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jueves, 15 de febrero de 2018

UNA BALA SIN NOMBRE

(No name on the bullet, 1959)

Dirección: Jack Arnold
Guion: Gene L. Con y Howard Amacker

Reparto:
- Audie Murphy: John Gant
- Charles Drake: Luke Canfield
- Joan Evans: Anne Benson
- Virgina Grey: Rosseane Fraden
- Warren Stevens: Lou Fraden
- R. G. Armstrong: Asa Canfield
- Willis Bouchey: Buck Hastings
- Karl Swenson: Stricker
- Whit Bissell: Pierce

Música: Herman Stein e Irving Gertz (sin acreditar)
Productora: Universal International Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“La carga más pesada es la culpabilidad, contra ella no puede hacerse nada”. Conversación entre Asa Canfield y el sheriff Buck Hastings.



Visita de nuevo este blog, tras “Muerte al atardecer” (1956), Jack Arnold, director relegado a producciones modestas pese a su gran talento y su enorme capacidad narrativa. Sin embargo este hecho no le impidió sobresalir en la década de los cincuenta, fundamentalmente en el género de la ciencia-ficción, con películas como la mítica “El increíble hombre menguante” (1957).



Por lo que se refiere a “Una bala sin nombre”, cabe señalar que sin duda está al nivel de sus mejores cintas y supone su wéstern más logrado. No obstante, y a pesar de los evidentes méritos del filme, Jack Arnold tras finalizar esta película tuvo que refugiarse en la televisión, rodando tan sólo para la pantalla grande en los siguientes veinticinco años dos comedias insustanciales al servicio del actor Bob Hope.



En todo caso, estamos ante uno de sus proyectos más personales, en el que se implicó no sólo como director sino también como productor, que puede entenderse como una especie de spin off de la mencionada “Muerte al atardecer”, al darle todo el protagonismo en este filme a un personaje similar pero con un rol secundario en el wéstern de 1956, el pistolero Chet Swan brillantemente interpretado por Grant Williams. Las semejanzas entre ambos personajes son evidentes; así John Gant, como Chet Swan, es un joven asesino a sueldo de rostro angelical, vestido completamente de color negro y se sirve de una artimaña para evitar problemas con la justicia, provocar al hombre que va a matar con el objeto de que desenfunde primero y eludir, de esta forma, la posible acusación de asesinato (idea retomada en numerosos filmes como, por ejemplo, “El gran silencio”, un euro wéstern dirigido en 1968 por Sergio Corbucci). No obstante si algo diferencia a un personaje del otro es que Gant carece de los rasgos psicóticos de Chet; es un hombre consciente de su condición y convencido de prestar un servicio a la sociedad al acabar con aquellos que se lo merecen.



Para interpretar a este personaje se escogió a Audie Murphy, una de las grandes estrellas del wéstern de serie b durante las dos décadas en las que estuvo ligado a la Universal, compañía especializada en este tipo de producciones. Héroe de guerra, fue el soldado más condecorado durante la II Guerra Mundial, y ejemplo de hombre hecho a sí mismo, era un actor muy querido en los EEUU. En esta ocasión ofreció un buen rendimiento como Gant, uno de sus personajes más complejos, a pesar de que por su rostro aniñado y aspecto frágil no parecía la opción adecuada para interpretar a un homicida con un poder casi absoluto sobre la vida y la muerte.


ARGUMENTO: Con la llegada a la ciudad de Lordsburg de John Gant, un afamado asesino a sueldo, se romperá la paz del lugar al no saber sus habitantes quién será el destinatario de las balas del pistolero.



En la película el director reflexiona sobre el sentimiento de culpa, ofreciéndonos una visión pesimista del ser humano. Para ello sitúa la acción en un pueblo habitado por ciudadanos aparentemente intachables, pero cuyas fachadas se desmoronarán con la llegada del pistolero. De esta forma, ya desde las primeras escenas el director nos muestra como la sola presencia del asesino a sueldo, cual ángel vengador, actuará como un catalizador de los recuerdos más oscuros de los ciudadanos, enfrentándoles tanto con sus miserias como con sus pecados; y provocando en última instancia respuestas violentas.



Veremos por ejemplo reaccionar a Pierce, el banquero del lugar, y Stricker, uno de los mayores propietarios del pueblo, al pensar que son el objeto del pistolero por un asunto turbio en la adquisición de una mina; mientras que el dueño de esta creerá que son estos los que han contratado a Gant para acabar con él. El resultado, tras la drástica y trágica decisión de Pierce, será el enfrentamiento mortal entre ambos. Incluso anteriormente Striker junto a Dutch, otro de los prohombres del pueblo, había convencido a la mayoría de los habitantes para acompañarle con el objeto de linchar a Gant. Brillante escena en la que Arnold aborda el tema, en clara referencia crítica al macartismo, de la manipulación de las masas a través de mensajes directos y sencillos que crean un sentimiento paranoico en la población.



A su vez una pareja de amantes (Rosseana y Lou) pensará que es el marido de ella quien ha contratado a Gant para castigarlos, y Lou terminará poniéndose en ridículo al ser incapaz en el último momento de retar al asesino; mientras que el juez, representante de uno de los pilares de la sociedad, comenzará a sospechar que las balas de John tienen marcado su nombre por un reprobable asunto ocurrido en el pasado.





Como contraste con la mayoría de los hipócritas y egoístas habitantes del pueblo nos encontramos con el honrado sheriff del lugar (el fordiano Willis Bouchey) que no obstante será tentado para arrestar a Gant utilizando una triquiñuela legal; Asa, el herrero (interpretado por el habitual en el cine de Peckinpah R. G. Armstrong);  y, sobre todo, el humanista hijo de este, además de ser el médico del lugar, Luke (convincentemente interpretado por Charles Drake), un hombre caracterizado, frente a tanta falsedad, por su rectitud y por su sinceridad. Por lo que no es de extrañar que entre el doctor y John Gant, ambos personajes contrapuestos pero decididamente francos y honestos, comience a fraguarse una relación basada en el respeto y la franqueza.



Respecto a la misma cobran importancia dos escenas, una de ellas jugando al ajedrez que rinde homenaje a “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957), en las que Gant conversará con Luke transmitiéndole su filosofía de vida; así, mientras que el doctor arranca las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes para sanarles, el acaba con aquellos individuos que corrompen a la sociedad y por tanto, en el fondo, vela por la salud de esta.



La relación de ambos culminará en un sobresaliente y paradójico final, la segunda escena a la que me refería, con uno de los duelos más originales que he visto en un wéstern junto con el de “Terror en una ciudad de Texas” (Joseph H. Lewis, 1958). Luke, representante del hombre civilizado y contrario a usar la violencia, se enfrentará al pistolero como consecuencia del fallecimiento de un individuo del que John no es culpable; y mientras que el forajido no será capaz de matar a su oponente, el doctor condenará al asesino a una muerte segura.



Filme muy superior a la media de los wésterns de serie b, “Una bala sin nombre” se configura como un wéstern singular con tintes metafísicos y brillantemente dirigido por Jack Arnold que supo dotar a la película de un suspense in crescendo hasta culminar en su inolvidable y sobrecogedor final.



Como curiosidad comentaros que en una escena en el salón aparece Bob Steele, uno de los vaqueros más famosos durante treinta años y reconvertido en actor de carácter a partir de la década de los cincuenta. 

miércoles, 1 de junio de 2016

EL DORADO

(El Dorado) - 1966

Director: Howard Hawks
Guion: Leigh Brackett

Intérpretes:
- John Wayne: Cole Thornton
- Robert Mitchum: John Paul Harrah
- James Caan: Mississippi
- Charlene Holt: Maudie
- Arthur Hunnicutt: Bull
- Michele Carey: Josephine McDonald
- R. G. Armstrong: Kevin McDonald
- Edward Asner: Burt Jason
- Christopher George: Nelse McLeod
- Paul Fix: Doctor Miller


Música: Nelson Riddle

Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9,5

“Se me pagaba para jugarme el pellejo y he decidido que cuándo y dónde yo quiera, no ahora” (Cole Thornton rechazando la proposición de Jason tras haber hablado con el sheriff Harrah).

Howard Hawks molesto por el camino emprendido por el cine llamó a John Wayne, igualmente incómodo y con el que había rodado “Río Rojo” (1948), “Río Bravo” (1959) y “Hatari” (1962), con el objeto de filmar un nuevo western de corte clásico basado en la novela “The stars in their courses” escrita por el especialista Harry Brown, para cuya adaptación contó de nuevo con Leigh Bracket. No contento con el resultado excesivamente trágico, el personaje de Thorton fallecía, reescribió el guion con Bracket y convirtió a “El Dorado” en una especie de revisión de “Río Bravo”. Ambas junto a “Río Lobo” constituyen una peculiar trilogía en la que no sólo se repiten los estudios en los que fueron rodadas, el pueblo de Old Tucson (también utilizado para otras producciones como “Wínchester 73”, “Duelo de titanes”, “Hombre” o “Joe Kidd”); sino situaciones e incluso planos.



De esta forma en el filme que nos ocupa podemos rastrear la huella de “Río Bravo” tanto en el esqueleto argumental (un grupo reducido de amigos enfrentados a un enemigo superior) como en escenas, entre las que destaca el enfrentamiento de los protagonistas en una iglesia que culmina en el saloon (en “Río Bravo el enfrentamiento tenía lugar en unas cuadras); o, incluso, en planos como aquel en el que Wayne da una patada a la botella que pretendía recoger Mitchum, mientras que en el filme de 1959 el objeto de su pie era una escupidera de la que iba a recoger Dean Martin una moneda.



No obstante esta película presenta grandes diferencias con su modelo:
Se aumentan considerablemente las escenas humorísticas y de corte costumbrista, fundamentales para conocer a los protagonistas y simpatizar con ellos.



En consonancia con el punto anterior, el alcoholismo de J. P. Harrah es tratado de forma cómica, lo que da lugar a algunos gags memorables, mientras que en “Río Bravo” el personaje de Dude era más dramático.



Junto a los veteranos tenemos a un joven,  pero en “Río Bravo” era, pese a su edad, un experto pistolero y en esta Mississippi tan sólo sabe manejar el cuchillo, por lo que su falta de soltura con las armas de fuego dará lugar a nuevas situaciones cómicas.



ARGUMENTO: El cacique de El Dorado, Bart Jason, presiona a la familia McDonald con el objeto de apoderarse de sus propiedades. Cole Thonton, un veterano pistolero, junto a un joven inexperto, Mississippi, y un veterano amigo, Bull, ayudará al alcoholizado sheriff de la localidad, antiguo compañero de aventuras, para restablecer la situación.



Creo que no descubro nada al sostener que Howard Hawks es uno de los mejores directores de la historia del cine. Sí además afirmo que “El Dorado” está al nivel de sus mejores películas, sin duda estamos ante una obra maestra. Una película maravillosa que se caracteriza por la forma tan lógica que fluye tanto la historia como las distintas escenas que la componen, a través de las cuales Hawks, como también había logrado en “Río Bravo” o “Hatari”,  consigue que nos encariñemos con un grupo de amigos enfrentados a un rival muy poderoso. Porque la clave de la película es la palabra amigos, sin duda la más repetida a lo largo del filme; así Hawks va a concebir este western como una apología de la amistad a través de unos personajes para los que esta es un valor supremo. Por ello Mississippi dedica dos años de su vida a vengar a su mentor, Cole Thornton no duda en atravesar un estado para ayudar al sheriff Harrah al enterarse de que se ha convertido en un borracho y este tampoco vacila en aceptar el trueque de Thornton por Jason a pesar de que el hecho suponga perder su mejor opción y quedarse en una situación muy delicada y arriesgada. Amistad en estado puro que resume perfectamente Maudie al afirmar acerca de Harrah  y Thornton que: “Le salvaste la vida o él a ti, o mutuamente y nunca os lo echaréis en cara. Hombres”. Son en definitiva modernos caballeros andantes prestos a ayudar a sus amigos, luchar contra el mal y establecer el orden natural. Hombres leales que a cualquiera le gustaría tener a su lado en caso de dificultades.



Igualmente, Hawks abordará otros dos temas: 
La profesionalidad, cuestión habitual en su filmografía, sobre todo a través de la relación entre Thorton y McLeod, dos pistoleros que muestran en todo momento su respeto, o en la actitud de Thorton al rechazar la participación de la familia McDonald en el enfrentamiento con Burt Jason al indicarle al padre que: “Digamos que estoy de parte de usted y este no es trabajo para aficionados”.



El paso del tiempo,  ya que nos vamos a encontrar con unos héroes más maduros y vulnerables que en “Río Bravo”. Un Cole Thorton que sufre parálisis temporales en su brazo derecho y un John Paul Harrah en el que el alcohol ha hecho estragos.



Junto a la gran dirección de Hawks destaca el tándem protagonista: Mitchum-Wayne, Wayne-Mitchum. Ambos nos ofrecen una lección interpretativa al alcance de muy pocos y plena de naturalidad, de tal forma que hay secuencias en las que da la sensación de que el director les hubiera rodado con cámara oculta. Acompañándoles aparecen Charlene Holt retomando prácticamente, aunque unos años después, el papel de Feathers interpretado por Angie Dickinson en “Río Bravo”; un joven James Caan; Arthur Hunnicutt en un rol pensado para Walter Brennan que no pudo incorporarse al proyecto por problemas de agenda; el televisivo Edward Asner y Christopher George que coincidiría posteriormente con Wayne, con mejor suerte para sus personajes, en “Chisum” (1970) y “Ladrones de trenes” (1973).



Por último, hay que destacar en su último trabajo y recuperado tras varios años de ostracismo al veterano Harold Rosson como director de fotografía, al que Hawks pidió que captara la luz nocturna de los cuadros de Remington; y los estupendos títulos de crédito con cuadros de Olaf Wieghorst, que interpreta el papel del armero en la película, mientras suena el gran tema compuesto por Nelson Riddle.



“El Dorado”, una lección magistral de cine. Cine con mayúsculas. Una de esas películas que me mostró como pocas la magia del séptimo arte, que me hizo amarlo de niño y que todavía hoy me sigue atrapando.


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Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Hará un par de años, cuando revisé “Río Bravo” por última vez, ya dije que el western de Hawks me parecía -si no el mejor- sí el más querido y representativo de todos. Así pues, teniendo en cuenta que “El Dorado” también es de Hawks y que este cineasta seguía rodando y narrando la mar de bien en 1966, no entiendo por qué puñetas la gente se empeña en catalogar esta peli como una obra menor. Como un burdo plagio. Como la hermana bastarda de “Río Bravo”. ¿Acaso no es lícito explotar y sacarle el máximo rendimiento a un esquema argumental o a unos personajes que previamente han funcionado tan bien? ¿Acaso no hicieron lo propio cineastas como Hitchcock, Bergman, Leone o Kurosawa? ¿Acaso tan difícil es analizar o comentar un film sin prejuicios?

Tampoco considero, por descontado, que las líneas argumentales de “Rio Bravo” y “El Dorado” se parezcan tanto como dicen. Y menos, el tono. Mucho más cómico, y dramático a la vez, en “El Dorado”. Y lo mismo diría de su terna protagonista. En mi opinión, mucho más atractiva en “El Dorado”. Con un John Wayne más guasón, un Robert Mitchum más carismático y un James Caan más solvente. Quizás eché algo de menos el rollete que se traían John Wayne y Angie Dickinson en “Rio Bravo”, pero bueno, a sabiendas que la subtrama romántica suele ser algo muy secundario en westerns de este tipo tampoco creo que eso tenga demasiada importancia.

En fin, que “Rio Bravo” es mucho “Rio Bravo”, sí, pero “El Dorado” es oro. Oro puro.

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FOTOS:













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TRAILER:



domingo, 20 de diciembre de 2015

DUELO EN LA ALTA SIERRA

(Ride the Hight Country) - 1962
Dirección: Sam Peckinpah
Guión: N. B. Stone Jr.

Intérpretes:
- Randolph Scott: Gil Westrum
- Joel McCrea: Steve Judd
- Mariette Hartley: Elsa Knudsen
- Ron Starr: Heck Longtree
- Edgar Buchanan: Judge Tolliver
- R. G. Armstrong: Joshua Knudsen

Música: George Bassman
Productora: Metro Goldwyn Mayer
País: Estados Unidos


Por: Xavi J. Prunera. Nota: 9

Steve Judd: "En algún lugar del camino, olvidaste que eras mi amigo".

“El western es la vida” me comentaron en cierta ocasión. Y aunque no recuerdo cuando ni quién pronunció tan lapidaria sentencia, debo admitir que es verdad. Una verdad como un templo. Porque todo, absolutamente todo y más, podemos encontrarlo en un buen western. Sobre todo si es tan sobrio y maduro como “Duelo en la alta sierra”. Sin lugar a dudas, la primera -pero no por ello menos importante- obra maestra de Sam Peckinpah. El hombre que recogió el testigo del western clásico de los Ford, Hawks o Mann y lo dotó de una poética mágica, melancólica, sublime. Una poética sin igual.



Yo, por lo menos, soy un fanático del western gracias a Sam. Y a Leone, claro. Pero creo que fue mi tardío y crucial descubrimiento de la obra de Sam Peckinpah lo que, definitivamente, contribuyó a inclinar mi balanza. Una balanza en la que el western pasó de ser uno de mis géneros favoritos a mi género favorito. Por antonomasia. Y todo ello gracias a su poética. Una poética que contempla con nostalgia esa cándida y lírica visión del oeste y la coteja, constantemente, con una realidad muy diferente. Quizás no tanto desde una perspectiva cronológica pero sí desde la perspectiva íntima y particular de unos personajes que se encuentran ya en el ocaso de sus vidas.


En este caso, dos viejos amigos curtidos en mil y una batallas, cuya filosofía existencial sintetiza -a la perfección- esa eterna dialéctica entre los viejos tiempos y el controvertido “progreso” que siempre planeó sobre la obra de “Bloody Sam”.


Y aunque los que me conocéis ya sabéis de sobra que no suelo pormenorizar demasiado en mis críticas permitidme -esta vez- que me explaye destripando el final de esta peli. Fundamentalmente porque, como ya han advertido otros antes que yo, el cine de Peckinpah es riquísimo en matices. Y “Duelo en la alta sierra”, por descontado, no podía ser menos.


Me gustaría destacar, por ejemplo, el travelling hacia atrás por el que opta Peckinpah para mostrarnos -en un ligero contrapicado- el avance a paso firme de los personajes interpretados por Joel McCrea y Randolph Scott en el duelo final ante los Hammond.


Un sincronizado y ceremonioso recorrido ante una verdadera lluvia de balazos que no tan sólo contribuye a enfatizar su incuestionable carácter épico sino que, a mi juicio, constituye una emotiva muestra de admiración y respeto hacia dos hombres de otra raza, de otra casta, de otra época. Dos hombres que -en el crepúsculo de su tránsito terrenal- seguirán respetando hasta su último aliento esos códigos de honor (la amistad, en este caso) que hicieron del lejano oeste un legendario territorio en el que, inexorablemente, la muerte tenía un precio.

(Reseña publicada por Xavi J. Prunera en FilmAffinity el 2-9-10)

TRAILER