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jueves, 28 de febrero de 2019

EL PÓQUER DE LA MUERTE

(Five Card Stud, 1968)

Dirección: Henry Hathaway
Guion: Marguarite Roberts

Reparto:
- Dean Martin: Van Morgan
- Robert MitchumReverendo Jonathan Rudd
- Inger StevensLilly Langford
- Roddy McDowallNick Evers
- Katherine JusticeNora Evers
- John AndersonMarshal Dana
- Yaphett KottoLittle George
- Denver PyleSig Evers
- Whit BissellDoctor Cooper
- Ted de CorsiaEldon Bates

Música: Maurice Jarre
Productora: Wallis-Hazen Productions.

Por Jesús Cendón. NOTA: 6,75

“¿Se cree usted la conciencia de esta ciudad señor Rudd?” “Al menos necesitamos una” “Y ¿Quién le ha elegido a usted?” “Dios y el señor Colt, de nombre Samuel. Un nombre bíblico” Conversación entre Van Morgan y el reverendo Jonathan Rudd.


En los años sesenta el wéstern comienza un lento declive que, agudizado en las décadas siguientes, ha llegado hasta nuestros días a pesar de los distintos intentos para revitalizarlo llevados a cabo, con mayor o menor fortuna, por autores como Clint Eastwood, Kevin Costner, Quentin Tarantino, Tommy Lee Jones o los hermanos Coen; de tal forma que podemos calificar a este género como un enfermo crónico con una mala salud de hierro.


Las causas de su decadencia fueron muy variadas. Así, como ya he expuesto en otras reseñas, influyó el cambio de mentalidad de la sociedad estadounidense inmersa en una época crispada y convulsa con la aparición de movimientos contestatarios cuyo mayor icono quizás fuese el festival de Woodstock celebrado en 1969; al igual que una serie de experiencias traumáticas como fueron los asesinatos del presidente Kennedy, su hermano Robert y el activista por los derechos de las minorías raciales Martin Luther King o la participación en la controvertida Guerra de Vietnam (primer conflicto bélico trasmitido por televisión, por lo que el drama se vivió en los hogares estadounidenses de forma cercana).


A estos factores exógenos al cine se le sumaron otros endógenos como la competencia de las series de televisión de temática wésterns, cuyo boom tuvo lugar a partir de la segunda mitad de la década de los años 50; la crisis del sistema basado en el férreo control de la producción por parte de las grandes majors o la competencia de los wésterns filmados en Europa a partir del éxito de la denominada Trilogía del Dólar.


Como consecuencia de todo ello el wéstern estadounidense evolucionó abandonando la visión mítica ofrecida hasta entonces de la conquista del Oeste para mostrarnos una perspectiva más desencantada de la construcción de los EEUU.


De esta forma, si la década de los cuarenta se puede considerar como la del wéstern clásico y en la de los cincuenta predominó el denominado psicológico, en los sesenta prevalecerán las películas del oeste con un tono crepuscular, revisionista, desmitificador e, incluso, paródico con la filmación de wésterns marcadamente cómicos como “Tres sargentos” (1962), “La batalla de las colinas del whisky” (1965), “Cuatro tíos de Texas” (1963) filmados por los otrora canónicos John Sturges y Robert Aldrich, “La ingenua explosiva” (Elliot Silverstein, 1965), “Texas” (Michael Gordon, 1966), “Ojos verdes, rubia y peligrosa” (Hy Averback, 1969), la película dirigida en 1969 por Burt Kennedy con James Garner como protagonista “También un sheriff necesita ayuda” (1) o “El cub social de Cheyenne” (Gene Kelly, 1970) con la pareja James Stewart-Henry Fonda en papeles paródicos.


En este contexto, resultó crucial el encuentro entre un director clásico con un importante bagaje en este género como era Henry Hathaway (2) y el prestigioso productor Hal B. Wallis responsable de títulos como “Duelo de titanes” o “El último tren de Gun Hill”, las dos películas, de gran éxito, dirigidas por el mencionado John Sturges además de estar la segunda coproducida por la Bryna de Kirk Douglas.


Ambos colaborarían desde 1965 a 1971 y el resultado fueron cuatro wésterns del nivel de “Los cuatro hijos de Katie Elder” (1965), “El póquer de la muerte” (1968), “Valor de ley” (1969) y “Círculo de fuego” (1971), los tres últimos escritos por Marguerite Roberts y todos con bastantes características en común: fueron interpretados por grandes estrellas en su madurez con lo que se acentuaba el carácter crepuscular de los mismos, desarrollaban como tema principal el de la venganza, y partiendo de postulados clásicos pretendían, en mayor o menor medida, renovar y revitalizar el género.


ARGUMENTO: Un jugador es ahorcado por el resto de los participantes tras ser sorprendido haciendo trampas en una partida de póquer. Al poco tiempo, coincidiendo con la llegada al pueblo de un enigmático predicador, los individuos presentes la fatídica noche van siendo asesinados.


A lo largo de la historia del cine son numerosos los wésterns con elementos propios de un género, en principio, tan alejado como el noir tanto desde el punto de vista estético (el trabajo en wésterns de operadores como James Wong Howe o John Alton, fundamentales en la codificación estilística del noir, se antoja esencial) como desde el punto de vista de su contenido, así se filmarán películas del Oeste en las que estarán muy presentes temas como la fatalidad, el sino o el del falso culpable (3). Pero con esta película el trío Hattaway-Roberts-Wallis dio un paso más al proponer al espectador un thriller ambientado en el Far-west.


De hecho la estructura del filme, con una serie de individuos sucesivamente ajusticiados por un misteriosos asesino, recuerda a la novela de Agatha Christie “Diez negritos” (4); al mismo tiempo que la historia presenta semejanzas con “Ciudad en sombras” (William Dieterle, 1950), estupendo noir con Charlton Heston en su primer papel protagónico.


Desde la escena inicial Hathaway se esfuerza por demostrarnos que estamos ante un filme singular ya que envuelve una situación típica de este género, con unos jugadores de póquer linchando a un tramposo, en una atmósfera más propia del cine fantástico o de terror. Así el director enmarca el linchamiento en una noche infernal en la que la tormenta simboliza el estado anímico de los compañeros mortales, mientras contemplamos al mefistofélico líder del grupo comportarse como un auténtico enajenado al encontrar en el tahúr a la víctima con la que satisfacer su sadismo; y al mismo tiempo utiliza varios planos en picado con los que, además de acentuar el carácter fantasmagórico de la escena, el espectador contemplará durante unos segundos interminables agonizar al desdichado.


A partir de esta impactante escena asistiremos a una película de suspense en la cual los miembros del grupo salvaje serán siendo aniquilados uno a uno por una mano asesina de modo diferente pero siempre relacionado con la forma en la que murió el tahúr; así uno de ellos será enterrado en un barril de harina, otro estrangulado con un alambre de espinos, otro más linchado en la iglesia con la cuerda de la campana, el cuarto ahogado en un abrevadero y el último axfisiado por las manos del homicida; siendo este asesinato el que dirigirá a Van al culpable puesto que la víctima se esforzará en el último momento por dejar una pista con la que identificar al homicida (5).


Por tanto, Hathaway nos presenta un Oeste muy alejado de su imagen clásica en el que los pistoleros dirimían sus diferencias cara a cara y a plena luz; aquí los personajes mueren de forma brutal, ejecutados con alevosía y nocturnidad a manos de un asesino que se comporta como un ángel vengador, acentuándose de esta forma el tono sobrenatural del filme, y de cuya identidad nos aporta pistas la película desde el principio hasta desvelárnosla a mitad de la misma, momento en el que el espectador confirmará sus más que fundadas sospechas. Por lo que la cinta, en su singularidad, tampoco se adapta a la mecánica del whoddunit (filmes que especulan con la identidad del asesino hasta su revelación final) sino que da más importancia a quién será la próxima víctima y cómo será asesinada; además de jugar con la incertidumbre creada en torno a los motivos que impulsan al asesino a actuar de esta forma y con la identidad del traidor que informa al homicida sobre los individuos que participaron en el linchamiento (de hecho el título original, “Five card stud”, alude, además de a una determinada modalidad de póquer, al tapado, al delator cuya identidad desconocen el resto de jugadores-víctimas).

Junto con el tema de la venganza, la película aborda otras dos cuestiones muy interesantes.


En primer lugar la perdida por parte de los individuos de su autonomía y de su singularidad al formar parte de un grupo que adquiere una entidad propia y diferenciada y como tal actúa, máxime si está dirigido por un individuo inteligente y manipulador. Uno de los participantes en el linchamiento resume perfectamente esta cuestión al comentar apesadumbrado a Van: “Estoy pensando en que me senté para echar un trago y jugar a las cartas, y me levanté para ahorcar a un hombre”. No son, por tanto, personas violentas pero se dejaron llevar por el grupo que adquirió una personalidad propia.



La segunda cuestión planteada es la de la seguridad y el peligro que supone ante una situación crítica una población armada. Así, ante la proliferación de los asesinatos y la pasividad de las fuerzas del orden en la búsqueda de los culpables, un grupo de mineros reivindicará su derecho a defenderse utilizando sus armas. El resultado, en un ambiente paranoico, será un batalla campal en la que los mineros llegarán, incluso, a disparar y matar al ayudante del sheriff. Situación de la que un lúcido Rudd había advertido al sheriff del pueblo en una reunión preliminar.

Sin duda, uno de los grandes aciertos del filme es la pareja protagonista, Dean Martin (6) y Robert Mitchum (7).


El primero, que había colaborado con Hathaway en “Los cuatro hijos de Katie Elder”, da vida a Van Morgan, un personaje bastante alejado del prototipo del héroe del wésten. Estamos ante un vividor, nómada, mujeriego y jugador de póquer profesional que se convertirá en un improvisado detective jugando, de esta forma, su partida más importante ya que la apuesta es muy alta, su propia vida. Martin se encuentra muy cómodo en un papel que presenta ciertas semejanzas con el interpretado para Vincente Minelli en “Como un torrente” (1958) y al que dota de una visión desencantada, además de cierto cansancio existencial. Incluso, aprovechando sus cualidades como crooner, entona la eficaz y atípica canción principal compuesta por Maurice Jarre.


Robert Mitchum está esplendido, aunque me hubiera gustado una mayor presencia del actor en la película, como Jonathan Rudd; un peculiar y enigmático reverendo vestido totalmente de negro (es inevitable acordarse de su papel como Harry Powell en “La noche del cazador”) que porta en una mano un revólver y en la otra la Biblia (8).


Junto a ellos nos encontramos con Rody McDowell, ex niño prodigio de Hollywood (9), en una memorable composición como Nick Evers, un parásito social hijo de un gran terrateniente, egoísta y sociópata. Un auténtico villano incapaz de sentir la más mínima empatía por sus semejantes y para el que el mundo es “basura”.


La cuota femenina les corresponde a Inger Stevens, presencia habitual a finales de los sesenta en este género, como Lilly la dueña de la barbería que en realidad opera como tapadera de la casa de tolerancia del pueblo; y Katherine Justice en el rol de Nora, hermana de Nick y eterna enamorada de Van. Ambas protagonizan un triángulo amoroso con el jugador irrelevante para el desarrollo de la película al no estar implicadas en la trama principal ninguno de los personajes femeninos, aunque esta relación da lugar a estupendos diálogos (sobre todo los sostenidos por Van y Lilly).


“El poquér de la muerte” no es una obra maestra ni tan siquiera una de las mejores películas del Oeste filmadas por su director, pero si es un wéstern muy ameno, con diálogos cuidados, personajes bien caracterizados y muy bien filmado por Hathaway, director de la vieja escuela dotado de un sentido de la espectacularidad envidiable al que le gustaba controlar todos los aspectos del filme, desde la fotografía (“El operador nunca debe pensar lo que hacer con la cámara: siempre le digo dónde debe colocarla y así no elige por mí") hasta el montaje (“Hago el montaje mientras ruedo. Luego sólo se deben unir los planos uno tras otro").


(1) El director-guionista y el actor volvieron a colaborar en “Latigo”, otro wéstern marcadamente cómico.

(2) En su extensa filmografía Henry Hathaway abordó todo tipo de géneros pero, aunque estuvo muy vinculado en los inicios de su carrera, pronto abandonaría el wéstern para retomarlo a principios de la década de los cincuenta, en la que nos ofreció dos filmes tan logrados como atípicos: “El correo del infierno” (1951) y “El jardín del diablo” (1954). Ambas películas cuentan con sus oportunas reseñas.

(3) Son numerosísimos los ejemplos de wéstern influenciados, temática o estilísticamente, por el noir por lo que a modo de ejemplo tan sólo citaré “Juntos hasta la muerte” (remake en clave wéstern de “El último refugio”) y “Perseguido”, ambas dirigidas por Raoul Walsh; “El correo del infierno” filmada por el propio Hathaway en 1950; “Sangre en la luna” (Robert Wise, 1948) con un Robert Mitchum más identificado durante esos años con el noir que con el wéstern; “Filón de plata” (Allan Dwan, 1954) con el protagonista acosado y perseguido por un delito no cometido; “Jubal” (Delmer Daves, 1956) en el que los personajes de Glenn Ford, marcado por el infortunio, y de Valerie French, auténtica femme fatale, responden a estereotipos del cine negro; o la escasamente valorada “Mujeres, dinero y armas” (Richard Bartlett, 1958) en la que el protagonista, un detective privado, buscaba a los herederos de un minero asesinado.

(4) El texto de Agatha Christie ha sido llevado a la gran pantalla en numerosas ocasiones siendo, quizás, la versión más lograda la dirigida en 1945 por René Clair con Barry Fitzgerald, Walter Huston, Judith Anderson y Louis Hayward en los papeles principales.

(5) La escena recuerda a otra de la fabulosa “Charada” (Stanley Donen, 1963) en la que un desdichado James Coburn intentaba dejar una pista sobre la identidad de su asesino antes de morir.

(6) La presencia de Dean Martin en películas de este género fue constante a partir de mediados de los sesenta aunque la mayoría son títulos de escaso interés. Así, a las citadas “Los cuatro hijos de Katie Elder” y “Texas”, las siguieron, entre otras, “Noche de titanes” (Arnold Laven, 1967), “Bandolero” (Andrew V. McLaglen, 1968), “La primera ametralladora del Oeste” (Andrew V. McLaglen, 1971) o “Amigos hasta la muerte” (George Seaton, 1973).

(7) Curiosamente ambos habían interpretado el mismo papel de compañero alcoholizado del protagonista para dos películas de Howard Hawks protagonizadas por John Wayne: “Río Bravo” (1959) y “El Dorado” (1967).

(8) El libro sagrado está muy presente en varios westerns de Hathaway como “Del infierno a Texas”, en el que el protagonista lee habitualmente la Biblia heredada de su madre e intenta ajustar su conducta a los preceptos contenidos en ella, o “Nevada Smith”, en la que el monje protector del protagonista le prestará una Biblia cuyas enseñanzas serán fundamentales en la actitud de este en el tramo final del filme; mientras que en “Los cuatro hijos de Katie Elder” las Sagradas Escrituras, junto con la mecedora, representaba al espíritu de la madre de los cuatro personajes principales y en esta película se convierte en un objeto fundamental para ejecutar su venganza el asesino.

(9) A principios de los cuarenta, siendo un niño, el actor nacido en Gran Bretaña se puso a las órdenes de directores como John Ford (“Qué verde era mi valle”), Fritz Lang (“El hombre atrapado”) o John M. Stall (“Las llaves del reino”), para posteriormente desarrollar una fructífera carrera como actor de carácter durante más de cincuenta años.

lunes, 18 de enero de 2016

LOS PROFESIONALES

(The Professionals) - 1966
Director: Richard Brooks
Guion: Richard Brooks

Intérpretes:
-Lee Marvin: Henry “Rico” Fardan
-Burt Lancaster: Dolworth
-Claudia Cardinale: María
-Robert Ryan: Ehrengard
-Jack Palance: Jesús Raza
-Ralph Bellamy: Grant
-Woody Strode: Jake

Música: Maurice Jarre
Productora: Columbia Pictures-Pax Enterprises
País: Estados Unidos

Por: Güido Maltese. Nota: 8

Grant: ¡Fardan, es usted un bastardo!!!
Fardan: Si, señor. ¡Pero lo mío es un accidente de nacimiento y usted se ha hecho a sí mismo!

He aquí, en mi opinión, un buen western:
El terrateniente Grant forma un grupo de hombres para rescatar a su mujer que ha sido secuestrada por el bandido revolucionario Jesús Raza . El grupo está capitaneado por Henry "Rico" Fardan, acompañado por Dolworth, experto en explosivos, Erenghard experto en caballos y Jake Sharp experto rastreador y hábil con el arco.



El grupo se interna en México, ya conocido por Fardan y Dolworth que participaron en la revolución con Pancho Villa, y libera a la mujer para conocer la verdad que se esconde tras el secuestro.



Me encanta ésta película sobre todo por las interpretaciones y la acción continua que mantiene a lo largo de todo el metraje.



Marvin está inmenso en el papel del veterano soldado férreo y con un gran sentido del honor y, a la vez, amargado por la trágica muerte de su esposa. Lancaster, cómo el amigo fiel de Fardan, pero más despreocupado y sin escrúpulos y atraído por las mujeres y el dinero, en un papel muy a su medida (Recordemos “Veracruz”). Robert Ryan y Woody Strode muy correctos (quizás Ryan está un poco descolgado en la película, no sé si por su actuación o por el papel que interpreta). Claudia Cardinale, bella y salvaje, está perfecta en su papel de la mejicana de buena familia, casada con el terrateniente rico de la fronteriza Texas.


Palance, cómo siempre, bordando su papel. E incluso Ralph Bellamy, destaca cómo el terrateniente sin escrúpulos para conseguir lo que desea.


Hay otro papel secundario que me atrae mucho y es el de la teniente "Chiquita" (Marie Gómez), uno de los mejores guerrilleros de México en palabras de Dolworth ("No sabe bailar, pero qué gran soldado").



La película está rodada en su mayor parte en el desierto de Nevada y la fotografía es más que correcta. No hay grandes paisajes, pero se aprovecha al máximo el caluroso desierto, con sus cañones y desfiladeros, para que sea muy creíble la sierra mexicana. 

Y la acción no decae un sólo instante, manteniendo la atención del espectador de principio a fin.



En fin, un western de acción, en la línea de “Los doce del Patíbulo”, más que decente y con buenas interpretaciones a cargo de asiduos del género.

Memorable la conversación en Marvin y Lancaster: 
-Dolworth- ¿Que tiene una mujer que haga que valga 100.000$? 
-Fardan- Debe ser de esas mujeres que hacen que algunos niños se conviertan en hombres y algunos hombres en niños.



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Por: Jesús Cendón. Nota: 9


Richard Brooks, un profesional encuadrado dentro de la ideología liberal, tan sólo había rodado un western (la estupenda “La última cacería”, en la que a través de un sombrío Robert Taylor abordaba el tema del racismo) cuando decidió acometer este proyecto; un western a la vez clásico y moderno, vitalista pero crepuscular al presentarnos a unos personajes con más pasado que futuro, son individuos del siglo XIX con difícil encaje en el pragmático siglo XX por lo que terminarán buscando su refugio en México, último territorio fronterizo y país en construcción al estar envuelto en un proceso revolucionario.

El filme relata la historia de cuatro mercenarios que son contratados por un magnate para recuperar a su mujer secuestrada por un bandido mexicano que pide por su liberación 100.000 dólares. Este viaje supondrá para dos de ellos enfrentarse a su pasado y cuestionarse su evolución vital marcada por el desengaño (antiguos revolucionarios y, como tales, idealistas han devenido en dos individuos cínicos al servicio de aquel que pueda costearse sus servicios). Este hecho le permite a Brooks llevar a cabo una de las más lúcidas reflexiones cinematográficas sobre la revolución y el desencanto a través de unos extraordinarios diálogos (escritos por el propio Brooks que estuvo nominado al Oscar en su doble faceta de director y guionista) presentes en las escenas más intimistas de la película que aparecen perfectamente entrelazadas con las secuencias de acción. Así, Brooks utiliza la revolución mexicana como arquetipo del proceso revolucionario (debemos tener en cuenta la fecha de producción del filme durante una década convulsa como fue la de los sesenta), para darnos una visión desoladora de este ya que sus protagonistas, la gente llana que se jugó la vida y en muchos casos la perdió, es traicionada cuando entran en acción los políticos, por lo que su mísera existencia apenas es mejorada.

Su posicionamiento sobre esta cuestión queda perfectamente resumido por Dolworth al señalar que: “Tal vez sólo haya una revolución. La de siempre. La de los buenos contra los malos. La pregunta es ¿Quiénes son los buenos?”, para al final de la película aseverar que: “Los políticos entran en acción y el resultado es siempre igual, una causa perdida”.

Igualmente se aprecia una crítica al racismo todavía imperante en la sociedad norteamericana en el siglo XX (el magnate les pregunta al resto de profesionales si tienen algún inconveniente en trabajar con un negro) y, sobre todo, a la injerencia, político-económica, de los EEUU en Sudamérica y al desarrollo de su política colonialista e imperialista en este subcontinente iniciada a partir del denominado Corolario Roosevelt de 1904 que, en la época en la que se desarrolla el filme, dio lugar a la famosa expedición punitiva del general Pershing en México con la intención de acabar con Pancho Villa (1914). En este sentido cobra gran importancia la conversación de María en la que afirma que: “Mi marido ha robado millones a esta tierra”, refiriéndose lógicamente a México.

Al mismo tiempo, el filme se configura como un canto a la solidaridad, amistad, dignidad y honor a través de estos cuatro profesionales, para los que se contó con un reparto excepcional. Lee Marvin, convertido por fin en una gran estrella, da vida a Fardan, un experto en armamento. A Burt Lancaster Brooks le regaló un papel hecho a su medida (el actor había obtenido su único Oscar con otra película de Brooks, “El fuego y la palabra”) que le permitió mostrar su espléndida condición física con cincuenta y tres años al interpretar al dinamitero Dolworth. Ambos demostrarán al final de la película que, a pesar de su aparente cinismo, siguen siendo los mismos soñadores idealistas que lucharon durante seis años sin cobrar al lado de Pancho Villa, ya que antepondrán sus principios y su concepto de la justicia a la obtención del beneficio económico. Un avejentado Robert Ryan es Ehrengard, antiguo oficial de caballería y apasionado por los equinos; quizás sea el personaje más desdibujado. Y Woody Strode, actor habitual de John Ford, aporta su físico rotundo a Jake, hábil rastreador y mortal con el arco.

El reparto se completa con Ralph Bellamy como el tiránico y despótico magnate, incapaz de soportar un fracaso. Una bellísima Claudia Cardinale en el rol de María, la esposa del anterior pero que mantienen su conciencia de clase. Y Jack Palance como Jesús Raza, el revolucionario que “rapta” a María (curioso que se llame Jesús y que mantenga una especial relación con María, aunque no sé si hay algún tipo de intención en ello) para el que Brooks reserva algunas de las mejores frases de la película. Así en su memorable enfrentamiento final con Dolworth afirmará en relación con su actitud al frente del proceso revolucionario que: “Nos quedamos porque tenemos fe. Nos marchamos porque nos desengañamos. Volvemos porque estamos perdidos. Morimos porque es inevitable”.


Filme, por tanto, de acción pero también reflexivo se completa con una gran banda sonora compuesta por Maurice Jarre que capta perfectamente el aliento épico de la película y una extraordinaria labor de Conrad Hall como director de fotografía, a través de la cual sentimos el agobiante calor del desierto, el frío nocturno o el insoportable viento que levanta el asfixiante polvo del camino.

Sólo me queda invitaros a que compartáis el viaje con cuatro personajes inolvidables y que descubráis junto a “Los profesionales” qué hace que una mujer valga 100.000 dólares.

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Por: Xavi J. Prunera Nota: 9


Ignoro hasta qué punto resulta higiénico y saludable enfrentarse a una peli como “Los profesionales” la noche más calurosa del año, pero os aseguro que hacerlo con el torso empapado en sudor y el gaznate más seco que el desierto de Mohave ayuda -y mucho- a empatizar instantáneamente con esos cuatro mercenarios románticos (Lancaster, Marvin, Ryan y Strode) que protagonizan este enorme western.

Entrado ya en situación, sin embargo, decidí prepararme un refrescante mojito para paliar los efectos de esa despiadada canícula que hacía estragos a ambos lados de la pantalla. Un par de sorbos después me sentí mejor, pero las infernales temperaturas reinantes en la frontera mejicana se habían cobrado ya su primera víctima. Afortunadamente todo quedó en una inocua insolación y ese cuarteto de tipos duros, bregados en mil y una batallas, pudo proseguir con la misión encomendada: liberar a la bella esposa (Cardinale) de un rico terrateniente (Bellamy) de las garras de un temible revolucionario (Palance).

Apurado mi primer buchito, decidí prepararme el segundo. En la terraza el aire caliente podía mascarse y un pegajoso bochorno pugnaba por dilatar todos y cada uno de los poros de mi cuerpo. Eran las 23:25 h. y el termómetro registraba 31º. Mientras tanto, la imagen de Lancaster colgado por los pies coincidía con la de una primera gota de sudor resbalando perezosa e implacablemente a lo largo de mi espina dorsal. Succioné con fruición lo que quedaba de mojito, le di al pause y fui a picar más hielo.

Preparado mi tercer trago, recapitulé sobre lo que estaba viendo. Por el momento la peli de Brooks evidenciaba ser un western muy bien armado que -a simple vista- discurría por los típicos derroteros del género ;) y que, merced a su estratosférico elenco, podía degustarse con el mismo deleite con el que un servidor estaba dando buena cuenta de su tercer añejo. Lo mejor, sin embargo, aún estaba por llegar. El rescate de María (bocatta di cardinale) y la consiguiente persecución de nuestros cuatro protas por parte de Raza (Palance) y los suyos elevaba el listón de la peli hasta niveles pura y genuinamente peckinpahianos. Le dí nuevamente al pause y trituré algo más de hielo. Sin lugar a dudas, necesitaba un nuevo lingotazo (¿el cuarto?) para combatir la pertinaz y abrasadora atmósfera que reinaba tanto en mi terraza como en la quebrada donde Palance y Lancaster sostenían, a punta de pistola, uno de los diálogos más crepusculares de la historia del género. Me froté los ojos y miré de reojo la botella de ron. Estaba prácticamente vacía, de acuerdo, pero esos diálogos no podían ser fruto de mi imaginación.

Diez o quince minutos después, cuando el pertinente THE END sobreimpresionaba los últimos fotogramas de aquella maravilla, comprendí dos cosas: que mi estado de embriaguez era algo más que sospechoso y que acababa de ver un western a-co-jo-nan-te.

(Reseña publicada por Xavi J. Prunera en FilmAffinity el 24-7-09)

TRAILER