NOSOTROS

Mostrando entradas con la etiqueta Hugo Fregonese. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Hugo Fregonese. Mostrar todas las entradas

jueves, 26 de octubre de 2017

FUGITIVOS REBELDES

(The raid, 1954)

Dirección: Hugo Fregonese
Guion: Sidney Boehm

Reparto:
- Van Heflin: Mayor Neal Benton
- Anne Bancroft: Katy Bishop
- Richard Boone: Capitán Lionel Foster
- Lee Marvin: Teniente Keating
- Peter Graves: Capitán Frank Dwyer
- Tommy Rettig: Larry Bishop
- James Best: Teniente Robinson
- Claude Akins: Teniente Ramsey

Música: Roy Web
Productora: Panoramic Production (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

“En estas tierras las raíces se arrancan fácilmente. Pregunte a sus soldados. Lo han estado demostrando: Atlanta, Chatannoga, ahora Savannah” (El mayor Benton a Kathy Bishop sobre las atrocidades cometidas por el ejército de la Unión en los Estados del Sur).

ARGUMENTO: Tras huir de una prisión nordista cercana al Canadá, al mayor Neal Benton se le encargará la misión de infiltrarse con sus hombres en la ciudad de St. Albans con el objeto de robar el dinero de sus bancos y destruir sus principales edificios civiles.



Segundo western de Hugo Fregonese, director argentino afincado en los EEUU, reseñado en este blog tras su atractivo “Tambores apaches” (1951), con el que presenta dos elementos en común.



Por una parte a pesar de ser un western y partir de los códigos de este género, nos encontramos con una propuesta que pretende superarlo y establecer variaciones sobre el mismo tomando elementos de otros géneros. Así la introducción, con la fuga de los presos, remite necesariamente a filmes bélicos sobre campos de concentración (las semejanzas con la canónica “La gran evasión” dirigida por John Sturges en 1963 son evidentes). Mientras que la parte central responde a los thrillers sobre atracos perfectos narrados desde el punto de vista de los criminales; con la diferencia de que, en este caso, se sustituyen a los gánsteres por soldados sudistas y la acción se ubica en las postrimerías de la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865). De hecho la película está basada en un acontecimiento real, la toma de San Albans (Vermont) por un grupo de sudistas como respuesta a los sucesivos saqueos sobre Atlanta, Chattanooga y Savannah llevados a cabo por las tropas del general Sherman.



En segundo lugar la carga moral de la película, puesto que se aparta de las visiones épicas y heroicas propias de este género gracias a un extraordinario guion de Sidney Boehm (“Los sobornados”, “Sábado trágico”, “Los implacables”) que acentúa el carácter dramático y simbólico de la historia presentándonos unos hechos en los que no tiene cabida la gloria y a unos individuos ambiguos y humanizados, alejados de los personajes arquetípicos de esta clase de productos, cuya forma de actuar viene determinada por la barbarie vivida ; al mismo tiempo que no toma partido por ninguno de los dos bandos, en realidad hermanados en el dolor, al mostrarnos cómo la destrucción y el odio tan sólo genera más sufrimiento, desgracia y aversión.




Para acentuar el drama, los principales personajes, brillantemente interpretados por un elenco de grandes actores aunque ninguno con la categoría de estrella, aparecen como individuos profundamente heridos por el conflicto. El mayor Benton (Van Heflin) ha visto reducidas a cenizas su casa y su plantación de más de cuarenta acres. Benton se nos revela como un militar que se debatirá entre su deber y sus sentimientos, siendo consciente de que el cumplimiento de su misión le impedirá la posibilidad de rehacer su vida junto a la viuda Bishop. A esta, interpretada por Anne Bancroft, la guerra le ha arrebatado a su marido por lo que debe ocuparse ella sola de un niño de corta edad que pretende encontrar en el mayor sudista al imposible sustituto de su padre fallecido. Respecto a la situación de Kathy es muy significativa la primera conversación que mantiene con Benton en la que responde, tras la afirmación de aquel en el sentido de que esperaba encontrar a alguien más maduro, que su viudedad es “producto de la guerra”. Quizás sea la relación que se establece entre ambos uno de los aspectos menos logrados y desarrollados del filme. El capitán Foster (Richard Boone) es un militar torturado por su comportamiento en el pasado y amargado al haber quedado encargado del reclutamiento de futuros combatientes; es el único personaje con una evolución favorable al recuperar al final la dignidad perdida. El capitán Dwyer (Peter Graves) que en la contienda no sólo ha perdido su hacienda sino también a su mujer. Y el teniente Keating (Lee Marvin) un desequilibrado para el que la guerra supone la oportunidad de canalizar tanto su actitud violenta como su rencor.



El resultado es un western duro, desesperanzado, amargo e, incluso, por momentos nihilista, en el que se da una visión desoladora de la Guerra de Secesión, y por extensión de cualquier conflicto bélico, sin vencedores ni vencidos ya que todos los contendientes, por el hecho de serlo, se convierten en perdedores; y en el que se hace hincapié tanto en el sufrimiento de la población civil como en la manipulación que sufre esta por parte de las autoridades (En este sentido hay que destacar la escena del sermón en la iglesia con un sacerdote haciendo un retrato deshumanizado de los sudistas, hecho que contrasta con los vínculos establecidos por el Mayor Neal Benton, presente en el templo, con gran parte de la población).



Así son constantes las escenas y los mensajes más o menos directos con los que el dúo Fregones-Boehm nos muestran la crudeza y el drama del conflicto armado. Desde la introducción en el que los fugados abandonan a un compañero herido que morirá acribillado a balazos, pasando por el plano en el que se enfoca a un soldado yanqui sin una pierna, la actividad del comerciante por el que se hace pasar el mayor Benton (símbolo de los individuos carentes de escrúpulos que buscan en la guerra enriquecerse a costa de las penurias de la población al comerciar tanto con el Norte como con el Sur) o la referencia a una granja abandonada tras haber muerto todos los hijos de los dueños en Gettysburg; hasta la escena final en la que los soldados rebeldes, tras haber arrasado St. Albans, utilizan a la población de la ciudad como escudo ante la inminente llegada de la caballería nordista.



En definitiva, un filme muy atractivo, de escaso presupuesto y claro antecedente, respecto a su posicionamiento en relación con la contienda bélica, de la superior “Misión de audaces” (John Ford, 1959), recientemente reseñada en este blog, que merece ser rescatado de entre los numerosos westerns de serie b filmados durante la década de los cincuenta.




miércoles, 3 de mayo de 2017

TAMBORES APACHES

(Apache drums - 1951)

Dirección: Hugo Fregonese
Guion: David Chandler

Reparto:
- Stephen McNally: Sam Leeds
- Coleen Gray: Sally
- Willard Parker: Joe Madden
- Arthur Shields: Reverendo Griffin
- James Griffith: Teniente Glidden

Música: Hans J. Salter.
Productora: Universal International Pictures
País: Estados Unidos


Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“Hay quienes siembran. Quienes trabajan por lo que quieren. Yo sólo recojo. Es mi obligación” (Conversación de Sam, un jugador, con Sally).


Última película y única filmada en color del mítico productor prematuramente desaparecido Val Lewton, recordado por sus indispensables filmes de terror realizados durante la década anterior: “La mujer pantera” (Jacques Tourneaur, 1942), “La séptima víctima” (Mark Robson, 1943) o “El ladrón de cuerpos” (Robert Wise, 1945). En esta ocasión formó tándem con Hugo Fregonese, director de origen argentino ubicado a principios de la década de los cincuenta en Hollywood, en donde rodó algunas westerns interesantes como “Denbow” (1952), “Soplo Salvaje” (1953) o “Fugitivos rebeldes” (1954); para continuar su trayectoria dirigiendo coproducciones en Europa y terminar regresando a su Argentina natal.


ARGUMENTO: La ciudad minera de Spanish Boot sufrirá el ataque de los apaches. Sam Leeds, un jugador expulsado de la urbe tras haber disparado contra dos ciudadanos, se convertirá en el inesperado líder de la resistencia contra los pieles rojas.


La película se enmarca dentro de lo que se denominó serie B, es decir producciones modestas, de duración escasa (en este caso apenas 75 minutos), sin grandes estrellas y destinadas a rellenar las sesiones dobles en las salas. Pero esto no supone que no constituyesen propuestas ambiciosas, dentro de sus limitaciones, tanto desde el punto de vista estético como temático. Y buena prueba de ello es este filme, que presenta ciertos aspectos muy interesantes.


En primer lugar la visión del Oeste, que se desmarca de la imagen generalmente idílica de los wésterns de esta época gracias, sobre todo, a tres personajes:


- El protagonista, Sam Leeds, un jugador alejado del prototipo de héroe clásico. Aquí se nos presenta como un hombre pendenciero, tendente a transgredir las leyes y al que no le importa poner en peligro a los ciudadanos con la excusa de la escasez del agua, cuando en realidad su decisión también se debe a su vanidad y tiene por objeto poner en evidencia al alcalde con el que está enfrentado por el amor de una mujer. Pero al mismo tiempo es un hombre franco, honesto y el único que no mantiene una actitud xenófoba respecto a los indios. La elección del actor para interpretarlo fue muy afortunada, ya que Stephen McNally estaba especializado en villanos y sabe aportar a su personaje la ambigüedad que requería.


- El alcalde, interpretado por Willard Parker, un hombre honrado y valiente, realmente preocupado por su comunidad a la que intenta proteger, como lo demuestra al final. Pero al mismo tiempo demasiado estricto con el cumplimiento de la ley, por lo que su rectitud se convertirá en un defecto. Así expulsará a las prostitutas de la ciudad provocando su aniquilación por los indios y se mostrará inflexible con Sam, quizás por la rivalidad anteriormente citada.


- El reverendo Griffith, al que dio vida el fordiano Arthur Shields, un individuo ambiguo y cargado de prejuicios. Junto con el alcalde será el causante de la expulsión de las prostitutas y mostrará constantemente su racismo y odio desmesurado hacia los indios, incluido el explorador del ejército; aunque también será capaz de jugarse la vida para proteger la de los colonos o de, al final, rezar junto al citado explorador; reconociendo, de esta forma, su error.


Igualmente, y a pesar de que los apaches carecen de cualquier tipo de tratamiento y parecen una fuerza de la naturaleza más que personajes, la película en su prólogo expone las causas por las que los indios se han levantado en pie de guerra al estar su territorio dividido entre dos estados, hecho que origina escasez y hambre. Así el salvajismo de los apaches aparece como la respuesta natural frente a la intolerancia del hombre blanco. Planteamiento bastante progresista teniendo en cuenta el año de producción de la película.


Si desde el punto de vista de su contenido la película es muy sugerente, no lo es menos estéticamente. Desde el primer plano que recuerda obligatoriamente al inicio de “Centauros del desierto”, al situar Fregonese la cámara en el interior de una estancia totalmente oscura y enfocar el exterior a través de la puerta; pasando por la estupenda presentación del protagonista con el objeto de acrecentar su ambigüedad moral o el sabio manejo de la cámara del director tanto en interiores como en exteriores; hasta llegar al estupendo y originalísimo clímax final, de aproximadamente media hora, desarrollado en la iglesia. Una noche infernal, en donde la mano de Val Lewton se antoja decisiva, con los protagonistas acosados en el interior del templo mientras escuchan los tambores de guerra de los indios a los que no pueden ver al encontrarse en un edificio escasamente iluminado (los asediados tan sólo dispondrán de velas) y cuyos únicos vanos están situados prácticamente en el techo; por lo que los colonos sólo pueden divisar a sus enemigos cuando saltan hacia el interior. Enemigos que, además, llevan sus cuerpos totalmente recubiertos con pinturas lo que les otorga cierto aspecto fantasmagórico o monstruoso, acentuado por el hecho de que al haber sido incendiado el pueblo y vislumbrarse por las ventanas las enrojecidas llamas (maravilloso tratamiento del color) parecen seres salidos del infierno. Todo ello consigue una atmósfera y una tensión, agravada porque los protagonistas al igual que el espectador no saben lo que realmente está ocurriendo fuera de las cuatro paredes de la iglesia, más cercanas al cine de terror o al fantástico que al wéstern.


Filme, por tanto, lleno de hallazgos en el que el escaso presupuesto se suple con talento e imaginación. Y son precisamente sus aciertos los que lo han convertido para determinados sectores, sobre todo en Europa, en una película de culto.