NOSOTROS

Mostrando entradas con la etiqueta John McIntire. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta John McIntire. Mostrar todas las entradas

jueves, 7 de marzo de 2019

ESTRELLA DE FUEGO

(Flaming star, 1960)

Dirección: Don Siegel
Guion: Clair Huffaker y Nunnally Johnson

Reparto:
- Elvis Presley: Pacer Burton
- Barbara EdenRoslyn Pierce
- Steve Forrest: Clint Burton
- Dolores del Río: Neddy Burton
- John McIntire: Sam “Pa” Burton
- Rodolfo Acosta: Buffalo Horn
- Karl Swenson: Dred Pierce
- Richard Jaeckel: Angus Pierce
- L. Q. Jones: Tom Howard

Música: Ciryl J. Mockridge.
Productora: Twentieth Century Fox.

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,25

“El odio anda suelto y todo el mundo quiere eliminar a todo aquel que no sea como él” Clint Burton.


Creo que no descubro nada al afirmar que Elvis Aaron Presley es uno de los grandes iconos de la cultura pop del siglo XX y figura fundamental en la evolución de la música popular en la segunda mitad del citado siglo. Sin embargo desde un primer momento soñó, mientras acomodaba al público en el Loew’s State Theatre en la localidad de Memphis, con convertirse en una de aquellas estrellas inmortalizadas en la pantalla grande como medio para superar la pobreza.


Su sueño se convirtió en realidad al firmar un contrato con el mítico productor Hal B. Wallis y protagonizar “The Reno Brothers”, anodino melodrama familiar desarrollado durante la Guerra de Secesión retitulado como “Love me tender” (nombre de una de las cuatro canciones interpretadas por “el Rey” en el mismo). A este le siguieron dos cintas, no exentas de interés, dirigidas por veteranos profesionales de la talla de Richard Thorpe (la seudobiográfica “El rock de la cárcel” de 1957) y Michael Curtiz (“El barrio contra mí” de 1958) en las que se explotaba su imagen de líder de una juventud rebelde, intentando entroncarlo cinematográficamente con el Marlon Brando de “Salvaje” (Laslo Benedek, 1953) y el James Dean (1) de “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955).


Tras licenciarse interpretaría su mejor papel, el mestizo Pacer en la película objeto de esta reseña. Wéstern que debería haber lanzado su carrera como actor, pero incomprensiblemente a partir de ese momento dirigido tanto por Hal B. Wallis, dueño de su contrato cinematográfico, como por su manager, el ínclito y oscuro coronel Tom Parker, se limitaría a protagonizar insustanciales filmes musicales con guiones descabellados en los que repetiría el mismo papel rodeado de mujeres, todo ello como fórmula para incrementar la venta del correspondiente disco editado con anterioridad que, a su vez, había servido de señuelo para la película.

Una lástima porque Elvis Presley se convirtió en un mero producto dirigido a adolescentes, echando a perder su primigenia aspiración de convertirse en un reputado actor capaz de revolucionar, al igual que hizo con la música, la meca del cine.


ARGUMENTO: Los Burton, una familia mixta de rancheros, se verá arrastrada, a pesar de intentar mantenerse neutral, por el estallido en Texas de un nuevo enfrentamiento entre los kiowas y los colonos de raza blanca.


La Twentieh Century Fox a finales de la década de los cincuenta retomó un proyecto basado en una novela escrita por especialista en el género Clair Huffaker, de la que había comprado sus derechos, que en principio iba a ser protagonizada por Marlon Brando y Frank Sinatra (2), en los roles de los hermanos Burton, y cuya dirección se encomendó inicialmente a Michael Curtiz.


Su productor, David Weibart (3), vio en el filme una estupenda oportunidad para relanzar la carrera cinematográfica de Elvis Presley, mostrando su imagen más rebelde como cinco años antes había hecho con James Dean en “Rebelde sin causa”, película igualmente producida por él. Para ello encargó al propio Huffaker la adaptación del primigenio guion escrito por Nunnally Johnson (4), amoldando el personaje de Pacer a la personalidad de Elvis, al mismo tiempo que se le daba mayor importancia en detrimento de la de su hermano Clint, para el que se contó inicialmente con Robert Wagner aunque terminó siendo interpretado por Steve Forrest (5), hermano menor de Dana Andrews.


Don Siegel, un director curtido en la serie b con títulos en su haber de relevancia (6) que el año anterior había filmado “Hound-Dog Man”, título a mayor gloria de Fabian, otro popular cantante reconvertido en actor, fue el cineasta escogido para llevar a buen puerto el proyecto. Siegel, a pesar de ser un producto de encargo, no concibió el filme como un mero vehículo para su protagonista y tal fue su grado de implicación que consiguió, frente al criterio del coronel Parker, eliminar la mayoría de las canciones previstas en la película para el lucimiento del cantante (de hecho tan sólo se escuchan dos: la principal mientras vemos los títulos de crédito y otra perfectamente integrada en la historia al entonarla mientras se celebra la fiesta de cumpleaños de su hermano Clint); de tal forma que la estrella por primera vez pudo interpretar un papel. Reto del que salió airoso al ser capaz de construir de forma creíble un personaje vulnerable pero con una gran fortaleza, sensible y brutal al mismo tiempo, de carácter reflexivo aunque con tendencia a los estallidos de cólera. Además el director demostró adaptarse perfectamente a un filme con presupuesto medio, al formato CinemaScope y al sello habitual y tan característico desde el punto de vista formal de los wésterns producidos por la Twentieth Century Fox durante esta década. E, incluso, nos regaló algunas de las secuencias más líricas y emotivas de su filmografía, plagada de filmes caracterizados por su sequedad y aspereza, como aquella en la que Neddy va al encuentro de la Estrella de Fuego; la despedida entre Pacer, al haber decidido tomar parte en la lucha por los kiowas, y su padre; o el emotivo, memorable, trágico y coherente final, muestra evidente de la incapacidad del ser humano para entender al diferente y de que, como señala David Torres en su último libro, “el progreso es una flecha que va arrasando civilizaciones y cercenando multitudes anónimas”.


La major arropó a Elvis con un gran reparto. Al mentado Steve Forrest hay que añadir al excelente y habitual en este género John McIntire en el papel de su padre y a Dolores del Río, una de las grandes damas del cine mexicano además de ser uno de los primeros actores latinos en triunfar en Hollywood al que regresaba tras “El fugitivo” (John Ford, 1947) su último filme rodado en EEUU hasta la fecha. Desde su llegada Elvis le mostró su total admiración lo que facilitó su absoluto entendimiento en la película, redundando este hecho en la veracidad que se desprende de su relación en el filme.


Este se concibió como un canto a la familia, institución presentada como el refugio y la única patria de los protagonistas de la película, al mismo tiempo que denunciaba el racismo y la intolerancia existentes en la sociedad anglosajona en el siglo XIX; aunque también se puede entender como una crítica a la situación vivida por los EEUU a finales década de los cincuenta. Una época convulsa por el auge de los movimientos reivindicativos de los derechos de las minorías raciales y el resurgimiento, como respuesta, de las organizaciones racistas; así como por la paranoia extendida en la ciudadanía como consecuencia del apogeo de la Guerra Fría, cuyo máximo exponente fue la cruzada emprendida por el senador McCarthy contra todo aquel sospechoso de simpatizar con el pensamiento comunista. De hecho, al igual que ocurrió con innumerables compatriotas, los miembros de la familia Burton serán víctimas del fanatismo y la obcecación de ambos bandos al intentar mantenerse al margen y no tomar partido por ninguno de ellos. Así tras rechazar participar en una expedición punitiva de sus vecinos contra los kiowas, serán sus hasta ahora amigos los que acaben con gran parte de su ganado. Conducta que hará exclamar a Clint mientras contempla con su padre los cadáveres de las reses: “Son peores que los indios. Un indio si puede te roba, pero esto no es más que maldad”.


Y es esta equidistancia frente a los dos bandos en litigio la que le proporciona gran autenticidad a la película. De esta forma aunque se presenta a los kiowas como a unos individuos sedientos de sangre, con posterioridad nos expondrá cuáles son sus motivaciones con el objeto de que el espectador pueda entender la tragedia vivida por los pieles rojas que les ha llevado a desenterrar el hacha de guerra. Así, Buffalo Horn, el nuevo jefe de los kiowas, le comentará a Pacer: “No tenemos dónde ir. Debemos luchar o morir” y, más tarde, en el campamento indio: “También tú pensar en esto. ¿De quién es esta tierra? ¿Quién vivir aquí desde el principio del tiempo? ¿Acaso invadimos su tierra? No, ellos venir contra nosotros. Penetrar cada vez más y más en nuestra tierra, apoderándose de todo. Siempre empujando”. Aunque, al igual que los blancos, se nos muestran cargados de prejuicios al repudiar a Neddy, incluso su propia hermana, por haberse casado con un hombre blanco. Mientras que los colonos, las víctimas iniciales, muy pronto mostrarán su odio y rechazo a los primigenios habitantes de los EEUU y se comportarán como una turba sedienta de sangre incapaz de reflexionar, rechazando a Pacer por lo que es, un mestizo, y no por cómo es. Clara muestra del cambio de actitud hacia el protagonista lo constituye la escena en la tienda en la que Angus Pierce (Richard Jaeckel), amigo de los Burton e invitado a la fiesta de cumpleaños de Clint, le comenta a este: “He estado pensando en ti. He decidido que seamos amigos a pesar de todo. Pero si el mestizo de tu hermano entra en la tienda, lo mataré”. Incluso la actitud consistente en ver a Neddy y a Pacer como alguien distinto a ellos se nos muestra claramente en la fiesta inicial cuando Tom Howard (L. Q. Jones) comenta a la matriarca de los Burton: “Una estupenda cena señora Burton. Como decimos siempre Willy y yo, en esto de cocinar nadie diría que usted es diferente…bueno de nuestra madre o de otra mujer”.


El drama vivido por la familia Burton queda perfectamente resumido en la conversación que mantienen Neddy y Sam, al comentar la primera respecto a los indios: “Era su tierra Sam y no les gusta que nadie les quite nada de ella” y contestar su marido: “Pero esta tierra ya no es suya. La hemos trabajado durante veinte años y nadie podrá decir que no es nuestra”.

En la película, además, se puede rastrear la huella de dos wésterns muy populares: “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y “Los que no perdonan” (John Huston, 1960):


Así, al igual que en en la obra maestra de Ford, que cuenta con su correspondiente reseña, la acción se sitúa en Texas. Una zona fronteriza disputada por dos culturas enemistadas e incapaces de convivir y cuyo choque lo sufrirá la familia protagonista. Asimismo, como en este filme, la película se inicia con una escena costumbrista, en este caso la fiesta de cumpleaños de Clint, con el objeto de mostrarnos la placida existencia de los protagonistas. Para inmediatamente después revelar que el equilibrio en el que se basa la existencia de los Burton es inestable, porque siempre por debajo del cielo hay un infierno.


Mientras que respecto a la cinta de Huston, tan sólo estrenada unos meses antes, la situación de partida es muy similar al sufrir la familia protagonista, hasta ese momento perfectamente integrada, el rechazo de sus vecinos al descubrirse que su hija es en realidad una india adoptada en su día. Incluso la forma cómo se desencadena el odio latente durante años en ambas películas es muy parecido, puesto que tras una escena distendida (la petición de la mano de la hermana del protagonista por un pretendiente en la cinta de Huston y la citada fiesta de cumpleaños en la de Siegel) se sucede otra brutal; en la película que nos ocupa el feroz asalto al rancho de los Howard, una secuencia inesperada e impactante tanto por su violencia explícita como por romper bruscamente con el tono distendido empleado hasta ese momento por el director.


A partir de esa escena la película se va ensombreciendo, extendiéndose un halo de pesimismo a medida que los Burton son víctimas del infortunio. De esta forma, en un encuentro fortuito Neddy resulta malherida por los disparos de un colono moribundo al que Pacer mata. Posteriormente Pacer y Clint, ante la actitud de los vecinos del pueblo oponiéndose a que el médico asista a su madre, tomarán como rehén a una niña para forzar al doctor a acompañarlos al rancho, perdiendo un tiempo precioso. Y el padre es atacado por un grupo de indios desconocedor del pacto de no agresión mantenido por Buffalo Horn respecto a la familia Burton, escena que culmina con un estupendo plano que muestra el carácter indómito de los colonos. Con estas secuencias el tándem compuesto por el director y el guionista parece prepararnos para el desesperanzado final comentado en un párrafo anterior.


“Estrella de fuego” es, pues, un notable, honesto y maduro wéstern anti épico, claro indicio de por dónde hubiera podido transitar la carrera cinematográfica de “el Rey del rock” si la película hubiese gozado de una respuesta más entusiasta por parte del público.


Como curiosidad comentaros que inicialmente se escogió para el papel de Roslyn a Barbara Steele, reina del terror gótico italiano durante la década de los sesenta con títulos míticos en su haber como “La máscara del demonio” (Mario Bava, 1960), “Danza macabra” (Antonio Margheriti y Sergio Corbucci, 1964) o “Los largos cabellos de la muerte” (Antonio Margheriti, 1964); pero sus escenas fueron suprimidas tras ser sustituida por Barbara Eden.


(1) De hecho “El barrio contra mí” se concibió para ser protagonizado por James Dean, pero la prematura muerte del actor truncó el proyecto inicial sobre la historia de un boxeador, trasformando el personaje en un cantante para poder ser interpretado por Elvis.

(2) La pareja Brando-Sinatra ya había coincidido en la agradable comedia musical “Ellos y ellas” (Joseph Leo Mankiewicz, 1955) en la que tuvieron como compañeras a Jean Simmons y Vivian Blaine.

(3) David Weisbert fue el responsable del debut en el cine de Elvis Presley con la mencionada en esta reseña “Love me tender” y volvería a colaborar con Clair Huffaker en “Río Conchos” (1964), wéstern de Gordon Douglas en el que se volvía a incidir tanto en el choque entre culturas como en el racismo.

(4) Nunnally Johnson fue un prestigioso guionista, productor y director. De entre sus libretos podemos destacar los de “Tierra de audaces” (Henry King, 1939), “Las uvas de la ira” (John Ford, 1940), “La ruta del tabaco” (John Ford, 1941), “La mujer del cuadro” (Fritz lang, 1944), “El pistolero” (Henry King, 1950), “Rommel, el Zorro del Desierto” (Henry Hathaway, 1951), “Las tres caras de Eva” (Nunnally Johnson, 1957) o “Doce del patíbulo” (Robert Aldrich, 1967).

(5) Con una carrera cinematográfica irregular, Steve Forrest sería mundialmente conocido gracias a su papel del teniente Dan “Hondo” Harrelson en la popular serie “Los hombres de Harrelson”.

(6) Siegel había destacado en la década de los cincuenta por haber dirigido pequeñas producciones noir y de ciencia ficción de enorme calidad como “Private Hell 36” (escrita y protagonizada por Ida Lupino), “Crimen en las calles” (drama sobre jóvenes delincuentes), la imprescindible “La invasión de los ladrones de cuerpos” o “Contrabando” (uno de los primeros filmes estadounidenses en abordar el tráfico de drogas con Eli Wallach como protagonista).

jueves, 7 de febrero de 2019

CAZADOR DE FORAJIDOS

(The tin star, 1957)

Dirección: Anthony Mann
Guion: Dudley Nichols

Reparto:
- Henry Fonda: Morgan Hickman
- Anthony Perkins: Sheriff Ben Owens
- Betsy Palmer: Nona Mayfield
- Michel Ray: Kip Mayfield
- Neville Brand: Burt Bogardus
- John McIntire: Dr. Joseph Jefferson McCord
- Mary Webster: Millie Parker
- Peter Baldwin: ZekeMcGaffey
- Lee Van Cleef: Ed McGaffey
- Russell Simpson: Clem Hall

Música: Elmer Bernstein
Productora: Pelberg-Seaton Production

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“Yo no soy la ley, pero trabajo dentro de ella por dinero. Igual que usted si se dedica a un negocio legal” Morgan Hickman al dueño del banco.


La década de los cincuenta fue la época más sobresaliente como cineasta para Anthony Mann, sobre todo gracias al ciclo de wésterns protagonizado por James Stewart (tres de estos wésterns se debieron a la pluma de Borden Chase) y a “El hombre del Oeste”, filme protagonizado por Gary Cooper pero que entronca estilístca y temáticamente con la serie Mann-Stewart. Esta década la cerró con “Cimarron” (1960) remake del filme homónimo y ganador de tres Oscars, incluido mejor película y mejor guion, dirigido en 1931 por Wesley Ruggles. Una cinta de gran presupuesto que anuncia las costosas superproducciones rodadas en tierras españolas financiadas por Samuel Bronston en las que se embarcaría en la década siguiente: “El Cid” (1961), cinta de aventuras ambientada en la Baja Edad Media a la que dio tratamiento de wéstern, y “La caída del imperio romano” (1964), espectacular película histórica basada en el clásico de Edward Gibbon “The History of the Decline and Fall of the Roman Empire".



La trascendencia de los seis wésterns citados, acogidos con entusiasmo por la crítica europea, que lo convirtieron en uno de los maestros de este género además de un gran renovador del mismo, y el éxito y popularidad alcanzados con los filmes rodados para Bronston han eclipsado el resto de su filmografía; desde sus noirs, actualmente objeto de revisión, rodados en los años cuarenta en los que fue forjando las características de su cine y lo convirtieron en uno de los máximos exponentes del denominado docu-noir, hasta otras películas que rodó en los años cincuenta entre las que destacan, además de la bélica “Las colinas de los diablos de acero” (1957) y la adaptación de la novela de Erskine Caldwell “La pequeña tierra de Dios” (1958), tres extraordinarios wésterns: “La puerta del diablo” (1950), una de las primeras cintas abiertamente proindias rodadas en Hollywood, “Las Furias” (1950), tragedia griega ambientada en el Lejano Oeste, y el filme objeto de esta reseña.



ARGUMENTO: Morgan Hickman, un cazador de recompensas, llega a un pequeño pueblo reclamando el dinero ofrecido por un pistolero al que ha matado. Allí conocerá a la viuda Nolan y a su hijo, al mismo tiempo que el sheriff novato del lugar, tras enterarse de que lució en el pasado la estrella de latón, le pide ayuda para lograr pacificar el territorio. El contacto con estos tres personajes le hará replantearse su vida.



“Cazador de forajidos” fue el resultado de la apuesta decidida de la Perlsea Company, compañía creada en 1951 por el productor William Perlberg y el director George Seaton (1) a quienes llegó un extraordinario guion, nominado al Oscar, de Dudley Nichols, escritor habitual de John Ford en la década de los cuarenta. La historia tenía como protagonista a un cazador de recompensas, personaje, a diferencia de Europa, no excesivamente explotado en el wéstern americano (2) que, además, presentaba importantes diferencias con la figura prototípica de los eurowésterns; ya que si en estos, siguiendo el arquetipo creado por Sergio Leone en “La muerte tenía un precio” (1965), se caracterizaba por su amoralidad y el deseo de obtener un rédito económico a cualquier precio, en el wéstern que nos ocupa se nos presenta como un hombre con principios morales muy sólidos, convertido en el brazo armado de la ley y necesario para pacificar el Oeste.




Además fue el único wéstern producido por la Perlsea, una película rodada en blanco y negro y, salvo en el último tramo, con la ciudad como marco en el que se desarrolla el drama por lo que llama la atención que encargarán su dirección a Anthony Mann cuyas películas del Oeste más famosas se habían caracterizado por el uso del color y de la naturaleza como elementos dramáticos de primer orden. En todo caso, el director californiano filmó una cinta muy personal en la que volvía a reflexionar, acorde con la propia evolución de la población estadounidense tras la Segunda Guerra Mundial y el conflicto de Corea, sobre la violencia y sus terribles resultados; al mismo tiempo que retomaba a un personaje reconocible en su filmografía. Así, Morgan Hickman (impresionante en su naturalidad Henry Fonda, adueñándose de cada una de las escenas gracias a su profunda mirada, sus gestos apenas perceptibles y sus pausados movimientos), presenta importantes semejanzas con Howard Kemp de “Colorado Jim” (1953), puesto que es un hombre desencantado con sus conciudadanos y, por extensión, con el ser humano al haber sido abandonado cuando más lo necesitaba por aquellos por los que se jugaba la vida diariamente, teniendo esta actitud consecuencias trágicas para su familia. Se ha convertido en un individuo profundamente individualista, como Jeff Webster en “Tierras lejanas” (1954), rompiendo toda relación con la sociedad y, al igual que le ocurría a Will Lockhart en “El hombre de Laramie” (1955), se ha transformado en un inadaptado sin ningún tipo de arraigo. Incluso a lo largo de la película evolucionará de forma similar a Glyn McLyntock en “Horizontes lejanos” (1952), aunque desde posiciones iniciales diferentes ya que Glyn es un pistolero que, tras expiar sus pecados, ansía ser aceptado como uno más por sus compañeros de viaje buscando en ese lejano horizonte su deseado hogar; mientras que Morgan ha renunciado voluntariamente a la protección de una sociedad porque rechaza vivir en un mundo basado en la falsedad, un mundo que en la actualidad le desprecia sin conocerlo y por el que siente repugnancia. Tan sólo su encuentro con Ben, un joven sheriff, y con Nona y su hijo Michel le devolverá la confianza en el ser humano. Así, al final de ambas películas, Glyn se convertirá en el hombre que nunca fue mientras que Morgan volverá a ser aquel que siempre había sido.



Su evolución queda perfectamente plasmada en las escenas inicial y final del filme. Son dos secuencias, concebidas de forma similar con planos largos y la cámara acompañando al protagonista a través de la utilización de travellings, en el que lo vemos llegar y abandonar el pueblo. Pero mientras en el arranque Morgan simboliza la muerte al irrumpir junto con el cadáver de un pistolero atravesado en un caballo, provocando la desconfianza de los ciudadanos que le escoltan a lo largo de las calles; en la última escena marcha en un carromato junto con Nona y Michel, siguiéndole igualmente los vecinos, aunque en esta ocasión como muestra de agradecimiento y a modo de reconocimiento por su labor. El hijo pródigo ha vuelto y la sociedad, como un buen padre y tras reconocer haber actuado injustamente con él, le vuelve a acoger en su seno; brindándole una nueva vida al haber encontrado el ex sheriff en Nona y su hijo los sustitutos de la familia que en su día perdió por la falta de auxilio de sus convecinos.



Pero hasta llegar a este final el tándem Mann-Nichols nos ha dibujado un retrato severísimo y descarnado de la sociedad norteamericana del siglo XIX. Una población, representada en la fuerzas vivas como el alcalde, el banquero o los comerciantes, caracterizada por su hipocresía, racismo, egoísmo e intolerancia respecto al diferente. Unos individuos capaces de despreciar a la misma persona a la que posteriormente pedirán ayuda cuando la necesiten.



Sin duda quien mejor encarna a esta sociedad enferma es el propietario del banco que pasará de menospreciar a Morgan, tratarlo con arrogancia y una supuesta superioridad moral y prácticamente exigirle abandonar el pueblo una vez cobrada la recompensa, mostrando el rechazo que siente por los hombres que viven de esa forma, a no sólo pedirle su ayuda sino, incluso, a ofrecer una recompensa muy jugosa por la cabeza de los asesinos de un vecino muy querido.



Incluso, tras la muerte del mencionado vecino, también quedarán desacreditados los pacíficos ciudadanos del pueblo, convertidos en una auténtica jauría dispuesta a incumplir la ley linchando a los autores del crimen, y siendo fácilmente manipulables en su forma de actuar por el matón local. De nuevo, Mann y Nichols, ponen en una balanza los valores morales de un marginado, ya que Morgan hizo todo lo posible por capturar a los dos pistoleros con el objeto de que tuvieran un juicio justo, y los de los miembros de la comunidad, que tan sólo quieren saciar su sed de venganza; además de introducir un nuevo tema que enriquece el filme: el respeto a las instituciones y a la ley junto a sus procedimientos es básico para el desarrollo de la sociedad e, incluso, imprescindible para impartir justicia y crear, de esta forma, un mundo verdaderamente libre y armónico.

De este sombrío retrato tan sólo se libran, además del protagonista, cuatro personajes.




- Ben Owens (magníficamente interpretado en su cuarta película por Anthony Perkins), un joven, impulsivo e inexperto sheriff pero honrado, tenaz, firme defensor de la ley y con principios muy superiores al resto de los habitantes del pueblo. Sin duda Morgan se reconocerá en él cuando tenía su edad. Poco a poco el veterano cazador de recompensas y el joven hombre de ley se irán acercando y se establecerá una especie de relación maestro-alumno en la que el pistolero no sólo enseñara a disparar al bisoño sheriff, sino también el resto del oficio. Morgan, consciente de que su aventajado alumno debe recorrer el camino de la vida en solitario, le mostrará su apoyo aunque siempre se situará en un segundo plano obligándole a actuar sin su protección para ganarse el respeto de la población. Así lo hará en el primer enfrentamiento de Ben con Burt, el matón del lugar, y, sobre todo, cuando un grupo de ciudadanos capitaneados por Burt pretendan asaltar la cárcel y linchar a los dos detenidos. Únicamente cuando su discípulo consiga controlar la situación por sí mismo accederá a la petición reiterada de Ben de prenderse la estrella de latón y se situará tras él actuando como su ayudante; pero previamente le habrá dado un consejo fundamental para controlar a la turba: “Verá, una jauría es tan fiera como su líder. Sólo tiene que vencer a un hombre”.



Aunque no sólo Ben aprenderá de su improvisado maestro, sino que Morgan, gracias a la determinación de este, comprenderá que estaba equivocado y que no puede basar el resto de su vida en una continua huida hacia adelante; de ahí la frase con la que se despide de su amigo cuando este le pide que se quede: “Ya lo ha aprendido todo. Y yo de usted. Un hombre no debe huir de su obligación”.



- Nona Mayfield (quizás el papel hubiera requerido una actriz con algo más de carisma que Betsy Palmer (3) y su hijo Kip, víctimas de los prejuicios raciales de la población cuando su único pecado ha consistido en el matrimonio de la primera con un indio, fruto del cual nació Kip. Con un pasado doloroso, malviven marginados a las afueras de la ciudad de los trabajos que Nona obtiene como costurera. Ambos se convertirán en refugio de la torturada alma de Morgan y en la posibilidad de disponer de una segunda oportunidad.





- El doctor Joseph Jefferson McCord, al que da vida un magnífico John McIntire, que personifica las principales virtudes del ser humano: bondad, sabiduría, entrega, raciocinio, abnegación, sacrificio. Protagonizará involuntariamente una de las mejores escenas del filme, desde el punto de vista de la planificación, con la entrada de su carricoche en el pueblo mientras la población le espera expectante para celebrar con él su cumpleaños.





Además la película visualmente es una maravilla. Mann, con la ayuda inestimable del operador Loyal Griggs (“Los diez mandamientos”, “Raíces profundas”) saca el máximo partido del formato VistaVision, un nuevo sistema creado por la Paramount para frenar la competencia de la televisión, volviendo a demostrar su pericia técnica y su maestría a la hora de componer las escenas en las que la ilimitada profundidad de campo juega un papel fundamental, como ocurre en los dos enfrentamientos entre Ben y Burt; al mismo tiempo que coloca la cámara en el lugar exacto en cada secuencia de la película. Muestra de su habilidad es la escena en la que sitúa la cámara en la oficina del sheriff enfocando la calle por la que se acerca Ben, con un travelling hacía atrás sigue constantemente al sheriff hasta que entra en la oficina y finaliza el plano secuencia girando la máquina para encuadrar tanto a Ben como a Morgan, que le estaba esperando en el interior del edificio. Incluso vuelve a utilizar un espejo, recurso muy querido por el director desde sus filmes noir, para mostrar en un mismo plano al espectador, como si este fuera Morgan, los acontecimientos que está observando Ben y su reacción.






“Cazador de forajidos” es un wéstern espléndido que, como la estrella de su título original, brilla con luz propia gracias a una extraordinaria dirección de Anthony Mann, un guion de Dudley Nichols soberbio, de gran profundidad y con diálogos sobresalientes, magníficas interpretaciones de todos los actores, incluidos los malvados Neville Brand y Lee Van Cleef, y una adecuada partitura musical de Elmer Bernstein, prácticamente debutante en el género; por lo que, a pesar de haber recibido un menor reconocimiento que otros wésterns de su director, es de obligatoria visión para todo aficionado.


(1) El guionista y director George Seaton y el productor William Pelberg tras un breve período en la Columbia, recalaron en la Twenty Century Fox en la que el segundo produjo varios filmes del primero y se convirtió en su gran protector. En 1951, ya en el seno de la Paramount, crearon su propia compañía con el nombre de Perlsea Company, también conocida como la Perlberg-Seaton Production, con la que produjeron títulos, la mayoría filmados por Seaton, tan destacados como “La angustia de vivir” (1954), por la que Seaton obtuvo su segundo Oscar al mejor guion, “Los puentes de Tokio-Ri” (1954), melodrama ambientado en la guerra de Corea protagonizado por William Holden y Grace Kelly, “Enséñame a querer” (1958), deliciosa comedia con Clark Gable, o “Espía por mandato” (1962), gran película de espionaje que les volvió a reunir con William Holden.

(2) Entre los escasos filmes estadounidenses centrados en el personaje del cazador de recompensas podemos destacar “Colorado Jim” (Anthony Mann, 1953), aunque en esta película su ocupación tenía carácter temporal, “El cazador de recompensas” (André De Toth, 1954), en el que Randolph Scott actuaba como un hombre de la ley y colaboraba con la Agencia Pinkerton, “Cabalgar en solitario” (Budd Boeticher, 1959), de nuevo Randolph Scott pero actuando en esta ocasión fundamentalmente por motivos personales, o “Quinientos dólares, vivo o muerto” (Spencer Gordon Bennet, 1965), en el que Dan Duryea sufría una profunda transformación.

(3) Betsy Palmer desarrolló su carrera fundamentalmente en televisión y se hizo mundialmente famosa interpretando a la madre de Jason en el clásico slasher “Viernes 13” (Sean S. Cuningham, 1980). 

jueves, 7 de diciembre de 2017

DOS CABALGAN JUNTOS

(Two rode together, 1961)

Dirección: John Ford
Guion: Frank S. Nugent

Reparto:
- James Stewart: Marshall Guthrie McCabe
- Richard Widmark: Teniente Jim Gary
- Carolyn Jones: Marty Purcell
- Linda Cristal: Elena de Madariaga
- Andy Devine: Sargento Darius P. Posey
- John McIntire: Comandante Frazer
- Willis Bouchey: Harry Wringler
- Henry Brandon: Jefe Quanah Parker
- Harry Carey Jr.: Ortho Clerg
- Olive Carey: Abby Frazer
- Woody Strode: Stone Calf

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 9

“Nos hemos engañado al venir aquí. Todos nosotros hemos cometido un gran error. No debimos abandonar nuestra tierra” (Harry Wringler dirigiéndose al resto de colonos tras ver a uno de los cautivos recuperados por el sheriff McCabe y el teniente Gary)


John Ford, uno de los mayores genios sino el mayor del celuloide, fue un hombre muy celoso de su obra. De ahí su esfuerzo por ejercer un control casi absoluto sobre la misma, lo que le llevó a implicarse como guionista, reelaborando escenas de los libretos e, incluso, escribiendo otras que no figuraban en ellos, y a ejercer como productor (en la década de los cuarenta creó la Argosy Production con la que rodó, entre otras, su famosa Trilogía de la Caballería y “El hombre tranquilo”).


Pero al mismo tiempo, como señala Jordi Bernal en un artículo reciente, se consideraba un profesional, un trabajador del cine, y era consciente de cómo funcionaba la industria hollywoodiense en la que se producían los filmes en serie. Este hecho le llevó a aceptar productos por encargo, proyectos puramente alimenticios en los que no obstante dejó huella de su personalidad. Dentro de esta última categoría se encuentra “Dos cabalgan juntos”.



Ford aceptó participar tras la insistencia de Harry Cohn, amigo y presidente de la Columbia Pictures, y por los pingües beneficios prometidos (el veinticinco por ciento de la cantidad obtenida en taquilla además de su sueldo habitual), pero desde el primer momento mostró su rechazo al guion, según él uno de los peores que había leído, por lo que continuamente estuvo retocándolo; y aunque le atraía rodar con la pareja protagonista, se topó con que esta estaba algo incómoda con unos papeles escritos para actores más jóvenes. Lo cierto es que Ford quedó plenamente satisfecho con el trabajo de las dos estrellas, de tal forma que volvería a colaborar con James Stewart en la inmortal “El hombre que mató a Liberty Valance” (1962) y en el episodio corto de “El gran combate” (1964) en el que interpretó a Wyatt Earp, un papel muy similar al del sheriff McCabe; mientras que confió a Richard Widmark el papel protagónico en esta última.



Lo sorprendente es que Ford hizo un filme muy personal que encaja perfectamente en su filmografía wéstern caracterizada desde mediados de los años cincuenta por una visión desencantada, sombría y crítica de la formación de los EEUU, y culminada con la mencionada “El gran combate” sobre el confinamiento de la población autóctona en vergonzantes reservas.



ARGUMENTO: Presionado por varios congresistas de Washington, el comandante Frazer encomienda a Guthrie McCabe, sheriff de Tascosa; y al teniente Jim Gary la misión de liberar a los blancos raptados durante los últimos años por el jefe comanche Quanah Parker. Una vez en el campamento de este ambos constatarán el sinsentido de su misión.



Con “Dos cabalgan juntos” Ford retomó el tema principal de “Centauros del desierto”, la búsqueda de blancos hechos prisioneros por los indios; pero, como señaló en su día Javier Marias y a pesar de haber introducido abundantes situaciones cómicas protagonizadas tanto por el sargento Posey (Andy Devine) como por el irónico sheriff McCabe, es un filme más pesimista que su antecesor porque mientras la magistral película de 1956 dejaba un resquicio a la esperanza al “liberar” en el último momento Ethan a su sobrina (¿hija?); en el filme que nos ocupa Ford niega toda posibilidad de “recuperar para la civilización” a la población blanca raptada por los pieles rojas. Son seres diferentes que han asumido su nueva condición de comanches identificándose con estos, han enloquecido o no desean volver a sus antiguos hogares para evitar los prejuicios de la sociedad blanca.



El argumento no es la única semejanza existente entre “Dos cabalgan juntos” y su obra cumbre. Así, la película prácticamente se inicia con un plano con la cámara en el interior de un edificio enfocando al exterior; asimismo la primera conversación entre Jim Gary y Bell, la dueña del saloon, remite a otra mantenida por Ethan y Martin acerca de cómo debía dirigirse este a su “tío”; mientras que la historia se estructura en torno a dos personajes con personalidades opuestas, aunque en la película que nos ocupa se acentúa el carácter antagónico de ambos.



De esta forma nos vamos a encontrar con el Marshall Guthrie McCabe, un soberbio James Stewart en un papel muy alejado de los que nos tenía acostumbrados. Un individuo moralmente ambiguo que no cree en la búsqueda emprendida y se embarca en la empresa con el único objetivo de obtener un beneficio económico (500 dólares por cada cautivo rescatado). Estamos ante un hombre profundamente egoísta alejado del típico héroe desprendido del wéstern clásico; un ser ambicioso, corrupto (cobra el diez por ciento de todos los negocios de Tascosa), vividor y tremendamente cínico; pero que al final se rebelará como el único personaje lúcido de la película al ser consciente de lo que van a encontrar en el campamento de Quanah; además de saber evolucionar positivamente y redimirse por amor. Mostrando, ante el recibimiento dado a Elena (una de las cautivas) por la mayoría de los oficiales y de sus esposas (representantes de la sociedad biempensante), unos principios morales sólidos. Como afirma Jim al final del filme: el viejo McCabe ha encontrado algo que deseaba más que el diez por ciento, el amor de Elena Madariaga.



Como contrapunto a Guthrie aparece el teniente Jim Gary, un no menos extraordinario Richard Widmark. Prototipo del militar fordiano: un hombre fiel a su deber, honorable, noble, recto y solitario. Un individuo que se juega la vida por apenas ochenta dólares al mes, presupuesto que le impide, incluso, comprar cigarros. Tras su estancia en el poblado comanche terminará por comprender la actitud de McCabe y la inutilidad de su misión.



Como toda gran obra, el filme se puede ver como una simple película de aventuras pero en una lectura más profunda se aprecian una serie de temas, la mayoría recurrentes en la filmografía de Ford, que la enriquecen. Entre estos cabe destacar:



- La convivencia imposible entre culturas distintas tras años de conflicto cuyas heridas no han cicatrizado; además de haber generado este sufrimiento desconfianza, recelo, desprecio y odio hacia el otro, hacia el diferente.



- La formación de la personalidad y de la identidad del individuo. Al ser el hombre un ser cultural, el entorno y la sociedad en los que se desarrolla fijan sus rasgos distintivos. Claros ejemplos respecto a esta cuestión son la conducta de Running Wolf, un joven de diecisiete años capturado por los indios con ocho que se siente comanche; o la de Elena de Madariaga cinco años casada con Stone Calf que, al morir este y de forma refleja, entonará un canto fúnebre comanche.



- La crítica a la sociedad anglosajona protestante (Ford era de origen irlandés y católico). Una sociedad caracterizada por la xenofobia, la hipocresía, la violencia, la intransigencia y la intolerancia; además de mostrarse inmisericorde. Buena prueba de ello son dos grandes escenas: la del baile, en la que los soldados y sus esposas le hacen el vacío a la recién liberada Elena, además de tan sólo mostrar interés por los detalles más escabrosos de su relación con los pieles rojas; y la del linchamiento (una de las secuencias más brutales rodadas por John Ford) en la que, tras un simulacro de juicio, una turba sedienta de sangre liderada por un predicador sosteniendo la Biblia (el detalle sin duda no es casualidad) acaba con la vida de uno de los blancos rescatados. Escena que culmina de forma demoledora la aventura de los dos protagonistas y en la que John Ford ideó el detalle de la caja de música, potenciando el dramatismo de la misma.



He dejado para el final la que es sin duda una secuencia mítica. Me estoy refiriendo a la del río. Rodada en un solo plano y con la cámara en el agua, son alrededor de cuatro minutos mágicos en los que McCabe y Gary (de nuevo sobresalientes Stewart y Widmark) mantienen una larga conversación plena de naturalidad y aparentemente banal pero que nos aporta mucha información de ambos personajes. Sólo por esta escena “Dos cabalgan juntos” creo que debe ser considerada como uno de los mejores filmes rodados por Ford.



Tengo, por tanto, que discrepar en esta ocasión del gran maestro que consideraba “Dos cabalgan juntos” como “la peor mierda que he hecho en veinte años”, porque se trata de una gran película, un wéstern genuino que se ha ido revalorizando con el paso del tiempo.



Por último comentaros, como curiosidad, que en la presentación del sheriff McCabe sentado en el porche Ford se auto cita, ya que el plano remite claramente a Henry Fonda en “Pasión de los fuertes” (1946).