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viernes, 2 de mayo de 2025

HOMBRES ERRANTES

 
(The lusty men, 1952)

Dirección: Nicholas Ray
Guion: Horace McCoy y David Dortort

Reparto:
- Susan Hayward (Louise Merrit)
- Robert Mitchum (Jeff McCloud)
- Arthur Kennedy (Wes Merrit)
- Arthur Hunnicutt (Booker Davies)
- Frank Faylen (Al Dawson)
- Walter Coy (Buster Burgess)
- Carol Nugent (Rustie Davis)

Música: Roy Webb
Productora: Wald/Krasna Productions, RKO Radio Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

No hay potro que no pueda ser montado, ni vaquero que no pueda ser derribado”. Frase repetida por Jeff McCloud.



Dentro del denominado neowéstern o wéstern contemporáneo, es decir filmes situados en la actualidad pero con elementos, situaciones, temas y/o personajes propios del wéstern, nos encontramos con una serie de cintas que presentan características comunes ambientadas en el espectáculo del rodeo, películas que constituyen una especie de subgénero. Sin ánimo de ser exhaustivo podemos citar como representantes de este tipo de filmes a, entre otras, “Arena” largometraje prácticamente imposible de encontrar en la actualidad rodado en 3D por Richard Fleischer en 1953 y cuya acción se desarrollaba en un día; la ya reseñada en este blog “Vidas rebeldes” (John Huston, 1961) aunque abordaba este tema de forma tangencial; “Los centauros” (Steve Inhat, 1972) comedia dramática con un inmaduro vaquero, interpretado por James Coburn, intentando recuperar el amor de su esposa; la bellísima y melancólica “El rey del rodeo” (Sam Peckinpah, 1972) en la que Steve McQueen regresaba a su ciudad natal con la intención de hacer las paces con su familia; la irregular “Cuando mueren las leyendas” (Stuart Millar, 1972) con un alcoholizado Richard Widmark convertido en maestro de un joven indio; la más reciente e interesantísima “The rider” (Chloé Zhao, 2017) centrada en una joven promesa del rodeo retirada prematuramente por un accidente o la película objeto de esta reseña, posiblemente la aproximación más realista al mundo del rodeo aunque no haya gozado del reconocimiento merecido, quizás por situarse cronológicamente entre dos grandes obras de su director: “En un lugar solitario” (1950) y “Johnny Guitar” (1954). 


“Hombres errantes” fue la última de las seis películas rodadas para la RKO por Nicholas Ray, quien celoso respecto a su independencia y libertad para crear las obras tal y como las concebía mantuvo una relación muy tensa con Howard Hughes, magnate de la major, durante los cinco años de duración de su contrato. Además, en el seno de la productora colaboró sin acreditar en otros filmes como “El soborno” (John Cromwell, 1951) y “Una aventura en Macao” (Josef von Sternberg, 1952), ambas protagonizadas por Robert Mitchum al que le había entusiasmado una novela sobre un cowboy moderno y pretendía adaptar el texto al cine.


El filme lo financió la Ward/Krasna, pequeña y efímera compañía dependiente de la RKO creada por los guionistas que le dieron su nombre; asegurándose, de esta forma, la distribución del largometraje a través de la poderosa major de Hughes quien, además, consiguió la cesión por parte de la 20th Century Fox de Susan Hayward para el papel femenino principal.


Para escribir el guion se contó con el maestro de la novela negra Horace McCoy y, en el afán de dotar de realismo a la cinta, con la leyenda del rodeo David Dortort; aunque, por lo que he leído, lo cierto es que constantemente a lo largo de la filmación de la película, director y protagonista modificaron el libreto e, incluso, llegaron a eliminar el final rodado inicialmente e impuesto por Howard Hughes para cambiarlo por otro más acorde con el mensaje que pretendían transmitir. 



SINOPSIS: Jeff McCloud, un vaquero de rodeo, tras sufrir un accidente decide regresar a la casa de sus padres. Tras comprobar que fue hace tiempo vendida conocerá al matrimonio compuesto por Louise y Wes Merrit; este pretende iniciarse en el rodeo como medio para adquirir un rancho.


“Hombres errantes” es una película triste filmada en un blanco y negro, que realza su tono dramático y crepuscular a la vez que la dota de un gran realismo, cuyo inicio y final son enormemente líricos y emotivos pero a la vez desoladores.



Así en su comienzo vemos a un magullado, dolorido y renqueante Jeff McCloud, al haber sufrido una lesión en la pierna, abandonando en plena noche, mientras silba el viento, el que ha sido su mundo y su forma de vida durante veinte años y dirigirse al hogar de su niñez para, tras recoger una serie de objetos de gran valor sentimental (un viejo revólver deteriorado, una caja en donde de pequeño solía guardar los centavos ganados), comprobar que ha cambiado de dueño. Nicholas Ray nos muestra con este comienzo la vulnerabilidad y el desarraigo tanto físico como emocional del personaje, un individuo con un incierto presente y nulo porvenir al que ni siquiera le queda la posibilidad de refugiarse en el pasado.


Mientras que en el final asistiremos al sacrificio del protagonista, quien tomará una decisión prácticamente suicida al inscribirse, sin estar preparado, en las cuatro modalidades de un rodeo para demostrarse a sí mismo que sigue siendo el de siempre pero, sobre todo, para mostrar a un desnortado Wes cuál será su final si no recupera la cordura, abandona ese mundo de aparente felicidad y se decide a cumplir el sueño inicial compartido con su mujer consistente en poseer un rancho propio.


Entre ambos extremos de la película el director lleva a cabo una inmersión en el mundo del rodeo caracterizada por su realismo, tanto por nutrirse de abundantes imágenes auténticas de archivo, como por el carácter didáctico en la presentación de cada uno de los festivales. De esta forma, se nos instruye, por ejemplo, acerca de las distintas modalidades existentes en un rodeo (doma de potros, monta de toros, captura de becerros, derribo de novillos) o de la amenaza extrema de los toros brahmán, una raza de bovino enormemente peligrosa al ser la única cuya embestida tiene lugar con los ojos abiertos.


Pero Ray no sólo muestra la cara más amable, espectacular y deslumbrante de los rodeos sino que, sobre todo, le interesa darnos a conocer la trastienda de ese mundo de apariencias caracterizada por la miseria, con individuos cuya única vivienda son las roulotttes y en el que proliferan los personajes rotos física y psicológicamente, seres mutilados por sus carreras a los que tan sólo les quedan los recuerdos, como Booker Davies, excelente Arthur Hunnicutt, amigo de Jeff McCloud y antiguo vaquero con una una pierna destrozada y siempre presto a contar una anécdota, real o inventada, de su época de esplendor. Un universo habitado por seres desarraigados siempre viajando de espectáculo en espectáculo y proclives, al igual que Buster Burgess (otro amigo y compañero de Jeff), a caer en el alcoholismo o la ludopatía; en el que el dinero se pierde tan fácilmente como se puede ganar; de fiestas continuas donde los cowboys pretenden exorcizar sus miedos; de fama efímera y olvido duradero; de sufridas y resignadas esposas y con la presencia perenne de la muerte.


Junto al desarraigo y la inadaptación al tiempo presente, la película aborda temas como el precio a pagar para hacer realidad los sueños o la búsqueda de un hogar, entendido como refugio, como el lugar en donde encontrar una estabilidad y cierta seguridad en un momento, tras el fin de la Segunda Guerra Mundial con la vuelta de los soldados a casa y los problemas derivados para los obreros por el desmantelamiento de la economía de guerra agravados por la incertidumbre creada por la Guerra de Corea, en el que dicha búsqueda se convirtió en una necesidad para el norteamericano medio. 


La mirada de Ray se centra fundamentalmente en el trío protagonista que conformará una peculiar y atípica familia compuesta por un hombre que no aspira a nada y una pareja esperanzada con una vida mejor.


El excampeón del rodeo Jeff McCloud (con el rostro de un Robert Mitchum -1- que lleva a cabo una interpretación muy sentida) es un hombre que, en sus propias palabras: “He nacido para domar caballos. Puedo lograr de ellos lo que quiera menos que hablen”. Un auténtico vaquero nacido en una época que no le corresponde, un personaje crepuscular consciente de su final y defensor a ultranza de su libertad e independencia. Pero, en realidad, se ha convertido en un inadaptado incapaz de permanecer en un lugar durante mucho tiempo y de conservar un trabajo, que ha transformado su vida y su anhelada libertad, a diferencia de otros personajes crepusculares como John Burns en la soberbia “Los valientes andan solos” (David Miller, 1962), en un continuo deambular pero siguiendo el circuito del rodeo al que está dramáticamente atado.


Un individuo experimentado que, a cambio de la mitad de las ganancias, se convertirá en el mentor de Wes y sobre todo se preocupará por transmitirle en todo momento los peligros de su oficio, cuidando de él como si fuera su hermano mayor; y debatiéndose entre su amistad por Wes y su atracción creciente hacia Louise, la esposa de su pupilo. 

Personaje a la vez realista y romántico, asumirá su sacrificio como medio para alejar a Wes de ese mundo, como deseaba Louise, dándole una última lección aun a costa de su vida.


Louise Merrit (encarnada por Susan Hayward en un papel menos aguerrido de los que solía interpretar aunque no carente de una fuerte personalidad y determinación) es el personaje más racional y apegado a la realidad. Nunca tuvo un hogar al ser sus padres jornaleros y, tras haber pasado años detrás de la barra de un saloon sirviendo bebidas, sólo desea una vida decente y estable a la que llegaría mediante la compra en el futuro de un rancho con el dinero poco a poco ahorrado.


Enamorada de su marido, le acompañará en la peligrosa aventura emprendida, a pesar de no estar de acuerdo, con la esperanza de que recupere el sentido; por lo que al mismo tiempo intentará convencerle de que persigue una quimera, al percibir desde el primer momento que el rodeo constituye un mundo irreal. 

Desesperada, acudirá a Jeff, quien le había confesado que “lo que tu quieras es lo que quiero yo”, para separar definitivamente a su marido de ese tipo de espectáculo.


Wes Merrit, al que da vida Arthur Kennedy mostrando una vez más su enorme ductilidad, se nos muestra inicialmente como un hombre bondadoso y soñador muy unido a su mujer. 


Con un talento natural para la monta y doma de ganado, y tras haber ganado un importante premio en su primera participación en un espectáculo de este tipo, se mostrará como un hombre impaciente llegando a afirmar “Sé bien lo que quiero y no pienso esperar quince años”. A pesar de concebir inicialmente el rodeo como un atajo para mejorar su condición y alcanzar su sueño: ser dueño de un rancho en el que criar su propio ganado, se vera atrapado por el espejismo de un universo en el que irá adquriendo cada vez más reconocimiento y notoriedad.

Wes a lo largo del filme sufre una transformación profunda, convirtiéndose en otro hombre, y tan sólo el sacrificio postrero de Jeff le devolverá a la realidad, regresando con su esposa para cumplir su deseo: poseer un hogar en el que ser feliz junto a ella; aunque quedará la duda en el espectador sobre el carácter definitivo de su decisión.


“Hombres errantes” es un filme duro, desolador y tristemente premonitorio respecto a la vida de Nicholas Ray, un director incapaz de adaptarse al sistema de estudios de Hollywood, con los que mantuvo un continuo enfrentamiento y que exiliado en Europa los últimos años de su vida tan sólo añoraba regresar a los EEUU, su verdadero hogar.


(1) Como señaló en su día un crítico, Robert Mitchum “ardía, aunque sin llama, y su mirada era narcotizante, aparentemente dura, de una languidez casi femenina que desaparecía sólo cuando era necesario con mesura y sinuosa elegancia…”; cualidades muy apropiadas para interpretar a Jeff McCloud.