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jueves, 3 de enero de 2019

EL REBELDE ORGULLOSO

(The proud rebel - 1958)

Dirección: Michael Curtiz
Guion: Joseph Petracca, Lillie Hayward basado en un relato de James Edward Grant.

Reparto:
- Alan Ladd: John Chandler
- Olivia de Havilland: Lynett Moore
- Dean Jagger: Harry Burleigh
- David Ladd: David Chandler
- Cecil Kellaway: Dr. Enos Davis
- Harry Dean Stanton: Jeb Burleigh
- Tom Pittman: Tom Burleigh
- Henry Hull: Judge Morley
- John Carradine: Traveling salesman

Música: Jerome Moross
Productora: Samuel Goldwyn Jr. para Formosa Production

Por Jesús Cendón, NOTA: 7

“Algunas veces me gustaría ser ministro en vez de médico. Los ministros dan esperanza, los médicos sólo hechos”. El doctor Enos Davis a John Chandler tras haber examinado a su hijo David.


Segundo wéstern producido por Samuel Goldwyn Jr. tras “Con sus mismas armas” (Richard Wilson, 1955), película ya reseñada en este blog con la que comparte su excelente acabado formal.

En esta ocasión contó como director con Michael Curtiz, uno de los grandes artesanos de Hollywood y ,junto a Raoul Walsh, director bandera de la Warner Brothers en la que permaneció durante casi tres décadas poniendo su oficio e, incluso, talento al servicio de la major, y mostrando una enorme capacidad de adaptación a los diferentes géneros cinematográficos: aventuras, policiáco, drama, comedia, wéstern e, incluso, musical.


Prueba de su versatilidad es este pequeño wéstern. Así mientras que sus primeras películas ambientadas en el Far-West fueron grandes epopeyas al servicio de Errol Flynn, una de las mayores estrellas de la productora, caracterizadas por su espectacularidad y en las que contó con unos presupuestos holgados para narrarnos la historia de los EEUU: “Dodge, ciudad sin ley” (1939), “Oro, amor y sangre” (1940) y “Camino de Santa Fe” (1940); la película que nos ocupa se trata de un wéstern con un presupuesto mediano en la que desarrolla una historia intimista, cercana al melodrama, siendo su eje fundamental la relación entre un padre y su hijo.


De esta forma, el filme entronca con una serie de wésterns de corte familiar en los que la historia se articula con base en el especial vínculo establecido entre un adulto y un preadolescente o está narrada a través de los ojos del menor. Destacados títulos de esta corriente son “Raíces profundas” (George Stevens, 1953), “Hondo” (John Farrow, 1953), “Río sin retorno” (Otto Preminger, 1954), “Caravana del Oeste” (Francis D. Lyon, 1959) producida por la Batjac de John Wayne, la recientemente reseñada “El más valiente entre mil” (Tom Gries, 1967) o varios títulos menores protagonizados por Joel McCrea como “Amigos bajo el sol” (Kurt Neumann, 1951), coescrita también por Lillie Hayward, y “La mano solitaria” (George Sherman, 1953).


SINOPSIS: John Chandler, un antiguo oficial del ejército sudista, recorre sin descanso los EEUU en busca de un doctor que cure el mutismo sobrevenido de su hijo. Al recalar en Abeerdeen un médico le dará esperanzas, pero pronto se enfrentará de manera fortuita con los hijos de Harry Burleigh, el ranchero más poderosos del lugar; a su vez enemistado con Lynnett Moore propietaria de una granja ambicionada por el magnate. Lynnett protegerá a John y poco a poco nacerá una atracción entre ambos.


La acción del filme se sitúa tras el fin de la Guerra de Secesión (1861-1865), conflicto traumático con un legado de más de 600.000 víctimas mortales entre militares y población civil (1) que enfrentó, con la coartada de la abolición del esclavismo, a dos mundos opuestos: un norte moderno, burgués e industrializado y un sur tradicional, aristocrático y agrícola. El resultado fue un país devastado cuyas heridas tardarían en cicatrizar.


Sin embargo, y aunque hay continuas alusiones al contexto histórico, sobre todo en relación con los saqueos sufridos por los estados del Sur fundamentalmente debidos a la denominada guerra total protagonizada por los generales nordistas Sherman y Sheridan y cuyo paradigma fue el saqueo de Atlanta, a Curtiz no le interesa tanto narrar el drama histórico como la tragedia personal del protagonista, un exoficial confederado acaudalado que con la guerra no sólo perdió todas sus posesiones sino también a su mujer tras ser incendiada su hacienda. Individuo que, abrumado por su responsabilidad, se ha convertido en un nómada con un único objetivo en la vida, encontrar la cura para su hijo incapaz de hablar tras contemplar como las llamas devastaban su hogar y acababan con su madre.


Así, como señalé en un párrafo anterior, el filme se deslizará hacia el melodrama centrándose tanto en el vínculo especial existente entre el padre y su hijo, como en la nueva relación establecida entre ambos y Lynett Moore, otro personaje solitario al haber fallecido sus progenitores y sus hermanos y dueña de un rancho codiciado por Harry Burleigh, el ganadero más poderoso de la región; quedando, de esta forma, perfectamente engarzadas las dos líneas argumentales de la película:


- La primera sobre el paulatino acercamiento entre John y Lynett, que a su vez supone para David, el hijo de John, encontrar un nuevo hogar y a una segunda madre.




Curtiz narra este proceso con varias secuencias de una gran sutileza. Así, contemplaremos a Lynette, tras haber mantenido una conversación íntima con John, mirarse en el espejo y, en un gesto de coquetería, arreglarse el pelo. Posteriormente asistiremos al redescubrimiento de su feminidad al recuperar de un baúl su mejor vestido. Y, por último, ambos se fotografiarán de forma idéntica a la instantánea que conserva John con su mujer fallecida. La intención de Curtiz con la última secuencia es clara, poco a poco Lynett está ocupando el vacío que dejó en el corazón de John la muerte de su esposa. Para ambos se abré una nueva esperanza, una nueva vida, igualmente simbolizada en la edificación del establo sustituto del perdido en un incendio provocado por los hijos de Harry.


- La otra línea argumental se centra en el enfrentamiento de John y Lynette con el clan de los Burleigh. Nos encontramos con un tema recurrente en el wéstern, la rivalidad entre ganaderos y agricultores aunque con la peculiaridad de que el poderoso ganadero se dedica a la cría de ovejas y no al ganado vacuno como era habitual. En este enfrentamiento jugará un papel fundamental el perro pastor de David, pues al apropiárselo Harry se desencadenará el drama constituyendo el detonante del duelo final entre John y los Raleigh. De nuevo las similitudes con la citada “Raíces profundas” e incluso con el melodrama “El despertar” (Clarence Brown, 1946) son evidentes respecto a la profunda relación existente entre el chico y su mascota.


Por lo que respecta a la labor de Curtiz cabe señalar que narra la historia de forma plácida y con un ritmo pausado, caracterizándose la dirección por su elegancia y su clasicismo, destacando los bellos encuadres, los preciosos y precisos movimientos de cámara, la especial atención prestada a la composición de los planos y al lugar en el que sitúa la cámara, permitiendo a los actores moverse en secuencias de interior sin utilizar el montaje; de tal forma que en muchas de ellas tenemos la sensación de estar contemplando a los interpretes en la misma habitación, convirtiéndonos en espectadores privilegiados de los hechos.


La película supuso además el reencuentro profesional, tras dieciocho años de su última cinta, entre el cineasta y una esplendida Olivia de Havilland (2), a la que Curtiz presenta desprovista de todo glamour con un viejo vestido, un sombrero de paja, un chal ajado y mal peinada. Una mujer de carácter fuerte que no parece prestar atención a su imagen y que reivindicará delante del juez, en un discurso de gran modernidad, su individualidad, resistiéndose a ser un mero apéndice del hombre al afirmar: “¿Qué se supone que debo hacer? Arrojarme a los brazos del primer hombre que me proponga en matrimonio sólo para complacer a la gente… Como si vivir sola fuera un crimen, y todo porque soy una mujer y no un hombre”. Es, pues, una mujer adelantada a su tiempo que reivindica su singularidad e independencia como persona y un claro precedente del personaje de Mary Bee Cudy en la recientemente estrenada “Deuda de honor” (Tommy Lee Jones, 2014).


Junto a ella un Alan Ladd en uno de sus mejores trabajos quizás por interpretar a un hombre corriente, un papel más acorde con su físico, y por dar vida a su vástago en el filme su verdadero hijo David Ladd (3) con el que muestra en todo momento una gran complicidad. Estamos ante un individuo duramente golpeado por la vida pero no vencido que conservará su dignidad, orgullo e, incluso, testarudez, rechazando la ayuda gratuita ofrecida por los distintos personajes del filme. Un ser atormentado al haber ocurrido la tragedia a su familia mientras estaba ausente por lo que la curación de su hijo constituye su peculiar acto de expiación, y a su búsqueda dedica su vida. Tanto John como su hijo David nos muestran, por tanto, que los conflictos bélicos no acaban al abandonar las armas su discurso macabro sino que las secuelas se prolongan a lo largo del tiempo en los supervivientes que deben aprender a vivir con sus heridas.



Acompañando a los protagonistas nos encontramos con veteranos de la fiabilidad de Dean Jagger como el poderosos ganadero obsesionado con las tierras de Lynett, Cecil Kellaway en el papel del bondadoso médico y atisbo de esperanza para John, Henry Hull en la piel de un peculiar y heterodoxo juez o John Carradine como un comerciante al que el director y los guionistas reservan las mejores líneas de diálogo en la conversación inicial mantenida con John; así como, con un joven Harry Dean Stanton dando vida al hijo camorrista de Harry.


Por último, debo referirme a la banda sonora de Jerome Moross que anticipa la que compondría ese mismo año para “Horizontes de grandeza” (William Wyler, 1958), su obra maestra con la que revolucionó el género.


“El rebelde orgulloso” es, pues, un wéstern bien construido, amable, conmovedor y hermoso, destinado a toda la familia, centrado en el ser humano y sus sentimientos, filmado en las postrimerías de su carrera por un grandísimo director, de los que hicieron grande al Hollywood clásico, al que no se ha prestado la atención merecida y que volvería a acercarse al género con la más oscura “El justiciero” (1959) y la vitalista “Los comancheros” (1961), su último filme.


(1) La verdadera dimensión del conflicto se aprecia al comparar los fallecidos en él; ya que los estadounidenses muertos en la Guerra de Secesión superaron en número a la suma de las bajas que tuvieron los EEUU en las dos guerras mundiales.

(2) Entre 1935 y 1940 rodaron juntos ocho películas, entre ellas clásicos del cine de aventuras como “El capitán Blood” (1935), “La carga de la Brigada Ligera” (1936) o “Robín de los bosques” (1938); y wésterns del nivel de los nombrados “Dodge, ciudad sin ley” y “Camino de Santa Fe”; todas ellas, además, protagonizadas por la estrella de la Warner Errol Flynn.

(3) David Ladd, que ya había trabajado junto a su padre en “Grandes horizontes” (Gordon Douglas, 1957), sin alcanzar el estrellato de Alan ha desarrollado una fecunda carrera como actor y productor. Sin embargo, es más conocido por su matrimonio con el ángel de Charlie Cheryl Ladd.

miércoles, 6 de junio de 2018

DODGE, CIUDAD SIN LEY

(Dodge City, 1939)

Dirección: Michael Curtiz
Guion: Robert Buckner

Reparto:
- Errol Flynn: Wade Hatton
- Olivia de HavillandAbbie Irving
- Ann SheridanRuby Hilman
- Bruce CabotJeff Surret
- Alan HaleAlgernon “Rusty” Hart
- Frank McHughJoe Clemens
- John LitelMatt Cole
- Henry TraversDr. Irving
- Victor JoryYancey
- William LundinganLee Irving
- Guinn “Big Boy” WilliamsTex Baird
- Gloria HoldenMrs. Cole
- Ward BondBud Taylor
- Russell SimpsonJack Orth

Música: Max Steiner
Productora: Warner Bros. (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“¡Escucha eso. Cantan himnos y ni siquiera es domingo. Ay, esta ciudad se está haciendo tan pura y noble que no hay quien viva en ella!” Tex Baird a Wade Hatton y Algernon “Rusty” Hart tras haber pacificado Dodge City.


1939 es, sin duda, un año esencial para la génesis y la evolución del wéstern como género tal y como lo identificamos en la actualidad.


John Ford con “La diligencia”, un filme adulto con una historia de gran hondura y personajes muy bien construidos con el que el wéstern alcanzó la madurez, no sólo mostró el camino por dónde debían discurrir este tipo de películas para gozar de la misma consideración que otros géneros cinematográficos. Sino que las majors por fin comenzaron a confiar en las películas del Oeste, rescatándolas del papel desempeñado hasta ese momento como complemento del filme principal en las sesiones dobles y apostaron por ellas como cintas de las que se podían obtener pingües beneficios y que, asimismo, podían convertirse en excelentes vehículos para lanzar las carreras de sus estrellas especializadas en películas de acción.


Así dos de los grandes estudios hollywoodienses produjeron ese año costosos wésterns que rivalizaron entre si. La Paramount puso en marcha “Union Pacific”, filme dirigido por Cecil B. De Mille ya reseñado en el blog; mientras que la Warner Bross. se embarcó en “Dodge, ciudad sin ley”. Curiosamente ambos filmes son complementarios al pivotar sobre el ferrocarril como elemento fundamental para la unión, el progreso y el desarrollo de la nación; pero mientras que “Union Pacific” se centra en su construcción, “Dodge, ciudad sin ley” aborda las consecuencias originadas por la misma. De hecho, da la sensación de que “Dodge, ciudad sin ley” arranca justo en el momento en el que finaliza “Union Pacific”, por lo que es recomendable la visión conjunta de ambos wésterns.


ARGUMENTO: Años después de su fundación, junto a la nueva línea de ferrocarril, Dodge City se ha convertido en una urbe controlada por los forajidos. Wade Hatton, un aventurero que participó en la construcción de la línea ferrea, tras asistir a la muerte de un niño decide aceptar el cargo de sheriff para limpiar la ciudad de malechores.


La película de la Warner se centra en un hecho histórico cuya proximidad temporal con la cinta es notable, el nacimiento en 1871 de la ciudad de Dodge City cerca del famoso Camino de Santa Fe; así como en los problemas surgidos en la ciudad por su crecimiento desordenado durante la década siguiente en la que cobró gran importancia la presencia en número creciente de  pistoleros y cowboys atraídos por la riqueza generada por el extraordinario desarrollo de la ganadería durante los años ochenta favorecida, igualmente, por la construcción de las líneas férreas.


Además los hermanos Warner concibieron el filme como una gran superproducción e, incluso, decideron rodarla en color, con el enorme coste adicional que suponía esta elección; y destinaron para su realización a gran parte de los mejores profesionales en la nómina de la productora. El músico Max Steiner que compuso una banda sonora muy pegadiza; el director de fotografía Sol Polito, uno de los técnicos que más contribuyó a la impronta visual de la compañía durante los años treinta y cuarenta; Hal B. Wallis, un productor caracterizado por su minuciosidad y por el férreo control ejercido sobre todas las fases de la realización de cada filme; y, sobre todo, el director Michael Curtiz.


Nacido en Hungría en una familia judia, Curtiz emigró a Hollywood en 1926 contratado por Jack Warner, desarrollando una fructífera carrera en los EEUU durante más de cuarenta años. Su época de máximo esplendor coincidió precisamente con el período en el que estuvo contratado por la Warner Bross. (1926-1954), época en la que se convirtió, junto a Raoul Walsh, en el director de confianza de la compañía (tan sólo en la década de los treinta rodaría cuarenta y cinco películas e intervendría en otras siete aunque sin acreditar). Mundialmente conocido por su obra maestra “Casablanca” (1942), al haber permanecido durante gran parte de su carrera al servicio de una major, y al igual que otros directores como Henry Hathaway o Henry King (ambos asalariados de la 20th Century Fox) o incluso durante años Raoul Walsh, no ha gozado del reconocimento que por su talento merecía.


Igualmente, la importancia que los hermanos Warner dieron a “Dodge, ciudad sin ley” quedó patente en la fastuosa premiere organizada en la propia ciudad de Dodge, para la que se llegaron a alquilar varios aeroplanos y una locomotora del siglo XIX, además de organizarse un multitudinario desfile a la cabeza del cual, montado a caballo, iba Errol Flynn. Definitivamente el wéstern gozaba de la misma consideración que los llamados géneros serios.

Y ¿Qué nos encontramos en esta película?


Ante todo con una cinta espectacular, grandiosa y colorista que ha pasado a la Historia del cine como compendio de los temas, escenas y personajes de este género, y que al mismo tiempo llevaba implícita, como era habitual en las cintas de los hermanos Warner de esa época, cierta crítica social al denunciar los excesos en el proceso de industrialización, simbolizado en el ferrocarril, y la necesidad de su correción; presentando, además, a la prensa como institución fundamental en su labor de denuncia para luchar contra la corrupción, el crimen y los abusos en el ejercicio del poder.


Así nos vamos a encontrar con pistoleros, cazadores de búfalos, ganaderos, sheriffs, coristas, peleas y números musicales en el saloon, tiroteos en las calles, intentos de linchamiento, caravanas, ferrocarriles, estampidas de ganado, ciudades sin ley convertidas en nuevas Babilonias, alusiones a la Guerra de Secesión y a los atropellos cometidos por los blancos con los nativos, etcétera. Situaciones y personajes que en la actualidad pueden parecer tópicos pero que en ese momento abrieron el camino para el desarrollo del género.
De entre la gran cantidad de escenas sobresalientes destacan sobre todo tres en las que Michael Curtiz volvía a demostrar su talento como director:


- La carrera al principio del filme entre la diligencia (símbolo de la tradición) y el tren (representante de la modernidad), que constituye toda una lección de montaje cinematogáfico.


- La pelea en el saloon que termina totalmente destrozado y ha pasado a la Historia del cine como una escena modélica. Incluso la propia Warner la repitió, pero con la utilización de armas de fuego, en “San Antonio” (David Butler, 1945).


- El aparatoso, llamativo y memorable enfrentamiento final en un tren ardiendo y a toda velocidad en el que, curiosamente, Wade no será quien acabe con Surret.


Pero lo que es su máxima virtud también constituye el principal defecto de la película. Es tal la intención de abrumar al público con la sucesión de escenas espectaculares, así como con otras en las que parece pretenderse mostrar el dinero invertido, que la narración se resiente, la cinta en su conjunto resulta dispersa y la historia principal, la pacificación de la ciudad por parte de Wade Hatton y sus fieles compañeros, tarda en arrancar y se resuelve de forma algo precipitada.


Como pareja protagonista la Warner apostó por el dúo más estable del Hollywood clásico. Me refiero a Errol Flynn, gran estrella de las películas de aventuras, y Olivia de Haviland; siendo esta la sexta de sus ocho colaboraciones entre 1935 y 1941, con títulos tan significativos como “El capitán Blood”, “La carga de la Brigada Ligera” y “Robín de los Bosques”, todas ellas dirigidas por Curtiz, o “Murieron con las botas puestas”,ya reseñada en este blog, bajo la batuta de Raoul Walsh.


Flynn exportó al wéstern las características principales de los personajes de sus películas de aventuras como la galanura o simpatía y nos brindó una composición enérgica, dinámica y gallarda como Wade Hutton. Un personaje basado libremente en la figura de Bat Masterson, sheriff del condado a finales de la década de los setenta y que, como Wade, había desempeñado distintos trabajos en la construcción del ferrocarril para, posteriormente, convertirse en cazador de búfalos o conductor de ganado; incluso en la película se insinúa su relación con la prensa escrita (al final de su vida fue periodista deportivo).


Olivia de Havilland repite el papel de enamorada del héroe, aunque como también era habitual al principio ambos personajes parecen incompatibles y su relación no comienza con buen pie. En todo caso, la historia de amor entre ambos adolece de cierta superficialidad y trivialidad.


Junto a ellos, protagonizando las escenas de corte cómico (la introducción de elementos humorísticos en dramas era otro de los sellos de identidad de la Warner), nos encontramos con Alan Hale, compañero habitual de Errol Flynn, y Guinn Williams. Ambos también constituirían una pareja humorística estable a las ordenes de esta major. Y como principal personaje negativo figura Bruce Cabot, amigo personal de Flynn, que interpreta a Jeff Surret, el principal enemigo de Wade, que al igual que el héroe resulta un personaje excesivamente plano, sin aristas y estereotipado. Por último, nos encontramos con Ann Sheridan que apenas puede mostrar su talento como cantante.


“Dodge, ciudad sin ley” puede parecer en la actualidad un filme del Oeste ingenuo y algo simple pero, sin duda, constituyó un hito en la época y fue fundamental para el asentamiento del género; además de inaugurar, prácticamente, un tipo de wéstern de carácter urbanita en el que el protagonista, un hombre íntegro y hábil con el revólver, terminará aceptando el cargo de sheriff de una ciudad con el objeto de acabar con los desmanes existentes.


Como curiosidad comentaros que el filme finaliza con un plano en el que se ve a Hutton-Flynn y de Havilland-Irving viajando hacia Virginia City para pacificarla. De esta forma la Warner estaba anunciando la siguiente película de Errol Flynn titulada precisamente “Virginia City”, en España se tradujo como “Oro, amor y sangre”; aunque Olivia de Havilland fue sustituida por Miriam Hopkins.



jueves, 30 de marzo de 2017

MURIERON CON LAS BOTAS PUESTAS

(They died with their boots on - 1941)

Director: Raoul Walsh
Guion: Wally Kline y Aeneas McKenzie

Intérpretes:
Errol Flynn: George Armstrong Custer
Olivia de Havilland: Elizabeth Bacon
Arthur Kennedy: Ned Sharp
Charley Grapewin: California Joe
Gene Lockhart: Samuel Bacon
Anthony Quinn: Crazy Horse
John Litel: General Phil Sheridan
Sidney Greenstreet: Lt. General Winfield Scott
Hattie McDaniel: Callie

Música: Max Steiner
País: Estados Unidos
Productora: Warner Bross

Por Jesús Cendón. NOTA: 9,5

“Pasear a su lado por la vida fue muy agradable señora” (Custer despidiéndose de Elizabeth antes de encontrarse con su destino en Little Bighorn)


De las numerosas versiones rodadas sobre la vida del controvertido general Custer (en realidad coronel) y su muerte en la batalla de Little Bighorn (1876) enfrentado a los sioux de Toro Sentado y Caballo Loco, este filme es sin duda su mejor versión. Una auténtica obra maestra y el mejor wéstern filmado por Raoul Walsh, uno de los grandes clásicos del Hollywood dorado con una filmografía envidiable que, sólo en este género, nos legó obras del nivel de: “La gran jornada” (1930), “Perseguido” (1947), “Juntos hasta la muerte” (1949), “Camino de la horca” (1951), “Tambores lejanos” (1951) o “Los implacables” (1955), entre otras.


ARGUMENTO: Biografía del general Custer (1839-1876) desde su ingreso en West Point, pasando por su participación en la Guerra de Secesión o su enfrentamiento con el gobierno, hasta su muerte en la batalla de Little Bighorn.


La película fue abordada por la poderosa Warner Bross como una gran superproducción en la que se presentaba al coronel Custer como un hombre arrogante, extravagante, indisciplinado e individualista pero a la vez consciente de su propio destino y, por tanto, capaz de sacrificarse por el bien común con el objeto de evitar una catástrofe mayor y favorecer el avance de esa sociedad que en un momento dado lo rechazó. Es el prototipo de héroe norteamericano que el filme se propone mitificar porque toda nación necesita de sus héroes míticos para explicar su pasado en forma de leyendas.


Así, si otros países cuentan, por ejemplo, con El Cid (El Cantar del mío Cid, España), Roldán (La Canción de Rolando, Francia) o Sigfrido (El Cantar de los Nibelungos, Alemania), los Estados Unidos, dado el escaso período de tiempo transcurrido desde su constitución, tuvieron que mirar a su pasado más cercano para encontrar a dichos mitos surgiendo, de este modo, entre otras figuras las de Daniel Boone, Davy Crockett, Búfalo Bill o el general Custer. Y fue el cine, al igual que antaño había sido la tradición oral o la escritura, el encargado de difundir las hazañas heroicas de estos personajes y crear un pasado legendario, en el que la fábula sustituye a la, muchas veces, prosaica realidad.


¿Y qué significa para mí la película? Hay filmes que llevas contigo como si te los hubieran grabado en el cerebro con un hierro candente, y este es uno de ellos. Hablar de “Murieron con las botas puestas” es recordar la televisión en blanco y negro, las tardes de sábado con películas maravillosas que disfrutabas por primera vez, al Séptimo de Caballería cabalgando al son de “Garry Owen”, la marcha militar más popular de todos los tiempos, y, sobre todo, es rescatar a un personaje inolvidable tan pendenciero como impulsivo e insubordinado pero valiente y respetuoso con los demás y, lo que es más importante, consigo mismo, y capaz de defender sus ideas hasta el final. Un personaje al que deseabas parecerte porque, sin tú saberlo, te estaba enseñando conceptos como la honradez y la dignidad. Por eso al plantearme la reseña temía tener demasiado mitificada a esta película.


Pero no, como he señalado al inicio me he reencontrado con ciento cuarenta minutos de cine en estado puro, una obra maestra, un filme al que se puede aplicar, sin duda, el apelativo de clásico, un fresco monumental que abarca aproximadamente veinte años de la historia de los EEUU en el que están perfectamente engarzados géneros como el de aventuras, la comedia, el bélico, el melodrama o el wéstern. Una cinta que cuenta con escenas imborrables como la soberbia despedida entre Custer y su mujer antes de ponerse al mando por última vez de su Séptimo de Caballería; sin duda una de las mejores secuencias de corte romántico jamás rodada, culminada con un sublime travelling mediante el cual vemos desmayarse a Elizabeth.


Una cinta con diálogos memorables como la conversación que mantienen el corrupto Sharp y Custer acerca de la diferencia entre la gloria y el dinero. Un filme que nos regala planos que han pasado por derecho propio a la historia del cine, como aquel en el que vemos a Custer, una vez exterminado su regimiento, esperar la última carga de los sioux al lado de la bandera y con el sable desenvainado aguardando “su encuentro con la gloria”. Un western narrado ejemplarmente y estructurado racionalmente en dos partes claramente diferenciadas:


- La primera corresponde a la juventud de Custer y narra su paso por la academia militar, su participación en la Guerra de Secesión y el encuentro con el amor de su vida. Tiene un tono más ligero y luminoso, y nos presenta a un Custer vanidoso, intrépido y valiente hasta la osadía, con escasa preparación táctica y cuyas victorias se basan en su arrojo personal. Un individuo casi invencible, en cuya vida el azar o la buena suerte jugarán un papel decisivo (se libró de ser expulsado de West Point por no haber firmado su ingreso y fue ascendido a general por un error burocrático).


- La segunda, centrada en su madurez, es más oscura y dramática, como si Walsh nos estuviera preparando para el trágico final, por otra parte, conocido. Nos encontramos con un decadente Custer, incapaz de adaptarse a la vida civil lo que le lleva a un incipiente alcoholismo, crítico con la burocracia y la política del gobierno y que, finalmente, aceptará su sacrificio como mal menor; rindiendo el último servicio a su país una vez muerto.


Además el filme supuso la última de las ocho colaboraciones entre Errol Flynn y Olivia de Havilland (hermana de Joan Fontaine), una de las parejas más fructíferas de la industria hollywoodiense con títulos en su haber tan emblemáticos como “El capitán Blood” (1935), “La carga de la Brigada Ligera” (1936) o “Robín de los bosques” (1938), todas ellas bajo la batuta de Michael Curtiz; y al mismo tiempo supuso el encuentro de Walsh con Flynn, que supo dotar al personaje de la vitalidad y dinamismo que requería. La pareja protagonista estuvo muy bien arropada por un excelente plantel de secundarios: Arthur Kennedy, destacando ya en papeles negativos, como Ned Sharp, antiguo camarada de Custer en West Point y representante de la corrupta y ávida clase empresarial; un joven Anthony Quinn, yerno de Cecil B. de Mille, en el rol de Caballo Loco, típico papel étnico que repitió hasta la saciedad al comienzo de su carrera; Sidney Greenstreet como el general Winfield Scott, uno de los escasos e inesperados apoyos de Custer en Washington; Charley Grapewin dando vida al veterano explorador California Joe; y Hattie McDaniel, repitiendo prácticamente el personaje de Mammy de “Lo que el viento se llevó”.


Por último, me gustaría rebatir en parte la acusación de racista, creo que injustificada y supongo realizada por personas que no la han visto, que durante mucho tiempo ha sufrido la película. Evidentemente la historia está contada desde el punto de vista de los colonizadores pero este hecho no significa que sea una cinta xenófoba. Todo lo contrario. A los indios se les trata con respeto, incluso el mayor Butler, un oficial de origen británico al servicio del Séptimo, sentencia que: “¿Qué se creen ustedes los yanquis? Los únicos verdaderos americanos son los que están al otro lado de la colina con plumas en la cabeza”. Los pieles rojas aparecen como seres honorables, víctimas de la voracidad de los desalmados hombres de negocios y de las decisiones erróneas del gobierno de Washington que, tras el falso descubrimiento de oro en las Black Hills, romperá el tratado de paz. Porque la película, por si algo le faltaba, dentro de su mensaje de exaltación patriótica (se rodó en plena Segunda Guerra Mundial) tiene además una fuerte carga política y en otra gran escena nos muestra de forma sencilla y lúcida cómo se inventan las guerras y quién está detrás de ellas, generalmente políticos corruptos y potentados desalmados y ávidos de más riqueza, que en este caso se inventarán la existencia de oro en unos territorios sagrados para los indios. A estos, engañados una vez más, no les quedará más remedio que declarar la guerra como única salida para defender su forma de vida y cultura. Esta traición a los verdaderos dueños del territorio es lo que llevará a Custer a afirmar que: “Si yo fuera un indio lucharía al lado de Caballo Loco hasta perder mi última gota de sangre”


Es verdad que se puede acusar a este monumental relato sobre la historia inmediata de los Estados Unidos (los acontecimientos habían ocurrido tan sólo sesenta y cinco años antes) de falsear en parte los hechos y la vida del general Custer, pero como nos advirtió John Ford: “Esto es el Oeste y cuando la leyenda se convierte en realidad, hay que publicar la leyenda”.