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jueves, 17 de noviembre de 2016

CIELO AMARILLO

(Yellow Sky) - 1948

Director: William A. Wellman
Guion: Lamar Trotti

Intérpretes:
- Gregory Peck: Stretch
- Richard Widmark: Dude
- Anne Baxter: Mike
- John Russell: Lenghty
- Harry Morgan: Half Pint
- Robert Arthur: Bull Run
- Charler Kemper: Walrus
 

Música: Alfred Newman

Productora: Twentieth Century-Fox
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 9

"No creo que hagan nada salvo matarse el uno al otro, y el ganador se lo llevará todo" (Walrus inmediatamente antes del mortal enfrentamiento final)



William A. Wellman quizás sea el director más olvidado de la generación que comenzó en el cine mudo (Ford, Walsh, Hawks) a pesar de que rodó la primera película que obtuvo el Oscar al mejor filme (“Alas”, 1920) y de habernos dejado una filmografía con grandes títulos en diversos géneros: policíaco (“El enemigo público”, 1931), aventuras (“Beau Geste”, 1939), bélico (“También somos seres humanos”, 1945 o “Fuego en la nieve”, 1949) y, por supuesto, el western, con filmes del nivel de “Incidente en Ox-Bow” (ya comentado en este blog por Xavi, en la que realizó una profunda crítica de la ley de Lynch y, por tanto, de la construcción de los USA), “Caravana de mujeres” (filme reivindicativo del papel de la mujer en la conquista del Oeste), “Más allá del Misuri” (precedente del denominado western ecológico), “El rastro de la pantera” (en la que el protagonista, Robert Mitchum, debía enfrentarse a un gran felino) y la película que nos ocupa. Westerns que conforman un corpus de una gran coherencia y originalidad al presentarnos a unos personajes enfrentados a una naturaleza adversa y/o a una sociedad poco desarrollada.


En esta ocasión partiendo de un guion de Lamar Trotti , el mismo escritor que “Incidente en Ox-Bow” por lo que curiosamente ambas películas comienzan de la misma manera con unos vaqueros llegando a la ciudad y entrando a tomar una copa en el saloon, nos narra la historia de unos excombatientes convertidos en atracadores que tras asaltar el banco de un pueblo y al ser perseguidos por el ejército se refugiarán, una vez atravesado el terrible desierto de sal, en un pueblo fantasma (Yellow Sky), tan sólo habitado por un viejo minero y su nieta, que se convertirá en su particular infierno al desatarse sus más bajas pasiones (ambición, codicia, lascivia).


No es difícil establecer un paralelismo entre la historia de la película y la situación de los EEUU en el momento en que se rodó (1948) con miles de soldados que regresaron a casa tras combatir por medio mundo durante la II Guerra Mundial para sentir como la sociedad olvidaba o no reconocía como debía su sacrificio. Tema que fue abordado por películas como “Hasta el fin del tiempo” (Edward Dmytryck, 1946) o la más conocida y aclamada “Los mejores años de nuestra vida” (William Wyler, 1946). De ahí que cobre gran importancia la frase del abuelo de Mike refiriéndose al grupo de forajidos: “Creo que la guerra ha desmoralizado a muchos de estos jóvenes y los ha puesto en el mal camino”.


Otro elemento interesante que lo convierte en un western original es su contenido sexual. Contenido mostrado ya en la escena inicial en la que los forajidos contemplan un cuadro con la modelo semidesnuda y se acentúa con la presencia en Yellow Sky de Anne Baxter-Mike, personaje reprimido sexualmente, incluso su apodo es masculino, que mostrará su atracción-repulsión por Stretch en dos escenas clave: la de su pelea a cabezazos y la de su seducción y posterior rechazo. Pero no sólo será objeto del deseo de Stretch, que cambiará por ella tanto física (se afeitará y se aseará para evitar su mal olor, causa del inicial rechazo de Mike) como psicológicamente, sino de la mayor parte de los componentes del grupo, especialmente de un lujurioso Lenghty (John Russell) que intentará violarla.


Tan sólo Dude (Richard Widmark) mostrará su indiferencia, al tratarse de un individuo ambicioso (disputará desde prácticamente el inicio del filme el liderazgo del grupo escasamente cohesionado a Stretch), sagaz y únicamente interesado en recuperar su estatus económico, perdido por culpa de otra mujer. De hecho en el enfrentamiento final “demostrará” que por sus venas no circula sangre sino oro. Su personaje anticipa, con ciertas matizaciones, a los que interpretó en otros dos memorables westerns: “El jardín del diablo” (Henry Hathaway, 1954) y “Desafío en la ciudad muerta” (John Sturges, 1958) película con la que esta presenta elementos en común.


Igualmente singular para la época es la visión que nos muestra de los pieles rojas, al presentárnoslos como víctimas de los engaños e incumplimientos del hombre blanco, representado por el agente federal de la reserva. Amigos del abuelo de Mike, respetarán la vida de los forajidos y accederán a volver a la reserva convencidos por las promesas de aquel.

Por otra parte, el filme supuso una apuesta de la Twentieth Century-Fox, y de su productor Lamar Trotti, por filmar un western de calidad, como lo atestigua tanto el personal artístico como técnico que participó en él. Así, se dispuso de Gregory Peck, una gran estrella, en el rol principal. Un hombre de gran determinación (decide atravesar el temible desierto de sal porque “un desierto es un espacio y los espacios se cruzan”) al frente de un grupo sin código de honor en el que cada individuo actúa buscando su propio interés. Le acompañaron perfectamente una recién oscarizada Anne Baxter que borda el papel de Mike, una de las mujeres con más carácter vista en este género, y un emergente Richard Widmark tras su impactante debut como el sádico Tommy Udo en “El beso de la muerte” (Henry Hathaway, 1947. Junto a ellos rostros habituales como Harry Morgan, que también había intervenido en “Incidente en Ox-Bow”, o John Russell, al que Clint Eastwood recuperó para el western en “El jinete pálido”.


La banda sonora fue encargada a Alfred Newman, un hombre de la casa de gran prestigio, que compuso un tema principal muy pegadizo; mientras que como director de fotografía nos encontramos con el gran Joseph McDonald, quien partiendo de unas imágenes luminosas en las escenas del desierto, acentuando de esta forma, junto con los planos generales de Wellman, la desolación y tortura de los personajes, las irá oscureciendo hasta alcanzar el más puro tenebrismo en las secuencias de interiores desarrolladas en el pueblo fantasma, sobre todo en la escena del duelo final. Esta, sin lugar a dudas, merece una consideración aparte.


Y es que nos encontramos con una escena que por su concepción, planificación, dirección, montaje e iluminación forma parte de la antología del western. Se trata de una gran secuencia silente (los largos silencios son otra de las características del filme que aumentan su dramatismo) en la que un inteligente Wellman nos hurta inicialmente el duelo y su resultado a través de la magnífica utilización del fuera de plano.

Así, seguiremos el enfrentamiento tan sólo por los fogonazos y el ruido de los disparos, y conoceremos su resultado, al igual que Mike, a medida que el personaje de Anne Baxter vaya encontrando los cadáveres de los pistoleros.


Escena admirable que convierte a “Cielo Amarillo” en un western indispensable para todo aficionado a este género en particular y al cine en general.