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jueves, 7 de febrero de 2019

CAZADOR DE FORAJIDOS

(The tin star, 1957)

Dirección: Anthony Mann
Guion: Dudley Nichols

Reparto:
- Henry Fonda: Morgan Hickman
- Anthony Perkins: Sheriff Ben Owens
- Betsy Palmer: Nona Mayfield
- Michel Ray: Kip Mayfield
- Neville Brand: Burt Bogardus
- John McIntire: Dr. Joseph Jefferson McCord
- Mary Webster: Millie Parker
- Peter Baldwin: ZekeMcGaffey
- Lee Van Cleef: Ed McGaffey
- Russell Simpson: Clem Hall

Música: Elmer Bernstein
Productora: Pelberg-Seaton Production

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“Yo no soy la ley, pero trabajo dentro de ella por dinero. Igual que usted si se dedica a un negocio legal” Morgan Hickman al dueño del banco.


La década de los cincuenta fue la época más sobresaliente como cineasta para Anthony Mann, sobre todo gracias al ciclo de wésterns protagonizado por James Stewart (tres de estos wésterns se debieron a la pluma de Borden Chase) y a “El hombre del Oeste”, filme protagonizado por Gary Cooper pero que entronca estilístca y temáticamente con la serie Mann-Stewart. Esta década la cerró con “Cimarron” (1960) remake del filme homónimo y ganador de tres Oscars, incluido mejor película y mejor guion, dirigido en 1931 por Wesley Ruggles. Una cinta de gran presupuesto que anuncia las costosas superproducciones rodadas en tierras españolas financiadas por Samuel Bronston en las que se embarcaría en la década siguiente: “El Cid” (1961), cinta de aventuras ambientada en la Baja Edad Media a la que dio tratamiento de wéstern, y “La caída del imperio romano” (1964), espectacular película histórica basada en el clásico de Edward Gibbon “The History of the Decline and Fall of the Roman Empire".



La trascendencia de los seis wésterns citados, acogidos con entusiasmo por la crítica europea, que lo convirtieron en uno de los maestros de este género además de un gran renovador del mismo, y el éxito y popularidad alcanzados con los filmes rodados para Bronston han eclipsado el resto de su filmografía; desde sus noirs, actualmente objeto de revisión, rodados en los años cuarenta en los que fue forjando las características de su cine y lo convirtieron en uno de los máximos exponentes del denominado docu-noir, hasta otras películas que rodó en los años cincuenta entre las que destacan, además de la bélica “Las colinas de los diablos de acero” (1957) y la adaptación de la novela de Erskine Caldwell “La pequeña tierra de Dios” (1958), tres extraordinarios wésterns: “La puerta del diablo” (1950), una de las primeras cintas abiertamente proindias rodadas en Hollywood, “Las Furias” (1950), tragedia griega ambientada en el Lejano Oeste, y el filme objeto de esta reseña.



ARGUMENTO: Morgan Hickman, un cazador de recompensas, llega a un pequeño pueblo reclamando el dinero ofrecido por un pistolero al que ha matado. Allí conocerá a la viuda Nolan y a su hijo, al mismo tiempo que el sheriff novato del lugar, tras enterarse de que lució en el pasado la estrella de latón, le pide ayuda para lograr pacificar el territorio. El contacto con estos tres personajes le hará replantearse su vida.



“Cazador de forajidos” fue el resultado de la apuesta decidida de la Perlsea Company, compañía creada en 1951 por el productor William Perlberg y el director George Seaton (1) a quienes llegó un extraordinario guion, nominado al Oscar, de Dudley Nichols, escritor habitual de John Ford en la década de los cuarenta. La historia tenía como protagonista a un cazador de recompensas, personaje, a diferencia de Europa, no excesivamente explotado en el wéstern americano (2) que, además, presentaba importantes diferencias con la figura prototípica de los eurowésterns; ya que si en estos, siguiendo el arquetipo creado por Sergio Leone en “La muerte tenía un precio” (1965), se caracterizaba por su amoralidad y el deseo de obtener un rédito económico a cualquier precio, en el wéstern que nos ocupa se nos presenta como un hombre con principios morales muy sólidos, convertido en el brazo armado de la ley y necesario para pacificar el Oeste.




Además fue el único wéstern producido por la Perlsea, una película rodada en blanco y negro y, salvo en el último tramo, con la ciudad como marco en el que se desarrolla el drama por lo que llama la atención que encargarán su dirección a Anthony Mann cuyas películas del Oeste más famosas se habían caracterizado por el uso del color y de la naturaleza como elementos dramáticos de primer orden. En todo caso, el director californiano filmó una cinta muy personal en la que volvía a reflexionar, acorde con la propia evolución de la población estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial y el conflicto de Corea, sobre la violencia y sus terribles resultados; al mismo tiempo que retomaba a un personaje reconocible en su filmografía. Así, Morgan Hickman (impresionante en su naturalidad Henry Fonda, adueñándose de cada una de las escenas gracias a su profunda mirada, sus gestos apenas perceptibles y sus pausados movimientos), presenta importantes semejanzas con Howard Kemp de “Colorado Jim” (1953), puesto que es un hombre desencantado con sus conciudadanos y, por extensión, con el ser humano al haber sido abandonado cuando más lo necesitaba por aquellos por los que se jugaba la vida diariamente, teniendo esta actitud consecuencias trágicas para su familia. Se ha convertido en un individuo profundamente individualista, como Jeff Webster en “Tierras lejanas” (1954), rompiendo toda relación con la sociedad y, al igual que le ocurría a Will Lockhart en “El hombre de Laramie” (1955), se ha transformado en un inadaptado sin ningún tipo de arraigo. Incluso a lo largo de la película evolucionará de forma similar a Glyn McLyntock en “Horizontes lejanos” (1952), aunque desde posiciones iniciales diferentes ya que Glyn es un pistolero que, tras expiar sus pecados, ansía ser aceptado como uno más por sus compañeros de viaje buscando en ese lejano horizonte su deseado hogar; mientras que Morgan ha renunciado voluntariamente a la protección de una sociedad porque rechaza vivir en un mundo basado en la falsedad, un mundo que en la actualidad le desprecia sin conocerlo y por el que siente repugnancia. Tan sólo su encuentro con Ben, un joven sheriff, y con Nona y su hijo Michel le devolverá la confianza en el ser humano. Así, al final de ambas películas, Glyn se convertirá en el hombre que nunca fue mientras que Morgan volverá a ser aquel que siempre había sido.



Su evolución queda perfectamente plasmada en las escenas inicial y final del filme. Son dos secuencias, concebidas de forma similar con planos largos y la cámara acompañando al protagonista a través de la utilización de travellings, en el que lo vemos llegar y abandonar el pueblo. Pero mientras en el arranque Morgan simboliza la muerte al irrumpir junto con el cadáver de un pistolero atravesado en un caballo, provocando la desconfianza de los ciudadanos que le escoltan a lo largo de las calles; en la última escena marcha en un carromato junto con Nona y Michel, siguiéndole igualmente los vecinos, aunque en esta ocasión como muestra de agradecimiento y a modo de reconocimiento por su labor. El hijo pródigo ha vuelto y la sociedad, como un buen padre y tras reconocer haber actuado injustamente con él, le vuelve a acoger en su seno; brindándole una nueva vida al haber encontrado el ex sheriff en Nona y su hijo los sustitutos de la familia que en su día perdió por la falta de auxilio de sus convecinos.



Pero hasta llegar a este final el tándem Mann-Nichols nos ha dibujado un retrato severísimo y descarnado de la sociedad norteamericana del siglo XIX. Una población, representada en la fuerzas vivas como el alcalde, el banquero o los comerciantes, caracterizada por su hipocresía, racismo, egoísmo e intolerancia respecto al diferente. Unos individuos capaces de despreciar a la misma persona a la que posteriormente pedirán ayuda cuando la necesiten.



Sin duda quien mejor encarna a esta sociedad enferma es el propietario del banco que pasará de menospreciar a Morgan, tratarlo con arrogancia y una supuesta superioridad moral y prácticamente exigirle abandonar el pueblo una vez cobrada la recompensa, mostrando el rechazo que siente por los hombres que viven de esa forma, a no sólo pedirle su ayuda sino, incluso, a ofrecer una recompensa muy jugosa por la cabeza de los asesinos de un vecino muy querido.



Incluso, tras la muerte del mencionado vecino, también quedarán desacreditados los pacíficos ciudadanos del pueblo, convertidos en una auténtica jauría dispuesta a incumplir la ley linchando a los autores del crimen, y siendo fácilmente manipulables en su forma de actuar por el matón local. De nuevo, Mann y Nichols, ponen en una balanza los valores morales de un marginado, ya que Morgan hizo todo lo posible por capturar a los dos pistoleros con el objeto de que tuvieran un juicio justo, y los de los miembros de la comunidad, que tan sólo quieren saciar su sed de venganza; además de introducir un nuevo tema que enriquece el filme: el respeto a las instituciones y a la ley junto a sus procedimientos es básico para el desarrollo de la sociedad e, incluso, imprescindible para impartir justicia y crear, de esta forma, un mundo verdaderamente libre y armónico.

De este sombrío retrato tan sólo se libran, además del protagonista, cuatro personajes.




- Ben Owens (magníficamente interpretado en su cuarta película por Anthony Perkins), un joven, impulsivo e inexperto sheriff pero honrado, tenaz, firme defensor de la ley y con principios muy superiores al resto de los habitantes del pueblo. Sin duda Morgan se reconocerá en él cuando tenía su edad. Poco a poco el veterano cazador de recompensas y el joven hombre de ley se irán acercando y se establecerá una especie de relación maestro-alumno en la que el pistolero no sólo enseñara a disparar al bisoño sheriff, sino también el resto del oficio. Morgan, consciente de que su aventajado alumno debe recorrer el camino de la vida en solitario, le mostrará su apoyo aunque siempre se situará en un segundo plano obligándole a actuar sin su protección para ganarse el respeto de la población. Así lo hará en el primer enfrentamiento de Ben con Burt, el matón del lugar, y, sobre todo, cuando un grupo de ciudadanos capitaneados por Burt pretendan asaltar la cárcel y linchar a los dos detenidos. Únicamente cuando su discípulo consiga controlar la situación por sí mismo accederá a la petición reiterada de Ben de prenderse la estrella de latón y se situará tras él actuando como su ayudante; pero previamente le habrá dado un consejo fundamental para controlar a la turba: “Verá, una jauría es tan fiera como su líder. Sólo tiene que vencer a un hombre”.



Aunque no sólo Ben aprenderá de su improvisado maestro, sino que Morgan, gracias a la determinación de este, comprenderá que estaba equivocado y que no puede basar el resto de su vida en una continua huida hacia adelante; de ahí la frase con la que se despide de su amigo cuando este le pide que se quede: “Ya lo ha aprendido todo. Y yo de usted. Un hombre no debe huir de su obligación”.



- Nona Mayfield (quizás el papel hubiera requerido una actriz con algo más de carisma que Betsy Palmer (3) y su hijo Kip, víctimas de los prejuicios raciales de la población cuando su único pecado ha consistido en el matrimonio de la primera con un indio, fruto del cual nació Kip. Con un pasado doloroso, malviven marginados a las afueras de la ciudad de los trabajos que Nona obtiene como costurera. Ambos se convertirán en refugio de la torturada alma de Morgan y en la posibilidad de disponer de una segunda oportunidad.





- El doctor Joseph Jefferson McCord, al que da vida un magnífico John McIntire, que personifica las principales virtudes del ser humano: bondad, sabiduría, entrega, raciocinio, abnegación, sacrificio. Protagonizará involuntariamente una de las mejores escenas del filme, desde el punto de vista de la planificación, con la entrada de su carricoche en el pueblo mientras la población le espera expectante para celebrar con él su cumpleaños.





Además la película visualmente es una maravilla. Mann, con la ayuda inestimable del operador Loyal Griggs (“Los diez mandamientos”, “Raíces profundas”) saca el máximo partido del formato VistaVision, un nuevo sistema creado por la Paramount para frenar la competencia de la televisión, volviendo a demostrar su pericia técnica y su maestría a la hora de componer las escenas en las que la ilimitada profundidad de campo juega un papel fundamental, como ocurre en los dos enfrentamientos entre Ben y Burt; al mismo tiempo que coloca la cámara en el lugar exacto en cada secuencia de la película. Muestra de su habilidad es la escena en la que sitúa la cámara en la oficina del sheriff enfocando la calle por la que se acerca Ben, con un travelling hacía atrás sigue constantemente al sheriff hasta que entra en la oficina y finaliza el plano secuencia girando la máquina para encuadrar tanto a Ben como a Morgan, que le estaba esperando en el interior del edificio. Incluso vuelve a utilizar un espejo, recurso muy querido por el director desde sus filmes noir, para mostrar en un mismo plano al espectador, como si este fuera Morgan, los acontecimientos que está observando Ben y su reacción.






“Cazador de forajidos” es un wéstern espléndido que, como la estrella de su título original, brilla con luz propia gracias a una extraordinaria dirección de Anthony Mann, un guion de Dudley Nichols soberbio, de gran profundidad y con diálogos sobresalientes, magníficas interpretaciones de todos los actores, incluidos los malvados Neville Brand y Lee Van Cleef, y una adecuada partitura musical de Elmer Bernstein, prácticamente debutante en el género; por lo que, a pesar de haber recibido un menor reconocimiento que otros wésterns de su director, es de obligatoria visión para todo aficionado.


(1) El guionista y director George Seaton y el productor William Pelberg tras un breve período en la Columbia, recalaron en la Twenty Century Fox en la que el segundo produjo varios filmes del primero y se convirtió en su gran protector. En 1951, ya en el seno de la Paramount, crearon su propia compañía con el nombre de Perlsea Company, también conocida como la Perlberg-Seaton Production, con la que produjeron títulos, la mayoría filmados por Seaton, tan destacados como “La angustia de vivir” (1954), por la que Seaton obtuvo su segundo Oscar al mejor guion, “Los puentes de Tokio-Ri” (1954), melodrama ambientado en la guerra de Corea protagonizado por William Holden y Grace Kelly, “Enséñame a querer” (1958), deliciosa comedia con Clark Gable, o “Espía por mandato” (1962), gran película de espionaje que les volvió a reunir con William Holden.

(2) Entre los escasos filmes estadounidenses centrados en el personaje del cazador de recompensas podemos destacar “Colorado Jim” (Anthony Mann, 1953), aunque en esta película su ocupación tenía carácter temporal, “El cazador de recompensas” (André De Toth, 1954), en el que Randolph Scott actuaba como un hombre de la ley y colaboraba con la Agencia Pinkerton, “Cabalgar en solitario” (Budd Boeticher, 1959), de nuevo Randolph Scott pero actuando en esta ocasión fundamentalmente por motivos personales, o “Quinientos dólares, vivo o muerto” (Spencer Gordon Bennet, 1965), en el que Dan Duryea sufría una profunda transformación.

(3) Betsy Palmer desarrolló su carrera fundamentalmente en televisión y se hizo mundialmente famosa interpretando a la madre de Jason en el clásico slasher “Viernes 13” (Sean S. Cuningham, 1980). 

jueves, 14 de junio de 2018

MÁS RÁPIDO QUE EL VIENTO

(Saddle the wind, 1958)

Dirección: Robert Parrish y John Sturges (sin acreditar)
Guion: Rod Serling y Thomas Thompson

Reparto:
- Robert Taylor: Steve Sinclair
- Julie LondonJoan Blake
- John CassavetesTony Sinclair
- Donald CrispDennis Deneen
- Charles McGrawLarry Venables
- Royal DanoClay Ellison
- Richard ErdmannDallas Hanson
- Douglas SpencerHemp Scribner
- Ray TealBrick Larsson

Música: Elmer Bernstein
Productora: Metro Goldwyn Mayer. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“¿Qué será de él?” “Seguirá el camino que lleva, pero algún día se enfrentará a alguien más rápido con el revólver y le enterrarán. Si tiene suerte le pondrán una cruz y si no la tiene dará igual, porque no tendrá a nadie para llorarle. Excepto yo. Yo sí” Conversación entre Joan y Steve sobre Tony tras haberse peleado los dos hermanos y haber abandonado el rancho este último.


ARGUMENTO: Steve Sinclair, tras una vida de apego al revólver, ha conseguido olvidarse de las armas de fuego y establecerse como ganadero gracias al apoyo de Dennis Deneen, gran terrateniente del valle en el que se ha instalado. Pero la llegada de un pistolero que pretende desafiarle, junto con el asentamiento de agricultores en el valle y el carácter impulsivo de su hermano, le pondrá de nuevo a prueba.


Sin duda “Más rápido que el viento” es un claro ejemplo del grado de madurez del género alcanzado en la década de los años cincuenta gracias, no sólo a la aportación de los grandes directores clásicos (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que siguieron ofreciéndonos muy buenos wésterns, sino también a la incorporación de nuevos directores como Mann o Daves, y de escritores del nivel de Borden Chase, Charles Schnee (aunque ambos ya habían elaborado a finales de los cuarenta el libreto de “Río Rojo”, filme de Howard Hawks ya comentado en este blog), Halsted Welles, Ben Maddow, Philip Yordan, o Burt Kennedy que ofrecieron una visión renovada y compleja del Far-West en la que los protagonistas se fueron alejando del arquetipo de héroe clásico para convertirse en individuos más ambiguos, al mismo tiempo que se solía incidir en las motivaciones de sus antagonistas que dejaron de ser personajes estereotipados. De esta forma, y con sus lógicas excepciones, mientras que los años cuarenta constituyen la época del esplendor del wéstern clásico, la década de los cincuenta se caracteriza por lo el denominado wéstern psicológico.


Es dentro de esta corriente donde se encuadra la película que nos ocupa al ofrecernos un drama complejo, grave, desaforado, de gran intensidad y muy bien construido en torno a dos hermanos y, al igual que estos, una serie de personajes torturados que buscan su lugar en el mundo, a través de los cuales se reflexiona sobre el insoportable peso del pasado, tanto a nivel individual como colectivo, las atroces consecuencias del uso de la violencia (tema recurrente en la filmografía del director) y la busqueda, en muchos casos infructuosa, de una segunda oportunidad. Nos encontramos, pues, ante un wéstern pacifista y con un tono marcadamente moralizador.


La escena inicial, con la llegada de un forastero de modales agresivos y aviesas intenciones, nos introduce de lleno en la tragedia que vamos a contemplar, ya que a pesar de buscar al mayor de los Sinclair por una cuenta pendiente, será el pequeño, Tony, el que gracias a un golpe de suerte acabe con él. El resultado del duelo será paradójico.


Por una parte, Tony, obsesionado con intentar devolver a su hermano mayor los cuidados y atenciones que tuvo con él mientras crecía, ha conseguido protegerle tanto de tener que retomar las armas y volver aunque fuera por unos instantes a su olvidada vida de pistolero, como del resultado incierto del duelo ya que, como el propio Steve le dirá a Tony tras el enfrentamiento: “Te pido sólo que te acuerdes de una cosa. En toda pelea hay uno que se acerca a la barra e invita a beber y otro cuyo nombre se graba en una lápida. Se tiene el cincuenta por ciento de probabilidades“.


Pero, al mismo tiempo, a partir de ese momento Tony estará condenado, marcando ese instante el inicio de la espiral de violencia en la que se adentrará, porque el pequeño de los Sinclair ha experimentado el poder de las armas y el reconocimiento y admiración que conlleva. De hecho, en una escena descarnada y cruel, Tony celebrará en la barra con varios ciudadanos su “éxito” mientras el cuerpo inerte de su contrincante se encuentra a sus pies sin que nadie lo retire para darle sepultura.


Esta actitud deshumanizada frente a la muerte y el dolor de sus semejantes de parte de los personajes es otra característica de la película. De esta forma, en otra escena, Tony y un compañero, tras haberse emborrachado, no dudarán en asaltar el campamento de unos agricultores recién llegados al valle con intención de instalarse en él, dando una brutal paliza a su líder al mismo tiempo que le humillan delante de sus compañeros, su mujer y su hijo.


Pero, sin duda, la secuencia que mejor define el posicionamiento ético del director frente a la violencia es la escena, magistral por otra parte, del asesinato por parte de Tony de uno de los colonos, en la que Parrish no nos ahorra ningún detalle. Así, tras recibir los impactos mortales, veremos a este durante unos segundos, que se hacen eternos, agonizar y arrastrase por el barro mientras su cuerpo se convulsiona. Pocas veces he visto en un wéstern de la época dorada una representación tan realista y brutal de un hombre muriendo.


Junto al gran guion del mítico Rod Serling, en su única incursión en este género, y la extraordinaria labor de Parrish en la dirección y del director de fotografía que sacan un gran partido al CinemaScope, a pesar de abusar del recurso feista de las transparencias cuando enfocan en planos medios a los protagonistas del filme, el wéstern se sustenta en las grandes interpretaciones de los actores.


Como protagonista figura Robert Taylor en una de sus últimas interpretaciones para la Metro Goldwin Mayer, major a la que estuvo ligado durante casi veinticinco años, siendo el galán oficial de la compañía durante las décadas de los treinta y los cuarenta, mientras que en la de los cincuenta se convirtió en el héroe ideal de una serie de películas de aventuras. Curiosamente fue en el wéstern donde pudo demostrar, gracias a una serie de personajes complejos, su valía como interprete dramático. Con su sobriedad y contención habituales encarna al mayor de los Sinclair, expistolero que, tras varios años, ha conseguido olvidar su pasado e iniciar una nueva vida como ganadero. Un personaje que presenta ciertas similitudes con el sheriff Jake Wade de “Desafío en la ciudad muerta” (película dirigida ese mismo año por John Sturges que cuenta con su oportuna reseña).


John Cassavetes, en contraste con Robert Taylor, nos ofrece una gran actuación mucho más expansiva, incluso rayando el histrionismo, apropiada al personaje que da vida, un cada vez más enloquecido y fuera de control Tony. Estamos ante un auténtico “rebelde sin causa” (de hecho el hermano pequeño de los Sinclair entroncaría con una serie de personajes interpretados en diversos dramas por jóvenes actores a finales de la década de los cincuenta y principios de la siguiente) con graves problemas emocionales que necesita no sólo el reconocimiento de los demás sino también su admiración. En este sentido, cobra gran importancia la secuencia desarrollada en el saloon con la presentacion a sus vecinos de su novia, Joan, como si fuera un trofeo. Individuo inseguro, tras el temprano fallecimiento de sus padres, fue criado por Steve durante su época de pistolero y ha crecido idolatrando a su hermano mayor al que pretende emular. Su carácter dual queda reflejado en la escena en la que, tras mostrarse amable e incluso romántico con Joan pidiéndole que le cante el precioso tema principal de la película, intenta sobrepasarse, lo que hará afirmar a esta: “Me besas como si hubieras pagado para ello. Y no me gustan esos besos”.


Julie London es Joan, una mujer maltratada por la vida, acostumbrada a vivir haciendo las maletas y con un pasado como corista, que acepta compartir el techo con Tony al ser la primera persona que le ha ofrecido algo de cariño y le ha mostrado respeto. Al igual que Steve sólo pretende romper con su vida anterior y comenzar una nueva existencia lejos de los ambientes depravados en los que se ha movido hasta ese momento. Un personaje interesante pero con nula incidencia en la trama principal, aunque será fundamental para que el espectador conozca el carácter de Steve y su especial relación con su hermano menor.

Junto a ellos tres grandes secundarios.


Charles McGraw, gran actor protagonista de varios noir en los años cuarenta y cuya afición a la botella truncó en parte su prometedora carrera, está perfecto como el agresivo Larry Venables, un pistolero con sed de venganza y una cuenta pendiente con el mayor de los Sinclair. Sin duda su peculiar rostro, que parecía esculpido en piedra, era muy apropiado para representar el papel.


Royal Dano encarna a un tenaz y digno jefe de los agricultores que pretenden asentarse en el valle después de haber recorrido medio país. Oficial nordista durante la Guerra de Secesión no duda en reclamar el terruño que le corresponde por ley y persiste en su intento a pesar de las amenazas y palizas recibidas. El personaje le sirve a Parrish para introducir el tema del peso de la guerra fratricida en la sociedad norteamericana, un conflicto bélico del que el país no se había repuesto y cuyas heridas áun no habían cicatrizado. Así, al típico enfrentamiento entre agricultores y ganaderos se superpone el combate entre el Norte y el Sur; pero, además, Parrish subvierte la situación de ambos bandos ya que los poderosos, los ganaderos propietarios de grandes terrenos, son los que fueron vencidos en la guerra, mientras los colonos, los nordistas, encarnan al proletariado, a los agricultores miseros y desarraigados que buscan desesperadamente un lugar en donde poder asentarse.


Por último, Donald Crisp da vida a Dennis Deneen, el gran terrateniente del valle y prácticamente padre adoptivo de Steve, al ser la única persona que creyó en él y le apoyó en su intento de abandonar las armas. Es un humanista que aborrece la violencia, sobre todo tras la muerte de su hijo, y será capaz de ceder ante los agricultores para evitar que el valle se tiña de sangre.


“Más rápido que el viento” es, sin duda, un wésten poderoso y original que gozaría de más reconocimiento y prestigio si lo hubiera firmado un director de mayor fama que Robert Parrish quien, al año siguiente, filmaría “Más allá de río Grande”, otro gran wéstern con el desarraigo como tema principal y otra vez Julie London como coprotagonista.


Como curiosidades comentaros que el fotograma que aparece en la carátula del DVD corresponde a una escena que debió quedarse en la sala de montaje; y que la película presenta ciertas semejanzas con “La ley de los fuertes” (Rudolph Maté, 1956) sobre todo en la relación atormentada entre los dos hermanos y en el pasado turbio de la prometida de uno de ellos.


miércoles, 30 de mayo de 2018

EL ÚLTIMO PISTOLERO

(The shootist, 1976)

Dirección: Don Siegel
Guion: Miles Hood Swarthout y Scott Hale

Reparto:
- John Wayne: J. B. Books
- Lauren BacallBond Rogers
- Ron HowardGillom Rogers
- James StewartDr. Hostetler
- Richard BooneSweeney
- Hugh O’BrianPulford
- Bill McKinneyCobb
- Harry MorganMarshall Timido
- John CarradineBeckum
- Sheree NorthSerepta
- Rick LenzDobkins
- Scatman CrothersMoses
- Gregg PalmerBurly Man

Música: Elmer Bernstein
Productora: Paramount Pictures, Dino De Laurentiis Company (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No soporto las injusticias. No soporto a los bravucones. No soporto los insultos. Si alguien me ofende o me traiciona, tarde o temprano debe esperar mi venganza." Código de conducta de John Bernard Books.


ARGUMENTO: Nevada, junio de 1901. John Bernard Books, un legendario pistolero, regresa a su ciudad natal para saldar una cuenta pendiente con tres matones y poder disfrutar de un poco de sosiego. Sin embargo, el doctor de la ciudad y viejo camarada le dará una terrible noticia.


“¿Sabes? En su última película muere John Wayne” “Imposible, John Wayne no puede morir nunca” “Que sí, mi hermano fue al cine ayer y me lo ha dicho”.


Pocas semanas después de haber mantenido esta conversación con un chaval de mi pandilla fui a ver la película con mis padres. Yo había visto morir a Wayne en la pantalla varias veces: acribillado a traición por un pistolero incapaz de soportar que un hombre mayor le hubiera vencido en una pelea, atravesado por una bayoneta mientras defendía una misión reconvertida en fortaleza en un pueblo perdido de México, de un traicionero disparo tras haber tomado Iwo Jima durante la Segunda Guerra Mundial, e, incluso, ahogado por un pulpo gigante. Pero sabía que lo volvería a ver en su próximo filme, que sólo eran muertes de mentira. Sin embargo esta vez… esta vez, a pesar de mi edad, me di cuenta de que era verdad, de que en realidad el actor con esta película nos estaba diciendo definitivamente adiós, no un hasta luego como había sido habitual.


Porque en pocos filmes se ha producido una simbiosis tan profunda entre el interprete y el personaje interpretado. De hecho, en un claro homenaje, Siegel abre la cinta con imágenes de wésterns protagonizados por Duke mientras nos va narrando la vida de J. B. Books (en concreto los wésterns que aparecen son “Río Rojo”, “Hondo”, “Río Bravo” y “El Dorado”). Ante nuestros ojos, en unos pocos fotogramas, se nos muestra el ciclo vital de Wayne-Books; para en la primera escena del filme ver a un actor-pistolero envejecido que, tras haber completado ese ciclo, regresa al pueblo que le vio nacer buscando un poco de paz en los últimos días de su vida.


Pero le espera una amarga sorpresa. El maduro pistolero aquejado de un dolor en la espalda visita a un médico, viejo conocido, quien le diagnóstica un cáncer terminal.


Wayne estaba anunciando al mundo que, tras haber superado un cáncer por el que le extirparon un pulmón doce años antes, volvía a padecer la terrible enfermedad y en esta ocasión probablemente no podría vencerla (el rodaje de la secuencia fue de una gran emotividad, de hecho se hizo un profundo silencio en el set en el momento en el que el bueno de James Stewart le comunicaba la dolencia). Por primera vez se mostraba vulnerable un actor duro como el acero que parecía tan inmutable como el escenario del Monument Valley en el que tantas veces había rodado. El interprete-personaje aparecía marchito, cansado y dolorido, portando un cojín rojo sobre el que sentarse para aliviar sus padecimientos.


Porque la película es un sentido homenaje al actor cuyo tiempo, como el de Books, desgraciadamente había pasado. Así, al igual que el pistolero se va a encontrar con una ciudad con teléfonos y agua corriente en las viviendas, y tendidos eléctricos, automóviles y tranvías por las calles; es decir, con la modernidad que certifica el final de los tiempos en los que las controversias se resolvían con el revólver. La estrella se encontraba también con que el wéstern clásico, del que era su máximo representante, se extinguiría con su muerte.


Estamos, por tanto, ante la crónica melancólica y nostálgica de una despedida, pero también ante toda una lección de cómo enfrentarse a la muerte con serenidad, orgullo y dignidad. De hecho Books le comentará a la viuda Rogers: “Sólo me considero un hombre que quiere morir como tal”.


Y de nuevo los paralelismos son evidentes. Vemos al ajado Books vender sus pertenencias, comprar su propia lápida, dar su último paseo en carricoche con una mujer e, incluso, enojarse con un periodista sin escrúpulos y una antigua amante que quieren aprovecharse de su nombre, todo ello antes de rendir su último servicio a la comunidad acabando con tres indeseables. Igualmente, Wayne hizo todo lo posible por no faltar a la cita con su público y a pesar de que los dolores a medida que avanzaba el rodaje se hacían insoportables, constituyendo un verdadero calvario para el actor, consiguió acabar la película; aunque hubo que recurrir varias veces a un doble los últimos días de filmación.



Además, para este último viaje, Siegel rodeó a Wayne de viejos camaradas. Así aparecen Lauren Bacall con la que, gracias a William Wellman, había vivido un romance en la peligrosa China de principios del siglo XX; James Stewart, al que siempre protegió y aupó al Senado de los Estados Unidos aunque su actitud le llevará a perder a la mujer que más había amado (de hecho la alusión en la película a los quince años que llevan sin verse el pistolero y el doctor es un guiño al tiempo transcurrido desde que rodaron la obra maestra de Ford); John Carradine, con el que compartió un inolvidable trayecto en diligencia; o Richard Boone con el que se enfrentó, dándole su merecido, por haber secuestrado a su nieto.


Y sí, al final de la película muere John Wayne pero para entrar en la leyenda y permanecer por siempre en nuestros corazones.