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jueves, 13 de julio de 2017

BANDIDO

(Bandido -1956)

Dirección: Richard Fleischer
Guion: Earl Felton

Reparto:
- Robert Mitchum: Wilson
- Ursula Thiess: Lisa Kennedy
- Gilbert Roland: Colonel José Escobar
- Zachary Scott: Kennedy
- José Torvay: Gonzalez
- Rodolfo Acosta: Sebastian

Música: Max Steiner

Productora: D.R.M. Productions (EE.UU.-México).

Por Lluís Nasarre. NOTA 8,5

Escobar (refiriéndose a Wilson): "No está loco. Es un águila descalza" 


Normalmente, el western comporta espacios abiertos, grandes llanuras y el anhelo de alcanzar ese (constante) punto que se vislumbra en el horizonte y que significa libertad. Evolucionando los años y los títulos dentro del género, algunos, con esos modos “marcados a fuego” en la grupa de su montura, “han jugado” a acotar espacios en su dramaturgia para ahogar sentimientos, de manera que, todos los que intervienen en ese instante enclaustrado, hagan aflorar y percutir sus demonios interiores en beneficio de la historia, con el bien entendido, que tras la puerta o la ventana les espera “como techo, un cielo lleno de estrellas”. Sin embargo, el movimiento se hace andando, y en otra vuelta de tuerca dramática, también se añadirá al western el concepto “frontera”. Estar a un lado u otro (o en el filo). Llevar a cabo acciones en una banda del Rio Grande porque en la otra no se permiten o bien, cruzar el límite para alcanzar ese (vital) sentido a libertad vedado unas millas más atrás. ¿Grupo salvaje?



En 1954 el habitual colaborador de Anthony Mann, Borden Chase escribió una historia, que adaptada por James R. Webb y Roland Kibbee, Robert Aldrich inmortalizó en celuloide. La descarada e insolente Vera cruz. Para esa ocasión, la virtud de Aldrich fue la de dinamitar algunos códigos genéricos clásicos, confiriendo a su historia una enorme vivacidad y ligereza independientemente de la oscuridad de los personajes y/o el entorno a desarrollar. Ese estupendo enfoque, entre otras cosas, sirvió para abrir la puerta a otros senderos, de manera que, y parafraseando al poeta Paul Eluard “hay otros mundos, pero están en este”. Pues bien, dos años después, Earl Enton, guionista transitador del noir y habitual colaborador de Richard Fleischer, tras aunar esfuerzos en la maravillosa 20.000 leguas de viaje submarino, guioniza una historia propia para trasladarla al cine. Y esto es Bandido.



Algunas fuentes, refieren que Robert Mitchum, que protagonizaría el film, colaboraría en labores de guión. Un hecho éste que si esta vez sirve como anécdota, dos años después habría de convertirse en realidad, al escribir el actor la historia de la interesante Camino de odio. Sin embargo, mi intención ahora pasa por detenerme en Bandido, que co-escrito (o no) en mayor medida por Robert Mitchum, considero que en su ínterin, contiene los suficientes y significativos puntos como para asociarlos perfectamente a la particular idiosincrasia del actor.


Además…para entendernos, Bandido es un western (si podemos denominarlo de ese modo) de la corriente de ¡Agáchate, maldito! Y su referencia anterior a Vera Cruz, de la misma forma que a la película de Leone, no es gratuita en absoluto. En esta ocasión, acompañaremos a Wilson, uno de esos aventureros americanos que en plena guerra civil mexicana, allá por 1916, traspasa la frontera dispuesto a probar fortuna haciendo negocios en conflictos ajenos. Conflictos que tendrán que ver con su relación con el insurrecto Escobar desbaratando los negocios de Kennedy (personaje de idéntica catadura a Wilson), el cual, pretende vender un cargamento de armas al opresor ejército mexicano. Tal empresa no tiene otra finalidad que el lucro personal del propio Wilson y el aprovisionamiento armado de los “pobres” revolucionarios.


Sin embargo, esto es Hollywood y Kennedy tiene… una preciosa esposa, la cual no está mucho por la labor de su marido.


Tras unos créditos similares a los de Vera Cruz, incluida esa nota introductoria que en este caso apunta…”en ciertos lugares fronterizos pasaron unos pocos imprudentes al sur del país…aventureros, tontos y cazadores de fortuna”…el film arranca con un plano secuencia confrontando por un lado a la cantidad de mexicanos que intentan entrar en EEUU con, por el otro, al matrimonio Kennedy llegando a México, siendo alertados por el representante americano de que están accediendo a zona de guerra y que deberían desistir de ese viaje, ya que desde ese instante, él poco podrá hacer por ellos. Kennedy, socarrón le pregunta a su esposa si se ha olvidado de algo a lo que ella responde: “el sentido común nada más”. De este modo Richard Fleischer inicia su relato. Directo. Frontal. Y al corazón del conflicto como solía hacer en los concisos noir del inicio de su carrera. No nos ha de extrañar por tanto que, la aparición de Mitchum, tampoco se haga esperar. Le conoceremos al mismo tiempo que descubriremos, con él, de las desavenencias del matrimonio Kennedy. Provocando que a partir de ese instante, el espectador y Mitchum seremos adláteres.


Lo curioso de un film como Bandido es que de primeras no nos plantea nada que sea novedoso ni tan sólo apasionante. El realismo de su retrato está a años luz de lo que posteriormente reflejará Sam Peckinpah en sus películas. No obstante, será su modo de encararlo mediante unas composiciones escénicas horizontales que proporcionan una gran fisicidad y belleza visual, lo que convierte al film, en un “espectáculo” cinematográfico de primer orden. De ahí que, Sergio Corbucci, para Salario para matar y Los compañeros seguramente lo tuviera presente del mismo modo que a ¡Agáchate, maldito! Porque, al igual que en estas películas, de lo que no podemos sustraernos es del atractivo dinamismo que tiene el relato de Fleischer con la revolución mexicana como excusa o telón de fondo. Aldrich en Vera Cruz y Elia Kazan con Viva Zapata, por poner dos ejemplos de la misma época y en idéntico escenario, añadieron a la columna vertebral de sus historias unas connotaciones ideológicas de las que carece (por voluntad propia) la película de Fleischer. Emiliano Zapata y el Ben Trane de Aldrich, tienen unas convicciones y un pasado que se reflejan perfectamente en sus films condicionando su comportamiento. Por el contario, de Wilson, como del posterior (anti)héroe del spaghetti western apenas conocemos nada…”encenderé una vela por Ud.,…gracias, he corrido muchos riesgos en mi vida y nadie ha rezado por mi”…sólo nos importará el presente y su letal…proceder. De hecho, cuando conoce a Escobar este le llama Alacrán por su picadura venenosa…”una sola y (santiguándose)…Amén”. El mexicano (encarnado con su aplomo característico por Gilbert Roland) rápidamente ve en él, ese aire peligroso del profesional a sueldo. El mercenario pendenciero e inteligente que necesita para su (imposible) causa. Ya se lo dice a su segundo en el mando. “Es un águila descalza”. Definición utilizada por los mexicanos para describir a un ser solitario y que a pesar de estar desarmado, es rápido y expeditivo para resolver los problemas. Pero los problemas de los demás. Wilson no tiene problemas…los soluciona sin importarle nada…”no hay ninguna diferencia entre una causa perdida y un perro muerto. Los dos saben lo mismo”…No obstante, Wilson no cuenta en sus planes, con la aparición de la mujer. Y ello le comporta que tome partido por un bando. Algo que parece ser no es su forma de hacer. Y como quiere llamar la atención de ella, tras una conversación con Escobar, transmuta y el concepto moralidad va cobrando forma en el relato y en su proceder. Es una evidencia que ese requiebro no está desarrollado de la mejor forma por el libreto de Enton. Pero la presencia de Mitchum, amortigua la debilidad del cambio de rumbo. Por obra y gracia del destino pasa de aventurero, a cazador de fortuna y posiblemente tonto. Su aire conquistador, su languidez...”estaba con los rebeldes antes de que me cayera arena en los ojos”…una manera como cualquier otra, para decir que algo ha torcido su visión y…sus intereses. Tras eso, en el vividor aflora su (desconocido) sino de héroe poniendo su corazón al lado de los débiles, aunque ello le comporte quedarse sin dinero.


Con el mismo operador de Vera Cruz, Ernest Laszlo, en Bandido somos espectadores de bellas imágenes que combinan épica y lirismo. Combinación indispensable para la aventura e indisociables de las películas de su director, ahí están Los vikingos o la adaptación de Verne para demostrarlo. Las escenas de acción, con Wilson lanzando granadas desde su hotel mientras bebe whisky; el robo del tren o el montaje de la emocionante escena del final con las lanchas que contienen las armas, mientras los hombres de Escobar se acercan a la playa y van a ser presa de una emboscada, se conjugan perfectamente con algunas de transición, perfectamente integradas en el núcleo de la narración, ya sea por lo acerado de sus diálogos o por su puesta en escena, como esa en la que Wilson volverá a encontrarse con Escobar tras su fracaso y un cortejo fúnebre pasa entre ellos como prefacio …”nunca he esperado el afecto de las balas”…o el momento de la playa entre los amantes que nos retrotrae tímidamente a la memoria De aquí a la eternidad o El rostro impenetrable.



Como apunto, Bandido debe el éxito de su propuesta a la habilidad de Richard Fleischer. De la nada saca una estupenda película de aventuras con canon de western acerca de un tipo para el que la guerra no es más que una aventura que debe darle “buenos pesos”, además divertirle y ya puestos…enamorarlo.


Con idénticas y primigenias intenciones, Robert Mitchum habría de volver a México con la procaz La ira de Dios.


VER LA PELÍCULA


miércoles, 5 de julio de 2017

EL SECRETO DE CONVICT LAKE

(The secret of Convict Lake, 1951).

Dirección: Michael Gordon.
Guion: Anna Hunger, Jack Pollesfen, Oscar Saul, Victor Trivas, Ben Hecht (sin acreditar).

Reparto:
Glenn Ford (Jim Canfield)
Gene Tierney (Marcia Stoddard)
Ethel Barrymore (Granny)
Zachary Scott (Johnny Greer)
Ann Dvorak (Rachel Schaeffer)
Barbara Bates (Barbara Purcell)
Jeanette Nolan (Harriet Purcell)

Música: Sol Kaplan.
Productora: Twentieth Century Fox Corporation (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 6’5

“Creo que carga con demasiada responsabilidad. Juez, jurado y verdugo, todo bajo un bonito vestido de señora. ¿Por qué no organiza un linchamiento?” (Jim Canfield a Marcia Sotddard tras el recibimiento a los presos por parte de las mujeres del pueblo)


ARGUMENTO: Cinco convictos, entre los que se encuentra Jim Canfield acusado injustamente de asesinato, tras escapar del penal de Carson City recalan en un pueblo de montaña cerca del lago Monte Diablo habitado temporalmente sólo por mujeres. Ambos grupos deberán aprender a convivir hasta que cese la tormenta.


Basada en hechos reales acaecidos en 1871, la película, aunque no conseguida del todo, constituye una propuesta muy atractiva por su audacia y es, sobre todo, por diversas razones una rara avis dentro del género wéstern de la década de los cincuenta.


En primer lugar porque el filme se constituye como una mixtura de géneros. Por supuesto es un wéstern, pero igualmente contiene elementos de thriller (unos convictos en busca de un botín), melodrama (las dos historias de amor) e, incluso, terror en escenas como la nocturna que se desarrolla en el establo, previo a su incendio, con uno de los personajes tan sólo alumbrado por una lámpara de petróleo.


En segundo lugar el marco geográfico en el que se desarrolla la acción. Así se van a sustituir las grandes llanuras con sus infinitos espacios abiertos por la montaña, la nieve y un entorno cerrado. De esta forma, el pueblo aislado por la tormenta va a ser concebido por el director como un microcosmos, un espacio claustrofóbico y opresivo, que le permitirá dosificar la tensión a través de tres arcos argumentales perfectamente ensamblados:
-    Las ansias de venganza de Jim Canfield al pretender acabar con el individuo cuya falsa declaración le condenó a la horca.
-    La tentativa de Johnny Greer, junto con el resto de compinches, para adueñarse de los cuarenta mil dólares escondidos por el hombre que traicionó a Jim.
-    Los desordenados impulsos sexuales de Clay, otro de los ex convictos. Un psicópata condenado por violación y asesinato presto, en esta situación, a liberar sus más bajos instintos.


En tercer lugar por la importancia cuantitativa y cualitativa de la presencia femenina en el filme. De esta forma la película entroncaría con los escasos ejemplos en los que se resaltó el papel de la mujer como colectividad en el wéstern: “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951) o “Brigada de mujeres” (George Marshall, 1957).


 


Por último, nos encontraríamos con la trascendencia del sexo como un elemento que impulsará la acción. Johnny se dará cuenta desde el inicio de las carencias sexuales y afectivas de Rachel, una mujer frustrada y reprimida, y la seducirá como parte del plan para averiguar el paradero de los cuarenta mil dólares (es extraordinaria la secuencia de la seducción que culmina con un fundido en negro para a continuación mostrarnos las llamas de un fuego). Mientras que la pulsión sexual de Clay, latente durante gran parte de la película, culminará con el intento de violación de Barbara y el posterior linchamiento de este por parte de las mujeres del pueblo.


La película además cuenta con un gran reparto. Nos encontramos con Gene Tierney, bellísimamente retratada por la fotografía en blanco y negro obra de Leo Tover que resalta sus hermosísimos ojos, en el papel de Marcia Stoddard que se debate, a medida que descubre la clase de hombre que es su prometido, entre su amor creciente por Jim y su compromiso matrimonial con Rudy. Ethel Barrymore como Granny, personaje experimentado y líder natural del grupo de mujeres. Ann Dvorak, sensacional en su último papel para el cine, dando vida la reprimida Rachel, una mujer amargada por su soltería de la que llegan a decir: “Esperar a un marido es difícil, pero no tener a quién esperar es aún peor”; además de no esconder sus celos hacia Marcia al haberse prometido ésta a su hermano. Y. por último, Jeannete Nolan como la dominante madre de la joven Barbara, objeto del deseo de Clay. Son personajes muy bien perfilados con apenas algunas pinceladas. Por el lado masculino destacan un adecuado Zachary Scott, el malvado del filme, un hombre inteligente que, cual demonio, se dará cuenta de la debilidad de Rachel y la tentará seduciéndola por motivos espurios; y Glenn Ford como Jim Canfield, un individuo consumido por su sed de venganza que deberá escoger, ante la creciente amenaza de sus compañeros de fuga,. entre su satisfacción personal y la protección a las mujeres.


Película, por tanto, profundamente moral que, aunque cuenta con un giro de guion coincidente con la aparición de los maridos que supone cierta pérdida de credibilidad en el tramo central, remonta en un gran final centrado tanto en las consecuencias derivadas de actitudes codiciosas, como en la posibilidad de regeneración de los seres humanos si se les permite una segunda oportunidad.


“El secreto de Convict Lake” es, en definitiva, una joya olvidada que influyó en películas más reconocidas como “El día de los forajidos” (Andre De Toth, 1959) y, estoy seguro, hará las delicias de los aficionados al género.

Ver la película: