Dirección: André de Toth
Guion: Jack Moffitt, C. Graham Barker y Cecile Kramer.
Reparto:
Joel McCrea: Dave Nash
Veronica Lake: Connie Dickason
Don DeFore: Bill Schell
Donald Crisp: Jim Crew
Preston Foster: Frank Ivey
Arleen Whelan: Rose Leland
Charles Ruggles: Ben Dickason
Lloyd Bridges: Red Cates
Ray Teal: Ed Burna
Ian McDonald: Walt Shipley
Música: Adolph Deustch
Productora: Enterprise Production. (USA).
Por Jesús Cendón. NOTA: 7
“Walt no me ha abandonado. Él os miro a ti y a Frank y decidió que no me amaba lo suficiente para morir por mí” (Connie Dickason a su padre tras haber sido expulsado su amante, Walt Shipley, del pueblo).
ARGUMENTO: Tras ser abandonada por su amante, un ranchero dedicado a la cría de ovejas llamado Walt Shipley, por las presiones de los dos grandes ganaderos de la región, Frank Ivey y Ben Dickason, Connie, hija del último, decide hacerles frente. Para ello contará con la ayuda de Dave Nash, antiguo capataz de Walt, y de su amigo Bill Schell; aunque ambos se posicionarán de forma diferente respecto a la forma de actuar.
Película fruto de la colaboración entre Harry Sherman, productor independiente que inició su andadura con el cine silente y mostró su querencia por el wéstern (creó, entre otros, al personaje de Hopalong Cassidy), y la Enterprise Production, un pequeña compañía que en sus escasos tres años de vida se especializó en el noir con títulos como “Cuerpo y alma” (Robert Rossen, 1947), “La fuerza del destino” (Abraham Polansky, 1948) y “Atrapados” (Max Ophuls, 1949).La compañía llegó a un acuerdo de colaboración con Joel McCrea, pero su cierre en 1949 alteró estos planes. No obstante le dio tiempo a producir en 1948 “Cuatro caras del oeste”, un peculiar western dirigido por Alfred E. Green y protagonizado por el mencionado McCrea.
Pero volvamos al filme que nos ocupa. El resultado de la cooperación entre Sherman y la Enterprise fue una película original que buscó nuevos caminos para el western, anunciando en ciertos aspectos la corriente psicológica de este género y, sobre todo, se configuró como una mezcla de western y cine negro, del que toma prestado desde la atmósfera, gracias al gran trabajo de Russell Harlan (operador habitual de Howard Hawks), hasta determinados personajes, como el de la femme fatale para la que se escogió a Veronika Lake, actriz identificada con el noir a través de películas como “El cuervo”, “La llave de cristal”, ambas de 1942, y “La dalia azul” (1946) en las que formó pareja con Alan Ladd.
El proyecto se ofreció inicialmente a John Ford, pero este lo rechazó ya que estaba inmerso tanto en el rodaje de “Pasión de los fuertes” como, tras haber fundado la Argosy Pictures, en la producción de su próxima película (“El fugitivo”). El director de origen irlandés recomendó a André de Toth, un sólido realizador nacido en Hungría pero afincado en Los Ángeles tras haber huido de la barbarie nazi. Y su elección no pudo ser más afortunada, porque si por algo destaca este western es por su cuidada realización, patente en el inicio del filme a través de un gran travelling en el que nos presenta a los dos personajes principales entrando en el pueblo. Comienzo que marca el estilo de la película caracterizado por los abundantes planos secuencia acompañados de precisos movimientos de cámara; así como, por la certera utilización de la profundidad de campo a través de encuadres muy cuidados entre los que destacan aquellos en los que sitúa la cámara en el interior de una habitación enfocando a una ventana, con lo que consigue mostrarnos en un sólo plano lo que ocurre en el exterior y en la estancia o la escena de la cueva, de nuevo enfocando la cámara hacia afuera, con lo que obtiene un acertado contraste entre el interior de la caverna, en total oscuridad, y el luminoso exterior. Además de rodar escenas memorables como la del enfrentamiento nocturno entre Bill y Frank o el duelo final.
Sin duda, la dirección se muestra muy superior a un guion escrito a tres manos y basado en una novela de Luke Short, del que también se llevaron a la pantalla grande otros relatos como “Sangre en la luna” (Robert Wise, 1948) o “El valle de la venganza” (Richard Thorpe, 1951). Un libreto, con sus luces y sus sombras, bastante desconcertante y confuso durante los minutos iniciales al hacer constantes alusiones a personajes y situaciones desconocidos para el espectador como si este ya supiera de su existencia, dando la sensación de que a la película le falta una introducción que no sé si se quedó en la sala de montaje. Al mismo tiempo que no sabe sacar todo el provecho del enfrentamiento dramático entre Connie y su padre, ni explica suficientemente el estrecho vínculo entre este y Frank y la ascendencia del último sobre el primero. A su favor, sin embargo, cabe destacar sus reflexiones sobre la violencia, la legalidad y el abuso de poder, y los personajes principales, muy bien construidos y de una complejidad mayor de lo habitual.
Esta irregularidad se aprecia también en el elenco principal.
En primer lugar nos encontramos con Joel McCrea en el papel de Dave, el antiguo capataz de Walt. Un personaje, firme defensor de la legalidad, que ayudó a forjar su imagen de héroe integro e incorruptible, aunque ofrece matices peculiares que lo enriquecen. Así desde el inicio se nos informa de sus problemas con el alcohol, fruto de la pérdida de su mujer y su hijo. Por otra parte, su bondad o falta de intuición y entendimiento le llevará a ser engañado tanto por Connie como por Bill y a mostrarse desorientado en relación con los hechos. Y por último, en el más puro estilo del cine negro, será víctima de la fatalidad. De esta forma, aparece como un individuo sobrepasado por los acontecimientos y arrastrado por las circunstancias; tomando sus decisiones en función de aquellas. En definitiva, da la sensación de no ser dueño de su propio destino. Además este personaje le sirve a de Toth para mostrar su rechazo a la violencia, exponiendo de forma descarnada sus consecuencias.
Veronica Lake, a la sazón esposa en aquella época de André de Toth, volvió a formar pareja con McCrea tras la deliciosa comedia “Los viajes de Sullivan” (Preston Sturges, 1941) al dar vida a Connie, pero se muestra carente del carisma que su personaje requería; una auténtica femme fatale en torno a la cual gira la trama de la película. Mujer fría, calculadora, ambiciosa, inteligente, dura y manipuladora que utilizará a los hombres para conseguir sus objetivos. Buena muestra de su carácter es la frase que pronuncia al principio de la película en relación con sus planes y el probable enfrentamiento con Frank y sus hombres: “Siendo mujer no me harán falta armas”. Pero al mismo tiempo de Toth va a resaltar su fortaleza, en contraposición con la debilidad mostrada por su amante o su propio padre, y su determinación para combatir a un individuo del poder de Frank. En este sentido es un personaje que entroncaría con las protagonistas de las posteriores “Encubridora” (Fritz Lang, 1952), “Johnny Guitar” (Nicholas Ray, 1954), “Hombres violentos” (Rudolph Maté, 1954) y “Cuarenta pistolas” (Sam Fuller, 1957).
Mientras que en Don DeFore recae para mí el personaje más interesante del filme por su ambigüedad. El actor encarna a Bill, antiguo camarada de Dave y prototipo del vaquero de espíritu libre (“Trabajar ¿Para qué? Aún tengo dinero” le comenta a Dave cuando este va a buscarle). Leal a sus amigos, no dudará en ponerse del lado de Dave cuando este reclame su ayuda e incluso se sacrificará por él; pero al mismo tiempo cuenta con un reverso tenebroso y actuará a espaldas de su camarada. Primero provocando a uno de los hombres de Frank al que posteriormente asesinará, y después, obedeciendo las instrucciones de Connie, al provocar la estampida de su ganado; actuación que precipitará el drama.
Junto a ellos nos encontramos con Donald Crisp como el honrado sheriff que intentará evitar el baño de sangre y Preston Foster como el magnate Frank Ivery, un personaje a priori interesante pero poco desarrollado.
En definitiva “La mujer de fuego”, alabada por realizadores como Bertrand Tavernier o Martin Scorsese, nos muestra a un director de gran talento, generalmente encuadrado en producciones de bajo presupuesto y autor de wésterns como “El honor del capitán Lex” (1952), “Los últimos comanches” (1953), “Pacto de honor” (1955) y, su mejor aportación a este género, “El día de los forajidos” (1959), en los que dejó constancia de su gran capacidad visual y de su fiabilidad para poner en pie cualquier encargo con resultados más que aceptables.