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jueves, 4 de abril de 2019

TAMBORES LEJANOS

(Distant Drums, 1951)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Niven Busch, Martin Rackin

Reparto:
- Gary Cooper: Capitán Quincy Wyatt
- Mari Aldon: Judy Becket
- Richard Webb: Teniente Richard Tuft
- Ray Teal: Soldado Mohair
- Arthur Hunnicot: Monk
- Robert Barrat: General Zachary Tailor

Música: Max Steiner
Productora: Warner Brothers

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“No se puede guardar rencor toda la vida” el capitán Quincy Wyatt a Judy explicándole los motivos de su conducta frente a los asesinos de su esposa.


Hay películas a las que guardas un especial cariño por haberte mostrado de niño toda la magia del cine. Filmes vistos por primera vez, generalmente, las tardes de los sábados en las que permanecías pegado al vetusto televisor en blanco y negro, casi sin parpadear e intentando no perder detalle alguno, mientras te trasportabas a lejanos parajes para disfrutar de exóticas aventuras de la mano de apuestos protagonistas cuya gallardía y peripecias, a continuación, intentabas emular en tus juegos. A medida que crecías te interesabas por otros aspectos más racionales de estas cintas, como por ejemplo en ahondar en su contenido buscando los mensajes más profundos o en conocer la identidad del director que te había regalado momentos tan inolvidables para poder gozar de más películas filmadas por él, al mismo tiempo que intentabas establecer las semejanzas estilísticas y temáticas existentes en sus trabajos; pero siempre que las vuelves a ver mantienen algo especial que, mientras las contemplas, te devuelven al territorio perdido de la infancia. “Tambores lejanos” para mí pertenece a este grupo de cintas y el sábado volví a disfrutar, como un crío, de una película de aventuras clásica, de un filme como se suele decir “de los de antes” protagonizado por un actor dotado de una personalidad descomunal y dirigido por un cineasta con un estilo y una concepción del cine irrepetibles.



ARGUMENTO: Tras destruir Fuerte Infanta, una antigua fortaleza española, para cortar el suministro de armas a los indios seminolas, los hombres del capitán Quincy Wyatt y algunos presos liberados, ante la imposibilidad de ser recogidos por la embarcación que les debía haber transportado de vuelta, inician una penosa marcha de más de 150 millas por los peligrosos pantanos de Florida perseguidos implacablemente por un grupo numeroso de indios.



“Tambores lejanos” fue producida por Milton Sperling, yerno de Harry Warner, y Niven Busch a través de una pequeña compañía independiente, la United States Pictures, que aprovechaba los recursos (medios técnicos, personal, platós, cadena de distribución, etcétera) de la Warner Brothers (1). El magnate encomendó la dirección a Raoul Walsh, un hombre de máxima confianza de la Warner, con el que ya había colaborado en “Perseguido”, película ya reseñada en este blog, y en el extraordinario noir “Sin conciencia”, filme al frente del cual, y ante la insistencia de Humphrey Bogart, se puso el director neoyorkino por enfermedad casi al inicio del rodaje del realizador inicialmente previsto, Bretaigne Windust.



Además en la elección de Raoul Walsh pesó el hecho de que el libreto escrito por dos guionistas de prestigio como Niven Busch, autor también del de “Perseguido”, y Martin Rackin, que firmó asimismo “Sin conciencia”, presentaba un mismo esquema argumental, incluso repetía algunas situaciones, de “Objetivo Birmania”, una de las mejores cintas bélicas rodadas sobre el conflicto mundial que constituyó un gran éxito tanto para Raoul Walsh como para la Warner; por lo que “Tambores lejanos” se puede entender como un remake en clave de wéstern y en color del filme protagonizado por Errol Flynn.



Con un inicio en el que destaca la voz en off del teniente Tuft y remite a “El corazón de las tinieblas” de Joseph Conrad, Walsh nos ofrece un filme frenético que apenas da respiro al espectador y cuenta con una estructura curiosa puesto que la misión encomendada al capitán Quincy en vez de constituir la parte nuclear de la película se cumple satisfactoriamente en el tramo inicial de la misma; para en la parte central asistir a la lucha por la supervivencia de un grupo de individuos en un entorno hostil perseguido por un enemigo muy superior en número. Así la naturaleza se convierte en un elemento dramático más de la película e incluso el tratamiento dado a los indios los asemeja a otro componente de ese paisaje adverso; debiendo el grupo evitar en su fatigosa marcha no sólo a las zonas pantanosas y a las bestias salvajes (3), sino también a los nativos habitantes de esas tierras. Concluyendo el filme con un tramo modélico desarrollado en la isla del protagonista.



Junto con su estructura, otro de los aspectos peculiares de la cinta es el de sus coordenadas espacio temporales al situarse la acción en un período anterior a la Guerra de Secesión, en concreto en 1840 durante la denominada Segunda Guerra Seminola (1835-1842), y en Florida; sustituyéndose los paisajes desérticos y montañosos habituales en los wésterns por los bosques y los pantanos típicos de los Everglades; además de, como consecuencia de ello, ser reemplazados los caballos como medios de trasporte por las pequeñas embarcaciones y las canoas.



Es cierto que, en su demérito, al filme se le puede achacar falta de rigor histórico, incluso un posicionamiento maniqueo y hasta racista respecto al conflicto, con unos nativos comportándose, de nuevo, tan sólo como los enemigos del hombre blanco al que quieren exterminar; pero en su defensa cabe señalar que Walsh únicamente pretendió rodar una película de aventuras y que además se pueden aprecian en la cinta una serie de detalles que matizan esta visión simplista.



En primer lugar, el recrudecimiento de la guerra se atribuye a la actividad de los traficantes de armas cuya codicia les lleva a vendérselas a los seminolas; por tanto, nos encontramos como una de las causas del conflicto con el tema del enriquecimiento a cualquier precio del hombre blanco sin valorar el daño a causar por su avaricia.

En segundo lugar se nos muestra a unos militares más preocupados por lograr la paz que por acabar con los seminolas.




Y el tercer elemento, quizás el más importante, lo constituye el protagonista, un individuo cuyo hogar se encuentra en una isla de los pantanos, convive con tribus indias, incluso tiene un hijo mestizo fruto de su matrimonio con una princesa creek, y ha sufrido la brutalidad y violencia del hombre blanco al haber sido asesinada su esposa por varios soldados blancos borrachos.



De esta forma, el capitán Quincy Wyatt entroncaría, a pesar de ser blanco, con el mito del buen salvaje, al ser un individuo libre que, voluntariamente, se ha separado de una sociedad a la que desprecia para vivir en un entorno natural idílico sin ningún tipo de jerarquía, tomando de la naturaleza tan sólo lo necesario. Todo ello queda plasmado en su escena de presentación cuando arroja el producto de la pesca a “sus” águilas (4). Es, sin duda, un personaje muy cercano a la forma de sentir del propio director, un hombre apasionado de la aventura y siempre presto a poner en cuestión los convencionalismos sociales.



Pero paradójicamente, y al igual que los mountain men en la costa Oeste, a pesar de ser un personaje amenazado por el desarrollo de la sociedad que rechaza, con su actuación acelerará la llegada del “progreso” y con él la ruptura del delicado equilibrio con la naturaleza, provocando inevitablemente el fin de su modo de vida y, en último término, su extinción.



Frente a esta visión bucólica de la existencia del protagonista Walsh contrapone por un lado a los pantanos y sus peligros, y por otro a una civilización depredadora, caracterizada por un desarrollo desequilibrado, representada en las ciudades del este, una urbes convertidas en un falso Eldorado donde impera la corrupción, la hipocresía, la falsedad y la apariencia. De hecho ante la afirmación del teniente Tuft, procedente de Boston, respecto a Judi de que no hay duda de que es una “dama con clase”, el capitán Wyatt le replicará “¿Por qué? ¿Porque tiene una criada?”



Walsh hizo recaer el peso del filme en un Gary Cooper cuya carrera atravesaba un momento delicado pero que mantenía su carisma intacto. Mientras que la cuota femenina de la película correspondió a Mari Aldon, actriz lituana con escasas apariciones en la gran pantalla y un notable parecido con Virginia Mayo, protagonista de la inevitable historia de amor en las escasas escenas en las que el director nos ofrece un pequeño respiro. Ésta interpreta a Judy Becket, una prisionera liberada tras el ataque al fuerte empeñada en esconder su origen campesino al haber quedado deslumbrada por los falsos cantos de sirena de las ciudades del este. Por su parte Richard Webb da vida al teniente de navío Richards Tufts, narrador inicial de la historia, que simboliza la importancia creciente de la marina de los EEUU en el conflicto. Y junto a ellos algunos secundarios fiables en papeles poco desarrollados como Arthur Hunnicutt dando vida a un veterano explorador, amigo y gran apoyo del protagonista, presente en las escasas secuencias cómicas de la cinta; o Ray Teal en el papel de un soldado gruñón pero de una gran lealtad.



Además el filme cuenta con una factura técnica sobresaliente, destacando, sobre todo, el trabajo de Sidney Hickox, hombre de total confianza de Raoul Walsh (2), tan sólo afeado por el constante recurso a las transparencias. El operador explotó perfectamente las posibilidades del Technicolor y de hecho la cinta se recuerda en gran parte, además de por la briosa dirección de Walsh, por sus marcados contrastes cromáticos (el color verde de la selva, el azul del agua, la inmaculada tonalidad blanca de la arena o los trajes y rostros de los seminolas pintados con tonos muy vivos).



Por lo que respecta a la banda sonora corrió a cargo del incombustible Max Steiner, compositor de más de doscientas cuarenta bandas sonoras entre películas de cine y series de televisión, un trabajo ingente reconocido por la Academia al ser nominado veinte veces al Oscar como mejor compositor y haberlo obtenido en tres ocasiones.



Por último, me gustaría llamar la atención sobre la violencia contenida en la película muy alejada de otras producciones de la época y plasmada en escenas tan descarnadas como aquella en la que vemos a los indios rematar con sus hachas a los soldados heridos o en la que contemplamos a los cocodrilos nadando alrededor de los sombreros de los militares devorados; y en planos como el del soldado atravesado por un machete y clavado en un árbol o el de Quincy acuchillando a su contrincante en la pelea mantenida con él bajo el agua, para a continuación teñirse el mar de color rojo; secuencia, por otra parte, magníficamente rodada que demuestra el dominio de Walsh adquirido tras décadas de experiencia.




Como anécdotas comentaros que fue la primera vez en el cine que se escuchó el famoso grito Wilhelm y que el rodaje fue muy complejo (Walsh tuvo incluso que contratar a nativos para que despejasen de animales salvajes los parajes en donde rodaban) y con accidentes continuos, incluido el ataque de un águila a Sid Hickox.



“Tambores lejanos”, supone un singular paseo por los Everglades a través de la mirada privilegiada de Raoul Walsh que, de la mano de hombres acostumbrados a rasurarse la barba con un cuchillo de monte, nos descubrió de niños cosas tan importantes como en qué consistían los chikis o que los indios seminolas se embadurnaban con grasa de mofeta para ahuyentar a los mosquitos, además de ser enterrados con un cuenco de comida y con sus armas preferidas; pero, sobre todo, nos enseñó a soñar.


(1) Con el inicio de la crisis de los grandes estudios a finales de la década de los cuarenta, la mayoría de las majors comprendieron que podía ser un negocio muy rentable comprar películas completas de compañías de cine independientes. Práctica en la que la United Artist, fundada en 1919 por cuatro gigantes del cine mudo: Charles Chaplin, Douglas Fairbanks, Mary Pickford y David Wark Griffith, había sido precursora al dedicarse básicamente a la distribución de filmes de pequeñas compañías o de productores independientes como Samuel Goldwyn, Walt Disney, Walter Wanger, Alexander Korda o, en los años cincuenta, la Hecht-Hill-Lancaster Productions.

(2) “Gentleman Jim”, “Río de plata”, “Juntos hasta la muerte”, “Al rojo vivo” o “Camino de la horca” son algunas de las cintas más destacadas en las que colaboraron el cineasta y el operador.

(3) La película cuenta con imágenes reales de la fauna de los pantanos, algunas de cierta crudeza para la época como la de un caimán devorando a otro más pequeño. Esta práctica, de insertar imágenes reales de la naturaleza en estado salvaje, se pondría de moda a comienzos de la década de los ochenta con la intención de impactar al espectador en una serie de filmes de explotación producidos fundamentalmente en Italia.

(4) Quincy Wyatt supone un claro antecedente del personaje de Comanche Todd interpretado por Richard Widmark en “La ley del talión” (Delmer Daves, 1956), película que cuenta con su oportuna reseña en este blog.

jueves, 20 de diciembre de 2018

QUINCE BALAS

(Fort Dobbs - 1958)

Dirección: Gordon Douglas
Guion: George W. George y Burt Kennedy

Reparto:
- Clint Walker: Gar Davis
- Virginia Mayo: Celia Gray
- Brian Keith: Clett
- Richard Eyer: Chad Gray
- Russ Conway: Sheriff de Largo
- Michael Dante: Billings

Música: Max Steiner
Productora: Warner Bros

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“¿Nunca ha perdido nada, señor Davis?”, “Sí señora, pero aprendí a no mirar hacia atrás”. Conversación entre Celia y Gar mientras contemplan como el rancho de la primera es pasto de las llamas tras el ataque comanche.



Los años  cincuenta no sólo supusieron la época dorada del wéstern en el cine sino que a partir de mediados de la década comenzaron a proliferar las series de televisión ambientadas en el Far west que, casi de inmediato, alcanzaron una gran popularidad y se convertieron en serios rivales de los largometrajes. De entre las majors que más interés mostraron por las posibilidades del wéstern en televisión destacó la Warner Brothers con series como “Maverick” protagonizada por James Garner y “Cheyenne”, la primera serie wéstern para un público adulto con capítulos de mayor duración (una hora contando con el intermedio), que permaneció en antena desde 1955 hasta 1962 y de la que se emitieron ciento ocho episodios. Incluso, debido a su éxito, dio lugar a dos spin-off, “Bronco Lane” (1958-1962) con Ty Hardin dando vida al personaje principal en sesenta y ocho capítulos y “Sugarfoot” de la que se produjeron sesenta y nueve episodios entre 1957 y 1961.



“Cheyenne” lanzó al estrellato a Clint Walker, un actor de complexión fuerte y ciento noventa y ocho centímetros de estatura, quien descontento con sus condiciones salariales, poco acordes con el éxito alcanzado por la serie tanto en EE.UU. como en Europa, amenazó con abandonarla al finalizar la segunda temporada.



La Warner reaccionó ofreciéndole una sustanciosa mejora salarial y brindándole la posibilidad de dar el salto a la pantalla grande con la firma de un contrato por el que se comprometía a que protagonizase tres de sus producciones ambientadas en el Lejano Oeste dirigidas por Gordon Douglas, hombre de confianza de la casa especializado en películas de acción de bajo presupuesto y con wésterns en su haber tan atractivos como “Nevada” (1950), uno de los mejores títulos interpretados por Randolph Scott en la primera mitad de la década; “Solo el valiente” (1951), filme claustrofóbico con Gregory Peck; dos cintas protagonizadas por Alan Ladd “La novia de acero” (1952), sobre la vida del futuro héroe de El Alamo Jim Bowie, y “Grandes horizontes”; así como un curioso experimento en 3D, “La carga de los jinetes indios” de 1953 con una joven Vera Miles.



El resultado de la colaboración entre Douglas y Walker se tradujo en los wésterns “Quince balas” (1958), objeto de esta reseña; “Emboscada” (1959), único de los tres filmes en color y antiguo proyecto rechazado por John Ford y John Wayne quienes prefirieron rodar “Misión de audaces” también producida, curiosamente, por Martin Rackin pero en el seno de The Mirisch Corporation (1); y “Oro de los siete santos” (1961), en el que a diferencia de los anteriores no intervino como guionista Burt Kennedy al ser sustituido por Leigh Bracket, colaboradora habitual de Howard Hawks.



ARGUMENTO: Gar Davis, tras acabar con el amante de su mujer y ser perseguido por una patrulla dirigida por el sheriff de Largo, se interna en territorio comanche convirtiéndose en el improvisado protector de la viuda Celia Gray y de su hijo Chad a quienes guiará a Fort Dobbs.



La Warner Brothers no quiso arriesgar demasiado con su nueva estrella y encargó poner en pie la película a Martin Rackin con un presupuesto muy limitado; incluso para facilitar su identificación con el personaje televisivo que había popularizado convenció a Clint Walker para que en la primera parte del filme vistiera la misma chaqueta que lucía en la serie Cheyenne. Además el esqueleto argumental con un pistolero solitario y honesto protegiendo a una viuda y a su hijo, propietarios de un rancho aislado, del acoso de los indios recordaba sospechosamente a “Hondo” (John Farrow) película producida por la major cinco años antes en colaboración con la Wayne-Fellows. Incluso, como en el filme de Farrow, nuestro héroe tenía un encuentro desafortunado con el marido de la ranchera.



Sin embargo, lo que en principio debía ser un producto rutinario de serie b se convirtió en manos de su director Gordon Douglas y de sus guionistas, fundamentalmente Burt Kennedy, en un wéstern vigoroso en el que construyeron una fábula sobre el mundo de las apariencias y la facilidad y ligereza del ser humano para juzgar y condenar a otros individuos sin poseer la información en su conjunto ni todos los elementos necesarios.

Para ello estructuraron el filme en tres partes claramente diferenciadas:



- La primera con un magnífico inicio, en el que vemos a un cowboy entrar en un pueblo en plena tormenta de arena (sobresaliente metáfora tanto de la ceguera emocional como de su torturada alma carcomida por impulsos vengativos), se extiende hasta el abandono del rancho por parte de Gar, Celia y Clett.



Estamos ante treinta o cuarenta minutos apabullantes y de un ritmo trepidante gracias a la mano maestra de Douglas en los que utiliza de forma magistral el fuera de campo (hasta el final de la película no sabremos qué ocurrió realmente en el interior de la cabaña), la elipsis narrativa y, en la escena del asalto al rancho por parte de los comanches, la cámara subjetiva con la intención de que apreciemos el reducido campo de visión del protagonista situado tras una ventana de la casa y cómo este va dirigiendo su mirada de un lado a otro del vano. Además en este primer tramo predominan las secuencias sin diálogo, mostrándonos de esta forma el director que el cine es básicamente imagen.



- El tramo central responde al típico wéstern de itinerario en el que Gar intentará conducir a Celia y Chad a un lugar seguro, el fuerte Dobbs del título original, ante la amenaza constante de los comanches. Al trío protagonista se le unirá Clett, un comerciante de armas sin demasiados escrúpulos y viejo conocido de Gar. Con el nuevo personaje, así como con la actitud de Celia hacia Gar, se subraya nuevamente la tesis principal del fime. Clett resultará ser un individuo muy diferente del que parecía en un primer momento; mientras que Celia, tras descubrir que Gar conserva una cazadora ensangrentada de su marido, se obstinará con la idea de que su improvisado protector asesinó a su esposo a pesar de las repetidas explicaciones del pistolero y de su actitud con ella y con su hijo. Así en un momento dado le recriminará: “¿Cómo se le dice a un niño que has matado a su padre?” y este, cansado de su obcecación, le responderá “¿Cómo se le dice a una mujer que no lo hice?”



Esta parte presenta similitudes con los mejores wésterns escritos por Kennedy para el tándem Boetticher-Scott (“Cabalgar en solitario” también de 1959 y “Estación Comanche” rodada al año siguiente), alternando las escenas intimistas, necesarias para conocer el carácter de los personajes, con las de acción, como la del río o la del enfrentamiento con los comanches, brillantemente rodadas por Douglas con profusión de panorámicas y planos largos; demostrando de nuevo su fiabilidad para rodar en exteriores. De hecho, salvo la primera escena, la película está rodada en escenarios naturales, entre ellos el famoso Monument Valley tan querido por John Ford.



- La última parte, de una gran espectacularidad, se centra en el enfrentamiento entre los comanches y los habitantes de Largo en el fuerte Dobbs al que acudieron buscando la protección del ejército. En ella se aprecia el reducido presupuesto con el que se contó, sobre todo al insertarse algunos planos de otro wéstern en el ataque al fuerte por parte de los indios.



Este tramo nos revelará las incógnitas sobre el pasado de Gar que han condicionado su presente; al mismo tiempo sabremos lo que realmente ocurrió en la cabaña, a Celia la informará el sheriff de que Gar no acabó con su marido y Clett mostrará su verdadera personalidad. Confirmándose, de esta forma, que un hecho aislado puede darnos una visión errónea de la realidad y sólo con el conjunto de estos podemos acercarnos a la verdad; demostrándose, por tanto, como cierta la máxima que le enseñó a David su padre: “Un hombre nunca debe decir palabras contra nadie, a menos que conozca todos los hechos… a veces las cosas se ven de una manera y llegan a ser del todo distintas”.



Es, por tanto, al final del filme cuando el director y el guionista nos desvelan su doble juego. El espectador se ha comportado con Gar respecto al asesinato de la cabaña como Celia en relación con la muerte de su esposo. Ambos le hemos condenado sin tener todas las pruebas para ello.



Junto a la gran dirección de Douglas sobresale el libreto escrito por George W. George y Burt Kennedy en el que los principales personajes no responden a los arquetipos del Oeste.
Gar Davis, interpretado por un limitado Clint Walker aunque apropiado dado su imponente físico, se nos muestra como un frío pistolero, taciturno, reservado, amargado, antisocial, violento y obsesionado por dar un escarmiento al amante de su esposa. Un individuo que ha vivido una gran mentira en relación con su mujer (las semejanzas con Bart Allison, protagonista de “Cita en Sundown” en cuyo libreto intervino, aunque sin acreditar, Burt Kennedy son evidentes) y para el que el itinerario físico se convertirá en un viaje interior a través del cual purgará culpas y expiará “pecados”. Así, si al inicio del filme se nos presenta a Gar perseguido por una patrulla por haber cometido un asesinato, y, a continuación, intentando robar un caballo del rancho de Celia que le recriminará su actitud, poco a poco su preocupación se centrará en la seguridad de la ranchera y de su hijo; y en el tramo final se jugará la vida para salvar a los habitantes de Largo, entre los que se encuentra el sheriff que lo persiguió. Incluso, no dudará en enfrentarse a Clett, temible con el revólver, y arrebatarle los rifles Henry, a los que alude el título en castellano (2), con el objeto de armar a los ciudadanos sitiados. La recompensa por ese trayecto interno será la promesa de un futuro feliz con Celia y David, su nueva familia.



Clett, al que da vida un convincente Brian Keith (3), se nos muestra inicialmente, y en contraposición con Gar, como un hombre extrovertido, sociable, buen conversador y sinceramente atraído por Celia, lo que despertará nuestra simpatía; incluso salvará la vida de Gar a pesar de haberlo expulsado del grupo. Sin embargo, a medida que avanza la cinta se manifestará su verdadera personalidad presa de la lujuria y la codicia al intentar abusar de Celia y al anteponer el beneficio económico de la venta de sus rifles Henry a la vida de los habitantes de Largo. Estamos ante un personaje que recuerda al interpretado por Claude Akins en “Estación Comanche” (Budd Boetticher, 1960), también escrita por Burt Kennedy, siendo igualmente un antiguo conocido del protagonista con el que mantiene una actitud ambigua.



El tercer vértice del triángulo lo constituye Celia Gray, encarnada en uno de sus últimos wésterns por Virginia Mayo (4), una mujer tan valiente y aguerrida como obstinada y, en ocasiones, poco inteligente que mostrará su tozudez con Gar e, incluso, buscará amparo en Clett y lo intentará utilizar para desembarazarse del que hasta ese momento se había convertido en su guardián y le había llegado a salvar la vida en el río.



Junto a ellos, y como fue habitual en los años cincuenta, nos encontramos con un preadolescente, el hijo de Celia, interpretado por Richard Eyer al que habíamos visto, entre otras, en “Fugitivos rebeldes” (Hugo Fregonese, 1954) y “La gran prueba” (William Wyler, 1956) que pronto comenzará un acercamiento a Gar, convertido en improvisado sustituto de su padre. Las escenas protagonizadas por él hacen bueno, para mí, el consejo de Alfred Hitchcock “Nunca trabajes con niños, con animales o con Charles Laughton", al deslizarse el filme por una pendiente edulcorada que desentona con la dureza de la mayor parte de la película.



“Quince balas” (5) se erige, por tanto, como un wéstern más complejo de lo que pudiera parecer en una lectura superficial y, desde postulados clásicos, anuncia el devenir del género en los años sucesivos, sobre todo a través de unos personajes, perfectamente construidos, caracterizados por su ambigüedad moral; así como, por un tratamiento más crudo de la violencia y una visión del Oeste menos idealizada.



1) Posteriormente para interpretar al personaje de Yellowstone Kelly en “Emboscada” se barajó, entre otros, el nombre de Robert Mitchum pero finalmente fue Walker el elegido.

(2) La fabricación de los rifles Henry supuso una pequeña revolución ya que podían disparar quince balas sin necesidad de ser recargados. De hecho popularmente se decía que: “una vez cargado en domingo podías disparar con él toda la semana”.

(3) Brian Keith debutó en la gran pantalla como el oficial nordista de “Hoguera de odios” (Charles Marquin Warren, 1953) y dos años después protagonizaría la mítica serie wéstern creada por Sam Peckinpah “The Westerner”.

(4) Virginia Mayo (1920-2005) a pesar de su evidente magnetismo y de haber rodado bajo las ordenes de directores como Raoul Walsh (“Juntos hasta la muerte”, “Al rojo vivo” y “Camino de la horca”), William Wyler (“Los mejores años de nuestra vida”) o Jacques Tourneur (“El halcón y la flecha”) vio limitada su carrera a productos de bajo presupuesto. Tras este filme tan sólo se acercaría a este género en “Nacida en el Oeste”, el filme más flojo del ciclo Rannown, y “Fort Utah” típica producción en la década de los sesenta de A. C. Lyles interpretada por antiguas estrellas del wéstern serie b en decadencia.

(5) La película, incomprensiblemente y pese a su calidad, no se estrenó en las salas españolas hasta 1965 y todavía no ha sido editada en DVD en nuestro país.

jueves, 20 de septiembre de 2018

PERSEGUIDO

(Pursued, 1947)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Niven Buchs

Reparto:
- Robert Mitchum: Jeb Rand
- Teresa Wright: Thorley Callum
- Judith Anderson: Medora Callum
- Dean Jagger: Grant Callum
- Alan Hale: Jake Dingle
- John Rodney: Adam Callum
- Harry Carey Jr.: Prentice
- Clifton Young: The sergeant

Música: Max Steiner
Productora: United States Pictures (USA)

Por: Jesús Cendón. NOTA: 8’5.

”Todo volverá a repetirse, pero ya no me importa. Sé que hay una respuesta que siempre he estado buscando. ¿Por qué siempre he estado solo? ¿Por qué todo salía mal? ¿Por qué hay odio en mí en lugar de amor? Había algo trágico en mi destino y también en el tuyo. Supongo que hemos perdido nuestra oportunidad y ya no podemos hacer nada”. Jeb Rand a Thorley Callum instantes antes de ser apresado por Grant Callum.


ARGUMENTO: Tras el asesinato de su familia, Jeb Rand es adoptado por Medora Callum que lo cría junto a sus dos hijos, Thorley y Adam, como uno más de la familia. Sin embargo su existencia estará marcada por el odio que le profesa Grant, el cuñado de Mrs. Callum.
Raoul Walsh, un director tan apegado a los géneros como tradicional en su forma de abordarlos, sorprendió en su vuelta al wéstern tras haber rodado una de sus cimas de un clasicismo arrebatador (1) con esta singular película del Oeste, una de las propuestas más innovadoras y arriesgadas dentro del wéstern en la década de los cuarenta.


Situada a caballo entre dos siglos, el filme, basado según palabras del propio guionista en hechos reales aunque también se ha visto en el mismo una libre adaptación de la novela “Cumbres borrascosas”, narra una historia de odio, venganza, traición, envidia, celos, pasiones amorosas y rivalidad fraternal en el seno de una familia de rancheros en Nuevo México. A la vez que están muy presentes temas como el destino, la fatalidad, el amor como elemento redentor y la suerte.


De hecho junto con el odio visceral profesado por Grant a Jeb, la vida de este último estará marcada por una moneda lanzada al aire que determina su incorporación a filas para enfrentarse a los españoles en la Guerra de Cuba de 1898 (2) y la pérdida de su parte del rancho a favor de Adam. Incluso la misma moneda le propiciará, a través del juego, una pequeña fortuna con la que comenzar una nueva vida junto a su amigo y protector Jake (interpretado por un Alan Hale alejado de sus habituales personajes de corte cómico como compañero del protagonista).


Sin embargo la ubicación espacio-temporal del filme no constituye un elemento determinante ya que podría haberse desarrollado en otro lugar y en otra época sin perder su esencia; porque en realidad la cinta bebe tanto del wéstern como de otros géneros.


Así, en primer lugar se aprecia la influencia de las tragedias clásicas y de los dramas shakesperianos, tan apreciados por el propio director y por Niven Busch, guionista que en su dilatada carrera escribió varios dramas familiares ambientados en el salvaje Oeste. Baste en este sentido recordar “Duelo al sol”, cuya novela fue adaptada al cine por King Vidor en 1946, o su guion para “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) que cuenta con su oportuna reseña. Películas en las que, además, describe mujeres de fuerte carácter fundamentales en el desarrollo de la trama.


Asimismo nos encontramos elementos propios del noir. Respecto a esta cuestión no creo que fuera casualidad la elección del director de fotografía, puesto que James Wong Howe, un genio de la iluminación con dos Oscar y diez nominaciones en su haber, fue uno de los pilares, junto con John Alton, en la codificación estílistica del cine negro norteamericano. En este filme su aportación resulta fundamental para reflejar la tortura psicológica y emocional vivida por el protagonista.



Como ejemplos del extraordinario trabajo del cameraman de origen chino cabe citar tres secuencias nocturnas: el enfrentamiento en un callejón entre Prentice, nuevo pretendiente de Thorley, y Jeb; aquella con una iluminación tenebrista más propia de una película de terror en la que Thorley confiesa a su madre sus verdaderos planes respecto a Jeb; y el asalto del rancho de Jeb por parte de Grant y sus secuaces con la posterior huida del protagonista, escena en la que, por otra parte, Raoul Walsh muestra su maestría para crear suspense y tensión. Igualmente destacable es la secuencia del entierro de Prentice que podría haber sido rodada por el mismísimo Luis Buñuel por su composición e iluminación marcadamente surrealistas.


También propio del cine negro es el recurso a la voz en off del protagonista. Jeb Rand se convierte, de esta forma, en el narrador omnisciente del relato y quizás en este hecho radica una de las escasas debilidades de la película puesto que llega a relatar acontecimientos en los que no estaba presente (¿Cómo sabe Jeb el contenido de la conversación mantenida entre su madre adoptiva y Grant tras haber intentado este asesinarle cuando era un adolescente?).


Igualmente característico del noir es la propia estructura del filme a través de varios flash-backs. Así tras la secuencia inicial que arranca con una panorámica de uno de los personajes galopando (3) para a continuación revelarnos la situación desesperada del protagonista, la acción se retrotrae en el tiempo con el objeto de dar a conocer el espectador cómo ha llegado Jeb a esa circunstancia.


Por último tenemos al propio protagonista, Robert Mitchum, cedido por la RKO a la United States Pictures una pequeña compañía vinculada  a la Warner Brothers de la que era participe el propio Niven Buchs, que ese mismo año con “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur) comenzaría a forjar su imagen definitiva muy vinculada al cine negro (4).

Incluso la mayor parte de los temas compuestos por Max Steiner remiten a melodramas o a thrillers, reforzando esta doble influencia.


En tercer lugar la película es deudora de la corriente psicoanalista tan en boga en el Hollywood de la década de los cuarenta (5) y cuyo paradigma fue “Recuerda” (Alfred Hitchcock, 1945), que incluso contó con la participación de Dalí como diseñador de la escena del casino. Así Jeb, de los luctuosos acontecimientos vividos de niño, tan sólo rememora unas espuelas y unos destellos de luz que lo atormentan en sueños y será el regreso al lugar en donde se produjeron lo que provoque el recuerdo de la secuencia completa. De esta forma, en un final memorable, tanto Jeb como el espectador, conocerán las razones del odio de Grant y cómo este ha sido fundamental en las desgracias acaecidas al protagonista que han marcado su vida hasta ese momento.



El merito de Walsh consiste en integrar todos estos elementos e influencias tan dispares evitando en todo momento lo que podría haber sido un pastiche para crear un filme arrebatador de una gran coherencia, de una rotunda modernidad (anticipa varias claves del wéstern de la década siguiente) y enormemente complejo que cuenta con un ritmo, como era habitual en él, trepidante. Destacaría en este sentido cómo necesita tan sólo dos planos para mostrarnos el paso del tiempo o la utilización magistral del recurso de la elipsis narrativa en la escena del juicio de Jeb.

Igualmente meritoria es la creación de los cinco presonajes principales que sustentan el drama: los tres hermanos (incluido Jeb), su madre y el cuñado de esta.


Jeb Rand, memorable Robert Mitchum en un papel para el que se pensó en Montgomery Clift y Kirk Douglas, es el típico héroe trágico. Un hombre incapaz de gobernar su vida al verse sobrepasado constantemente por unos acontecimientos no provocados por él. Un individuo que intenta desesperadamente buscar en su pasado la explicación de su dramática situación actual y evitar con ello su sino, un destino que se estrecha peligrosamente sobre él igual que, en la escena final, la horca alrededor de su cuello.


Thorley Callum, personaje escrito por Niven Buchs especialmente para Teresa Wright (6), es la hermana adoptiva y posterior amante de Jeb. En todo momento intentará mantener unida a la familia y sobre todo a sus dos hermanos, debatiéndose entre el amor fraternal que profesa a Adam y la pasión que siente por Jeb con el que la une una especial sintonía, confirmada por su hermano adoptivo cuando le dice: “Siempre podías pensar con mi mente y sentir con mi corazón”. La actriz, por la que tengo debilidad, lleva a cabo una extraordinaria interpretación pasando de ser una mujer dulce (típico papel desarrollado a lo largo de su carrera) a una persona dura, fría y calculadora que, a pesar de amar a Jeb, idea un plan para acabar con él tras haberse convertido en su esposa.


Adam Callum, al que dio vida un debutante John Rodney, que se mostrará desde niño como un rival de Jeb. Rivalidad acrecentada tanto por la participación de este en la guerra y la envidia que le provoca la condecoración tras su regreso; como por los celos causados por la relación del protagonista con su hermana. Vislumbrándose un cierto deseo incestuoso respecto a Thorley.


Medora Callum, encarnada por una excelente Judith Anderson que interpreta un papel muy alejado de su perversa señora Danvers en “Rebeca” (Alfred Hitchcock, 1940) o de la interesada amante de T. C. Jeffords en “Las Furias”. Estamos ante una mujer bondadosa y protectora que intenta compensar un “pecado” del pasado adoptando a Jeb y tratándolo como un verdadero hijo. Es junto a Grant el único personaje conocedor de la terrible verdad que está condenando a Jeb en el presente, pero se niega a confesársela a su hijo porque como le dice cuando era niño: “No hagas preguntas al pasado. Para ti no hay respuestas”. Personaje que parece perder importancia a medida que avanza la narración, se revelará fundamental en la resolución del drama.


Y Grant Callum (magnífico Dean Jagger) verdadera encarnación del Mal. Un ser maquiavélico cuyo único objetivo en la vida es acabar con Jeb para culminar su venganza. Un individuo que, cual demonio, tentará primero a Adam y posteriormente a Prentice, encizañándolos contra Jeb y utilizándolos como instrumento de su revancha.


En definitiva, “Perseguido”, actualmente caída en el olvido a pesar de haber sido alabada por directores como Martin Scorsese o Sergio Leone, constituye una clara muestra tanto del enorme talento narrativo como del genio creativo de su autor, uno de los mayores directores del Hollywood clásico, por lo que es de visión imprescindible para todo aficionado al género. 

(1) En 1941 Raoul Walsh había dirigido a Errol Flynn en “Murieron con las botas puestas”, una gran epopeya sobre la vida y muerte del general Custer ya reseñada en este blog.

(2) Al igual que en “Cielo Amarillo”, que también cuenta con su oportuna reseña y fue dirigida un año después por William Welman, la situación vivida por Jeb tras su regreso de la guerra y su aparente inadaptación; así como, las consecuencias en la población civil de su retorno, fundamentalmente en su hermano Adam, aluden claramente a las dificultades, la amargura y el desencanto que estaba viviendo la sociedad estadounidense tras la II Guerra Mundial.

(3) En la escena de apertura del filme, y como igualmente haría en la también comentada “Juntos hasta la muerte” (1949), el director nos muestra a través de la utilización de la panorámica la fragilidad e insignificancia del ser humano en comparación con la solidez y grandiosidad de la naturaleza.

(4) La figura de Robert Mitchum quedaría definitivamente asociada al cine negro gracias a una serie de películas protagonizadas en el seno de la RKO, entre las que destacan, junto a la mencionada “Retorno al pasado”, “Encrucijada de odios” (Edward Dmytrick, 1947), “El gran robo” (Don Siegel, 1949), “Donde habita el peligro” (John Farrow, 1950), “El soborno” (John Cromwell, 1951), “Macao” (Josef Von Stenberg, 1952) o “Cara de ángel” (Otto Preminger, 1952). En 1949 protagonizaría, además, “Sangre en la luna” un wéstern dirigido por Robert Wise claramente influenciado, la igual que “Perseguido”, por el noir.

(5) Entre los ejemplos hollywodienses más sobresalientes durante la segunda mitad de la década de los cuarenta de esta corriente podemos citar, junto con la señalada “Recuerda”, a “El séptimo velo” (Compton Bennet, 1945), “Secreto tras la puerta” (Fritz Lang, 1947), “Nido de víboras” (Anatole Litvack, 1948) o “Vorágine” (Otto Preminger, 1949).

(6) Teresa Wright estuvo casada con Niven Buchs desde 1942 a 1952 y volvió a coincidir con Robert Mitchum en “El rastro de la pantera” (William Wellman, 1954). Wéstern, tan singular como “Perseguido”, sobre los miedos y disputas existentes entre los miembros de una familia escasamente cohesionada.