Dirección: Jack Arnold
Guion: Gene L. Con y Howard Amacker
Reparto:
- Audie Murphy: John Gant
- Charles Drake: Luke Canfield
- Joan Evans: Anne Benson
- Virgina Grey: Rosseane Fraden
- Warren Stevens: Lou Fraden
- R. G. Armstrong: Asa Canfield
- Willis Bouchey: Buck Hastings
- Karl Swenson: Stricker
- Whit Bissell: Pierce
Música: Herman Stein e Irving Gertz (sin acreditar)
Productora: Universal International Pictures (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 7
“La carga más pesada es la culpabilidad, contra ella no puede hacerse nada”. Conversación entre Asa Canfield y el sheriff Buck Hastings.
Visita de nuevo este blog, tras “Muerte al atardecer” (1956), Jack Arnold, director relegado a producciones modestas pese a su gran talento y su enorme capacidad narrativa. Sin embargo este hecho no le impidió sobresalir en la década de los cincuenta, fundamentalmente en el género de la ciencia-ficción, con películas como la mítica “El increíble hombre menguante” (1957).
Por lo que se refiere a “Una bala sin nombre”, cabe señalar que sin duda está al nivel de sus mejores cintas y supone su wéstern más logrado. No obstante, y a pesar de los evidentes méritos del filme, Jack Arnold tras finalizar esta película tuvo que refugiarse en la televisión, rodando tan sólo para la pantalla grande en los siguientes veinticinco años dos comedias insustanciales al servicio del actor Bob Hope.
En todo caso, estamos ante uno de sus proyectos más personales, en el que se implicó no sólo como director sino también como productor, que puede entenderse como una especie de spin off de la mencionada “Muerte al atardecer”, al darle todo el protagonismo en este filme a un personaje similar pero con un rol secundario en el wéstern de 1956, el pistolero Chet Swan brillantemente interpretado por Grant Williams. Las semejanzas entre ambos personajes son evidentes; así John Gant, como Chet Swan, es un joven asesino a sueldo de rostro angelical, vestido completamente de color negro y se sirve de una artimaña para evitar problemas con la justicia, provocar al hombre que va a matar con el objeto de que desenfunde primero y eludir, de esta forma, la posible acusación de asesinato (idea retomada en numerosos filmes como, por ejemplo, “El gran silencio”, un euro wéstern dirigido en 1968 por Sergio Corbucci). No obstante si algo diferencia a un personaje del otro es que Gant carece de los rasgos psicóticos de Chet; es un hombre consciente de su condición y convencido de prestar un servicio a la sociedad al acabar con aquellos que se lo merecen.
Para interpretar a este personaje se escogió a Audie Murphy, una de las grandes estrellas del wéstern de serie b durante las dos décadas en las que estuvo ligado a la Universal, compañía especializada en este tipo de producciones. Héroe de guerra, fue el soldado más condecorado durante la II Guerra Mundial, y ejemplo de hombre hecho a sí mismo, era un actor muy querido en los EEUU. En esta ocasión ofreció un buen rendimiento como Gant, uno de sus personajes más complejos, a pesar de que por su rostro aniñado y aspecto frágil no parecía la opción adecuada para interpretar a un homicida con un poder casi absoluto sobre la vida y la muerte.
ARGUMENTO: Con la llegada a la ciudad de Lordsburg de John Gant, un afamado asesino a sueldo, se romperá la paz del lugar al no saber sus habitantes quién será el destinatario de las balas del pistolero.
En la película el director reflexiona sobre el sentimiento de culpa, ofreciéndonos una visión pesimista del ser humano. Para ello sitúa la acción en un pueblo habitado por ciudadanos aparentemente intachables, pero cuyas fachadas se desmoronarán con la llegada del pistolero. De esta forma, ya desde las primeras escenas el director nos muestra como la sola presencia del asesino a sueldo, cual ángel vengador, actuará como un catalizador de los recuerdos más oscuros de los ciudadanos, enfrentándoles tanto con sus miserias como con sus pecados; y provocando en última instancia respuestas violentas.
Veremos por ejemplo reaccionar a Pierce, el banquero del lugar, y Stricker, uno de los mayores propietarios del pueblo, al pensar que son el objeto del pistolero por un asunto turbio en la adquisición de una mina; mientras que el dueño de esta creerá que son estos los que han contratado a Gant para acabar con él. El resultado, tras la drástica y trágica decisión de Pierce, será el enfrentamiento mortal entre ambos. Incluso anteriormente Striker junto a Dutch, otro de los prohombres del pueblo, había convencido a la mayoría de los habitantes para acompañarle con el objeto de linchar a Gant. Brillante escena en la que Arnold aborda el tema, en clara referencia crítica al macartismo, de la manipulación de las masas a través de mensajes directos y sencillos que crean un sentimiento paranoico en la población.
A su vez una pareja de amantes (Rosseana y Lou) pensará que es el marido de ella quien ha contratado a Gant para castigarlos, y Lou terminará poniéndose en ridículo al ser incapaz en el último momento de retar al asesino; mientras que el juez, representante de uno de los pilares de la sociedad, comenzará a sospechar que las balas de John tienen marcado su nombre por un reprobable asunto ocurrido en el pasado.
Como contraste con la mayoría de los hipócritas y egoístas habitantes del pueblo nos encontramos con el honrado sheriff del lugar (el fordiano Willis Bouchey) que no obstante será tentado para arrestar a Gant utilizando una triquiñuela legal; Asa, el herrero (interpretado por el habitual en el cine de Peckinpah R. G. Armstrong); y, sobre todo, el humanista hijo de este, además de ser el médico del lugar, Luke (convincentemente interpretado por Charles Drake), un hombre caracterizado, frente a tanta falsedad, por su rectitud y por su sinceridad. Por lo que no es de extrañar que entre el doctor y John Gant, ambos personajes contrapuestos pero decididamente francos y honestos, comience a fraguarse una relación basada en el respeto y la franqueza.
Respecto a la misma cobran importancia dos escenas, una de ellas jugando al ajedrez que rinde homenaje a “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957), en las que Gant conversará con Luke transmitiéndole su filosofía de vida; así, mientras que el doctor arranca las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes para sanarles, el acaba con aquellos individuos que corrompen a la sociedad y por tanto, en el fondo, vela por la salud de esta.
La relación de ambos culminará en un sobresaliente y paradójico final, la segunda escena a la que me refería, con uno de los duelos más originales que he visto en un wéstern junto con el de “Terror en una ciudad de Texas” (Joseph H. Lewis, 1958). Luke, representante del hombre civilizado y contrario a usar la violencia, se enfrentará al pistolero como consecuencia del fallecimiento de un individuo del que John no es culpable; y mientras que el forajido no será capaz de matar a su oponente, el doctor condenará al asesino a una muerte segura.
Filme muy superior a la media de los wésterns de serie b, “Una bala sin nombre” se configura como un wéstern singular con tintes metafísicos y brillantemente dirigido por Jack Arnold que supo dotar a la película de un suspense in crescendo hasta culminar en su inolvidable y sobrecogedor final.
Como curiosidad comentaros que en una escena en el salón aparece Bob Steele, uno de los vaqueros más famosos durante treinta años y reconvertido en actor de carácter a partir de la década de los cincuenta.
Guion: Gene L. Con y Howard Amacker
Reparto:
- Audie Murphy: John Gant
- Charles Drake: Luke Canfield
- Joan Evans: Anne Benson
- Virgina Grey: Rosseane Fraden
- Warren Stevens: Lou Fraden
- R. G. Armstrong: Asa Canfield
- Willis Bouchey: Buck Hastings
- Karl Swenson: Stricker
- Whit Bissell: Pierce
Música: Herman Stein e Irving Gertz (sin acreditar)
Productora: Universal International Pictures (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 7
“La carga más pesada es la culpabilidad, contra ella no puede hacerse nada”. Conversación entre Asa Canfield y el sheriff Buck Hastings.
Visita de nuevo este blog, tras “Muerte al atardecer” (1956), Jack Arnold, director relegado a producciones modestas pese a su gran talento y su enorme capacidad narrativa. Sin embargo este hecho no le impidió sobresalir en la década de los cincuenta, fundamentalmente en el género de la ciencia-ficción, con películas como la mítica “El increíble hombre menguante” (1957).
Por lo que se refiere a “Una bala sin nombre”, cabe señalar que sin duda está al nivel de sus mejores cintas y supone su wéstern más logrado. No obstante, y a pesar de los evidentes méritos del filme, Jack Arnold tras finalizar esta película tuvo que refugiarse en la televisión, rodando tan sólo para la pantalla grande en los siguientes veinticinco años dos comedias insustanciales al servicio del actor Bob Hope.
En todo caso, estamos ante uno de sus proyectos más personales, en el que se implicó no sólo como director sino también como productor, que puede entenderse como una especie de spin off de la mencionada “Muerte al atardecer”, al darle todo el protagonismo en este filme a un personaje similar pero con un rol secundario en el wéstern de 1956, el pistolero Chet Swan brillantemente interpretado por Grant Williams. Las semejanzas entre ambos personajes son evidentes; así John Gant, como Chet Swan, es un joven asesino a sueldo de rostro angelical, vestido completamente de color negro y se sirve de una artimaña para evitar problemas con la justicia, provocar al hombre que va a matar con el objeto de que desenfunde primero y eludir, de esta forma, la posible acusación de asesinato (idea retomada en numerosos filmes como, por ejemplo, “El gran silencio”, un euro wéstern dirigido en 1968 por Sergio Corbucci). No obstante si algo diferencia a un personaje del otro es que Gant carece de los rasgos psicóticos de Chet; es un hombre consciente de su condición y convencido de prestar un servicio a la sociedad al acabar con aquellos que se lo merecen.
Para interpretar a este personaje se escogió a Audie Murphy, una de las grandes estrellas del wéstern de serie b durante las dos décadas en las que estuvo ligado a la Universal, compañía especializada en este tipo de producciones. Héroe de guerra, fue el soldado más condecorado durante la II Guerra Mundial, y ejemplo de hombre hecho a sí mismo, era un actor muy querido en los EEUU. En esta ocasión ofreció un buen rendimiento como Gant, uno de sus personajes más complejos, a pesar de que por su rostro aniñado y aspecto frágil no parecía la opción adecuada para interpretar a un homicida con un poder casi absoluto sobre la vida y la muerte.
En la película el director reflexiona sobre el sentimiento de culpa, ofreciéndonos una visión pesimista del ser humano. Para ello sitúa la acción en un pueblo habitado por ciudadanos aparentemente intachables, pero cuyas fachadas se desmoronarán con la llegada del pistolero. De esta forma, ya desde las primeras escenas el director nos muestra como la sola presencia del asesino a sueldo, cual ángel vengador, actuará como un catalizador de los recuerdos más oscuros de los ciudadanos, enfrentándoles tanto con sus miserias como con sus pecados; y provocando en última instancia respuestas violentas.
Veremos por ejemplo reaccionar a Pierce, el banquero del lugar, y Stricker, uno de los mayores propietarios del pueblo, al pensar que son el objeto del pistolero por un asunto turbio en la adquisición de una mina; mientras que el dueño de esta creerá que son estos los que han contratado a Gant para acabar con él. El resultado, tras la drástica y trágica decisión de Pierce, será el enfrentamiento mortal entre ambos. Incluso anteriormente Striker junto a Dutch, otro de los prohombres del pueblo, había convencido a la mayoría de los habitantes para acompañarle con el objeto de linchar a Gant. Brillante escena en la que Arnold aborda el tema, en clara referencia crítica al macartismo, de la manipulación de las masas a través de mensajes directos y sencillos que crean un sentimiento paranoico en la población.
A su vez una pareja de amantes (Rosseana y Lou) pensará que es el marido de ella quien ha contratado a Gant para castigarlos, y Lou terminará poniéndose en ridículo al ser incapaz en el último momento de retar al asesino; mientras que el juez, representante de uno de los pilares de la sociedad, comenzará a sospechar que las balas de John tienen marcado su nombre por un reprobable asunto ocurrido en el pasado.
Como contraste con la mayoría de los hipócritas y egoístas habitantes del pueblo nos encontramos con el honrado sheriff del lugar (el fordiano Willis Bouchey) que no obstante será tentado para arrestar a Gant utilizando una triquiñuela legal; Asa, el herrero (interpretado por el habitual en el cine de Peckinpah R. G. Armstrong); y, sobre todo, el humanista hijo de este, además de ser el médico del lugar, Luke (convincentemente interpretado por Charles Drake), un hombre caracterizado, frente a tanta falsedad, por su rectitud y por su sinceridad. Por lo que no es de extrañar que entre el doctor y John Gant, ambos personajes contrapuestos pero decididamente francos y honestos, comience a fraguarse una relación basada en el respeto y la franqueza.
Respecto a la misma cobran importancia dos escenas, una de ellas jugando al ajedrez que rinde homenaje a “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957), en las que Gant conversará con Luke transmitiéndole su filosofía de vida; así, mientras que el doctor arranca las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes para sanarles, el acaba con aquellos individuos que corrompen a la sociedad y por tanto, en el fondo, vela por la salud de esta.
La relación de ambos culminará en un sobresaliente y paradójico final, la segunda escena a la que me refería, con uno de los duelos más originales que he visto en un wéstern junto con el de “Terror en una ciudad de Texas” (Joseph H. Lewis, 1958). Luke, representante del hombre civilizado y contrario a usar la violencia, se enfrentará al pistolero como consecuencia del fallecimiento de un individuo del que John no es culpable; y mientras que el forajido no será capaz de matar a su oponente, el doctor condenará al asesino a una muerte segura.
Filme muy superior a la media de los wésterns de serie b, “Una bala sin nombre” se configura como un wéstern singular con tintes metafísicos y brillantemente dirigido por Jack Arnold que supo dotar a la película de un suspense in crescendo hasta culminar en su inolvidable y sobrecogedor final.
Como curiosidad comentaros que en una escena en el salón aparece Bob Steele, uno de los vaqueros más famosos durante treinta años y reconvertido en actor de carácter a partir de la década de los cincuenta.