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jueves, 28 de abril de 2016

LAS AVENTURAS DE JEREMIAH JOHNSON

(Jeremiah Johnson) - 1972

Director: Sydney Pollack
Guion: John Milius y Edgard Anhalt (basado en la novela de Vardis Fisher)

Intérpretes:
Robert Redford: Jeremiah Johnson
Will Geer: Bear Claw
Delle Bolton: Swan
Josh Albee: Cahleb
Joaquín Martínez: Camisa Encarnada
Stefan Gierasch: Del Gue

Música: John Rubinstein y Tim McIntire

Productora: Warner Bros
País: Estados Unidos

Por: Xavi J. PruneraNota: 8

Del Gue: “¿Cómo te ha ido, Jeremiah?”
Jeremiah: “Sigo vivo, Del ¿Eso que llevas en la cabeza es pelo?”
Del Gue: “Sí, señor”
Jeremiah: “No”
Del Gue: “He decidido que cuando abandone esta vida debería dejar algo como recuerdo”

SINOPSIS: Jeremiah Johnson es un soldado norteamericano que deserta del ejército en pleno conflicto entre Estados Unidos y Mexico (1846-1848) y se establece en las Montañas Rocosas. Un entorno tan bello como hostil en el que deberá aprender a sobrevivir. Cuando los indios Crow matan a su esposa india y a un niño al que había adoptado, Jeremiah antepondrá su instinto de venganza al de supervivencia.


“Las aventuras de Jeremiah Johnson” es una de esas pelis que, pese a sus fallos, me encanta. Me fascinó de adolescente cuando la vi por primera vez y, afortunadamente, me ha seguido gustando —ya de más talludito— cada vez que la he revisado. Naturalmente, de jovencito suelen “colar” muchas cosas que de mayor chirrían con mayor estridencia pero, aún así, considero que la peli de Pollack tiene muchas más virtudes que defectos y que se ha ganado con todo merecimiento ese 8 que le adjudiqué de adolescente y que, a día de hoy, le sigo manteniendo.


Permitidme, sin embargo, que procure analizar esta peli lo más objetivamente posible. Con sus aciertos y desaciertos. Permitidme hacerlo así porque a veces da la sensación cuando escribimos una reseña positiva que sólo nos gustan las pelis que rozan la perfección. Y eso, al menos en mi caso, no es así. Personalmente me gustan muchas pelis imperfectas y me aburren o no me dicen nada —asimismo— películas que para grandes expertos en la materia son consideradas como verdaderas obras maestras. Así pues, dejadme que empiece con los deslices, handicaps o puntos débiles de “Las aventuras de Jeremiah Johnson” porque son poquitos y porque considero, francamente, que no alteran demasiado el más que satisfactorio resultado final de la peli.


Uno de ellos sería el guión. Un guión que me parece más bien sencillito —casi episódico diría yo— y que provoca que el arranque inicial sea un pelín lento y moroso. Con algunas escenas que nos recuerdan más a un documental del National Geographic que no a una peli en sí y con algunas situaciones prácticamente inverosímiles. Otra de las cosas que no acaba de convencerme es el pulso narrativo. Demasiado acelerado a veces y excesivamente parsimonioso en otras ocasiones.


Aún así, “Las aventuras de Jeremiah Johnson” es —a mi juicio— una gran película. Y lo es porque, pese a su epidérmica simplicidad, se trata de una peli bastante compleja y profunda. Una peli con varias capas, diría yo. Como las cebollas. Con una primera capa que nos remite al instinto de supervivencia, otra más interna que asociaríamos a la relación del hombre con la naturaleza y una última, más filosófica o espiritual, que nos relataría ese viaje interior, iniciático, por el que opta Jeremiah Johnson al principio de la peli. Tres capas o lecturas muy interesantes y sustanciosas que Pollack sabe combinar a la perfección sin que ninguna de ellas eclipse o relegue a las demás.


Parece ser que esa primera capa, la del hombre que debe aprender a sobrevivir en un entorno tan bello como hostil, fue la que más interesó a Robert Redford cuando le propusieron protagonizar la peli. Y sí, de hecho todo lo que se refiere a cazar o pescar para no morir de hambre y aprender a encender un buen fuego o bien a construir una sólida cabaña para no morir de frío son, quizás, las premisas argumentales más jugosas y atractivas de esta peli.


Pero, evidentemente, un film centrado básicamente en este aspecto no habría tenido la trascendencia que tuvo “Las aventuras de Jeremiah Johnson”. Y aunque frecuentemente se ha definido el film de Pollack como un “western ecologista”, a mí el aspecto que más me atrae de esta peli no es el del amor al entorno natural o a sus habitantes. Entre otras cosas porque Jeremiah Johnson no es un ermitaño sino un trampero, un hombre que se dedica a cazar animales (ya sean osos, alces o castores) para vender sus pieles. Algo que no creo que sea, precisamente, muy ecológico. Máxime teniendo en cuenta que, además, su relación con las tribus indígenas (concretamente con los Crow) no es tampoco demasiado cordial.


Así pues, lo que a mi más me interesa de la peli de Pollack es ese viaje interior que empuja a Jeremiah Johnson a desertar del ejército y emprender una nueva vida en las Montañas Rocosas para encontrarse a sí mismo. Y aunque no llegamos a conocer en ningún momento si ha habido o no alguna experiencia traumática concreta que lo empujara a tomar esa decisión, lo que sí sabemos en todo momento es que Jeremiah Johnson es un hombre total y absolutamente convencido de lo que hace.


Escenas para el recuerdo, no obstante, las hay para todos los gustos, pelajes y capas cebolleras. Desde moviditas-moviditas (las peleas con la jauría de lobos o con los indios Crow son, aunque difíciles de creer, realmente espectaculares) hasta profundamente conmovedoras, como cuando Jeremiah encuentra a la mujer loca y se queda con Cahleb o bien cuando llega a su cabaña y se encuentra a su mujer y a Cahleb asesinados por los Crow.


Pero si un plano me resulta verdaderamente épico y estremecedor, ése es el último. Con la imagen congelada (y nunca mejor dicho) de Jeremiah Johnson saludando y ganándose el respeto de “Camisa Encarnada”. Brutal.


Y poco más. Destacar, eso sí, la extraordinaria fotografía de Duke Callaghan, la maravillosa balada interpretada por Tim McIntire, la gran sensibilidad de Pollack como realizador y, obviamente, la espléndida interpretación de Robert Redford. Elementos, todos ellos, que contribuyen a hacer de “Las aventuras de Jeremiah Johnson” un grandísimo western de visión absolutamente imprescindible.

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Fotos:


















TRAILER:


jueves, 21 de abril de 2016

EL HOMBRE DE LARAMIE

(The man from Laramie) - 1955

Director: Anthony Mann
Guion: Philip Yordan y Frank Burt

Intérpretes:
James Stewart: Will Lokhart
Arthur Kennedy: Vic Hansbro
Donald Crisp: Alec Waggoman
Cathy O’Donnell: Barbara Waggoman
Alex Nicol: Dave Waggoman
Aline MacMahon: Kate Canaday
- Wallace Ford: Charley O’Leary
- Jack Elam: Chris Boldt

Música: George Dunning

Productora: William Goetz production-Columbia production
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9

Alec Waggoman conversando con Vic Hansbro: “Te aprecio y te apreciaré siempre, pero a David le quiero y hay diferencia entre aprecio y cariño”

Quinta y última colaboración western entre el director Anthony Mann y el actor James Stewart, única que se rodó en Cinemascope, formato al que el director sacó el máximo partido, y para muchos, entre los que me incluyo, la mejor del ciclo.

Durante el rodaje de El hombre de Laramie

En principio ambos deberían haber rodado un sexto western, “La última bala”, pero Mann, ante el enfriamiento en su relación con el actor y su escasa confianza en el guion, fue sustituido por el televisivo Ralph Neilson.



En esta ocasión el habitual Borden Chase fue reemplazado en la elaboración del libreto por otro gran guionista, Philip Yordan, con el que colaboraría asiduamente el director de San Diego (“El Cid”, “La caída del imperio romano”). El guion vuelve a abordar como tema principal el de la venganza a través del personaje de Will Lockhart (excelente, como siempre, James Stewart), un capitán del ejército que abandona el mismo con la intención de encontrar a los individuos que vendieron a los indios los rifles de repetición con los que mataron a su hermano.


Nos encontramos de nuevo con el típico personaje “manniano”, un ser individualista, desarraigado (llega a afirmar que “En el sitio en que me encuentro ese es mi pueblo”), reflexivo pero con querencia por la violencia y que actúa motivado por razones personales. Aunque presenta ciertos matices singulares ya que se mostrará más humano y generoso que otros personajes de Mann tanto en su enfrentamiento con Alec Waggoman, al que no disparará sino que se limitara a tirarlo del caballo, como en los instantes finales al dejar con vida a Vic Hansbro.


El marco en el que se desarrolla la acción también presenta diferencias con el resto de los filmes del ciclo, salvo con “Wínchester 73”. Así vamos a contemplar un territorio en el que la comunidad se encuentra perfectamente asentada (aparecen o se hace alusión a figuras representativas de la civilización como el juez, el médico, el sacerdote o el sheriff), de ahí que gran parte del filme tenga como marco la urbe o los ranchos de alrededor. 
Igualmente, es la única película en la que la banda sonora incluye un tema cantado, en este caso por el habitual Ned Washington.


Por último, creo que debo resaltar dos cuestiones:
a) Su apariencia de tragedia clásica debido al triángulo conformado por Alec Waggeman (estupendo Donald Crisp) y sus dos “hijos”, Vic Hansbro (extraordinario Arthur Kennedy en un papel muy complejo que borda) y Dave Waggoman, interpretado por Alex Nicol (actor que desarrollaría su carrera en el western europeo).
El primero se nos muestra como un individuo autoritario y rudo, el típico ranchero hecho a sí mismo que levantó su imperio de la nada y es consciente de las debilidades de su hijo aunque las tolera, mientras que trata injustamente a Vic, al que contrató cuando era un chiquillo y su verdadera mano derecha, aunque le hubiera gustado que realmente fuese su hijo.


En cuanto a Vic, a la postre el personaje negativo de la cinta, Mann parece mostrar cierta simpatía por él o por lo menos parece entenderlo. Es un hombre utilizado por Alec que, si bien reconoce sus méritos y desvelos, le chantajea con la posibilidad de no cumplir su promesa de cederle, junto a David, su rancho. Ante este hecho Vic, que ve en Alec al padre que no tuvo, se sentirá traicionado y comprenderá que sus esfuerzos, se ha comportado como el hermano mayor de David protegiéndole en todo momento, sacrificios, anhelos y trabajo no han servido para nada. Es un sujeto que, en el fondo, busca tanto el reconocimiento como el cariño de su “padre” y se siente frustrado al negársele ambos.


Por último, tenemos a David, un hombre de personalidad complicada, inseguro y débil pero a la vez cruel; celoso de Vic al ser consciente de que es inferior a él.

b) El tratamiento muy crudo de la violencia, destacando en este sentido tres magníficas escenas: la pelea, extraordinariamente bien rodada, entre Will y Dave y Vic; la secuencia en la que Will es arrastrado por el suelo para a continuación incendiar sus carros y Dave matar a las mulas; y, sobre todo, aquella en la que dos esbirros de Dave retienen a Will para que aquel le dispare a quemarropa en la mano. Escena brutal, y de nuevo magníficamente dirigida, que provocó el rechazo de bastantes críticos cinematográficos.


La película, como señalé en el primer párrafo de esta reseña, puso fin a la brillante colaboración entre Mann y Stewart, un ciclo que modernizó radicalmente el western tanto desde el punto de vista temático como estético, y fue fundamental para su desarrollo y evolución durante la década siguiente, incluidos los filmes del oeste filmados en Europa. A través del mismo, Mann introdujo en este género un nuevo tipo de héroe, o quizás deberíamos llamarlo antihéroe, caracterizado por su ambigüedad moral y supo integrar como pocos el paisaje en el desarrollo de las historias que contaba, convirtiéndose este en algunos momentos en el verdadero protagonista de las cintas.


Como señaló en su día el prestigioso crítico Andrè Bazin: “Dadle a Mann un paisaje, una montaña y un itinerario. Y ya tendremos una obra maestra”.

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Por: Xavi J. PruneraNota: 8,5

No quisiera iniciar esta crítica sin dejar bien claro que “El hombre de Laramie” es un excelente western. Un magnífico paradigma para todos aquellos que quieran conocer bien y de cerca el clásico western de los años cincuenta. Un género que Anthony Mann esculpió con mimo, tesón y estilo propio. Compartiendo, con Ford, el compromiso de dar nobleza y esplendor a ese prolífico repertorio de tópicos eternamente asociados a las viejas pelis del oeste de toda la vida.



De ritmo pausado y modélica puesta en escena, “El hombre de Laramie” es una de esas pelis que se paladean con deleite, con esa placentera sensación de estar disfrutando de un espectáculo visual armónico, equilibrado, plenario. Mann maneja la cámara con suavidad, con coherencia; alternando los planos generales, medios y primeros de forma sabia y natural. Las secuencias de acción o de violencia (la pelea a puñetazos entre el ganado, el balazo en la mano,...) se entrelazan airosamente con otras secuencias de carácter más discursivo, mientras que el propio devenir de los acontecimientos nos va desgranando, poco a poco, ese enfoque espiritual y/o humanístico concebido por Mann. El de unos personajes corrientes, creíbles, de carne y hueso. Con sus virtudes y sus defectos. Con sus aciertos y sus torpezas.



Pues bien, precisamente en este punto es cuando mis expectativas sufren un ligero traspiés y medio de mis nueve puntazos se queda en el camino. Los motivos son muy simples. Admito que Mann desmitifique la figura del pistolero, pero hacerlo de forma tan severa resulta, a mi entender, contraproducente. Ya sé que el propio talante de Stewart nada tiene que ver con el de Wayne, Douglas o Cooper pero me fastidia corroborar como esa falta de aliento épico y esa inconfundible impronta trágica con la que Mann suele revestir todos sus western se traduce en unos personajes algo descafeinados para mi gusto.



Lockhart, por ejemplo, es un tipo cabezón, pero en ciertas situaciones su apatía es exasperante. Y no hablemos de Vic o de Dave, los ‘malos’ de la peli. El primero –pobrecico- tiene tanto de ruín como de gafe, y el segundo no deja de ser un malandrín de pacotilla pidiendo a gritos una ‘master class’ para malvados impartida por Jack Palance o Lee Van Cleef. Fuera coñas, algo más de mala leche, de inmoralidad, no le hubiera ido mal a Lockhart y a los otros miembros de la familia Waggoman para pregonar con mayor resolución y pundonor el advenimiento de ese western crepuscular y nihilista que tan espléndidamente dibujaría Peckinpah años más tarde.

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Fotos:


































TRAILER: