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jueves, 21 de marzo de 2019

CONSPIRACIÓN DE SILENCIO

(Bad day at Black Rock, 1955)

Dirección: John Sturges
Guion: Millard Kaufman, Don McGuire

Reparto:
- Spencer Tracy: John J. Mcreedy
- Robert Ryan: Reno Smith
- Anne Francis: Liz Wirth
- Dean Jagger: Tim Horn
- Walter Brennan: Doc Velie
- John Ericson: Peter Wirth
- Ernest Borgnine: Coley Trimble
- Lee Marvin: Hector David
- Russell Collins: Mr. Hastings

Música: André Previn
Productora: Metro Goldwyn Mayer

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5

“Hay una diferencia enorme entre aferrarse a la tierra y vivir arrastrándose sobre ella”. Doc Velie


“Conspiración de silencio” fue el primer wéstern rodado en CinemaScope producido por la Metro Goldwyn Mayer y responde al cambio de rumbo emprendido por su nuevo presidente Dore Schary, tras haber sustituido a Louis B. Mayer como consecuencia de la crisis económica sufrida por la major desde finales de los años cuarenta. Así, mientras Mayer concebía el cine como puro entretenimiento y era partidario de repetir formulas exitosas, Schary siempre defendió que los filmes, además de divertir, debían informar y formar.



Ya su primera cinta producida para la Metro supuso una declaración de intenciones, porque “Fuego en la nieve” (William Wellman, 1949), un antiguo proyecto rechazado por la RKO, se concibió como un melodrama bélico alejado de la visión simplista y patriotera de la mayoría de las películas ambientadas hasta ese momento durante la II Guerra Mundial, al centrarse en la tragedia vivida por los soldados y en sus sentimientos.



Siendo coherente con su forma de pensar y entender el cine, durante el período en el que ocupó la silla de presidente en la Metro (1951-1956) Schary, liberal y votante del partido demócrata, produjo una serie de filmes marcadamente progresistas e innovadores como, ciñéndonos tan sólo al wéstern, “La medalla roja al valor” (John Huston, 1951), “Caravana de mujeres” (William Wellman, 1951), “La última caza” (Richard Brooks, 1956) o la película objeto de esta reseña.



Al igual que para poner en pie el proyecto, fue decisiva su intervención a la hora de conseguir que la protagonizara Spencer Tracy. Éste, unido a la major por un contrato en exclusiva durante veinte años, deseaba acabar con su relación contractual ( de hecho esta fue su última película para la Metro), pero Schary, autor del guion de tres filmes protagonizados en el pasado por el artista con un enorme éxito como “Forja de hombres” por la que obtuvo el Oscar al mejor actor, logró convencerlo para participar en la película no sin antes introducir algunos cambios en el guion, como por ejemplo que el protagonista fuera manco, con el objeto de hacer el papel más atractivo para la estrella. De hecho la entrega de Tracy fue total y se vio recompensada con una nueva candidatura al Oscar (1), aunque el ganador ese año fuera Ernest Borgnine, compañero en esta cinta de Spencer, por su emotiva y sensible interpretación de Marty en la película homónima dirigida por Delbert Mann.



La primera opción escogida por Schary para dirigir la película fue Richard Fleischer con quien se había entendido a la perfección durante el rodaje de “Arena” (1953), un neowéstern rodado en 3D ambientado en el mundo del rodeo, pero la Disney no le liberó de las obligaciones contraídas en relación con el montaje de “20.000 leguas de viaje submarino”; por lo que, tras descartar a Don Siegel quien llegó a afirmar que el libreto de Millard Kaufman era el mejor guion que había leído nunca, Schary se decidió por John Sturges, un director de la casa con algún título interesante en su haber tanto en el cine negro como en el wéstern (“La calle del misterio” -1950-, “Astucias de mujer” -1953-, “Fort Bravo” -1953-) y que ya había trabajado con Spencer Tracy en el noir “El caso O’Hara” (1951).



En todo caso la repercusión del filme sería fundamental en la carrera del director porque, por una parte, le brindó la oportunidad de poder dirigir un título con un mayor presupuesto antesala de sus westerns de la segunda década de los cincuenta, y, por otra, Kurosawa, impresionado por su trabajo en la película, le ofreció colaborar como asesor sin acreditar en su siguiente proyecto. Colaboración que le permitió adquirir los derechos de autor de “Los siete samuráis” (1954) a un precio muy reducido con el fin de filmar su remake en clave wéstern, la exitosa y enormemente popular “Los siete magníficos” (1960).



ARGUMENTO: El exmilitar John Mcreedy arriba a Black Rock, un pequeño pueblo situado en mitad del desierto, con la intención de entregar a un granjero japonés la medalla recibida a título póstumo por su hijo durante la II Guerra Mundial. Pronto detectará la actitud recelosa de los habitantes del municipio, quienes ocultan un terrible secreto, tornándose ésta en hostil al avanzar sus indagaciones; por lo que llegará, incluso, a temer por su vida.



Un tren avanza a toda velocidad atravesando un paisaje desértico hasta parar en una vetusta y destartalada estación en la que se apea un individuo vestido rigurosamente de negro. Así comienza el filme objeto de esta reseña. Una secuencia, no prevista en el guion original, en la que Sturges y su director de fotografía, William C. Mellor, aprovecharon magistralmente las posibilidades del nuevo formato. Pero, además, en escasos segundos, y sin mediar diálogos, nos plantean uno de los temas fundamentales del filme: el choque entre la modernidad, el progreso, la evolución y la civilización simbolizados en el ferrocarril y la tradición, el atraso, la involución y la barbarie representada en el pueblo. Un poblado perdido situado en medio de la nada y aislado del mundo y sus adelantos. Una población de aspecto triste y aburrida en donde pasar veinticuatro horas puede parecer una eternidad. Una aldea anclada en el siglo XIX habitada por vaqueros tan violentos como ignorantes liderados por el cacique del lugar, dueño del rancho más importante de la zona, que rechazan desde el primer momento la presencia del forastero, visto como una presencia amenazante para su control ejercido a través de la fuerza. Un lugar en el que el estado de derecho ha desaparecido, o quizás nunca existió, al imperar la ley del más fuerte. Así la película no sólo pretende acabar con la visión romántica del Oeste americano (el cacique del lugar llega a comentar al forastero: “Recelamos de los forasteros. Eso es todo. Resabios de otros tiempos. Del viejo Oeste” para concluir “para nosotros este lugar es el Oeste nuestro, y querríamos que nos dejaran en paz”) sino que de forma descarnada nos muestra la realidad de la denominada América profunda.



La cinta parte, pues, de una situación típica del wéstern: la llegada de un extranjero a una localidad oprimida que se enfrentará al amo del lugar liberando a los habitantes de la aldea de la tiranía sufrida, no sin antes haber removido sus conciencias y haberles hecho reaccionar, por fin, una vez perdido el miedo. E incluso está emparentada con otros filmes del Oeste, ya reseñados en este blog, como “Solo ante el peligro” (Fred Zinnemann, 1952) y “El tren de las 3:10” (Delmer Daves, 1957) en lo que se refiere a la importancia del paso del tiempo, de hecho asistimos a las veinticuatro horas más decisivas en la vida del protagonista, y al peso otorgado al ferrocarril como elemento dramático (2). Pero al mismo tiempo la película trasciende el género, no sólo porque su desarrollo es más propio de un thriller, sino por abordar temas de carácter universal como la dicotomía entre el progreso y el atraso, ya aludida al inicio de esta reseña, o los sentimientos xenófobos latentes en la sociedad estadounidense. Una xenofobia, hija de la ignorancia,de la intolerancia y de los prejuicios, que lleva a rechazar al otro, al diferente, simplemente por serlo. Y muy relacionado con ella se aborda la cuestión del falso patriotismo de aquellos que identifican sus propios intereses con los del grupo, bien sea un pueblo o una nación, considerando enemigos a los que piensan y sienten de manera distinta o pertenecen a otra etnia o comunidad. Así el luctuoso acontecimiento que genera el drama posterior tuvo lugar como consecuencia de lo que califica el dueño del hotel como una “borrachera patriótica” en la que varios individuos quisieron dar una lección a un norteamericano de origen japonés tras el bombardeo de Pearl Harbour. De esta forma, el filme aborda uno de los episodios más vergonzantes de la historia de los EEUU en la década de los cuarenta: el execrable comportamiento, tras el ataque a Pearl Harbour, de las autoridades y del pueblo estadounidense con sus compatriotas de origen nipón, al ser la mayoría confinados en campos de concentración, sin ningún juicio previo ni garantía legal, tan sólo por haber cometido el “pecado” de tener rasgos asiáticos, mientras que los menos afortunados, como ocurre en el filme, se convirtieron en las víctimas de la furia irracional de los autodenominados “patriotas”.



Además el filme supone una censura rotunda del miedo y de la cobardía como elementos propiciatorios de la perpetuación de las injusticias en una sociedad. Es el comportamiento del sheriff al haberse negado a investigar los hechos ocurridos en el pasado o la actitud del doctor consistente en mirar hacia otro lado lo que ha permitido consolidar el poder del oligarca. Ambos personajes son, por tanto, culpables por encubrir un delito abominable. Así la película puede entenderse, dado el año de su producción, como una alegoría de la paranoia anticomunista vivida en los EEUU tras la II Guerra Mundial y cuyo máximo representante fue el senador McCarthy quien, con el pretexto de defender los valores de la democracia occidental, llevó a cabo una auténtica caza de brujas caracterizada por las acusaciones sin fundamento, las falsas incriminaciones y los procedimientos sumarísimos contra aquellos de los que se sospechaba habían tenido alguna relación con el partido comunista o simplemente habían mostrado cierta simpatía con él; extendiendo durante la primera mitad de la década de los cincuenta un régimen de terror mientras la mayoría del pueblo norteamericano lo permitía por miedo o indiferencia.






La película cuenta, pues, con una gran riqueza argumental, pero también está muy cuidada desde el punto de vista formal (3), gracias a un trabajo exquisito de John Sturges en la composición de los planos. A título de ejemplo cabría destacar la escena en la que los ciudadanos del pueblo, situados por el director de forma jerárquica, deciden eliminar al forastero; la secuencia previa al enfrentamiento en el bar, representando los tres actores implicados un triángulo isósceles, con Reno, el verdadero cerebro, ocupando el ángulo superior, y Mcreedy y Cole, los contendientes, los ángulos inferiores; o el plano repetido con la cámara enfocando a un cristal, tras el que se encuentran varios de los habitantes del pueblo, en el que se refleja el protagonista caminando por la calle principal, de tal forma que en un mismo plano vemos al personaje vigilado y a los observadores.



Otra de las virtudes del filme es el creciente suspense creado por el director a medida que el protagonista vaya intuyendo la verdad y comprenda que su vida corre peligro; así como, en consonancia con la situación vivida por Mcreedy, la atmósfera opresiva, densa, sofocante y, por momentos, irrespirable que destila el filme. De esta forma el protagonista pasará de constatar el recelo inicial de los habitantes de la aldea al seguirle por la calle tras haber bajado del tren e intentar boicotear su hospedaje en el hotel, lo que le hará afirmar irónicamente “Es muy curioso lo que ocurre aquí en Black Rock, todo el mundo se desvive por ser amable. Eso hace muy agradable la vida”; a comprender que el pueblo se puede convertir en su tumba una vez confirmada la imposibilidad de escapar al menos en las próximas veinticuatro horas hasta la llegada del siguiente expreso y ante a la imposibilidad, por orden de Reno Smith, de alquilar un automóvil necesario para viajar hasta la parada de autobús situada a cuarenta kilómetros. Situación a la que hay que unir el total aislamiento de Mcreedy al impedirle los esbirros de Smith comunicarse con la policía a través del teléfono y el telégrafo.



Por último tengo que referirme al espectacular reparto que, básicamente y al igual que en otros filmes del director tan destacados como “El último tren de Gunn-Hill” “Los siete magníficos”, “La gran evasión” o “Estación polar Cebra”, responde a un universo básicamente masculino.



Spencer Tracy, especializado en personajes que desprendían autoridad interpretados por él con una imponente economía de medios, está perfecto como Mcreedy, un individuo tranquilo, mesurado, inteligente, integro, templado hasta la exasperación y muy superior moralmente a sus oponentes quien hará temblar los cimientos sobre los que se apoya el poder de Reno y, finalmente, liberará al pueblo de Black Rock de la opresión ejercida por el cacique tras haber provocado una catarsis colectiva. El protagonista respresenta los valores de la civilización frente a la barbarie y el director se esfuerza en individualizarlo desde la primera escena al vestirlo con un traje negro que difiere del atuendo del resto de los personajes y constrasta con los tones ocres del paisaje.



Robert Ryan le da la replica perfecta como Reno Smith, el dueño y señor de Black Rock. Propietario del rancho Tres barras, ejerce un poder represivo basado en su capacidad de intimidación y rechaza tanto la modernidad y la apertura del pueblo como a los forasteros al suponer un peligro para su omnipotencia. Es un líder populista y violento capaz de decidir fríamente la ejecución de un hombre porque según sus propias palabras refiriéndose a Mcreedy. “Ese es algo así como un portador de viruela. Desde que ha llegado el pueblo tiene fiebre y es contagiosa”. El típico individuo que identifica actividades como la caza con la hombría (la presentación del personaje con su vehículo portando un venado muerto en el capó es antológica), cargado de prejuicios y con un discurso plagado de vaguedades y generalizaciones; así, sobre el forastero afirmará “Sé como son esos mancos. Se dejarían sacrificar como mártires. Son fanáticos”. Representante de un patriotismo de tintes fascistas, su frustración por haber sido rechazado para incorporarse a filas la descargará sobre un pobre granjero japonés al que tilda de ruin y de perro rabioso como todos “los leales japoneses americanos” (4).



Para ejercer su control Reno Smith se vale principalmente de dos sicarios carentes de moral a los que exige una lealtad ciega, Coley y Hector, interpretados respectivamente por Ernest Borgnine y Lee Marvin; son auténticos perros de presa dotados de más músculos que cerebro. A cada uno le corresponde intervenir en dos excelentes escenas de gran importancia para conocer la personalidad del protagonista. Así Hector se colará en la habitación de Mcreedy tumbándose en su cama en un intento infructuoso de provocarle, lo que le llevará a afirmar ante la templada respuesta del forastero “Vaya cachaza tiene”. Mientras que Coley comprobará de primera mano la contundente respuesta física del forastero, tras haber sido provocado y hostigado, en una pelea que me recordó a la sostenida por el mismo actor con Sterling Haydn en “Johnny Guitar” (Nicholas Ray, 1954).



Dean Jagger interpreta al sheriff, un hombre pusilánime y débil con tendencia a refugiarse en la botella al haberse convertido en un pelele en manos de Smith (de hecho el cacique le nombró en el pasado e igualmente le cesará en la actualidad de su cargo). Simboliza el sometimiento por miedo del poder civil al líder autoritario.



Un excelente, como siempre, Walter Brennan en el papel del doctor y un joven John Ericson como el propietario del hotel representan la mala conciencia del pueblo, y por extensión de la sociedad norteamericana, al haber mirado hacia otro lado mientras los hechos sucedían o al haberse dejado arrastrar por el clima de violencia. Junto con el sheriif terminarán por prestar la ayuda necesaria a Mcreedy recuperando su autoestima y acabando tanto con los sentimientos perversos establecidos entre los habitantes de la aldea, basados en la pertenencia a una comunidad corrompida, como con la tiranía impuesta por Smith, devolviendo finalmente a su población el control de la ciudad; es decir, recuperando la democracia.



El único papel femenino recae en Anne Francis, recordada por la película de culto “Planeta prohibido” (Fred M. Wilcox, 1956). Da vida a Liz, hermana del propietario del hotel y amante de Reno, quien será víctima de la paranoia y violencia del cacique del lugar.



“Conspiración de silencio” aúna a su enorme calidad el ser una película muy comercial, las dos características del mejor cine hollywoodiense, por lo que sólo me queda invitaros a acompañar a Spencer Tracy en un “Mal día en Black Rock”, estoy seguro de que no os vais a arrepentir.


(1) Aunque Spencer Tracy no fue galardonado con el Oscar, obtuvo el premio a la mejor interpretación masculina en el Festival de Cannes.

(2) En “Solo ante el peligro” el sheriff Will Kane esperaba angustiado la llegada del tren, identificado con la muerte al viajar en él Frank Miller; mientras que en “El tren de las 3:10” Dan Evans aguardaba en una habitación del hotel junto a su prisionero Ben Wade la llegada del ferrocarril, promesa de un futuro mejor; y en la película que nos ocupa constituye la única esperanza para sobrevivir del protagonista.

(3) Tanto la utilización de la luz y el color como la composición de algunos planos recuerdan la obra de Edward Hopper (1882-1967).

(4) Sturges ahonda aún más las diferencias existentes entre el protagonista y su principal antagonista al haber combatido el primero en la II Guerra Mundial pagando un alto precio por ello (la pérdida de su brazo) mientras que la mayor aportación al conflicto bélico del segundo ha consistido en haber perpetrado un crimen atroz en la persona de un conciudadano. 

jueves, 25 de octubre de 2018

TRAS LA PISTA DE LOS ASESINOS



ESPECIAL CICLO RANOWN (2)
(Seven men from now, 1956)

Dirección: Budd Boetticher
Guion: Burt Kennedy

Reparto:
- Randolph Scott: Ben Stride
- Gail Russell: Annie Greer
- Lee Marvin: Bill Masters
- Walter Reed: John Greer
- John Larch: Payte Bodeen
- Don “Red” Barry: Clete
- Fred Graham: Henchman
- John Beradino: Clint
- Chuck Roberson: Mason
- Stuart Whitman: Teniente Collins

Música: Henry Evers
Productora: Batjac Productions.  (USA)

Por Jesús Cendon. NOTA: 7’5

”La tierra se llenará de hombres cuando Stride pase por aquí”. Bill Masters a Payte Bodeen y sus hombres, implicados en el robo a la Wells Fargo, advirtiéndoles de la sed de venganza de Ben y su deseo de acabar con todos ellos.



ARGUMENTO: Ben Stride, antiguo sheriff de Sliver Spring, persigue incansablemente a los siete forajidos responsables del asesinato de su esposa en el asalto perpetrado en la oficina de la Wells Fargo. En su camino se encontrará con el matrimonio Greer, de viaje a California, y con Bill Masters, antiguo conocido de Ben, quien pretende adueñarse del producto del robo a la compañía.



En la fructífera unión entre Budd Boetticher, Randolph Scott y Burt Kennedy jugó un papel decisivo John Wayne al poseer los derechos del guion de “Tras la pista de los asesinos” a través de la Batjac (1). Su intención era, además de producirla, interpretar la película, pero su compromiso con John Ford para protagonizar “Centauros del desierto” le llevó a recomendar a Boetticher tanto a Scott como a Gail Russell (2), con quien había trabajado en “El ángel y el pistolero”, película igualmente producida por Wayne y dirigida por James Edward Grant en 1947.



El resultado es de todos conocido, un gran wéstern y el primero de uno de los ciclos más sugerentes de este género, en el que se aborda el tema de la búsqueda a través de los cuatro personajes principales de la película.



Ben Stride, interpretado por un impasible Randolph Scott, es un individuo mortificado por el asesinato de su esposa al sentirse responsable; ya que fue su negativa, por orgullo, a ejercer como alguacil tras haber perdido las elecciones  a sheriff de la ciudad la que llevó a su esposa a emplearse en la oficina de la Wells Fargo donde encontró la muerte. Busca incansablemente a los asesinos de su mujer para saciar su sed de venganza y como elemento de catarsis que lo libere de sus sentimientos de culpa.

El matrimonio Greer que, en busca de un futuro mejor y para superar sus problemas, no duda en iniciar un viaje tan esperanzador como incierto hacia California.



Mientras que Bill Masters (un impresionante Lee Marvin que dota a su personaje de una gran ambigüedad, además de un cierto atractivo) busca los 20.000 dólares producto del robo a la Wells Fargo. Su codicia, fruto de la necesidad, es fielmente plasmada por Boetticher en el último plano que muestra a Bill abrazando la caja con el contenido del robo.



Todo ello es narrado a través de un gran guion con alguna sorpresa respecto a las verdaderas motivaciones de los protagonistas, en el que la información al espectador se va dosificando y los personajes se caracterizan por su ambigüedad moral.





Así el carácter dual de Ben Stride se nos revela en las dos primeras secuencias del filme. En la magistral escena inicial, con una noche tomentosa símbolo de su carácter explosivo, nos muestra su lado más oscuro al acabar a sangre fría con dos de los forajidos; mientras que en la siguiente aparece su perfil más altruista al ayudar, primero, y prestarse a acompañar, después, al matrimonio Greer; reflejo aparente de la felicidad perdida por Ben tras la muerte de su mujer.



Lo mismo ocurre con Bill, un pistolero y antiguo conocido de Ben, cuyas motivaciones el espectador llega a entender; con una Annie Greer atraída desde el primer momento por Ben, quien le negará un beso de despedida a pesar de los sentimientos que comienza a florecer en su interior (extraordinaria por su sutileza la secuencia del baño de Annie); y con su marido, un hombre débil pero capaz de un último acto suicida y redentor.





El filme cuenta con escenas memorables. Destacando la del intento de seducción de Annie, en presencia de Ben y su marido, por parte de Bill revelando otro episodio del pasado del exsheriff poco edificante, y en la que de nuevo Boetticher se sirve de una noche tormentosa para acrecentar la tensión. Y los tres enfrentamientos finales (el de Ben con dos hombres de Payte, el de Bill con Payte y Clete, y el final entre Ben y Bill) enmarcados en el mismo paisaje rocoso que cobra un gran protagonismo. Son tres escenas magistrales perfectamente planificadas y montadas que culminan con el inevitable y esperado duelo entre los dos protagonistas rodado de forma original al no ver el espectador disparar a Ben (se ha comentado que Boetticher tuvo que hacer de la necesidad virtud al no ser muy rápido Scott desenfundando su revólver).



A la película, a pesar de su escasa duración, no le falta tampoco la denuncia de la situación de los pieles rojas obligados a tomar el hacha de guerra para no morir de hambre; y cuenta con un final relativamente esperanzador al atisbarse la posibilidad de rehacer la vida por parte del protagonista, quien decide ahora ocupar el cargo de alguacil y deja en suspenso una posible relación con Annie; aunque, como simboliza su cojera fruto de un disparo, las heridas en el alma siempre permanecen. 



(1) A partir de la década de los cincuenta John Wayne potenció su labor como productor. Así en este género, además de la película reseñada, se embarcó con su productora Batjac en títulos como “Hondo” (1953), vehículo pensado para ser protagonizado por Glenn Ford quien declinó la oferta por su mala relación con John Farrow; “El rostro de la pantera” (1954) protagonizado por Robert Mitchum y dirigido por William Wellman al que Wayne dio carta blanca tras haber quedado plenamente satisfecho con el rodaje de “Escrito en el cielo”; “Matar a un hombre” (1956), primer wéstern dirigido por Andrew Victor McLaglen interpretado por su amigo James Arness; “Caravana del Oeste” (1958), un wéstern menor con Victor Mature al frente del reparto; o la monumental “El Álamo” (1960).

(2) Gail Russell moriría a los treinta y seis años víctima del alcoholismo. De hecho las huellas de su adicción se aprecian en la película.

jueves, 26 de octubre de 2017

FUGITIVOS REBELDES

(The raid, 1954)

Dirección: Hugo Fregonese
Guion: Sidney Boehm

Reparto:
- Van Heflin: Mayor Neal Benton
- Anne Bancroft: Katy Bishop
- Richard Boone: Capitán Lionel Foster
- Lee Marvin: Teniente Keating
- Peter Graves: Capitán Frank Dwyer
- Tommy Rettig: Larry Bishop
- James Best: Teniente Robinson
- Claude Akins: Teniente Ramsey

Música: Roy Web
Productora: Panoramic Production (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

“En estas tierras las raíces se arrancan fácilmente. Pregunte a sus soldados. Lo han estado demostrando: Atlanta, Chatannoga, ahora Savannah” (El mayor Benton a Kathy Bishop sobre las atrocidades cometidas por el ejército de la Unión en los Estados del Sur).

ARGUMENTO: Tras huir de una prisión nordista cercana al Canadá, al mayor Neal Benton se le encargará la misión de infiltrarse con sus hombres en la ciudad de St. Albans con el objeto de robar el dinero de sus bancos y destruir sus principales edificios civiles.



Segundo western de Hugo Fregonese, director argentino afincado en los EEUU, reseñado en este blog tras su atractivo “Tambores apaches” (1951), con el que presenta dos elementos en común.



Por una parte a pesar de ser un western y partir de los códigos de este género, nos encontramos con una propuesta que pretende superarlo y establecer variaciones sobre el mismo tomando elementos de otros géneros. Así la introducción, con la fuga de los presos, remite necesariamente a filmes bélicos sobre campos de concentración (las semejanzas con la canónica “La gran evasión” dirigida por John Sturges en 1963 son evidentes). Mientras que la parte central responde a los thrillers sobre atracos perfectos narrados desde el punto de vista de los criminales; con la diferencia de que, en este caso, se sustituyen a los gánsteres por soldados sudistas y la acción se ubica en las postrimerías de la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865). De hecho la película está basada en un acontecimiento real, la toma de San Albans (Vermont) por un grupo de sudistas como respuesta a los sucesivos saqueos sobre Atlanta, Chattanooga y Savannah llevados a cabo por las tropas del general Sherman.



En segundo lugar la carga moral de la película, puesto que se aparta de las visiones épicas y heroicas propias de este género gracias a un extraordinario guion de Sidney Boehm (“Los sobornados”, “Sábado trágico”, “Los implacables”) que acentúa el carácter dramático y simbólico de la historia presentándonos unos hechos en los que no tiene cabida la gloria y a unos individuos ambiguos y humanizados, alejados de los personajes arquetípicos de esta clase de productos, cuya forma de actuar viene determinada por la barbarie vivida ; al mismo tiempo que no toma partido por ninguno de los dos bandos, en realidad hermanados en el dolor, al mostrarnos cómo la destrucción y el odio tan sólo genera más sufrimiento, desgracia y aversión.




Para acentuar el drama, los principales personajes, brillantemente interpretados por un elenco de grandes actores aunque ninguno con la categoría de estrella, aparecen como individuos profundamente heridos por el conflicto. El mayor Benton (Van Heflin) ha visto reducidas a cenizas su casa y su plantación de más de cuarenta acres. Benton se nos revela como un militar que se debatirá entre su deber y sus sentimientos, siendo consciente de que el cumplimiento de su misión le impedirá la posibilidad de rehacer su vida junto a la viuda Bishop. A esta, interpretada por Anne Bancroft, la guerra le ha arrebatado a su marido por lo que debe ocuparse ella sola de un niño de corta edad que pretende encontrar en el mayor sudista al imposible sustituto de su padre fallecido. Respecto a la situación de Kathy es muy significativa la primera conversación que mantiene con Benton en la que responde, tras la afirmación de aquel en el sentido de que esperaba encontrar a alguien más maduro, que su viudedad es “producto de la guerra”. Quizás sea la relación que se establece entre ambos uno de los aspectos menos logrados y desarrollados del filme. El capitán Foster (Richard Boone) es un militar torturado por su comportamiento en el pasado y amargado al haber quedado encargado del reclutamiento de futuros combatientes; es el único personaje con una evolución favorable al recuperar al final la dignidad perdida. El capitán Dwyer (Peter Graves) que en la contienda no sólo ha perdido su hacienda sino también a su mujer. Y el teniente Keating (Lee Marvin) un desequilibrado para el que la guerra supone la oportunidad de canalizar tanto su actitud violenta como su rencor.



El resultado es un western duro, desesperanzado, amargo e, incluso, por momentos nihilista, en el que se da una visión desoladora de la Guerra de Secesión, y por extensión de cualquier conflicto bélico, sin vencedores ni vencidos ya que todos los contendientes, por el hecho de serlo, se convierten en perdedores; y en el que se hace hincapié tanto en el sufrimiento de la población civil como en la manipulación que sufre esta por parte de las autoridades (En este sentido hay que destacar la escena del sermón en la iglesia con un sacerdote haciendo un retrato deshumanizado de los sudistas, hecho que contrasta con los vínculos establecidos por el Mayor Neal Benton, presente en el templo, con gran parte de la población).



Así son constantes las escenas y los mensajes más o menos directos con los que el dúo Fregones-Boehm nos muestran la crudeza y el drama del conflicto armado. Desde la introducción en el que los fugados abandonan a un compañero herido que morirá acribillado a balazos, pasando por el plano en el que se enfoca a un soldado yanqui sin una pierna, la actividad del comerciante por el que se hace pasar el mayor Benton (símbolo de los individuos carentes de escrúpulos que buscan en la guerra enriquecerse a costa de las penurias de la población al comerciar tanto con el Norte como con el Sur) o la referencia a una granja abandonada tras haber muerto todos los hijos de los dueños en Gettysburg; hasta la escena final en la que los soldados rebeldes, tras haber arrasado St. Albans, utilizan a la población de la ciudad como escudo ante la inminente llegada de la caballería nordista.



En definitiva, un filme muy atractivo, de escaso presupuesto y claro antecedente, respecto a su posicionamiento en relación con la contienda bélica, de la superior “Misión de audaces” (John Ford, 1959), recientemente reseñada en este blog, que merece ser rescatado de entre los numerosos westerns de serie b filmados durante la década de los cincuenta.




jueves, 14 de septiembre de 2017

LOS COMANCHEROS

(The comancheros, 1961)

Dirección: Michael Curtiz.
Guion: James Edward Grant y Clair Huffaker.

Reparto:
- John Wayne: Capitán Jake Cutter
- Stuart Whitman: Paul Regret
- Ina Balin: Pilar Graile
- Nehemiah Persoff: Graile
- Lee Marvin: Tully Crow
- Michael Ansara: Amelung
- Patrick Wayne: Tobe
- Bruce Cabot: Mayor Henry
- Jack Elam: Horseface
- Edgar Buchanan: Juez
- Joan O’Brien: Melinda Marshall

Música: Elmer Bernstein.
Productora: Twentieth Century Fox (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 7’5

“¿Cuánto hace que murió? Puede, puede que dos años ya” “Dos años, dos meses y trece días” (Conversación entre la señora Scofield y el capitán Jake Cutter en relación con la fallecida esposa del último.)


Último filme del gran Michael Curtiz, fallecido apenas seis meses después de su estreno. Director nacido en Hungría, sin duda es conocido por haber filmado “Casablanca” (1942), una de las cumbres del cine, película que quizás haya eclipsado en parte una brillante carrera caracterizada por su perfecta acomodación a las reglas de los distintos géneros, como muestran clásicos del cine de aventuras de la talla de “La carga de la Brigada Ligera“ (1936) o “Robín de los bosques” (1938); thrillers del nivel de “Ángeles con caras sucias” (1938) y “Alma en suplicio” (1945); melodramas como “El trompetista” (1950); y, por supuesto, westerns tan destacados como “Dodge, ciudad sin ley” (1939).


ARGUMENTO: El capitán de los Rangers de Texas Jake Cutter junto al francés Paul Regret, al que había detenido acusado de asesinato, se infiltrará en el grupo de forajidos conocido como los comancheros con el objeto de acabar con la peligrosa venta de armas y alcohol a los comanches.

Película que asume el espíritu y los arquetipos y mitos del western clásico entroncando con otras protagonizadas por Wayne como “Los cuatro hijos de Katie Elder” (1965), “El Dorado” (1966) o “Ataque al carro blindado” (1967), en un momento en el que comenzaban a proliferar los wésterns marcadamente crepusculares y revisionistas, y en la que la estrella hollywoodiense consciente de su edad irá trasformando a sus personajes en unos individuos maduros, expertos, fiables y moralmente irreprochables, lo que le permitió seguir siendo el protagonista de sus filmes hasta su última aparición en “El último pistolero” (1976).


Respecto a esta cuestión es muy significativa la escena en la que Graile destaca tanto las cicatrices de su frente, como su nariz aplastada, símbolos de una persona ajada por el paso del tiempo.


En esta ocasión, además, Wayne forma pareja con un actor más joven, un Stuart Whitman en la que quizás sea su mejor interpretación, al que le cede todo el protagonismo respecto a la subtrama amorosa; lo que permite al filme remarcar aún más la edad del protagonista, reflexionar sobre el necesario cambio generacional con el personaje principal marcado por un pasado amargo mientras que a su joven compañero cuenta con un futuro prometedor, y estructurar la historia en torno a la unión de dos individuos en principio contrapuestos e incluso incompatibles, pero cuya asociación será fundamental para la consecución de los objetivos. Esquema repetido hasta la saciedad en futuras cintas, sobre todo de corte policiaco.


Así nos encontramos por una parte con un hombre íntegro y honrado al servicio de la ley y el orden desde el fallecimiento de su esposa para el que el deber lo es todo, interpretado por un John Wayne identificado a través de su filmografía con esos valores, y por otra con un vividor, mujeriego y jugador cuyo estilo de vida le ha llevado a ser buscado por asesinato, al que da vida, como ya he señalado, Stuart Whitman que, igualmente, coprotagonizaría “Río Conchos”, cinta también escrita por Clair Huffaker con la que esta presenta ciertas semejanzas temáticas. Sin duda es la relación de camaradería y complicidad que se establece entre ambos personajes uno de los grandes activos de la película, sobre todo por la química existente entre ambos actores que redunda en la veracidad del filme.



El resultado es una película tan sencilla como sincera, con un tono vitalista, dinámico y jovial firmada por un director que sobrepasaba los setenta años, aunque debido a sus problemas de salud buena parte del filme fue rodado por el director de la segunda unidad y por el propio John Wayne, y que cuenta con una factura extraordinaria gracias a un grupo de profesionales de la talla de los guionistas James Edward Grant, el escritor preferido por Wayne, y Clair Huffaker que firmaron un gran libreto en el que se combina perfectamente acción, humor, amor y aventura, y al que no son ajenas escenas de gran hondura, sobre todo en relación con el pasado doloroso del capitán Cutter o como aquella en la que encuentran a unos colonos asesinados por los indios, claro homenaje a “Centauros del desierto”; el omnipresente William H. Clothier, quien retrata bellamente los paisajes de Utah y Arizona en donde se rodó el filme; el director de la segunda unidad y responsable de buena parte de las escenas de acción Cliff Lyons; el gran Alfred Ybarra como responsable de la dirección artística; el indispensable Elmer Bernstein, tras su exitosa composición para “Los siete magníficos”, con una gran banda sonora de resonancias épicas; y la participación de magníficos actores entre los que destaca, junto a la pareja estelar, Lee Marvin en un breve pero extraordinario intervalo en el que protagoniza una pelea con John Wayne que parece presagiar su futuro papel en “La taberna del irlandés” (John Ford, 1963).


Cabe señalar además que aunque el filme parte de hechos reales: la venta por parte de blancos de armas, comida y whisky a los comanches con la aquiescencia del gobierno mexicano que perseguía la desestabilización de Texas (1), tanto el director como los guionistas no pretenden ser fieles a la historia sino ofrecernos un filme de aventuras clásico.


Así pues “Los comancheros” fue concebido como puro cine de evasión y entretenimiento, fiel reflejo de una época y de una forma de entender las películas. Y como tal es un filme que atesora grandes virtudes: está extraordinariamente bien rodado, es muy divertido, carece de tiempos muertos y cuenta con un ritmo muy vivo. Por lo que es totalmente recomendable para los amantes de este género.


(1) Respecto a esta cuestión debemos tener en cuenta que la acción del filme se sitúa en 1843 y la recién creada República de Texas se había independizado de su estado vecino en 1836 aunque nunca fue reconocido por el gobierno de Santa Anna; reclamando el nuevo país parte del territorio de Nuevo México desde 1841, lo que originó continuas fricciones entre ambos estados.