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jueves, 21 de marzo de 2019

CONSPIRACIÓN DE SILENCIO

(Bad day at Black Rock, 1955)

Dirección: John Sturges
Guion: Millard Kaufman, Don McGuire

Reparto:
- Spencer Tracy: John J. Mcreedy
- Robert Ryan: Reno Smith
- Anne Francis: Liz Wirth
- Dean Jagger: Tim Horn
- Walter Brennan: Doc Velie
- John Ericson: Peter Wirth
- Ernest Borgnine: Coley Trimble
- Lee Marvin: Hector David
- Russell Collins: Mr. Hastings

Música: André Previn
Productora: Metro Goldwyn Mayer

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5

“Hay una diferencia enorme entre aferrarse a la tierra y vivir arrastrándose sobre ella”. Doc Velie


“Conspiración de silencio” fue el primer wéstern rodado en CinemaScope producido por la Metro Goldwyn Mayer y responde al cambio de rumbo emprendido por su nuevo presidente Dore Schary, tras haber sustituido a Louis B. Mayer como consecuencia de la crisis económica sufrida por la major desde finales de los años cuarenta. Así, mientras Mayer concebía el cine como puro entretenimiento y era partidario de repetir formulas exitosas, Schary siempre defendió que los filmes, además de divertir, debían informar y formar.



Ya su primera cinta producida para la Metro supuso una declaración de intenciones, porque “Fuego en la nieve” (William Wellman, 1949), un antiguo proyecto rechazado por la RKO, se concibió como un melodrama bélico alejado de la visión simplista y patriotera de la mayoría de las películas ambientadas hasta ese momento durante la II Guerra Mundial, al centrarse en la tragedia vivida por los soldados y en sus sentimientos.



Siendo coherente con su forma de pensar y entender el cine, durante el período en el que ocupó la silla de presidente en la Metro (1951-1956) Schary, liberal y votante del partido demócrata, produjo una serie de filmes marcadamente progresistas e innovadores como, ciñéndonos tan sólo al wéstern, “La medalla roja al valor” (John Huston, 1951), “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951), “La última caza” (Richard Brooks, 1956) o la película objeto de esta reseña.



Al igual que para poner en pie el proyecto, fue decisiva su intervención a la hora de conseguir que la protagonizara Spencer Tracy. Éste, unido a la major por un contrato en exclusiva durante veinte años, deseaba acabar con su relación contractual ( de hecho esta fue su última película para la Metro), pero Schary, autor del guion de tres filmes protagonizados en el pasado por el artista con un enorme éxito como “Forja de hombres” por la que obtuvo el Oscar al mejor actor, logró convencerlo para participar en la película no sin antes introducir algunos cambios en el guion, como por ejemplo que el protagonista fuera manco, con el objeto de hacer el papel más atractivo para la estrella. De hecho la entrega de Tracy fue total y se vio recompensada con una nueva candidatura al Oscar (1), aunque el ganador ese año fuera Ernest Borgnine, compañero en esta cinta de Spencer, por su emotiva y sensible interpretación de Marty en la película homónima dirigida por Delbert Mann.



La primera opción escogida por Schary para dirigir la película fue Richard Fleischer con quien se había entendido a la perfección durante el rodaje de “Arena” (1953), un neowéstern rodado en 3D ambientado en el mundo del rodeo, pero la Disney no le liberó de las obligaciones contraídas en relación con el montaje de “20.000 leguas de viaje submarino”; por lo que, tras descartar a Don Siegel quien llegó a afirmar que el libreto de Millard Kaufman era el mejor guion que había leído nunca, Schary se decidió por John Sturges, un director de la casa con algún título interesante en su haber tanto en el cine negro como en el wéstern (“La calle del misterio” -1950-, “Astucias de mujer” -1953-, “Fort Bravo” -1953-) y que ya había trabajado con Spencer Tracy en el noir “El caso O’Hara” (1951).



En todo caso la repercusión del filme sería fundamental en la carrera del director porque, por una parte, le brindó la oportunidad de poder dirigir un título con un mayor presupuesto antesala de sus westerns de la segunda década de los cincuenta, y, por otra, Kurosawa, impresionado por su trabajo en la película, le ofreció colaborar como asesor sin acreditar en su siguiente proyecto. Colaboración que le permitió adquirir los derechos de autor de “Los siete samuráis” (1954) a un precio muy reducido con el fin de filmar su remake en clave wéstern, la exitosa y enormemente popular “Los siete magníficos” (1960).



ARGUMENTO: El exmilitar John Mcreedy arriba a Black Rock, un pequeño pueblo situado en mitad del desierto, con la intención de entregar a un granjero japonés la medalla recibida a título póstumo por su hijo durante la II Guerra Mundial. Pronto detectará la actitud recelosa de los habitantes del municipio, quienes ocultan un terrible secreto, tornándose ésta en hostil al avanzar sus indagaciones; por lo que llegará, incluso, a temer por su vida.



Un tren avanza a toda velocidad atravesando un paisaje desértico hasta parar en una vetusta y destartalada estación en la que se apea un individuo vestido rigurosamente de negro. Así comienza el filme objeto de esta reseña. Una secuencia, no prevista en el guion original, en la que Sturges y su director de fotografía, William C. Mellor, aprovecharon magistralmente las posibilidades del nuevo formato. Pero, además, en escasos segundos, y sin mediar diálogos, nos plantean uno de los temas fundamentales del filme: el choque entre la modernidad, el progreso, la evolución y la civilización simbolizados en el ferrocarril y la tradición, el atraso, la involución y la barbarie representada en el pueblo. Un poblado perdido situado en medio de la nada y aislado del mundo y sus adelantos. Una población de aspecto triste y aburrida en donde pasar veinticuatro horas puede parecer una eternidad. Una aldea anclada en el siglo XIX habitada por vaqueros tan violentos como ignorantes liderados por el cacique del lugar, dueño del rancho más importante de la zona, que rechazan desde el primer momento la presencia del forastero, visto como una presencia amenazante para su control ejercido a través de la fuerza. Un lugar en el que el estado de derecho ha desaparecido, o quizás nunca existió, al imperar la ley del más fuerte. Así la película no sólo pretende acabar con la visión romántica del Oeste americano (el cacique del lugar llega a comentar al forastero: “Recelamos de los forasteros. Eso es todo. Resabios de otros tiempos. Del viejo Oeste” para concluir “para nosotros este lugar es el Oeste nuestro, y querríamos que nos dejaran en paz”) sino que de forma descarnada nos muestra la realidad de la denominada América profunda.



La cinta parte, pues, de una situación típica del wéstern: la llegada de un extranjero a una localidad oprimida que se enfrentará al amo del lugar liberando a los habitantes de la aldea de la tiranía sufrida, no sin antes haber removido sus conciencias y haberles hecho reaccionar, por fin, una vez perdido el miedo. E incluso está emparentada con otros filmes del Oeste, ya reseñados en este blog, como “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952) y “El tren de las 3:10” (Delmer Daves, 1957) en lo que se refiere a la importancia del paso del tiempo, de hecho asistimos a las veinticuatro horas más decisivas en la vida del protagonista, y al peso otorgado al ferrocarril como elemento dramático (2). Pero al mismo tiempo la película trasciende el género, no sólo porque su desarrollo es más propio de un thriller, sino por abordar temas de carácter universal como la dicotomía entre el progreso y el atraso, ya aludida al inicio de esta reseña, o los sentimientos xenófobos latentes en la sociedad estadounidense. Una xenofobia, hija de la ignorancia,de la intolerancia y de los prejuicios, que lleva a rechazar al otro, al diferente, simplemente por serlo. Y muy relacionado con ella se aborda la cuestión del falso patriotismo de aquellos que identifican sus propios intereses con los del grupo, bien sea un pueblo o una nación, considerando enemigos a los que piensan y sienten de manera distinta o pertenecen a otra etnia o comunidad. Así el luctuoso acontecimiento que genera el drama posterior tuvo lugar como consecuencia de lo que califica el dueño del hotel como una “borrachera patriótica” en la que varios individuos quisieron dar una lección a un norteamericano de origen japonés tras el bombardeo de Pearl Harbour. De esta forma, el filme aborda uno de los episodios más vergonzantes de la historia de los EEUU en la década de los cuarenta: el execrable comportamiento, tras el ataque a Pearl Harbour, de las autoridades y del pueblo estadounidense con sus compatriotas de origen nipón, al ser la mayoría confinados en campos de concentración, sin ningún juicio previo ni garantía legal, tan sólo por haber cometido el “pecado” de tener rasgos asiáticos, mientras que los menos afortunados, como ocurre en el filme, se convirtieron en las víctimas de la furia irracional de los autodenominados “patriotas”.



Además el filme supone una censura rotunda del miedo y de la cobardía como elementos propiciatorios de la perpetuación de las injusticias en una sociedad. Es el comportamiento del sheriff al haberse negado a investigar los hechos ocurridos en el pasado o la actitud del doctor consistente en mirar hacia otro lado lo que ha permitido consolidar el poder del oligarca. Ambos personajes son, por tanto, culpables por encubrir un delito abominable. Así la película puede entenderse, dado el año de su producción, como una alegoría de la paranoia anticomunista vivida en los EEUU tras la II Guerra Mundial y cuyo máximo representante fue el senador McCarthy quien, con el pretexto de defender los valores de la democracia occidental, llevó a cabo una auténtica caza de brujas caracterizada por las acusaciones sin fundamento, las falsas incriminaciones y los procedimientos sumarísimos contra aquellos de los que se sospechaba habían tenido alguna relación con el partido comunista o simplemente habían mostrado cierta simpatía con él; extendiendo durante la primera mitad de la década de los cincuenta un régimen de terror mientras la mayoría del pueblo norteamericano lo permitía por miedo o indiferencia.






La película cuenta, pues, con una gran riqueza argumental, pero también está muy cuidada desde el punto de vista formal (3), gracias a un trabajo exquisito de John Sturges en la composición de los planos. A título de ejemplo cabría destacar la escena en la que los ciudadanos del pueblo, situados por el director de forma jerárquica, deciden eliminar al forastero; la secuencia previa al enfrentamiento en el bar, representando los tres actores implicados un triángulo isósceles, con Reno, el verdadero cerebro, ocupando el ángulo superior, y Mcreedy y Cole, los contendientes, los ángulos inferiores; o el plano repetido con la cámara enfocando a un cristal, tras el que se encuentran varios de los habitantes del pueblo, en el que se refleja el protagonista caminando por la calle principal, de tal forma que en un mismo plano vemos al personaje vigilado y a los observadores.



Otra de las virtudes del filme es el creciente suspense creado por el director a medida que el protagonista vaya intuyendo la verdad y comprenda que su vida corre peligro; así como, en consonancia con la situación vivida por Mcreedy, la atmósfera opresiva, densa, sofocante y, por momentos, irrespirable que destila el filme. De esta forma el protagonista pasará de constatar el recelo inicial de los habitantes de la aldea al seguirle por la calle tras haber bajado del tren e intentar boicotear su hospedaje en el hotel, lo que le hará afirmar irónicamente “Es muy curioso lo que ocurre aquí en Black Rock, todo el mundo se desvive por ser amable. Eso hace muy agradable la vida”; a comprender que el pueblo se puede convertir en su tumba una vez confirmada la imposibilidad de escapar al menos en las próximas veinticuatro horas hasta la llegada del siguiente expreso y ante a la imposibilidad, por orden de Reno Smith, de alquilar un automóvil necesario para viajar hasta la parada de autobús situada a cuarenta kilómetros. Situación a la que hay que unir el total aislamiento de Mcreedy al impedirle los esbirros de Smith comunicarse con la policía a través del teléfono y el telégrafo.



Por último tengo que referirme al espectacular reparto que, básicamente y al igual que en otros filmes del director tan destacados como “El último tren de Gunn-Hill” “Los siete magníficos”, “La gran evasión” o “Estación polar Cebra”, responde a un universo básicamente masculino.



Spencer Tracy, especializado en personajes que desprendían autoridad interpretados por él con una imponente economía de medios, está perfecto como Mcreedy, un individuo tranquilo, mesurado, inteligente, integro, templado hasta la exasperación y muy superior moralmente a sus oponentes quien hará temblar los cimientos sobre los que se apoya el poder de Reno y, finalmente, liberará al pueblo de Black Rock de la opresión ejercida por el cacique tras haber provocado una catarsis colectiva. El protagonista respresenta los valores de la civilización frente a la barbarie y el director se esfuerza en individualizarlo desde la primera escena al vestirlo con un traje negro que difiere del atuendo del resto de los personajes y constrasta con los tones ocres del paisaje.



Robert Ryan le da la replica perfecta como Reno Smith, el dueño y señor de Black Rock. Propietario del rancho Tres barras, ejerce un poder represivo basado en su capacidad de intimidación y rechaza tanto la modernidad y la apertura del pueblo como a los forasteros al suponer un peligro para su omnipotencia. Es un líder populista y violento capaz de decidir fríamente la ejecución de un hombre porque según sus propias palabras refiriéndose a Mcreedy. “Ese es algo así como un portador de viruela. Desde que ha llegado el pueblo tiene fiebre y es contagiosa”. El típico individuo que identifica actividades como la caza con la hombría (la presentación del personaje con su vehículo portando un venado muerto en el capó es antológica), cargado de prejuicios y con un discurso plagado de vaguedades y generalizaciones; así, sobre el forastero afirmará “Sé como son esos mancos. Se dejarían sacrificar como mártires. Son fanáticos”. Representante de un patriotismo de tintes fascistas, su frustración por haber sido rechazado para incorporarse a filas la descargará sobre un pobre granjero japonés al que tilda de ruin y de perro rabioso como todos “los leales japoneses americanos” (4).



Para ejercer su control Reno Smith se vale principalmente de dos sicarios carentes de moral a los que exige una lealtad ciega, Coley y Hector, interpretados respectivamente por Ernest Borgnine y Lee Marvin; son auténticos perros de presa dotados de más músculos que cerebro. A cada uno le corresponde intervenir en dos excelentes escenas de gran importancia para conocer la personalidad del protagonista. Así Hector se colará en la habitación de Mcreedy tumbándose en su cama en un intento infructuoso de provocarle, lo que le llevará a afirmar ante la templada respuesta del forastero “Vaya cachaza tiene”. Mientras que Coley comprobará de primera mano la contundente respuesta física del forastero, tras haber sido provocado y hostigado, en una pelea que me recordó a la sostenida por el mismo actor con Sterling Haydn en “Johnny Guitar” (Nicholas Ray, 1954).



Dean Jagger interpreta al sheriff, un hombre pusilánime y débil con tendencia a refugiarse en la botella al haberse convertido en un pelele en manos de Smith (de hecho el cacique le nombró en el pasado e igualmente le cesará en la actualidad de su cargo). Simboliza el sometimiento por miedo del poder civil al líder autoritario.



Un excelente, como siempre, Walter Brennan en el papel del doctor y un joven John Ericson como el propietario del hotel representan la mala conciencia del pueblo, y por extensión de la sociedad norteamericana, al haber mirado hacia otro lado mientras los hechos sucedían o al haberse dejado arrastrar por el clima de violencia. Junto con el sheriif terminarán por prestar la ayuda necesaria a Mcreedy recuperando su autoestima y acabando tanto con los sentimientos perversos establecidos entre los habitantes de la aldea, basados en la pertenencia a una comunidad corrompida, como con la tiranía impuesta por Smith, devolviendo finalmente a su población el control de la ciudad; es decir, recuperando la democracia.



El único papel femenino recae en Anne Francis, recordada por la película de culto “Planeta prohibido” (Fred M. Wilcox, 1956). Da vida a Liz, hermana del propietario del hotel y amante de Reno, quien será víctima de la paranoia y violencia del cacique del lugar.



“Conspiración de silencio” aúna a su enorme calidad el ser una película muy comercial, las dos características del mejor cine hollywoodiense, por lo que sólo me queda invitaros a acompañar a Spencer Tracy en un “Mal día en Black Rock”, estoy seguro de que no os vais a arrepentir.


(1) Aunque Spencer Tracy no fue galardonado con el Oscar, obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes.

(2) En “Solo ante el peligro” el sheriff Will Kane esperaba angustiado la llegada del tren, identificado con la muerte al viajar en él Frank Miller; mientras que en “El tren de las 3:10” Dan Evans aguardaba en una habitación del hotel junto a su prisionero Ben Wade la llegada del ferrocarril, promesa de un futuro mejor; y en la película que nos ocupa constituye la única esperanza para sobrevivir del protagonista.

(3) Tanto la utilización de la luz y el color como la composición de algunos planos recuerdan la obra de Edward Hopper (1882-1967).

(4) Sturges ahonda aún más las diferencias existentes entre el protagonista y su principal antagonista al haber combatido el primero en la II Guerra Mundial pagando un alto precio por ello (la pérdida de su brazo) mientras que la mayor aportación al conflicto bélico del segundo ha consistido en haber perpetrado un crimen atroz en la persona de un conciudadano. 

sábado, 16 de marzo de 2019

EL RASTRO DE LA PANTERA

(Track of the cat, 1954)

Dirección: William Wellman
Guion: A.I. Bezzerides

Reparto:
- Robert Mitchum: Curt Bridges
- Teresa Wright: Grace Bridges
- Diana Lynn: Gwen Williams
- Tab Hunter: Harold Bridges
- Beulah Bondi: Ma Bridges
- Philip Tonge: Pa Bridges

Música: Roy Webb
Productora: Wayne-Fellows Production.

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,75

“Esta casa está corrompida por los dioses que has creado. Los tuyos y los de Curt. Con orgullo, dinero y avaricia”. Grace a su madre.


ARGUMENTO: Finales del siglo XIX en el norte de California, los Bridges, una familia de rancheros asentados en una zona montañosa aislada de la civilización, se ven amenazados en pleno invierno por la presencia de un enorme felino. Arthur, el hermano mayor, y Curt, el mediano, decidirán darle caza, al mismo tiempo que estallarán, por la tensión generada, los problemas y rencillas largamente larvados en el núcleo familiar.


“El rastro de la pantera” fue el último wéstern rodado por William Wellman, uno de los grandes directores del Hollywood clásico que comenzó como John Ford, Howard Hawks o Raoul Walsh en la época silente desempeñando todo tipo de trabajos hasta poder rodar su primera película, pero a diferencia de estos apenas ha gozado del reconocimiento que se merece (1).


Su aportación a este género se caracterizó por la singularidad de sus propuestas. De esta forma “Incidente en Ox-Bow” (1943) constituye un sobrecogedor alegato contra la ley de Lynch y, por extensión, contra la pena de muerte; “Cielo Amarillo” (1948) se enriquecía con un subtexto sobre la inadaptación de los excombantientes abandonados por su gobierno tras haber sacrificado lo mejor de sí mismos, situación vivida en los EEUU al finalizar la II Guerra Mundial; “Más allá del Missouri” (1951) con los monument man como protagonistas contenía un mensaje marcadamente ecológico; y en “Caravana de mujeres” (1951), un proyecto antiguo de su íntimo amigo Frank Capra, rendía un sentido tributo a la mujer y su contribución a la conquista del Oeste. Quizás su wéstern más convencional, aunque no exento de interés, sea “Las aventuras de Buffalo Bill” (1944), necesario peaje pagado a Darryl F. Zanuck por poder haber rodado la citada “Incidente en Ox-Bow”.


A comienzos de la década de los cincuenta su encuentro con John Wayne fue esencial. La estrella, que junto a Robert Fellows había creado la Wayne-Fellows (2) con el objeto de producir básicamente sus películas, encontró en Wellman al director ideal para dotar de calidad a unos productos claramente comerciales; además de garantizarse escasos contratiempos durante el rodaje de las películas dada la fama del realizador de ser capaz de rodar cualquier tipo de filmes ajustándose al presupuesto y al tiempo marcados.


La colaboración entre el actor-productor y el director se prolongaría durante tres años y seis títulos (3) obteniendo un enorme éxito, sobre todo con “Escrito en el cielo” (1954), melodrama aéreo nominado a los oscars en seis categorías (Dimitri Tiomkin lo obtuvo por la banda sonora) y claro antecedente del cine de catástrofe muy popular en la década de los setenta.


Gracias a este filme un Wayne plenamente satisfecho con el resultado logrado dio carta blanca a Wellman para abordar su próxima película, un proyecto largamente acariciado por el director basado en una novela publicada en 1949 de Walter Van Tilburg Clark, autor igualmente de “Incidente en OX-Bow”, que se convertiría en uno de los wésterns más singulares de la década de los cincuenta.


De hecho el primer dato sorprendente lo constituye el guionista encargado de adaptar el libro, A. I. Bezzerides, un escritor especializado en libretos para noirs y thrillers (4) que elaboró un wéstern psicológico enriquecido con elementos propios de los dramas familiares con clara influencia de autores como Tenesse Williams, de películas de aventuras, de trhillers e, incluso, de cine fantástico, con una pantera como ser diabólico y casi sobrenatural a la que nunca veremos en pantalla (5). Todo ello convierte a la película desde el punto de vista de su género en una rareza inclasificable.


Igualmente original es el tratamiento del color. Así y a pesar de estar rodado en Warnercolor, Wellman, con la impagable ayuda de su director de fotografía William H. Clothier, apagó, suavizó y difuminó los tonos hasta conseguir la apariencia de estar viendo una película en blanco y negro en la que la gama predominante son ambas tonalidades junto con los grises. De este monocromatismo prácticamente sólo escapa la chaqueta de color rojo sangre de Curd como símbolo de su carácter (fuerza, agresividad, apasionamiento).


Wellman en la cinta desarrolla dos líneas argumentales, perfectamente imbricadas, a través de otros tantos escenarios, en los que aborda como tema principal la relación entre el ser humano y su entorno en un momento en el que los avances tecnólogicos posibilitaban no sólo la transformación de la naturaleza sino también su destrucción total (6).


a) En primer lugar nos encontramos con el estudio del núcleo familiar, presentándonos el filme a una familia disfuncional que ha pagado un precio muy alto en su lucha por establecerse en el valle para modificarlo en provecho propio. Estamos ante un grupo escasamente cohesionado compuesto por seres infelices e insatisfechos en los que no hay sitio para el amor y el cariño. Viven, como señala Grace, “enterrados en el valle” y dominados por la madre que ha creado una especie de tela de araña emocional con el objeto de imposibilitar la marcha de alguno de sus miembros.


Ma, magnífica Beulah Bondi, simboliza el puritanismo más severo con un sentido de la propiedad muy arraigado que la lleva a rechazar a los escasos pretendientes de sus hijos ante el temor de dividir sus propiedades. De moral estricta, criticará despiadadamente a Gwen, la prometida de su hijo menor, por haberla visto besarle y por llevarle dos años, haciendo exclamar a Harold, el vástago mayor, “parece que quieres que se extinga la familia”; frase profética pues su forma de actuar provocará, indirectamente, la tragedia posterior. Mujer inflexible, severa e intolerante, de hecho Grace le espetará “siempre hablas como si fueras Dios”, tan sólo se mostrará humana reconociendo sus errores al final del filme una vez el drama se haya consumado.


El padre, encarnado por Phillip Tonge, es, por el contrario, un hombre vencido que se refugia en el alcohol y tan sólo reclama una caricia, un beso o, simplemente, “el placer de una buena conversación”. Carece de autoridad en el grupo como de forma cruel se lo recuerda Ma a uno de sus hijos al comentarle que “tu padre no pinta nada desde hace mucho tiempo”. Pa protagoniza las únicas escenas distendidas de la cinta al buscar desesperadamente en distintos escondites sus preciadas botellas de whisky. No obstante, al final recibirá su anhelada caricia en la mano por parte de Ma, sútil plano que muestra un cambio en la relación con ésta y con el resto de miembros supervivientes de la familia.


Curt, el hijo mediano al que da vida en una memorable actuación Robert Mitchum (7), es el preferido de la madre por ser el más próximo a su carácter. Es un hombre violento, prepotente, impulsivo, cínico, egoísta, acostumbrado a imponer su voluntad y dar órdenes. Actúa como el dueño del rancho tomando las decisiones sin consultar al resto de los miembros de la familia y constantemente se burla de sus hermanos; incluso se insinuará a Gwen, la prometida de Harold.



Harold, interpretado por Tab Hunter, es el hermano menor. Con un carácter tímido, retraido y algo pusilánime, su hermana Grace, una maravillosa Teresa Wright, le animará a emanciparse y a no cometer el mismo error que ella, quien dejó escapar la felicidad cuando llamó a su puerta al no atreverse a abandonar a su familia e iniciar una nueva vida con aquel al que amaba, habiéndose convertido en una “solterona” amargada y resentida. Tal es el retraimiento de Harold que será Gwen la que le incite, en una escena de gran sensibilidad, a mantener por primera vez relaciones sexuales.


Por último, Arthur, el hermano mayor, se nos muestra como el miembro más equilibrado y sensible, lee a Keats, y es el personaje que mejor entiende a Joe Sam (un antiguo jefe indio y hechicero con visiones y capacidad para aparecer y desaparecer de forma sigilosa con lo que se aumenta el tono fantástico, mágico y sobrenatural del filme) y su forma de sentir a la naturaleza. Sirve como contrapeso a la figura de Curt al intentar proteger, dentro de sus posibilidades, a sus dos hermanos.


Todos ellos protagonizan un drama con una marcada apariencia teatral denso y de una gran intensidad al salir a flote, como consecuencia de la aparición amenazante del felino y la presencia en su casa de Gwen, las rencillas, celos y odios acumulados durante muchos años. La apariencia teatral sin duda se ve remarcada por la puesta en escena de Wellman de una gran austeridad, por el número escaso de personajes, por el hecho de haber rodado íntegramente las secuencias del rancho en estudio, en concreto se filmó en el set propiedad de la Warner Bross, y por el protagonismo de dos actores como Beulah Bondi y Philipp Tongue con una importante trayectoria entre bambalinas.


Igualmente destacable es la composición de determinadas secuencias por parte del director que confieren una gran originalidad a la película. En concreto destacaría dos: aquella en la que situa la cámara tras el cabecero de la cama en donde yace el cuerpo sin vida de Arthur al que no llegamos a ver, y la del enterramiento de éste en la que la posiciona dentro de la tumba contemplando el espectador a través de un contrapicado a los personajes enmarcados por la fosa.


b) La segunda línea argumental corresponde al intento por parte de Curt y Arthur de dar caza al felino.

Está rodada íntegramente en exteriores, en concreto en el Mount Rainer National Park situado en Washington y en las White Mountains de Arizona, lo que permitió mostrar, una vez más, el sentido visual de Wellman para los espacios abiertos. Sin embargo como ya hiciera tanto en “Cielo amarillo” como en “Caravana de mujeres” crea un espacio opresivo y claustrofóbico en consonancia con el estado de ánimo de Curt.


Éste a medida que se adentre en los inmensos parajes montañosos y se deba enfrentar no sólo contra la pantera sino también contra una naturaleza adversa, hóstil y amenazante, presentada casi como si se tratara de una película de terror, irá perdiendo la seguridad y la confianza en sí mismo; máxime cuando se convierta en víctima del infortunio, primero al perder la comida preparada por su madre que tenía en su chaqueta intercambiada con la de Arthur y, posteriormente, al quedarse sin unos fósforos imprescindibles para encender la lumbre con la que evitar morir congelado. De hecho Wellman rueda una escena magistral desde el punto de vista del suspense al contemplar el espectador cómo Curt utiliza sus tres últimas cerillas para hacer fuego, finalmente extinguido por la nieve que cae de una de las ramas del árbol en el que se había refugiado.


Así, y poco a poco, el estado de ánimo de Curt pasará del arrojo y la determinación a la desesperanza, pasando por la angustia y de ésta al más absoluto terror. Y será la naturaleza, convertida en un protagonista más de la película, la que tome cumplida venganza sobre aquel que se sirvió de ella pensando exclusivamente en su propio beneficio. Curt finalmente será “devorado” por su carácter, sus prejuicios, sus miedos y temores; simbolizados por la pantera a la que alude el título del filme que, como señala uno de los personajes, en realidad es “la causa de los problemas del mundo, el diablo que llevamos dentro”.


“El rastro de la pantera” es, pues, una película experimental y profundamente moral con una importante carga religiosa. Una especie de parábola sobre la lucha entre el bien y el mal, entre la luz y las tinieblas que puede desconcertar inicialmente a los amantes del wéstern al no responder a los arquetipos y temas propios de este género, pero sin duda su visión es obligatoria para todo amante del cine.


Como curiosidad comentaros que Andrew Victor McLaglen, hijo de Victor McLaglen y muy vinculado en sus inicios a la Batjac, trabajó como ayudante de dirección de Wellman.

(1) En una entrevista reciente su hijo, William Wellman Jr, ha achacado el olvido en el que ha caído la figura de su padre a las escasas retrospectivas realizadas sobre su obra. Situación que, poco a poco, va cambiando.

(2) La Wayne-Fellows se constituyó en 1952 y la primera película producida fue “El gran Jim McLain”, mediocre alegato anticomunista. A mediados de la década de los cincuenta Robert Fellows vendió su parte a Wayne quien rebautizó a la compañía con el nombre de Batjac.

(3) En la Wayne-Fellows (posteriormente Batjac) Wellman rodaría·tres películas protagonizadas por Wayne “Infierno blanco” (1953), “Escrito en el cielo” (1954) y “Callejón sangriento” (1955), curiosamente ninguna de ellas wéstern; además de “La pista del terror” (1954), un thriller protagonizado Mickey Spillane (novelista creador del detective Mike Hammer) y en el que sin embargo figura como único director el guionista y amigo personal de Duke James Edward Grant; “El rastro de la pantera”, y “Adios Lady” (1956), película inédita en España.

(4) Entre los guiones nacidos de la pluma de A. I. Bezzerides podemos destacar los de “La pasión ciega” (Raoul Walsh, 1940), “Mercado de ladrones” (Jules Dassin, 1949), “La casa en la sombra” (Nicholas Ray, 1951), “El beso mortal” (Robert Aldrich, 1955) y dos filmes dirigidos por Curtis Bernhardt “Juke Girl” y “Siroco”.

(5) Wellman consideró un error no haber mostrado al felino en ningún momento a lo largo del filme, pero creo que es uno de los grandes aciertos de la película al acentuar su carácter misterioso e, incluso, sobrenatural.

(6) Walter Van Tilburg Clark concluyó la novela tan sólo tres años después de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagasaki.

(7) En principio el papel de Curt lo iba interpretar John Wayne, pero la estrella, acertadamente, se dio cuenta de que el personaje no respondía a su imagen basada en la recitud y honradez; por lo que tanto Duke como Wellman se inclinaron por Robert Mitchum, un actor muy adecuado para papeles caracterizados por su oscuridad y ambigüedad. De hecho, Mitchum al año siguiente nos regalaría una de sus mejores interpretaciones, la del reverendo Harry Powell en la indispensable “La noche del cazador” (Charles Laughton, 1955).

jueves, 7 de marzo de 2019

ESTRELLA DE FUEGO

(Flaming star, 1960)

Dirección: Don Siegel
Guion: Clair Huffaker y Nunnally Johnson

Reparto:
- Elvis Presley: Pacer Burton
- Barbara EdenRoslyn Pierce
- Steve Forrest: Clint Burton
- Dolores del Río: Neddy Burton
- John McIntire: Sam “Pa” Burton
- Rodolfo Acosta: Buffalo Horn
- Karl Swenson: Dred Pierce
- Richard Jaeckel: Angus Pierce
- L. Q. Jones: Tom Howard

Música: Ciryl J. Mockridge.
Productora: Twentieth Century Fox.

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,25

“El odio anda suelto y todo el mundo quiere eliminar a todo aquel que no sea como él” Clint Burton.


Creo que no descubro nada al afirmar que Elvis Aaron Presley es uno de los grandes iconos de la cultura pop del siglo XX y figura fundamental en la evolución de la música popular en la segunda mitad del citado siglo. Sin embargo desde un primer momento soñó, mientras acomodaba al público en el Loew’s State Theatre en la localidad de Memphis, con convertirse en una de aquellas estrellas inmortalizadas en la pantalla grande como medio para superar la pobreza.


Su sueño se convirtió en realidad al firmar un contrato con el mítico productor Hal B. Wallis y protagonizar “The Reno Brothers”, anodino melodrama familiar desarrollado durante la Guerra de Secesión retitulado como “Love me tender” (nombre de una de las cuatro canciones interpretadas por “el Rey” en el mismo). A este le siguieron dos cintas, no exentas de interés, dirigidas por veteranos profesionales de la talla de Richard Thorpe (la seudobiográfica “El rock de la cárcel” de 1957) y Michael Curtiz (“El barrio contra mí” de 1958) en las que se explotaba su imagen de líder de una juventud rebelde, intentando entroncarlo cinematográficamente con el Marlon Brando de “Salvaje” (Laslo Benedek, 1953) y el James Dean (1) de “Rebelde sin causa” (Nicholas Ray, 1955).


Tras licenciarse interpretaría su mejor papel, el mestizo Pacer en la película objeto de esta reseña. Wéstern que debería haber lanzado su carrera como actor, pero incomprensiblemente a partir de ese momento dirigido tanto por Hal B. Wallis, dueño de su contrato cinematográfico, como por su manager, el ínclito y oscuro coronel Tom Parker, se limitaría a protagonizar insustanciales filmes musicales con guiones descabellados en los que repetiría el mismo papel rodeado de mujeres, todo ello como fórmula para incrementar la venta del correspondiente disco editado con anterioridad que, a su vez, había servido de señuelo para la película.

Una lástima porque Elvis Presley se convirtió en un mero producto dirigido a adolescentes, echando a perder su primigenia aspiración de convertirse en un reputado actor capaz de revolucionar, al igual que hizo con la música, la meca del cine.


ARGUMENTO: Los Burton, una familia mixta de rancheros, se verá arrastrada, a pesar de intentar mantenerse neutral, por el estallido en Texas de un nuevo enfrentamiento entre los kiowas y los colonos de raza blanca.


La Twentieh Century Fox a finales de la década de los cincuenta retomó un proyecto basado en una novela escrita por especialista en el género Clair Huffaker, de la que había comprado sus derechos, que en principio iba a ser protagonizada por Marlon Brando y Frank Sinatra (2), en los roles de los hermanos Burton, y cuya dirección se encomendó inicialmente a Michael Curtiz.


Su productor, David Weibart (3), vio en el filme una estupenda oportunidad para relanzar la carrera cinematográfica de Elvis Presley, mostrando su imagen más rebelde como cinco años antes había hecho con James Dean en “Rebelde sin causa”, película igualmente producida por él. Para ello encargó al propio Huffaker la adaptación del primigenio guion escrito por Nunnally Johnson (4), amoldando el personaje de Pacer a la personalidad de Elvis, al mismo tiempo que se le daba mayor importancia en detrimento de la de su hermano Clint, para el que se contó inicialmente con Robert Wagner aunque terminó siendo interpretado por Steve Forrest (5), hermano menor de Dana Andrews.


Don Siegel, un director curtido en la serie b con títulos en su haber de relevancia (6) que el año anterior había filmado “Hound-Dog Man”, título a mayor gloria de Fabian, otro popular cantante reconvertido en actor, fue el cineasta escogido para llevar a buen puerto el proyecto. Siegel, a pesar de ser un producto de encargo, no concibió el filme como un mero vehículo para su protagonista y tal fue su grado de implicación que consiguió, frente al criterio del coronel Parker, eliminar la mayoría de las canciones previstas en la película para el lucimiento del cantante (de hecho tan sólo se escuchan dos: la principal mientras vemos los títulos de crédito y otra perfectamente integrada en la historia al entonarla mientras se celebra la fiesta de cumpleaños de su hermano Clint); de tal forma que la estrella por primera vez pudo interpretar un papel. Reto del que salió airoso al ser capaz de construir de forma creíble un personaje vulnerable pero con una gran fortaleza, sensible y brutal al mismo tiempo, de carácter reflexivo aunque con tendencia a los estallidos de cólera. Además el director demostró adaptarse perfectamente a un filme con presupuesto medio, al formato CinemaScope y al sello habitual y tan característico desde el punto de vista formal de los wésterns producidos por la Twentieth Century Fox durante esta década. E, incluso, nos regaló algunas de las secuencias más líricas y emotivas de su filmografía, plagada de filmes caracterizados por su sequedad y aspereza, como aquella en la que Neddy va al encuentro de la Estrella de Fuego; la despedida entre Pacer, al haber decidido tomar parte en la lucha por los kiowas, y su padre; o el emotivo, memorable, trágico y coherente final, muestra evidente de la incapacidad del ser humano para entender al diferente y de que, como señala David Torres en su último libro, “el progreso es una flecha que va arrasando civilizaciones y cercenando multitudes anónimas”.


La major arropó a Elvis con un gran reparto. Al mentado Steve Forrest hay que añadir al excelente y habitual en este género John McIntire en el papel de su padre y a Dolores del Río, una de las grandes damas del cine mexicano además de ser uno de los primeros actores latinos en triunfar en Hollywood al que regresaba tras “El fugitivo” (John Ford, 1947) su último filme rodado en EEUU hasta la fecha. Desde su llegada Elvis le mostró su total admiración lo que facilitó su absoluto entendimiento en la película, redundando este hecho en la veracidad que se desprende de su relación en el filme.


Este se concibió como un canto a la familia, institución presentada como el refugio y la única patria de los protagonistas de la película, al mismo tiempo que denunciaba el racismo y la intolerancia existentes en la sociedad anglosajona en el siglo XIX; aunque también se puede entender como una crítica a la situación vivida por los EEUU a finales década de los cincuenta. Una época convulsa por el auge de los movimientos reivindicativos de los derechos de las minorías raciales y el resurgimiento, como respuesta, de las organizaciones racistas; así como por la paranoia extendida en la ciudadanía como consecuencia del apogeo de la Guerra Fría, cuyo máximo exponente fue la cruzada emprendida por el senador McCarthy contra todo aquel sospechoso de simpatizar con el pensamiento comunista. De hecho, al igual que ocurrió con innumerables compatriotas, los miembros de la familia Burton serán víctimas del fanatismo y la obcecación de ambos bandos al intentar mantenerse al margen y no tomar partido por ninguno de ellos. Así tras rechazar participar en una expedición punitiva de sus vecinos contra los kiowas, serán sus hasta ahora amigos los que acaben con gran parte de su ganado. Conducta que hará exclamar a Clint mientras contempla con su padre los cadáveres de las reses: “Son peores que los indios. Un indio si puede te roba, pero esto no es más que maldad”.


Y es esta equidistancia frente a los dos bandos en litigio la que le proporciona gran autenticidad a la película. De esta forma aunque se presenta a los kiowas como a unos individuos sedientos de sangre, con posterioridad nos expondrá cuáles son sus motivaciones con el objeto de que el espectador pueda entender la tragedia vivida por los pieles rojas que les ha llevado a desenterrar el hacha de guerra. Así, Buffalo Horn, el nuevo jefe de los kiowas, le comentará a Pacer: “No tenemos dónde ir. Debemos luchar o morir” y, más tarde, en el campamento indio: “También tú pensar en esto. ¿De quién es esta tierra? ¿Quién vivir aquí desde el principio del tiempo? ¿Acaso invadimos su tierra? No, ellos venir contra nosotros. Penetrar cada vez más y más en nuestra tierra, apoderándose de todo. Siempre empujando”. Aunque, al igual que los blancos, se nos muestran cargados de prejuicios al repudiar a Neddy, incluso su propia hermana, por haberse casado con un hombre blanco. Mientras que los colonos, las víctimas iniciales, muy pronto mostrarán su odio y rechazo a los primigenios habitantes de los EEUU y se comportarán como una turba sedienta de sangre incapaz de reflexionar, rechazando a Pacer por lo que es, un mestizo, y no por cómo es. Clara muestra del cambio de actitud hacia el protagonista lo constituye la escena en la tienda en la que Angus Pierce (Richard Jaeckel), amigo de los Burton e invitado a la fiesta de cumpleaños de Clint, le comenta a este: “He estado pensando en ti. He decidido que seamos amigos a pesar de todo. Pero si el mestizo de tu hermano entra en la tienda, lo mataré”. Incluso la actitud consistente en ver a Neddy y a Pacer como alguien distinto a ellos se nos muestra claramente en la fiesta inicial cuando Tom Howard (L. Q. Jones) comenta a la matriarca de los Burton: “Una estupenda cena señora Burton. Como decimos siempre Willy y yo, en esto de cocinar nadie diría que usted es diferente…bueno de nuestra madre o de otra mujer”.


El drama vivido por la familia Burton queda perfectamente resumido en la conversación que mantienen Neddy y Sam, al comentar la primera respecto a los indios: “Era su tierra Sam y no les gusta que nadie les quite nada de ella” y contestar su marido: “Pero esta tierra ya no es suya. La hemos trabajado durante veinte años y nadie podrá decir que no es nuestra”.

En la película, además, se puede rastrear la huella de dos wésterns muy populares: “Centauros del desierto” (John Ford, 1956) y “Los que no perdonan” (John Huston, 1960):


Así, al igual que en en la obra maestra de Ford, que cuenta con su correspondiente reseña, la acción se sitúa en Texas. Una zona fronteriza disputada por dos culturas enemistadas e incapaces de convivir y cuyo choque lo sufrirá la familia protagonista. Asimismo, como en este filme, la película se inicia con una escena costumbrista, en este caso la fiesta de cumpleaños de Clint, con el objeto de mostrarnos la placida existencia de los protagonistas. Para inmediatamente después revelar que el equilibrio en el que se basa la existencia de los Burton es inestable, porque siempre por debajo del cielo hay un infierno.


Mientras que respecto a la cinta de Huston, tan sólo estrenada unos meses antes, la situación de partida es muy similar al sufrir la familia protagonista, hasta ese momento perfectamente integrada, el rechazo de sus vecinos al descubrirse que su hija es en realidad una india adoptada en su día. Incluso la forma cómo se desencadena el odio latente durante años en ambas películas es muy parecido, puesto que tras una escena distendida (la petición de la mano de la hermana del protagonista por un pretendiente en la cinta de Huston y la citada fiesta de cumpleaños en la de Siegel) se sucede otra brutal; en la película que nos ocupa el feroz asalto al rancho de los Howard, una secuencia inesperada e impactante tanto por su violencia explícita como por romper bruscamente con el tono distendido empleado hasta ese momento por el director.


A partir de esa escena la película se va ensombreciendo, extendiéndose un halo de pesimismo a medida que los Burton son víctimas del infortunio. De esta forma, en un encuentro fortuito Neddy resulta malherida por los disparos de un colono moribundo al que Pacer mata. Posteriormente Pacer y Clint, ante la actitud de los vecinos del pueblo oponiéndose a que el médico asista a su madre, tomarán como rehén a una niña para forzar al doctor a acompañarlos al rancho, perdiendo un tiempo precioso. Y el padre es atacado por un grupo de indios desconocedor del pacto de no agresión mantenido por Buffalo Horn respecto a la familia Burton, escena que culmina con un estupendo plano que muestra el carácter indómito de los colonos. Con estas secuencias el tándem compuesto por el director y el guionista parece prepararnos para el desesperanzado final comentado en un párrafo anterior.


“Estrella de fuego” es, pues, un notable, honesto y maduro wéstern anti épico, claro indicio de por dónde hubiera podido transitar la carrera cinematográfica de “el Rey del rock” si la película hubiese gozado de una respuesta más entusiasta por parte del público.


Como curiosidad comentaros que inicialmente se escogió para el papel de Roslyn a Barbara Steele, reina del terror gótico italiano durante la década de los sesenta con títulos míticos en su haber como “La máscara del demonio” (Mario Bava, 1960), “Danza macabra” (Antonio Margheriti y Sergio Corbucci, 1964) o “Los largos cabellos de la muerte” (Antonio Margheriti, 1964); pero sus escenas fueron suprimidas tras ser sustituida por Barbara Eden.


(1) De hecho “El barrio contra mí” se concibió para ser protagonizado por James Dean, pero la prematura muerte del actor truncó el proyecto inicial sobre la historia de un boxeador, trasformando el personaje en un cantante para poder ser interpretado por Elvis.

(2) La pareja Brando-Sinatra ya había coincidido en la agradable comedia musical “Ellos y ellas” (Joseph Leo Mankiewicz, 1955) en la que tuvieron como compañeras a Jean Simmons y Vivian Blaine.

(3) David Weisbert fue el responsable del debut en el cine de Elvis Presley con la mencionada en esta reseña “Love me tender” y volvería a colaborar con Clair Huffaker en “Río Conchos” (1964), wéstern de Gordon Douglas en el que se volvía a incidir tanto en el choque entre culturas como en el racismo.

(4) Nunnally Johnson fue un prestigioso guionista, productor y director. De entre sus libretos podemos destacar los de “Tierra de audaces” (Henry King, 1939), “Las uvas de la ira” (John Ford, 1940), “La ruta del tabaco” (John Ford, 1941), “La mujer del cuadro” (Fritz lang, 1944), “El pistolero” (Henry King, 1950), “Rommel, el Zorro del Desierto” (Henry Hathaway, 1951), “Las tres caras de Eva” (Nunnally Johnson, 1957) o “Doce del patíbulo” (Robert Aldrich, 1967).

(5) Con una carrera cinematográfica irregular, Steve Forrest sería mundialmente conocido gracias a su papel del teniente Dan “Hondo” Harrelson en la popular serie “Los hombres de Harrelson”.

(6) Siegel había destacado en la década de los cincuenta por haber dirigido pequeñas producciones noir y de ciencia ficción de enorme calidad como “Private Hell 36” (escrita y protagonizada por Ida Lupino), “Crimen en las calles” (drama sobre jóvenes delincuentes), la imprescindible “La invasión de los ladrones de cuerpos” o “Contrabando” (uno de los primeros filmes estadounidenses en abordar el tráfico de drogas con Eli Wallach como protagonista).