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jueves, 24 de enero de 2019

LA ÚLTIMA CAZA


(The last hunt, 1956)

Dirección: Richard Brooks
Guion: Richard Brooks

Reparto:
- Robert Taylor: Charlie Gilson
- Stewart Granger: Sandy McKenzie
- Debra Paget: Indian Girl
- Lloyd Nolan: Woodfoot
- Russ Tamblyn: Jimmy O’Brien
- Constance Ford: Peg
- Joe de Santis: Ed Black
- Ralph Moody: Indian Agent

Música: Daniele Amfitheatrof
Productora: Metro-Goldwyn-Mayer

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’75.

“¿Por qué has vuelto al negocio de la carnicería?” “Por dinero”. “Este dinero hará que te remuerda la conciencia”. “Ya tengo remordimientos, sólo me falta el dinero”. Conversación entre Woodfoot y Sandy McKenzie.


La Metro Goldwyn Mayer, creada por Louis B. Mayer, ha sido considerada como la más conservadora, en el amplio sentido de la palabra, major norteamericana. Bajo el auspicio de su fundador (1924-1951) desarrolló el starsystem (sistema de producción por el cual las grandes estrellas quedaban vinculadas a la major mediante contrato obligándoles a participar en aquellos filmes designados por la productora) e impuso un modelo de producción caracterizado por la búsqueda de la espectacularidad en los filmes, la repetición de formulas de éxito y el rechazo a las innovaciones.



Con el abandono de su cargo en la productora y el declive del sistema de estudios, iniciado con el fallo judicial en 1948 de un tribunal californiano por el que las majors debieron deshacerse de sus cadenas de cine, la Metro comenzó a ampliar sus miras, fijándose con más atención en otros géneros diferentes a los que habían forjado su imagen (sobre todo aventuras y musicales) y arriesgándose con producciones más novedosas.



Es en este último grupo donde se encuadra “La última caza”, wéstern adelantado a su tiempo, osado e incomprendido en su día obra de Richards Brooks, cineasta con ideas profundamente liberales reflejadas en sus veinticinco filmes, la mayoría de los cuales fueron también escritos por él.



Conocido por sus adaptaciones de grandes obras literarias (1), Brooks tan sólo se acercó tres veces a este género pero supo dejar su impronta en el mismo. Dirigió, además de la película que nos ocupa, “Los profesionales”, una lúcida reflexión sobre la revolución y el desencanto provocado en quienes creyendo en ella se le entregaron como si fueran sus amantes, y “Muerde la bala”, bellísima y nostálgica historia crepuscular sobre aquellos que forjaron el Far-West y cuya existencia, con la llegada de la modernidad, quedó limitado al mundo del espectáculo tan sólo interesado en obtener un rédito económico de los valores encarnados por los viejos vaqueros (ambas películas cuentan con sus oportunas reseñas).



ARGUMENTO: Sandy McKenzie, tras haber perdido a su ganado, decide asociarse con Charlie Gilson, un individuo perturbado y obsesionado con la muerte, y regresar a su antigua profesión de cazador de búfalos. A ellos se les unirán un viejo trampero amigo de Sandy, un mestizo de cabellos pelirrojos llamado Jimmy y una joven india, única superviviente de una matanza anterior perpetrada por Charlie. Pronto la tensión surgirá entre los dos socios.



“La última caza” fue un fracaso en taquilla a pesar de estar basada en una novela de gran éxito finalista del Premio Pulitzer (2) escrita por Milton Lott, un gran especialista en el wéstern, y de contar con dos grandes estrellas de la Metro que gozaban de una enorme popularidad al haberse convertido en los estandartes de las lujosas películas de aventuras producidas por la major en la década de los cincuenta, Robert Taylor y Stewart Granger. De hecho, en principió, la película se concibió para ser protagonizada por Gregory Peck y Montgomery Clift pero la productora terminó inclinándose por Taylor y Granger dada la buena sintonía que habían mostrado en la versión sonora y en color de “Todos los hermanos eran valientes”, dirigida por Richard Thorpe tres años antes (3).



Sin duda la falta de respuesta del público se debió a que con esta película se les ofrecía un wéstern seco, duro y sin concesiones. Era como un torpedo disparado a la línea de flotación de los EEUU que cuestionaba tanto algunos de sus pilares fundacionales como determinados mitos en los que se basaba la construcción del país; proporcionándonos una mirada sobre el Lejano Oeste, alejada de la visión idílica de otros wésterns, en la que no había sitio para los héroes (de hecho en un momento dado uno de los personajes comenta que Wild Bill Hickock, George Custer o California Joe estaban muertos).




Igualmente mostraba al hombre blanco, y por tanto a la sociedad anglosajona, como un depredador del entorno natural, miembro de una cultura que no respetaba a la naturaleza y, motivado por su codicia, capaz de acabar con el equilibrio ecológico. Un precio muy alto a pagar en nombre de la civilización. De hecho, a esa visión responde la información escrita aportada al inicio de la película dándonos a conocer que en 1853 los EEUU contaban con una población de sesenta millones de bisontes, reducida a treinta mil individuos en tan sólo treinta años. Incluso, para aumentar aún más la denuncia y la autenticidad del filme, las cacerías de búfalos rodadas son reales, para lo que se aprovechó el levantamiento temporal de su veda en una reserva situada en Dakota y se filmó a auténticos cazadores del gobierno con el objeto de mostrarnos de forma fría, casi como si fuera una ejecución, la aniquilación de los animales. Esta imagen apocalíptica se verá reforzada con una secuencia en la que se enfoca a dos crías desvalidas entre los cadáveres de los especímenes adultos, y en varias escenas posteriores en las que vemos repetidamente, como si de un cementerio macabro se tratase, la osamenta de los fabulosos animales blanqueándose al sol en las inmensas praderas.



Como consecuencia de todo ello y en abierta colisión con la forma de vida de los pieles rojas, caracterizada por su pureza y su estrecho contacto con la naturaleza, la ciudad del hombre blanco se configura como un símbolo de esta cultura destructiva al presentárnosla, en la mas pura tradición judeo-cristiana, como una nueva Babilonia, un centro de depravación y vicio presidido por la prostitución y el alcohol.



Estrechamente relacionada con la matanza de búfalos se encuentra otra de las cuestiones polémicas planteadas por el filme, el extermino de los habitantes originales de las tierras conquistadas por el hombre blanco, al constituir el búfalo para la civilización de las praderas un elemento fundamental para su supervivencia; por lo que, de hecho, cazar a estos animales suponía la extinción de los pieles rojas. Resultado del que son plenamente conscientes los protagonistas del filme, como señala Sandy al reconocer que durante las guerras indias se abatían de forma indiscriminada bisontes porque cada uno de ellos cazado suponía un indio muerto de hambre; incluso la película nos informa de que el general Sheridan durante las guerras indias condecoraba a los guerreros de azul con medallas en cuyas caras figuraban un indio y un búfalo. Se estaba identificando, de esta forma, a uno con el otro.



La situación de indefensión en la que se encuentran los indios, tras la caza indiscriminada de estos fabulosos animales, queda perfectamente resumida tras abatir Charlie a un búfalo blanco, una especie de deidad para los pieles rojas, y afirmar la joven india apresada por el grupo: “Nos quitas la comida y ahora matas a nuestra religión”.



Estamos, pues, a punto de iniciar la segunda fase de la conquista del Oeste y, prácticamente, se ha consumado por parte de los occidentales el saqueo del territorio a los indios. Y estos no sólo deberán aceptar este expolio sino que, para poder vivir junto a los rostros pálidos, se verán obligados a renunciar a sus señas de identidad y a su cultura como ocurre con el mestizo Jimmy. En caso contrario, tan sólo podrán esperar la muerte en un desafortunado encuentro con el hombre blanco o su confinamiento en vergonzosas reservas en donde, ante los problemas de abastecimiento, el escaso interés del gobierno por solucionarlos y la desesperación del propio agente indio, tendrán que sacrificar a los caballos, primero, y a los perros, después, para no morir de inanición.



La película, por tanto, gira en torno a un tema principal: la muerte, representada en Charlie Gilson en una de las mejores y más arriesgadas, por su cambio de imagen, actuaciones de Robert Taylor (4). Un individuo aterrador, xenófobo, dominado por su odio irracional, con repentinos e imprevisibles cambios de humor y al borde de la locura, para el que “Matar es natural. Lo aprendí en la guerra. Cuanto más se mata más hombre es uno. Matar, pelear, guerrear ese es el orden natural. La paz es sólo el tiempo de descanso entre dos guerras para luego seguir matando”. Un ser que encuentra verdadero placer al acabar con hombres o animales. Para él “Matar es la mejor prueba de que uno está vivo” e, incluso, llega a vivir la ceremonia de la muerte como si fuera un acto sexual. Sin embargo, la enorme interpretación de Taylor consigue que, siendo un ser abyecto, no nos repugne del todo y aparezca ante nuestros ojos como un hombre patético, un enfermo preso de sus fobias a cuyo paulatino proceso de enajenamiento asistirá, al igual que el resto de personajes, el espectador.



Como antagonista, interpretado por un Stewart Granger que ofrece un altísimo rendimiento con una actuación más grave de lo que era en él habitual, nos encontramos con Sandy McKenzie, un hombre criado por los indios que no sólo conoce su cultura sino que la respeta. Sin embargo, no dudará, tras haberse arruinado, en volver a retomar su actividad como cazador a pesar de ser consciente del daño que esta infringiendo (en una de las secuencias se ve cómo afloran lágrimas en sus ojos mientras dispara sobre los bisontes).




Frente a la actitud de ambos personajes, un malicioso Brooks, hace reflexionar al espectador sobre cuál de las dos conductas es más reprobable, la del enfermo que mata por un impulso incontrolado o la de aquel que es consciente del mal que está haciendo. Reprobando, también, la conducta de Sandy, máxime teniendo en cuenta que se mantendrá imperturbable permitiendo que Charlie utilice a la joven india, de la que comienza a enamorarse, como esclava sexual, acabé con varios indios o cace al búfalo blanco conociendo la importancia y significado que el animal tenía para los pieles rojas. Irá postergando su inevitable enfrentamiento con Charlie y no será hasta tocar fondo, preso de sus remordimientos, en el saloon de la ciudad cuando tome la determinación de acabar con su socio. Sin embargo el director nos hurtará el duelo entre ambos con un final genial y simbólico en el que la naturaleza cobra un gran protagonismo y se toma cumplida venganza sobre aquel que tanto la había maltratado. De esta forma el elemento ecologista o naturalista, muy presente en toda la película, adquiere también una importancia decisiva en el desarrollo del filme.



Junto a los dos protagonistas principales cabe destacar la enorme composición de Lloyd Nolan como Woodfoot un trampero alcoholizado pero de una gran sabiduría y humanidad. Su actuación eclipsa a los otros dos integrantes del grupo: Debra Paget, sustituta en el último instante de Anne Bancroft, de nuevo en un papel de india y un desubicado Russ Tamblyn como el mestizo Jimmy.



“La última caza”, en resumen, aporta una visión desoladora, negativa y pesimista de la conquista del Oeste en un momento en el que la sociedad norteamericana se encontraba en pleno debate como consecuencia del final de la Guerra de Corea (1950-1953), por lo que parece lógico que no recibiera el apoyo del público estadounidense. Pero, en todo caso, es un gran y original wéstern en el que su director pretendió mostrar que los EEUU eran: “Un poco ellos mismos y los animales que lo formaban” por lo que “era preciso que comprendiesen que destruirlos equivalía a destruirse a sí mismos”, y cuya recuperación se me antoja urgente y necesaria.


(1) Entre otros llevó a la pantalla grande a Dostoevsky con “Los hermanos Karamazov” (1956), a Sinclair Lewis con “El fuego y la palabra” (1960), a Joseph Conrad en “Lord Jim” (1965) y a Truman Capote con la escalofriante “A sangre fría” (1967); además de realizar la adaptación de “La gata sobre el tejado de zinc” (1958) y “Dulce pájaro de juventud” (1962), dos de las más conocidas obras de teatro de Tenesse Wiliams, uno de sus autores favoritos.

(2) Milton Lott fue derrotado por William Faulkner y su novela ambientada en la I Guerra Mundial “Una fábula”. Dicho texto serviría de inspiración en 1957 a Stanley Kubrik a la hora de escribir y rodar “Senderos de gloria”, su gran alegato antibelicista.

(3) El productor, hábilmente, cambió de roles a los dos protagonistas respecto a la película de Thorpe en la que Taylor era el hermano digno de llevar el apellido de la casa Shore, mientras que Granger se ocupaba de un personaje negativo.

(4) A cualquiera que dude de las dotes interpretativos del actor le invitaría a que lo viera en esta película junto a otras como “La Puerta del Diablo” (Anthony Mann,1950), “Más rápido que el viento” (Robert Parrish, 1958) o, por citar un filme de otro género, “Chicago año 30” (Nicholas Ray, 1958). Todas ellas cuentan con actuaciones brillantísimas del intérprete nacido en Nebraska.

jueves, 14 de junio de 2018

MÁS RÁPIDO QUE EL VIENTO

(Saddle the wind, 1958)

Dirección: Robert Parrish y John Sturges (sin acreditar)
Guion: Rod Serling y Thomas Thompson

Reparto:
- Robert Taylor: Steve Sinclair
- Julie LondonJoan Blake
- John CassavetesTony Sinclair
- Donald CrispDennis Deneen
- Charles McGrawLarry Venables
- Royal DanoClay Ellison
- Richard ErdmannDallas Hanson
- Douglas SpencerHemp Scribner
- Ray TealBrick Larsson

Música: Elmer Bernstein
Productora: Metro Goldwyn Mayer. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“¿Qué será de él?” “Seguirá el camino que lleva, pero algún día se enfrentará a alguien más rápido con el revólver y le enterrarán. Si tiene suerte le pondrán una cruz y si no la tiene dará igual, porque no tendrá a nadie para llorarle. Excepto yo. Yo sí” Conversación entre Joan y Steve sobre Tony tras haberse peleado los dos hermanos y haber abandonado el rancho este último.


ARGUMENTO: Steve Sinclair, tras una vida de apego al revólver, ha conseguido olvidarse de las armas de fuego y establecerse como ganadero gracias al apoyo de Dennis Deneen, gran terrateniente del valle en el que se ha instalado. Pero la llegada de un pistolero que pretende desafiarle, junto con el asentamiento de agricultores en el valle y el carácter impulsivo de su hermano, le pondrá de nuevo a prueba.


Sin duda “Más rápido que el viento” es un claro ejemplo del grado de madurez del género alcanzado en la década de los años cincuenta gracias, no sólo a la aportación de los grandes directores clásicos (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que siguieron ofreciéndonos muy buenos wésterns, sino también a la incorporación de nuevos directores como Mann o Daves, y de escritores del nivel de Borden Chase, Charles Schnee (aunque ambos ya habían elaborado a finales de los cuarenta el libreto de “Río Rojo”, filme de Howard Hawks ya comentado en este blog), Halsted Welles, Ben Maddow, Philip Yordan, o Burt Kennedy que ofrecieron una visión renovada y compleja del Far-West en la que los protagonistas se fueron alejando del arquetipo de héroe clásico para convertirse en individuos más ambiguos, al mismo tiempo que se solía incidir en las motivaciones de sus antagonistas que dejaron de ser personajes estereotipados. De esta forma, y con sus lógicas excepciones, mientras que los años cuarenta constituyen la época del esplendor del wéstern clásico, la década de los cincuenta se caracteriza por lo el denominado wéstern psicológico.


Es dentro de esta corriente donde se encuadra la película que nos ocupa al ofrecernos un drama complejo, grave, desaforado, de gran intensidad y muy bien construido en torno a dos hermanos y, al igual que estos, una serie de personajes torturados que buscan su lugar en el mundo, a través de los cuales se reflexiona sobre el insoportable peso del pasado, tanto a nivel individual como colectivo, las atroces consecuencias del uso de la violencia (tema recurrente en la filmografía del director) y la busqueda, en muchos casos infructuosa, de una segunda oportunidad. Nos encontramos, pues, ante un wéstern pacifista y con un tono marcadamente moralizador.


La escena inicial, con la llegada de un forastero de modales agresivos y aviesas intenciones, nos introduce de lleno en la tragedia que vamos a contemplar, ya que a pesar de buscar al mayor de los Sinclair por una cuenta pendiente, será el pequeño, Tony, el que gracias a un golpe de suerte acabe con él. El resultado del duelo será paradójico.


Por una parte, Tony, obsesionado con intentar devolver a su hermano mayor los cuidados y atenciones que tuvo con él mientras crecía, ha conseguido protegerle tanto de tener que retomar las armas y volver aunque fuera por unos instantes a su olvidada vida de pistolero, como del resultado incierto del duelo ya que, como el propio Steve le dirá a Tony tras el enfrentamiento: “Te pido sólo que te acuerdes de una cosa. En toda pelea hay uno que se acerca a la barra e invita a beber y otro cuyo nombre se graba en una lápida. Se tiene el cincuenta por ciento de probabilidades“.


Pero, al mismo tiempo, a partir de ese momento Tony estará condenado, marcando ese instante el inicio de la espiral de violencia en la que se adentrará, porque el pequeño de los Sinclair ha experimentado el poder de las armas y el reconocimiento y admiración que conlleva. De hecho, en una escena descarnada y cruel, Tony celebrará en la barra con varios ciudadanos su “éxito” mientras el cuerpo inerte de su contrincante se encuentra a sus pies sin que nadie lo retire para darle sepultura.


Esta actitud deshumanizada frente a la muerte y el dolor de sus semejantes de parte de los personajes es otra característica de la película. De esta forma, en otra escena, Tony y un compañero, tras haberse emborrachado, no dudarán en asaltar el campamento de unos agricultores recién llegados al valle con intención de instalarse en él, dando una brutal paliza a su líder al mismo tiempo que le humillan delante de sus compañeros, su mujer y su hijo.


Pero, sin duda, la secuencia que mejor define el posicionamiento ético del director frente a la violencia es la escena, magistral por otra parte, del asesinato por parte de Tony de uno de los colonos, en la que Parrish no nos ahorra ningún detalle. Así, tras recibir los impactos mortales, veremos a este durante unos segundos, que se hacen eternos, agonizar y arrastrase por el barro mientras su cuerpo se convulsiona. Pocas veces he visto en un wéstern de la época dorada una representación tan realista y brutal de un hombre muriendo.


Junto al gran guion del mítico Rod Serling, en su única incursión en este género, y la extraordinaria labor de Parrish en la dirección y del director de fotografía que sacan un gran partido al CinemaScope, a pesar de abusar del recurso feista de las transparencias cuando enfocan en planos medios a los protagonistas del filme, el wéstern se sustenta en las grandes interpretaciones de los actores.


Como protagonista figura Robert Taylor en una de sus últimas interpretaciones para la Metro Goldwin Mayer, major a la que estuvo ligado durante casi veinticinco años, siendo el galán oficial de la compañía durante las décadas de los treinta y los cuarenta, mientras que en la de los cincuenta se convirtió en el héroe ideal de una serie de películas de aventuras. Curiosamente fue en el wéstern donde pudo demostrar, gracias a una serie de personajes complejos, su valía como interprete dramático. Con su sobriedad y contención habituales encarna al mayor de los Sinclair, expistolero que, tras varios años, ha conseguido olvidar su pasado e iniciar una nueva vida como ganadero. Un personaje que presenta ciertas similitudes con el sheriff Jake Wade de “Desafío en la ciudad muerta” (película dirigida ese mismo año por John Sturges que cuenta con su oportuna reseña).


John Cassavetes, en contraste con Robert Taylor, nos ofrece una gran actuación mucho más expansiva, incluso rayando el histrionismo, apropiada al personaje que da vida, un cada vez más enloquecido y fuera de control Tony. Estamos ante un auténtico “rebelde sin causa” (de hecho el hermano pequeño de los Sinclair entroncaría con una serie de personajes interpretados en diversos dramas por jóvenes actores a finales de la década de los cincuenta y principios de la siguiente) con graves problemas emocionales que necesita no sólo el reconocimiento de los demás sino también su admiración. En este sentido, cobra gran importancia la secuencia desarrollada en el saloon con la presentacion a sus vecinos de su novia, Joan, como si fuera un trofeo. Individuo inseguro, tras el temprano fallecimiento de sus padres, fue criado por Steve durante su época de pistolero y ha crecido idolatrando a su hermano mayor al que pretende emular. Su carácter dual queda reflejado en la escena en la que, tras mostrarse amable e incluso romántico con Joan pidiéndole que le cante el precioso tema principal de la película, intenta sobrepasarse, lo que hará afirmar a esta: “Me besas como si hubieras pagado para ello. Y no me gustan esos besos”.


Julie London es Joan, una mujer maltratada por la vida, acostumbrada a vivir haciendo las maletas y con un pasado como corista, que acepta compartir el techo con Tony al ser la primera persona que le ha ofrecido algo de cariño y le ha mostrado respeto. Al igual que Steve sólo pretende romper con su vida anterior y comenzar una nueva existencia lejos de los ambientes depravados en los que se ha movido hasta ese momento. Un personaje interesante pero con nula incidencia en la trama principal, aunque será fundamental para que el espectador conozca el carácter de Steve y su especial relación con su hermano menor.

Junto a ellos tres grandes secundarios.


Charles McGraw, gran actor protagonista de varios noir en los años cuarenta y cuya afición a la botella truncó en parte su prometedora carrera, está perfecto como el agresivo Larry Venables, un pistolero con sed de venganza y una cuenta pendiente con el mayor de los Sinclair. Sin duda su peculiar rostro, que parecía esculpido en piedra, era muy apropiado para representar el papel.


Royal Dano encarna a un tenaz y digno jefe de los agricultores que pretenden asentarse en el valle después de haber recorrido medio país. Oficial nordista durante la Guerra de Secesión no duda en reclamar el terruño que le corresponde por ley y persiste en su intento a pesar de las amenazas y palizas recibidas. El personaje le sirve a Parrish para introducir el tema del peso de la guerra fratricida en la sociedad norteamericana, un conflicto bélico del que el país no se había repuesto y cuyas heridas áun no habían cicatrizado. Así, al típico enfrentamiento entre agricultores y ganaderos se superpone el combate entre el Norte y el Sur; pero, además, Parrish subvierte la situación de ambos bandos ya que los poderosos, los ganaderos propietarios de grandes terrenos, son los que fueron vencidos en la guerra, mientras los colonos, los nordistas, encarnan al proletariado, a los agricultores miseros y desarraigados que buscan desesperadamente un lugar en donde poder asentarse.


Por último, Donald Crisp da vida a Dennis Deneen, el gran terrateniente del valle y prácticamente padre adoptivo de Steve, al ser la única persona que creyó en él y le apoyó en su intento de abandonar las armas. Es un humanista que aborrece la violencia, sobre todo tras la muerte de su hijo, y será capaz de ceder ante los agricultores para evitar que el valle se tiña de sangre.


“Más rápido que el viento” es, sin duda, un wésten poderoso y original que gozaría de más reconocimiento y prestigio si lo hubiera firmado un director de mayor fama que Robert Parrish quien, al año siguiente, filmaría “Más allá de río Grande”, otro gran wéstern con el desarraigo como tema principal y otra vez Julie London como coprotagonista.


Como curiosidades comentaros que el fotograma que aparece en la carátula del DVD corresponde a una escena que debió quedarse en la sala de montaje; y que la película presenta ciertas semejanzas con “La ley de los fuertes” (Rudolph Maté, 1956) sobre todo en la relación atormentada entre los dos hermanos y en el pasado turbio de la prometida de uno de ellos.


jueves, 8 de febrero de 2018

DESAFÍO EN LA CIUDAD MUERTA

(The law and Jake Wade, 1958)

Dirección: John Sturges
Guion: William Bowers

Reparto:
- Robert Taylor: Jake Wade
- Richard Widmark: Clint Hollister
- Patricia Owens: Peggy
- Robert Midleton: Ortero
- Henry Silva: Rennie
- De Forest Kelly: Wexler
- Burt Douglas: Teniente
- Eddie Firestone: Burke

Música: Fred Steiner
Productora: Metro Goldwyn Mayer (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“¿Qué era lo que solíamos decirle, Jake? Solíamos decirle…Ah sí, sí. Le decíamos, Wexler puedes matar a quien te dé la gana porque este es un país libre. Pero si lo haces con odio lo único que acabarás es con la bilis revuelta” (Clint conversando con Jake acerca de la actitud mostrada por Wexler).


Cuando recordamos a Robert Taylor, rebautizado como “el hombre del perfil perfecto”, la imagen que tenemos de él es la del galán en numerosos melodramas de la década de los treinta (“Sublime obsesión” de John M. Stall es un claro ejemplo) o la de espadachín y caballero medieval en las maravillosas películas de aventuras producidas por la Metro Goldwyn Mayer dos décadas después. No en vano, era el rival natural en este género de Tyrone Power, incluido en la nómina de la Twentieh Century Fox, y ambos los sucesores de un prematuramente avejentado Errol Flynn, cuyos mejores filmes de aventuras los protagonizó mientras le duró su contrato con la Warner Brothers.



Sin embargo, Taylor protagonizó, sobre todo durante la década de los cincuenta, una serie de wésterns muy interesantes en los que nos ofreció un notable cambio de registro, abandonando su eterna sonrisa y mostrándonos un perfil más duro. Así fue, sucesivamente, un indio despojado injustamente de sus propiedades en “La puerta del diablo” (Anthony Mann, 1950), un misógino conductor de caravanas en “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951), un fuera de la ley arrepentido en “Una vida por otra” (John Farrow, 1953), un cazador psicópata y racista, uno de sus papeles más oscuros, en “La última caza” (Richard Brooks, 1956), un ranchero enfrentado fatalmente a su hermano en “Más rápido que el viento” (Robert Parrish, 1958), el sheriff, antiguo forajido, en la película objeto de esta reseña o el inflexible hombre de la ley en “El justiciero” (Michael Curtiz, 1959). Películas que, si bien no suelen aparecer en las listas relativas a los mejores wésterns, si constituyen un corpus cinematográfico envidiable en este género.



ARGUMENTO: Jake Wade, un exforajido, salva a Clin Hollister, antiguo camarada, de la horca. Tras separarse, Clint lo localizará y con su banda lo secuestrará junto a su novia para que le guíe al lugar en donde enterró un botín de veinte mil dólares. En el intento de recuperar el producto de su robo el grupo deberá hacer frente no solo a la tensión surgida durante el viaje, sino también a una partida de indios comanches en pie de guerra.



Nos visita de nuevo en este blog John Sturges. En esta ocasión con un filme rodado entre dos de sus wésterns de mayor éxito, “Duelo de titanes” (1957) y “El último tren de Gun Hill” (1959) con el que esta película presenta ciertos elementos en común al enfrentar a dos viejos camaradas.



La historia, no demasiado original, está estructurada en tres partes claramente diferenciadas:



La introducción, con el rescate de Clint por parte de Jake, saldando de este modo una antigua deuda. Para a continuación sorprender la película al espectador al mostrárnoslo como el marshall de otro pueblo. Este tramo finalizaría con el secuestro del sheriff y de su prometida por parte de la banda de Clint.



La parte central, en la que se desarrolla el viaje hacia el pueblo fantasma en donde enterró Jake el botín. Constituye un tramo fundamental para ir conociendo el carácter de los principales personajes y sus relaciones; y se caracteriza por la búsqueda por parte de Jake de las fisuras en el grupo que le permitan huir. Al estar rodada en exteriores (en concreto en el Parque Nacional del Valle de la Muerte) destaca el inmenso trabajo del gran director de fotografía Robert Surtees (con tres Oscars y dieciséis nominaciones).



El desenlace en la ciudad fantasma. Esta parte se caracteriza básicamente por el incremento de las escenas de acción con, primero, el ataque de los comanches sufrido por el grupo protagonista en el pueblo fantasma, muy bien rodado por Sturges y en el que destaca una escena en el interior del saloon iluminado como si estuviéramos contemplado una película de terror, y, en segundo lugar, con el anunciado y anhelado duelo protagonizado por los dos excamaradas.



Por tanto, nos encontramos con un filme protagonizado por bandidos u hombres de pasado oscuro en el que cobra una gran importancia como escenario principal un pueblo abandonado; pudiéndose rastrear la huella en esta película de, no sólo, un título tan significativo como “Cielo amarillo” (William Wellman, 1948), filme reseñado y también coprotagonizado por Richard Widmark, sino también de otras propuestas más modestas pero no carentes de interés como son “Emboscada en Tomahawk Gap” (Fred F. Sears, 1953) o “Quantez” (Harry Keller, 1957).



Curiosamente, además, el personaje principal presenta grandes semejanzas con el de “El hombre del Oeste”, otra producción de 1958 dirigida en esta ocasión por Anthony Mann. Efectivamente, tanto Jake como Link Jones son exdelincuentes aparentemente reinsertados que han logrado ganarse el respeto, la confianza y la amistad de los vecinos de su comunidad pero a los que visitará su pasado encarnado en sus antiguos compañeros, y ambos tan sólo contarán con una salida como medio para olvidar definitivamente a este: eliminar el último eslabón que les une a él, sus antiguos socios.

De esta forma la película se desarrolla a través de dos grandes ejes temáticos. Por una parte, el peso del pasado y las dificultades para reinsertarse en la sociedad y rehacer sus vidas por parte de antiguos delincuentes. Y por otra, el tema de la amistad, más concretamente el de la traición a esa amistad.



Así, Jack Wade, un Robert Taylor en una actuación muy sobria y quizás demasiado contenida por lo que bordea la rigidez, es un antiguo forajido que tras un hecho terrible (en el último asalto a un banco mató accidentalmente a un niño) decide abandonar esa vida. Nos lo encontramos perfectamente integrado en su nueva ciudad ocupando el puesto de marshall e, incluso, está prometido con una joven adinerada. Pero la llegada de sus antiguos compinches le devolverá a aquella época de su existencia que pretende olvidar, convirtiéndose esta en una pesadilla. Mientras que Clint Hollister, un Richard Widmark dando vida a uno más de sus inolvidables villanos, encarna el dolor de quien ha sido traicionado por aquel en quien más confiaba y al que más apreciaba. Su resentimiento con Jake no se debe tanto al hecho de que se llevara los veinte mil dólares del botín como a la forma de hacerlo por parte del ahora sheriff. De hecho son constantes los reproches de este a Jake. De esta forma le comentará: “Lo que sé es que si hubieras tenido honor no hubieras abandonado a un amigo”; más tarde confesará a Peggy delante de él: “Necesite una semana para comprender que había huido de mí”; y, por último, le preguntará: “¿Por qué no fuiste a decirme con sinceridad, Clint yo me retiro? ¿Por qué no lo hiciste?” Incluso son tales los sentimientos albergados hacia Jake que dudará en el instante final del duelo.



Ese concepto de la amistad lleva al espectador a simpatizar con él a pesar de ser un individuo vengativo, extremadamente cínico, violento y misógino (para él las mujeres son un estorbo y las llega a comparar con una pierna rota). Dicha misoginia, junto a su resentimiento hacia Jake y algunas frases citadas por miembros del grupo como, por ejemplo, que su ex-camarada era la persona a la que más había querido, ha dado pie para que determinados críticos hayan advertido la existencia de una relación de tipo homosexual entre ambos.




En todo caso, es un personaje más atractivo que el honrado, digno y ahora integro sheriff; y sin duda la grandísima actuación de Richard Widmark lo convierte en el gran protagonista de la película, eclipsando al resto del reparto compuesto por Patricia Owens como Peggy, un papel poco interesante y totalmente prescindible; un siempre eficaz Robert Middleton dando vida a Ortero, un miembro de la banda que se debatirá entre su lealtad a Clint y el recuerdo de su viaje amistad con Jake; Henry Silva, una especie de clon de Jack Palance, al que le tocó en suerte Rennie un pistolero psicópata con una niñez traumática, personaje muy apropiado a su físico que ya había interpretado un año antes en “Los cautivos” (Budd Boetticher); y De Forest Kelly, antes de hacerse famoso como el Doctor McCoy en Star Trek, encarnando al impulsivo Wexler.



“Desafío en la ciudad muerta” es, en definitiva, un notable wéstern brillantemente dirigido por un gran especialista como John Sturges que, aunque no tan redondo como “Duelo de titanes” (1957) ni tan popular como “Los siete magníficos” (1959), ambas objeto de reseña, ocupa un lugar destacado en este género.



Como curiosidad comentaros que el compositor contratado era Bronislau Kaper, pero en ese momento los músicos de Hollywood se pusieron en huelga y, al parecer, tuvieron que utilizar temas procedentes de otros filmes para completar la banda sonora de este.