Director: David Miller
Guion: Dalton Trumbo (Según la novela de Edward Abbey)
Intérpretes:
- Kirk Douglas: John W. “Jack” Burns- Gena Rowlands: Jerry Bondi
- Walter Matthau: Sheriff Johnson
- Michael Kane: Paul Bondi
- George Kennedy: Ayudante Gutiérrez
Música: Jerry Goldsmith
Productora: Joel Productions
País: Estados Unidos
Por: Güido Maltese. Nota: 8,5
Cuentan las malas lenguas que fue Kirk Douglas (acostumbrado a controlar todo lo que podía en los films que interpretaba; incluso retocaba los guiones) quién realmente gestó esta película tras leer la novela “The brave cowboy - 1956” de Abbey. Le encargó el guión a Dalton Trumbo, con quién coincidiese en “Espartaco” de Kubrick en 1960. Le pidió a Goldsmith que se hiciera cargo de la banda sonora y fichó al mediocre, pero manejable, Miller para la dirección.
Y un camión lleno de inodoros...
La elección de todo ello no pudo ser mejor, siendo el resultado un emotivo y apasionante western crepuscular “moderno”, ya que la acción se sitúa en la misma década de los 60`s en que fue rodado. Y nos cuenta los últimos días de John W. “Jack” Burns, un cowboy a la antigua usanza que se resiste a admitir el avance inexorable de la “civilización” y el fin de los espacios abiertos. Un hombre aferrado a los antiguos códigos de lealtad, orgullo, amistad y justicia (sí, esos que tanto admiro yo en este género!).
Y un camión de inodoros...
Un antiguo amigo de Jack, Paul Bondi, ha sido encarcelado por ayudar a unos “espaldas mojadas” mexicanos. Antes de que sea trasladado a una prisión federal, Jack decide hacerse arrestar y sacar a su amigo de la cárcel del condado. Pero Paul ya no es un vaquero que sueña con los grandes horizontes y las largas cabalgadas; ahora tiene una familia y es escritor, se ha adaptado a la vida moderna y acepta sus reglas. Jack se está quedando solo en el pasado, un pasado que se aleja a pasos agigantados según avanzan el progreso y la sociedad.
Y un camión de inodoros...
Desde el inicio del film, con un simple plano secuencia en el que vemos a un vaquero descansando junto a su hoguera en medio del desierto, se nos hace saber el antagonismo del pasado y el presente: de repente, tres aviones a reacción surcan el cielo rompiendo toda la paz y quietud del momento. Más tarde, serán cercas, letreros y autopistas las que vayan acorralando a Jack y su yegua “Whisky”, tan terca cómo él.
Muy sútil el hecho de que la yegua sienta pavor ante el tráfico de las carreteras, hecho utilizado cómo metáfora del avance imparable del progreso y el final al que están abocados los tipos como Burns. Tipos que no quieren saber de leyes, de burocracias ni de etiquetas....tipos que se guían por unos códigos de honor y éticos entre personas y en acorde con la naturaleza salvaje que les ha rodeado durante su existencia.
Y un camión de inodoros...
Douglas borda su interpretación, consiguiendo emocionarnos y acercarnos a su personaje, empatizando con él y su manera de ver la vida. Dota a su personaje de fuerza y vigor, en un papel hecho a su medida y dónde se desenvuelve con soltura y naturalidad.
Perfectamente secundado por Gena Rowlands y por mi admirado y querido Walter Matthau (¡Qué tío más grande!). Matthau es el encargado de aliviar la tristeza y emotividad que desprende el film con sus interlocuciones y su ironía con su ayudante/secretario (“¿Te acuerdas cuando encontramos el cadáver de L. Hill con un cuchillo clavado en la espalda?... el forense dictaminó suicidio”), creando escenas cuasi cómicas que se agradecen y disfrutan. Atención a los chicles!
También perfecto, como todo lo que hacía, George Kennedy cómo el ayudante patán, pendenciero y vengativo.
Y un camión de inodoros....
Gran acierto el rodar la película en blanco y negro, para resaltar el clima crepuscular y el terreno agreste en que se desenvuelve la trama. La dirección de Miller (¿o de Douglas?) es sencillamente perfecta, resaltando cada personaje y desgranando la personalidad de cada uno de ellos, su humanidad y sus valores. La trama no decae en ningún momento y el buen guión de Trumbo se mantiene fresco de principio a fín. Todo ello apoyado por la excelente composición de Goldsmith.
Y un camión de inodoros....
Antes de finalizar esta reseña, comentar la similitud exagerada de “Acorralado” (First Blood – 1982) y su personaje, John Rambo, con el film que nos ocupa. No solamente Rambo es también un inadaptado que no encuentra su sitio en una sociedad que va muy por delante de su forma de entender la vida, es encarcelado y maltratado, huye de la cárcel y acaba siendo perseguido por la fuerzas del orden (tanto policiales como militares)....es que, encima, Jack Burns ya había derribado un helicóptero 20 años antes!!. En cuánto a influencias en otros directores, me atrevo a nombrar a Peckinpah...su “Grupo Salvaje” tiene mucho de este film y su Cable Hogue tiene bastante de John W. “Jack” Burns.
Y un camión de inodoros...
Y finalizo con un ¡Chapeau! para el final del film... magistral, triste, emotivo, desgarrador y, sobre todo, congruente con el mensaje y los valores que nos trata de transmitir la película. Un film conmovedor, crítico, ecologista y humano... ¡y un camión de inodoros!
Si la habéis visto me entederéis y si no, ¡ya estáis tardando!
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TRAILER:
Por: Güido Maltese. Nota: 8,5
Jack Burns: Soy un hombre solitario hasta lo más profundo de mi ser, y un hombre así, es un inadaptado. La única persona con la que puede vivir es consigo mismo; lo único que de veras ama es poder vivir a su modo. Un hombre así no dejaría en paz a una familia; sería para ella, una preocupación constante.
Cuentan las malas lenguas que fue Kirk Douglas (acostumbrado a controlar todo lo que podía en los films que interpretaba; incluso retocaba los guiones) quién realmente gestó esta película tras leer la novela “The brave cowboy - 1956” de Abbey. Le encargó el guión a Dalton Trumbo, con quién coincidiese en “Espartaco” de Kubrick en 1960. Le pidió a Goldsmith que se hiciera cargo de la banda sonora y fichó al mediocre, pero manejable, Miller para la dirección.
Y un camión lleno de inodoros...
La elección de todo ello no pudo ser mejor, siendo el resultado un emotivo y apasionante western crepuscular “moderno”, ya que la acción se sitúa en la misma década de los 60`s en que fue rodado. Y nos cuenta los últimos días de John W. “Jack” Burns, un cowboy a la antigua usanza que se resiste a admitir el avance inexorable de la “civilización” y el fin de los espacios abiertos. Un hombre aferrado a los antiguos códigos de lealtad, orgullo, amistad y justicia (sí, esos que tanto admiro yo en este género!).
Y un camión de inodoros...
Un antiguo amigo de Jack, Paul Bondi, ha sido encarcelado por ayudar a unos “espaldas mojadas” mexicanos. Antes de que sea trasladado a una prisión federal, Jack decide hacerse arrestar y sacar a su amigo de la cárcel del condado. Pero Paul ya no es un vaquero que sueña con los grandes horizontes y las largas cabalgadas; ahora tiene una familia y es escritor, se ha adaptado a la vida moderna y acepta sus reglas. Jack se está quedando solo en el pasado, un pasado que se aleja a pasos agigantados según avanzan el progreso y la sociedad.
Y un camión de inodoros...
Desde el inicio del film, con un simple plano secuencia en el que vemos a un vaquero descansando junto a su hoguera en medio del desierto, se nos hace saber el antagonismo del pasado y el presente: de repente, tres aviones a reacción surcan el cielo rompiendo toda la paz y quietud del momento. Más tarde, serán cercas, letreros y autopistas las que vayan acorralando a Jack y su yegua “Whisky”, tan terca cómo él.
Muy sútil el hecho de que la yegua sienta pavor ante el tráfico de las carreteras, hecho utilizado cómo metáfora del avance imparable del progreso y el final al que están abocados los tipos como Burns. Tipos que no quieren saber de leyes, de burocracias ni de etiquetas....tipos que se guían por unos códigos de honor y éticos entre personas y en acorde con la naturaleza salvaje que les ha rodeado durante su existencia.
Y un camión de inodoros...
Douglas borda su interpretación, consiguiendo emocionarnos y acercarnos a su personaje, empatizando con él y su manera de ver la vida. Dota a su personaje de fuerza y vigor, en un papel hecho a su medida y dónde se desenvuelve con soltura y naturalidad.
Perfectamente secundado por Gena Rowlands y por mi admirado y querido Walter Matthau (¡Qué tío más grande!). Matthau es el encargado de aliviar la tristeza y emotividad que desprende el film con sus interlocuciones y su ironía con su ayudante/secretario (“¿Te acuerdas cuando encontramos el cadáver de L. Hill con un cuchillo clavado en la espalda?... el forense dictaminó suicidio”), creando escenas cuasi cómicas que se agradecen y disfrutan. Atención a los chicles!
También perfecto, como todo lo que hacía, George Kennedy cómo el ayudante patán, pendenciero y vengativo.
Y un camión de inodoros....
Gran acierto el rodar la película en blanco y negro, para resaltar el clima crepuscular y el terreno agreste en que se desenvuelve la trama. La dirección de Miller (¿o de Douglas?) es sencillamente perfecta, resaltando cada personaje y desgranando la personalidad de cada uno de ellos, su humanidad y sus valores. La trama no decae en ningún momento y el buen guión de Trumbo se mantiene fresco de principio a fín. Todo ello apoyado por la excelente composición de Goldsmith.
Y un camión de inodoros....
Y un camión de inodoros...
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