NOSOTROS

Mostrando entradas con la etiqueta Brian Keith. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Brian Keith. Mostrar todas las entradas

jueves, 20 de diciembre de 2018

QUINCE BALAS

(Fort Dobbs - 1958)

Dirección: Gordon Douglas
Guion: George W. George y Burt Kennedy

Reparto:
- Clint Walker: Gar Davis
- Virginia Mayo: Celia Gray
- Brian Keith: Clett
- Richard Eyer: Chad Gray
- Russ Conway: Sheriff de Largo
- Michael Dante: Billings

Música: Max Steiner
Productora: Warner Bros

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“¿Nunca ha perdido nada, señor Davis?”, “Sí señora, pero aprendí a no mirar hacia atrás”. Conversación entre Celia y Gar mientras contemplan como el rancho de la primera es pasto de las llamas tras el ataque comanche.



Los años  cincuenta no sólo supusieron la época dorada del wéstern en el cine sino que a partir de mediados de la década comenzaron a proliferar las series de televisión ambientadas en el Far west que, casi de inmediato, alcanzaron una gran popularidad y se convertieron en serios rivales de los largometrajes. De entre las majors que más interés mostraron por las posibilidades del wéstern en televisión destacó la Warner Brothers con series como “Maverick” protagonizada por James Garner y “Cheyenne”, la primera serie wéstern para un público adulto con capítulos de mayor duración (una hora contando con el intermedio), que permaneció en antena desde 1955 hasta 1962 y de la que se emitieron ciento ocho episodios. Incluso, debido a su éxito, dio lugar a dos spin-off, “Bronco Lane” (1958-1962) con Ty Hardin dando vida al personaje principal en sesenta y ocho capítulos y “Sugarfoot” de la que se produjeron sesenta y nueve episodios entre 1957 y 1961.



“Cheyenne” lanzó al estrellato a Clint Walker, un actor de complexión fuerte y ciento noventa y ocho centímetros de estatura, quien descontento con sus condiciones salariales, poco acordes con el éxito alcanzado por la serie tanto en EE.UU. como en Europa, amenazó con abandonarla al finalizar la segunda temporada.



La Warner reaccionó ofreciéndole una sustanciosa mejora salarial y brindándole la posibilidad de dar el salto a la pantalla grande con la firma de un contrato por el que se comprometía a que protagonizase tres de sus producciones ambientadas en el Lejano Oeste dirigidas por Gordon Douglas, hombre de confianza de la casa especializado en películas de acción de bajo presupuesto y con wésterns en su haber tan atractivos como “Nevada” (1950), uno de los mejores títulos interpretados por Randolph Scott en la primera mitad de la década; “Solo el valiente” (1951), filme claustrofóbico con Gregory Peck; dos cintas protagonizadas por Alan Ladd “La novia de acero” (1952), sobre la vida del futuro héroe de El Alamo Jim Bowie, y “Grandes horizontes”; así como un curioso experimento en 3D, “La carga de los jinetes indios” de 1953 con una joven Vera Miles.



El resultado de la colaboración entre Douglas y Walker se tradujo en los wésterns “Quince balas” (1958), objeto de esta reseña; “Emboscada” (1959), único de los tres filmes en color y antiguo proyecto rechazado por John Ford y John Wayne quienes prefirieron rodar “Misión de audaces” también producida, curiosamente, por Martin Rackin pero en el seno de The Mirisch Corporation (1); y “Oro de los siete santos” (1961), en el que a diferencia de los anteriores no intervino como guionista Burt Kennedy al ser sustituido por Leigh Bracket, colaboradora habitual de Howard Hawks.



ARGUMENTO: Gar Davis, tras acabar con el amante de su mujer y ser perseguido por una patrulla dirigida por el sheriff de Largo, se interna en territorio comanche convirtiéndose en el improvisado protector de la viuda Celia Gray y de su hijo Chad a quienes guiará a Fort Dobbs.



La Warner Brothers no quiso arriesgar demasiado con su nueva estrella y encargó poner en pie la película a Martin Rackin con un presupuesto muy limitado; incluso para facilitar su identificación con el personaje televisivo que había popularizado convenció a Clint Walker para que en la primera parte del filme vistiera la misma chaqueta que lucía en la serie Cheyenne. Además el esqueleto argumental con un pistolero solitario y honesto protegiendo a una viuda y a su hijo, propietarios de un rancho aislado, del acoso de los indios recordaba sospechosamente a “Hondo” (John Farrow) película producida por la major cinco años antes en colaboración con la Wayne-Fellows. Incluso, como en el filme de Farrow, nuestro héroe tenía un encuentro desafortunado con el marido de la ranchera.



Sin embargo, lo que en principio debía ser un producto rutinario de serie b se convirtió en manos de su director Gordon Douglas y de sus guionistas, fundamentalmente Burt Kennedy, en un wéstern vigoroso en el que construyeron una fábula sobre el mundo de las apariencias y la facilidad y ligereza del ser humano para juzgar y condenar a otros individuos sin poseer la información en su conjunto ni todos los elementos necesarios.

Para ello estructuraron el filme en tres partes claramente diferenciadas:



- La primera con un magnífico inicio, en el que vemos a un cowboy entrar en un pueblo en plena tormenta de arena (sobresaliente metáfora tanto de la ceguera emocional como de su torturada alma carcomida por impulsos vengativos), se extiende hasta el abandono del rancho por parte de Gar, Celia y Clett.



Estamos ante treinta o cuarenta minutos apabullantes y de un ritmo trepidante gracias a la mano maestra de Douglas en los que utiliza de forma magistral el fuera de campo (hasta el final de la película no sabremos qué ocurrió realmente en el interior de la cabaña), la elipsis narrativa y, en la escena del asalto al rancho por parte de los comanches, la cámara subjetiva con la intención de que apreciemos el reducido campo de visión del protagonista situado tras una ventana de la casa y cómo este va dirigiendo su mirada de un lado a otro del vano. Además en este primer tramo predominan las secuencias sin diálogo, mostrándonos de esta forma el director que el cine es básicamente imagen.



- El tramo central responde al típico wéstern de itinerario en el que Gar intentará conducir a Celia y Chad a un lugar seguro, el fuerte Dobbs del título original, ante la amenaza constante de los comanches. Al trío protagonista se le unirá Clett, un comerciante de armas sin demasiados escrúpulos y viejo conocido de Gar. Con el nuevo personaje, así como con la actitud de Celia hacia Gar, se subraya nuevamente la tesis principal del fime. Clett resultará ser un individuo muy diferente del que parecía en un primer momento; mientras que Celia, tras descubrir que Gar conserva una cazadora ensangrentada de su marido, se obstinará con la idea de que su improvisado protector asesinó a su esposo a pesar de las repetidas explicaciones del pistolero y de su actitud con ella y con su hijo. Así en un momento dado le recriminará: “¿Cómo se le dice a un niño que has matado a su padre?” y este, cansado de su obcecación, le responderá “¿Cómo se le dice a una mujer que no lo hice?”



Esta parte presenta similitudes con los mejores wésterns escritos por Kennedy para el tándem Boetticher-Scott (“Cabalgar en solitario” también de 1959 y “Estación Comanche” rodada al año siguiente), alternando las escenas intimistas, necesarias para conocer el carácter de los personajes, con las de acción, como la del río o la del enfrentamiento con los comanches, brillantemente rodadas por Douglas con profusión de panorámicas y planos largos; demostrando de nuevo su fiabilidad para rodar en exteriores. De hecho, salvo la primera escena, la película está rodada en escenarios naturales, entre ellos el famoso Monument Valley tan querido por John Ford.



- La última parte, de una gran espectacularidad, se centra en el enfrentamiento entre los comanches y los habitantes de Largo en el fuerte Dobbs al que acudieron buscando la protección del ejército. En ella se aprecia el reducido presupuesto con el que se contó, sobre todo al insertarse algunos planos de otro wéstern en el ataque al fuerte por parte de los indios.



Este tramo nos revelará las incógnitas sobre el pasado de Gar que han condicionado su presente; al mismo tiempo sabremos lo que realmente ocurrió en la cabaña, a Celia la informará el sheriff de que Gar no acabó con su marido y Clett mostrará su verdadera personalidad. Confirmándose, de esta forma, que un hecho aislado puede darnos una visión errónea de la realidad y sólo con el conjunto de estos podemos acercarnos a la verdad; demostrándose, por tanto, como cierta la máxima que le enseñó a David su padre: “Un hombre nunca debe decir palabras contra nadie, a menos que conozca todos los hechos… a veces las cosas se ven de una manera y llegan a ser del todo distintas”.



Es, por tanto, al final del filme cuando el director y el guionista nos desvelan su doble juego. El espectador se ha comportado con Gar respecto al asesinato de la cabaña como Celia en relación con la muerte de su esposo. Ambos le hemos condenado sin tener todas las pruebas para ello.



Junto a la gran dirección de Douglas sobresale el libreto escrito por George W. George y Burt Kennedy en el que los principales personajes no responden a los arquetipos del Oeste.
Gar Davis, interpretado por un limitado Clint Walker aunque apropiado dado su imponente físico, se nos muestra como un frío pistolero, taciturno, reservado, amargado, antisocial, violento y obsesionado por dar un escarmiento al amante de su esposa. Un individuo que ha vivido una gran mentira en relación con su mujer (las semejanzas con Bart Allison, protagonista de “Cita en Sundown” en cuyo libreto intervino, aunque sin acreditar, Burt Kennedy son evidentes) y para el que el itinerario físico se convertirá en un viaje interior a través del cual purgará culpas y expiará “pecados”. Así, si al inicio del filme se nos presenta a Gar perseguido por una patrulla por haber cometido un asesinato, y, a continuación, intentando robar un caballo del rancho de Celia que le recriminará su actitud, poco a poco su preocupación se centrará en la seguridad de la ranchera y de su hijo; y en el tramo final se jugará la vida para salvar a los habitantes de Largo, entre los que se encuentra el sheriff que lo persiguió. Incluso, no dudará en enfrentarse a Clett, temible con el revólver, y arrebatarle los rifles Henry, a los que alude el título en castellano (2), con el objeto de armar a los ciudadanos sitiados. La recompensa por ese trayecto interno será la promesa de un futuro feliz con Celia y David, su nueva familia.



Clett, al que da vida un convincente Brian Keith (3), se nos muestra inicialmente, y en contraposición con Gar, como un hombre extrovertido, sociable, buen conversador y sinceramente atraído por Celia, lo que despertará nuestra simpatía; incluso salvará la vida de Gar a pesar de haberlo expulsado del grupo. Sin embargo, a medida que avanza la cinta se manifestará su verdadera personalidad presa de la lujuria y la codicia al intentar abusar de Celia y al anteponer el beneficio económico de la venta de sus rifles Henry a la vida de los habitantes de Largo. Estamos ante un personaje que recuerda al interpretado por Claude Akins en “Estación Comanche” (Budd Boetticher, 1960), también escrita por Burt Kennedy, siendo igualmente un antiguo conocido del protagonista con el que mantiene una actitud ambigua.



El tercer vértice del triángulo lo constituye Celia Gray, encarnada en uno de sus últimos wésterns por Virginia Mayo (4), una mujer tan valiente y aguerrida como obstinada y, en ocasiones, poco inteligente que mostrará su tozudez con Gar e, incluso, buscará amparo en Clett y lo intentará utilizar para desembarazarse del que hasta ese momento se había convertido en su guardián y le había llegado a salvar la vida en el río.



Junto a ellos, y como fue habitual en los años cincuenta, nos encontramos con un preadolescente, el hijo de Celia, interpretado por Richard Eyer al que habíamos visto, entre otras, en “Fugitivos rebeldes” (Hugo Fregonese, 1954) y “La gran prueba” (William Wyler, 1956) que pronto comenzará un acercamiento a Gar, convertido en improvisado sustituto de su padre. Las escenas protagonizadas por él hacen bueno, para mí, el consejo de Alfred Hitchcock “Nunca trabajes con niños, con animales o con Charles Laughton", al deslizarse el filme por una pendiente edulcorada que desentona con la dureza de la mayor parte de la película.



“Quince balas” (5) se erige, por tanto, como un wéstern más complejo de lo que pudiera parecer en una lectura superficial y, desde postulados clásicos, anuncia el devenir del género en los años sucesivos, sobre todo a través de unos personajes, perfectamente construidos, caracterizados por su ambigüedad moral; así como, por un tratamiento más crudo de la violencia y una visión del Oeste menos idealizada.



1) Posteriormente para interpretar al personaje de Yellowstone Kelly en “Emboscada” se barajó, entre otros, el nombre de Robert Mitchum pero finalmente fue Walker el elegido.

(2) La fabricación de los rifles Henry supuso una pequeña revolución ya que podían disparar quince balas sin necesidad de ser recargados. De hecho popularmente se decía que: “una vez cargado en domingo podías disparar con él toda la semana”.

(3) Brian Keith debutó en la gran pantalla como el oficial nordista de “Hoguera de odios” (Charles Marquin Warren, 1953) y dos años después protagonizaría la mítica serie wéstern creada por Sam Peckinpah “The Westerner”.

(4) Virginia Mayo (1920-2005) a pesar de su evidente magnetismo y de haber rodado bajo las ordenes de directores como Raoul Walsh (“Juntos hasta la muerte”, “Al rojo vivo” y “Camino de la horca”), William Wyler (“Los mejores años de nuestra vida”) o Jacques Tourneur (“El halcón y la flecha”) vio limitada su carrera a productos de bajo presupuesto. Tras este filme tan sólo se acercaría a este género en “Nacida en el Oeste”, el filme más flojo del ciclo Rannown, y “Fort Utah” típica producción en la década de los sesenta de A. C. Lyles interpretada por antiguas estrellas del wéstern serie b en decadencia.

(5) La película, incomprensiblemente y pese a su calidad, no se estrenó en las salas españolas hasta 1965 y todavía no ha sido editada en DVD en nuestro país.

jueves, 23 de marzo de 2017

NEVADA SMITH

(Nevada Smith - 1966)
 

Director: Henry Hathaway
Guion: John Michael Hayes. Basado en una obra de Harold Robbins
 

Intérpretes:
Steve McQueen: Nevada Smith
Karl Malden: Tom Fitch
Brian Keith: Jonas Cord
Arthur Kennedy: Bill Bowdre
Suzanne Pleshette: Pilar
Raf Vallone: Padre Zaccardi
Janeth Margolin: Neesa
Pat Hingle: Big Foot
Martin Landau: Jesse Coe
Música: Alfred Newman

País: Estados Unidos
Productora: Embassy Pictures

Por Xavi J. Prunera. Nota: 6,5

Jonas Cord a Max Sand (Nevada Smith): “Para encontrarlos, tendrás que pasarte por todos los salones, salas de juego y prostíbulos que hay de aquí a México ¿Crees que persigues a tres curas?”



SINOPSIS: Durante la fiebre del oro en California, tres tipos asesinan a los padres de Max Sand, un muchacho hijo de padre blanco y madre india. Bajo el nombre de Nevada Smith, Max iniciará un largo periplo para localizar a los asesinos de sus padres y cobrar venganza.
Cuando hace unos días mis compañeros de The Wild Bunch Western me preguntaron sobre qué peli versaría mi próxima reseña decidí apostar por “Nevada Smith” (1966), de Henry Hathaway. Básicamente lo hice por dos razones: porque me apetecía reseñar un western que aún no hubiera visto y porque, al tener todavía muy fresca mi revisión de “Junior Bonner”, me apetecía asimismo volver a visionar una peli protagonizada por Steve McQueen. Así pues, las candidatas eran dos: “Nevada Smith” y “Tom Horn”. Y aunque sopesé muy seriamente optar por ésta última, al final me decidí por la primera. Muy probablemente por Hathaway, un cineasta muy capaz y solvente que jamás me había decepcionado.




Que nadie interprete, sin embargo, que con ello quiero decir que esta vez Hathaway me ha decepcionado porque no es así. Yo diría, en todo caso, que esperaba más de “Nevada Smith”. Obviamente, ya me imaginaba que este western no iba a proporcionarme el disfrute que obtuve con “El jardín del diablo”, “Los cuatro hijos de Katie Elder” o “Valor de ley” pero sí albergaba la esperanza de toparme con la típica joyita que todos los cinéfilos esperamos encontrar cuando visionamos un título no demasiado conocido pero sí construido a base de buenos mimbres.




Desgraciadamente, no ha sido así. Y eso hizo que estuviera muy a punto de renunciar a reseñar esta peli y optar por otra. Básicamente porque siempre he preferido reseñar pelis que me gustan mucho o a las que les guardo, por alguna razón u otra, un cariño especial. Algo que, naturalmente, no me ha ocurrido con “Nevada Smith”. Aún así, creo que no sería honesto por mi parte dedicarme sólo a reseñar westerns que me gusten o que me parezcan especialmente buenos. Y es que si “El hombre que mató a Liberty Valance”, “Hasta que llegó su hora” o “Grupo salvaje” me parecen westerns superlativos es porque hay otros que están por debajo de éstos. Y por debajo de éstos, hay otros más. Y por debajo de estos otros, más de lo mismo. Así pues, por mucho que nos guste el western, deberíamos reconocer que no todo el monte es orégano. Lo firme Ford, lo firme Walsh o lo firme Hathaway. Y creo que es justo y necesario establecer estas distinciones o jerarquías (aunque sea de forma total y absolutamente subjetiva) para que cada western obtenga el status y el reconocimiento que se merece.



Permitidme empezar, así pues, por lo que no me ha gustado de “Nevada Smith”. O mejor dicho: por lo que no me ha convencido o por lo que he echado de menos. No me ha convencido —por ejemplo— que Max Sand o Nevada Smith, el personaje interpretado por Steve McQueen, lo haya interpretado McQueen. No por el bueno de Steve, por supuesto, al que siempre he considerado un buen actor. Lo digo porque no me creo a McQueen interpretando a un mestizo con sangre kiowa en las venas. No, no cuela. McQueen es demasiado rubio y blanco para ese papel. Y tampoco me creo a un McQueen de 36 años (los que tenía en 1966) interpretando el papel de un adolescente. Máxime cuando Isabel Boniface —la actriz que interpreta a Tabinaka, su madre en la película— parece incluso más joven que el propio McQueen.



Aún así, un servidor estaría dispuesto a correr un tupido velo si otros aspectos de la peli compensaran este pequeño despropósito. Me refiero —por ejemplo— a escenas memorables o bien resueltas, a personajes psicológicamente complejos, a intensidad dramática, a emoción a raudales o al menos a un guión con un giro final sorprendente o con un mensaje interesante. Pero no, no veo nada de eso en “Nevada Smith”. Y eso que la premisa argumental (trillada, eso sí) prometía. No en vano, la venganza es un tema que acostumbra a funcionar bastante bien en un western. Máxime cuando, además, detalles como el de no mostrar los rostros y cuerpos mutilados de los padres asesinados de Max-Nevada nos ayudan a recrear esas truculentas imágenes en nuestra mente y, por ende, a odiar con más fuerza a los criminales. O ese funeral a base de quemar el rancho para “purificar” esos cadáveres ultrajados. Una escena verdaderamente espectacular.



Tampoco esta mal ese arranque de viaje iniciático en el que un ingenuo Nevada aprende a no ser tan inocente y confiado y, por supuesto, a defenderse mejor. De hecho, su periodo de aprendizaje con Jonas Cord (Brian Keith), el comerciante de armas, me recordó muy mucho al periodo de aprendizaje de Scott Mary (Giuliano Gemma) con Frank Talby (Lee Van Cleef) en “El día de la ira” (1967), de Tonino Valerii. Y aunque como peli me gusta más la de Valerii, reconozco que al ser anterior la de Hathaway eso también hay que valorarlo en su justa medida. Precisamente por ello he decidido escoger como frase memorable una de las que le espeta Jonas Cord a Nevada cuando le da consejos sobre cómo localizar a los asesinos de sus padres: “Para encontrarlos, tendrás que pasarte por todos los salones, salas de juego y prostíbulos que hay de aquí a México ¿Crees que persigues a tres curas?”



Otro western que me ha venido a la mente viendo “Nevada Smith” es “El vengador sin piedad” (1958), de Henry King. Un western con un argumento similar pero, a mi juicio, más intenso, más complejo y mejor resuelto. Y ya para finalizar con esta ronda de imputaciones, recriminaciones y amonestaciones señalar que el metraje me parece algo desproporcionado para lo que nos pretenden contarnos Hayes/Hathaway (más de dos horas) y que esa decisión final (atención spoiler) en la que Nevada sigue a pie juntillas las palabras del Padre Zaccardi (Raf Vallone) y renuncia a matar a Tom Fitch (Karl Malden) me parece excesivamente beata y aleccionadora.

 

Dicho esto, pasemos a comentar sus virtudes porque, obviamente, “Nevada Smith” las tiene. Lo primero que diría de esta peli es que me parece un western ágil y entretenido. Algo que, a pesar de darse por hecho en un film dirigido por un cineasta con el oficio y la solvencia de Hathaway, considero que debe señalarse convenientemente. Recordemos que “Nevada Smith” viene a ser una especie de road movie que se desarrolla en lugares muy diferentes (el desierto, la ciudad, la prisión en el pantano, el monasterio…) y eso le proporciona a la peli un dinamismo especial. Máxime cuando, además, el director de fotografía es Lucien Ballard, un profesional como la copa de un pino. Capítulo aparte merece el elenco, por supuesto. Porque si McQueen está más que correcto, no van a ser menos intérpretes de la talla de Karl Malden (algo desaprovechado, eso sí), Arthur Kennedy, Martin Landau, Suzanne Pleshette, Raf Vallone, Howard Da Silva o Pat Hingle. Actores de reparto de aquellos que nunca acostumbran a defraudar. Por lo que a la banda sonora de Alfred Newman respecta yo diría que no destaca demasiado pero cumple su cometido a la perfección.


Y poco más. Como dato anecdótico añadiría que Steven Spielberg se inspiró en el nombre del prota para uno de sus personajes más famosos: Indiana Jones.