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jueves, 14 de junio de 2018

MÁS RÁPIDO QUE EL VIENTO

(Saddle the wind, 1958)

Dirección: Robert Parrish y John Sturges (sin acreditar)
Guion: Rod Serling y Thomas Thompson

Reparto:
- Robert Taylor: Steve Sinclair
- Julie LondonJoan Blake
- John CassavetesTony Sinclair
- Donald CrispDennis Deneen
- Charles McGrawLarry Venables
- Royal DanoClay Ellison
- Richard ErdmannDallas Hanson
- Douglas SpencerHemp Scribner
- Ray TealBrick Larsson

Música: Elmer Bernstein
Productora: Metro Goldwyn Mayer. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5.

“¿Qué será de él?” “Seguirá el camino que lleva, pero algún día se enfrentará a alguien más rápido con el revólver y le enterrarán. Si tiene suerte le pondrán una cruz y si no la tiene dará igual, porque no tendrá a nadie para llorarle. Excepto yo. Yo sí” Conversación entre Joan y Steve sobre Tony tras haberse peleado los dos hermanos y haber abandonado el rancho este último.


ARGUMENTO: Steve Sinclair, tras una vida de apego al revólver, ha conseguido olvidarse de las armas de fuego y establecerse como ganadero gracias al apoyo de Dennis Deneen, gran terrateniente del valle en el que se ha instalado. Pero la llegada de un pistolero que pretende desafiarle, junto con el asentamiento de agricultores en el valle y el carácter impulsivo de su hermano, le pondrá de nuevo a prueba.


Sin duda “Más rápido que el viento” es un claro ejemplo del grado de madurez del género alcanzado en la década de los años cincuenta gracias, no sólo a la aportación de los grandes directores clásicos (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que siguieron ofreciéndonos muy buenos wésterns, sino también a la incorporación de nuevos directores como Mann o Daves, y de escritores del nivel de Borden Chase, Charles Schnee (aunque ambos ya habían elaborado a finales de los cuarenta el libreto de “Río Rojo”, filme de Howard Hawks ya comentado en este blog), Halsted Welles, Ben Maddow, Philip Yordan, o Burt Kennedy que ofrecieron una visión renovada y compleja del Far-West en la que los protagonistas se fueron alejando del arquetipo de héroe clásico para convertirse en individuos más ambiguos, al mismo tiempo que se solía incidir en las motivaciones de sus antagonistas que dejaron de ser personajes estereotipados. De esta forma, y con sus lógicas excepciones, mientras que los años cuarenta constituyen la época del esplendor del wéstern clásico, la década de los cincuenta se caracteriza por lo el denominado wéstern psicológico.


Es dentro de esta corriente donde se encuadra la película que nos ocupa al ofrecernos un drama complejo, grave, desaforado, de gran intensidad y muy bien construido en torno a dos hermanos y, al igual que estos, una serie de personajes torturados que buscan su lugar en el mundo, a través de los cuales se reflexiona sobre el insoportable peso del pasado, tanto a nivel individual como colectivo, las atroces consecuencias del uso de la violencia (tema recurrente en la filmografía del director) y la busqueda, en muchos casos infructuosa, de una segunda oportunidad. Nos encontramos, pues, ante un wéstern pacifista y con un tono marcadamente moralizador.


La escena inicial, con la llegada de un forastero de modales agresivos y aviesas intenciones, nos introduce de lleno en la tragedia que vamos a contemplar, ya que a pesar de buscar al mayor de los Sinclair por una cuenta pendiente, será el pequeño, Tony, el que gracias a un golpe de suerte acabe con él. El resultado del duelo será paradójico.


Por una parte, Tony, obsesionado con intentar devolver a su hermano mayor los cuidados y atenciones que tuvo con él mientras crecía, ha conseguido protegerle tanto de tener que retomar las armas y volver aunque fuera por unos instantes a su olvidada vida de pistolero, como del resultado incierto del duelo ya que, como el propio Steve le dirá a Tony tras el enfrentamiento: “Te pido sólo que te acuerdes de una cosa. En toda pelea hay uno que se acerca a la barra e invita a beber y otro cuyo nombre se graba en una lápida. Se tiene el cincuenta por ciento de probabilidades“.


Pero, al mismo tiempo, a partir de ese momento Tony estará condenado, marcando ese instante el inicio de la espiral de violencia en la que se adentrará, porque el pequeño de los Sinclair ha experimentado el poder de las armas y el reconocimiento y admiración que conlleva. De hecho, en una escena descarnada y cruel, Tony celebrará en la barra con varios ciudadanos su “éxito” mientras el cuerpo inerte de su contrincante se encuentra a sus pies sin que nadie lo retire para darle sepultura.


Esta actitud deshumanizada frente a la muerte y el dolor de sus semejantes de parte de los personajes es otra característica de la película. De esta forma, en otra escena, Tony y un compañero, tras haberse emborrachado, no dudarán en asaltar el campamento de unos agricultores recién llegados al valle con intención de instalarse en él, dando una brutal paliza a su líder al mismo tiempo que le humillan delante de sus compañeros, su mujer y su hijo.


Pero, sin duda, la secuencia que mejor define el posicionamiento ético del director frente a la violencia es la escena, magistral por otra parte, del asesinato por parte de Tony de uno de los colonos, en la que Parrish no nos ahorra ningún detalle. Así, tras recibir los impactos mortales, veremos a este durante unos segundos, que se hacen eternos, agonizar y arrastrase por el barro mientras su cuerpo se convulsiona. Pocas veces he visto en un wéstern de la época dorada una representación tan realista y brutal de un hombre muriendo.


Junto al gran guion del mítico Rod Serling, en su única incursión en este género, y la extraordinaria labor de Parrish en la dirección y del director de fotografía que sacan un gran partido al CinemaScope, a pesar de abusar del recurso feista de las transparencias cuando enfocan en planos medios a los protagonistas del filme, el wéstern se sustenta en las grandes interpretaciones de los actores.


Como protagonista figura Robert Taylor en una de sus últimas interpretaciones para la Metro Goldwin Mayer, major a la que estuvo ligado durante casi veinticinco años, siendo el galán oficial de la compañía durante las décadas de los treinta y los cuarenta, mientras que en la de los cincuenta se convirtió en el héroe ideal de una serie de películas de aventuras. Curiosamente fue en el wéstern donde pudo demostrar, gracias a una serie de personajes complejos, su valía como interprete dramático. Con su sobriedad y contención habituales encarna al mayor de los Sinclair, expistolero que, tras varios años, ha conseguido olvidar su pasado e iniciar una nueva vida como ganadero. Un personaje que presenta ciertas similitudes con el sheriff Jake Wade de “Desafío en la ciudad muerta” (película dirigida ese mismo año por John Sturges que cuenta con su oportuna reseña).


John Cassavetes, en contraste con Robert Taylor, nos ofrece una gran actuación mucho más expansiva, incluso rayando el histrionismo, apropiada al personaje que da vida, un cada vez más enloquecido y fuera de control Tony. Estamos ante un auténtico “rebelde sin causa” (de hecho el hermano pequeño de los Sinclair entroncaría con una serie de personajes interpretados en diversos dramas por jóvenes actores a finales de la década de los cincuenta y principios de la siguiente) con graves problemas emocionales que necesita no sólo el reconocimiento de los demás sino también su admiración. En este sentido, cobra gran importancia la secuencia desarrollada en el saloon con la presentacion a sus vecinos de su novia, Joan, como si fuera un trofeo. Individuo inseguro, tras el temprano fallecimiento de sus padres, fue criado por Steve durante su época de pistolero y ha crecido idolatrando a su hermano mayor al que pretende emular. Su carácter dual queda reflejado en la escena en la que, tras mostrarse amable e incluso romántico con Joan pidiéndole que le cante el precioso tema principal de la película, intenta sobrepasarse, lo que hará afirmar a esta: “Me besas como si hubieras pagado para ello. Y no me gustan esos besos”.


Julie London es Joan, una mujer maltratada por la vida, acostumbrada a vivir haciendo las maletas y con un pasado como corista, que acepta compartir el techo con Tony al ser la primera persona que le ha ofrecido algo de cariño y le ha mostrado respeto. Al igual que Steve sólo pretende romper con su vida anterior y comenzar una nueva existencia lejos de los ambientes depravados en los que se ha movido hasta ese momento. Un personaje interesante pero con nula incidencia en la trama principal, aunque será fundamental para que el espectador conozca el carácter de Steve y su especial relación con su hermano menor.

Junto a ellos tres grandes secundarios.


Charles McGraw, gran actor protagonista de varios noir en los años cuarenta y cuya afición a la botella truncó en parte su prometedora carrera, está perfecto como el agresivo Larry Venables, un pistolero con sed de venganza y una cuenta pendiente con el mayor de los Sinclair. Sin duda su peculiar rostro, que parecía esculpido en piedra, era muy apropiado para representar el papel.


Royal Dano encarna a un tenaz y digno jefe de los agricultores que pretenden asentarse en el valle después de haber recorrido medio país. Oficial nordista durante la Guerra de Secesión no duda en reclamar el terruño que le corresponde por ley y persiste en su intento a pesar de las amenazas y palizas recibidas. El personaje le sirve a Parrish para introducir el tema del peso de la guerra fratricida en la sociedad norteamericana, un conflicto bélico del que el país no se había repuesto y cuyas heridas áun no habían cicatrizado. Así, al típico enfrentamiento entre agricultores y ganaderos se superpone el combate entre el Norte y el Sur; pero, además, Parrish subvierte la situación de ambos bandos ya que los poderosos, los ganaderos propietarios de grandes terrenos, son los que fueron vencidos en la guerra, mientras los colonos, los nordistas, encarnan al proletariado, a los agricultores miseros y desarraigados que buscan desesperadamente un lugar en donde poder asentarse.


Por último, Donald Crisp da vida a Dennis Deneen, el gran terrateniente del valle y prácticamente padre adoptivo de Steve, al ser la única persona que creyó en él y le apoyó en su intento de abandonar las armas. Es un humanista que aborrece la violencia, sobre todo tras la muerte de su hijo, y será capaz de ceder ante los agricultores para evitar que el valle se tiña de sangre.


“Más rápido que el viento” es, sin duda, un wésten poderoso y original que gozaría de más reconocimiento y prestigio si lo hubiera firmado un director de mayor fama que Robert Parrish quien, al año siguiente, filmaría “Más allá de río Grande”, otro gran wéstern con el desarraigo como tema principal y otra vez Julie London como coprotagonista.


Como curiosidades comentaros que el fotograma que aparece en la carátula del DVD corresponde a una escena que debió quedarse en la sala de montaje; y que la película presenta ciertas semejanzas con “La ley de los fuertes” (Rudolph Maté, 1956) sobre todo en la relación atormentada entre los dos hermanos y en el pasado turbio de la prometida de uno de ellos.


jueves, 22 de febrero de 2018

EL HOMBRE DEL OESTE

(Man of the West, 1958)

Dirección: Anthony Mann
Guion: Reginald Rose

Reparto:
- Gary Cooper: Link Jones
- Julie London: Billie Ellis
- Lee J. Cobb: Dock Tobin
- Arthur O’Connell: Sam Beasley
- Jack Lord: Coaley
- John Denner: Claude
- Royal Dano: Trout
- Robert J. Wilke: Ponch

Música: Leigh Harlan
Productora: Ashton Production y Walter Mirisch production (USA). Distribuida por la United Artits

Por Jesús Cendón. NOTA: 9

“Ha debido de ser un movimiento reflejo. Es que yo pensaba que si faltaba usted acabarían también conmigo” (Sam explicando a Lynk la razón por la que se interpuso en el camino de la bala dirigida al expistolero).


Filme del mítico productor independiente Walter Mirisch (“Wichita”, “La gran prueba”, “Fort Masacre”, “El sheriff de Dogce City”, “Los siete magníficos”), y distribuido por la United Artits (política habitual de esta “major” caracterizada por encargarse de la distribución de filmes producidos por otras compañías más modestas) en la que se dieron la mano, en su única colaboración, dos grandes figuras del wéstern clásico: Gary Cooper y Anthony Mann.



El actor sólo en la década de los cincuenta trabajaría con gran parte de los más destacados directores en este género: Raoul Walsh en “Tambores lejanos” (1951), una especie de traslación de su gran éxito bélico “Objetivo Birmania” (1945) al universo del wéstern; Fred Zinnemann con “Sólo ante el peligro” (1952), película, reseñada en este blog, por la que obtuvo el Oscar y supuso la revitalización de una carrera algo alicaída; André De Toth en “El honor del capitán Lex” (1952); Hugo Fregonese en “Soplo salvaje” (1953), un wéstern contemporáneo situado en un país sudamericano que le volvió a emparejar con Barbara StanwycK; Henry Hathaway en “El jardín del diablo” (1954), también reseñada, una extraordinaria mixtura entre película del Oeste y filme de aventuras; Robert Aldrich con “Vera Cruz” (1954), igualmente con su correspondiente reseña en este blog, un wéstern fundamental para el desarrollo del género tanto en los EEUU como en Europa; Delmer Daves en “El árbol del ahorcado” (1959), película del Oeste muy original basada en una novela corta de la especialista Dorothy M. Johnson; o el propio Anthony Mann.



Por su parte el director nacido en San Diego, tras un “período de aprendizaje” en la década de los cuarenta con una serie de producciones de serie b e independientes enmarcadas dentro del noir (las más que notables “La brigada suicida”, “Ejecutor”, “Orden: caza sin cuartel” codirigida por Alfred L. Werker, “Border Incident” o “Side Street”, entre otras), se había convertido en uno de los máximos exponentes de este género gracias al ciclo de cinco películas rodadas con James Stewart como protagonista (todas ellas con su correspondientes reseñas en este blog). Además de habernos ofrecido otros wésterns de un nivel altísimo como el pro indio “La puerta del diablo”, también reseñado, y “Las furias”, tragedia griega ambientada en el Far-West, ambas rodadas en 1950; y “Cazador de forajidos” (1957), romántica aproximación a la figura del cazador de recompensas.



ARGUMENTO: Tras el asalto al tren en el que viajaba y una vez abandonado a su suerte, Lynk Jones junto a Billie, una cantante, y Sam, un tahúr, emprende el camino de vuelta a casa. Durante el trayecto los tres llegarán a un rancho aparentemente deshabitado, primitivo refugio de Lynk en su época de pistolero, donde se toparán con los antiguos miembros de su banda. Desde ese momento comenzará el juego por la supervivencia.



Si hay una palabra que define a “El hombre del Oeste” es innovación, ya que Anthony Mann se anticipó no sólo al wéstern norteamericano de finales de la década de los sesenta, sino incluso a las películas del Oeste filmadas en Europa, con esta historia de supervivencia a través de la cual nos describe un Oeste habitado por bandidos sanguinarios, coristas, tahúres y padres de familia de oscuro pasado muy alejado de la visión romántica aportada por el wéstern estadounidense clásico.



Una visión desmitificadora que, de forma natural, supone la culminación del camino emprendido con su ciclo de películas protagonizadas por James Stewart en el que nos mostró un Oeste nada heroico a través de personajes complejos cuyas motivaciones oscilaban entre el enriquecimiento personal y el sentimiento de venganza.



De hecho en este filme retoma temas tan habituales en la cultura anglosajona como los relativos a la segunda oportunidad y a la redención, ya presentes en “Horizontes lejanos”. Así Link Jones, un extraordinario y ajado Gary Cooper al que su enfermedad (fallecería tan sólo tres años después) le confirió una mayor autenticidad, se puede entender como un trasunto de Glyn McLyntock, el personaje interpretado por James Stewart en la nombrada “Horizontes lejanos”. De esta forma si Glyn, antiguo pistolero deseoso de abandonar su vida, debía demostrar su arrepentimiento y la sinceridad de sus sentimientos a los miembros de la comunidad para poder ser aceptado como un miembro más, a Link lo conocemos perfectamente integrado: es un hombre respetable, casado, padre de dos hijos y goza de la confianza de los habitantes de su pueblo, de tal forma que es el encargado de llevar una suma importante de dólares durante un largo viaje para contratar a una maestra. El proceso de redención de Glyn-Link aparentemente se ha consumado al haber sabido aprovechar el antiguo pistolero su segunda oportunidad.



No ocurrirá así con la corista (la actriz y cantante Julie London) que verá cómo se desvanecen sus intentos de cambiar de vida al lado del hombre del que se ha enamorado al no poder ser correspondida por Link. Mientras que Sam Beasley, un fullero caracterizado tanto por su egoísmo como por su cobardía y capaz de proponer a Link huir abandonando a Billie a su suerte en manos de la banda de forajidos, se redimirá en un acto tan heroico como suicida.



Y he hablado de aparente redención de Lynk porque para culminarla deberá enfrentarse a su pasado y terminar con él para siempre. Pasado representado por su tío y los miembros del grupo de forajidos que este capitanea y al que Lynk perteneció en su día. Son unos individuos con escaso presente y nulo porvenir, tan muertos como la ciudad fantasma en la que tendrá lugar el enfrentamiento final. Una larga escena que, por su magistral dirección, montaje y planificación, se sitúa entre los mejores momentos del wéstern y en la que destaca el duelo entre los dos primos cuyo embrión lo encontramos en el enfrentamiento final de “Tierras lejanas”; además de violar en ella Anthony Mann, como ya había hecho en otra secuencia anterior, el Código Hays que no permitía mostrar en el mismo plano al personaje que disparaba y al que recibía el disparo.



Hasta llegar a ese momento culmen, Lynk, para sobrevivir, deberá hacerse pasar por el marido de Billie, encontrándonos con otro de los temas centrales del filme, la impostura. No sólo ambos personajes van a simular estar casados sino que descubriremos que en el aparente bondadoso padre de familia anida un violento expistolero; mientras que Billie, la corista, en su día fue maestra, vida por la que siente añoranza, además de desear ante todo encontrar un buen hombre con el que fundar una familia; y el cobarde Sam (en una gran interpretación del actor de carácter Arthur O’Connell) se comportará en un momento decisivo con un gran arrojo. En definitiva, nadie es quien parece ser.




Es en su parte central en la que el filme presenta ciertas semejanzas con otra producción de 1958, el notable wéstern de John Sturges “Desafío en la ciudad muerta”; pero pienso que este lo supera al poseer Anthony Mann una mayor capacidad para indagar en los rincones más oscuros del alma sin acudir, para ello, a aburridos y pretenciosos discursos, sino tan sólo mostrándonos el comportamiento de Lynk y el de los miembros de la banda de forajidos. Un grupo decadente, sangriento y brutal a cuya cabeza se encuentra su tío Doc Tobin (inconmensurable Lee J. Cobb), un forajido que sueña con recuperar un pasado de esplendor que, quizás, nunca existió. Personaje duro e implacable, se mostrará realmente dolido con Lynk, al que había criado como un hijo, por haberlo abandonado y así le recriminará en un momento dado: “Eras algo muy mío ¿A qué vino eso de abandonarme?”; mientras que Claude, hijo de Doc y primo de Lynk, le reconocerá a este que cuando dejó a Doc vio a su padre llorar. Junto a Doc y su hijo Claude se encuentran Coaley, encarnado por el televisivo Jack Lord (Hawai 5-0), un pervertido sexual caracterizado por su sadismo; Ponch, al que da vida el habitual de este tipo de producciones Robert J. Wilke, tan fuerte como corto de entendederas; y el mudo Trout con querencia por la violencia, interpretado por el no menos habitual Royal Dano.




En consonancia con este “grupo salvaje” la película desprende una violencia y una crudeza inusual para la época, destacando dos escenas memorables. La brutal eutanasia a manos de Coaley de uno de los miembros de la banda que había resultado herido, con una magistral utilización del fuera de campo y del silencio como elementos dramáticos de primer orden; y el obligado striptease de Billie mientras que Link se ve amenazado por un cuchillo puesto en su garganta. Secuencia de la que suscribo el comentario del novelista José María Guelbenzu al definirla como una de las más violentas, dramáticas y tensas que ha dado el cine.



Película, por tanto, dura, sombría y amarga, “El hombre del Oeste” se configura como la cumbre cinematográfica de un extraordinario director, gran renovador de este género en la década de los cincuenta, por lo que su visión es obligada para cualquier amante del cine.