Dirección: Gordon Douglas.
Guion: Joseph Landon y Clair Huffaker.
Intérpretes:
- Richard Boone: Comandante James Lassiter
- Stuart Whitman: Capitán Haven
- Anthony Franciosa: Rodríguez
- Jim Brown: Sargento Ben Franklyn
- Wende Wagner: Sally
- Edmond O’Brien: Coronel Theron Pardee
- Warner Anderson: Coronel Wagner
- Rodolfo Acosta: Bloodshirt
Música: Jerry Goldsmith.
Productora: Twentieth Century Fox (USA).
Por Jesús Cendón. NOTA: 8
“¿Desde cuándo prohíben los cinturones azules cazar a los apaches?” (James Lassiter al capitán Haven tras ser detenido por el asesinato de varios indios).
Gordon Douglas (1907-1993) fue uno de esos profesionales de Hollywood capaz de adaptarse a las convenciones de los distintos géneros cinematográficos y obtener productos de notable calidad como el thriller “Corazón de hielo”, protagonizada en 1950 por James Cagney, o el clásico de ciencia ficción “La humanidad en peligro” (1954); aunque fue el wéstern el género en el que quizás más destacó con títulos como “Solo el valiente” (1951), “Quince balas” (1958), “Emboscada” (1959), “Chuka” (1967) y, por supuesto, la película que nos ocupa, su wéstern más logrado.
ARGUMENTO: Dos años después del fin de la Guerra de Secesión, cuatro hombres (un ex oficial confederado, un capitán nordista, un mexicano y un sargento negro) se internan en territorio de México con la intención de recuperar una partida de rifles de repetición en poder de un antiguo coronel que no acepta la rendición del Sur y pretende reiniciar, con el apoyo de los apaches, el conflicto bélico.
Al igual que haría con la admirable “El detective” (1967), renovando el thriller al tratar temas como la corrupción generalizada o la homosexualidad y presentarnos a un policía que se anticipa a los protagonistas de este tipo de filmes durante la década siguiente, con “Río Conchos” Gordon Douglas, de la misma manera que Joseph Newman con la excelente “Fort Masacre” de 1958 (ya comentada en este blog), comenzó a modernizar el género cinematográfico por excelencia, mostrando cuál sería el camino del mismo a partir de mediados de los sesenta.
Debemos tener en cuenta que esta década supuso la pérdida de la inocencia por parte de la sociedad norteamericana que comenzó a percibir, a través de corrientes contestatarias como los movimientos hippie y racial o acontecimientos de la envergadura del asesinato del presidente Kennedy (1963) y la intervención en la Guerra del Vietnam, como se tambaleaban principios básicos de su forma de vida hasta ese momento no cuestionados.
Como consecuencia de ello quedó obsoleta la visión idealizada de la conquista del Oeste proporcionada por los directores clásicos, aunque esta corriente siguió estando presente durante la década en realizadores como Hawks o Hathaway, así como de los héroes que la protagonizaron.
“Río Conchos” es, por tanto, fiel reflejo de su época y nos va a mostrar un Far-West más realista habitado por personajes alejados del prototipo del héroe clásico. Así, nos encontramos con James Lassiter, un hombre de honor pero trastornado hasta el desgarramiento interno por el asesinato de su mujer e hijo a manos de los apaches, a los que profesa un odio visceral y se dedica a asesinar. Es un muerto en vida para el que la misión supondrá una razón para sobrevivir además de poder saciar su sed de venganza. Un personaje muy interesante, sin duda centro de la película, que eclipsa al resto de compañeros, gracias también a la portentosa interpretación de Richard Boone, y cuyos antecedentes los podemos encontrar en el Ethan Edwards de “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y en el sargento Vinson de la mencionada “Fort Massacre”. El capitán Haven, encarnado por Stuart Whitman quizás el más flojo de todos los intérpretes, que persigue restituir el honor perdido puesto que era él el oficial al mando del destacamento al que robaron las armas, además de presentárnoslo como un soldado ambicioso que ve la oportunidad de un ascenso con la empresa que emprende (las alusiones son constante, sobre todo por parte de Lassiter). Rodríguez, al que da vida en una gran composición Tony Franciosa, un vividor, mujeriego, bebedor y jugador tan sólo fiel a sí mismo que intentará obtener el mayor rédito económico a su aventura. El sargento Franklyn, encarnado por el gran jugador de futbol americano y posterior estrella del cine blaxpoitation Jim Brown en su debut en la gran pantalla, quizás el personaje más cercano al héroe clásico al actuar motivado por su deber como soldado y mostrarse el más humano del grupo. Y junto a ellos la figura de Theron Pardee, al que dio vida Edmond O’Brien, un megalómano oficial sudista que se resiste a la rendición y pretende volver a encender la mecha del conflicto armado; aunque su plan se rebelará tan artificial como la gran hacienda que preside el río Conchos.
El tema del racismo, muy presente en la película. Así no es casualidad que el cuarteto principal esté configurado por dos anglosajones, un mexicano y un negro, al que se unirá una india apache; planteándose a lo largo del filme el necesario entendimiento entre las distintas razas, e incluso al final se apuntará una posible relación entre la apache y uno de los personajes. Por otra parte, la escena del enfrentamiento en la cantina al negarse el dueño a servir a Franklyn por ser negro es una clara alusión a la Ley de Derechos Civiles, aprobada en julio de 1964, que puso fin a la segregación racial en los EEUU.
Las veladas referencias a la política exterior estadounidense con la creciente proliferación de asesores en el continente americano y sobre todo en Vietnam, tras autorizar el presidente Johnson en agosto de 1964 (Resolución del Golfo de Tonkín) que los asesores militares pudieran realizar acciones militares fuera de sus bases. Respecto a esta cuestión el filme presentaría semejanzas con “Mayor Dundee” (1965, Sam Peckinpah) que fue entendida por parte de la crítica cinematográfica como una alegoría de la intervención estadounidense en el conflicto asiático.
No obstante, si hacemos abstracción de las consideraciones anteriores, la película se puede disfrutar como una gran cinta de aventuras perfectamente rodada por Douglas en la que los protagonistas vivirán su personal descenso a los infiernos, un viaje a la locura, a un mundo sin civilizar presidido por la barbarie y en el que impera la ley del más fuerte. De ahí que el director no sólo incremente la violencia sino que la aborda con mayor crudeza; así el filme se inicia con una gran e impactante secuencia en la que Lassiter acaba a sangre fría con varios indios inermes, y a esta le suceden, por ejemplo, la del rancho en el que encuentran a una mujer ultrajada y agonizante que culmina con un enfrentamiento brutal con los apaches (magnífica escena estupendamente rodada), o la de la tortura de los principales personajes. Violencia que, de nuevo, anuncia el devenir del wéstern norteamericano.
A la perfecta labor de Douglas hay que sumar el trabajo de grandes profesionales como Clair Huffaker, escritor y guionista, que curiosamente había abordado esta cuestión aunque con un tono diferente en “Los comancheros” (1961); Joseph McDonald como director de fotografía; y, sobre todo, Jerry Goldsmith que compuso una gran banda sonora en cuyo tema principal, como también haría Morricone para los filmes de Sergio Leone, introdujo el sonido de un látigo.
“Río Conchos”, un filme fundamental en el desarrollo del wéstern norteamericano que, a mi entender, no cuenta con el reconocimiento que merece por lo que es urgente su reivindicación.
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