Director: Robert Aldrich
Guion: Alan Sharp
Intérpretes:
- Burt Lancaster: McIntosh- Bruce Davison: Teniente Garnett DeBuin
- Jorge Luke: Ke-Ni-Tay
- Richard Jaeckel: Sargento
- Joaquín Martínez: Ulzana
- Lloyd Bochner: Charles Gates
Música: Frank De Vol
Productora: Universal Pictures / De Haven Productions
País: Estados Unidos
Por: Güido Maltese. Nota: 9
Moribundo ya el western clásico desde el inicio de la década de los 60, con los Estados Unidos metidos de lleno en la guerra de Vietnam y con una sociedad cada vez más crítica y reacia a las políticas establecidas, las “películas del Oeste” tomaron otros derroteros muy alejados del conservadurismo y éticas del género (en esto también tuvo mucho que ver el Western europeo). Podríamos decir que surgió una “generación violenta”, encabezada por Peckinpah y apoyada por Brooks, Siegel, Aldrich, etc...
Y, aunque no consiguieron reflotar el género, nos dejaron un buen puñado de magníficos films, entre ellos el que hoy nos ocupa que, para mí, es el mejor “western no clásico” que existe... y paso a explicaros el porqué de mi opinión:
Recordemos que Aldrich y Lancaster ya habían trabajado juntos en la gran “Veracruz” y en la sobrevalorada “Apache”, ambas de 1954. Bien, pues casi veinte años después, se vuelven a unir (Aldrich en la dirección y Lancaster en la interpretación y producción) para dar vida a uno de los westerns más violentos, crueles, ásperos y brutales que podamos encontrar. Y con un presupuesto bastante ajustado, cosa que en algunas escenas es bastante obvio, consiguen rodar un gran film que no tuvo mucho éxito en su día, pero que el tiempo ha puesto en su lugar y, a día de hoy, no solamente se le hace justicia en cualquier ranking del género, es que además se ha convertido en una película de culto.
Los que sois asiduos de este blog, ya sabéis mi debilidad por los westerns que tratan sobre la amistad, el honor, la lealtad, etc... Bien, pues tengo otra pasión desmesurada: Los indios y, especialmente, los apaches. Pero no esos apaches pulcros, limpios, bien peinados y con ropajes impecables e interpretados por blancos con crema de zanahoria en la cara (véase a Jeff Chandler en “Flecha Rota”, Chuck Connors en “Gerónimo”, o el propio Lancaster en “Apache”, por ejemplo) que me parecen bastante ridículos y muy alejados de la realidad. Y aunque ningún apache cinematográfico se aproxima a todo lo que he leído sobre ellos, algunos directores supieron darles más realismo y veracidad. Los apaches de John Ford ya eran bastante creíbles y fue muy imitado en filmes posteriores que trataban el tema (“Hondo” de Farrow, “Fort Bravo” de Sturges o “Rifles Apaches” de Witney). Pero es a mediados de los 60 cuando se “perfecciona” el apache en los westerns (“Rio Conchos”, “Mayor Dundee”, “Duelo en Diablo”, etc...) y a principios de los 70, concretamente en el 72, cuando aparece el, en mi opinión, “apache perfecto” en el film que nos ocupa. Esta es, sin la menor duda, la mejor película de apaches que existe.
Pero vamos ya con “La venganza de Ulzana” que es lo que nos interesa....
El jefe apache Ulzana y unos cuántos guerreros escapan de la reserva para dirigirse a México, aunque asolarán todo lo que encuentren a su paso. El ejército recurre al maduro y experimentado explorador McIntosh para darle caza. Sabemos de las intenciones de Ulzana con un corto diálogo en el que un capitán se pregunta “¿y sus probables intenciones?” a lo que McIntosh le contesta “Sus probables intenciones son quemar, mutilar, torturar, violar y matar”. De esa manera, Aldrich nos adelanta lo que va a ser el film a grandes rasgos.
Un joven teniente recién salido de la academia y con fuertes convicciones religiosas es puesto al mando del pelotón de soldados que, guiados por McIntosh y el scout apache Ke-Ni-Tay, se ponen en marcha para detener la partida de guerra de Ulzana.
Mientras tanto, Ulzana ya ha atacado a los soldados que salieron para avisar a los colonos y a estos últimos. En estos ataques, aparte de una violencia bastante cruda por parte de los apaches, se nos muestra su habilidad para la estrategia y el engaño. Cómo hacen creer al colono atrincherado en su casa que llega la caballería cuando es el propio hijo de Ulzana el que toca la corneta que lleva al cinto.
En esta primera parte, tanto las matanzas de los apaches como los comentarios entre el teniente DeBuin (“¿se enfrentará a nosotros?”) y McIntosh (“No quiere enfrentarse, sólo quiere matarles”) nos hacen ver al apache como un ser despreciable, cruel y despiadado. Los colonos torturados, el soldado al que le sacan el corazón y juegan con él, la mujer violada salvajemente, los sentimientos de los soldados según van descubriendo las matanzas....parece ser que estamos ante un western “anti-indio”.
A medida que se van acercando a los apaches, el sentimiento cristiano del teniente se va tornando en odio hacia ellos (McIntosh: “es como odiar al desierto porque no tiene agua, por ahora me conformo con tenerles bastante miedo”) y lo refleja en Ke-ni-tay, descargando sobre él toda su frustración al ver tambalearse sus creencias (“Cristo nos enseño que todos somos hermanos” a lo que el sargento le contesta “Pero Cristo no tuvo que desatar a un niño de un cactus y esperar dos horas a que muriera”) y asistir con horror al rastro de sangre que van encontrando. Los diálogos entre McIntosh y DeBuin o entre DeBuin y Ke-ni-tay son uno de los puntos fuertes de la película. La juventud e inexperiencia de DeBuin, la madurez y claridad de McIntosh y la calma y serenidad de Ke-ni-tay consiguen, poco a poco, darle la vuelta a la tortilla....no, no es un western anti-indio ni proindio, es más bien una visión del enfrentamiento de culturas, incluso una crítica a la sociedad americana de la época. Y el punto central de todo ello es el teniente DeBuin, que “guiado” por los dos exploradores, va creciendo personalmente y acaba con una visión mas respetuosa hacia la “otra” cultura.
El final del film es grandioso, la muerte para lo viejo, lo que se acaba y la vida para lo nuevo, lo que empieza. McIntosh y Ulzana dejan paso a DeBuin y Ke-ni-tay. El racismo y el choque de culturas se mutan hacia el entendimiento y el respeto mutuo. Con este comentario está claro que estamos ante un western crepuscular ¿no?
Burt Lancaster está inmenso a lo largo de todo el metraje, eclipsando a todo lo que le rodea y Jorge Luke perfila perfectamente su papel. La compenetración entre ambos es evidente, sólo con miradas se expresan y se entienden. Bruce Davison correcto en su rol de joven teniente al que le asaltan mil dudas sobre sus creencias. Y perfecto Joaquín Martínez como Ulzana, logrando una credibilidad fuera de toda duda. Mencionar también a un eterno secundario, Richard Jaeckel, que cumple perfectamente como suele ser habitual en él.
La labor de dirección es encomiable, apoyada perfectamente por la fotografía y los áridos paisajes de Arizona, logrando introducirnos en la dureza de una naturaleza hostil y nada benevolente, en la que el apache se desenvuelve como pez en el agua. Un buen guión, que nos mantiene expectantes hasta el final, con unos diálogos magistrales y unas situaciones perfectamente entendibles, a pesar de no ser del todo explícitas (Cuando McIntosh le pregunta al teniente si sabe liar un cigarrillo y, ante la respuesta negativa, murmura “ya aprenderá”, al igual que aprenderá a comprender y valorar el mundo que le rodea.
Mención especial a las distintas tácticas que van empleando los apaches para burlar al enemigo, cómo dejar viva a una mujer para retrasar a los perseguidores, la ya citada corneta o saltar de los caballos sin detenerlos para colocarse a espaldas de sus enemigos. Sublime la explicación de Ke-ni-tay sobre la manera de los apaches para hacerse con la fuerza y el poder de sus enemigos, o de cómo Ulzana debe incrementar el botín de su partida si no quiere que le abandonen y vuelvan a la reserva.
Quizás lo más flojo sea la música, pero no es algo notorio ni imprescindible, ya que la dirección de Aldrich, la actuación de Lancaster y el guión de Sharp se encargan de llevar el peso del film.
En definitiva, un gran western, crepuscular, violento y duro, con una visión de los apaches que se aleja, mucho y para bien, del clasicismo y la simplonería de décadas anteriores. Indispensable para cualquier aficionado al género.
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Por: Xavi J. Prunera. Nota: 8
“La venganza de Ulzana” está rodada a principios de los 70, cuando en Estados Unidos los hippies condenaban la intervención militar en Vietnam, cuando la violencia y la sexualidad más explícitas empezaban a hacer acto de aparición en el cine y cuando el eco crepuscular de Peckinpah y Leone estaba más en boga que nunca. Inmerso en dicho contexto cultural e histórico, pues, no debería extrañarnos en absoluto que un cineasta del calibre y personalidad de Aldrich firmara en 1972 un enorme western. Uno de los más ásperos y violentos que he visto en mi vida.
Así pues, partiendo de una trama argumental más bien sencilla (la de un batallón del ejército y un avezado explorador que persiguen a un grupo de apaches, liderados por Ulzana, que se han fugado de la reserva donde estaban confinados) Aldrich construye una historia muy sólida y profunda la que se entremezclan temas tan diversos como el odio, la xenofobia, la violencia, la religión, la moralidad o el progreso. Temas, todos ellos, que Aldrich desarrolla a través de una prosa tan áspera y descarnada como la de los áridos y polvorientos paisajes de esa infernal Arizona que vamos contemplando —pausada y reflexivamente— a lo largo de esta peli. Una Arizona que, para unos (el joven teniente Garnett), delimita el lugar y el recorrido físico y metafórico de su particular viaje iniciático y que, para otros (McIntosh, el explorador), simboliza el fin de una era. La última misión de un hombre tan cansado como curtido en mil y una batallas.
Y aunque podría estar horas y horas hablando acerca de los mil y un detalles que podemos observar en este espléndido western, intentaré ser breve y me limitaré a sintetizar lo que más me ha impresionado de “La venganza de Ulzana”. La brutal violencia entre dos culturas irreconciliables, por ejemplo. Un choque que Aldrich plasma cruelmente en esa secuencia en la que un soldado prefiere meterle una bala entre ceja y ceja a una mujer y volarse la tapa de los sesos a continuación antes que caer prisioneros de los apaches. O en esa magnífica conversación entre Garnett y Ke-Ni-Tay, el joven explorador indio, sobre el violento proceder de su tribu. Tampoco me gustaría olvidarme de la compleja composición de los personajes principales (sobre todo el de McIntosh, interpretado por un soberbio Burt Lancaster), de ese estratégico juego del gato y el ratón entre la caballería y los apaches o del montón de frases lapidarias que podréis escuchar en este magnífico western. Frases como “Si yo fuera propietario del infierno y de Arizona viviría en el infierno y alquilaría Arizona”. Casi nada. Pero si debo resaltar un solo detalle por encima de todos los demás, creo que es de cajón que lo haga con su final. Poético y demoledor como pocos. ¿Necesitáis más razones?
Por: Güido Maltese. Nota: 9
Comandante Cartwright: ¿Sabe lo que dijo el general Sheridan de este país, teniente?
Teniente DeBuin: No, señor.
Comandante Cartwright: Dijo: Si yo fuera dueño del infierno y de Arizona, viviría en el infierno y alquilaría Arizona.
Teniente DeBuin: Creo que lo dijo de Texas, señor
Comandante Cartwright: Tal vez, pero se refería a Arizona!
Teniente DeBuin: No, señor.
Comandante Cartwright: Dijo: Si yo fuera dueño del infierno y de Arizona, viviría en el infierno y alquilaría Arizona.
Teniente DeBuin: Creo que lo dijo de Texas, señor
Comandante Cartwright: Tal vez, pero se refería a Arizona!
Moribundo ya el western clásico desde el inicio de la década de los 60, con los Estados Unidos metidos de lleno en la guerra de Vietnam y con una sociedad cada vez más crítica y reacia a las políticas establecidas, las “películas del Oeste” tomaron otros derroteros muy alejados del conservadurismo y éticas del género (en esto también tuvo mucho que ver el Western europeo). Podríamos decir que surgió una “generación violenta”, encabezada por Peckinpah y apoyada por Brooks, Siegel, Aldrich, etc...
Y, aunque no consiguieron reflotar el género, nos dejaron un buen puñado de magníficos films, entre ellos el que hoy nos ocupa que, para mí, es el mejor “western no clásico” que existe... y paso a explicaros el porqué de mi opinión:
Recordemos que Aldrich y Lancaster ya habían trabajado juntos en la gran “Veracruz” y en la sobrevalorada “Apache”, ambas de 1954. Bien, pues casi veinte años después, se vuelven a unir (Aldrich en la dirección y Lancaster en la interpretación y producción) para dar vida a uno de los westerns más violentos, crueles, ásperos y brutales que podamos encontrar. Y con un presupuesto bastante ajustado, cosa que en algunas escenas es bastante obvio, consiguen rodar un gran film que no tuvo mucho éxito en su día, pero que el tiempo ha puesto en su lugar y, a día de hoy, no solamente se le hace justicia en cualquier ranking del género, es que además se ha convertido en una película de culto.
Los que sois asiduos de este blog, ya sabéis mi debilidad por los westerns que tratan sobre la amistad, el honor, la lealtad, etc... Bien, pues tengo otra pasión desmesurada: Los indios y, especialmente, los apaches. Pero no esos apaches pulcros, limpios, bien peinados y con ropajes impecables e interpretados por blancos con crema de zanahoria en la cara (véase a Jeff Chandler en “Flecha Rota”, Chuck Connors en “Gerónimo”, o el propio Lancaster en “Apache”, por ejemplo) que me parecen bastante ridículos y muy alejados de la realidad. Y aunque ningún apache cinematográfico se aproxima a todo lo que he leído sobre ellos, algunos directores supieron darles más realismo y veracidad. Los apaches de John Ford ya eran bastante creíbles y fue muy imitado en filmes posteriores que trataban el tema (“Hondo” de Farrow, “Fort Bravo” de Sturges o “Rifles Apaches” de Witney). Pero es a mediados de los 60 cuando se “perfecciona” el apache en los westerns (“Rio Conchos”, “Mayor Dundee”, “Duelo en Diablo”, etc...) y a principios de los 70, concretamente en el 72, cuando aparece el, en mi opinión, “apache perfecto” en el film que nos ocupa. Esta es, sin la menor duda, la mejor película de apaches que existe.
Pero vamos ya con “La venganza de Ulzana” que es lo que nos interesa....
El jefe apache Ulzana y unos cuántos guerreros escapan de la reserva para dirigirse a México, aunque asolarán todo lo que encuentren a su paso. El ejército recurre al maduro y experimentado explorador McIntosh para darle caza. Sabemos de las intenciones de Ulzana con un corto diálogo en el que un capitán se pregunta “¿y sus probables intenciones?” a lo que McIntosh le contesta “Sus probables intenciones son quemar, mutilar, torturar, violar y matar”. De esa manera, Aldrich nos adelanta lo que va a ser el film a grandes rasgos.
Un joven teniente recién salido de la academia y con fuertes convicciones religiosas es puesto al mando del pelotón de soldados que, guiados por McIntosh y el scout apache Ke-Ni-Tay, se ponen en marcha para detener la partida de guerra de Ulzana.
Mientras tanto, Ulzana ya ha atacado a los soldados que salieron para avisar a los colonos y a estos últimos. En estos ataques, aparte de una violencia bastante cruda por parte de los apaches, se nos muestra su habilidad para la estrategia y el engaño. Cómo hacen creer al colono atrincherado en su casa que llega la caballería cuando es el propio hijo de Ulzana el que toca la corneta que lleva al cinto.
En esta primera parte, tanto las matanzas de los apaches como los comentarios entre el teniente DeBuin (“¿se enfrentará a nosotros?”) y McIntosh (“No quiere enfrentarse, sólo quiere matarles”) nos hacen ver al apache como un ser despreciable, cruel y despiadado. Los colonos torturados, el soldado al que le sacan el corazón y juegan con él, la mujer violada salvajemente, los sentimientos de los soldados según van descubriendo las matanzas....parece ser que estamos ante un western “anti-indio”.
A medida que se van acercando a los apaches, el sentimiento cristiano del teniente se va tornando en odio hacia ellos (McIntosh: “es como odiar al desierto porque no tiene agua, por ahora me conformo con tenerles bastante miedo”) y lo refleja en Ke-ni-tay, descargando sobre él toda su frustración al ver tambalearse sus creencias (“Cristo nos enseño que todos somos hermanos” a lo que el sargento le contesta “Pero Cristo no tuvo que desatar a un niño de un cactus y esperar dos horas a que muriera”) y asistir con horror al rastro de sangre que van encontrando. Los diálogos entre McIntosh y DeBuin o entre DeBuin y Ke-ni-tay son uno de los puntos fuertes de la película. La juventud e inexperiencia de DeBuin, la madurez y claridad de McIntosh y la calma y serenidad de Ke-ni-tay consiguen, poco a poco, darle la vuelta a la tortilla....no, no es un western anti-indio ni proindio, es más bien una visión del enfrentamiento de culturas, incluso una crítica a la sociedad americana de la época. Y el punto central de todo ello es el teniente DeBuin, que “guiado” por los dos exploradores, va creciendo personalmente y acaba con una visión mas respetuosa hacia la “otra” cultura.
El final del film es grandioso, la muerte para lo viejo, lo que se acaba y la vida para lo nuevo, lo que empieza. McIntosh y Ulzana dejan paso a DeBuin y Ke-ni-tay. El racismo y el choque de culturas se mutan hacia el entendimiento y el respeto mutuo. Con este comentario está claro que estamos ante un western crepuscular ¿no?
Burt Lancaster está inmenso a lo largo de todo el metraje, eclipsando a todo lo que le rodea y Jorge Luke perfila perfectamente su papel. La compenetración entre ambos es evidente, sólo con miradas se expresan y se entienden. Bruce Davison correcto en su rol de joven teniente al que le asaltan mil dudas sobre sus creencias. Y perfecto Joaquín Martínez como Ulzana, logrando una credibilidad fuera de toda duda. Mencionar también a un eterno secundario, Richard Jaeckel, que cumple perfectamente como suele ser habitual en él.
La labor de dirección es encomiable, apoyada perfectamente por la fotografía y los áridos paisajes de Arizona, logrando introducirnos en la dureza de una naturaleza hostil y nada benevolente, en la que el apache se desenvuelve como pez en el agua. Un buen guión, que nos mantiene expectantes hasta el final, con unos diálogos magistrales y unas situaciones perfectamente entendibles, a pesar de no ser del todo explícitas (Cuando McIntosh le pregunta al teniente si sabe liar un cigarrillo y, ante la respuesta negativa, murmura “ya aprenderá”, al igual que aprenderá a comprender y valorar el mundo que le rodea.
Mención especial a las distintas tácticas que van empleando los apaches para burlar al enemigo, cómo dejar viva a una mujer para retrasar a los perseguidores, la ya citada corneta o saltar de los caballos sin detenerlos para colocarse a espaldas de sus enemigos. Sublime la explicación de Ke-ni-tay sobre la manera de los apaches para hacerse con la fuerza y el poder de sus enemigos, o de cómo Ulzana debe incrementar el botín de su partida si no quiere que le abandonen y vuelvan a la reserva.
Quizás lo más flojo sea la música, pero no es algo notorio ni imprescindible, ya que la dirección de Aldrich, la actuación de Lancaster y el guión de Sharp se encargan de llevar el peso del film.
En definitiva, un gran western, crepuscular, violento y duro, con una visión de los apaches que se aleja, mucho y para bien, del clasicismo y la simplonería de décadas anteriores. Indispensable para cualquier aficionado al género.
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Por: Xavi J. Prunera. Nota: 8
“La venganza de Ulzana” está rodada a principios de los 70, cuando en Estados Unidos los hippies condenaban la intervención militar en Vietnam, cuando la violencia y la sexualidad más explícitas empezaban a hacer acto de aparición en el cine y cuando el eco crepuscular de Peckinpah y Leone estaba más en boga que nunca. Inmerso en dicho contexto cultural e histórico, pues, no debería extrañarnos en absoluto que un cineasta del calibre y personalidad de Aldrich firmara en 1972 un enorme western. Uno de los más ásperos y violentos que he visto en mi vida.
Así pues, partiendo de una trama argumental más bien sencilla (la de un batallón del ejército y un avezado explorador que persiguen a un grupo de apaches, liderados por Ulzana, que se han fugado de la reserva donde estaban confinados) Aldrich construye una historia muy sólida y profunda la que se entremezclan temas tan diversos como el odio, la xenofobia, la violencia, la religión, la moralidad o el progreso. Temas, todos ellos, que Aldrich desarrolla a través de una prosa tan áspera y descarnada como la de los áridos y polvorientos paisajes de esa infernal Arizona que vamos contemplando —pausada y reflexivamente— a lo largo de esta peli. Una Arizona que, para unos (el joven teniente Garnett), delimita el lugar y el recorrido físico y metafórico de su particular viaje iniciático y que, para otros (McIntosh, el explorador), simboliza el fin de una era. La última misión de un hombre tan cansado como curtido en mil y una batallas.
Y aunque podría estar horas y horas hablando acerca de los mil y un detalles que podemos observar en este espléndido western, intentaré ser breve y me limitaré a sintetizar lo que más me ha impresionado de “La venganza de Ulzana”. La brutal violencia entre dos culturas irreconciliables, por ejemplo. Un choque que Aldrich plasma cruelmente en esa secuencia en la que un soldado prefiere meterle una bala entre ceja y ceja a una mujer y volarse la tapa de los sesos a continuación antes que caer prisioneros de los apaches. O en esa magnífica conversación entre Garnett y Ke-Ni-Tay, el joven explorador indio, sobre el violento proceder de su tribu. Tampoco me gustaría olvidarme de la compleja composición de los personajes principales (sobre todo el de McIntosh, interpretado por un soberbio Burt Lancaster), de ese estratégico juego del gato y el ratón entre la caballería y los apaches o del montón de frases lapidarias que podréis escuchar en este magnífico western. Frases como “Si yo fuera propietario del infierno y de Arizona viviría en el infierno y alquilaría Arizona”. Casi nada. Pero si debo resaltar un solo detalle por encima de todos los demás, creo que es de cajón que lo haga con su final. Poético y demoledor como pocos. ¿Necesitáis más razones?