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viernes, 2 de mayo de 2025

HOMBRES ERRANTES

 
(The lusty men, 1952)

Dirección: Nicholas Ray
Guion: Horace McCoy y David Dortort

Reparto:
- Susan Hayward (Louise Merrit)
- Robert Mitchum (Jeff McCloud)
- Arthur Kennedy (Wes Merrit)
- Arthur Hunnicutt (Booker Davies)
- Frank Faylen (Al Dawson)
- Walter Coy (Buster Burgess)
- Carol Nugent (Rustie Davis)

Música: Roy Webb
Productora: Wald/Krasna Productions, RKO Radio Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

No hay potro que no pueda ser montado, ni vaquero que no pueda ser derribado”. Frase repetida por Jeff McCloud.



Dentro del denominado neowéstern o wéstern contemporáneo, es decir filmes situados en la actualidad pero con elementos, situaciones, temas y/o personajes propios del wéstern, nos encontramos con una serie de cintas que presentan características comunes ambientadas en el espectáculo del rodeo, películas que constituyen una especie de subgénero. Sin ánimo de ser exhaustivo podemos citar como representantes de este tipo de filmes a, entre otras, “Arena” largometraje prácticamente imposible de encontrar en la actualidad rodado en 3D por Richard Fleischer en 1953 y cuya acción se desarrollaba en un día; la ya reseñada en este blog “Vidas rebeldes” (John Huston, 1961) aunque abordaba este tema de forma tangencial; “Los centauros” (Steve Inhat, 1972) comedia dramática con un inmaduro vaquero, interpretado por James Coburn, intentando recuperar el amor de su esposa; la bellísima y melancólica “El rey del rodeo” (Sam Peckinpah, 1972) en la que Steve McQueen regresaba a su ciudad natal con la intención de hacer las paces con su familia; la irregular “Cuando mueren las leyendas” (Stuart Millar, 1972) con un alcoholizado Richard Widmark convertido en maestro de un joven indio; la más reciente e interesantísima “The rider” (Chloé Zhao, 2017) centrada en una joven promesa del rodeo retirada prematuramente por un accidente o la película objeto de esta reseña, posiblemente la aproximación más realista al mundo del rodeo aunque no haya gozado del reconocimiento merecido, quizás por situarse cronológicamente entre dos grandes obras de su director: “En un lugar solitario” (1950) y “Johnny Guitar” (1954). 


“Hombres errantes” fue la última de las seis películas rodadas para la RKO por Nicholas Ray, quien celoso respecto a su independencia y libertad para crear las obras tal y como las concebía mantuvo una relación muy tensa con Howard Hughes, magnate de la major, durante los cinco años de duración de su contrato. Además, en el seno de la productora colaboró sin acreditar en otros filmes como “El soborno” (John Cromwell, 1951) y “Una aventura en Macao” (Josef von Sternberg, 1952), ambas protagonizadas por Robert Mitchum al que le había entusiasmado una novela sobre un cowboy moderno y pretendía adaptar el texto al cine.


El filme lo financió la Ward/Krasna, pequeña y efímera compañía dependiente de la RKO creada por los guionistas que le dieron su nombre; asegurándose, de esta forma, la distribución del largometraje a través de la poderosa major de Hughes quien, además, consiguió la cesión por parte de la 20th Century Fox de Susan Hayward para el papel femenino principal.


Para escribir el guion se contó con el maestro de la novela negra Horace McCoy y, en el afán de dotar de realismo a la cinta, con la leyenda del rodeo David Dortort; aunque, por lo que he leído, lo cierto es que constantemente a lo largo de la filmación de la película, director y protagonista modificaron el libreto e, incluso, llegaron a eliminar el final rodado inicialmente e impuesto por Howard Hughes para cambiarlo por otro más acorde con el mensaje que pretendían transmitir. 



SINOPSIS: Jeff McCloud, un vaquero de rodeo, tras sufrir un accidente decide regresar a la casa de sus padres. Tras comprobar que fue hace tiempo vendida conocerá al matrimonio compuesto por Louise y Wes Merrit; este pretende iniciarse en el rodeo como medio para adquirir un rancho.


“Hombres errantes” es una película triste filmada en un blanco y negro, que realza su tono dramático y crepuscular a la vez que la dota de un gran realismo, cuyo inicio y final son enormemente líricos y emotivos pero a la vez desoladores.



Así en su comienzo vemos a un magullado, dolorido y renqueante Jeff McCloud, al haber sufrido una lesión en la pierna, abandonando en plena noche, mientras silba el viento, el que ha sido su mundo y su forma de vida durante veinte años y dirigirse al hogar de su niñez para, tras recoger una serie de objetos de gran valor sentimental (un viejo revólver deteriorado, una caja en donde de pequeño solía guardar los centavos ganados), comprobar que ha cambiado de dueño. Nicholas Ray nos muestra con este comienzo la vulnerabilidad y el desarraigo tanto físico como emocional del personaje, un individuo con un incierto presente y nulo porvenir al que ni siquiera le queda la posibilidad de refugiarse en el pasado.


Mientras que en el final asistiremos al sacrificio del protagonista, quien tomará una decisión prácticamente suicida al inscribirse, sin estar preparado, en las cuatro modalidades de un rodeo para demostrarse a sí mismo que sigue siendo el de siempre pero, sobre todo, para mostrar a un desnortado Wes cuál será su final si no recupera la cordura, abandona ese mundo de aparente felicidad y se decide a cumplir el sueño inicial compartido con su mujer consistente en poseer un rancho propio.


Entre ambos extremos de la película el director lleva a cabo una inmersión en el mundo del rodeo caracterizada por su realismo, tanto por nutrirse de abundantes imágenes auténticas de archivo, como por el carácter didáctico en la presentación de cada uno de los festivales. De esta forma, se nos instruye, por ejemplo, acerca de las distintas modalidades existentes en un rodeo (doma de potros, monta de toros, captura de becerros, derribo de novillos) o de la amenaza extrema de los toros brahmán, una raza de bovino enormemente peligrosa al ser la única cuya embestida tiene lugar con los ojos abiertos.


Pero Ray no sólo muestra la cara más amable, espectacular y deslumbrante de los rodeos sino que, sobre todo, le interesa darnos a conocer la trastienda de ese mundo de apariencias caracterizada por la miseria, con individuos cuya única vivienda son las roulotttes y en el que proliferan los personajes rotos física y psicológicamente, seres mutilados por sus carreras a los que tan sólo les quedan los recuerdos, como Booker Davies, excelente Arthur Hunnicutt, amigo de Jeff McCloud y antiguo vaquero con una una pierna destrozada y siempre presto a contar una anécdota, real o inventada, de su época de esplendor. Un universo habitado por seres desarraigados siempre viajando de espectáculo en espectáculo y proclives, al igual que Buster Burgess (otro amigo y compañero de Jeff), a caer en el alcoholismo o la ludopatía; en el que el dinero se pierde tan fácilmente como se puede ganar; de fiestas continuas donde los cowboys pretenden exorcizar sus miedos; de fama efímera y olvido duradero; de sufridas y resignadas esposas y con la presencia perenne de la muerte.


Junto al desarraigo y la inadaptación al tiempo presente, la película aborda temas como el precio a pagar para hacer realidad los sueños o la búsqueda de un hogar, entendido como refugio, como el lugar en donde encontrar una estabilidad y cierta seguridad en un momento, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial con la vuelta de los soldados a casa y los problemas derivados para los obreros por el desmantelamiento de la economía de guerra agravados por la incertidumbre creada por la Guerra de Corea, en el que dicha búsqueda se convirtió en una necesidad para el norteamericano medio. 


La mirada de Ray se centra fundamentalmente en el trío protagonista que conformará una peculiar y atípica familia compuesta por un hombre que no aspira a nada y una pareja esperanzada con una vida mejor.


El excampeón del rodeo Jeff McCloud (con el rostro de un Robert Mitchum -1- que lleva a cabo una interpretación muy sentida) es un hombre que, en sus propias palabras: “He nacido para domar caballos. Puedo lograr de ellos lo que quiera menos que hablen”. Un auténtico vaquero nacido en una época que no le corresponde, un personaje crepuscular consciente de su final y defensor a ultranza de su libertad e independencia. Pero, en realidad, se ha convertido en un inadaptado incapaz de permanecer en un lugar durante mucho tiempo y de conservar un trabajo, que ha transformado su vida y su anhelada libertad, a diferencia de otros personajes crepusculares como John Burns en la soberbia “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962), en un continuo deambular pero siguiendo el circuito del rodeo al que está dramáticamente atado.


Un individuo experimentado que, a cambio de la mitad de las ganancias, se convertirá en el mentor de Wes y sobre todo se preocupará por transmitirle en todo momento los peligros de su oficio, cuidando de él como si fuera su hermano mayor; y debatiéndose entre su amistad por Wes y su atracción creciente hacia Louise, la esposa de su pupilo. 

Personaje a la vez realista y romántico, asumirá su sacrificio como medio para alejar a Wes de ese mundo, como deseaba Louise, dándole una última lección aun a costa de su vida.


Louise Merrit (encarnada por Susan Hayward en un papel menos aguerrido de los que solía interpretar aunque no carente de una fuerte personalidad y determinación) es el personaje más racional y apegado a la realidad. Nunca tuvo un hogar al ser sus padres jornaleros y, tras haber pasado años detrás de la barra de un saloon sirviendo bebidas, sólo desea una vida decente y estable a la que llegaría mediante la compra en el futuro de un rancho con el dinero poco a poco ahorrado.


Enamorada de su marido, le acompañará en la peligrosa aventura emprendida, a pesar de no estar de acuerdo, con la esperanza de que recupere el sentido; por lo que al mismo tiempo intentará convencerle de que persigue una quimera, al percibir desde el primer momento que el rodeo constituye un mundo irreal. 

Desesperada, acudirá a Jeff, quien le había confesado que “lo que tu quieras es lo que quiero yo”, para separar definitivamente a su marido de ese tipo de espectáculo.


Wes Merrit, al que da vida Arthur Kennedy mostrando una vez más su enorme ductilidad, se nos muestra inicialmente como un hombre bondadoso y soñador muy unido a su mujer. 


Con un talento natural para la monta y doma de ganado, y tras haber ganado un importante premio en su primera participación en un espectáculo de este tipo, se mostrará como un hombre impaciente llegando a afirmar “Sé bien lo que quiero y no pienso esperar quince años”. A pesar de concebir inicialmente el rodeo como un atajo para mejorar su condición y alcanzar su sueño: ser dueño de un rancho en el que criar su propio ganado, se vera atrapado por el espejismo de un universo en el que irá adquriendo cada vez más reconocimiento y notoriedad.

Wes a lo largo del filme sufre una transformación profunda, convirtiéndose en otro hombre, y tan sólo el sacrificio postrero de Jeff le devolverá a la realidad, regresando con su esposa para cumplir su deseo: poseer un hogar en el que ser feliz junto a ella; aunque quedará la duda en el espectador sobre el carácter definitivo de su decisión.


“Hombres errantes” es un filme duro, desolador y tristemente premonitorio respecto a la vida de Nicholas Ray, un director incapaz de adaptarse al sistema de estudios de Hollywood, con los que mantuvo un continuo enfrentamiento y que exiliado en Europa los últimos años de su vida tan sólo añoraba regresar a los EEUU, su verdadero hogar.


(1) Como señaló en su día un crítico, Robert Mitchum “ardía, aunque sin llama, y su mirada era narcotizante, aparentemente dura, de una languidez casi femenina que desaparecía sólo cuando era necesario con mesura y sinuosa elegancia…”; cualidades muy apropiadas para interpretar a Jeff McCloud.

martes, 30 de octubre de 2018

LOS CAUTIVOS

ESPECIAL CICLO RANOWN (3)
(The tall T, 1957)

Dirección: Budd Boetticher
Guion: Burt Kennedy

Reparto:
- Randolph Scott: Pat Brennan
- Richard BooneFrank Usher
- Maureen O’SullivanDoretta Mims
- Arthur HunnicuttEd Rintoon
- Skip HomeierBilly Jack
- Henry SilvaChink
- John HubbardWillard Mims
- Robert BurtonTenvoorde

Música: Heinz Roemheld
Productora: Scott-Brown Productions  (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“Un hombre debe tener algo propio, algo que le pertenezca, algo de lo que sentirse orgulloso”. “A veces no tienes elección” Conversación entre Pat Brennan y Frank Usher, en la que el bandido le confiesa estar cansado de su vida.


ARGUMENTO: Pat Brennan, un ranchero con dificultades económicas, tras perder su caballo en una apuesta es recogido por la diligencia, conducida por su amigo Ed, en la que viaja el matrimonio Mims. Al llegar a la posta más cercana son asaltados por la banda de Frank, quien, al enterarse de la identidad de Doretta Mims y después de asesinar a Ed, pedirá un rescate de 50.000 dólares a su padre. A partir de ese momento Pat y Doretta deberán aliarse para poder salvar sus vidas.


Randolph Scott quedó plenamente satisfecho con el resultado de “Tras la pista de los asesinos” (1) por lo que decidió producir junto con Harry Joe Brown, a través de la compañía Scott-Brown Production, su siguiente wéstern en el que volvió a contar con Budd Boeticher en la dirección y Burt Kennedy en el guion, aunque en esta ocasión adaptó un relato breve del gran escritor Elmore Leonard (2) aparecido en 1955 en la revista Argosy y recientemente editado por Valdemar en su indispensable colección Frontera. Además se aseguró de la distribución de la película por parte de la Columbia, compañía en la que había desarrollado gran parte de su carrera.


Si en “Tras la pista de los asesinos” se abordaban la venganza y la codicia en su condición de motores de la conducta humana, esta película se centra en temas como el fracaso vital y, sobre todo, la soledad. Estamos, pues, ante un filme introspectivo en el que los memorables diálogos adquieren tanta importancia o más que las escenas de acción, por otra parte, de una gran crudeza para la época.

Boetticher estructura el filme en dos partes claramente diferenciadas.


Una larga introducción con un tono ligero, amable, en el que hay lugar incluso para la comedia, y con un aire costumbrista (Brennan compra unos caramelos al hijo del dueño de la posta, más tarde charla con su amigo Ed del futuro representado en la eminente llegada del ferrocarril y por último le vemos sentado con un calcetín roto). En este tramo del filme conoceremos a parte de los personajes que protagonizarán el drama posterior.


Pat Brennan, al que da vida Randolph Scott que durante toda la introducción se muestra algo desubicado y fuera de sus registros habituales con una sonrisa forzada y perenne, es un cowboy que, a pesar de su actitud, ha sufrido el desengaño producido por el trato injusto de su anterior jefe lo que lo llevó a independizarse, encontrándose en estos momentos en una situación económica delicada. Se trata de una persona profundamente individualista y solitaria como se muestra en la escena inicial cabalgando sin compañía y en la posterior charla con el dueño de la posta que frente a su defensa de la soledad le comenta respecto a su situación: “Un hombre no debe pudrirse solo en un lugar así, Pat. Es antinatural”. Estamos ante un individuo tan inteligente como diestro con las armas y será precisamente a través de su intelecto como logrará salvar su vida y la de Doretta. Primero creando la desconfianza entre los forajidos y provocando las primeras fisuras en el escasamente cohesionado grupo, después utilizando los encantos de la señora Mims (al igual que en el anterior filme del ciclo la pulsión sexual está muy presente) y posteriormente utilizando el truco de engañar a otro de los bandidos respecto a los disparos efectuados.


Doretta Mims, interpretada por una adecuada Maureen O’Sullivan (3), es la hija de uno de los hombres más acaudalados de la región y vive marcada por la frustración de no haber sido el vástago que su padre siempre quiso. De carácter introvertido y no demasiado agraciada sufre las consecuencias de una sociedad que reserva a la mujer un solo rol, el de esposa y madre de sus hijos. Todo ello la ha llevado a desposarse con el único hombre que se ha fijado en ella, de tal forma que terminará reconociendo durante su cautiverio a Pat que se casó para evitar estar sola.


Willard Mims, un arribista que ha encontrado en Doretta la posibilidad de su anhelado ascenso social. Envarado y prepotente mostrará los verdaderos rasgos de su carácter, el egoísmo y la cobardía, con el secuestro.


Estos tres personajes vivirán una pesadilla en la segunda y más larga parte de la película, cuyo tono cambia bruscamente. Tramo presidido por la violencia y la tensión creada por el encuentro de los protagonistas con la banda de Frank, en la que Boetticher nos ofrece una mirada personalísima del Far-West alejada de la visión de los grandes directores clásicos. Un Oeste salvaje, brutal, despiadado y sin posibilidad de redención para bandidos como Frank.


Y este personaje es sin duda uno de los grandes aciertos del filme, no sólo por estar interpretado por un excelente Richard Boone, sino también porque nos encontramos ante uno de los villanos más fascinantes, complejos, singulares y originales vistos hasta entonces en un wéstern. Un forajido ambiguo, caracterizado por su rudeza y crueldad pero al mismo tiempo orgulloso de no haber matado personalmente a un hombre en su vida y capaz de mostrar su lado más delicado con Doretta. Parece que con Frank el tándem Boetticher-Kennedy quiso mostrarnos la delgada línea que separaba el bien y el mal en el Lejano Oeste, al presentarnos a un hombre devenido en bandido por una serie de decisiones erróneas que encontrará en Patt a un fiel reflejo de su personalidad, además de atisbar en él lo que podría haber llegado a ser su vida; por lo que desde el primer momento le mostrará su respeto y llegará a reconocer que le cae bien. Incluso se sincerará con el cowboy, como si fuese un viejo amigo, en una extraordinaria escena en el que le confesará que: “Billy Jack y Chink me fastidian. A veces tengo la impresión de estar solo. Siempre hablando sobre el mismo tema, las mujeres y la bebida. No soy un puritano, pero le cansa a uno oir lo mismo a todas horas. Se acaba realmente asqueado”. Un individuo que en el fondo tan solo anhela tener un rancho y una compañera y que, comprendiendo su derrota total y la imposibilidad de poder cumplir sus sueños, se inmola en una carga suicida enfrentándose contra Brennan, el único al que considera digno de acabar con él.


Junto a él, Henry Silva, en su debut en el género, interpreta a Chink un pistolero psicótico capaz de asesinar a hombres desarmados, mujeres e, incluso, niños. Papel repetido frecuentemente por el actor dado su peculiar rostro. Y Skip Homeier, habitual en este tipo de productos en la década de los cincuenta, que da vida a Billy Jack un pistolero algo inexperto e inmaduro pero igualmente peligroso.


Con estos seis personajes Boetticher, a pesar de estar rodada en su totalidad en exteriores, filma una segunda parte claustrofóbica y modélica en relación con la tensión creciente y la violencia contenida en sus imágenes, ambientando este tramo prácticamente en un único escenario natural rodeado de rocas, metáfora del cautiverio existencial de los protagonistas. Cautiverio del que al final de la película parecen liberarse Pat y Doretta, dos seres solitarios unidos en el otoño de sus vidas.


(1) El prestigioso crítico André Bazin calificó la película, de forma entusiasta y para mí algo exagerada, como el mejor wéstern que había visto después de la guerra.

(2) Elmore Leonard (1925-2013) es uno de los grandes escritores noir, hecho que, quizás, haya eclipsado su extraordinaria producción literaria ambientada en el Far-West con títulos como las novelas “Hombre”, llevada a la pantalla grande por Martin Ritt en 1967 con Paul Newman en el papel estelar; “Que viene Valdez”, cuya versión para el cine fue rodada en España y protagonizada por Burt Lancaster en 1971; y el relato corto “El tren de las 3:10 a Yuma”, que cuenta con una memorable adaptación de Delmer Daves en 1957 con Glenn Ford y Van Heflin en los papeles estelares, y un innecesario remake de 2007 perpetrado por James Mangold. Ambas novelas y el relato también han sido editadas por Valdemar en su imprescindible colección Frontera.

(3) Maureen O’Sullivan, madre de la también actriz Mia Farrow, a pesar de su dilatada carrera será siempre recordada por las seis entregas en las que encarnó a Jane la compañera de Tarzán-Weissmuller, inolvidable personaje creado por la pluma de Edgar Rice Burroughs.

miércoles, 28 de marzo de 2018

FLECHA ROTA

(Broken arrow, 1950)

Dirección: Delmer Daves
Guion: Albert Matz

Reparto:
- James Stewart: Tom Jeffords
- Jeff ChandlerCochise
- Debra PagetSonseeahray
- Basil RuysdealGeneral Oliver Howard
- Will GeerBen Slade
- Joyce MackenzieTerry
- Arthur HunnicutMilt Duffield
- John DoucetteMule driver
- Frank McGrathBarfly

Música: Hugo Friedhofer
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“Hasta este momento no se me había ocurrido pensar que una madre india pudiera echar de menos a sus hijos” Tom Jeffords tras haber curado de sus heridas a un joven y comentarle este que debía volver al poblado para no preocupar a su madre.


En la década de los cuarenta algunos autores mostraron una visión más ajustada a la realidad sobre el conflicto surgido entre los colonos y el ejército estadounidense por una parte, y los nativos norteamericanos por otra; abandonando la imagen deshumanizada y estereotipada del indio como un ser sediento de sangre al que tan sólo se le reservaba un papel amenzante para el hombre blanco. Así Raoul Walsh presentó a los pieles rojas como víctimas de la codicia y de los escasos escrúpulos de especuladores y políticos en su monumental “Murieron con las botas puestas” (1941); mientras que John Ford en “Fort Apache” (1948) responsabilizó a un ignorante en cuestiones indias, además de prepotente y soberbio, Coronel Thursday del enfrentamiento final entre el ejército y los apaches. En ambas cintas los pieles rojas eran tratados con dignidad.


Incluso en 1950, año de producción de “Flecha rota”, dos películas aportaron una visión más positiva de la cultura de las grandes praderas, además de denunciar las injusticias cometidas contra la misma. Me refiero a “La puerta del diablo” de Anthony Mann, en la que el director abordaba el tema de abandono por parte del gobierno de los EEUU de los pieles rojas al estar incapacitados legalmente para tener propiedades por carecer de la nacionalidad estadounidense y “Caravana de paz” de John Ford, que, aunque de forma tangencial, incluía un bellísimo alegato a favor de los navajos y sus costumbres.


Sin embargo, fue la película de Delmer Daves la que ejerció una influencia decisiva en Hollywood y originó en la década de los cincuenta una importante corriente revisionista en la que se cuestionaba la imagen dada hasta ese momento de los pieles rojas, comenzando a retratarlos de forma más sincera; además de mostrar un mayor respeto por su cultura. Tendencia culminada, cómo no, por John Ford en 1964 con “El gran combate” (horroroso nombre en castellano de su título original “Cheyenne autumn”, más poético y acorde con el contenido del filme), en el que el viejo director de origen irlandés mostraba su fascinación, nunca ocultada, por los nativos norteamericanos.


Sin tener la intención de ser exhaustivo y como títulos más significativos dentro de esta primera oleada de wésterns pro-indios o que al menos mostraban un acercamiento hacia los originales habitantes de Norteamérica destacaría “El piel roja” (George Sherman, 1951), “Más allá del Missouri” (William Welman, 1951), “Paz rota” (George Sherman, 1952), “El salvaje” (George Marshall, 1952), “Río de sangre” (Howard Hawks, 1952), “Hondo” (John Farrow, 1953), “Traición en Fort King” (Budd Boeticher, 1953), “Lanza rota” (Edward Dmytryck, 1954), “Apache” (Robert Aldrich, 1954), “Raza de violencia” (Douglas Sirk, 1954), “El gran jefe” (George Sherman, 1955), “Pacto de honor” (André de Toth, 1955), “La última cacería” (Richard Brooks, 1956), “La tierra del orgullo” (Jesse Hibs, 1956), “Yuma” (Sam Fuller, 1957), “Estrella de fuego” (Don Siegel, 1960) y “Los que no perdonan” (John Huston, 1960).


ARGUMENTO: Arizona 1870. Los apaches, liderados por el valeroso Cochise, llevan ya diez años en pie de guerra defendiendo su territorio de la avidez expansiva del hombre blanco. Un antiguo explorador del ejército, Tom Jeffords, se propondrá llevar la paz al territorio para lo que no dudará en entrevistarse con el jefe chiricahua del que se hará amigo. Pero el coste de la paz será muy doloroso.


Delmer Daves, uno de los mayores directores de películas del Oeste y gran renovador del género en la década de los cincuenta, escogió para su primer wéstern la novela de Elliot Arnold “Blood brother” basada en hechos reales y convertida en guion por Albert Matz, escritor víctima de la caza de brujas del infausto senador McCarthy, que abordaba el enfrentamiento entre el hombre blanco y los nativos norteamericanos abandonando los planteamientos simples y maniqueos predominantes hasta ese momento en el cine hollywoodiense; para ofrecernos un retrato honesto y muy bien documentado sobre la sociedad y cultura apaches.


En la misma plantea, en un momento en el que las minorías raciales en EEUU comenzaban a organizarse para denunciar tanto su situación injusta como para reivindicar sus derechos, la necesidad del entendimiento y la convivencia entre culturas separadas por muros de ignorancia y océanos de intolerancia e incomprensión. Reivindicando el conocimiento como herramienta esencial para comprender al otro, para entender a aquel que es diferente. Un tema, la superación de los prejuicios entre miembros de distintas culturas o razas través de su acercamiento, que se convertiría en una constante en sus wésterns sobre el problema indio (“Tambores de guerra” realizada cuatro años después y también basada en un hecho histórico, y “La ley del talión” filmada en 1956).


De hecho, el personaje de Tom Jeffords se puede entender como un alter ego del propio Daves quien convivió durante años con varias tribus indias y estableció un estrecho vínculo similar al de John Ford con los navajos.


Es precisamente Tom quien nos sumerge en la historia con su voz en off, para a continuación Daves descubrir sus cartas al presentar a un joven indio como un ser humano. De hecho en alguna entrevista llegó a afirmar que su intención era algo tan evidente como humanizar a los apaches. Así nos va a presentar a un joven guerrero herido que ha perdido a sus hermanos en el conflicto con los blancos, reza a sus dioses y se muestra preocupado por el hecho de que su madre le pueda echar de menos.

A partir de esa escena Daves estructura la historia con base en una doble relación mantenida por tres personajes:


El propio Jeffords, un hombre desprejuiciado, moderno e incluso adelantado a su tiempo que, hastiado de tanta muerte durante diez años de guerras apaches, se planteará la posibilidad de llevar la paz al territorio.


El valeroso jefe de los chiricahuas Cochise, al que el director reserva una espectacular presentación para acentuar el carácter legendario de su figura. Nos lo describe como un hombre práctico (llega a afirmar en relación a la situación del pueblo apache que: “si sopla el huracán, el árbol debe doblarse o será arrancado de cuajo”), noble, sincero (en un momento dado le comenta a Tom: “yo no rompo mi palabra, es mi vida”), inteligente, realista (asume que: “hablar de la paz es sencillo, pero vivirla no”), sabio y verdaderamente comprometido con la paz ( al final del filme sentencia respecto a la situación de Tom: “De igual modo que soporto la muerte de mi gente, soportarás tú la de tu esposa”).


Sonseeahray, interpretada por una quinceañera Debra Paget, símbolo de la pureza, inocencia y candidez.


Los dos primeros comenzarán una relación basada en la sinceridad que oscilará desde la cautela inicial, pasando por una creciente admiración, hasta una intensa amistad. Mientras que el antiguo explorador y la joven apache protagonizarán una bella y trágica historia de amor interracial. Son ambas relaciones, que por momentos parecen interesar más al director que la propia historia por lo que el ritmo del filme se resiente, las que permiten a Daves, gracias a sus amplios conocimientos, detenerse en la descripción casi documental de las costumbres del pueblo apache, cuya forma de vida se caracterizaba por su total armonía con la naturaleza.


Junto a Tom y Cochise, será decisivo en la pacificación del territorio por el bando del rostro pálido el general Howard, un tipo de personaje recurrente en la filmografía wéstern del director. Hombre profundamente religioso, tras ser derrotado por Cochise en una espectacular batalla rodada excelentemente por Daves a base de panorámicas, apostará decididamente por la paz y se mostrará tan sincero y honorable como el jefe chiricahua.


Los cuatro personajes deberán superar la incomprensión, el resentimiento y el odio generado por el conflicto en ambos bandos a lo largo del tiempo.


Así, el filme nos presenta al rostro pálido, salvo excepciones, moviéndose por estereotipos, actuando de forma maniquea (llegan a espetarle a Tom que si no combate a los indios es que está con ellos) y capaz, en una escena con claras referencias a la paranoica situación vivida por los EEUU con el senador McCarthy, de linchar a un hombre basándose en meras conjeturas o, incluso, de pagar por cabelleras de los pieles rojas. Mientras que el pueblo apache aunque es retratado con más simpatía (se hace hincapié en que fue el hombre blanco el que rompió el tratado de paz) tampoco se escapa de la mirada crítica de Daves en una secuencia, estéticamente impresionante cuya composición me recuerda al cuadro de Goya sobre los desastres de la guerra titulado “Grande hazaña con muertos”, en la que nos muestra su crueldad al torturar a varios hombres blancos. Además de presentarnos a un grupo de apaches, liderado por Geronimo, que no acepta la paz y atacará a una diligencia poniendo en grave peligro a esta.


“Flecha rota” quizás no sea el mejor wéstern de un director que nos legó cintas del nivel de “La ley del talión” (1956), “Jubal” (1956), “El tren de las 3:10” (1957) o “El árbol del ahorcado” (1959); pero, sin duda, fue una película muy necesaria y esencial para la evolución del género en los años venideros.


Como curiosidades os puedo citar las siguientes:

- Albert Matz obtuvo el Oscar al mejor guion, pero al estar incluido en la lista negra lo tuvo que recoger Michael Blankfort, escritor y amigo suyo que además figura como autor del libreto en los títulos de crédito. Hasta la década de los noventa no se le reconoció a Matz la autoría del mismo.

- Jeff Chandler, nominado al Oscar al mejor actor secundario, interpretó a Cochise en otras dos ocasiones: “Paz rota” (1952) y “Raza de violencia” (1954). En la última efectuaba un cameo y cedía el protagonismo a su hijo Taza, interpretado por un emergente Rock Hudson.

- El éxito de la película originó una serie de televisión que se mantuvo en antena durante cuatro años (1956 a 1960) con Michael Ansara en el papel de Cochise y John Lupton en el de Tom Jeffords.

- La película recibió críticas tanto de los sectores más puristas por hablar los apaches en inglés, como de los grupos más retrógrados por mostrar abiertamente una relación amorosa interracial.