(Ride the Hight Country) - 1962
Dirección: Sam Peckinpah
Guión: N. B. Stone Jr.
Intérpretes:
- Randolph Scott: Gil Westrum
- Joel McCrea: Steve Judd
- Mariette Hartley: Elsa Knudsen
- Ron Starr: Heck Longtree
- Edgar Buchanan: Judge Tolliver
- R. G. Armstrong: Joshua Knudsen
Música: George Bassman
Productora: Metro Goldwyn Mayer
País: Estados Unidos
Dirección: Sam Peckinpah
Guión: N. B. Stone Jr.
Intérpretes:
- Randolph Scott: Gil Westrum
- Joel McCrea: Steve Judd
- Mariette Hartley: Elsa Knudsen
- Ron Starr: Heck Longtree
- Edgar Buchanan: Judge Tolliver
- R. G. Armstrong: Joshua Knudsen
Música: George Bassman
Productora: Metro Goldwyn Mayer
País: Estados Unidos
Por: Xavi J. Prunera. Nota: 9
Steve Judd: "En algún lugar del camino, olvidaste que eras mi amigo".
“El western es la vida” me comentaron en cierta ocasión. Y aunque no recuerdo cuando ni quién pronunció tan lapidaria sentencia, debo admitir que es verdad. Una verdad como un templo. Porque todo, absolutamente todo y más, podemos encontrarlo en un buen western. Sobre todo si es tan sobrio y maduro como “Duelo en la alta sierra”. Sin lugar a dudas, la primera -pero no por ello menos importante- obra maestra de Sam Peckinpah. El hombre que recogió el testigo del western clásico de los Ford, Hawks o Mann y lo dotó de una poética mágica, melancólica, sublime. Una poética sin igual.
Yo, por lo menos, soy un fanático del western gracias a Sam. Y a Leone, claro. Pero creo que fue mi tardío y crucial descubrimiento de la obra de Sam Peckinpah lo que, definitivamente, contribuyó a inclinar mi balanza. Una balanza en la que el western pasó de ser uno de mis géneros favoritos a mi género favorito. Por antonomasia. Y todo ello gracias a su poética. Una poética que contempla con nostalgia esa cándida y lírica visión del oeste y la coteja, constantemente, con una realidad muy diferente. Quizás no tanto desde una perspectiva cronológica pero sí desde la perspectiva íntima y particular de unos personajes que se encuentran ya en el ocaso de sus vidas.
Yo, por lo menos, soy un fanático del western gracias a Sam. Y a Leone, claro. Pero creo que fue mi tardío y crucial descubrimiento de la obra de Sam Peckinpah lo que, definitivamente, contribuyó a inclinar mi balanza. Una balanza en la que el western pasó de ser uno de mis géneros favoritos a mi género favorito. Por antonomasia. Y todo ello gracias a su poética. Una poética que contempla con nostalgia esa cándida y lírica visión del oeste y la coteja, constantemente, con una realidad muy diferente. Quizás no tanto desde una perspectiva cronológica pero sí desde la perspectiva íntima y particular de unos personajes que se encuentran ya en el ocaso de sus vidas.
En este caso, dos viejos amigos curtidos en mil y una batallas, cuya filosofía existencial sintetiza -a la perfección- esa eterna dialéctica entre los viejos tiempos y el controvertido “progreso” que siempre planeó sobre la obra de “Bloody Sam”.
Un sincronizado y ceremonioso recorrido ante una verdadera lluvia de balazos que no tan sólo contribuye a enfatizar su incuestionable carácter épico sino que, a mi juicio, constituye una emotiva muestra de admiración y respeto hacia dos hombres de otra raza, de otra casta, de otra época. Dos hombres que -en el crepúsculo de su tránsito terrenal- seguirán respetando hasta su último aliento esos códigos de honor (la amistad, en este caso) que hicieron del lejano oeste un legendario territorio en el que, inexorablemente, la muerte tenía un precio.
(Reseña publicada por Xavi J. Prunera en FilmAffinity el 2-9-10)
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