desembocan en el violento tramo final del filme con el largo, cruento y realista asalto de los kiowas al rancho de la familia Zachary inmediatamente después de, por fin, revelar Mattilda a sus vástagos la verdadera identidad de su hija adoptada, acabando con una mentira prolongada durante años pero necesaria para la subsistencia y la aceptación de la familia en su comunidad.



En consonancia con el relato, en el que cuentan con un papel primordial la hipocresía y la falsedad, los personajes principales se se caracterizan por su complejidad psicológica e, incluso, ambigüedad moral; además de estar marcados por un pasado, derivado de un territorio hostil, pesado como una losa.



Ben, al que dio vida de forma enérgica y vitalista Burt Lancaster, tras la trágica muerte de su padre (6) se ha convertido en el cabeza de familia. Se debate entre el cariño que siente como hermana por Rachel y la atracción de naturaleza incestuosa también experimentada hacia ella; sentimiento que intentará negar aunque saldrá a relucir poniendo de manifiesto sus celos al golpear a Johnny Portugal por haber retirado un abrojo del pelo de su hermana, a la que posteriormente recriminará el haber coqueteado con el mestizo, mientras un inocente Andy exclama: “Ben es muy quisquilloso con Rachel”. Sólo al final del filme dejará aflorar sus verdaderos sentimientos dando lugar a dos escenas de un gran lirismo, aquella en la que acaricia tiernamente el rostro de Rachel mientras le susurra: “Mi pequeña, mi pequeña piel roja” y en la que, prácticamente vencidos los Zachary, abraza a sus dos hermanos y al mismo tiempo le da el primer y probablemente último beso a Rachel.



Ben tratará de proteger en todo momento a su familia, por eso no dudará en ordenar a Andy que disparé sobre un indio indefenso provocando el sangriento asalto a su rancho, actitud que choca con la imagen del héroe clásico del wéstern.



En su única incursión en el género Audrey Hepburn está perfecta como Rachel a la que dotó de una imagen a la vez de fortaleza y debilidad. El personaje, sobre el que gira toda la película, sufrirá el rechazo de sus vecinos no por lo que es sino por lo que representa, “por correr sangre impura en sus venas”; personificando los temas planteados por la película tanto sobre el desarraigo como sobre la identidad, lástima que este último se resuelva de forma precipitada (Rachel pasa en muy poco tiempo de pintarse el rostro como una kiowa a disparar sobre su hermano de sangre que tan sólo reclamaba su regreso y no mostraba actitud hostil hacia ella). Enamorada de Ben, aunque también intente disfrazar sus verdaderos sentimientos, no dudará en aceptar la proposición matrimonial de Charlie como medio de encelar a su hermano mayor.



A la veterana Llian Gish le correspondió el papel de Mattilda, la matriarca de los Zachary, una mujer dulce, delicada y culta que sin embargo, atrapada por sus propias mentiras, será capaz de ajusticiar de forma violenta a Abe para defender a su familia y evitar que un terrible secreto, tan sólo conocido por ella, salga a la luz.



El temperalmental Cash estuvo interpretado, en un papel inicialmente previsto para Tony Curtis (7), por un excelente Audie Murphy. Segundo de los vástagos de los Zachary vive atormentado por la muerte del padre, profesando un odio irracional por los pieles rojas a los que es capaz de oler. Tras conocer la verdadera identidad de su hermana abandonará a su familia aunque posteriormente protagonizará una carga suicida vital para la supervivencia de ésta.



Un excelente Joseph Wiseman asumió el rol de Abe Kelsey, inquietante personaje que se comporta como un espectro, un iluminado conocedor de un secreto capaz desmantelar el mundo hasta ese momento apacible de los Zachary. Tomado por loco, en el fondo es una víctima más del tiempo y lugar que le tocó vivir al haber perdido a un hijo raptado por los indios, desgracia de la que culpa al padre de los Zachary buscando vengarse de ellos.



Charles Bickford está perfecto como Zeb Rawlins un hombre aparentemente amigable, razonable, religioso (8) y también víctima de las guerras con los indios al haber perdido la movilidad en sus piernas; pero que, tras el asesinato de su hijo por los kiowas, sacará a relucir su fanatismo, su fiera aversión por los indios y sus prejuicios más irracionales.



Por último, John Saxon interpretó a Johnny Portugal, un mestizo, gran domador de caballos, que ha escogido vivir con los blancos aunque sufre su desprecio. Protagoniza otra gran escena de la película cuando con cuatro equinos que irá montando sucesivamente persigue a Abe hasta darle caza mientras el espectador puede deleitarse escuchando otro gran tema compuesto por Tiomkin.



Quizás “Los que no perdonan” no sea la película concebida por John Huston y tampoco suponga la denuncia contundente de los fanatismos religiosos, étnicos y familiares existentes en la sociedad norteamericana buscada también por el director; pero, a pesar de imperfecciones como la falta de continuidad entre algunas escenas motivada probablemente por los cortes sufridos, es un gran wéstern con escenas impactantes, magistralmente rodadas y difícilmente olvidables.


(1) Huston llegó a afirmar que cuando dirigiera un wésten respetaría todas sus reglas al ser un género con un estilo propio muy pronunciado.

(2) Con anterioridad a la incorporación de James Hill a la productora Harold Hecht y Burt Lancaster produjeron, mediante la Hecht-Lancaster, filmes del nivel de “Apache” y “Veracruz”, ambas dirigidas por Robert Aldrich en 1954, o “Marty” (Delbert Mann, 1955), película por la que Ernest Borgnine obtuvo el Oscar al mejor actor principal. 

(3) Las dificultades surgidas en los rodajes de filmes dirigidos por John Huston son tan legendarias como su persona. Como ejemplos se pueden citar, entre otros, los correspondientes a “La reina de África” (1951), “El bárbaro y la geisha” (1958) o “Vidas rebeldes” (1961). Así, en la primera de las películas todo el equipo enfermó de disentería salvo Humphrey Bogart y el propio Huston que tan sólo bebieron güisqui durante su rodaje, de hecho el actor llegó a afirmar que el director era la única persona conocida que podía beber más alcohol en una tarde que él. Mientras que en “El bárbaro y la geisha” desde el inicio John Wayne se enfrentó a Huston al tener una visión distinta del filme, permitiendo los productores a la estrella remontar el filme y rodar nuevas escena, de tal forma que el director intentó, de manera infructuosa, que no apareciera su nombre en los títulos de créditos. Por último, en “Vidas rebeldes” sufrió a un autodestructivo Monty Clift, con graves problemas de adicción al alcohol y a las drogas y a una depresiva Marilyn, cuyo matrimonio estaba a punto de romperse, con tendencia al abuso de los barbitúricos que solía llegar tarde al set de rodaje e, incluso, estuvo ingresada en un hospital en pleno rodaje durante varias semanas.

(4) La novela fue inicialmente publicada en el Saturday Evening Post como un serial compuesto de seis entregas desde marzo a abril de 1957  con el título provisional de “Kiowa moon”, de hecho en los títulos de crédito hay un plano alusivo a ese título en el que se enfoca una luna llena.

(5) La doctrina del destino manifiesto, muy arraigada en el pensamiento puritano, fue enunciada a principios del siglo XVII por el pastor John Cotton al sostener que: “Ninguna nación tiene el derecho de expulsar a otra, si no es por un designio especial del cielo como el que tuvieron los israelitas, a menos que los nativos obraran injustamente con ella. En este caso tendrán derecho a librar, legalmente, una guerra con ellos y a someterlos”. Y a lo largo del siglo XIX fue desarrollada por varios autores para justificar en la voluntad de Dios la denominada conquista del Oeste y el genocidio perpetrado contra los primigenios habitantes de Norteamérica.

(6) Es muy significativo el epitafio que figura en su tumba, “Murió en defensa de su familia y el ganado”, visto en el inicio de la película; ya que la historia se repetirá y los Zachary estarán obligados a defender su rancho y a su familia con riesgo de perder sus vidas. 

(7) Burt Lancaster trabajó con Tony Curtis en “Trapecio” (Carol Reed, 1956) y “Chantaje en Broadway” (Alexander MacKendrick, 1957), siendo su entendimiento total por lo que fue la primera opción de los productores para interpretar a Cash aunque problemas de agenda impidieron su participación en el filme.

(8) La presencia de la religión es constante en el filme con continuas citas de los Libros Sagrados, mientras que Zeb, tras la muerte de su hijo, se refugiará en la Biblia y más tarde se la ofrecerá a Abe antes de ser linchado.

jueves, 21 de febrero de 2019

ATAQUE AL CARRO BLINDADO

(The war wagon, 1967)

Dirección: Burt Kennedy
Guion: Clair Huffaker

Reparto:
- John Wayne: Taw Jackson
- Kirk DouglasLomax
- Howard KeelLevi Walking Bear
- Robert Walker Jr.Billy Hyat
- Keenan WynnWes Fletcher
- Bruce CabotPierce
- Joanna BarnesLola
- Bruce DernHamond
- Gene EvansDeputy Hoag

Música: Dimitri Tiomkin
Productora: Batjac Productions, Universal Pictures, Marvin Schwartz

Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

El mío ha caído primero”. “Pero el mío era más alto”. Conversación entre Lomax y Taw Jackson tras haber acabado con dos de los esbirros de Pearce.


El coste de “El Alamo” (1960) se disparó obligando a John Wayne, productor del filme a través de su compañía la Batjac, a hipotecar todos sus bienes y después, al no haberse obtenido inicialmente el rendimiento económico previsto aunque finalmente fuera un wéstern muy rentable, a vender los derechos de la película a la United Artits, compañía distribuidora del filme. Prácticamente arruinada, la estrella tuvo que aparcar su labor de productor y dedicarse exclusivamente a interpretar películas a un ritmo frenético. Así, tan sólo en 1962 protagonizó “¡Hatari!”, modélica cinta de aventuras africanas rodada por Howard Hawks en su tercera colaboración con Wayne, y “El hombre que mató a Liberty Valance”, cumbre creativa de John Ford; y, además, realizó dos apariciones estelares en “La conquista del Oeste” y “El día más largo”, que le proporcionaron pingües beneficios.


Recuperado económicamente, en 1963 resucitó la Batjac con “El gran MacLintock” (Andrew Victor McLaglen) y en 1966 se asoció con la Brynna de Kirk Douglas (1) para producir “La sombra de un gigante” (Melville Shavelson), biopic del coronel David Marcus protagonizado por Douglas en el que se reservó un pequeño papel.


El entendimiento entre ambas estrellas fue total por lo que Wayne volvería a contar con Douglas para su siguiente proyecto “Ataque al carro blindado” una película del Oeste basada en la novela “Badman” escrita por Clair Huffaker, habitual autor wéstern (2), cuyos derechos había comprado hacía tiempo.


Al igual que con “El gran MacLintock” el veterano actor no quiso correr excesivos riesgos y se rodeó de colaboradores de su más absoluta confianza como el operador William H. Clothier, su director de fotografía favorito, o el mítico Dimitri Tiomkin, autor de la partitura de “El Alamo”, que compuso una banda sonora con sus característicos temas incidentales y una canción muy pegadiza, “La balada del carro blindado”, interpretada por Ed Ames que se escucha acompañando a los títulos de crédito mientras vemos al carro blindado y consigue predisponer al aficionado a favor del filme. Además confió la dirección al otrora gran guionista Burt Kennedy (3), un cineasta fiable y fácilmente manejable para John Wayne. De hecho Kirk Douglas ha señalado reiteradamente que Wayne constantemente daba instrucciones a Kennedy sobre cómo rodar determinadas secuencias e, incluso, llegó a filmar alguna escena.


ARGUMENTO: Una vez cumplida su condena de tres años en prisión, Taw Jackson decide vengarse del hombre que le acusó injustamente y se adueñó de su rancho en el que se había encontrado oro. Para llevar a cabo su plan, consistente en robar un carro que transportará próximamente 500.000 dólares, contratará a un grupo heterogéneo de individuos.



Pocas estrellas como Wayne sabían lo que el público esperaba de una película protagonizada por él, por eso concibió “Ataque al carro blindado” como un filme que reivindicaba los valores de las películas del Oeste clásicas cuando este, a finales de la década de los sesenta, comenzaba a dar muestras de su decadencia frente a la proliferación de los wésterns crepusculares, revisionistas e, incluso, los realizados en Europa, de creciente éxito, caracterizados por su excesiva violencia y por una visión más crítica y realista de los EEUU en el siglo XIX.


De hecho la premisa argumental del filme, un individuo que pretende recuperar la fortuna arrebatada por el ambicioso cacique del lugar, recuerda a “Los cuatro hijos de Katie Elder”; mientras que su estructura, con un grupo de amigos que deben mantenerse unidos para enfrentarse y vencer a un enemigo en común que le supera en número, remite a Howard Hawks. Incluso como en los wésterns del “viejo zorro plateado” el filme cuenta con un tono desenfadado; estando el humor muy presente durante toda la cinta. En este sentido destacan los diálogos cargados de ironía, sobre todo los correspondientes a Taw, Lomax y el indio Levi Walking Bear.


Sin embargo la originalidad del filme radica en trasladar al Lejano Oeste una trama propia de los thrillers y más concretamente del subgénero atraco perfecto, en los que la elaborada planificación y ejecución del robo, en esta ocasión brillantemente rodado, constituyen el núcleo de dichos filmes. En este, además, destacan igualmente, junto con la extraordinaria y larga secuencia del robo, la magnífica pelea, perfectamente coreografiada, que tiene lugar en el saloon con, de nuevo, elementos humorísticos y las escenas que ahondan en la relación de los dos socios principales (Taw y Lomax), sobre todo durante la primera media hora de la cinta; anticipándose en este aspecto a las denominadas buddy movies o películas de colegas de moda en los años ochenta.


Pero sin duda, la mejor baza de la cinta radica en el carisma del dúo protagonista. Un pletórico John Wayne y un atlético Kirk Douglas que se muestran muy cómodos en sus respectivos papeles como Taw Jackson y Lomax, un pistolero mujeriego contratado para matar a Taw que este convertirá en su socio por su rapidez con el revólver y su habilidad para abrir cajas fuertes.

Además de Lomax, Taw contará con un grupo variopinto de inadaptados:


Levi Walking Bear, un pintoresco indio interpretado por Howard Keel que intenta adaptarse sin éxito al mundo de los blancos. De hecho le comentará a Taw: “Sí, he aprendido a vivir en el mundo del hombre blanco. A hacer lo que el hace. A coger lo que se puede cuando se puede”. Su colaboración será fundamental ya que es el encargado de negociar el apoyo al robo con la tribu de los kiowas.


Billy Hyat al que da vida Robert Walker Jr. (hijo del prematuramente malogrado y gran actor Robert Walker), un joven alcoholizado experto en explosivos.


Wes Fletcher encarnado por Keenan Wynn, un individuo irascible y paranóico infiltrado en la banda de Pierce. Está casado con una mujer más joven, comprada a sus padres por 20 dólares y un caballo, por la que se sentirá atraído Billy, provocando este hecho fricciones en el grupo.


Con estos personajes protagonizando la trama del robo, el tándem Kennedy-Huffaker construye una cinta agradable de ritmo trepidante y caracterizada por su jovialidad, dinamismo, vitalidad y ligereza (aunque se alude a la injusta situación de los indios; el propio carro blindado remita a un mundo incipiente en el que los pistoleros no tendrán cabida y de hecho el robo se pueda entender como un enfrentamiento entre clasicismo y modernidad; o el final tenga un carácter moralizante con homenaje incluido a “El tesoro de Sierra Madre”-John Huston, 1948-).


“Ataque al carro blindado”, es, por tanto, un filme honrado, técnicamente bien hecho y que no defrauda al proporcionarnos lo que nos ofrece: cien minutos de plena diversión, hecho que siempre es de agradecer.


(1) La primera película en la que intervinieron ambos fue el drama bélico dirigido por Otto Preminger en 1965 “Primera victoria” y, a pesar de sus conocidas diferencias políticas y sus fuertes personalidades, se entendieron perfectamente.

(2) Clair Huffaker es autor, entre otras, de las novelas en las que se basaron “El precio por la libertad” (Harry Keller, 1960), “Estrella de fuego” (Don Siegel, 1960), “Justicieros del infierno” (Herbe Coleman, 1961), “Río Conchos” (Gordon Douglas, 1964) o “La quebrada del diablo” (Burt Kennedy, 1971), de cuyas adaptaciones al cine también se ocupó. Además de escribir los libretos originales de “Los comancheros” (Michael Curtiz, 1961) o “Los 100 rifles” (Tom Gries, 1969).

(3) Burt Kennedy era un profesional bien conocido por John Wayne ya que fue el responsable de los guiones de tres películas producidas por la Batjac en la década de los cincuenta: “Tras la pista de los asesinos”, wéstern dirigido por Budd Boetticher con el que se inició el ciclo Ranown; “Matar a un hombre”, debut como director de Andrew Victor McLaglen; y “Man in the vault”, un thriller igualmente filmado por McLaglen.