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viernes, 20 de octubre de 2017

PEQUEÑO GRAN HOMBRE

(Little big man, 1970)

Director: Arthur Penn
Guión: Thomas Berger y Calder Willingham

Intérpretes:
- Dustin Hofmann: Jack Crabb
- Faye Dunaway: Mrs. Pendrake
- Chief Dan George: Old Lodge Skins
- Martin Balsam: Mr. Merriweather
- Richard Mulligan: General George A. Custer
- Jeff Corey: Wild Bill Hickok
- Aimee Eccles: Sunshine
- Kelly Jean Peters: Olga Crabb

Música: John Paul Hammond
Productora: 20th Century Fox
País: Estados Unidos

Por Xavi J. Prunera. Nota: 7,5

General Custer: “No habrá indios allí, supongo”
Jack Crabb: “Yo no he dicho eso. Allí le aguardan miles de indios. Y cuando terminen, solo quedará de usted una grasienta mancha. Esto no es río Washita, General. No son mujeres y niños indefensos los que le están esperando. Son guerreros Cheyennes y Sioux. Vaya a su encuentro si tiene agallas”


SINOPSIS: Jack Crabb es un anciano de 121 años que relata su dilatada vida a un historiador que le pregunta por su pasado. Tras asegurarle que él es el único superviviente blanco de la última batalla del General Custer en Little Big Horn, Crabb nos cuenta como fue capturado y criado por los cheyennes desde niño y como desempeñó diferentes ocupaciones (buhonero, tendero, pistolero, mozo de mulas, trampero, ermitaño…) y fue testigo de mil y una vicisitudes a caballo entre los hombres blancos y su antigua tribu.


Desde luego “Pequeño Gran Hombre” es un western de su tiempo, los 70’. Un tiempo en el que el western clásico y crepuscular aún gozaban de relativa buena salud (“Río Lobo”, “El último pistolero”, “Dos mulas y una mujer”, “Pat Garrett & Billy the kid”, “La balada de Cable Hogue”, “La venganza de Ulzana”…) pero en el que, poco a poco, el spaghetti-western (“¡Agáchate, maldito!”, “Vamos a matar, compañeros”, “Keoma”, “Mannaja”, “Mi nombre es ninguno”…) y ciertas propuestas más contemporáneas e innovadoras (“Las aventuras de Jeremiah Johnson”, “Un hombre llamado caballo”, “Los vividores”, “El fuera de la ley”,  “Soldado Azul”…) empezaban a abrirse paso. “Pequeño Gran Hombre” forma parte, obviamente, de este último grupo. Y ello comporta, por consiguiente, que no sea un western demasiado apreciado por los sectores más puristas del género. Aún así, permitidme que rompa una lanza a favor de la peli de Arthur Penn. Entre otras cosas porque pese a sus defectos —que los tiene— “Pequeño Gran Hombre” es uno de esos westerns que generan empatía, que se ven con agrado, que destilan encanto, vaya.


De entrada conviene recordar que la coletilla del título dice “Was Either The Most Neglected Hero In History Or A Liar Of Insane Proportion!”. Algo así como “Fue el héroe más descuidado de la historia o un mentiroso de proporciones demenciales!”. Con ello ya partimos de la base que la historia de los Estados Unidos (como las historias de casi todos los países) se halla envuelta por un aliento épico y grandilocuente más que sospechoso. Una historia “oficial” que intenta camuflar a toda costa otra historia no tan amable. Lo que podríamos denominar como “Leyenda negra”, vaya. Y eso es lo que pretende mostrarnos con acertadas dosis de acidez y comedia Arthur Penn: la leyenda o crónica negra de los Estados Unidos a lo largo de más de un siglo, desde que un personaje de ficción llamado Jack Crabb es capturado por los Cheyennes de niño hasta que, a los 120 años, le cuenta su vida a un periodista (1959).


Naturalmente, Penn exagera y caricaturiza. Resulta bastante difícil de creer que el General Custer fuera tan bobo y engreído y que Wild Hill Hickok fuera tan paranoico pero, ¡qué más da!, lo que pretende Penn es desmitificar el Far West y sus héroes usando el humor, el sarcasmo y la ironía… y a fe de Dios que lo consigue. Así pues, lo que podría haber sido un relato trágico, amargo y desagradable se convierte, gracias a la mordaz narración de Penn, en una película original, osada, autocrítica y —sobre todo— muy divertida.


Pero si hay algo que me encanta de esta película es como nos muestra a los indios, concretamente a los Cheyennes. Posiblemente los nativos norteamericanos no fueran tan nobles ni los blancos tan miserables como nos los describe “Pequeño Gran Hombre” pero dejando al margen la maldita equidistancia por la que últimamente todo el mundo acostumbra a optar para ser políticamente correcto yo diría que lo más probable es que por ahí fueran los tiros. Y nunca mejor dicho.


Precisamente por eso creo que resulta más que evidente que “Bailando con lobos” le debe mucho a “Pequeño Gran Hombre”. Muchísimo. En primer lugar porque —como en “Bailando con lobos”— gran parte de su metraje transcurre en el seno de la tribu india donde Jack Crabb o “Pequeño Gran Hombre” se crió. Y en segundo lugar por su talante total y absolutamente proindio: porque los que aman la naturaleza y sus semejantes, los que tienen dignidad y principios, son los indios. Los “seres humanos”, vaya. Nada que ver con los pueblos y ciudades “civilizadas”, donde habita lo más perverso y ruin. De hecho, para los indios todo está vivo: ríos, plantas, animales… En cambio, para los blancos todo está muerto. Y si hay algo vivo, acaban matándolo.



Al margen de todo esto, “Pequeño Gran Hombre” es una película que —pese a su largo metraje (dos horas y media)— discurre ágil y resulta francamente entretenida. Algo que sumado a la excelente fotografía de Harry Stradling Jr. (“El día de los tramposos”, “Tal como éramos”, “Muerde la bala”…), a frases realmente memorables (“mi corazón se remonta como un gavilán”, “hoy es un bonito día para morir”…) y a la gran interpretación de Dustin Hofmann (perfecto para un rol de este tipo), Faye Dunaway y Chief Dan George (genial también en “El fuera de la ley”) consuma, sin lugar a dudas, un western tan inclasificable como injustamente olvidado. Atención también a la escena en la que Jack Crabb consigue engañar a Custer para que ataque a los indios en Little Big Horn y que encontraréis sintetizada en la frase o pequeño diálogo escogido para esta reseña. Como podéis suponer, mi favorita.


Así pues, notable casi alto para una peli que muchos amantes del género no suelen apreciar demasiado por su arriesgada mixtura de géneros (el humor asociado al western fue una de las causas de la extremaunción del spaghetti-western con “Le llamaban Trinidad” y sucedáneos) y también quizás por querer abarcar más de la cuenta y por esa dichosa voz en off que no a todo el mundo gusta. Quedémonos, por lo tanto, con su talante crítico y desmitificador, con su marcado carácter proindio y, como ya dije antes, con su incuestionable encanto. Porque tenerlo, lo tiene.



jueves, 8 de septiembre de 2016

UN HOMBRE

(Hombre) - 1967

Director: Martin Ritt
Guion: Irving Ravetch, Harriet Frank Jr.

Intérpretes:
- Paul Newman: John Russell
- Frederic March: Favor
- Richard Boone: Grimes
- Diane Celento: Jessie
- Cameron Mitchell: Braden
- Barbara Rush: Audra Favor
- Martin Balsam: Méndez

Música: David Rose

Productora: Twentieh Century Fox. Hombre Productions
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8

Llevo trabajando desde los diez años limpiando escupideras a diez centavos diarios. Han pasado treinta años y sólo veo por la ventana un camino que no lleva a ninguna parte (Braden explicando a Jessie las razones por las que rechaza su proposición de matrimonio)


Película dirigida en 1967 por Martin Ritt, realizador perteneciente a la denominada generación de la televisión (Mulligan, Altman, Penn, Lumet, Frankenheimer) y víctima de la ominosa Caza de Brujas del senador McCarhy, que supuso la sexta y última colaboración con Paul Newman (en este género habían realizado juntos “Hud, el más salvaje entre mil”, un western moderno, y “Cuatro confesiones”, adaptación al salvaje Oeste de “Rashomon”).



ARGUMENTO: Un grupo de viajeros de una diligencia entre los que viaja John Russell, un blanco criado por los nativos, sufre un asalto por parte de una banda de forajidos que, tras robarles, les abandona a su suerte. A partir de ese momento el grupo deberá luchar por su supervivencia, lucha que mostrará las miserias pero también la generosidad de sus miembros y convertirá a John, muy a su pesar, en el líder natural.



Basada en una extraordinaria novela de Elmore Leonard recientemente publicada por Valdemar (colección Frontera), el filme reivindica la figura y la cultura de los nativos estadounidense frente a la sociedad creada por los emigrantes europeos caracterizada por la avaricia, el racismo, que no sólo afecta a los indios sino también a los mejicanos, y la hipocresía, y cuyo máximo exponente es el doctor Favor (magnifico Fredrich March en uno de sus últimos papeles para el cine) el corrupto agente de la reserva de San Carlos (es inevitable acordarse del personaje de Gatewood en “La Diligencia”).



La película, en la que están perfectamente ensambladas las escenas dramáticas con las de acción y cuenta con una profunda carga moral y ética gracias a los estupendos diálogos escritos por la pareja Ravetch-Frank Jr. y un tono melancólico subrayado por el adecuado tema principal compuesto por David Rose, nos presenta una galería muy rica de personajes perfectamente dibujados: el descarnadamente sincero sheriff que entiende el asalto a la diligencia como una justa recompensa a su vida de miseria (Thomas Mitchell); la racista y estirada mujer de Flavor que permanece junto a él por conveniencia; el bravucón y violento jefe de la banda encarnado por el siempre eficaz Richard Boone; la insatisfecha y provocadora joven (la película tiene una carga sexual inusual para un western); el bienintencionado pero excesivamente sumiso mejicano Méndez (Martin Balsam); la veterana y mundana para la época Jessie, encargada del hostal, que resultará a la postre el personaje más lúcido y humano a la que da vida una muy apropiada Diane Celento; y, planeando sobre todos ellos, John Russell (extraordinario Paul Newman) un blanco criado por los indios que ha decidido vivir con estos y simboliza el orgullo, la dignidad, el honor y la libertad cualidades incompatibles con la sociedad del hombre blanco que le empujará a su destrucción, aunque también se muestre demasiado duro, individualista, impasible ante el dolor humano e incapaz de sentir empatía por sus semejantes (respecto a esta cuestión cobra relevancia la escena en la que Grimes arrebata el billete a un soldado sin que John Russell haga nada, ya que es un asunto que no le concierne). Se trata de un antihéroe que sólo al final, tras conversar con Jessie y comprobar la sinceridad de sus palabras y su determinación, se comportará como un héroe clásico en un memorable final pleno de tensión.






En definitiva, un western que, encuadrado por tanto dentro de la corriente psicológica y revisionista, resulta imprescindible para comprender la evolución de este género a partir de mediados de los sesenta y durante la década siguiente.



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TRAILER: