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jueves, 13 de marzo de 2025

RÍO LOBO


 (Rio Lobo, 1970)

Dirección: Howard Hawks
Guion: Burton Wohl y Leigh Bracket

Reparto:
- John Wayne (Coronel Cord McNally)
- Jorge Rivero (Capitán Pierre Cordona)
- Jennifer O’Neill (Shasta Delanay)
- Jack Elam (Phillips)
- Christopher Mitchum (Sargento Tuscarora Philips)
- Victor French (Ketcham)
- Susana Dosamantes (María Carmen)
- Sherry Lansing (Amelita)
- Mike Henry (Sheriff Tom Hendrinks)

Música: Jerry Goldsmith
Productora: Cinema Center Films, Batjac Production y Malabar

Por Jesús Cendón. NOTA: 6,75

Lo suyo fue una acción de guerra pero vender información significa traición, una sucia traición por dinero” El coronel McNally al capitán Cordona y el sargento Tuscarora.


SINOPSIS: En las postrimerías de la Guerra de Secesión un grupo de sudistas comandado por el capitán Cordona y el sargento Tuscarora asalta un tren para robar el oro trasportado. El coronel McNally, militar al frente de los envíos, jura encontrar al traidor que posibilitó el robo y vengar la muerte en el asalto de un oficial muy querido. Una vez finalizada la guerra sus pesquisas le llevarán a Río Lobo, una localidad controlada por el sheriff corrupto Hendrinks.



Tras el fracaso cosechado por su anterior filme “Peligro…línea 7000” (1965), quizás una de las películas menos logradas de su excelente filmografía, Hawks decidió no arriesgar y sus siguientes proyectos fueron dos wésterns protagonizados por John Wayne, para asegurarse con la presencia del veterano actor una excelente acogida en la taquilla (1), que suponen una especie de revisitación de la esplendida “Río Bravo” (1959), de tal forma que componen un peculiar tríptico popularmente conocido como “la trilogía de los ríos” donde se repiten personajes, situaciones y paisajes (los tres se rodaron, entre otras localizaciones, en el pueblo de Old Tucson).


Pero si en “El Dorado” Hawks retoma “Río Bravo” con unos héroes más vulnerables y avejentados por el paso del tiempo y las secuelas derivadas de sus profesiones, deslizándose de esta forma por la corriente crepuscular del género a pesar de su enorme vitalidad y la proliferación de gags; con “Río Lobo” nos deleitó a los amantes del género con un wéstern de tono optimista y postulados clásicos, con Wayne volviendo a representar a la justicia y a la ley frente a la anarquía del viejo Oeste y los abusos cometidos por poderosos sin escrúpulos; de tal forma que el filme constituye una rareza anacrónica respecto a las películas del Oeste filmadas durante esa época caracterizadas por su tono crepuscular o su perspectiva revisionista (2).


Para sacar adelante el proyecto Hawks, en su calidad de productor, se rodeó de profesionales de reconocido prestigio: el excelente músico Jerry Goldsmith quien compuso una gran banda sonora en la que sobresalen tanto los temas de corte intimista, destacando el que acompañaa los títulos de crédito de carácter minimalista, como los más épicos; el montador John Woodcock, quien ya había colaborado con él en “El Dorado”; el sobresaliente director de fotografía William H. Clothier, cuya presencia fue constante en este género; y, sobre todo, la magnífica guionista Leigh Bracket (3), prestigiosa escritora de novelas de ciencia ficción y autora de los libretos de los otros dos títulos de la trilogía quien sustituyó a Burton Wohl, autor del relato en el que se basa la película y de la mayor parte del libreto relativo al episodio desarrollado durante la Guerra de Secesión.



Bracket junto a Hawks, que como era costumbre en él retocó continuamente el guion, estructuró el filme en dos partes muy diferenciadas:

La introducción, de media hora, sin duda el tramo más original de la película, transcurre durante la Guerra Civil de los EEUU (de hecho “Río Lobo” es el único wéstern en el que Hawks abordó este conflicto), caracterizada por su dinamismo y ritmo trepidante y centrada en el asalto al tren, excelentemente planificado, dirigido y montado, y la posterior persecución al grupo sudista por parte del coronel McNally, quien ira dividiendo sus tropas hasta quedar sólo y ser atrapado por sus enemigos; aunque, posteriormente, los dos cabecillas rebeldes serán apresados por nuestro protagonista. Esta primera parte acaba con el fin del conflicto y la reunión mantenida por el coronel con sus anteriores enemigos en la que les revelará su plan de descubrir a los nordistas traidores que posibilitaron los robos a los trenes y la muerte de un oficial nordista muy querido por él. A través de la actitud mantenida con los sudistas Cordona y Tuscarora por parte del coronel nordista, mostrándoles su respeto e incluso camaradería por su condicón de exmilitares y no reprochándoles sus golpes de mano al haber cumplido en todo momento con su deber, Hawks introduce el tema de la reconciliación entre los bandos que protagonizaron el conflicto bélico; cuestión que planeará a lo largo de todo el filme.


La parte central y más larga, un wéstern urbanita y en determinados momentos claustrofóbico, se localiza fundamentalmente en los pueblos de Blacthorne y, sobre todo, Río Lobo, repitiendo el esquema básico desarrollado en los dos filmes anteriores de la trilogía: un grupo reducido de individuos enfrentados con una banda de malechores superior en número que intentan imponer su voluntad a los habitantes del pueblo mediante el uso de la violencia. Además de repetir situaciones ya vistas en las anteriores películas como por ejemplo la decisión de hacerse fuertes en la cárcel (símbolo de la ley y el orden transgredido por el sheriif y sus ayudantes) o todo el enfrentamiento final con intercambio de rehenes incluido. Incluso varios personajes parecen recuperados tanto de “Río Bravo” como de “El Dorado”. Así Shasta, “una mujer triste con una historia triste que contar”, contiene rasgos tanto de Feathers (Angie Dickson en el clasíco de 1959) al presentárnosla como un personaje enérgico, independiente, con gran determinación y fortaleza, como de Mississippi (James Caan en el filme de 1967) al perseguir al asesino de su amigo y mentor; mientras que no es difícil rastrear la huella de Stumpy (Walter Brennan) y Bull (Arthur Hunnicutt) en el viejo, bebedor y cascarrabias Phillips, estupendamente interpretado por Jack Elam.


Incluso los guiños a los dos filmes anteriores son constantes; así, por ejemplo, tras tirar Phillips una botella McNally le dirá que sólo hace falta que toque la trompeta (clara alusión al personaje de Bull en “El Dorado”) o justo antes del enfrentamiento final McNally cambiará su rifle por el wínchester con la palanca más redondeada que portó en los dos wésterns anteriores.


Este tramo, además, permite al director abordar temas habituales en su filmografía como el de la amistad varonil, la lealtad, la profesionalidad (Wayne sólo aceptará la ayuda de varios hombres al saber que fueron soldados en la guerra y no simples granjeros) o el sentido del deber; además de ahondar en el relativo a la necesaria reconciliación nacional tras la guerra civil a través de la unión en un mismo grupo de los antiguos enemigos.


Pero, a pesar de contener buenas escenas de acción como el tiroteo en el saloon, y acertados gags, destacando el de la visita de McNally al dentista quien se ve obligado a ponerle realmente una inyección dadas sus escasa aptitudes como actor (4), la película va poco a poco perdiendo intensidad y brio, encontrándonos con una dirección de Hawks meramente funcional e incluso desganada en varias secuencias del filme. Al parecer su actitud se debió a los constantes choques mantenidos con Jennifer O’Neill que en palabras de “el zorro plateado” se comportó durante todo el rodaje como una estrella caprichosa cuando, prácticamente, debutó con esta película en la gran pantalla. De hecho fue Wayne el que, como favor a Hawks y para evitar mayores enfrentamientos, se ocupó durante gran parte de la filmación de dirigir a los actores.


Y es precisamente en el elenco donde encontramos otra de las debilidades de la película. Wayne ofrece una actuación inferior a las que nos tenía acostumbrados aunque, a sus sesenta y tres años, vuelve a mostrar que su carisma se mantenía intacto; pero parece algo incómodo con un personaje que no correspondía a su edad y, de hecho, no protagonizará ninguna trama amorosa mostrándose ante las mujeres tan sólo como “un hombre confortable”. Además, dada la diferencia de edad, no se percibe demasiada química con el resto de reparto: Jorge Rivero, Jenniffer O’Neill y Chris Mitchum, añorándose el magnífico entendimiento que tuvo con sus compañeros de las otras dos películas de la trilogía: Dean Martin y, sobre todo, Robert Mitchum. De hecho Hawks pensó en este último como coprotagonista pero tener a ambas estrellas disparaba el presupuesto del filme concebido como un wéstern modesto y la Cinema Center Films (5), coproductora de la película, se negó a abonar los emolumentos de Mitchum; por lo que Hawks decidió dividir el papel inicialmente previsto en dos: el capitán Cordona al que dio vida Jorge Rivero y el sargento Tuscarora asignado a Chris Mitchum (6), precisamente el hijo mediano de Bob.


El primero, un actor mejicano con algunos filmes en su haber, se muestra bastante soso, titubeante (tuvo problemas con el idioma) e incapaz de brillar en la relación amorosa mantenida con Jennifer O’Neill que resulta bastante anodina. Mientras que el segundo se limita a desplegar su simpatía natural a lo largo de la cinta.


Por su parte Jenniffer O’Neill no era la actriz adecuada para dar vida a una mujer de fuerte carácter como Shasta Delanay y, además, sus constantes choques con el director llevaron a éste a recortar su papel. Así, pasará de tener un gran protagonismo, incluso en las escenas de acción (tiroteo en el saloon, rescate del viejo Philips) a desaparecer en todo el tramol final de la película provocando un cierto desconcierto en el espectador; mientras que paralelamente adquieren mayor peso durante el desenlace de la cinta  otros dos personajes femeninos: María Carmen interpretada por Susana Dosamantes (madre de la cantante Paulina Rubio) y, sobre todo, Amelita, a la que dio vida Sherry Lansing, quien acaba con la vida del sheriff Hendrinks, encarnado por Mike Henry (6), y comparte el último plano del filme con John Wayne.


Del inadecuado elenco se salva un estupendo Jack Elam al dar vida al viejo Phillips; pero, en realidad, el actor era trece años más joven que John Wayne acentuándose aún más el desajuste existente entre ambos personajes. De tal forma que Wayne, consciente de este hecho, parece parodiar su personaje en varias escenas de la película.



No obstante cabe señalar que “Río Lobo”, pese a la opinión de Hawks sobre ella (8), sus baches narrativos y los problemas anteriormente citados, constituye un sólido y a veces vigoroso wéstern, un regalo muy especial de “el zorro plateado” a las personas que crecimos con este género y una más que digna despedida de uno de los tres grandes directores, junto a John Ford y Raoul Walsh, del Hollywood clásico.


(1) John Wayne, como recoge el crítico y especialista Juan Tejero en su libro “Duke, la leyenda de un gigante”, se mantuvo entre los diez actores más taquilleros durante el período 1949-1973, con la excepción de 1958. De hecho fue el primero en 1950. 1951, 1954 y 1971; el segundo en 1956, 1957, 1963, 1965 y 1969; el tercero en 1952, 1953 y 1955; y el cuarto en 1949, 1961, 1962, 1964, 1968, 1970 y 1972. Tal era su popularidad que se extendió la frase “voy a ver una película de John Wayne” con independencia del director que filmaba la cinta protagonizada por él y la temática de la misma.

(2) Solamente en 1970, año del rodaje de “Río Lobo”, se produjeron, entre otras, las desmitificadoras y revisionistas “Pequeño gran hombre” y “Soldado azul”, la también revisionista y naturalista “Un hombre llamado caballo”, las crepusculares “La balada de Cable Hogue” y “Monty Walsh”; las spaghetteras “El Cóndor”, “Los forajidos de Río Bravo” y “Cañones para Córdoba”; o la memorable farsa “El día de los tramposos”. Películas muy alejadas de la visión y el tono empleados por Howard Hawks en el largometraje objeto de esta reseña.

(3) Recientemente la editorial Valdemar en su colección Frontera ha publicado su excelente novela wéstern “Sigue el viento libre”.

(4) En realidad fue una broma improvisada por Hawks a modo de homenaje al protagonista del filme ya que el actor por fin había visto reconocida su carrera al recibir el Oscar por su interpretación del sheriff Rooster Cogburn en “Valor de ley” (Henry Hathaway, 1969); coincidiendo su entrega con el rodaje de esta película.

(5) Cinema Center Films, compañía cinematográfica de la CBS, produjo desde 1968 a 1972 treinta filmes, generalmente de presupuesto ajustado. Entre ellos el mencionado “Monty Walsh”, cuya dirección ofrecieron precisamente a Howard Hawks quien declino la oferta, por lo que finalmente se ocupó de ella el televisivo William A. Fraker; y otras dos wésterns en 1970 que cosecharon un gran éxito, las también citadas “Pequeño gran hombre” (Arthur Penn) y “Un hombre llamado caballo” (Elliot Silverstein).

(6) Christopher Mitchum volvería a trabajar junto a John Wayne en “El gran Jack” (George Sherman-John Wayne, 1971), interpretando, junto a Patrick Wayne, a uno de sus hijos. 

(7) Mike Henry, que actuó junto a John Wayne en “Boinas Verdes” (John Wayne-Ray Kellog, 1968), panfleto bélico a favor de la intervención estadounidense en Vietnam mal acogido por crítica y público, fue el encargado de dar vida a Tarzán en tres producciones entre 1966 y 1968, obteniendo cierta popularidad. 

(8) Llegó a afirmar que la película no valía nada y que Wayne estaba demasiado mayor y torpe.

jueves, 10 de enero de 2019

DOS HOMBRES CONTRA EL OESTE

(Wild rovers, 1971)

Dirección: Blake Edwards
Guion: Blake Edwards

Reparto:
- William Holden: Ross Bodine
- Ryan O’Neal: Frank Post
- Karl Malden: Walter Buckman
- Lynn Carlin: Sada Billings
- Tom Skerrit: John Buckman
- Joe Don Baker: Paul Buckman
- James Olson: Joe Billings
- Leora Dana: Nell Buckman
- Moses Gunn: Ben
- Victor French: Sheriff

Música: Jerry Goldsmith
Productora: Geofrey Production

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,5

“Escucha Frank, encuéntrame a un vaquero, joven, viejo o de mediana edad, que tenga algo más de cuatro dólares en el bolsillo y yo te encontraré a un vaquero que dejó su oficio y se dedicó a robar bancos”. Ross Bodine a Frank Ross.



Hablar de Blake Edwards es hablar de un director dotado excepcionalmente para la comedia que firmó algunas de las páginas más brillantes de este género a finales de los años cincuenta y durante la década siguiente. Basta citar algunos ejemplos para darnos cuenta de la importancia de su legado: “Operación Pacífico” (1959), magnífica parodia de los filmes bélicos con Cary Grant recordando su papel en “Destino Tokio” (Delmer Daves, 1943); “La carrera del siglo” (1965), divertido homenaje al cine silente de la Keystone; y dos películas que convirtieron a Peter Sellers en estrella y en un referente del género “La pantera rosa” (1962) y “El guateque” (1968), probablemente su obra maestra.



La calidad de esta ingente producción, al igual que ha ocurrido con otros directores especializados en la comedia, como salvando las distancias Billy Wilder, ha ensombrecido su aportación notable a otros géneros. Así Edwards es el responsable de “Días de vino y rosas” (1962), una de las mejores aproximaciones rodadas en Hollywood sobre las consecuencias del alcoholismo en cuyo final, tan conmovedor como desolador, el protagonista ve a su mujer perderse en la oscuridad de la noche y, metafóricamente, del alcohol (1). Ese mismo año también rodó “Chantaje contra una mujer” (1962), notable thriller protagonizado por Glenn Ford y, al igual que la anterior película, Lee Remick; y un año antes dirigió la versión, algo edulcorada y censurada, de la excelente novela de Truman Capote “Desayuno con diamantes”; además de ser el principal responsable de la mítica serie policíaca “Peter Gunn” (1958-1961).



Precisamente a comienzos de la década de los setenta y coincidiendo con su etapa más errática y menos lograda desde el punto de vista artístico, Edwards realizó su única incursión en el wéstern. Un proyecto muy personal producido por su propia compañía, la Geofrey Production, bautizada con el nombre de uno de sus hijos al que reservó un pequeño papel en el filme; además de ser la primera vez que dirigía un guion escrito en solitario por él.



ARGUMENTO: Ross Bodine y Frank Post, dos cowboys asalariados en el rancho de Walter Buckman, tras la muerte de un compañero deciden escapar de sus vida miserable y asaltar un banco para, posteriormente, refugiarse en México. Sin embargo, perseguidos por los hijos de Walter, el resultado no será el deseado.



Se inicia un nuevo día y con él otra jornada tediosa para los cow-boys consistente en marcar reses, reparar alambradas, pastorear el ganado, desayunar; pero esa mañana ocurrirá un hecho desgraciado que transformará la vida de dos de ellos.



Así comienza un sentido wéstern de gran belleza y tono crepuscular en el que se puede rastrear la huella de dos filmes muy populares rodados en 1969: “Grupo Salvaje” y “Dos hombres y un destino”.



Por una parte se aprecia la influencia de “Grupo salvaje” (Sam Peckinpah), no sólo por el uso de la cámara lenta en las escenas de acción, con la intención de enfatizar la violencia; sino también en el propio esqueleto argumental del filme con unos bandidos perseguidos incansablemente por un grupo cuyos miembros no son superiores desde el punto de vista moral a ellos; e, incluso, en algunas escenas como aquella en la que Ross pasa la noche con una prostituta justo antes de participar en un sangriento tiroteo. Además, la elección como protagonista de William Holden cuya imagen, dos años después, estaba aún asociada a la de Pike Bishop, otro personaje maldito e inconformista enfrentado a la sociedad, no creo que fuera casual. A todo ello también hay que añadir la visión mítica de México como una arcadia que constituye, a la vez, la única esperanza y el último refugio de los protagonistas.



Por otra parte recuerda a “Dos hombres y un destino” (2). De hecho al igual que en la película dirigida por George Roy Hill estamos ante una buddy movie que nos narra una bella historia de amistad entre los dos personajes principales, con la particularidad de que uno de ellos, Ross Bodine interpretado excelentemente por un maduro William Holden (3), es un hombre en el otoño de su vida y como tal más experimentado, reflexivo y descreído; mientras que el otro, Frank Ross al que da vida un inaguantable Ryan O’Neal (3), es un joven de 21 años impulsivo, soñador y más inestable. A los largo del filme asistiremos al crecimiento de su amistad y a la resolución, siempre unidos, de cuantas complicaciones surjen en su periplo liberador, porque la camaradería es lo único que tienen y a ella se aferrarán para desafiar a las circunstancias adversas. Incluso su especial vínculo llegará a tornarse en una una especie de relación paternofilial.



Los profundos sentimientos entre ambos quedan perfectamente reflejados en dos secuencias. Aquella en la que Roos intenta extraer la bala de la pierna de Frank mostrando el dolor que le produce el daño que está ocasionando a su amigo; y otra en la que, después de haber hecho todo lo posible para salvar la vida de Frank, Ross se da cuenta del fallecimiento de su compañero y le sigue hablando mientras le cubre delicadamente con la manta; pocas veces se ha mostrado con tanta poesía, sensibilidad, sencillez y naturalidad la muerte de un personaje en el cine.



En realidad nuestros antihéroes no dejan de ser dos ilusos que por primera vez creen poder engañar a su destino tomando las riendas de su existencia. El sino, por tanto, se convierte en uno de los temas del filme, apreciándose respecto a esta cuestión la influencia del cine negro, en general, y de Fritz Lang , en particular, en cuyos tres wésterns este aspecto estaba presente, sobre todo en “Espíritu de conquista” (1941).



Así, como en el cine del maestro alemán, el filme se caracteriza por un determinismo pesimista, con unos personajes que se verán arrastrados por el único delito que han cometido en sus vidas y cuyo destino estará marcado desde el inicio por una serie de circunstancias tan casuales como adversas: John, uno de los hijos de su patrón, les sigue al pueblo la noche del robo pensando que van a visitar a la nueva prostituta, un puma esa misma noche ataca a uno de los caballos retrasando su huida y una intrascendente partida de póquer marcará el principio del fin de los bisoños ladrones.





Igualmente de influencia “langiana” es el enfrentamiento del individuo contra una sociedad injusta (las diferencias entre la opulencia de la familia Buckman y la miseria de sus asalariados se ponen de manifiesto en el inicio del filme al simultanear el desayuno de unos y otros) e hipócrita (los maridos pueden engañar a sus esposas con prostitutas pero está prohibido hablar de casas de tolerancia en la mesa). Así, el robo del banco será en realidad un asalto, por parte de ambos amigos, al sistema que contribuye a perpetuar su pobreza. Incluso, dado el año de producción, que corresponde a una época convulsa y de ambiente contestatario para los EEUU en la que se cuestionaron sus pilares fundamentales, no es descabellado hacer una lectura marxista del filme en clave de lucha de clases. Así Ross y Frank, cowboys y por tanto pertenecientes a la clase proletaria, se atreven a cuestionar el orden establecido y se enfrentan a las estructuras del poder reivindicando su libertad. Mientras Walter y sus hijos, propietarios del rancho y miembros de la clase capitalista, serán los encargados de perseguirles y acabar con su “revolución” para restablecer el orden y la confianza en el sistema. Aunque estos últimos también pertenecen a una época pretérita y, realmente, tan sólo el empleado del banco y su mujer, símbolos del capitalismo incipiente y de la nueva era, se beneficiarán del robo al apropiarse de los tres mil dólares que Roos les dejó con el objeto de que Walter pudiera abonar la paga a sus vaqueros.



En el debe de la película hay que anotar cierta irregularidad, su dispersión, un montaje en algunas ocasiones poco afortunado (5) y sobre todo un segundo arco argumental, el clásico enfrentamiento entre ganaderos y pastores de ovejas, de escaso interés y nula relación con el resto de la cinta salvo para acentuar su carácter crepuscular y mostrarnos el fin de una época y de los habitantes que la poblaron, representados por Walter Buckman (interpretado por un desaprovechado Karl Malden), un ganadero despótico y tiránico, el típico hombre hecho a sí mismo para el que la mujer sólo tiene como objeto criar hijos; y por el patriarca del clan de los ovejeros del que apenas se nos aporta información, salvo el odio profesado a Walter.





Sin embargo, estos defectos se olvidan durante la visión de la cinta al regalarnos Edwards un conjunto de escenas de gran belleza y extraordinariamente rodadas como las dos señaladas anteriormente que resaltan la profunda relación de amistad entre los protagonistas; la de la partida de póquer, con una perfecta planificación y una graduación de la tensión magistral hasta desembocar en el explosivo final; y, sobre todo, la de la doma en la nieve de un caballo salvaje en la que se combinan imágenes a cámara lenta con el precioso tema principal compuesto por Jerry Goldsmith, por una vez sustituto del colega del director Henri Mancini. Secuencia que muestra a nuestros protagonistas felices y, por primera vez, tomando simbólicamente, al igual que con la yegua, las riendas de sus vidas.



Filme, por tanto, intimista y de ritmo pausado en el que Blake Edwards, frente a las escasas pero contundentes escenas de acción, prima y da mayor importancia a aquellas centradas en la relación establecida entre los dos vaqueros quienes son retratados, pese a sus defectos, con un enorme cariño por lo que al espectador no le cuesta empatizar con ellos, olvidando su condición de ladrones y deseando que por una vez se conviertan en ganadores y puedan realizar su sueño con la compra de un pequeño rancho en México. Son, en realidad, dos seres que buscan un nuevo comienzo en un mundo en descomposición pero que comprobarán cómo al final del camino sólo les espera una bala.



“Dos hombres contra el Oeste” es, pues, una crónica sentimental desprovista de toda épica sobre los hombres corrientes que habitaron el Far-West. Un gran wésten crepuscular filmado inmediatamente antes de precipitarse el género por un pozo de oscuridad durante casi dos décadas, en el que el director asume la teoría de Roos cuando contesta a una pregunta de Frank sobre si teme a la muerte: “Sí, un poco, pero no pierdo el tiempo pensando en ello. No hay nada en este mundo por lo que merezca la pena discutir, pues todo está predestinado desde arriba. No podemos hacer nada, salvo algún detalle para creer que llevamos las riendas”.



(1) Curiosamente Billy Wilder había rodado en 1945 “Días sin huella”, un extraordinario filme sobre la misma temática por el que su protagonista, Ray Milland, obtuvo el Oscar.

(2) Las evidentes similitudes con esta película supongo que no se le escaparon al encargado de titularla en castellano.

(3) El personaje de Ross Bodine puede considerarse como el testamento cinematográfico del actor en este género ya que posteriormente tan sólo rodaría un wéstern más, el insustancial “Los vengadores” (Daniel Mann, 1972).

(4) Ryan O’Neal gozaba de una gran popularidad en el momento de rodar la película al haber protagonizado un año antes “Love story” (Arthur Hiller), un melodramam romántico de gran éxito.

(5) Juzgada con severidad por la crítica cinematográfica, la película fue masacrada en su estreno cortándose media hora de su metraje original de 136 minutos. La versión editada en DVD dura 124 minutos por lo que, quizás, parte de los defectos apuntados en esta reseña se deban a no haber podido ver la versión íntegra.