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miércoles, 15 de mayo de 2019

ESTRELLAS EN MI CORONA

(Stars in my Crown, 1950)

Dirección: Jacques Tourneur
Guion: Joe David Brown, Margaret Fitts

Reparto:
- Joel McCrea: Josiah Doziah Gray
- Ellen Drew: Harriet Gray
- Dean Stockwell: John Kenyon
- Alan Hale: Jed Isbell
- Lewis Stone: Dr. Daniel Kalbert Harris, Sr.
- James Mitchell: Dr. Daniel Kalbert Harris, Jr.
- Amanda Blake: Faith Radmore Samuels
- Juano Hernández: Uncle Famous Prill
- Ed Begley: Lon Backett
- Jack Lambert: Perry Lokey
- Arthur Hunnicutt: Chloroform Wiggins)

Música: Adolph Deutsch
Productora: Metro Goldwyn Mayer

Por Jesús Cendón. NOTA: 8


“Ahora sé que hay una ciudad de oro aquí mismo. La ciudad de la juventud” John Kenyon al comienzo de narrar la historia.


1950 fue un año fundamental en el desarrollo, crecimiento y progreso del wéstern tanto desde el punto de vista cuantitativo, al filmarse ciento treinta películas ambientadas en el Far-West, como cualitativo.


Así, por una parte, dos de sus mayores especialistas, Delmer Daves y Anthony Mann, se estrenarían en el género este año rodando sendos alegatos reivindicativos tanto de la figura del nativo americano como de su cultura. El primero en “Flecha rota” llevó a cabo algo tan obvio como la humanización del piel roja y la aproximación al espectador de sus costumbres; y el segundo en “La puerta del diablo” denunció la situación de los nativos norteamericanos en el siglo XIX desprovistos del derecho a la propiedad al no tener reconocida la condición de ciudadano (1). Ambas películas fueron capitales en cuanto a la visión hollywoodiense del nativo estadounidense dando lugar a una corriente de filmes marcadamente proindios o que intentaban, al menos, comprender su forma de actuar.


Mientras que por otra parte Henry King filmó “El pistolero”, en la que sin menospreciar las convenciones del género nos mostró a un personaje complejo condicionado por su entorno personal y social, abriendo el camino al denominado wéstern psicólogico, corriente predominante durante la década de los cincuenta (2).


En este contexto Jacques Tourneur, uno de los grandes directores de cine de géneros del Hollywood clásico a pesar de no gozar del reconocimiento que merece, estrenó “Estrellas en mi corona”; un proyecto personalísimo basado en la novela homónima de Joe David Brown en el que, junto a Margaret Fitts, participó en su adaptación a la gran pantalla a pesar de no figurar acreditado en los títulos de crédito como guionista. Tal fue el entusiasmo del director nacido en París con el proyecto que ofreció a Eddie Mannix (3), uno de los pesos pesados de la Metro Goldwyn Mayer, no cobrar por su trabajo. Finalmente, ante la imposibilidad de no recibir emolumento alguno, rodó el filme rebajando notablemente su cache, hecho que condicionaría su carrera en el futuro.


La película ha sido encuadrada generalmente en el wéstern pero por sus características forma parte de una serie de filmes, entre los que destacan varios dirigidos por John Ford, englobados en lo que se ha denominado género “americana”, caracterizados por narrar con un tono costumbrista y nostálgico la vida cotidiana de la gente corriente del mundo rural de los EEUU, otorgando un peso importante a la religión. A través de este grupo de títulos los distintos directores abordaron temas como la relación del hombre con la naturaleza entendida esta como un paraiso, el apego a la tierra y al trabajo, la familia como elemento vertebrador de la sociedad o la sencillez y autenticidad de una forma de vida irremediablemente perdida. Por último, suele ser bastante habitual en estos filmes que los núcleos rurales se vean sacudidos por un acontecimiento dramático que pondrá a prueba los valores en los que se asientan e, incluso, amenazará su estilo de vida caracterizada hasta ese momento por una armonía plena.(4). 

ARGUMENTO: A través de la mirada de un niño se relata una historia que transcurre en un pueblo del sur de los EEUU.


Nunca podremos saber cuál hubiera sido el resultado de “Estrellas en mi corona” si la hubiese dirigido John Ford dado que los personajes, situaciones y temas tratados en el filme son muy cercanos al universo del genial director, pero Tourneur filmó una película entrañable, de gran hondura y corte familiar muy difícil de olvidar, en la que se dan la mano de forma natural distintos géneros como el wésten, el drama, el cine de denuncia social o el religioso, pero que desgraciadamente es poco conocida o ha caído en el olvido. De hecho, en España nunca fue estrenada y tampoco ha sido editada en DVD, por lo que se ha convertido en una de las películas más esquivas de su director.


El primer plano del filme enfocando a una capilla mientras se escucha el himno religioso que da título a la cinta para a continuación, con un travelling hacia atrás, abrir el campo visual del espectador con el objeto de poder contemplar los coches de caballos aparcados delante de ella, constituye toda una declaración de intenciones por parte del autor que contaba con fuertes convicciones religiosas. La iglesia no es sólo, como edificio, el centro del pueblo; sino que, como institución, supone el referente ético de la población. Es, por tanto, el guía espiritual y moral de esa comunidad; reforzándose, de esta forma, la idea de la importancia del espíritu del protestantismo en la construcción del nuevo país.


Una secuencia muy similar sirve de cierre a la película. Escena en la que vemos cómo todos los habitantes del pueblo, incluso los más renuentes a ello, acuden a la llamada del predicador como reconocimiento a los desvelos y esfuerzos de un hombre bueno, representante de la institución eclesiástica, cuya vida ha dedicado a los demás intentando no sólo dar consuelo espiritual a sus feligreses sino mantener la armonía y la justicia en la comunidad; habiendo sido, además, trascendental su labor en la resolución de los graves acontecimientos acaecidos recientemente en el pueblo. La iglesia, a través del predicador Gray, se convierte, por tanto, en garante tanto del bienestar físico y moral de la población como de su cohesión.

Entre ambas escenas Tourneur nos regala una historia conmovedora, de gran autenticidad, indudable belleza y profundamente poética relatada a través de los ojos de uno de los personajes principales, John Kenyon, acontecida cuando éste era un niño. De ahí la sublimación del pueblo y de su forma de vida ya que el narrador se retrotrae al territorio mágico de la infancia, por lo que el filme adopta desde el primer momento un tono nostálgico, resaltándose la añoranza por un tiempo pasado y feliz. 


Adoptado por el predicador y su mujer, a la vez tía del joven, aquel, sin duda idealizado por el chaval, se convertirá en su referencia y el modelo a seguir, incluso en los detalles más insignificantes que recalcan a lo largo de la película la complicidad existente entre ambos. Así el crío se esforzará por llevar el sombrero como su padre adoptivo y repetirá sus pequeñas costumbres como probar con un dedo el pastel cocinado por su tía o cortar una rebanada de pan antes de sentarse a la mesa. Su mundo gira en torno a la figura del predicador, de tal forma que llega a afirmar: “A mí lado, como siempre, está el pastor”; y en consonancia con esta apreciación el relato se inicia con la llegada, una vez finalizada la Guerra de Secesión, de Josiah Doziah Gray a Walesburg, una pequeña población rural enclavada en el sur de los EEUU, con la intención de predicar la palabra del Señor. Con una envidiable capacidad de síntesis Tourneur nos muestra el esfuerzo realizado por el predicador, desde su primer sermón a punta de revólver llevado a cabo en el saloon (5), para ganarse la confianza de los habitantes del pueblo. Hecho que culminará con la construcciónde su anhelada Iglesia.


A partir de ese momento se suceden a lo largo de la cinta escenas sobre la vida cotidiana de los vecinos de Walesburg con un marcado tono luminoso y melancólico (6) con el objeto de que el espectador se familiarice con los habitantes del lugar y su forma de vida caracterizada por la paz, la concordia y la fraternidad, de tal forma que incluso las escasas reyertas acaban, tras la contundente intervención del reverendo, con la risa de todos los participantes; muestra de la recuperación de la camaradería entre los habitantes del pueblo.


Sin embargo, en la segunda y, para mí, magistral parte de la película narrada con un tono mucho más sombrío por el director y en la que el drama se adueña del filme, este mundo ideal se verá azotado por una doble epidemia: física al ser víctimas de las fiebres tifoideas que harán estragos entre la población más joven de Walesburg, y moral al brotar el fantasma del racismo y la intolerancia en buena parte de los vecinos del pueblo. De tal manera que ambas epidemias le permitirán al director construir el relato, como era habitual en él, a través de una dualidad, en este caso doble.


La primera dualidad consistiría en la oposición entre la ciencia, encarnada por el joven doctor hijo del recientemente fallecido médico del pueblo, y religión, representada por el predicador. Dicha controversia se anuncia en la esplendida escena relativa a la moribunda viuda Smith con la forma de abordar el problema por ambos. Así, mientras el doctor toma el pulso de la paciente, el predicador se arrodilla y reza junto a la cama para, tras el fallecimiento de la enferma, afirmar el médico:”Todo acabó” y contestarle el reverendo: “No doctor, acaba de empezar”.

La paradoja reside, sin embargo, en que ambos pese a mantener posturas encontradas, en el fondo son personas muy similares. Individuos comprometidos con la sociedad, han asumido su deber de sacrificarse por ella y dar lo mejor de sí mismos para aliviar las dolencias de sus miembros; y los dos se verán superados por los acontecimientos que vivirán poco después.


Unos acontecimientos planteados por el director, una vez más, de forma ejemplar ya que el espectador desde el primer momento conoce la causa del contagio, las aguas de un pozo, dato ignorado por los protagonistas del drama, con lo que consigue trasladar al público la sensación de angustia e impotencia padecida por éstos. Así, por primera vez, al pensar que ha sido el portador de la enfermedad, el predicador flaqueará y se planteará la necesidad y la utilidad de su labor; mientras que el doctor, hasta ese momento representante del más absoluto racionalismo, comenzará a entender la labor del reverendo al proporcionar sosiego y consuelo allí donde la medicina fracasa e, incluso, acudirá a Joshua a petición de una agonizante Faith (7), su prometida. Esta situación da lugar a una escena silente memorable, de una enorme emotividad y sutileza, en la que vemos al predicador arrodillarse y rezar por la desahuciada enferma mientras escuchamos un precioso tema compuesto por Adolph Deutsch; para, a continuación, moverse ligeramente los visillos de una ventana abierta, símbolo más que probable de la intervención divina, al mismo tiempo que la enferma recuperada abre los ojos y mira al reverendo.


El mensaje es claro, la oposición entre fe y razón es falsa pues ambas son necesarias, se complementan y persiguen el mismo objetivo: la sanación, de los cuerpos la medicina y de las almas la religión. Este posicionamiento queda perfectamente resumido por el veterano médico al comentarle a su hijo sabiendo que la muerte le acechaba: “Tu cuidarás ahora a los vecinos por mí. Bueno, tú y el pastor”.


La dramática situación se resolverá al comentarle Kenyon, el primero en caer enfermo, a su padre adoptivo que probablemente la causa de la enfermedad fuese el agua del pozo de la que bebió en verano a pesar de estar sellado, no volviéndose a utilizar dicho pozo hasta el comienzo del siguiente año lectivo, momento en el que se desencadenó la epidemia. Josiah trasladará al médico la información lo que supondrá el principio del fin de la enfermedad; en cuya resolución, por tanto, el predicador habrá jugado un papel fundamental.


La otra dicotomía radica en la oposición entre civilización-ley y barbarie-violencia representada a través de la situación vivida por el tío Famous. Dueño de una pequeña granja, circunstancia para mí poco creíble por la época y el lugar en el que se desarrolla la acción al ser un negro manumitido, será presionado por Lon Backet para vender sus tierras, ambicionadas por el potentado minero al estar atravesadas por una veta de mica. Tras rechazar la oferta, su granja será asaltada, arrasando sus cultivos y matando a su escaso ganado, para posteriormente, y vestidos con la indumentaria del Ku-Klus-Klan, amenazarle con la muerte si no abandona su propiedad. La semilla del odio, la irracionalidad, el racismo y la locura se ha sembrado entre la población de Walesburg, y será de nuevo el reverendo quien jugará un papel capital para acabar con ella sin utilizar la violencia como pretendía, para proteger tanto al tío Famous como al propio Gray, su amigo Jed.


Con las únicas armas de su integridad, oratoria, sagacidad, determinación y la autoritas lograda después de tantos años de servicio a la comunidad el pastor conseguirá disolver al grupo. Para ello, en otra de las grandes y emotivas escenas de la película de una enorme fuerza, leerá el testamento del tío Famous nombrando a cada uno de los miembros del grupo salvaje y el bien que les deja el anciano en función de la relación mantenida con ellos en el pasado, por lo que cada objeto legado tiene un valor sentimental tanto para el desdichado viejo como para el vecino que lo recibiá. Joshia, al individualizar a cada miembro de la jauría consigue que dejen de formar parte de la turba anónima en la que se habían convertido; al mismo tiempo que los humaniza, les desarma desde el punto de vista moral y les hace avergonzarse de su aberrante actuación, abandonando estos definitivamente sus pretensiones.


Posteriormente, el espectador comprobará cómo las hojas que supuestamente contenían el testamento están en blanco y todo ha sido un ardid del pastor basado en el profundo conocimiento del verdadero carácter de sus feligreses y del alma humana. La inteligencia y la racionalidad han vencido a la brutalidad y a la insensatez, y ante la afirmación de Kenyon, al recoger las hojas en blanco, en el sentido de que: “Esto no es un testamento”, el reverendo le contestará “Sí que lo es hijo, es el recurso de Dios”. El reverendo, conforme a sus creencias, ha utilizado el bien más preciado que nos ha regalado el Señor y que nos diferencia del resto de los seres vivos, el intelecto.


A través de esta subtrama la película, por tanto, aborda uno de los aspectos más oscuros de la sociedad norteamericana en un momento, 1950, en el que se iniciaba la lucha por los derechos de las minorías en los EEUU; adoptando una postura muy valiente al mismo tiempo que crítica con la aparente protección legal de la que disfrutaban dichas minorías. Cuestión plasmada en la conversación que mantienen en la parte inicial del filme Joshia, John y el tío Famous tras la jornada de pesca. Así, cuando el chaval le comente al anciano que la ley le ampara frente a las pretensiones del magnate, éste le contestará: “Sólo por decirlo no se convierte en realidad”.

Por último, tengo que hacer referencia al plantel de actores de los que se sirvió Touneur para poner en pie este inolvidable microcosmos.


Al igual que los hechos narrados, la película gira alrededor de Joel McCrea, actor muy adecuado tanto por su forma de entender la interpretación, poco dada a los excesos y a la grandilocuencia, como por la imagen que se había forjado a través de sus películas con personajes mayoritariamente íntegros y honestos (8); de hecho el artista siempre afirmó que había sido uno de los rodajes en los que se había sentido más a gusto.


En el rol de su esposa nos encontramos con Ellen Drew a la que el director reservó otra de las escenas más emotivas de la película cuando, enfermo de gravedad Kenyon y temiéndose por su vida, se reprocha a sí misma el haberle tratado en determinadas ocasiones con rudeza mientras su marido le retira delicadamente los alfileres del pelo.


Al narrador le dio vida un joven Dean Stokwell, quien realiza un trabajo impecable, alejado de la habitual ñoñería de este tipo de personajes, demostrando por qué en su momento fue una de las grandes promesas de Hollywood (9).



Junto a ellos secundarios de la talla de Alan Hale como Jed Isbell, compañero de armas de Joshia durante la Guerra de Secesión, quien mantiene una estrecha relación de camaradería con el predicador, siempre presto a ayudarle, y de respeto a las creencias del pastor aunque mantenga posiciones cercanas al agnosticismo y se niegue a acudir a la iglesia a pesar de los continuos intentos de su amigo. Juano Hernández en el papel del tío Famous, un personaje que vivirá una situación similar a la padecida por el mismo actor un año antes en el drama de denuncia social dirigido por Clarence Brown “Han matado a un hombre blanco”. O Ed Begley en el papel de Lon Backet, un codicioso magnate capaz de ahorcar a un hombre al que conoce desde que era un niño para adueñarse de su propiedad.


“Estrellas en mi corona”, una joya cuya reivindicación resulta urgente, pertenece a ese grupo escogido de películas, como “¡Qué bello es vivir!” (Frank Capra, 1946) o “El hombre tranquilo” (John Ford, 1956), capaz de devolverte la fe en el ser humano y hacerte ver la vida con más optimismo. ¿Se puede pedir más? 


(1) Esta circunstancia, del todo aberrante, en la que los nativos estadounidenses fueron despojados de sus legítimas propiedades se mantendría hasta 1924 cuando por fin se les reconoció la ciudadanía estadounidense.



(2) Existen ejemplos de wésterns psicológicos anteriores a “El pistolero,” como por ejemplo “Perseguido” (Raoul Walsh) o “La mujer de fuego” (André de Toth) ambas de 1947 y ya reseñadas en este blog, pero fue a raíz del filme de King cuando se popularizó y se desarrolló este subgénero. 

(3) Precisamente en 2016 los hermanos Coen estrenaron “¡Ave César!” película basada en este oscuro personaje encargado de resolver los trapos sucios de la major.

(4) Junto a varios fimes de John Ford como “El juez Priest” (1934), su remake “El sol siempre brilla en Kentucky” (1953), “El joven Lincoln” (1939) o, incluso, “La ruta del tabaco” (1941), podemos incluir, entre otros títulos, dentro de este grupo a “Sinfonía de la vida” (Sam Wood, 1940), “Aguas pantanosas” (Jean Renoir, 1941), la ya citada “Han matado a un hombre blanco” (Clarence Brown, 1949), “El pozo de la angustia” (Russell Rouse-Leo C. Popkin, 1951), “La gran prueba” (William Wyler, 1956) y “Matar a un ruiseñor” (Robert Mulligan, 1962) con el que este filme presenta muchas semejanza: desde el narrador, un niño; pasando por el papel protector del protagonista (como en el filme de Mulligan cuando recobra el conocimiento tras su enfermedad Kenyon comprueba que el predicador permanecía vigilante al lado de su cama), hasta la escena del intento de linchamiento de tío Famous abortada por el protagonista sin utilizar la violencia.

(5) Las similitudes de esta escena con la secuencia de la presentación del reverendo Jonathan Rudd en “El póquer de la muerte” son notables, por lo que no sería extraño que Henry Hathaway hubiera tenido en cuenta la película de Tourneur a la hora de rodarla.

(6) John pesca junto al tío Famous, presentándonosla como una actividad que propicia el encuentro intergeneracional; el reverendo Gray charla en un porche con el anciano médico del pueblo, para posteriormente asistir a su entierro; John mantiene en un carro de heno una conversación con otro chaval en el que le cuenta que si fuera Dios lo primero que haría sería parar el tiempo durante el verano para no ir a la escuela; nos presentan a Jed Isbell, gran amigo del reverendo, trabajando en su granja para, a continuación, mostrarnos a sus cinco hijos; etcétera.

(7) No creo que el apellido de la enferma, Faith, en castellano fe, fuese elegido de forma casual.

(8) Tourneur volvería a contar con él para los papeles protagónicos de “Wichita” y “El jinete misterioso” (también concocido como “La ley del juez Thorne”), dos wésterns rodados en 1955 en los que interpretó a personajes, el famoso sheriff Wyatt Earp y el juez Thorne, caracterizados por su autoritas.

(9) Joel McCrea y Dean Stokwell coincidirían de nuevo en “Amigos bajo el sol” (Kurt Neumann, 1951) adaptación al universo del wéstern del clásico de aventuras filmado en 1937 por Victor Fleming “Capitanes intrépidos”.

jueves, 20 de septiembre de 2018

PERSEGUIDO

(Pursued, 1947)

Dirección: Raoul Walsh
Guion: Niven Buchs

Reparto:
- Robert Mitchum: Jeb Rand
- Teresa Wright: Thorley Callum
- Judith Anderson: Medora Callum
- Dean Jagger: Grant Callum
- Alan Hale: Jake Dingle
- John Rodney: Adam Callum
- Harry Carey Jr.: Prentice
- Clifton Young: The sergeant

Música: Max Steiner
Productora: United States Pictures (USA)

Por: Jesús Cendón. NOTA: 8’5.

”Todo volverá a repetirse, pero ya no me importa. Sé que hay una respuesta que siempre he estado buscando. ¿Por qué siempre he estado solo? ¿Por qué todo salía mal? ¿Por qué hay odio en mí en lugar de amor? Había algo trágico en mi destino y también en el tuyo. Supongo que hemos perdido nuestra oportunidad y ya no podemos hacer nada”. Jeb Rand a Thorley Callum instantes antes de ser apresado por Grant Callum.


ARGUMENTO: Tras el asesinato de su familia, Jeb Rand es adoptado por Medora Callum que lo cría junto a sus dos hijos, Thorley y Adam, como uno más de la familia. Sin embargo su existencia estará marcada por el odio que le profesa Grant, el cuñado de Mrs. Callum.
Raoul Walsh, un director tan apegado a los géneros como tradicional en su forma de abordarlos, sorprendió en su vuelta al wéstern tras haber rodado una de sus cimas de un clasicismo arrebatador (1) con esta singular película del Oeste, una de las propuestas más innovadoras y arriesgadas dentro del wéstern en la década de los cuarenta.


Situada a caballo entre dos siglos, el filme, basado según palabras del propio guionista en hechos reales aunque también se ha visto en el mismo una libre adaptación de la novela “Cumbres borrascosas”, narra una historia de odio, venganza, traición, envidia, celos, pasiones amorosas y rivalidad fraternal en el seno de una familia de rancheros en Nuevo México. A la vez que están muy presentes temas como el destino, la fatalidad, el amor como elemento redentor y la suerte.


De hecho junto con el odio visceral profesado por Grant a Jeb, la vida de este último estará marcada por una moneda lanzada al aire que determina su incorporación a filas para enfrentarse a los españoles en la Guerra de Cuba de 1898 (2) y la pérdida de su parte del rancho a favor de Adam. Incluso la misma moneda le propiciará, a través del juego, una pequeña fortuna con la que comenzar una nueva vida junto a su amigo y protector Jake (interpretado por un Alan Hale alejado de sus habituales personajes de corte cómico como compañero del protagonista).


Sin embargo la ubicación espacio-temporal del filme no constituye un elemento determinante ya que podría haberse desarrollado en otro lugar y en otra época sin perder su esencia; porque en realidad la cinta bebe tanto del wéstern como de otros géneros.


Así, en primer lugar se aprecia la influencia de las tragedias clásicas y de los dramas shakesperianos, tan apreciados por el propio director y por Niven Busch, guionista que en su dilatada carrera escribió varios dramas familiares ambientados en el salvaje Oeste. Baste en este sentido recordar “Duelo al sol”, cuya novela fue adaptada al cine por King Vidor en 1946, o su guion para “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) que cuenta con su oportuna reseña. Películas en las que, además, describe mujeres de fuerte carácter fundamentales en el desarrollo de la trama.


Asimismo nos encontramos elementos propios del noir. Respecto a esta cuestión no creo que fuera casualidad la elección del director de fotografía, puesto que James Wong Howe, un genio de la iluminación con dos Oscar y diez nominaciones en su haber, fue uno de los pilares, junto con John Alton, en la codificación estílistica del cine negro norteamericano. En este filme su aportación resulta fundamental para reflejar la tortura psicológica y emocional vivida por el protagonista.



Como ejemplos del extraordinario trabajo del cameraman de origen chino cabe citar tres secuencias nocturnas: el enfrentamiento en un callejón entre Prentice, nuevo pretendiente de Thorley, y Jeb; aquella con una iluminación tenebrista más propia de una película de terror en la que Thorley confiesa a su madre sus verdaderos planes respecto a Jeb; y el asalto del rancho de Jeb por parte de Grant y sus secuaces con la posterior huida del protagonista, escena en la que, por otra parte, Raoul Walsh muestra su maestría para crear suspense y tensión. Igualmente destacable es la secuencia del entierro de Prentice que podría haber sido rodada por el mismísimo Luis Buñuel por su composición e iluminación marcadamente surrealistas.


También propio del cine negro es el recurso a la voz en off del protagonista. Jeb Rand se convierte, de esta forma, en el narrador omnisciente del relato y quizás en este hecho radica una de las escasas debilidades de la película puesto que llega a relatar acontecimientos en los que no estaba presente (¿Cómo sabe Jeb el contenido de la conversación mantenida entre su madre adoptiva y Grant tras haber intentado este asesinarle cuando era un adolescente?).


Igualmente característico del noir es la propia estructura del filme a través de varios flash-backs. Así tras la secuencia inicial que arranca con una panorámica de uno de los personajes galopando (3) para a continuación revelarnos la situación desesperada del protagonista, la acción se retrotrae en el tiempo con el objeto de dar a conocer el espectador cómo ha llegado Jeb a esa circunstancia.


Por último tenemos al propio protagonista, Robert Mitchum, cedido por la RKO a la United States Pictures una pequeña compañía vinculada  a la Warner Brothers de la que era participe el propio Niven Buchs, que ese mismo año con “Retorno al pasado” (Jacques Tourneur) comenzaría a forjar su imagen definitiva muy vinculada al cine negro (4).

Incluso la mayor parte de los temas compuestos por Max Steiner remiten a melodramas o a thrillers, reforzando esta doble influencia.


En tercer lugar la película es deudora de la corriente psicoanalista tan en boga en el Hollywood de la década de los cuarenta (5) y cuyo paradigma fue “Recuerda” (Alfred Hitchcock, 1945), que incluso contó con la participación de Dalí como diseñador de la escena del casino. Así Jeb, de los luctuosos acontecimientos vividos de niño, tan sólo rememora unas espuelas y unos destellos de luz que lo atormentan en sueños y será el regreso al lugar en donde se produjeron lo que provoque el recuerdo de la secuencia completa. De esta forma, en un final memorable, tanto Jeb como el espectador, conocerán las razones del odio de Grant y cómo este ha sido fundamental en las desgracias acaecidas al protagonista que han marcado su vida hasta ese momento.



El merito de Walsh consiste en integrar todos estos elementos e influencias tan dispares evitando en todo momento lo que podría haber sido un pastiche para crear un filme arrebatador de una gran coherencia, de una rotunda modernidad (anticipa varias claves del wéstern de la década siguiente) y enormemente complejo que cuenta con un ritmo, como era habitual en él, trepidante. Destacaría en este sentido cómo necesita tan sólo dos planos para mostrarnos el paso del tiempo o la utilización magistral del recurso de la elipsis narrativa en la escena del juicio de Jeb.

Igualmente meritoria es la creación de los cinco presonajes principales que sustentan el drama: los tres hermanos (incluido Jeb), su madre y el cuñado de esta.


Jeb Rand, memorable Robert Mitchum en un papel para el que se pensó en Montgomery Clift y Kirk Douglas, es el típico héroe trágico. Un hombre incapaz de gobernar su vida al verse sobrepasado constantemente por unos acontecimientos no provocados por él. Un individuo que intenta desesperadamente buscar en su pasado la explicación de su dramática situación actual y evitar con ello su sino, un destino que se estrecha peligrosamente sobre él igual que, en la escena final, la horca alrededor de su cuello.


Thorley Callum, personaje escrito por Niven Buchs especialmente para Teresa Wright (6), es la hermana adoptiva y posterior amante de Jeb. En todo momento intentará mantener unida a la familia y sobre todo a sus dos hermanos, debatiéndose entre el amor fraternal que profesa a Adam y la pasión que siente por Jeb con el que la une una especial sintonía, confirmada por su hermano adoptivo cuando le dice: “Siempre podías pensar con mi mente y sentir con mi corazón”. La actriz, por la que tengo debilidad, lleva a cabo una extraordinaria interpretación pasando de ser una mujer dulce (típico papel desarrollado a lo largo de su carrera) a una persona dura, fría y calculadora que, a pesar de amar a Jeb, idea un plan para acabar con él tras haberse convertido en su esposa.


Adam Callum, al que dio vida un debutante John Rodney, que se mostrará desde niño como un rival de Jeb. Rivalidad acrecentada tanto por la participación de este en la guerra y la envidia que le provoca la condecoración tras su regreso; como por los celos causados por la relación del protagonista con su hermana. Vislumbrándose un cierto deseo incestuoso respecto a Thorley.


Medora Callum, encarnada por una excelente Judith Anderson que interpreta un papel muy alejado de su perversa señora Danvers en “Rebeca” (Alfred Hitchcock, 1940) o de la interesada amante de T. C. Jeffords en “Las Furias”. Estamos ante una mujer bondadosa y protectora que intenta compensar un “pecado” del pasado adoptando a Jeb y tratándolo como un verdadero hijo. Es junto a Grant el único personaje conocedor de la terrible verdad que está condenando a Jeb en el presente, pero se niega a confesársela a su hijo porque como le dice cuando era niño: “No hagas preguntas al pasado. Para ti no hay respuestas”. Personaje que parece perder importancia a medida que avanza la narración, se revelará fundamental en la resolución del drama.


Y Grant Callum (magnífico Dean Jagger) verdadera encarnación del Mal. Un ser maquiavélico cuyo único objetivo en la vida es acabar con Jeb para culminar su venganza. Un individuo que, cual demonio, tentará primero a Adam y posteriormente a Prentice, encizañándolos contra Jeb y utilizándolos como instrumento de su revancha.


En definitiva, “Perseguido”, actualmente caída en el olvido a pesar de haber sido alabada por directores como Martin Scorsese o Sergio Leone, constituye una clara muestra tanto del enorme talento narrativo como del genio creativo de su autor, uno de los mayores directores del Hollywood clásico, por lo que es de visión imprescindible para todo aficionado al género. 

(1) En 1941 Raoul Walsh había dirigido a Errol Flynn en “Murieron con las botas puestas”, una gran epopeya sobre la vida y muerte del general Custer ya reseñada en este blog.

(2) Al igual que en “Cielo Amarillo”, que también cuenta con su oportuna reseña y fue dirigida un año después por William Welman, la situación vivida por Jeb tras su regreso de la guerra y su aparente inadaptación; así como, las consecuencias en la población civil de su retorno, fundamentalmente en su hermano Adam, aluden claramente a las dificultades, la amargura y el desencanto que estaba viviendo la sociedad estadounidense tras la II Guerra Mundial.

(3) En la escena de apertura del filme, y como igualmente haría en la también comentada “Juntos hasta la muerte” (1949), el director nos muestra a través de la utilización de la panorámica la fragilidad e insignificancia del ser humano en comparación con la solidez y grandiosidad de la naturaleza.

(4) La figura de Robert Mitchum quedaría definitivamente asociada al cine negro gracias a una serie de películas protagonizadas en el seno de la RKO, entre las que destacan, junto a la mencionada “Retorno al pasado”, “Encrucijada de odios” (Edward Dmytrick, 1947), “El gran robo” (Don Siegel, 1949), “Donde habita el peligro” (John Farrow, 1950), “El soborno” (John Cromwell, 1951), “Macao” (Josef Von Stenberg, 1952) o “Cara de ángel” (Otto Preminger, 1952). En 1949 protagonizaría, además, “Sangre en la luna” un wéstern dirigido por Robert Wise claramente influenciado, la igual que “Perseguido”, por el noir.

(5) Entre los ejemplos hollywodienses más sobresalientes durante la segunda mitad de la década de los cuarenta de esta corriente podemos citar, junto con la señalada “Recuerda”, a “El séptimo velo” (Compton Bennet, 1945), “Secreto tras la puerta” (Fritz Lang, 1947), “Nido de víboras” (Anatole Litvack, 1948) o “Vorágine” (Otto Preminger, 1949).

(6) Teresa Wright estuvo casada con Niven Buchs desde 1942 a 1952 y volvió a coincidir con Robert Mitchum en “El rastro de la pantera” (William Wellman, 1954). Wéstern, tan singular como “Perseguido”, sobre los miedos y disputas existentes entre los miembros de una familia escasamente cohesionada. 

miércoles, 6 de junio de 2018

DODGE, CIUDAD SIN LEY

(Dodge City, 1939)

Dirección: Michael Curtiz
Guion: Robert Buckner

Reparto:
- Errol Flynn: Wade Hatton
- Olivia de HavillandAbbie Irving
- Ann SheridanRuby Hilman
- Bruce CabotJeff Surret
- Alan HaleAlgernon “Rusty” Hart
- Frank McHughJoe Clemens
- John LitelMatt Cole
- Henry TraversDr. Irving
- Victor JoryYancey
- William LundinganLee Irving
- Guinn “Big Boy” WilliamsTex Baird
- Gloria HoldenMrs. Cole
- Ward BondBud Taylor
- Russell SimpsonJack Orth

Música: Max Steiner
Productora: Warner Bros. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“¡Escucha eso. Cantan himnos y ni siquiera es domingo. Ay, esta ciudad se está haciendo tan pura y noble que no hay quien viva en ella!” Tex Baird a Wade Hatton y Algernon “Rusty” Hart tras haber pacificado Dodge City.


1939 es, sin duda, un año esencial para la génesis y la evolución del wéstern como género tal y como lo identificamos en la actualidad.


John Ford con “La diligencia”, un filme adulto con una historia de gran hondura y personajes muy bien construidos con el que el wéstern alcanzó la madurez, no sólo mostró el camino por dónde debían discurrir este tipo de películas para gozar de la misma consideración que otros géneros cinematográficos. Sino que las majors por fin comenzaron a confiar en las películas del Oeste, rescatándolas del papel desempeñado hasta ese momento como complemento del filme principal en las sesiones dobles y apostaron por ellas como cintas de las que se podían obtener pingües beneficios y que, asimismo, podían convertirse en excelentes vehículos para lanzar las carreras de sus estrellas especializadas en películas de acción.


Así dos de los grandes estudios hollywoodienses produjeron ese año costosos wésterns que rivalizaron entre si. La Paramount puso en marcha “Union Pacific”, filme dirigido por Cecil B. De Mille ya reseñado en el blog; mientras que la Warner Bross. se embarcó en “Dodge, ciudad sin ley”. Curiosamente ambos filmes son complementarios al pivotar sobre el ferrocarril como elemento fundamental para la unión, el progreso y el desarrollo de la nación; pero mientras que “Union Pacific” se centra en su construcción, “Dodge, ciudad sin ley” aborda las consecuencias originadas por la misma. De hecho, da la sensación de que “Dodge, ciudad sin ley” arranca justo en el momento en el que finaliza “Union Pacific”, por lo que es recomendable la visión conjunta de ambos wésterns.


ARGUMENTO: Años después de su fundación, junto a la nueva línea de ferrocarril, Dodge City se ha convertido en una urbe controlada por los forajidos. Wade Hatton, un aventurero que participó en la construcción de la línea ferrea, tras asistir a la muerte de un niño decide aceptar el cargo de sheriff para limpiar la ciudad de malechores.


La película de la Warner se centra en un hecho histórico cuya proximidad temporal con la cinta es notable, el nacimiento en 1871 de la ciudad de Dodge City cerca del famoso Camino de Santa Fe; así como en los problemas surgidos en la ciudad por su crecimiento desordenado durante la década siguiente en la que cobró gran importancia la presencia en número creciente de  pistoleros y cowboys atraídos por la riqueza generada por el extraordinario desarrollo de la ganadería durante los años ochenta favorecida, igualmente, por la construcción de las líneas férreas.


Además los hermanos Warner concibieron el filme como una gran superproducción e, incluso, decideron rodarla en color, con el enorme coste adicional que suponía esta elección; y destinaron para su realización a gran parte de los mejores profesionales en la nómina de la productora. El músico Max Steiner que compuso una banda sonora muy pegadiza; el director de fotografía Sol Polito, uno de los técnicos que más contribuyó a la impronta visual de la compañía durante los años treinta y cuarenta; Hal B. Wallis, un productor caracterizado por su minuciosidad y por el férreo control ejercido sobre todas las fases de la realización de cada filme; y, sobre todo, el director Michael Curtiz.


Nacido en Hungría en una familia judia, Curtiz emigró a Hollywood en 1926 contratado por Jack Warner, desarrollando una fructífera carrera en los EEUU durante más de cuarenta años. Su época de máximo esplendor coincidió precisamente con el período en el que estuvo contratado por la Warner Bross. (1926-1954), época en la que se convirtió, junto a Raoul Walsh, en el director de confianza de la compañía (tan sólo en la década de los treinta rodaría cuarenta y cinco películas e intervendría en otras siete aunque sin acreditar). Mundialmente conocido por su obra maestra “Casablanca” (1942), al haber permanecido durante gran parte de su carrera al servicio de una major, y al igual que otros directores como Henry Hathaway o Henry King (ambos asalariados de la 20th Century Fox) o incluso durante años Raoul Walsh, no ha gozado del reconocimento que por su talento merecía.


Igualmente, la importancia que los hermanos Warner dieron a “Dodge, ciudad sin ley” quedó patente en la fastuosa premiere organizada en la propia ciudad de Dodge, para la que se llegaron a alquilar varios aeroplanos y una locomotora del siglo XIX, además de organizarse un multitudinario desfile a la cabeza del cual, montado a caballo, iba Errol Flynn. Definitivamente el wéstern gozaba de la misma consideración que los llamados géneros serios.

Y ¿Qué nos encontramos en esta película?


Ante todo con una cinta espectacular, grandiosa y colorista que ha pasado a la Historia del cine como compendio de los temas, escenas y personajes de este género, y que al mismo tiempo llevaba implícita, como era habitual en las cintas de los hermanos Warner de esa época, cierta crítica social al denunciar los excesos en el proceso de industrialización, simbolizado en el ferrocarril, y la necesidad de su correción; presentando, además, a la prensa como institución fundamental en su labor de denuncia para luchar contra la corrupción, el crimen y los abusos en el ejercicio del poder.


Así nos vamos a encontrar con pistoleros, cazadores de búfalos, ganaderos, sheriffs, coristas, peleas y números musicales en el saloon, tiroteos en las calles, intentos de linchamiento, caravanas, ferrocarriles, estampidas de ganado, ciudades sin ley convertidas en nuevas Babilonias, alusiones a la Guerra de Secesión y a los atropellos cometidos por los blancos con los nativos, etcétera. Situaciones y personajes que en la actualidad pueden parecer tópicos pero que en ese momento abrieron el camino para el desarrollo del género.
De entre la gran cantidad de escenas sobresalientes destacan sobre todo tres en las que Michael Curtiz volvía a demostrar su talento como director:


- La carrera al principio del filme entre la diligencia (símbolo de la tradición) y el tren (representante de la modernidad), que constituye toda una lección de montaje cinematogáfico.


- La pelea en el saloon que termina totalmente destrozado y ha pasado a la Historia del cine como una escena modélica. Incluso la propia Warner la repitió, pero con la utilización de armas de fuego, en “San Antonio” (David Butler, 1945).


- El aparatoso, llamativo y memorable enfrentamiento final en un tren ardiendo y a toda velocidad en el que, curiosamente, Wade no será quien acabe con Surret.


Pero lo que es su máxima virtud también constituye el principal defecto de la película. Es tal la intención de abrumar al público con la sucesión de escenas espectaculares, así como con otras en las que parece pretenderse mostrar el dinero invertido, que la narración se resiente, la cinta en su conjunto resulta dispersa y la historia principal, la pacificación de la ciudad por parte de Wade Hatton y sus fieles compañeros, tarda en arrancar y se resuelve de forma algo precipitada.


Como pareja protagonista la Warner apostó por el dúo más estable del Hollywood clásico. Me refiero a Errol Flynn, gran estrella de las películas de aventuras, y Olivia de Haviland; siendo esta la sexta de sus ocho colaboraciones entre 1935 y 1941, con títulos tan significativos como “El capitán Blood”, “La carga de la Brigada Ligera” y “Robín de los Bosques”, todas ellas dirigidas por Curtiz, o “Murieron con las botas puestas”,ya reseñada en este blog, bajo la batuta de Raoul Walsh.


Flynn exportó al wéstern las características principales de los personajes de sus películas de aventuras como la galanura o simpatía y nos brindó una composición enérgica, dinámica y gallarda como Wade Hutton. Un personaje basado libremente en la figura de Bat Masterson, sheriff del condado a finales de la década de los setenta y que, como Wade, había desempeñado distintos trabajos en la construcción del ferrocarril para, posteriormente, convertirse en cazador de búfalos o conductor de ganado; incluso en la película se insinúa su relación con la prensa escrita (al final de su vida fue periodista deportivo).


Olivia de Havilland repite el papel de enamorada del héroe, aunque como también era habitual al principio ambos personajes parecen incompatibles y su relación no comienza con buen pie. En todo caso, la historia de amor entre ambos adolece de cierta superficialidad y trivialidad.


Junto a ellos, protagonizando las escenas de corte cómico (la introducción de elementos humorísticos en dramas era otro de los sellos de identidad de la Warner), nos encontramos con Alan Hale, compañero habitual de Errol Flynn, y Guinn Williams. Ambos también constituirían una pareja humorística estable a las ordenes de esta major. Y como principal personaje negativo figura Bruce Cabot, amigo personal de Flynn, que interpreta a Jeff Surret, el principal enemigo de Wade, que al igual que el héroe resulta un personaje excesivamente plano, sin aristas y estereotipado. Por último, nos encontramos con Ann Sheridan que apenas puede mostrar su talento como cantante.


“Dodge, ciudad sin ley” puede parecer en la actualidad un filme del Oeste ingenuo y algo simple pero, sin duda, constituyó un hito en la época y fue fundamental para el asentamiento del género; además de inaugurar, prácticamente, un tipo de wéstern de carácter urbanita en el que el protagonista, un hombre íntegro y hábil con el revólver, terminará aceptando el cargo de sheriff de una ciudad con el objeto de acabar con los desmanes existentes.


Como curiosidad comentaros que el filme finaliza con un plano en el que se ve a Hutton-Flynn y de Havilland-Irving viajando hacia Virginia City para pacificarla. De esta forma la Warner estaba anunciando la siguiente película de Errol Flynn titulada precisamente “Virginia City”, en España se tradujo como “Oro, amor y sangre”; aunque Olivia de Havilland fue sustituida por Miriam Hopkins.