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jueves, 17 de enero de 2019

DUELO EN EL BARRO

(These thousand hills, 1959)

Dirección: Richard Fleischer
Guion: Alfred Hayes

Reparto:
- Don Murray: Albert Gallatin “Lat” Evans
- Lee Remick: Callie
- Richard Egan: Jehu
- Patricia Owens: Joyce
- Stuart Whitman: Tom Ping
- Albert Dekker: Marshal Conrad
- Harold J. Stone: Ram Butler
- Royal Dano: Ike Carmichael
- Jean Willes: Jen

Música: Leigh Harline
Productora: Twentieth Century Fox Film Corporation

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No se admira a los que fracasan, son demasiados” Conversación de un vecino de Fort Brock con Lat Evans.


“Duelo en el barro” además de ser un ejemplo de la madurez alcanzada por el wéstern en la década de los cincuenta supone una clara muestra de la ductilidad que caracterizó a este género el cual, bajo la coartada de las galopadas, los tiroteos y las peleas, se ocupó de analizar la relación del hombre con su entorno social, abordando todo tipo de temas de carácter ético y moral e indagando en los rincones más oscuros de la naturaleza humana. Así, la película constituye una de las reflexiones más lúcidas y certeras contempladas en la pantalla grande sobre la ambición humana, situándo al personaje de Lat Evans, un advenedizo que antepondrá su codicia a sus propios valores, a la altura, por citar dos ejemplos, del Morris Townsed de “La heredera” (William Wyler, 1949), aunque el protagonista mantenía en esta película cierta ambigüedad, y del George Eastman de “Un lugar en el sol” (George Stevens, 1951); ambos interpretados por Montgomery Clift. Mientras que en el wéstern el antecedente más inmediato lo encontramos en Michael J. McComb interpretado por Errol Flyn en la singular “Río de plata” (Raoul Walsh, 1948).



La película fue producida en el seno de la Twentieth Century Fox por David Weisbart, responsable de “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955) y de varios títulos protagonizados por Elvis Presley, quien confió el proyecto, sobre otro inconformista-rebelde pero situado en el Far-West nacido de la pluma de A. B. Guthrie Jr. (1), a un Richard Fleischer con el que había colaborado tres años antes en el filme bélico “Los diablos del Pacífico” y que se encontraba en la cúspide de su carrera tras haber dirigido noirs del nivel de la versionada recientemente por Peter Hyams “Testigo accidental” (1952) o “Sábado trágico” (1955); el indispensable filme de aventuras de aires shakespearianos “Los vikingos” (1958); el wéstern ambientado en plena revolución mexicana “Bandido” (1956); o el drama judicial, para mí su mejor filme, “Impulso criminal” (1959), crónica escalofriante sobre la crueldad humana y, al mismo tiempo, incisiva denuncia de la pena de muerte con la presencia de un impagable Orson Welles como protagonista.



ARGUMENTO: Lat Evans, un joven vaquero, emigra de Oregón a Montana con la intención de enriquecerse y olvidar un pasado de miseria. Pronto encontrará el apoyo de Callie, una prostituta de Fort Brock, y de Tom , otro cowboy; pero en su anhelo por convertirse en un hombre respetable no dudará en darles la espalda.



De nuevo nos encontramos ante un filme torpemente titulado al castellano. No sólo porque el original es mucho más bello y poético sino porque se ajusta más al relato, ya que las montañas aludidas tienen un doble significado. Por una parte son símbolo de los obstáculos a superar por Lat para alcanzar una posición relevante en la comunidad; y por otro lado, al no haber sido transformadas por la acción del hombre, se mantienen todavía puras y vírgenes por lo que son en realidad una metáfora del carácter inicial de nuestro antihéroe a cuya degradación moral asistiremos.



Así, el protagonista en las primeras escenas, aunque muestra su ambición por enriquecerse, se nos presenta como un individuo ingenuo, soñador e inocente (un personaje que recuerda al interpretado por el propio Don Murray en su debut en la gran pantalla para el filme de Joshua Logan “Bus stop”), y será el contacto con la sociedad el que vaya corrompiéndolo sistemáticamente hasta convertirlo en un hombre capaz de modificar sus valores con el objeto de obtener el reconocimiento de esa sociedad.



Uno de los grandes aciertos de la película es presentarnos a un personaje con aristas. Se trata de un individuo con fuertes convicciones morales que, de forma inconsciente, irá modulando y adecuando para conseguir sus objetivos: abandonar una vida mísera que le persigue desde niño (al comienzo del filme le confiesa a Tom que no quiere terminar como su padre sin un céntimo y escondido detrás de la Biblia convencido de que el dinero no importa) y, al mismo tiempo, obtener la influencia, el poder y el reconocimiento social relacionados con este enriquecimiento. Pero en el inicio, como muestra de su simpleza, aparece convencido de que lo logrará tan sólo con el fruto de su trabajo. Para ello simultaneará dos ocupaciones y posteriormente embarcará a Tom en la aparentemente prospera caza del lobo. Posicionamiento pueril muy pronto desmentido por la realidad al negarle el banco el crédito necesario para comprar su anhelado rancho.



El punto de inflexión para Lat se producirá con una invitación para cenar en la que compartirá mantel con las fuerzas vivas de Fort Brock: el abogado, el banquero y el sacerdote, representantes del poder político, económico y religioso estrechamente vinculados. En la cena conocerá además a Joyce, la sobrina del banquero, con la que finalmente se casará. Se trata de un nuevo mundo para Lat cuyas puertas se le abren con el ofrecimiento de formar parte del consejo escolar, pero para ello deberá abandonar a aquellos que le brindaron de forma desinteresada su apoyo; seres, para la puritana mentalidad de la clase dominante, poco recomendables.




Así, esa misma noche romperá con Callie, una prostituta del pueblo, con la que mantenía una relación sentimental y, poco después, lo hará con Tom al cuestionar el futuro matrimonio de este con una exprostituta. La paradoja del alejamiento consiste en que la ruptura con ambos se basa en una de las características fundamentales de su carácter, la franqueza; por lo que no será consciente de su actitud y de que está dando los primeros pasos para vender su alma y transformarse en otra persona, convirtiendo en premonitorias las palabras de Ram, su antiguo jefe, “Recuerda que los hombres cambian”.




Será tardíamente cuando tome conciencia de la traición a sus amigos y, lo más importante, a sí mismo y sólo recuperará la dignidad y autoestima perdidas en un acto postrero al enfrentarse con Jehu por haber golpeado previamente a Callie, asumiendo que esta reacción aruinará su incipiente y prometedora carrera política como senador y que, incluso, le podrá costar la vida. Ambos rivales protagonizan una brutal pelea en la que literalmente quedan cubiertos de barro, símbolo de la podredumbre de sus respectivas almas y del grado de degradación alcanzado por los dos contrincantes. Se trata, pues, de un acto de purificación tardío para Lat puesto que el mal ya está hecho con resultados trágicos para algún personaje. A partir de ese momento al protagonista tan sólo le quedará como único refugio su hogar y al espectador, tras cerrrarse la puerta de la vivienda, le asaltará la duda de si con su peculiar acto de redención Lat ha alcanzado la paz interior o, por el contrario, si vivirá atormentado el resto de sus días por el peso de su conciencia.



Al igual que al resto del reparto, pocas veces he visto mejor a Don Murray como en esta película expresando la angustia vital de su personaje, lo que muestra otra de las características de Richard Fleischer, ser un excelente director de actores.



Así, nos vamos a encontrar con una inolvidable Lee Remick en el papel de Collie, la prostituta enamorada de Lat que primero lo cuidará y después le brindará su amor, ayudándole a superar sus temores sexuales provocados por un padre excesivamente rígido, sin pedir nada a cambio. E, incluso, en un acto de confianza suprema le prestará todos sus ahorros para que este pueda hacer realidad el sueño de comprar un rancho.



Un formidable Richard Egan da vida a Jehu, el temible rival de Lat que muestra su pérfido carácter desde la secuencia de la carrera de caballos. Es un hombre capaz de todo para ganar. Su rivalidad inicial se incrementará al pretender también a Collie.






Mientras que Stuart Whitman está más que correcto como Tom, el amigo y primer socio de Lat al que incluso salvará la vida, y que se sentirá traicionado por él cuando se niegue a ser el padrino de su boda. Tom es, en realidad, el contrapunto de Lat, una persona más experimentada y, como tal, realista para el que las grandes fortunas no se han construido solamente con el trabajo sino también con el robo. Es un hombre alejado de la mentalidad puritana de la sociedad que le rodea, más apegado a los placeres de la vida e, inicialmente, con más defectos que Lat, pero por ello más humano. Además el guionista y el director le reservan una de las mejores líneas de diálogo de la película cuando le comenta a a Lat que: “No he faltado a mi palabra, no he subido a costa de otros, no he traicionado a un amigo y no he sido egoísta. Y, sobre todo, nunca he hecho del dinero un pequeño y falso ídolo de barro”.



El otro gran tema abordado por el filme, estrechamente relacionado con el de la ambición, es el del afianzamiento de la industria ganadera en Montana como motor del desarrollo de un incipiente capitalismo muy vinculado a la ética protestante. Estamos ante una sociedad en evolución que no sale bien parada de la implacable y demoledora mirada de Fleischer. Así el director nos presenta una comunidad caracterizada por su superficialidad, puritanismo e hipocresía en la que la imagen ante los demás cobra una importancia fundamental. Es el mismo colectivo, inclemente y cruel, que no duda en ahorcar sin un juicio previo a aquellos que cometen un delito, sobre todo si atentan contra la propiedad privada, pero no admite la relación entre uno de sus miembros con una prostituta. Esta actitud la retrata Fleischer en una de las mejores escenas de la película con el frío linchamiento de uno de los personajes por los miembros de la ciudad.



Quizás como aspectos menos logrados de la cinta quepa citar a la incapacidad del director para hacer notar al espectador el paso del tiempo, aproximadamente cinco años, y un final convencional, con el cambio un tanto precipitado de Joyce, que colisiona tanto con la originalidad del filme como con el tono de dureza empleado en el mismo (2).



“Duelo en el barro”, un wéstern incomprendido en su época y semidesconocido en la actualidad filmado por un director, Richard Fleischer, para el que “Las películas deben tener un estilo propio”, y esta lo posee sobradamente.


(1) Alfred Bertram Guthrie Jr. es mundialmente conocido por sus novelas enmarcadas en el Far-West, muchas de las cuales han sido adaptadas al cine como “Bajo los cielos inmensos”, recientemente editada por Valdemar en su lujosa colección Frontera, que dio lugar a “Río de sangre” (Howard Hawks, 1952) o “The Way West”, por la que obtuvo el Pulitzer, que llevó a la pantalla grande en 1967 Andrew Victor McLaglen con el título de “Camino de Oregón”; además de por ser el responsable del guion de “Raíces profundas” (George Stevens, 1953).

(2) No he leído la novela, por lo que no sé hasta que punto la película es fiel a la obra escrita. 

https://thewildbunchwestern.blogspot.com/2018/03/rio-de-sangre.htmlhttps://thewildbunchwestern.blogspot.com/2018/03/rio-de-sangre.html

jueves, 19 de abril de 2018

FILÓN DE PLATA

(Silver lode, 1954)

Dirección: Allan Dwan
Guion: Karen DeWolf

Reparto:
- John Payne: Dan Ballard
- Lizabeth ScottRose Evans
- Dan DuryeaNed McCarty
- Dolores MoranDoly
- Emile MeyerSheriff Wooley
- Robert WarwickJudge Cranston
- John HudsonMichael “Mitch” Evans
- Harry Carey Jr.Johnson
- Alan Hale Jr.Kirk
- Stuart WhitmanWicker
- Frank SullyTelegrapher

Música: Louis Forbes, Howard Jackson (sin acreditar).
Productora: Benedict Bogeaus Production con el nombre de Pinecrest Producitons (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


“Lo lamentáis. Hace un rato queríais acabar conmigo. Me habéis obligado a matar para defenderme, para salvar mi vida. No queríais creer lo que yo decía. La vida de un hombre puede depender de un hilo. Lo sabíais. ¡Y vosotros lo sentís!” (Dan al juez Cranston ante sus palabras disculpándose por la actitud de los habitantes del pueblo)

Allan Dwan (1885-1981) posee una filmografía prácticamente inabarcable de más de cuatrocientos títulos filmados entre 1911 y 1961. Dada su larga trayectoria como director vivió distintas etapas del cine en Hollywood. Así comenzaría dirigiendo películas en la etapa silente entre las que destacan sus trabajos para la estrella de filmes de aventuras Douglas Fairbanks (“Robín de los bosques” de 1922 o “La máscara de hierro” de 1929).


Durante los años treinta y cuarenta se adaptó perfectamente al sistema de estudios en el que el director era un elemento más del perfecto engranaje creado por Hollywood, dirigiendo generalmente producciones de bajo coste. De esta etapa destaca, sin duda, la cinta bélica “Arenas sangrientas” (1949) por la que su protagonista, John Wayne, estuvo nominado al Oscar.


Con el comienzo de la crisis del sistema de los grandes estudios en la década de los cincuenta, período en el que comenzaron a proliferar las pequeñas compañías y los productores independientes, Dwan, como muchos otros directores, empezó a moverse y abandonó el paraguas protector de las denominadas majors.


Es en esta década cuando conoce al prestigioso productor Benedict Bogeaus y se asocia con él. Esta colaboración dará lugar a un período de gran estabilidad para Dwan y se extenderá a lo largo de ocho años y diez películas, constituyendo una de las épocas de mayor libertad creativa y más brillantes del director, en la que facturó cintas como el noir, basado en una novela de James M. Cain, “Ligeramente escarlata” de 1956 o “Al borde del río” una mezcla de western, thriller y película de aventuras filmada en 1957 y protagonizada por Ray Milland y Anthony Quinn; así como wésterns del nivel de “Pasión” (1954), “El jugador” (1955) y, sobre todo, “Filón de plata” (1954), inicio de su colaboración con Bogeaus y una de sus películas más conseguidas, además de su mejor contribución a este género.


ARGUMENTO: El día de su boda Dan Ballard, un antiguo pistolero, es acusado por un agente de la ley, Ned McCarty, de robo y asesinato de un hombre. Dan comprobará cómo todos sus intentos por rehacer su vida ganándose la confianza de sus vecinos han sido en vano y que, incluso, hasta sus amigos le perseguirán e intentarán linchar. La pesadilla no ha hecho más que comenzar para el ex forajido.


Silver Lode, un pueblo tipo del Oeste americano, verá alterada su existencia con la llegada de cuatro hombres. A partir de este inicio, que recuerda al de “Grupo salvaje” dirigida por Sam Peckinpah en 1969 (en ambas un grupo de pistoleros irrumpen en una ciudad en fiestas mientras unos niños juegan en la calle), Dwan y la guionista Karen DeWolf nos introducen en una historia densa pero narrada de forma ágil y con un último tercio frenético en la que construyen una fábula moral acerca de la intransigencia, hipocresía y maleabilidad del ser humano; aportándonos una visión negativa y pesimista de su naturaleza.


Porque estamos ante un wéstern singular con elementos de thriller o cine negro que aborda el tema del falso culpable, tan querido por autores como Fritz Lang y Alfred Hitchcock. El protagonista, un individuo respetable hasta ese momento, tendrá que enfrentarse a una falsa acusación de asesinato y probar su inocencia frente a los habitantes de la ciudad que pasan de apoyarlo, con alguna excepción como una de las mujeres invitadas a su boda que cuestionará desde el inicio su inocencia, a perseguirlo con la intención de lincharlo tras un tiroteo en un granero cuyo resultado es la muerte del sheriff y uno de los ayudantes de McCarthy.


La escena supone un punto de inflexión en el filme porque las escasas dudas que el espectador pudiera tener sobre la inocencia del protagonista se disipan y el director nos hace partícipe de la verdad; una verdad que en el filme tan sólo conocen Dan y su antagonista Ned pero que ignora el resto de los habitantes del pueblo que serán brillantemente manipulados por el falso agente de la ley al que creerán a pesar de los intentos de un angustiado Dan de explicar lo realmente ocurrido. Con ello, el director consigue que el espectador empatice aún más con el protagonista y haga suyo el tormento de este al verse enfrentado contra toda la población por un delito no cometido.


Y es en el comportamiento de los vecinos del protagonista en donde radica la clave de la película. Un turba sedienta de sangre que persigue incansablemente a Dan para ajusticiarlo, convirtiéndose en jurado, juez y verdugo y a la que el propio juez de Silver Lode, simbolizando la debilidad de las instituciones americanas, no puede frenar. Una jauría humana para la que no existe un principio básico como la presunción de inocencia y que ni tan siquiera respetará lo más sagrado, no dudando en profanar la Iglesia para aniquilar a Dan. Y todo ello sin que existan pruebas contundentes y concluyentes sobre la culpabilidad del protagonista, sino tan sólo movidos por sus propios prejuicios y la facilidad de McCarthy para despertar sus instintos más irracionales.


Todo este entramado temático convierte a Silver Lode en un símbolo de la sociedad norteamericana de la década de los cincuenta, ya que la persecución claramente alude a la sufrida por distintos ciudadanos, ante la pasividad de la mayor parte de la población estadounidense, durante más de una década con la denominada caza de brujas dirigida por el senador McCarthy (de hecho Martin Scorsese alude a esta película como “Una caza de brujas el 4 de julio”). Una época en la que se impuso en Hollywood el terror al condenar al ostracismo a diferentes actores, guionistas y directores por el simple hecho de haber pertenecido al partido comunista, haber simpatizado con sus ideas o haber tenido algún tipo de relación con él; y todo ello mientras el resto de compañeros miraba para otro lado y sin que existieran pruebas irrefutables contra ellos ni se les garantizase un juicio justo. Una etapa vergonzosa y paranoica en la que la delación, en la mayoría de casos por presiones insoportables, fue una constante.


El filme no oculta este hecho y nos aporta pistas continuamente. El falso agente de la ley se llama McCarty, prácticamente igual que el senador; mientras que la acción se desarrolla el 4 de julio, día de la independencia de los EEUU, lo que le permite al director mostrar la bandera en un espacio en el que se está sometiendo injustamente a un acoso brutal al protagonista; denunciando, de esta forma, la involución vivida por la sociedad norteamericana respecto a derechos y libertades consagrados por la constitución de 1787 (libertad de pensamiento, expresión o derecho a un juicio justo, entre otros).


Esta denuncia del macartismo, además de otras características como el hecho de desarrollarse en tiempo real y en un único espacio, emparentan a Silver Lode con la más famosa “Solo ante el peligro”, película ya reseñada en este blog y dirigida por Fred Zinnemann en 1952; pero creo que la denuncia efectuada por Dwan es más directa, valiente y eficaz.


Para interpretar al acosado Dan el director contó con John Payne, una estrella de la "serie b" durante la década de los cincuenta. Generalmente minusvalorado, en esta ocasión hace una gran composición como el inocente injustamente perseguido a la que sin duda ayuda esa mirada fría y distante tan característica del actor. Payne volvería a colaborar con Dwan en otras tres ocasiones: “El jugador” (1955), “Ligeramente escarlata” (1956) y “Hold back the night” (1956).


Pero, a pesar de la esforzada interpretación del protagonista, quien sobresale con su cruel sonrisa es Dan Duryea como Ned McCarty, uno más de sus memorables villanos. Estamos ante un individuo peligroso porque a su sed de venganza une su inteligencia y su capacidad para manejar a favor de sus intereses a una población fácilmente impresionable.

Junto a ellos como personajes femeninos nos encontramos con Lizabeth Scott, actriz vinculada al cine negro por lo que se refuerza la mixtura de géneros de la película, como la prometida de Dan; y una excelente Dolores Moran, en la vida real casada con Bogeaus, en el papel de la desencantada “corista” y antigua amante de Dan. Ambas serán el único apoyo con el que cuente el protagonista y personajes fundamentales, a través de un hecho paradójico que no cuento para no destriparos la película, para demostrar su inocencia.



Si desde el punto de vista del contenido la película es sobresaliente, técnicamente no lo es menos. Destacando la larga secuencia, puesta en relieve por el mencionado Scorsese, que se inicia con el abandono por parte de Dan de la casa de su futuro suegro y finaliza al buscar amparo en la iglesia, que cuenta con un excelente y prolongado travelling lateral; y cuya continuación en el interior del templo permite lucirse a John Alton como responsable de la fotografía del filme. Igualmente destacables son los planos tomados desde el interior de una estancia que enfocan al exterior a través de una ventana, recurso con el que, además de abaratar costes, Dwan muestra en una sola toma tanto al personaje situado en la habitación como los acontecimientos que están ocurriendo en la calle.


Película, por tanto, que refleja una visión desoladora de la sociedad americana acentuada por un ácido y desencantado final, “Filón de plata” es uno de los grandes wésterns de la década de los cincuenta aunque no suele figurar, de manera injusta, en la lista de los mejores filmes de este género. Así que si no lo habéis visto ya estáis tardando.

Como curiosidad comentaros que Lizabeth Scott vivió su particular caza de brujas por los rumores extendidos en relación con su condición sexual.

jueves, 14 de septiembre de 2017

LOS COMANCHEROS

(The comancheros, 1961)

Dirección: Michael Curtiz.
Guion: James Edward Grant y Clair Huffaker.

Reparto:
- John Wayne: Capitán Jake Cutter
- Stuart Whitman: Paul Regret
- Ina Balin: Pilar Graile
- Nehemiah Persoff: Graile
- Lee Marvin: Tully Crow
- Michael Ansara: Amelung
- Patrick Wayne: Tobe
- Bruce Cabot: Mayor Henry
- Jack Elam: Horseface
- Edgar Buchanan: Juez
- Joan O’Brien: Melinda Marshall

Música: Elmer Bernstein.
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“¿Cuánto hace que murió? Puede, puede que dos años ya” “Dos años, dos meses y trece días” (Conversación entre la señora Scofield y el capitán Jake Cutter en relación con la fallecida esposa del último.)


Último filme del gran Michael Curtiz, fallecido apenas seis meses después de su estreno. Director nacido en Hungría, sin duda es conocido por haber filmado “Casablanca” (1942), una de las cumbres del cine, película que quizás haya eclipsado en parte una brillante carrera caracterizada por su perfecta acomodación a las reglas de los distintos géneros, como muestran clásicos del cine de aventuras de la talla de “La carga de la Brigada Ligera“ (1936) o “Robín de los bosques” (1938); thrillers del nivel de “Ángeles con caras sucias” (1938) y “Alma en suplicio” (1945); melodramas como “El trompetista” (1950); y, por supuesto, westerns tan destacados como “Dodge, ciudad sin ley” (1939).


ARGUMENTO: El capitán de los Rangers de Texas Jake Cutter junto al francés Paul Regret, al que había detenido acusado de asesinato, se infiltrará en el grupo de forajidos conocido como los comancheros con el objeto de acabar con la peligrosa venta de armas y alcohol a los comanches.

Película que asume el espíritu y los arquetipos y mitos del western clásico entroncando con otras protagonizadas por Wayne como “Los cuatro hijos de Katie Elder” (1965), “El Dorado” (1966) o “Ataque al carro blindado” (1967), en un momento en el que comenzaban a proliferar los wésterns marcadamente crepusculares y revisionistas, y en la que la estrella hollywoodiense consciente de su edad irá trasformando a sus personajes en unos individuos maduros, expertos, fiables y moralmente irreprochables, lo que le permitió seguir siendo el protagonista de sus filmes hasta su última aparición en “El último pistolero” (1976).


Respecto a esta cuestión es muy significativa la escena en la que Graile destaca tanto las cicatrices de su frente, como su nariz aplastada, símbolos de una persona ajada por el paso del tiempo.


En esta ocasión, además, Wayne forma pareja con un actor más joven, un Stuart Whitman en la que quizás sea su mejor interpretación, al que le cede todo el protagonismo respecto a la subtrama amorosa; lo que permite al filme remarcar aún más la edad del protagonista, reflexionar sobre el necesario cambio generacional con el personaje principal marcado por un pasado amargo mientras que a su joven compañero cuenta con un futuro prometedor, y estructurar la historia en torno a la unión de dos individuos en principio contrapuestos e incluso incompatibles, pero cuya asociación será fundamental para la consecución de los objetivos. Esquema repetido hasta la saciedad en futuras cintas, sobre todo de corte policiaco.


Así nos encontramos por una parte con un hombre íntegro y honrado al servicio de la ley y el orden desde el fallecimiento de su esposa para el que el deber lo es todo, interpretado por un John Wayne identificado a través de su filmografía con esos valores, y por otra con un vividor, mujeriego y jugador cuyo estilo de vida le ha llevado a ser buscado por asesinato, al que da vida, como ya he señalado, Stuart Whitman que, igualmente, coprotagonizaría “Río Conchos”, cinta también escrita por Clair Huffaker con la que esta presenta ciertas semejanzas temáticas. Sin duda es la relación de camaradería y complicidad que se establece entre ambos personajes uno de los grandes activos de la película, sobre todo por la química existente entre ambos actores que redunda en la veracidad del filme.



El resultado es una película tan sencilla como sincera, con un tono vitalista, dinámico y jovial firmada por un director que sobrepasaba los setenta años, aunque debido a sus problemas de salud buena parte del filme fue rodado por el director de la segunda unidad y por el propio John Wayne, y que cuenta con una factura extraordinaria gracias a un grupo de profesionales de la talla de los guionistas James Edward Grant, el escritor preferido por Wayne, y Clair Huffaker que firmaron un gran libreto en el que se combina perfectamente acción, humor, amor y aventura, y al que no son ajenas escenas de gran hondura, sobre todo en relación con el pasado doloroso del capitán Cutter o como aquella en la que encuentran a unos colonos asesinados por los indios, claro homenaje a “Centauros del desierto”; el omnipresente William H. Clothier, quien retrata bellamente los paisajes de Utah y Arizona en donde se rodó el filme; el director de la segunda unidad y responsable de buena parte de las escenas de acción Cliff Lyons; el gran Alfred Ybarra como responsable de la dirección artística; el indispensable Elmer Bernstein, tras su exitosa composición para “Los siete magníficos”, con una gran banda sonora de resonancias épicas; y la participación de magníficos actores entre los que destaca, junto a la pareja estelar, Lee Marvin en un breve pero extraordinario intervalo en el que protagoniza una pelea con John Wayne que parece presagiar su futuro papel en “La taberna del irlandés” (John Ford, 1963).


Cabe señalar además que aunque el filme parte de hechos reales: la venta por parte de blancos de armas, comida y whisky a los comanches con la aquiescencia del gobierno mexicano que perseguía la desestabilización de Texas (1), tanto el director como los guionistas no pretenden ser fieles a la historia sino ofrecernos un filme de aventuras clásico.


Así pues “Los comancheros” fue concebido como puro cine de evasión y entretenimiento, fiel reflejo de una época y de una forma de entender las películas. Y como tal es un filme que atesora grandes virtudes: está extraordinariamente bien rodado, es muy divertido, carece de tiempos muertos y cuenta con un ritmo muy vivo. Por lo que es totalmente recomendable para los amantes de este género.


(1) Respecto a esta cuestión debemos tener en cuenta que la acción del filme se sitúa en 1843 y la recién creada República de Texas se había independizado de su estado vecino en 1836 aunque nunca fue reconocido por el gobierno de Santa Anna; reclamando el nuevo país parte del territorio de Nuevo México desde 1841, lo que originó continuas fricciones entre ambos estados.