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miércoles, 23 de mayo de 2018

EL ÁRBOL DEL AHORCADO

(The hanging tree, 1959)

Dirección: Delmer Daves
Guion: Wendell Mayes, Halsted Welles

Reparto:
- Gary Cooper: Dr. Joseph “Doc” Frail
- Maria Schell: Elizabeth Mahler
- Karl Malden: Frenchy Plante
- George C. Scott: George Grubb
- Karl Swenson: Tom Flaunce
- Virginia Gregg: Edna Flaunce
- John Dierkes: Society Red
- King Donovan: Wonder
- Ben Piazza: Rune

Música: Max Steiner
Productora: Baroda, Warner Brothers (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 8

“Todo campamento tiene que tener un árbol para ahorcar. Así infunde respeto”. Un minero al comienzo de la película mientras se nos muestra al doctor Frail llegando al asentamiento y al árbol a través de un picado y un contrapicado.


Gary Cooper fue en todo momento un hombre muy celoso de su carrera cinematográfica y siempre que pudo intentó escoger sus papeles y a sus directores, por lo que no es de extrañar que al final de la misma, cuando nadie osaba discutir su estatus de estrella sobre todo tras la revitalización que supuso su interpretación del sheriff Will Kane con Oscar incluido en la ya reseñada en este blog “Solo ante el peligro”, fundará su propia productora cinematográfica bajo el nombre de Baroda con la que protagonizó sus cuatro últimos filmes. En realidad Baroda Pictures fue su segunda productora tras la efímera vida de la International Pictures creada por el actor en 1944 y con la que interpretó “Casanova Brown” (Sam Wood, 1944) y “El caballero del Oeste” (Stuart Heisler, 1945).



Para su primer proyecto como productor, y dado el grado de satisfacción alcanzado con “El hombre del Oeste”, película de Anthony Mann también con su oportuna reseña en este blog, se embarcó en un nuevo wéstern en esta ocasión basado en una novela corta, apenas cien páginas, de Dorothy M. Johnson, una de las mayores especialistas en relatos del Oeste, cuyos cuentos, entre otros “El hombre que mató a Liberty Valance” o “Un hombre llamado caballo”, suelen figurar entre las recopilaciones de las mejores narraciones sobre el Far-West. (La editorial Valdemar en su colección Frontera ha dedicado dos volúmenes a esta imprescindible autora).



Mientras que para la dirección contrató a un especialista como Delmer Daves, uno de los grandes directores del género durante la década de los cincuenta, conocedor como pocos del mismo y, a la vez, gran renovador. Daves se mostró encantado con poder volver a rodar en plena naturaleza, una de sus grandes especialidades, permitiéndole usar la grúa, en lo que era un experto, y construir el relato a través de numerosas panorámicas, otra de las grandes señas de identidad del director. Sin embargo durante el rodaje cayó enfermo y tuvo que ser sustituido en la dirección por Karl Malden.



ARGUMENTO: Joel Frail, un enigmático doctor, llega al asentamiento minero recién creado de Skull Creek en Montana con el objeto de ofrecer sus servicios a los habitantes. Pronto tendrá que ocuparse de Elizabeth Mahler, una inmigrante que, tras un asalto a la diligencia en la que viajaba, ha perdido momentáneamente la vista. Los recelos y suspicacias de una comunidad falsa, pazguata y puritana no se harán esperar.



Junto con la extraordinaria planificación de las escenas por parte de Daves, “El árbol del ahorcado” se caracteriza por la estupenda construcción de los personajes y el incremento de los elementos melodramáticos, ya presentes en wésterns de Daves como “Flecha rota” (1950), película con su oportuna reseña en este blog, o “Jubal” (1956); de tal forma que el filme que nos ocupa parece anticipar los posteriores trabajos del director bajo el sello de la Warner Brothers, una serie de melodramas al servicio de nuevas estrellas como Troy Donahue o Connie Stevens.



Así, el arco argumental fundamental del filme aborda el triángulo que se establecerá entre el oscuro doctor, su paciente femenina y un joven al que el médico tomará como criado.



Gary Cooper borda el papel del doctor en una época en la que no ocultaba la enfermedad mortal que le estaba devorando, por lo que su aspecto ajado, al igual que le ocurrió en su wéstern inmdediatamente anterior (la ya comentada “El hombre del Oeste”), otorga autenticidad y una cierta vulnerabilidad al personaje interpretado. Además estos rasgos no son los únicos que presentan en común Joseph Frail con Link Jones.



Así ambos son individuos torturados, ambiguos y cuentan con un siniestro pasado que pretenden olvidar e, igualmente, protagonizarán episodios de furia a pesar de intentar controlarlos.

Sin embargo, mientras que Link buscaba su refugio en la seguridad de un pueblo civilizado, con cuyos habitantes pretendía mimetizarse para pasar desapercibido; el doctor Frail huye hacia la última frontera, hacia aquellos territorios sin civilizar con el objeto de romper con su pasado y al mismo tiempo expiar los pecados cometidos en su purgatorio particular representado por el campamento minero; de ahí que en un momento dado afirme: “Estamos aquí quizás porque lo merezcamos”.



Hombre dual, tras curar a Elizabeth luchará entre el afecto creciente que sentirá hacia ella y su rechazo a la posibilidad de enamorarse, intentando ocultar en todo momento sus sentimientos y mostrándose prácticamente como el dueño de las vidas tanto de su paciente como de Rune (en la novela esta actitud está más acentuada al llamar al joven su esclavo). Esta dualidad también se apreciará en su trato con los habitantes del asentamiento. Así se mostrará delicado y sensible con sus pacientes (la prostituta en su lecho de muerte a la que no abandona o la niña con problemas de malnutrición a cuyos padres les cede su vaca), mientras que tratará a Rune, su sirviente, de forma despótica aprovechándose de que es el único que conoce su secreto. Incluso, en otra escena, estará a punto de matar a un hombre sólo por hacerle una insinuación sobre su pasado, lo que hará afirmar a su joven criado: “El brujo no se equivocaba, si usted no es el demonio lo lleva dentro”. Para, asimismo, en otra secuencia ajusticiar a uno de los mineros descargando su colt sobre él una vez que estaba inerme.



Maria Schell, actriz austriáca que el año anterior había protagonizado “Los hermanos Karamazov” y en 1960 sería dirigida por Anthony Mann en “Cimarrón”, da vida a Elizabeth una inmigrante centroeuropea educada, de gran determinación, independiente, decidia y con una gran fortaleza. Mujer emprendedora, se aliará con Frenchy y Rune para explotar una concesión minera, aunque, sin saberlo, contará con la protección y la tutela del doctor.



El tercer vértice lo constituye Rune interpretado por Ben Piazza, actor muy limitado y carente de carisma que fue lanzado como el nuevo Paul Newman. Un joven al que el doctor salva de ser linchado y cura su herida. Se convertirá en el gran aliado de Elizabeth y mantendrá una relación ambigua con el doctor, aunque este, con sus peculiares métodos, conseguirá alejarle del mundo de la delincuencia.



Tres vidas, por tanto, marcadas por una única meta, encontrar su segunda oportunidad. El doctor desea olvidar y comenzar una nueva vida, Elizabeth es el prototipo de la inmigrante europea en busca de la tierra de promisión y Rune, un vagabundo sin oficio ni beneficio, tendrá ante sí la posibilidad de sentar la cabeza y encontrar una “familia”.



El segundo arco argumental del filme, perfectamente ensamblado con el anterior, aborda la relación de los tres personajes principales con su entorno y, en concreto, el choque entre la modernidad, la ciencia, el conocimiento y la razón, en definitiva la evolución de la sociedad representada en la figura del doctor; y la superstición, la magia y la ignorancia, es decir la involución y el continuismo, simbolizados en George Grubb, una especie de curandero-predicador del asentamiento.



Para ello, Daves concibió, a pesar de estar rodado íntegramente en exteriores, un wéstern de atmósfera clautrofóbica presentándonos una sociedad a medio construir en la que la justicia no está regulada por las instituciones y se confunde con el deseo de venganza. Un asentamiento habitado por individuos primarios que se dejan arrastrar por sus instintos más básicos como queda reflejado en la extraordinaria escena de la fiesta salvaje y la posterior en la que, dirigidos por el curandero, los mineros canalizan todo el odio contenido hacia el doctor.



Una sociedad que rechaza al diferente, pazguata, recatada, maledicente, inculta e hipócrita presidida por un único fin, la riqueza. De hecho, el filme es una de los mejores estudios de un wéstern sobre la avaricia y la codicia humanas.

Esta comunidad está representada principalmente por tres individuos.



Frenchy, personaje que cuenta con una memorable presentación y está magníficamente interpretrado por Karl Malden. Es un ser básico, grosero, ignorante, chabacano y de modales toscos, que se revelará como un violador en potencia (la pulsión sexual, al igual que en “El hombre del Oeste”, está muy presente a lo largo de la película).



George Grubb, brillante debut de George C. Scott, es una especie de brujo capaz, según él, de curar con sus manos, que se siente incómodo con la llegada del doctor porque ello supone perder su influencia sobre la población del asentamiento minero que hasta ese momento ha manejado a su antojo. Envidia e, incluso, odia a Frail porque representa todo aquello que el no es y supone un claro peligro a su existencia.



Edna Flaunce, a la que da vida una enorme Virginia Gregg, es la imagen del puritanismo y de la hipocresía de una sociedad tendente a escandalizarse simplemente por el establecimiento en el pueblo de individuos más abiertos, tolerantes y con costumbres diferentes. Personaje que contrasta con la presencia perenne de las “coristas” que alegran la vida de los mineros.



A pesar de carecer algunas escenas de la intensidad requerida, quizás por la sustitución del director, “El árbol del ahorcado” es un brillante colofón a la filmografía wéstern de Delmer Daves; finalizando, además, con una soberbia escena en la que se pone de manifiesto la barbarie y avaricia del ser humano y culminando con un último plano inolvidable y de belleza arrebatadora que muestra, en una tarde nublada, a los tres protagonistas a contraluz sobre una carreta situada al lado del árbol del ahorcado mientras se escucha el gran tema principal cantado por Frankie Lane.



Asimismo, supuso prácticamente la despedida de este género, tan sólo rodaría el híbrido “Llegaron a Cordura” (Robert Rossen, 1959), de Gary Cooper. Un actor irrepetible, de raza, de aquellos que se enfrentaban a los papeles con la única arma de su personalidad y que siempre siguió el consejo que le dieron los directores cuando llegó a Hollywood: “Al interpretar procura ser tú mismo”. Por eso, cuando alguna vez fue injustamente menospreciado por algún crítico miope al censurarle el hecho de que siempre se interpretase a sí mismo, no dudaba en responder: “Cuando dicen que me interpreto a mí mismo, no saben lo difícil que es ser como yo”. Gary Cooper, el caballero del Oeste.




sábado, 19 de mayo de 2018

UNIÓN PACÍFICO

(Union Pacific, 1939)

Dirección: Cecil B. DeMille
Guion: Walter DeLeon, C. Gardner Sullivan, Jesse Lasky Jr, Jack Cuningham

Reparto:
- Barbara Stanwyck: Mollie Monahan
- Joel McCrea: Jeff Butler
- Akim Tamiroff: Fiesta
- Robert Preston: Dick Allen
- Lynne Overman: Leach Overman
- Brian Donlevy: Sid Campeaus
- Robert Barrat: Duke Ring
- Anthony Quinn: Cordray
- Stanley Ridges: General Casement
- Francis McDonald: General Dodge
- Henry Kolker: Asa M. Burrows
- Evelyn Keyes: Mrs. Calvin
- Lon Chaney Jr.: Dollarhide
- Ward Bond: Tracklayer
- Jack Pennick: Harmonicist
- Will Geer: Foreman

Música: Sigmund Krumgold, John Leipold
Productora: Paramount Pictures (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7.

“¡Doctor! ¡Que llamen al doctor!” “Cuando Jeff dispara no hacen falta médicos, sino enterradores” Conversación entre dos parroquianos tras haber acabado Jeff con Cordray.


El final de la década de los treinta supone un punto de inflexión respecto a la consideración por parte de la industria hollywodienese del wéstern como género menor. Hasta esa fecha y salvo notables excepciones como “La gran jornada” (1930), gran película de Raoul Walsh sin el éxito merecido que el propio director homenajea en “Los implacables” (1955), película ya reseñada en este blog, o “Cimarron” (Wesley Ruggles, 1931), primer filme del Oeste ganador del Oscar a la mejor película, los wésterns se circuncribían a las denominadas minors (Republic, Monogram, entre otras) y eran producciones realizadas en serie y caracterizadas por su bajo presupuesto, sus ingénuos guiones, su corta duración y unos personajes estereotipados; en definitiva, meras películas de entretenimiento centradas en las escenas de acción y destinadas a las sesiones dobles en las salas cinematográficas.


A partir de finales de la década de los treinta las seis majors (sobre todo la 20th Century Fox y la Warner Brothers y, en menor medida, la United Artits, la Paramount, la Metro Goldwyn Mayer y la RKO) y dos de las denominadas majors menores (Universal y Columbia) comenzarán a interesarse por este tipo de filmes con producciones de presupuesto superior, guiones de mayor hondura y personajes más complejos, hecho que supuso un cambio radical tanto respecto a la concepción, como a la percepción de este género.


Para ello, recurrieron en este primer momento a la recreación de la vida de personajes del Far-West elevados a la categoría de mitos, como los hermanos James en las producciones de la 20th Century Fox “Tierra de audaces“ (King Vidor, 1939) y “La venganza de Frank James” (Fritz Lang, 1940), el juez Roy Bean en el filme de la Samuel Goldwyn Company “El forastero” (William Wyler, 1940), el general Custer en la película de la Warner Brothers “Murieron con las botas puestas” (Raoul Walsh, 1941), “Billy el Niño” (David Miller, 1941) de la Metro Goldwyn Mayer o “Belle Starr” (Irving Cumings, 1941) también de la 20th Century Fox.


En otras ocasiones el reclamo era el nombre de un estado o de una ciudad como en “Arizona” (George Marshall, 1939) de la Universal, “Dodge ciudad sin ley” (1939) y “Virginia City” (1940) ambas dirigidas por Michael Curtiz en el seno de la Warner Brothers o “Arizona (Wesley Ruggles, 1940) y “Texas (George Marshall, 1941) de la Columbia.


Por último nos encontraríamos en esta primera etapa de reivindicación del wéstern como género mayor con filmes que recreaban, con mayor o menor fidelidad, hechos históricos como coartada para embarcarse en grandes producciones. Es el caso de “Camino de Santa Fe” (Michael Curtiz, 1940) película de la Warner Brothers sobre la revuelta provocada por el abolicionista John Brown, “Paso al noroeste” (King Vidor, 1940) cinta de la Metro Goldwyn Mayer ambientada en el conflicto anglo-francés del siglo XVIII, o “Espíritu de conquista” (Fritz Lang, 1941) largometraje de la 20th Century Fox sobre la construcción de la primera línea de telégrafo en el Oeste.

“Unión Pacífico” se encontraría encuadrada dentro de este tercer bloque de primigénios wésterns producidos por una major.


ARGUMENTO: La Union Pacific, junto a la Central Pacific, recibe el encargo del gobierno de los EEUU de unir por vía férrea el país desde la costa del Atlántico hasta la del Pacífico. Para evitar los sabotajes, la compañía contrata a Jeff Butler, oficial distinguido durante la reciente Guerra de Secesión, que pronto se sentirá atraído por Mollie Monahan, empleada de la compañía de la que también está enamorado Dick Allen, compañero del ejército de Jeff, enrolado en el grupo de saboteadores.


Hablar de Cecil B. DeMille es hablar de una concepción del cine fastuosa y grandiosa en el que prima el concepto de espectáculo. De un director que maniobraba, como pocos, en las grandes superproducciones puestas en píe por él desde la época silente.

Así es recordado por títulos como la versión muda de “Los diez mandaminetos” (1923) y su famoso remake en color de 1956, “Rey de reyes” (1927) versionada en 1961 por Nicholas Ray, “Las Cruzadas” (1935), “Piratas del Mar Caribe” (1942) o “El mayor espectáculo del mundo” (1952).


Al wéstern se aproximó en cuatro ocasiones: “Bufalo Bill” (1936) centrada en la vida de tres figuras legendarias, Bill Hikcok, Calamity Jane y Bufalo Bill; “Policia Montada del Canadá” (1940), el prewéstern “Los inconquistables” (1947) y la película que nos ocupa, único filme del Oeste de DeMille no protagonizado por Gary Cooper.


En esta ocasión partió de un relato de Ernest Haycox, prestigioso escritor wéstern y autor, entre otras, de la magnífica novela “Cornetas al atardecer” recientemente publicada por la editorial Valdemar en su colección Frontera, sobre la construcción del primer ferrocarril transcontinental en los EEUU para filmar una grandiosa epopeya con una marcada intención política, la exaltación del gobierno y las instituciones de los EEUU a través de la construcción de una obra faraónica en un momento en el que, a pesar de estar todavía vivo el recuerdo de la crisis del 29, se vislumbraba la recuperación gracias al “New Deal” del presidente Roosevelt, caracterizado por una política intervencionista con medidas como el fomento de la obra pública. Al mismo tiempo que presenta a los estadounidenses como un pueblo escogido con un destino que cumplir, la conquista de un continente.


Cine pues de exaltación nacional, envuelto en una película de aventuras, en el que el ferrocarril no sólo simboliza, mediante el encuentro final de las locomotoras de las dos compañías en liza, la definitiva unión de un país tras la cruenta guerra civil vivida, sino también la era industrial, el progreso y la civilización, al ir construyéndose ciudades allí por donde pasaba el tren.


DeMille concibió su proyecto a lo grande, como una superproducción con un presupuesto de un millón de dólares (sin duda estaba en la cima de su carrera ya que pocos directores sabían interpretar los gustos de los espectadores como él) y el resultado fue una superproducción con una duración muy superior a la standard, más de ciento treinta minutos, de una gran veracidad, consecuencia de la labor de investigación y documentación gracias al apoyo decidido de la propia Unión Pacífico de tal forma que por momentos se asemeja a un documental, rodada en numerosas localizaciones (Oklahoma, Iowa, Utah, California, etcétera), con un aliento épico descomunal, abundantes escenas con gran cantidad de figurantes que el director sabía filmar como pocos y un prestigioso reparto.


En resumen, una película grandiosa en la que sobresalen las escenas de acción y entre ellas el robo del tren por unos bandidos y su posterior persecución por los hombres de la Unión Pacífico; y el colosal ataque indio al caballo de hierro, una secuencia que todavía provoca mi asombro al combinar de forma frenética el espectacular descarrilamiento del tren, magistralmente rodado, con el ataque de los indios al vagón en el que los escasos supervivientes llevan a cabo una defensa numantina y el rescate del ejército transportado por otro tren que debe atravesar un puente incendiado previamente por los pieles rojas. Apabullante. Y no contento con este tramo de la película que deja al espectador sin aliento, nos vuelve a regalar otra gran escena con el descarrilamiento en una montaña nevada de otro convoy.


Lástima que la película no se muestre tan convincente narrando el triángulo amoroso vivido por los tres personajes principales (Molly, Jeff y Dick) que, además, no ha envejecido demasiado bien. El director no trasmite correctamente la atracción entre Molly y Jeff, cuya relación se resiente por la escasa química mostrada por los actores que los interpretan al mostrarse excesivamente fríos.


Más acertado se encuentra DeMille al describir la relación existente entre Jeff y Dick, dos antiguos camaradas que lucharon juntos en la Guerra de Secesión y se salvaron mutuamente la vida, ahora enfrentados no sólo por el amor de una mujer sino por encontrarse en bandos opuestos. Porque la película también aborda el tema de la amistad masculina perdida y posteriormente recuperada en una gran escena, tras el ataque indio al convoy, que destila autenticidad.


El filme además cuenta con un reparto adecuado. Barbara Stanwyck interpreta con energía a Mollie, una mujer de gran personalidad que a lo largo del filme se nos revela como un personaje entrañable. Joel McCrea era el intérprete idoneo para dar vida a Jeff, el típico héroe sin mácula. Lástima la frialdad que muestran ambos en su relación. Mientras que un casi debutante Robert Preston, sólo tenía tres películas en su haber, se muestra convincente como Dick. Para mí es el personaje más interesante del filme por sus luces y sus sombras, al debatirse entre sus sentimientos hacia Jeff y sus “obligaciones profesionales”.


Junto al trío protagonista debemos destacar a un excelente Brian Donlevy, especializado en roles negativos, como el villano Sid Campeus, jefe de Dick; sin duda la película se resiente por su ausencia durante gran parte del metraje; Akim Tamiroff en un papel abiertamente cómico; y un jovencísimo Anthony Quinn, a la sazón yerno del director, en el papel de uno de los pistolero de Sid.


“Unión Pacífico” no es una obra maestra, ni tan siquiera uno de los mejores wésterns rodados, al tratarse de una película desigual y excesivamente autocomplaciente; sin embargo fue fundamental para la evolución posterior del género, demostrando que este podía ser rentable si al público se le ofrecían historias lo suficientemente atractativas y bien construidas. Obra de un director para el que “el gran secreto del éxito en el cine lo constituye una buena construcción dramática”.

Como curiosidad comentaros que:

- La película se alzó con la Palma de Oro del Festival de Cannes en su primera edición, premio que nunca fue entregado por el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El festival no se reiniciaría hasta 1946. 

- En el filme se utilizó el mismo clavo de oro de 1869 con el que se finalizó la construcción del ferrocarril.

- Fue nominada a varios Oscars pero debido a la competencia de “La diligencia” y, sobre todo, de la sobrevalorada “Lo que el viento se llevó”, sólo obtuvo el merecidísimo premio a los efectos especiales.

- A Cecil B. DeMille le operaron durante el rodaje y fue sustituido temporalmente por Arthur Rosson y James Hogan; quizás sea esta la causa de la irregularidad del filme.

- En la película trabajaron unos casi irreconocibles Ward Bond, Will Geer y Jack Pennick, posteriormente secundarios habituales de este género.



jueves, 10 de mayo de 2018

WICHITA, CIUDAD INFERNAL

(Wichita, 1955)

Dirección: Jacques Tourneur
Guion: Daniel B. Ullman.

Reparto:
- Joel McCrea (Wyatt Earp)
- Vera Miles (Laurie McCoy)
- Lloyd Bridges (Gyp Clements)
- Wallace Ford (Arthur Whiteside)
- Edgar Buchanan (Dock Black)
- Peter Graves (Morgan Earp)
- Keith Larsen (Bat Masterson)
- Carl Benton Reid (Mayor Andrew Hope)
- John Smith (Jim)
- Walter Coy (Sam McCoy)
- Robert J. Wilke (Ben Thompson)
- Jack Elam (Al)

Música: Hans J. Salter
Productora: Allied Artits (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“No pierda la esperanza. No dude que ese hombre ha nacido para ejercer la ley”. Conversación sobre Wyat Earp mantenida por el juez Andrew Hope y Sam McCoy, uno de los benefactores de la ciudad de Wichita


Cuando se cita a Jacques Tourneur (1904-1977), director generalmente enmarcado en producciones de presupuesto bajo o medio aunque este hecho no le impidió dirigir a grandes estrellas como Robert Mitchum, Kirk Douglas o Burt Lancaster, recordamos el tríptico de películas de corte fantástico realizadas entre 1942 y 1943 junto a Val Lewton para la RKO (“La mujer pantera”, “El hombre leopardo” y “Yo anduve con un zombie”), género al que regresaría con la excelente “La noche del demonio” (1957); así como “Retorno al pasado” (1947), obra maestra del cine negro, y dos maravillosos filmes de aventuras tan vitalistas como dinámicos: “El halcón y la flecha” (1950) y “La mujer pirata”(1951).



Sin embargo su contribución al wéstern, que sin alcanzar el áltísimo nivel de los títulos anteriormente citados no es nada desdeñable, suele olvidarse a pesar de constituir uno de los géneros más abordados por el realizador francoestadounidense a lo largo de su carrera y de que tanto “Estrellas en mi corona” (1950), mixtura entre drama rural y wéstern, como “Wichita, ciudad infernal” se encontraban entre sus películas preferidas.



El filme fue producido por la Allied Artits, compañía fundada a iniciativa del mítico productor Walter Mirish quien como productor ejecutivo de la Monogram (minor hollywoodiense surgida en los años treinta y especializada en filmes de muy bajo coste, fundamentalmente pertenecientes al género wéstern) convenció a su dueño, Steve Broidy, para crear una nueva división con el objeto de realizar producciones algo más prestigiosas y costosas. Allied Artits y Monogram convivirían desde 1946 hasta 1953, año en el que la segunda quedaría definitivamente integrada en la primera.



ARGUMENTO: A Wyatt Earp, un excazador de bisontes, tras abortar el asalto al banco de Wichita le ofrecen el cargo de sheriff de la ciudad. Inicialmente lo rechazará pero tras la muerte accidental de un muchacho decidirá acabar con los disturbios provocados por los ganaderos, actitud que le granjea la enemistad de los comerciantes locales temerosos de perder los pingües beneficios que aquellos les reportan.



Wyatt Earp, figura clave en la mitología del Lejano Oeste, ha sido llevado a la pantalla en numerosas ocasiones, pero casi siempre teniendo como referencia su famoso enfrentamiento con el clan de los Clanton en el OK Corral de la ciudad de Tombstone. La originalidad de la cinta de Tourneur radica al mostrarnos a un Earp en un período anterior al del legendario tiroteo.



La presentación del personaje supone toda una declaración de principios por parte del director. Así, al igual que los ganaderos, contemplaremos en lontananza su diminuta figura perdida en la grandiosidad del paisaje. Con este plano, Tourneur humaniza al mito y muestra su fragilidad como la de cualquier ser humano; para a continuación engrandecer su figura enfocándolo más de cerca montado a caballo en un suave contrapicado, para lo que situa la cámara a la altura de los ganaderos sentados en la hierba. La intención del director, como luego se confirmará a lo largo de la película, es manifiesta: la grandeza del personaje no radica en sus habilidades sobrehumanas, como les ocurría a los héroes de la mitología griega hijos de dios y mortal, sino tan sólo en su interior; en su código de honor, en su sentido de la justicia y en sus principios éticos superiores a los de los hombres con los que se relaciona.



Porque la película sobre todo trata de la defensa de la justicia y de la legalidad frente a intereses espurios (el protagonista en un momento dado llega a afirmar: “No se trata de quien tienen razón sino de lo que es justo”) y de la fidelidad a uno mismo y a unos valores aunque este hecho suponga el enfrentamiento con los demás.



Así, el trabajo de Torneur destaca, junto a su probada elegancia, su talento para la puesta en escena y el gran partido desde el punto de vista formal que obtiene del formato en Cinemascope, por volver a utilizar una historia aparentemente simple para abordar temas de gran hondura, ofreciendo una visión ácida del desarrollo de los EEUU.



Para ello nos presenta una ciudad, Wichita, que acaba de convertirse en uno de los nudos ferroviarios más importantes del país. Una urbe, por tanto, en pleno crecimiento y desarrollo al ser clave en el transporte del ganado a otros territorios del estado pero que, al mismo tiempo, sufre las contrariedades de este enriquecimiento personificadas en forajidos y, sobre todo, cowboys que toman al asalto la ciudad en noches de excesos y alcohol. Al intentar frenar estos excesos, tras haber sido nombrado sheriff, Earp se encontrará con la incomprensión, cuando no el rechazo, de los voraces especuladores de la ciudad que, anteponiendo sus intereses económicos al bienestar de la mayoría de los ciudadanos, sentirán la actitud y el comportamiento del héroe como un freno al engrandecimiento de la ciudad y a su enriquecimiento personal. Así los mismos que le nombraron para que les protegiera de los bandidos, conspirarán contra él con el objeto de destituirle.

El mensaje es claro, el capital, representando por los prohombres de la ciudad, se sirve de la ley y la utiliza en su propio beneficio, aunque esta actitud afecte a la convivencia y perjudique a la mayoría.





En este sentido cobran gran importancia dos escenas, una primera en la que se reúnen el juez y tres de los próceres de Wichita para conspirar contra Earp y la posterior cena de estos con Wyatt, en la que el sheriff, con una lógica democrática impecable, les acusa de arrogarse la representación de la población de la urbe, derecho cuya posesión tan sólo corresponde a aquellos que han sido elegidos. Valores democráticos reafirmados por nuestro protagonista en otra escena, al afirmar ante Dock Blak (dueño de un saloon y declarado enemigo de Earp) que todos los ciudadanos son iguales y ninguno ostenta privilegios.



Al mismo tiempo el filme nos relata el fin de una época provocado por la expansión del ferrocarril (elemento fundamental para la civilización del oeste) y el nacimiento, con el desarrollo del capitalismo, de un período más sútil en el que los pistoleros darán paso a los especuladores cuya arma fundamental será el dinero, a través del cual controlarán a las distintas instituciones.



Para interpretar al personaje de Earp se escogió a Joel McCrea un actor con el que Tourneur había colaborado en dos wésterns anteriores: el citado “Estrellas en mi corona” (1950) y “El jinete misterioso” (1955), también conocido como “La ley del juez Thorne”, con el que “Wichita” guarda ciertas semejanzas. La elección no pudo ser más afortunada ya que, a pesar de contar cuando se rodó la película con cincuenta años mientras Earp no llegaba a los treinta, el actor nacido en California representaba como pocos intérpretes valores como la integridad, la honradez y la tenacidad; asociándose su imagen cinematográfica con la del héroe integro e incorruptible. Imagen ideal para encarnar a Earp, un hombre que, además, a lo largo de la película mostrará su rechazo por el uso de las armas (en distintas escenas afirma su intención de no matar a nadie).



De hecho, a lo largo de su dilatada carrera, Joel McCrea, además de dar vida a Wyatt Earp, interpretó a distintos personajes históricos elevados a mitos: Buffalo Bill, Sam Houston o Bat Masterson.



Junto a él, Vera Miles, actriz no excesivamente reconocida a pesar de haber realizado interpretaciones memorables para directores como John Ford, Alfred Hitchcock o Henry Hathaway, protagoniza la inconsistente historia de amor a la que, no obstante, Tourneur no presta demasiada atención para evitar la distracción del espectador de la trama principal; y un grupo de grandes secundarios habituales en este tipo de producciones encabezados por Wallace Ford como el alcoholizado y preclaro director del periódico, representante de un poder que sirve a la verdad constituyéndo un contrapeso a la voracidad especulativa de los grandes empresarios; Edgar Buchanan en el rol de Dock Black; y Lloyd Bridges y Jack Elam como dos de los pendencieros vaqueros.



En definitiva, estamos ante un wéstern que como lo califico el propio Tourneur “se apartaba de lo ordinario”. Una película, excelentemente fotografiada por Harold Lipstein y con un gran tema musical interpretado por la estrella del country Tex Ritter, contada en tiempo record, ochenta y un minutos,  por un magnífico director que a la pregunta de un periodista sobre cuál creía que sería su lugar en la historia del cine no dudó en contestar: “Ninguno… soy un realizador muy mediano, he hecho mi trabajo lo mejor posible, con todas mis limitaciones”. Actitud de la que podían tomar nota algunos directores actuales excesivamente pagados de sí mismos y empeñados en inventar el cine en cada plano.



Como curiosidades comentaros que Sam Peckinpah hizo un pequeño papel como empleado del banco y que Jody McCrea, hijo de Joel, también intervino en la película.