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jueves, 1 de marzo de 2018

LA PUERTA DEL CIELO

(Heaven’s gate, 1980).

Dirección: Michael Cimino
Guion: Michael Cimino

Reparto:
- Kris Kristofferson: James Averill
- Christopher Walken: Nathan D. Champion
- Isabelle Huppert: Ella Watson
- John Hurt: William C. Irvine
- Jeff Bridges: John L. Bridges
- Sam Waterston: Frank Canton
- Brad Dourif: Mr. Eggleston
- Joseph Cotten: The Reverend Doctor
- Geoffrey Lewis: Trapper Fred
- Richard Masur: Cully
- Mickey Rourke: Nick Ray

Música: David Mansfield.
Productora: Partisan Productions. Distrbuida por la United Artist (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5

“Si los ricos pudiesen pagar a otros para morir por ellos, los pobres se ganarían decentemente la vida” (Cully, el jefe de la estación, conversando con el sheriff James Averill)


ARGUMENTO: Veinte años después de su graduación la vida de dos amigos, James Averill y William C. Irvine, ha tomado caminos diferentes. El primero es el sheriff de Johnson County e intenta evitar el enfrentamiento entre los inmigrantes instalados en el condado y la poderosa asociación de ganaderos a la que pertenece el segundo. El conflicto será inevitable.

Muchas palabras podrían etiquetar esta película: monumental, épica, poética, grandiosa, faraónica, arriesgada, contestataria, sincera, comprometida y también excesiva y megalómana; pero creo que la que mejor la define es maldita.


Con un desmesurado coste, se pasó de los 7’8 millones de dólares previstos a los 44 millones y no se llegó a recaudar ni el diez por ciento de esta cantidad, no sólo supuso prácticamente el fin de la carrera de Michael Cimino, otrora una de las grandes promesas del cine tras haber dirigido “El cazador” en 1978 premiada, entre otros, con los Oscar a la mejor película y dirección, carrera tan sólo esporádicamente rescatada por Dino De Laurentiis (“Manhattan Sur”), y la ruina y desaparición de la United Artist, adquirida por la Metro Goldwyn Mayer. Sino que puso fin a una de las épocas más brillantes del cine estadounidense gracias a una generación irrepetible de directores como Coppola, Scorsese, Spielberg o Friedkin, que durante la década de los setenta ejercieron el control absoluto sobre sus filmes, lo que dio lugar a un cine tan espectacular como reflexivo, cine adulto, hecho por adultos y para adultos. A partir del desastre económico de “La puerta del cielo” fueron los productores los que retomaron el control de las películas y con ello se abandonaron los proyectos arriesgados y se generó un proceso de infantilización del cine llegado del otro lado del Atlántico, perdiendo gran parte de su espíritu reivindicativo y crítico con ciertos valores de la sociedad estadounidense y con determinados excesos en el comportamiento de las principales instituciones de la primera democracia del mundo.


Las razones del desastre fueron múltiples y variadas, pero sobre todo este se debió tanto a la actitud del propio Cimino como a la reacción, desmesuradamente revanchista, de la crítica estadounidense, a la incapacidad del público norteamericano para asumir el descarnado mensaje de la película y al cambio político en el país.


Así el rodaje fue todo un calvario por la actitud narcisista del director capaz de destruir el decorado de una calle porque no le gustaba la distancia entre los edificios, rodar hasta treinta y dos tomas de una escena intrascendente y con una duración de escasos segundos, ordenar eliminar todas las piedras de un prado y regarlo hasta que creciese la hierba, esperar durante horas hasta que desapareciesen unas nubes del cielo que no le gustaban o buscar por todo el país una locomotora a vapor. Además, parece ser que se propuso batir el record de metros de celuloide rodados ostentado por Coppola con “Apocalipsis Now”. El resultado fue un filme de más de cinco horas de duración, reducido, tras el fracaso de la premiere a dos horas y media aproximadamente.

Pero los críticos también contribuyeron al desastre masacrando al filme en una actitud con la que pasaron factura al comportamiento mantenido por Cimino con ellos durante el rodaje, mostrándose más atentos a los problemas surgidos durante este que a las indudables bondades del filme.


A su vez el público norteamericano fue incapaz de enfrentarse a la ruindad y sordidez de su pasado tan mitificado durante décadas por el propio cine. Porque con una visión cercana a los postulados marxistas (está muy presente la lucha de clases), Cimino con esta película derriba el mito de los EEUU como una tierra de promisión, como un país que acoge y no discrimina al extranjero, una tierra, en definitiva, de oportunidades. Así nos va a presentar a los EEUU como una nación racista y excluyente, sin respeto por las minorías a las que exterminará si son molestas para los poderes económicos, y todo ello con la aquiescencia del poder político y militar.

Por último, unos meses antes de su estreno fue elegido presidente Ronald Reagan e inicio su “revolución conservadora” basada en valores tradicionales y en una visión mítica de los EEUU que chocaba frontalmente con la mirada sobre el pasado del país contenido en el filme.


Porque la película puede entenderse como la culminación del viraje hacia el realismo y desencanto emprendido por el wéstern norteamericano, sobre todo, a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta. Para ello, Cimino se fijó en un hecho real: la guerra en el Condado de Johnson (Wyoming) acaecida en el último tercio del siglo XIX entre los grandes terratenientes y los pequeños propietarios; hecho que, haciendo extrapolación del mismo, se puede entender como una metáfora del enfrentamiento entre las élites dominantes, que ostentan los poderes político, económico y judicial, y la oprimida clase trabajadora.

El recientemente fallecido director para articular este mensaje estructuró la historia en tres partes claramente diferenciadas:


1) Un extenso prólogo en el que asistimos a la graduación en Harvard, universidad formadora de las élites estadounidenses, de dos de los protagonistas. En principio no estaba contemplada en el guion y Cimino la añadió una vez rodada la trama principal. En todo caso se antoja como fundamental para entender el mensaje de la película, puesto que lo que plantea el director es el brutal contraste entre los principios en los que se basa la educación de los herederos de las clases dominantes y su comportamiento cuando controlan los resortes del poder, tema tratado en la parte central. No obstante, se anticipa que los recientemente graduados son conscientes de ser un grupo escogido y se desliza la peligrosa idea de su rechazo a “cualquier intento de hacer cambios sobre lo que consideramos bien organizado”. Son en definitiva los elegidos para en un futuro no muy lejano dirigir los EEUU.


Además en ella recuperó a una gran estrella del Hollywood clásico, Joseph Cotten, perdido entre la televisión y producciones indignas de su talento, siendo prácticamente esta cinta su testamento cinematográfico (tan sólo rodaría dos intrascendentes películas más en 1981).


2) El tramo central, es el de mayor duración y nos sitúa tras una elipsis de veinte años en Wyoming. Con tres escenas Cimino nos resume la situación, la llegada masiva de inmigrantes centroeuropeos al estado de Wyoming en un momento de crisis económica y la decisión de acabar con ellos por los poderosos ganaderos. Así, sucesivamente, veremos trenes atestados de inmigrantes, para a continuación contemplar la paliza que recibe uno de ellos, padre de familia, por tres matones, y culminar con una secuencia sobrecogedora en la que la poderosa Asociación de Ganaderos legaliza la caza del hombre mediante una lista negra que contiene el nombre de 125 personas; y todo ello con la aquiescencia del gobernador, el Congreso, el Senado y el mismísimo presidente de los EEUU. Para conseguir su objetivo el poderoso lobby, representante del capitalismo salvaje, contratará a cincuenta pistoleros y se planteará incluso acabar con el poder civil existente en el Condado de Johnson con el objeto de adueñarse de la ciudad; mostrando en una reunión cómo identifica sus intereses con los de la nación. Pretende, en definitiva, dar un golpe de estado justificándolo en la defensa de la sacrosanta propiedad privada.


Pero no sólo saldrán mal parados por parte de Cimino los miembros de la asociación sino que al figurar en una lista negra los ciento veinticinco emigrantes objeto de la acción punitiva del lobby, parte del resto de la población del Condado, entre ellos el alcalde y algunos comerciantes, mostrará su falta de solidaridad y cobardía, y, amparándose en el cumplimento de una ley claramente aberrante, no dudarán en delatar a sus vecinos díscolos.


En esta parte destaca por su belleza y complejidad la escena del baile y culmina con otra gran secuencia, el largo, espectacular y realista enfrentamiento final entre los asesinos a sueldo y los inmigrantes centroeuropeos a los que en el último momento el ejército, portando la bandera de los EEUU, les negará la posibilidad de la victoria.


3) Un corto epílogo, tampoco previsto en el guion original y rodado con posterioridad, con el que se incrementa el tono demoledor del filme al presentarnos en Rhode Island, trece años después, a un avejentado Averill en la cubierta de un yate con aspecto apesadumbrado y mirada melancólica. Tras los vergonzantes sucesos, el protagonista ha terminado aceptando la realidad buscando refugio en su estrato social, la clase dominante. Nada, pues, ha cambiado.

El director, además, combina sabiamente melodrama, denuncia social y wéstern, fusionando perfectamente la historia con la intrahistoria a través de los tres personajes principales que dibujan un triángulo amoroso.


El primer vértice lo constituye el sheriff James Averill, al que da vida en una de sus interpretaciones más sentidas Kris Kristofferson, un hombre reservado y desencantado destinado a más altas cotas que por honradez intentará defender a los más débiles, pero en el fondo como le responde un oficial: “Eres un hombre rico con buen nombre. Sólo finges ser pobre”. Su lugar, por tanto, está con la clase social dominante.


Nathan Champion, esplendido Christopher Walken, es el segundo vértice. Pistolero a sueldo de la Asociación y amigo de James se rebelará como una persona compleja, capaz de matar a sangre fría a un emigrante (impresionante la escena de su presentación) y a continuación de salvar la vida a otro. Al igual que James es un hombre socialmente desubicado. Perteneciente a la clase proletaria, escribe con dificultad, a través de sus habilidades con las armas de fuego pretende ascender en el escalafón; un ascenso que le será vedado. Estamos ante un personaje que destila romanticismo y, por tanto, trágico.

Con ambos personajes Cimino incrementa la dialéctica interclasista contenida a lo largo de la película.


Y por último nos encontramos con Ella (interpretado para mí en un error de casting por Isabelle Huppert), prostituta y madame del lupanar del Condado de la que están enamorados los dos amigos. En una decisión dolorosa escogerá a Nathan porque como le recuerda a James refiriéndose a aquel: “Tú me compras cosas, y él me ha pedido en matrimonio”.

Junto a ellos nos encontramos con un gran plantel de secundarios:


Un excelente John Hurt encarna a William Irvine, amigo de juventud de James. Individuo tan mordaz, lúcido y brillante como débil y torturado, padecerá graves problemas de alcoholismo. Lástima que en la segunda parte su personaje quede algo desdibujado.


Sam Waterston, en una composición magnífica, interpreta a Frank Canton, el poderoso líder de la Asociación de Ganaderos. Un ser despreciable y arrogante (llega a afirmar: “Nosotros somos la ley”). Es el gran ideólogo de la matanza y se siente por encima del bien y del mal al estar apoyado en sus actuaciones por los más altos estamentos de la nación.



Jeff Bridges y Brad Douriff dan vida a dos de los emigrantes. El primero es el gran apoyo de James dentro de la comunidad, mientras que el segundo representa la cordura y la clarividencia, unidas a la conciencia de clase. Su discurso en el que expondrá que: “Los especuladores del Este han fomentado la idea de que los pobres no tienen que decir nada en los asuntos del país” será clave para la reacción de la población amenazada.

Mientras que Geofrey Lewis y Mickey Rourke (inmediatamente antes de hacerse famoso con “Nueve semanas y media”) tienen a su cargo papeles intranscendentes como un cazador de lobos y un amigo de Nathan respectivamente.


No quiero olvidarme del gran trabajo de Vilmos Zsigmond cuya fotografía, en tonos sepia, incrementa el tono melancólico del filme, además de parecer haberse inspirado en pintores como Jean-François Millet para algunas escenas de la película en las que se retrata a los inmigrantes.


“La puerta del cielo” es, por tanto, una gran epopeya, incomprendida e injustamente tratada en el momento de su estreno, pero objeto de reivindicación en la actualidad. Una película contundente y rotunda, capaz de remover la conciencia crítica del espectador y de una indudable belleza. Cualidades que compensan con creces algunos baches narrativos presentes a lo largo de su dilatado metraje.

Por último, comentaros que recientemente se ha editado tanto en DVD como en Blu-ray una versión de 207 minutos que hace justicia a esta gran película, de la que un crítico afirmó que “era de una belleza sobrecogedora, como si David Lean hubiera rodado un wéstern”.



jueves, 22 de febrero de 2018

EL HOMBRE DEL OESTE

(Man of the West, 1958)

Dirección: Anthony Mann
Guion: Reginald Rose

Reparto:
- Gary Cooper: Link Jones
- Julie London: Billie Ellis
- Lee J. Cobb: Dock Tobin
- Arthur O’Connell: Sam Beasley
- Jack Lord: Coaley
- John Denner: Claude
- Royal Dano: Trout
- Robert J. Wilke: Ponch

Música: Leigh Harlan
Productora: Ashton Production y Walter Mirisch production (USA). Distribuida por la United Artits

Por Jesús Cendón. NOTA: 9

“Ha debido de ser un movimiento reflejo. Es que yo pensaba que si faltaba usted acabarían también conmigo” (Sam explicando a Lynk la razón por la que se interpuso en el camino de la bala dirigida al expistolero).


Filme del mítico productor independiente Walter Mirisch (“Wichita”, “La gran prueba”, “Fort Masacre”, “El sheriff de Dogce City”, “Los siete magníficos”), y distribuido por la United Artits (política habitual de esta “major” caracterizada por encargarse de la distribución de filmes producidos por otras compañías más modestas) en la que se dieron la mano, en su única colaboración, dos grandes figuras del wéstern clásico: Gary Cooper y Anthony Mann.



El actor sólo en la década de los cincuenta trabajaría con gran parte de los más destacados directores en este género: Raoul Walsh en “Tambores lejanos” (1951), una especie de traslación de su gran éxito bélico “Objetivo Birmania” (1945) al universo del wéstern; Fred Zinnemann con “Sólo ante el peligro” (1952), película, reseñada en este blog, por la que obtuvo el Oscar y supuso la revitalización de una carrera algo alicaída; André De Toth en “El honor del capitán Lex” (1952); Hugo Fregonese en “Soplo salvaje” (1953), un wéstern contemporáneo situado en un país sudamericano que le volvió a emparejar con Barbara StanwycK; Henry Hathaway en “El jardín del diablo” (1954), también reseñada, una extraordinaria mixtura entre película del Oeste y filme de aventuras; Robert Aldrich con “Vera Cruz” (1954), igualmente con su correspondiente reseña en este blog, un wéstern fundamental para el desarrollo del género tanto en los EEUU como en Europa; Delmer Daves en “El árbol del ahorcado” (1959), película del Oeste muy original basada en una novela corta de la especialista Dorothy M. Johnson; o el propio Anthony Mann.



Por su parte el director nacido en San Diego, tras un “período de aprendizaje” en la década de los cuarenta con una serie de producciones de serie b e independientes enmarcadas dentro del noir (las más que notables “La brigada suicida”, “Ejecutor”, “Orden: caza sin cuartel” codirigida por Alfred L. Werker, “Border Incident” o “Side Street”, entre otras), se había convertido en uno de los máximos exponentes de este género gracias al ciclo de cinco películas rodadas con James Stewart como protagonista (todas ellas con su correspondientes reseñas en este blog). Además de habernos ofrecido otros wésterns de un nivel altísimo como el pro indio “La puerta del diablo”, también reseñado, y “Las furias”, tragedia griega ambientada en el Far-West, ambas rodadas en 1950; y “Cazador de forajidos” (1957), romántica aproximación a la figura del cazador de recompensas.



ARGUMENTO: Tras el asalto al tren en el que viajaba y una vez abandonado a su suerte, Lynk Jones junto a Billie, una cantante, y Sam, un tahúr, emprende el camino de vuelta a casa. Durante el trayecto los tres llegarán a un rancho aparentemente deshabitado, primitivo refugio de Lynk en su época de pistolero, donde se toparán con los antiguos miembros de su banda. Desde ese momento comenzará el juego por la supervivencia.



Si hay una palabra que define a “El hombre del Oeste” es innovación, ya que Anthony Mann se anticipó no sólo al wéstern norteamericano de finales de la década de los sesenta, sino incluso a las películas del Oeste filmadas en Europa, con esta historia de supervivencia a través de la cual nos describe un Oeste habitado por bandidos sanguinarios, coristas, tahúres y padres de familia de oscuro pasado muy alejado de la visión romántica aportada por el wéstern estadounidense clásico.



Una visión desmitificadora que, de forma natural, supone la culminación del camino emprendido con su ciclo de películas protagonizadas por James Stewart en el que nos mostró un Oeste nada heroico a través de personajes complejos cuyas motivaciones oscilaban entre el enriquecimiento personal y el sentimiento de venganza.



De hecho en este filme retoma temas tan habituales en la cultura anglosajona como los relativos a la segunda oportunidad y a la redención, ya presentes en “Horizontes lejanos”. Así Link Jones, un extraordinario y ajado Gary Cooper al que su enfermedad (fallecería tan sólo tres años después) le confirió una mayor autenticidad, se puede entender como un trasunto de Glyn McLyntock, el personaje interpretado por James Stewart en la nombrada “Horizontes lejanos”. De esta forma si Glyn, antiguo pistolero deseoso de abandonar su vida, debía demostrar su arrepentimiento y la sinceridad de sus sentimientos a los miembros de la comunidad para poder ser aceptado como un miembro más, a Link lo conocemos perfectamente integrado: es un hombre respetable, casado, padre de dos hijos y goza de la confianza de los habitantes de su pueblo, de tal forma que es el encargado de llevar una suma importante de dólares durante un largo viaje para contratar a una maestra. El proceso de redención de Glyn-Link aparentemente se ha consumado al haber sabido aprovechar el antiguo pistolero su segunda oportunidad.



No ocurrirá así con la corista (la actriz y cantante Julie London) que verá cómo se desvanecen sus intentos de cambiar de vida al lado del hombre del que se ha enamorado al no poder ser correspondida por Link. Mientras que Sam Beasley, un fullero caracterizado tanto por su egoísmo como por su cobardía y capaz de proponer a Link huir abandonando a Billie a su suerte en manos de la banda de forajidos, se redimirá en un acto tan heroico como suicida.



Y he hablado de aparente redención de Lynk porque para culminarla deberá enfrentarse a su pasado y terminar con él para siempre. Pasado representado por su tío y los miembros del grupo de forajidos que este capitanea y al que Lynk perteneció en su día. Son unos individuos con escaso presente y nulo porvenir, tan muertos como la ciudad fantasma en la que tendrá lugar el enfrentamiento final. Una larga escena que, por su magistral dirección, montaje y planificación, se sitúa entre los mejores momentos del wéstern y en la que destaca el duelo entre los dos primos cuyo embrión lo encontramos en el enfrentamiento final de “Tierras lejanas”; además de violar en ella Anthony Mann, como ya había hecho en otra secuencia anterior, el Código Hays que no permitía mostrar en el mismo plano al personaje que disparaba y al que recibía el disparo.



Hasta llegar a ese momento culmen, Lynk, para sobrevivir, deberá hacerse pasar por el marido de Billie, encontrándonos con otro de los temas centrales del filme, la impostura. No sólo ambos personajes van a simular estar casados sino que descubriremos que en el aparente bondadoso padre de familia anida un violento expistolero; mientras que Billie, la corista, en su día fue maestra, vida por la que siente añoranza, además de desear ante todo encontrar un buen hombre con el que fundar una familia; y el cobarde Sam (en una gran interpretación del actor de carácter Arthur O’Connell) se comportará en un momento decisivo con un gran arrojo. En definitiva, nadie es quien parece ser.




Es en su parte central en la que el filme presenta ciertas semejanzas con otra producción de 1958, el notable wéstern de John Sturges “Desafío en la ciudad muerta”; pero pienso que este lo supera al poseer Anthony Mann una mayor capacidad para indagar en los rincones más oscuros del alma sin acudir, para ello, a aburridos y pretenciosos discursos, sino tan sólo mostrándonos el comportamiento de Lynk y el de los miembros de la banda de forajidos. Un grupo decadente, sangriento y brutal a cuya cabeza se encuentra su tío Doc Tobin (inconmensurable Lee J. Cobb), un forajido que sueña con recuperar un pasado de esplendor que, quizás, nunca existió. Personaje duro e implacable, se mostrará realmente dolido con Lynk, al que había criado como un hijo, por haberlo abandonado y así le recriminará en un momento dado: “Eras algo muy mío ¿A qué vino eso de abandonarme?”; mientras que Claude, hijo de Doc y primo de Lynk, le reconocerá a este que cuando dejó a Doc vio a su padre llorar. Junto a Doc y su hijo Claude se encuentran Coaley, encarnado por el televisivo Jack Lord (Hawai 5-0), un pervertido sexual caracterizado por su sadismo; Ponch, al que da vida el habitual de este tipo de producciones Robert J. Wilke, tan fuerte como corto de entendederas; y el mudo Trout con querencia por la violencia, interpretado por el no menos habitual Royal Dano.




En consonancia con este “grupo salvaje” la película desprende una violencia y una crudeza inusual para la época, destacando dos escenas memorables. La brutal eutanasia a manos de Coaley de uno de los miembros de la banda que había resultado herido, con una magistral utilización del fuera de campo y del silencio como elementos dramáticos de primer orden; y el obligado striptease de Billie mientras que Link se ve amenazado por un cuchillo puesto en su garganta. Secuencia de la que suscribo el comentario del novelista José María Guelbenzu al definirla como una de las más violentas, dramáticas y tensas que ha dado el cine.



Película, por tanto, dura, sombría y amarga, “El hombre del Oeste” se configura como la cumbre cinematográfica de un extraordinario director, gran renovador de este género en la década de los cincuenta, por lo que su visión es obligada para cualquier amante del cine.




jueves, 15 de febrero de 2018

UNA BALA SIN NOMBRE

(No name on the bullet, 1959)

Dirección: Jack Arnold
Guion: Gene L. Con y Howard Amacker

Reparto:
- Audie Murphy: John Gant
- Charles Drake: Luke Canfield
- Joan Evans: Anne Benson
- Virgina Grey: Rosseane Fraden
- Warren Stevens: Lou Fraden
- R. G. Armstrong: Asa Canfield
- Willis Bouchey: Buck Hastings
- Karl Swenson: Stricker
- Whit Bissell: Pierce

Música: Herman Stein e Irving Gertz (sin acreditar)
Productora: Universal International Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“La carga más pesada es la culpabilidad, contra ella no puede hacerse nada”. Conversación entre Asa Canfield y el sheriff Buck Hastings.



Visita de nuevo este blog, tras “Muerte al atardecer” (1956), Jack Arnold, director relegado a producciones modestas pese a su gran talento y su enorme capacidad narrativa. Sin embargo este hecho no le impidió sobresalir en la década de los cincuenta, fundamentalmente en el género de la ciencia-ficción, con películas como la mítica “El increíble hombre menguante” (1957).



Por lo que se refiere a “Una bala sin nombre”, cabe señalar que sin duda está al nivel de sus mejores cintas y supone su wéstern más logrado. No obstante, y a pesar de los evidentes méritos del filme, Jack Arnold tras finalizar esta película tuvo que refugiarse en la televisión, rodando tan sólo para la pantalla grande en los siguientes veinticinco años dos comedias insustanciales al servicio del actor Bob Hope.



En todo caso, estamos ante uno de sus proyectos más personales, en el que se implicó no sólo como director sino también como productor, que puede entenderse como una especie de spin off de la mencionada “Muerte al atardecer”, al darle todo el protagonismo en este filme a un personaje similar pero con un rol secundario en el wéstern de 1956, el pistolero Chet Swan brillantemente interpretado por Grant Williams. Las semejanzas entre ambos personajes son evidentes; así John Gant, como Chet Swan, es un joven asesino a sueldo de rostro angelical, vestido completamente de color negro y se sirve de una artimaña para evitar problemas con la justicia, provocar al hombre que va a matar con el objeto de que desenfunde primero y eludir, de esta forma, la posible acusación de asesinato (idea retomada en numerosos filmes como, por ejemplo, “El gran silencio”, un euro wéstern dirigido en 1968 por Sergio Corbucci). No obstante si algo diferencia a un personaje del otro es que Gant carece de los rasgos psicóticos de Chet; es un hombre consciente de su condición y convencido de prestar un servicio a la sociedad al acabar con aquellos que se lo merecen.



Para interpretar a este personaje se escogió a Audie Murphy, una de las grandes estrellas del wéstern de serie b durante las dos décadas en las que estuvo ligado a la Universal, compañía especializada en este tipo de producciones. Héroe de guerra, fue el soldado más condecorado durante la II Guerra Mundial, y ejemplo de hombre hecho a sí mismo, era un actor muy querido en los EEUU. En esta ocasión ofreció un buen rendimiento como Gant, uno de sus personajes más complejos, a pesar de que por su rostro aniñado y aspecto frágil no parecía la opción adecuada para interpretar a un homicida con un poder casi absoluto sobre la vida y la muerte.


ARGUMENTO: Con la llegada a la ciudad de Lordsburg de John Gant, un afamado asesino a sueldo, se romperá la paz del lugar al no saber sus habitantes quién será el destinatario de las balas del pistolero.



En la película el director reflexiona sobre el sentimiento de culpa, ofreciéndonos una visión pesimista del ser humano. Para ello sitúa la acción en un pueblo habitado por ciudadanos aparentemente intachables, pero cuyas fachadas se desmoronarán con la llegada del pistolero. De esta forma, ya desde las primeras escenas el director nos muestra como la sola presencia del asesino a sueldo, cual ángel vengador, actuará como un catalizador de los recuerdos más oscuros de los ciudadanos, enfrentándoles tanto con sus miserias como con sus pecados; y provocando en última instancia respuestas violentas.



Veremos por ejemplo reaccionar a Pierce, el banquero del lugar, y Stricker, uno de los mayores propietarios del pueblo, al pensar que son el objeto del pistolero por un asunto turbio en la adquisición de una mina; mientras que el dueño de esta creerá que son estos los que han contratado a Gant para acabar con él. El resultado, tras la drástica y trágica decisión de Pierce, será el enfrentamiento mortal entre ambos. Incluso anteriormente Striker junto a Dutch, otro de los prohombres del pueblo, había convencido a la mayoría de los habitantes para acompañarle con el objeto de linchar a Gant. Brillante escena en la que Arnold aborda el tema, en clara referencia crítica al macartismo, de la manipulación de las masas a través de mensajes directos y sencillos que crean un sentimiento paranoico en la población.



A su vez una pareja de amantes (Rosseana y Lou) pensará que es el marido de ella quien ha contratado a Gant para castigarlos, y Lou terminará poniéndose en ridículo al ser incapaz en el último momento de retar al asesino; mientras que el juez, representante de uno de los pilares de la sociedad, comenzará a sospechar que las balas de John tienen marcado su nombre por un reprobable asunto ocurrido en el pasado.





Como contraste con la mayoría de los hipócritas y egoístas habitantes del pueblo nos encontramos con el honrado sheriff del lugar (el fordiano Willis Bouchey) que no obstante será tentado para arrestar a Gant utilizando una triquiñuela legal; Asa, el herrero (interpretado por el habitual en el cine de Peckinpah R. G. Armstrong);  y, sobre todo, el humanista hijo de este, además de ser el médico del lugar, Luke (convincentemente interpretado por Charles Drake), un hombre caracterizado, frente a tanta falsedad, por su rectitud y por su sinceridad. Por lo que no es de extrañar que entre el doctor y John Gant, ambos personajes contrapuestos pero decididamente francos y honestos, comience a fraguarse una relación basada en el respeto y la franqueza.



Respecto a la misma cobran importancia dos escenas, una de ellas jugando al ajedrez que rinde homenaje a “El séptimo sello” (Ingmar Bergman, 1957), en las que Gant conversará con Luke transmitiéndole su filosofía de vida; así, mientras que el doctor arranca las enfermedades de los cuerpos de sus pacientes para sanarles, el acaba con aquellos individuos que corrompen a la sociedad y por tanto, en el fondo, vela por la salud de esta.



La relación de ambos culminará en un sobresaliente y paradójico final, la segunda escena a la que me refería, con uno de los duelos más originales que he visto en un wéstern junto con el de “Terror en una ciudad de Texas” (Joseph H. Lewis, 1958). Luke, representante del hombre civilizado y contrario a usar la violencia, se enfrentará al pistolero como consecuencia del fallecimiento de un individuo del que John no es culpable; y mientras que el forajido no será capaz de matar a su oponente, el doctor condenará al asesino a una muerte segura.



Filme muy superior a la media de los wésterns de serie b, “Una bala sin nombre” se configura como un wéstern singular con tintes metafísicos y brillantemente dirigido por Jack Arnold que supo dotar a la película de un suspense in crescendo hasta culminar en su inolvidable y sobrecogedor final.



Como curiosidad comentaros que en una escena en el salón aparece Bob Steele, uno de los vaqueros más famosos durante treinta años y reconvertido en actor de carácter a partir de la década de los cincuenta.