(Four faces West, 1948)
Dirección: Alfred E. Green.
Guion: C. Graham Baker, Teddi Sherman, William y Milarde Brent.
Reparto:
- Joel McCrea: Ross McEwen
- Frances Dee: Fay Hollister
- Charles Bickford: Pat Garrett
- Joseph Calleia: Monte Marquez
- William Conrad: Sheriff Egan
- Martin Garralaga: Florencio
- Raymond Largay: Doctor Eldredge
- John Parrish: Frenger-Banker
Música: Paul Sawtell
Productora: Enterprise Productions, Harry Sherman Productions
Por Jesús Cendón. NOTA: 7,75
“Ross McEwen, un buen hombre, pasó por aquí”. Monte Marquez a Fay Hollister delante de El Morro.
Si 1939, como he comentado en otras reseñas, fue fundamental en la evolución del wéstern y lo elevó al nivel de otros géneros, 1948 fue un año crucial en su consolidación y el más importante desde el punto de vista cualitativo de esa década al estrenarse sucesivamente en ese año “El tesoro de Sierra Madre” (John Huston) excelente adaptación de la novela escrita por Bertrand Travern donde se daban la mano el wéstern y el género de aventuras; la obra maestra de John Ford “Fort Apache” inicio de su afamada Trilogía de la caballería; la subvalorada “Río de Plata” (Raoul Walsh), en realidad un melodrama travestido en wéstern que cuenta con uno de los comienzos más trepidantes y vigorosos de la filmografía de Walsh; la monumental “Río Rojo” (Howard Hawks), con la que Wayne se convirtió definitivamente en una estrella; “Tres padrinos” (John Ford), una de las películas favoritas de su director con marcadas connotaciones ético-religiosas; y la tan modélica como claustrofóbica “Cielo Amarillo” (William A. Wellman). Por lo que no es de extrañar que, pese a su calidad y originalidad, una producción más modesta y sin grandes estrellas como “Cuatro caras del Oeste” pasara en ese momento desapercibida para el público, a pesar de haber disfrutado de críticas muy favorables, y constituyera un fracaso de taquilla al no recuperarse el dinero invertido (algo más de un millón de dólares).
La película, al igual que la anterior “La mujer de fuego” (André de Toth, 1947), fue fruto de la colaboración del productor independiente Harry Sherman conocido sobre todo por su ciclo de filmes protagonizados por Hopalong Cassidy, un popular personaje del Oeste creado por Clarence Mulford al que dio vida William Boyd durante veinte años, y la compañía independiente Enterprise Productions creada en 1946 por el actor John Garfield junto a David L. Loew y Charles Enfield; y tuvo, también, como protagonista al especialista en wésterns de serie b Joel McCrea, quien se había comprometido a rodar tres filmes con la Enterprise. Promesa incumplida debido al cierre prematuro de la productora (1).
Además, ambos filmes contaron con el mismo director de fotografía, Russell Harlan (2), y las novelas en las que se basan fueron adaptadas, entre otros, por C. Graham Baker, coautor igualmente del guion de “El jugador” (Allan Dwan, 1955) junto a la también participante en este filme Teddi Sherman.
Pero mientras que Luke Short, autor del relato en el que se basó “La mujer de fuego”, parece centrarse en los aspectos más negativos de la condición humana como la ambición, la traición, el abuso de poder o la capacidad de manipulación; Eugene Manlove Rhodes en “Pasó por aquí”, novela corta adaptada en la película objeto de esta reseña, llevó a cabo un sentido homenaje a todos aquellos seres anónimos que no sólo contribuyeron decisivamente a la civilización de un territorio agreste, hostil e inhóspito, sino que con su bonhomía, generosidad y sensibilidad lo hicieron más humano.
SINOPSIS: Tras atracar el banco de Santa Mónica y dejar un recibo firmado con el seudónimo de Jefferson Davis (3) comprometiéndose a devolver los 2.000 dólares robados, Ross McEwen será objeto de una implacable persecución por un grupo de individuos cuyas motivaciones distan de hacer justicia
Creo que los adjetivos que mejor definen a este wéstern son insólito, atípico y original. Un filme del oeste sin tiroteos ni peleas, sin muertes, en el que el héroe es el delincuente y los malhechores los individuos que lo persiguen y las balas no se utilizan para matar sino para salvar vidas. Un filme, en definitiva, que subvierte el género.
Así la película, gracias a un inteligente guion, toma partido desde el principio por el atracador frente a sus perseguidores, seres en los que prima su sentimiento de venganza, el beneficio económico y/o su querencia por la violencia frente a la idea de hacer cumplir la ley, como prueba el hecho de que el director del banco ofrezca una recompensa de mayor importe que el dinero “tomado prestado” por Ross; intentando demostrar, como posteriormente señalará un personaje, que es más productivo cazar a un hombre que robar un banco. Mientras que Pat Garret, presentado como “el representante de la fuerza de la ley y de la justicia”, se muestra desde el principio plenamente consciente de la verdadera motivación de sus ayudantes y les advertirá en su oficina que si traen a McEwen muerto no quiere ver un balazo en su espalda.
Por otra parte, no es descabellado establecer similitudes entre esta película y otro wéstern rodado en 1948, la entrañable y anteriormente citada “Tres padrinos” (4); ya que ambas películas cuentan con un esqueleto argumental muy similar: tras robar un banco, los delincuentes vivirán una odisea tanto física, al ser perseguidos tenazmente por los hombres de la ley, como moral, al sacrificar su libertad, y sus vidas en la película de Ford, para evitar la muerte de otros seres humanos.
Así pues, como en “Tres padrinos”, “Cuatro caras del Oeste” se inicia con un robo a un banco, pero en esta ocasión muy peculiar puesto que el atracador actuará de forma sosegada, reposada e incluso educada, no utilizará la violencia, dejará un recibo en el que se compromete a devolver el dinero y con la misma tranquilidad se alejará del pueblo delante mismo de Pat Garrett mientras estaba dando un discurso.
Inicialmente huirá a caballo para tomar, posteriormente, un tren en el que conocerá a los que serán sus dos grandes apoyos a lo largo de la película. La enfermera, procedente del Este, Fay Hollister que le curará la mordedura de una serpiente y con la que iniciará un romance por el que decidirá apearse en Álamo Gordo; y un enigmático, astuto y humanista mejicano apellidado Márquez.
Esta parte de la película permite al director introducir algunos acertados gags protagonizados por un mocoso entrometido, quien comenzará a sospechar la verdadera identidad de McEwan.
Sin embargo, tras un breve período de tiempo de estancia en Álamo Gordo en el que parecía encauzar y estabilizar su vida, Ross debe volver a huir ante la enconada persecución sufrida por parte de Garret; acompañándole inicialmente Fay, que intentará convencer a Ross para que se entregue y vuelva a ser el hombre que siempre había sido.
La película, con los desdichados amantes acosados por “las fuerzas de orden”, adopta un tono sombrío en este tramo, extendiéndose un halo de pesimismo que, junto con la utilización acertada de las panorámicas, convierte al film de Alfred E. Green en un antecedente claro de la obra maestra de Raoul Walsh “Juntos hasta la muerte”; rodada un año después y también protagonizada por Joel McCrea, en esa ocasión junto a Virginia Mayo.
Esta parte culmina con una escena de tono marcadamente surrealista y bellamente fotografiada por Russell Harlan, donde vemos a Ross a travesar unas dunas a lomos de un toro previamente domado por él. Una secuencia en la que, gracias a su pericia como caballista, Joel McCrea no fue doblado.
Pero, sin duda, es el tramo final el que eleva el nivel de la cinta, dotándola de una hondura y profundidad poco habitual en este tipo de wésterns modestos en sus pretensiones.
Ross llega a un rancho y se enfrenta a una encrucijada moral cuya resolución marcará decisivamente su futuro; ya que deberá escoger entre comprar un caballo y seguir su camino hacia Méjico evitando la cárcel, o prestar su auxilio a los miembros de la familia enfermos de difteria y afrontar su captura o, quizás, su muerte.
Nuestro antihéroe será fiel a sí mismo y a sus principios al decidir permanecer en el rancho cuidando a los enfermos con los escasos medios a su alcance: el petróleo de las lámparas y el fósforo de sus balas, por lo que al utilizar todos los cartuchos quedará inerme ante un posible enfrentamiento con Pat Garret y sus hombres.
Incluso encenderá una gran fogata para alertar sobre la situación vivida en el rancho lo que supone su condena definitiva. De esta forma, culmina su peculiar proceso de redención al aceptar su sacrificio para salvar cuatro vidas con su desinteresada y altruista actitud.
Las cuatro caras del Oeste, desafortunado título traducido del original frente al más adecuado de la novela, hace referencia a los personajes principales cuyos caminos se cruzan y sobre los que gira el drama.
- Ross McEwan, un honrado cowboy impelido por las circunstancias, evitar la pérdida del rancho de su padre, a cometer un robo que entiende como un préstamo puesto que desde el primer momento mostrará su intención de devolver el dinero; de hecho, firmará un recibo bajo el nombre de Jefferson Davis comprometiéndose a reintegrar el importe sustraído. Incluso, devolverá parte nada más llegar a Álamo Gordo.
Papel interpretado por Joel McCrea, una de las presencias más recurrentes del wéstern durante más de veinte años. El actor se muestra muy cómodo con un tipo de personaje, caracterizado por su bonhomía, habitual en su dilatada carrera gracias a su mirada limpia y su semblante que transmitía honestidad e integridad.
- Fay Hollister, una enfermera procedente del Este simboliza la civilización, la cultura y la educación frente a un Oeste caracterizado, a pesar de haber llegado el progreso material representado en el tren o el telégrafo, por la barbarie y la crueldad. De hecho, llega a comentar al enterarse del dinero ofrecido por la captura de Ross: “¿Vivo o muerto? ¿Pero qué leyes tienen ustedes por aquí? Se trata de un robo de 2.000 dólares. Se debe castigar al que comete un delito, pero no matarlo”.
En todo momento mostrará su carácter firme, su sentido del honor y se convertirá, a lo largo del filme, en la conciencia de Ross.
Fue interpretada, en una de sus escasas apariciones en la gran pantalla, por Frances Dee, esposa en la vida real de Joel McCrea, lo que redunda en la excelente química mostrada por ambos actores en las escenas compartidas.
- Pat Garret (5), personaje histórico y uno de los grandes mitos de la conquista del Oeste, al que dio vida Charles Bickford, excelente actor de carácter especializado en personajes duros y sombríos.
El filme nos lo muestra en la cima de su fama, tras haber acabado con Billy el Niño, como un estricto, frío y riguroso hombre de orden dedicado en cuerpo y alma al cumplimiento de la ley. Tan sólo al final y tras conocer la verdadera naturaleza de Ross comprenderá que, para impartir realmente justicia, la ley debe aplicarse atendiendo a las circunstancias que llevaron a delinquir a un hombre.
- Monte Márquez, encarnado por un magnético Joseph Calleia. El actor nacido en Malta, en uno de sus habituales personajes étnicos, representa el papel fundamental de la población hispana en la conquista y civilización de buena parte de los actuales Estados Unidos.
Gran observador y propietario del saloon de Álamo Gordo, se dará cuenta casi desde el primer momento de la verdadera identidad de Ross y, junto a Fay, será su gran apoyo al sospechar desde el principio que ha sido una razón muy poderosa la que lo ha llevado por el camino de la delincuencia.
Monte se convertirá en una especie de ángel de la guarda del protagonista: le ayudará a subir al tren para eludir a sus perseguidores, evitará que sea descubierto en varias ocasiones o mediará decisivamente para proporcionarle su primer trabajo en Álamo Gordo como capataz de un rancho.
“Cuatro caras del Oeste” es un wéstern diferente, entrañable, de carácter familiar, en el que se aprecia una profesión de fe en el ser humano y en su bondad intrínseca. Otra muestra del excelente nivel alcanzado por este género en su época de esplendor que, desgraciadamente, ha caído en el olvido.
(1) Tras enfrentarse a la Warner Brothers, John Garfield decidió fundar su propia compañía para controlar la producción de sus películas y potenciar la carrera tanto de cineastas con problemas en Hollywood por su posicionamiento ideológico (Robert Rossen, Abraham Polonsky o Lewis Milestone); como de directores europeos obligados a exiliarse a los EEUU por el conflicto europeo (Max Ophüls, André De Toth). Pero la persecución política a la que se vio sometido el propio Garfield precipitó su cierre en 1949.
Durante sus escasos tres años de vida la Enterprise produjo filmes del nivel de “Cuerpo y alma” (Robert Rossen, 1947), protagonizada por Garfield, la mencionada “La mujer de fuego” (André de Toth, 1947), “Arco de triunfo” (Lewis Milestone, 1948), “La fuerza del mal” (Abraham Polonsky, 1948), en la que también intervino Garfield, la película objeto de esta reseña o “Atrapados” (Max Ophüls, 1949).
(2) Russell Harlan comenzó su carrera en la década de los treinta, participando en filmes de bajo coste, hasta convertirse en uno de los directores de fotografía más fiables del Hollywood clásico y el preferido por Howard Hawks. Harlan nunca obtuvo el preciado Oscar aunque fue nominado en seis ocasiones, entre otras, por “Río Rojo” (Howard Hawks, 1948), “Semilla de maldad” (Richard Brooks, 1955) y, doblemente, en 1962 por “Matar a un ruiseñor” (Robert Mulligan) y “Hatari!” (Howard Hawks).
(3) Jefferson Davies fue el único presidente que tuvo la Confederación durante la Guerra de Secesión.
(4) Recientemente se ha editado por Hatari! Books S. L. en un formato lujoso la novela corta “Los tres padrinos”, escrita por Peter B. Kiney y llevada a la pantalla en seis ocasiones, dos de ellas por un entusiasta John Ford.
(5) El mítico sheriff Pat Garret ha aparecido en numerosos wésterns. Así, además de con el rostro de Charles Bickford, se le puede reconocer bajo los de Thomas Mitchell en “El forajido” (Howard Hughes”, 1943) filme que convirtió a Jane Russell en un mito erótico; Frank Wilcox en la decepcionante “Billy el Niño” (David Miller, 1950) con un inadecuado, por su edad, Robert Taylor como William Bonney; John Denner en la desmitificadora “El Zurdo” (Arthur Penn, 1958) protagonizada por un desubicado Paul Newman; Fausto Tozzi en el eurowéstern “El hombre que mató a Billy el Niño” (Julio Buchs, 1967); Glenn Corbert en “Chisum” (Andrew Victor McLaglen, 1970) típico wéstern de la última etapa de la carrera de John Wayne; James Coburn en la excelente, bella, agónica y desmitificadora “Pat Garret y Billy the Kid” (Sam Peckinpah, 1973); o Patrick Wayne en la innecesaria “Arma joven” (Christopher Cain, 1988) con un inaguantable y repelente Emilio Estévez en el papel del forajido.