Dirección: Howard Hawks
Guion: Dudley Nichols
Reparto:
- Kirk Douglas: Jim Deakins
- Dewey Martin: Boone Caudill
- Elizabeth Threatt: Teal Eye
- Arthur Hunnicutt: Zeb Calloway
- Buddy Baer: Romaine
- Steven Geray: “Frenchy” Jourdonnais
- Hank Worden: Poordevil
- Jim Davis: Streak
Música: Dimitri Tiomkin
Productora: RKO Radio Pictures, Winchester Pictures Corporation (USA).
Por Jesús Cendón. NOTA: 8
“¡Sí que es grande esta tierra! Sólo el cielo es más grande. Parece que Dios la creó y se olvidó ponerle personas” (Jim Deakins a Boone Caudill y Zeb Calloway mientras marchan en busca de caza)
Dentro del wéstern creo que podemos hablar de un subgénero, el pre-wéstern, que abarcaría aproximadamente los filmes ambientados desde el siglo XVIII hasta 1830-1840. Un período en el que se forjaron fundamentalmente dos mitos: el de la construcción de un país basado en los sacrosantos principios de la libertad y de la igualdad, y el de la frontera como territorio en continúa tensión entre el mundo civilizado y el mundo indómito. Son, a su vez, películas genéricamente fronterizas al darse en ellas la mano elementos de distintos géneros: wéstern aventura o, incluso, bélico.
Además, las cintas de este subgénero se pueden clasificar en tres grandes categorías:
Aquellas que narran las peripecias de los primeros colonizadores, generalmente en lucha contra los nativos norteamericanos y/o el ejército británico. Siendo los ejemplos más destacados: “La pequeña rebelión” (William A. Seiter, 1939), “Corazones indomables” (John Ford, 1939), “El luchador de Kentucky” (George Wagner, 1949), “Hacha de guerra” (Kurt Neumann, 1956), “Revolución” (Hugh Hudson, 1985), las distintas adaptaciones de la novela de James Fenimore Cooper “El último mohicano” entre las que destaca la dirigida en 1992 por Michael Mann o, más recientemente, “El patriota” (Roland Emmerich, 2000).
Los filmes que recrean, con mayor o menor rigor, algún acontecimiento histórico. Formarían parte de este subgrupo, entre otras: “Paso al noroeste” (King Vidor, 1940), “Los inconquistables” (Cecil B. DeMille, 1947), “Traición en Fort King” (Budd Boetticher, 1953), “Horizontes azules” (Rudolph Maté, 1956), “La última orden” (Frank Lloyd, 1955), “Libertad o muerte” (Byron Haskin, 1956) o “El Alamo” (John Wayne, 1960).
Por último nos encontraríamos con películas con un tono marcadamente naturalista centradas en la vida de los tramperos; individuos trágicos al vivir en una clara paradoja ya que huían de la civilización pero, al abrir nuevos territorios al hombre blanco, se constituían en la punta de lanza de esa civilización que despreciaban. “Más allá del Missouri” (William A. Welman, 1951), el primer episodio de “La conquista del Oeste” (John Ford, Henry Hathaway y George Marshall, 1962), “Un hombre llamado caballo” (Elliot Silverstein, 1970), “El hombre de una tierra salvaje” (Richard C. Sarafian, 1971) y su innecesario y plúmbeo remake “El renacido” (Alejandro González Iñarritu, 2015) o, la ya reseñada en este blog, “Las aventuras de Jeremiah Johnson” (Sidney Pollack, 1972) son los filmes más conocidos de esta categoría; en la que también se encuentra “Río de sangre”.
ARGUMENTO: Jim Deakins, un veterano trampero; y su joven amigo, Boone Caudill, se enrolan junto con el tío de Boone, Zeb Calloway, en un viaje a través del Missouri con el objeto de comerciar con los pies negros. Durante el trayecto no sólo deberán enfrentarse a múltiples peligros: los indios crow, los miembros de la Compañía (empresa que ostenta el monopolio del comercio en el territorio) el propio Missouri, etcétera; sino que el amor de ambos por Teal Eye pondrá a prueba su amistad.
Segundo wéstern de Howard Hawks tras “Río Rojo” con el que presenta varias semejanzas: ambos se desarrollan en grandes espacios, se centran en la figura de pioneros y la historia está estructurada en torno a la relación entre dos personajes; pero a diferencia de su primer wéstern, en la película que nos ocupa Howard Hawks se implicó también en la producción a través de una pequeña compañía, la Winchester Pictures Corporation, creada por el cineasta para financiar un clásico de la ciencia ficción, “El enigma de otro mundo” (Christian Nyby-Howard Hawks, 1951).
Estamos ante una adaptación del magnífico libro de A. B. Guthrie Jr. “Bajo cielos inmensos”, editado recientemente por Valdemar en su colección Frontera. Aunque en realidad el guion, escrito por Dudley Nichols, habitual escritor en esa época de John Ford, y en el que participó, como era habitual, el propio Hawks, se centra exclusivamente en los capítulos segundo y tercero de la novela, inspirándose libremente en ellos. Así, en la película se fusionan los personajes de Summers y el tío Zeb en este último que, además, se convierte en el narrador de la historia y se le da mayor relevancia tanto al personaje de Teal Eye como a la historia de amor protagonizada por esta y los dos amigos, Jim Deakins y Boone Caudill, para los que en principio Hawks pensó en Robert Mitchum y Marlon Brando aunque por problemas tanto económicos como de agendas tuvo que sustituirlos por Kirk Douglas y Dewey Martin.
En todo caso, estamos ante una cinta muy personal de su autor que define perfectamente su cine y en la que nos vuelve a sumergir en un universo masculino, o lo que entendía él por este, presidido por peleas, borracheras y sentimientos como la camaradería, la amistad, el honor o la lealtad a través de la relación de profunda complicidad y camaradería que se fragua de forma definitiva, precisamente tras una riña, entre el veterano Jim y el joven Boone. Tema este, de la amistad, que es una constante en el cine del director nacido en California y que en la película que nos ocupa se enriquece al convertirse prácticamente Jim en el mentor de su amigo, tornándose el vínculo existente entre ellos en una relación cuasi paterno-filial. Porque el filme no sólo trata de la expedición de más de tres mil kilómetros a través del Missouri en la que se embarcan los dos camaradas, sino que para el joven Boone también constituirá un viaje iniciático a través del cual madurará, se convertirá en adulto y como tal deberá decidir; debiendo adoptar resoluciones que, como cualquier elección, serán dolorosas y le marcarán para el resto de sus días.
La película cuenta, por tanto, con una mayor hondura de lo que pueda parecer haciendo una lectura superficial de la misma pero en la que Hawks no se muestra pretencioso, ya que son las acciones las que van definiendo a los personajes y no los largos y pesados discursos (en este sentido es extraordinaria, por su sutileza, la larga secuencia en la que Boone, Poordevil, interpretado por un irreconocible Hank Worden, y Teal Eye rescatan a un herido Jim de una muerte segura y la forma en la que se muestran los sentimiento de este hacia la india); además de conseguir el director engarzar de forma natural drama y comedia, incluso en las mismas secuencias. Así, nos encontramos con la famosa escena del dedo en la que transforma una situación trágica (la amputación de un dedo de la mano a Jim) en un memorable gag; mientras que una escena de corte cómico, el baile disfrazado de mujer del grandullón Romaine interpretado por Buddy Baer (el Ursus de “Quo Vadis”) finaliza en tragedia al verse interrumpido bruscamente por un ataque de los indios.
Narrada casi como si fuese un docudrama sobre la vida de los tramperos, al igual que haría Delmer Daves en “Cowboy” sobre los vaqueros seis años después, sin duda la labor de Russell Harlan como director de fotografía se antoja fundamental. Harlan por su forma de retratar los Parques Nacionales de Yellowstone y Grand Tenton, así como el río Snake, que redunda en la sensación de veracidad del filme, obtuvo una merecidísima nominación al Oscar; al igual que Arthur Hunnicutt como actor secundario por su papel del incrédulo y racional tío Zeb. Pero es Jim Deakins, gracias a una actuación plena de vitalidad y energía de un Kirk Douglas en su mejor momento, el personaje imposible de olvidar. Un individuo que va engrandeciéndose a medida que se desarrolla el filme y, sobre todo, con el magnífico final en la que asume con generosidad su fracaso; derrota que supone no sólo la pérdida de quien es su mejor camarada, sino de la que podía haberse convertido en la mujer de su vida (incluso Boone en un momento determinado le reconoce a Teal Eye que ella y Deakins harían una buena pareja). Lástima que no tuviera un contrapeso mayor al interpretar a Boone el soso Dewey Martin.
“Río de sangre”, por tanto, se revela como la obra de un director singular, de una gran belleza, vitalista, antirracista y profundamente lírica, a la que contribuye la delicada partitura compuesta por Dimitri Tiomkin, sobre una forma de vida basada en la comunión con la naturaleza y en la más absoluta libertad desarrollada en un territorio virgen, de grandes espacios abiertos, a punto de desaparecer con la llegada, primero, del ejército y, después, de los colonos y con ellos los asentamientos “en donde los hombres permitían que el tiempo gobernase sus vidas”; así como, sobre los individuos que la protagonizaron. Seres pendencieros, fanfarrones, camorristas y bravucones, pero igualmente nobles, solidarios, leales, francos y honestos; los “mountain men”.
Como curiosidad comentaros que la escena del dedo la había concebido el director para “Río Rojo” pero no se llegó a rodar por no estar convencido Wayne. Al actor, una vez vista la película, le faltó tiempo para llamar a Hawks y comentarle que si le parecía divertido un funeral no dudara en contar con él para rodarlo.
Por último, indicaros que se ha editado recientemente en DVD una versión, con la imagen bastante deteriorada, de 135 minutos, más larga que la estrenada de algo más de dos horas, aunque tampoco coincide con la película concebida por el director de 140 minutos de duración.
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