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viernes, 9 de mayo de 2025

EL SALARIO DE LA VIOLENCIA

 


(Gunman’s walk, 1958)

Dirección: Phil Karlson.
Guion: Frank S. Nugent.

Reparto:
Van Heflin: Lee Hacket
- Tab Hunter: Ed Hacket
- Kathryn Grant: Clee Chouard
- James Darren: Davy Hacket
- Mickey Shaughnessy: Deputy Sheriif Will Motely
- Robert F. Simon: Sheriff Harry Brill
- Edward Platt: Purcell Avery
- Ray Teal: Jensen Stevers

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures

Por Jesús Cendón. NOTA: 7,75

“Si dejas que un hombre haga las cosas por ti, cosas que podrías hacer por ti mismo, antes o después ese hombre tendrá la idea de que es mejor que tú”. Lee Hacket a su hijo Ed.

Tras alcanzar su mayoría de edad en 1939 (1), el wéstern clásico disfrutó de una madurez esplendida durante el período que se extiende aproximadamente desde finales de la década de los cuarenta hasta mediados de la de los sesenta.


Durante esta época los grandes maestros (John Ford, Howard Hawks, Raoul Walsh, William Wellman, Anthony Mann, Delmer Daves…) nos ofrecieron buena parte de sus mejores trabajos enmarcados en este género; pero también un grupo talentoso de artesanos que desarrollaron su carrera en los márgenes de la serie b, tanto en la segunda división de las grandes compañías como en pequeñas productoras independientes, dirigieron sugerentes filmes del oeste. Así, cineastas de la talla de Andre de Toth, Jacques Tourneur, Allan Dwan, George Sherman, Jack Arnold, Gordon Douglas, Joseph H. Lewis, Hugo Fregonese, Alfred L. Werker y un largo etcétera (2) nos dejaron un legado imborrable con propuestas, en muchos casos novedosas, con las que agrandaron y enriquecieron, aún más si cabe, este género. A Phil Karlson, director de la película objeto de esta reseña, lo podemos encuadrar en este segundo grupo. 


Su trayectoria profesional estuvo ligada a tres grandes nombres. En primer lugar, la Monogram, una de las minor especializadas en filmes de serie b, en la que fue adquiriendo las habilidades necesarias para recortar al máximo los tiempos de filmación y los costes de las películas, pensando concienzudamente los movimientos de cámara y la disposición de actores con el objeto de evitar en lo posible el costoso y laborioso trabajo de montaje. En segundo lugar, Edward Small, productor independiente vinculado a la Paramount, con el que encontró al igual que Allan Dwan con Benedict Bogeau cierta estabilidad laboral. Y, por último, la Columbia en cuyo seno rodó algunos de sus mejores filmes.
 

Aunque desde el punto de vista cinematográfico es recordado por su gran aportación al noir a través de cinco o seis excelentes películas (3) que le aproximan, en parte, a la definición de autor acuñada por los críticos de la prestigiosa Cahiers du Cinema. Su contribución al wéstern, sin llegar al nivel de la del noir, no es nada desdeñable. Destacando títulos como “Thunderhoof” de 1948, una original mixtura de drama, aventuras y wéstern con tan sólo tres personajes y el desierto como escenario principal (el filme desgraciadamente es prácticamente imposible de encontrar en la actualidad); la fordiana “Rumbo al Oeste” (1954) con un médico militar como atípico héroe; y la película que nos ocupa, su mejor aproximación al universo del wéstern. Lástima que se despidiera del género con la prescindible, fallida y olvidable “La cabalgada de los malditos” (1967) codirigida, al parecer, por el maestro de la serie b Roger Corman.


Fue personalmente Harry Cohn, presidente de la Columbia, quien, tras haberse retirado del proyecto Rudolph Maté y teniendo en cuenta el buen resultado, tanto artístico como económico, obtenido por la anterior película filmada por Karlson (“Los hermanos Rico”),  apostó por él para dirigir “El salario de la violencia”, uno de los proyectos más ambiciosos de toda su carrera; y no sólo no le defraudó el resultado, sino que al ver el filme parece que el duro y todopoderoso Kohn vertió lágrimas de emoción al recordarle la película la tormentosa relación mantenida con sus hijos. Conmocionado, prometió al director convertirlo en uno de los buques insignia de la Columbia. Promesa que, desgraciadamente, no cumplió al fallecer poco después. Por ello nunca sabremos hasta dónde hubiera podido llegar Karlson dirigiendo proyectos con presupuestos más holgados.



ARGUMENTO: Lee Hacket, el ganadero más poderoso de la región, mantiene una relación problemática con sus dos hijos. La tragedia estallará en su familia tras la muerte en un accidente, provocado por su primogénito, de uno de los peones de raza india del rancho. 


“El salario de la violencia” es un filme de presupuesto medio y rodado en Cinemascoope, formato desconocido por el director al que supo adaptarse perfectamente rodando escenas de gran belleza entre las que destacan varios travellings laterales, que explora los sentimientos y las relaciones humanas desde los postulados del wéstern. 


Por tanto, la película se encuadra dentro de la corriente psicológica del género, surgida a finales de la década de los cuarenta y muy presente en los cincuenta, gracias a un soberbio y profundo guion debido a la pluma de Frank S. Nugent, colaborador habitual de John Ford y con el que ya había trabajado el realizador en la citada “Rumbo al Oeste”, centrado en las tensiones existentes entre el protagonista y su hijo mayor, así como en las dramáticas consecuencias de la impartición de una educación demasiado rígida y trasnochada. La película entronca, de esta forma, con un nuevo cine nacido en la década de los cincuenta protagonizado por jóvenes rebeldes, con o sin causa, y queda igualmente emparentada con una serie de wésterns basados en conflictos familiares, generalmente surgidos entre padres e hijos en los que la rivalidad paternofilial cohesionaba el conflicto dramático (4). 


El filme se sitúa temporalmente en un momento en el que se estaba culminando la última fase de la conquista del Oeste. Así, tras haberles arrebatado definitivamente su territorio legítimo a los indios, la civilización había llegado por fin a la frontera y los días de violencia en los que la ley se imponía a golpe de revólver parecían quedar definitivamente olvidados.


En este contexto nos encontramos con el personaje principal, Lee Hacket, un excelente Van Heflin, el ganadero más poderoso de la región. Un hombre con el suficiente coraje para haber combatido a los nativos del lugar y haber conseguido expulsarlos, así como con la inteligencia y el valor necesarios para crear un gran imperio ganadero de la nada. Un individuo protagonista de unos tiempos violentos y muy duros que ha quedado anclado en el pasado, con valores obsoletos, que identifica masculinidad con violencia, acostumbrado a valerse por sí mismo y a no pedir favores e incapaz de evolucionar. Un personaje trágico vinculado de alguna forma con otros héroes-antihéroes del wéstern, individuos fundamentales para el asentamiento de la civilización en el salvaje Oeste; pero, al mismo tiempo, incapaces de respetar las reglas de las comunidades que ayudaron a construir por lo que terminarán siendo expulsados o convertidos en seres marginales. Forma parte, por tanto, de una especie en extinción; un auténtico dinosaurio que no asume la profunda evolución de la sociedad. Y es esa actitud la que precipitará el drama al criar a sus hijos a su imagen y semejanza con unos principios caducos apropiados para sobrevivir a un período hostil y violento pero inadecuados e incluso nocivos una vez asentados en el territorio la ley y el orden, representados en la película por los concienciados y honrados sheriff, juez y agente para asuntos indios, este último encarnado por el televisivo Edward Platt. Y será precisamente el sheriff, amigo suyo de juventud, quien intente que razone y, tras arrestar a su hijo mayor, le advierta de la inadecuada y anacrónica educación impartida a sus vástagos al comentarle que: “Lee tu y yo crecimos en nuestros propios tiempos, Ed tiene que aprender a crecer en los suyos y los tiempos han cambiado”. 

Frente a esta trasnochada educación la respuesta de sus dos hijos, interpretados por sendos cantantes de pop con el objeto de atraer a la taquilla al público joven, será diferente. 


David, encarnado por James Darren, es un individuo reflexivo y utiliza la ironía con su padre como arma ya que ha comprendido que los tiempos de violencia han llegado a su fin, rechaza estos valores, elude compararse con su progenitor e incluso no porta armas cuando, como le comenta uno de los personajes, “la marca de los Hacket es el revólver”. David representa, por tanto, la modernidad y la ausencia de prejuicios, iniciando una relación sentimental con una mestiza a la que da vida Kathryn Grant (5), futura esposa de Bing Crosby, que aporta a su personaje una dulzura no exenta de firmeza, sobre todo en su respuesta a Lee tras el simulacro de juicio.


Por el contrario, Ed, al que dio vida en una de sus mejores y atípicas actuaciones Tab Hunter cedido por la Warner para la ocasión (6), ha crecido a la sombra de su padre al que intenta superar sin conseguirlo, manteniendo una insana rivalidad fomentada de forma irresponsable por su progenitor; de hecho, un amigo le comentara a Lee: “No te satisface medirte con tus hijos, tienes que llevarles la delantera”. Iracundo, cruel, extremadamente competitivo, bravucón, impulsivo, pendenciero, con escasa tolerancia a la frustración e incapaz de asumir las consecuencias de sus actos provocará, motivado por su carácter, un absurdo accidente saldado con la muerte de un peón mestizo, origen de la tragedia posterior.


Además de los efectos negativos del odio y la violencia, un tema recurrente en su filmografía, la etnia de los implicados en el incidente le permite a Karlson reflexionar acerca de los prejuicios raciales perpetuados en la sociedad estadounidense.

Así, aunque inicialmente, con la escena desarrollada en la oficina del agente indio, parece mostrarnos la perfecta integración de los nativos americanos; Karlson, con la actitud de Ed y posteriormente de Lee, nos anuncia que todavía no han sido superados los años de violencia, destrucción, sufrimiento y muerte protagonizados por ambas culturas. Manifestándose de forma explícita la xenofobia latente en la comunidad blanca, como también ocurría en la notable “Represalia” (George Sherman, 1956), en la escena del juicio en la que se dará más importancia, tan sólo por el color de su piel, al falso testimonio de un blanco que al de dos indios testigos del homicidio.


A partir de ese momento se acelera, aún más, la narración y se extiende, como era habitual en el cine negro (7), la sombra de la fatalidad sobre el filme; de tal forma que los acontecimientos se precipitan y tanto el carácter como los sucesivos errores protagonizados por Ed parecen conducirlo a un único y fatídico destino.


En este tramo asistiremos paulatinamente al proceso de degradación moral del hijo mayor de Lee: será arrestado por provocar disturbios en la ciudad; posteriormente se enfrentará a su hermano; a continuación, disparará sobre el testigo perjuro dejándole malherido; y, por último, acabará de forma absurda con la vida del ayudante del sheriff pues no portaba arma alguna y tan sólo pretendía ayudarle.
Paralelamente, en un desesperado intento de proteger a su hijo para evitarle, una vez más, sufrir las consecuencias derivadas de sus actos, Lee no dudará en traicionarse a sí mismo, renegando de sus principios, al pagar el favor al individuo que testificó falsamente en el juicio (el habitual en el género Ray Teal) y, posteriormente, recurrir con este mismo personaje, mientras permanece en cama reponiéndose de sus graves heridas, a la extorsión e, incluso, a la amenaza; lo que lleva al doctor, otro viejo amigo, a comentarle tras haberle permitido ver al enfermo: “Si tú puedes vivir con tu conciencia, yo podré vivir con la mía”. 

Pero, paradójicamente, cada paso dado por Lee para salvar a su hijo supone poner un clavo más en el ataúd de Ed; hasta que, en un acto de responsabilidad no exento de soberbia, decida poner fin a su obra enfrentándose en duelo a su heredero, tras el cual arrojará su revólver al suelo reconociendo, al fin, la inutilidad del uso de la violencia y sus consecuencias perniciosas. 


“El salario de la violencia” es una película de una enorme amargura cuya escena final nos muestra a un Lee Hacket derrotado y devastado psicológicamente, cuya vida ha sido un fracaso y que, por primera vez en contra de sus principios, pide ayuda apoyándose en su hijo y su futura nuera; personajes a quienes, tras vencer múltiples obstáculos, les pertenece el presente y, sobre todo, el futuro.


(1) Hasta 1939 y salvo honrosas excepciones, el género se nutrió de filmes de escasa duración (en torno a los sesenta minutos), realizados en serie por, generalmente, pequeñas compañías como la nombrada Monogram, la Republic Pictures, la Lone Star o la Harry Sherman Productions y destinados a completar los programas dobles o las sesiones matinales. Pero en ese año se rodaron cuatro grandes filmes del oeste decisivos para el asentamiento del wéstern como un género mayor: la obra maestra de John Ford “La diligencia” nominada a ocho oscars, aunque tuvo la desgracia de competir con “Lo que el viento se llevó”,  y que mostró el camino a seguir; “Tierra de audaces” (Henry King), una de las aproximaciones más logradas a las figuras de los hermanos James; y las costosas y espectaculares “Union Pacific” (Cecil B. DeMille”) y “Dodge, ciudad sin ley” (Michael Curtiz). Todos los filmes citados cuentan con su oportuna reseña en el blog salvo “Tierra de audaces”.

(2) Afortunadamente de muchos de ellos y de buena parte de los filmes que rodaron se está llevando a cabo una necesaria y justa revisión reivindicativa.

(3) Entre 1952 y 1957 Phil Karlson rodó “Trágica información”, “El cuarto hombre”, “Calle River 99”, “Testimonio fatal”, “El imperio del terror” y “Los hermanos Rico”. Películas que constituyen un corpus cinematográfico envidiable y sitúan a su director como uno de los grandes del noir de serie b.

(4) Dentro de esta corriente de wésterns que ahondan en conflictos familiares cabe destacar sólo en esta década a “Las Furias” (Anthony Mann, 1950) con la particularidad de que el enfrentamiento tenía lugar entre el progenitor y su hija, “Lanza rota” (Edward Dmytryck, 1954) adaptación al universo wéstern de “Odio entre hermanos” (Joseph Leo Mankiewicz, 1949) que también mostraba una relación interracial rechazada por uno de los progenitores; “La ley de los fuertes” (Rudolph Maté, 1956); “Odio contra odio” (Joseph H. Lewis, 1957), con la que el filme de Karlson presenta bastantes semejanzas tanto en el dibujo del personaje principal como en la denuncia del racismo existente en la sociedad anglosajona; o “Más rápido que el viento” (Robert Parrish-John Sturges, 1958) que, con un final similar al de la película objeto de la reseña, narraba el enfrentamiento entre dos hermanos, aunque en realidad el personaje interpretado por Robert Taylor era como un padre para su hermano menor (John Casavettes). Salvo “La ley de los fuertes” todos han sido objeto de reseña en el blog.

(5) Kathryn Grant y James Darren ya habían sido dirigidos el año anterior por Phil Karlson en “Los hermanos Rico”.

(6) Van Heflin, Tab Hunter y Edward Platt volverían a coincidir al año siguiente en “Llegaron a Cordura”, wéstern ambientado en la revolución mexicana dirigido por Robert Rossen.

(7) La influencia del noir en este filme también se aprecia desde el punto de vista formal en dos escenas desarrolladas en la cárcel en las que, con la ayuda de su operador Charles Lawton Jr, Phil Karlson acentúa los claroscuros hasta tal punto que parecen estar rodadas ambas secuencias en blanco y negro.

jueves, 26 de octubre de 2017

FUGITIVOS REBELDES

(The raid, 1954)

Dirección: Hugo Fregonese
Guion: Sidney Boehm

Reparto:
- Van Heflin: Mayor Neal Benton
- Anne Bancroft: Katy Bishop
- Richard Boone: Capitán Lionel Foster
- Lee Marvin: Teniente Keating
- Peter Graves: Capitán Frank Dwyer
- Tommy Rettig: Larry Bishop
- James Best: Teniente Robinson
- Claude Akins: Teniente Ramsey

Música: Roy Web
Productora: Panoramic Production (USA)
Por Jesús Cendón. NOTA: 6,5

“En estas tierras las raíces se arrancan fácilmente. Pregunte a sus soldados. Lo han estado demostrando: Atlanta, Chatannoga, ahora Savannah” (El mayor Benton a Kathy Bishop sobre las atrocidades cometidas por el ejército de la Unión en los Estados del Sur).

ARGUMENTO: Tras huir de una prisión nordista cercana al Canadá, al mayor Neal Benton se le encargará la misión de infiltrarse con sus hombres en la ciudad de St. Albans con el objeto de robar el dinero de sus bancos y destruir sus principales edificios civiles.



Segundo western de Hugo Fregonese, director argentino afincado en los EEUU, reseñado en este blog tras su atractivo “Tambores apaches” (1951), con el que presenta dos elementos en común.



Por una parte a pesar de ser un western y partir de los códigos de este género, nos encontramos con una propuesta que pretende superarlo y establecer variaciones sobre el mismo tomando elementos de otros géneros. Así la introducción, con la fuga de los presos, remite necesariamente a filmes bélicos sobre campos de concentración (las semejanzas con la canónica “La gran evasión” dirigida por John Sturges en 1963 son evidentes). Mientras que la parte central responde a los thrillers sobre atracos perfectos narrados desde el punto de vista de los criminales; con la diferencia de que, en este caso, se sustituyen a los gánsteres por soldados sudistas y la acción se ubica en las postrimerías de la Guerra de Secesión estadounidense (1861-1865). De hecho la película está basada en un acontecimiento real, la toma de San Albans (Vermont) por un grupo de sudistas como respuesta a los sucesivos saqueos sobre Atlanta, Chattanooga y Savannah llevados a cabo por las tropas del general Sherman.



En segundo lugar la carga moral de la película, puesto que se aparta de las visiones épicas y heroicas propias de este género gracias a un extraordinario guion de Sidney Boehm (“Los sobornados”, “Sábado trágico”, “Los implacables”) que acentúa el carácter dramático y simbólico de la historia presentándonos unos hechos en los que no tiene cabida la gloria y a unos individuos ambiguos y humanizados, alejados de los personajes arquetípicos de esta clase de productos, cuya forma de actuar viene determinada por la barbarie vivida ; al mismo tiempo que no toma partido por ninguno de los dos bandos, en realidad hermanados en el dolor, al mostrarnos cómo la destrucción y el odio tan sólo genera más sufrimiento, desgracia y aversión.




Para acentuar el drama, los principales personajes, brillantemente interpretados por un elenco de grandes actores aunque ninguno con la categoría de estrella, aparecen como individuos profundamente heridos por el conflicto. El mayor Benton (Van Heflin) ha visto reducidas a cenizas su casa y su plantación de más de cuarenta acres. Benton se nos revela como un militar que se debatirá entre su deber y sus sentimientos, siendo consciente de que el cumplimiento de su misión le impedirá la posibilidad de rehacer su vida junto a la viuda Bishop. A esta, interpretada por Anne Bancroft, la guerra le ha arrebatado a su marido por lo que debe ocuparse ella sola de un niño de corta edad que pretende encontrar en el mayor sudista al imposible sustituto de su padre fallecido. Respecto a la situación de Kathy es muy significativa la primera conversación que mantiene con Benton en la que responde, tras la afirmación de aquel en el sentido de que esperaba encontrar a alguien más maduro, que su viudedad es “producto de la guerra”. Quizás sea la relación que se establece entre ambos uno de los aspectos menos logrados y desarrollados del filme. El capitán Foster (Richard Boone) es un militar torturado por su comportamiento en el pasado y amargado al haber quedado encargado del reclutamiento de futuros combatientes; es el único personaje con una evolución favorable al recuperar al final la dignidad perdida. El capitán Dwyer (Peter Graves) que en la contienda no sólo ha perdido su hacienda sino también a su mujer. Y el teniente Keating (Lee Marvin) un desequilibrado para el que la guerra supone la oportunidad de canalizar tanto su actitud violenta como su rencor.



El resultado es un western duro, desesperanzado, amargo e, incluso, por momentos nihilista, en el que se da una visión desoladora de la Guerra de Secesión, y por extensión de cualquier conflicto bélico, sin vencedores ni vencidos ya que todos los contendientes, por el hecho de serlo, se convierten en perdedores; y en el que se hace hincapié tanto en el sufrimiento de la población civil como en la manipulación que sufre esta por parte de las autoridades (En este sentido hay que destacar la escena del sermón en la iglesia con un sacerdote haciendo un retrato deshumanizado de los sudistas, hecho que contrasta con los vínculos establecidos por el Mayor Neal Benton, presente en el templo, con gran parte de la población).



Así son constantes las escenas y los mensajes más o menos directos con los que el dúo Fregones-Boehm nos muestran la crudeza y el drama del conflicto armado. Desde la introducción en el que los fugados abandonan a un compañero herido que morirá acribillado a balazos, pasando por el plano en el que se enfoca a un soldado yanqui sin una pierna, la actividad del comerciante por el que se hace pasar el mayor Benton (símbolo de los individuos carentes de escrúpulos que buscan en la guerra enriquecerse a costa de las penurias de la población al comerciar tanto con el Norte como con el Sur) o la referencia a una granja abandonada tras haber muerto todos los hijos de los dueños en Gettysburg; hasta la escena final en la que los soldados rebeldes, tras haber arrasado St. Albans, utilizan a la población de la ciudad como escudo ante la inminente llegada de la caballería nordista.



En definitiva, un filme muy atractivo, de escaso presupuesto y claro antecedente, respecto a su posicionamiento en relación con la contienda bélica, de la superior “Misión de audaces” (John Ford, 1959), recientemente reseñada en este blog, que merece ser rescatado de entre los numerosos westerns de serie b filmados durante la década de los cincuenta.




jueves, 29 de septiembre de 2016

EL TREN DE LAS 3.10

(3:10 to Yuma) - 1957

Director: Delmer Daves
Guion: Halsted Welles

Intérpretes:
-Glenn Ford: Ben Wade
-Van Heflin: Dan Evans
-Felicia Farr: Emmy
-Henry Jones: Alex Potter
-Leora Dana: Alice Evans
-Richard Jaeckel: Charlie Prince

Música: George Duning
Productora: Columbia Pictures
País: Estados Unidos

Por: Jesús CendónNota: 8,5

"El borracho del pueblo dio su vida porque creyó que las personas deben vivir unidas con honradez y pacíficamente ¿Puedo hacer menos que él?(Dan Evans a su mujer inmediatamente antes de llevar a Ben al tren)


Delmer Daves forma parte de una generación, entre los que destacan Anthony Mann y John Sturges, posterior a la que se forjó durante el cine silente (Ford, Walsh, Hawks, Wellman) que durante los años cincuenta renovó el género del oeste.



En esta ocasión, partiendo de un relato del gran novelista noir Elmore Leonard y a pesar de que el proyecto inicialmente iba a llevarlo a cabo Robert Aldrich, nos obsequió con su mejor western encuadrado dentro de la denominada corriente psicológica, que contó como ejemplos destacados con filmes del nivel de “El pistolero” (Henry King, 1950) y “Sólo ante el peligro” (Fred Zinneman, 1952), película con la que comparte bastantes elementos en común.



La primera escena del filme nos prepara para lo que vamos a poder disfrutar, un western cuidadísimo desde el punto de vista formal. Así, la cámara enfoca al suelo desecado (la sequía se convierte en uno de los elemento que impulsan la acción) para elevarse y dejarnos contemplar en la lontananza a una diligencia. El plano se mantendrá hasta que el vehículo sobrepase a  la cámara mientras aparecen los títulos de crédito y se escucha el precioso y melódico tema principal compuesto por el gran George Duning e interpretado por Frankie Lane. Magistral. A partir de aquí Daves da toda una lección de dirección: bellos encuadres, acertadísimos planos, exquisitos travelling, sabía utlización de la grúa en las escenas exteriores (Daves junto a Mann supo integrar como pocos la naturaleza en la historia). Pero lo más importante es que todo este virtuosismo técnico se pone al servicio de una gran historia con una complejidad y profundidad pocas veces vistas hasta entonces.



Una historia que se sustenta en dos personajes fascinantes, ambiguos y contradictorios interpretados por dos sólidos actores. Por una parte tenemos al inteligente, galante y cultivado pistolero Ben Wade (gran Glenn Ford, habitual en los westerns  de Daves, en un papel que, no obstante, hubiera bordado Richard Widmark). Un individuo capaz de provocar nuestra repulsa (se nos presenta como un frío asesino en la escena de la diligencia) pero al mismo tiempo capaz de atraernos y, finalmente, al igual que le ocurre a Emmy o a la mujer de Evans, seducirnos.



 Por otra parte está Dan Evans, prototipo del estadounidense medio, un pequeño ranchero abrumado por las deudas provocadas por una pertinaz sequía al que dio vida en su mejor papel western, junto al de Joe  Starret en “Raíces profundas”, Van Heflin. Hombre rudo y trabajador, además de ejemplar padre de familia, aceptará la misión exclusivamente por la recompensa  económica, pero irá creciendo en dignidad ante nuestros ojos a medida que vaya tomando conciencia de su misión y, sobre todo, tras el sacrificio de Alex Potter, el borracho del pueblo (enorme composición de Henry Jones), en otra escena magistral cuya iluminación, de corte expresionista y debida a Charles Lawton Jr., así como su concepción parecen más propias de una película de terror que de un western.



Película que se inicia en la inmensidad de los campos abiertos en los que Daves se movía con gran destreza, para poco a poco ir reduciendo el espacio físico por el que transitan los protagonistas, hasta limitarlo a la habitación del hotel. Este hecho, unido a la mencionada fotografía que potencia los claroscuros, nos transmite una sensación opresiva, casi claustrofóbica, en consonancia con la angustia vivida por Evans.



Y es en esa pequeña habitación en la que termina por convertirse este western en una grandísima película, con un mefistofélico Wade tentando constantemente a un dubitativo Evans e intentando minar su entereza. Se establece entonces un brillante juego psicológico en el que guion y dirección se muestran perfectamente ensamblados.



¿Sucumbirá Evans a las proposiciones de Wade? ¿Lograrán tomar el tren? No os voy a contar el final; así que si queréis saber cómo acaba la película será necesario que esperéis en la estación a las 3:10.



lunes, 1 de febrero de 2016

RAÍCES PROFUNDAS


(Shane) - 1953

Director: George Stevens
Guion: A.B. Guthrie

Intérpretes:
- Alan Ladd: Shane
- Van Heflin: Joe Starret
- Jean Arthur: Marian Starret
- Jack Palance: Wilson
- Ben Johnson: Calloway

Música: Victor Young
Productora: Paramount Pictures
País: Estados Unidos

Por: Güido Maltese. Nota: 9

Joey: “Creo que le quiero mamá, casi tanto cómo a papá..."

He aquí uno de los mejores westerns del Cine, dirigido por George Stevens e interpretado por Alan Ladd, Van Heflin, Jean Arthur y Jack Palance.


Copiado, imitado y recordado por multitud de autores posteriores (Leone, Peckinpah, Eastwood, etc...)


La historia de Shane, un pistolero que huye de su pasado violento y encuentra refugio con una familia de granjeros que luchan por mantenerse en un territorio dominado por un ganadero que no acepta a los intrusos y pretende echarlos a toda costa.


Aunque la trama es previsible desde el inicio de la película, el director nos mantiene interesados en todo momento, gracias a un guión prácticamente sin fallas (A.B.Guthrie, según la novela de Jack Shaeffer), a una fotografía espléndida (Loyal Griggs), una gran banda sonora y unas actuaciones notables (incluso el soso y mal escogido Alan Ladd, se mueve cómo pez en el agua en su papel de Shane... lo que hubiera sido esta película con Kirk Douglas!).



Ya desde la llegada de Shane, que ve cómo es acosada la familia de Starret para obligarles a abandonar el valle y se coloca junto a Joe Starret para que los vaqueros sepan que no está sólo, Stevens nos engancha a la historia y consigue mantenernos atentos a pesar de que ya sabemos perfectamente lo que va a ser la película a grandes rasgos.



Que bien retrata, en el personaje de Shane, a ése pistolero solitario que busca una nueva vida y encuentra en la familia Starret todo lo que ansía, todo lo que nunca tuvo...




Y Van Heflin, perfecto en su papel de Joe Starret, un hombre honrado, de fuertes convicciones, apegado a la tierra, a su tierra, que con tanto sudor y esfuerzo ha sacado adelante. Líder y apoyo de los demás granjeros del valle, muchos deseando irse a otra parte, pero que aguantan gracias a la fortaleza, al orgullo y la tesonería de Joe...




Jean Arthur, cómo la esposa enamorada y fiel a su marido pero que ve tambalear su interior por la atracción hacia Shane. “Abrázame, no me digas nada, sólo abrázame” le dice a Joe cuando se da cuenta de la atracción que le produce Shane.




Aquí, Stevens no llega a la finura de Ford en “Centauros del Desierto” cuando nos descubre la atracción entre Martha e Ethan, pero claro, es que Ford era Ford.




Preciosa la relación que se crea entre Shane y el pequeño Joey Starret... Lástima que el niño se me haga tan insoportable con esa voz y esa manera de repetir incesantemente el nombre de “Shane”.




Cómo Shane, a petición de Joe, cuelga la pistola y evita enfrentamientos con los Ryker. Memorable la pelea con Ben Johnson y la posterior de Shane y Joe contra los Ryker y sus hombres. Así cómo inmenso Jack Palance en el papel de Wilson, pistolero contratado por Ryker para terminar con los granjeros.




Pero aún así, tiene que volver a empuñar las armas, para defender a la que ha sido su familia, para defender un estilo de vida que le estaba gustando, pero que no es para él. Que bien tratada la escena en que Joe decide ir a enfrentarse a Ryker y Shane se lo impide (“esto es lo mío,Joe”), golpeándole en la cabeza y ganándose el desprecio del pequeño Joey (“Has golpeado a papá con el revólver, te odio Shane!) con el posterior arrepentimiento de éste, que se lanza tras él en la noche para decirle que le quiere, que no le odia.




Y así, llegamos al esperado duelo entre Shane y Wilson, al que asistimos con la misma expectación que Joey (escondido tras la puerta) y al sublime final de Shane alejándose a caballo hacia las montañas mientras el pequeño Joey grita “Shane, no te vayas Shane!!” y las montañas le devuelven el eco.

“Dile a tu madre que ya no quedan revólveres en el valle”, le dice Shane antes de partir y dejando bien claro que alguien con un pasado cómo el suyo nunca podrá ser parte de una familia, de una comunidad, de una vida en paz en definitiva...


En fin, una gran película, que fue inspiración de muchos... recordemos que Joe de “Por un puñado de dólares” de Leone, es un pistolero que llega de repente, nadie sabe de dónde y que se va por dónde vino, al igual que Shane.



Y no olvidemos “El Jinete Pálido”, quizas el mejor western de Eastwood después de “Sin Perdón”, que es un remake en toda regla de “Raices profundas”. Y tantas y tantas otras...