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jueves, 1 de marzo de 2018

LA PUERTA DEL CIELO

(Heaven’s gate, 1980).

Dirección: Michael Cimino
Guion: Michael Cimino

Reparto:
- Kris Kristofferson: James Averill
- Christopher Walken: Nathan D. Champion
- Isabelle Huppert: Ella Watson
- John Hurt: William C. Irvine
- Jeff Bridges: John L. Bridges
- Sam Waterston: Frank Canton
- Brad Dourif: Mr. Eggleston
- Joseph Cotten: The Reverend Doctor
- Geoffrey Lewis: Trapper Fred
- Richard Masur: Cully
- Mickey Rourke: Nick Ray

Música: David Mansfield.
Productora: Partisan Productions. Distrbuida por la United Artist (USA).

Por Jesús Cendón. NOTA: 8’5

“Si los ricos pudiesen pagar a otros para morir por ellos, los pobres se ganarían decentemente la vida” (Cully, el jefe de la estación, conversando con el sheriff James Averill)


ARGUMENTO: Veinte años después de su graduación la vida de dos amigos, James Averill y William C. Irvine, ha tomado caminos diferentes. El primero es el sheriff de Johnson County e intenta evitar el enfrentamiento entre los inmigrantes instalados en el condado y la poderosa asociación de ganaderos a la que pertenece el segundo. El conflicto será inevitable.

Muchas palabras podrían etiquetar esta película: monumental, épica, poética, grandiosa, faraónica, arriesgada, contestataria, sincera, comprometida y también excesiva y megalómana; pero creo que la que mejor la define es maldita.


Con un desmesurado coste, se pasó de los 7’8 millones de dólares previstos a los 44 millones y no se llegó a recaudar ni el diez por ciento de esta cantidad, no sólo supuso prácticamente el fin de la carrera de Michael Cimino, otrora una de las grandes promesas del cine tras haber dirigido “El cazador” en 1978 premiada, entre otros, con los Oscar a la mejor película y dirección, carrera tan sólo esporádicamente rescatada por Dino De Laurentiis (“Manhattan Sur”), y la ruina y desaparición de la United Artist, adquirida por la Metro Goldwyn Mayer. Sino que puso fin a una de las épocas más brillantes del cine estadounidense gracias a una generación irrepetible de directores como Coppola, Scorsese, Spielberg o Friedkin, que durante la década de los setenta ejercieron el control absoluto sobre sus filmes, lo que dio lugar a un cine tan espectacular como reflexivo, cine adulto, hecho por adultos y para adultos. A partir del desastre económico de “La puerta del cielo” fueron los productores los que retomaron el control de las películas y con ello se abandonaron los proyectos arriesgados y se generó un proceso de infantilización del cine llegado del otro lado del Atlántico, perdiendo gran parte de su espíritu reivindicativo y crítico con ciertos valores de la sociedad estadounidense y con determinados excesos en el comportamiento de las principales instituciones de la primera democracia del mundo.


Las razones del desastre fueron múltiples y variadas, pero sobre todo este se debió tanto a la actitud del propio Cimino como a la reacción, desmesuradamente revanchista, de la crítica estadounidense, a la incapacidad del público norteamericano para asumir el descarnado mensaje de la película y al cambio político en el país.


Así el rodaje fue todo un calvario por la actitud narcisista del director capaz de destruir el decorado de una calle porque no le gustaba la distancia entre los edificios, rodar hasta treinta y dos tomas de una escena intrascendente y con una duración de escasos segundos, ordenar eliminar todas las piedras de un prado y regarlo hasta que creciese la hierba, esperar durante horas hasta que desapareciesen unas nubes del cielo que no le gustaban o buscar por todo el país una locomotora a vapor. Además, parece ser que se propuso batir el record de metros de celuloide rodados ostentado por Coppola con “Apocalipsis Now”. El resultado fue un filme de más de cinco horas de duración, reducido, tras el fracaso de la premiere a dos horas y media aproximadamente.

Pero los críticos también contribuyeron al desastre masacrando al filme en una actitud con la que pasaron factura al comportamiento mantenido por Cimino con ellos durante el rodaje, mostrándose más atentos a los problemas surgidos durante este que a las indudables bondades del filme.


A su vez el público norteamericano fue incapaz de enfrentarse a la ruindad y sordidez de su pasado tan mitificado durante décadas por el propio cine. Porque con una visión cercana a los postulados marxistas (está muy presente la lucha de clases), Cimino con esta película derriba el mito de los EEUU como una tierra de promisión, como un país que acoge y no discrimina al extranjero, una tierra, en definitiva, de oportunidades. Así nos va a presentar a los EEUU como una nación racista y excluyente, sin respeto por las minorías a las que exterminará si son molestas para los poderes económicos, y todo ello con la aquiescencia del poder político y militar.

Por último, unos meses antes de su estreno fue elegido presidente Ronald Reagan e inicio su “revolución conservadora” basada en valores tradicionales y en una visión mítica de los EEUU que chocaba frontalmente con la mirada sobre el pasado del país contenido en el filme.


Porque la película puede entenderse como la culminación del viraje hacia el realismo y desencanto emprendido por el wéstern norteamericano, sobre todo, a partir de la segunda mitad de la década de los sesenta. Para ello, Cimino se fijó en un hecho real: la guerra en el Condado de Johnson (Wyoming) acaecida en el último tercio del siglo XIX entre los grandes terratenientes y los pequeños propietarios; hecho que, haciendo extrapolación del mismo, se puede entender como una metáfora del enfrentamiento entre las élites dominantes, que ostentan los poderes político, económico y judicial, y la oprimida clase trabajadora.

El recientemente fallecido director para articular este mensaje estructuró la historia en tres partes claramente diferenciadas:


1) Un extenso prólogo en el que asistimos a la graduación en Harvard, universidad formadora de las élites estadounidenses, de dos de los protagonistas. En principio no estaba contemplada en el guion y Cimino la añadió una vez rodada la trama principal. En todo caso se antoja como fundamental para entender el mensaje de la película, puesto que lo que plantea el director es el brutal contraste entre los principios en los que se basa la educación de los herederos de las clases dominantes y su comportamiento cuando controlan los resortes del poder, tema tratado en la parte central. No obstante, se anticipa que los recientemente graduados son conscientes de ser un grupo escogido y se desliza la peligrosa idea de su rechazo a “cualquier intento de hacer cambios sobre lo que consideramos bien organizado”. Son en definitiva los elegidos para en un futuro no muy lejano dirigir los EEUU.


Además en ella recuperó a una gran estrella del Hollywood clásico, Joseph Cotten, perdido entre la televisión y producciones indignas de su talento, siendo prácticamente esta cinta su testamento cinematográfico (tan sólo rodaría dos intrascendentes películas más en 1981).


2) El tramo central, es el de mayor duración y nos sitúa tras una elipsis de veinte años en Wyoming. Con tres escenas Cimino nos resume la situación, la llegada masiva de inmigrantes centroeuropeos al estado de Wyoming en un momento de crisis económica y la decisión de acabar con ellos por los poderosos ganaderos. Así, sucesivamente, veremos trenes atestados de inmigrantes, para a continuación contemplar la paliza que recibe uno de ellos, padre de familia, por tres matones, y culminar con una secuencia sobrecogedora en la que la poderosa Asociación de Ganaderos legaliza la caza del hombre mediante una lista negra que contiene el nombre de 125 personas; y todo ello con la aquiescencia del gobernador, el Congreso, el Senado y el mismísimo presidente de los EEUU. Para conseguir su objetivo el poderoso lobby, representante del capitalismo salvaje, contratará a cincuenta pistoleros y se planteará incluso acabar con el poder civil existente en el Condado de Johnson con el objeto de adueñarse de la ciudad; mostrando en una reunión cómo identifica sus intereses con los de la nación. Pretende, en definitiva, dar un golpe de estado justificándolo en la defensa de la sacrosanta propiedad privada.


Pero no sólo saldrán mal parados por parte de Cimino los miembros de la asociación sino que al figurar en una lista negra los ciento veinticinco emigrantes objeto de la acción punitiva del lobby, parte del resto de la población del Condado, entre ellos el alcalde y algunos comerciantes, mostrará su falta de solidaridad y cobardía, y, amparándose en el cumplimento de una ley claramente aberrante, no dudarán en delatar a sus vecinos díscolos.


En esta parte destaca por su belleza y complejidad la escena del baile y culmina con otra gran secuencia, el largo, espectacular y realista enfrentamiento final entre los asesinos a sueldo y los inmigrantes centroeuropeos a los que en el último momento el ejército, portando la bandera de los EEUU, les negará la posibilidad de la victoria.


3) Un corto epílogo, tampoco previsto en el guion original y rodado con posterioridad, con el que se incrementa el tono demoledor del filme al presentarnos en Rhode Island, trece años después, a un avejentado Averill en la cubierta de un yate con aspecto apesadumbrado y mirada melancólica. Tras los vergonzantes sucesos, el protagonista ha terminado aceptando la realidad buscando refugio en su estrato social, la clase dominante. Nada, pues, ha cambiado.

El director, además, combina sabiamente melodrama, denuncia social y wéstern, fusionando perfectamente la historia con la intrahistoria a través de los tres personajes principales que dibujan un triángulo amoroso.


El primer vértice lo constituye el sheriff James Averill, al que da vida en una de sus interpretaciones más sentidas Kris Kristofferson, un hombre reservado y desencantado destinado a más altas cotas que por honradez intentará defender a los más débiles, pero en el fondo como le responde un oficial: “Eres un hombre rico con buen nombre. Sólo finges ser pobre”. Su lugar, por tanto, está con la clase social dominante.


Nathan Champion, esplendido Christopher Walken, es el segundo vértice. Pistolero a sueldo de la Asociación y amigo de James se rebelará como una persona compleja, capaz de matar a sangre fría a un emigrante (impresionante la escena de su presentación) y a continuación de salvar la vida a otro. Al igual que James es un hombre socialmente desubicado. Perteneciente a la clase proletaria, escribe con dificultad, a través de sus habilidades con las armas de fuego pretende ascender en el escalafón; un ascenso que le será vedado. Estamos ante un personaje que destila romanticismo y, por tanto, trágico.

Con ambos personajes Cimino incrementa la dialéctica interclasista contenida a lo largo de la película.


Y por último nos encontramos con Ella (interpretado para mí en un error de casting por Isabelle Huppert), prostituta y madame del lupanar del Condado de la que están enamorados los dos amigos. En una decisión dolorosa escogerá a Nathan porque como le recuerda a James refiriéndose a aquel: “Tú me compras cosas, y él me ha pedido en matrimonio”.

Junto a ellos nos encontramos con un gran plantel de secundarios:


Un excelente John Hurt encarna a William Irvine, amigo de juventud de James. Individuo tan mordaz, lúcido y brillante como débil y torturado, padecerá graves problemas de alcoholismo. Lástima que en la segunda parte su personaje quede algo desdibujado.


Sam Waterston, en una composición magnífica, interpreta a Frank Canton, el poderoso líder de la Asociación de Ganaderos. Un ser despreciable y arrogante (llega a afirmar: “Nosotros somos la ley”). Es el gran ideólogo de la matanza y se siente por encima del bien y del mal al estar apoyado en sus actuaciones por los más altos estamentos de la nación.



Jeff Bridges y Brad Douriff dan vida a dos de los emigrantes. El primero es el gran apoyo de James dentro de la comunidad, mientras que el segundo representa la cordura y la clarividencia, unidas a la conciencia de clase. Su discurso en el que expondrá que: “Los especuladores del Este han fomentado la idea de que los pobres no tienen que decir nada en los asuntos del país” será clave para la reacción de la población amenazada.

Mientras que Geofrey Lewis y Mickey Rourke (inmediatamente antes de hacerse famoso con “Nueve semanas y media”) tienen a su cargo papeles intranscendentes como un cazador de lobos y un amigo de Nathan respectivamente.


No quiero olvidarme del gran trabajo de Vilmos Zsigmond cuya fotografía, en tonos sepia, incrementa el tono melancólico del filme, además de parecer haberse inspirado en pintores como Jean-François Millet para algunas escenas de la película en las que se retrata a los inmigrantes.


“La puerta del cielo” es, por tanto, una gran epopeya, incomprendida e injustamente tratada en el momento de su estreno, pero objeto de reivindicación en la actualidad. Una película contundente y rotunda, capaz de remover la conciencia crítica del espectador y de una indudable belleza. Cualidades que compensan con creces algunos baches narrativos presentes a lo largo de su dilatado metraje.

Por último, comentaros que recientemente se ha editado tanto en DVD como en Blu-ray una versión de 207 minutos que hace justicia a esta gran película, de la que un crítico afirmó que “era de una belleza sobrecogedora, como si David Lean hubiera rodado un wéstern”.



jueves, 25 de enero de 2018

ODIO CONTRA ODIO

(The Halliday brand, 1957)

Dirección: Joseph H. Lewis
Guion: George W. George, George F. Slavin

Reparto:
- Joseph Cotten: Daniel Halliday
- Viveca Lindfords: Aleta Burris
- Betsy Blair: Martha Halliday
- Ward Bond: Big Dan Halliday
- Bill Williams: Clay Halliday
- Jay C. Flippen: Chad Burris
- Christopher Dark: Jivaro Burris
- Jeannette Nolan: Nante
- Peter Ortiz: Manuel

Música: Stanley Wilson
Productora: Collier Young Production (USA). Distribuida por la United Artits

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“Yo levanté este pueblo desde sus ruinas. Lo hice con mano dura y así he actuado como sheriff. Es el único modo que conozco. Tal vez mandé matar a algún inocente pero tuve que hacerlo. Esas cosas suceden. Tienes que entender que es por el bien de todos” (Big Dan Halliday a su hijo Daniel delante de su hija, Martha, y del cadáver de Jivaro, prometido de esta).



Joseph H. Lewis es un director caído en el olvido que afortunadamente está siendo reivindicado en la actualidad, especialmente por sus incursiones en el thriller y en el cine negro con títulos tan atractivos como “Mi nombre es Julia Ross” (1945), “Relato criminal” (1949) y, sobre todo, las excelentes “El demonio de las armas” (1950) y “Agente especial” (“The Big Combo”,1955).



Su aportación al wéstern, sin llegar al nivel de sus noir, no carece de interés; siendo sin duda “Odio contra odio” su propuesta en este género más personal, atractiva y conseguida en la que se aprecia su rica experiencia en el cine negro tanto desde el punto de vista estético, con una fotografía caracterizada por los acentuados contrastes de la iluminación, como desde el punto de vista argumental, al cobrar gran importancia temas recurrentes en el citado género como la fatalidad y el peso del destino.



ARGUMENTO: Big Dan Halliday, ganadero y sheriff de una población fronteriza, se comporta de forma despótica como dueño y señor de haciendas y personas. Padre de tres hijos, la tragedia estallará en la familia tras haber permitido el linchamiento del prometido mestizo de su hija.



La película es un claro ejemplo del grado de madurez alcanzado por el wéstern en la década de los años cincuenta, con la proliferación de argumentos cada vez más complejos, y se incluye dentro de lo que podríamos denominar wésterns sobre dramas familiares, cuyas historias se centran en los conflictos surgidos en el interior de una familia de grandes terratenientes en la que, generalmente, el progenitor mantiene una actitud tiránica. Así, entroncaría con películas como “Duelo al sol” (King Vidor, 1946), “Las furias” (Anthony Mann, 1950) o la ya reseñada “Lanza rota” (Edward Dmytryk, 1954), con las que además comparte como arco argumental la denuncia del racismo latente en la sociedad.



No obstante, a diferencia de los anteriores, el filme contó con un presupuesto muy limitado (estamos ante una producción independiente de Collier Young distribuida por la United Artits, compañía cinematográfica especializada en dar su apoyo a este tipo de productos) y, como tal, atesora las principales virtudes del wéstern serie b, entre ellas su concisión. Así el director tan sólo necesito setenta y cinco minutos para desarrollar una historia de enfrentamientos intergeneracionales de gran profundidad. Muestra de esta exactitud y precisión a la hora de narrar es la primera y magnífica escena que, a través de un gran plano secuencia, nos introduce de lleno en el drama.





Junto a la capacidad de síntesis mostrada por Joseph H. Lewis, el filme destaca por su cuidado aspecto formal gracias tanto al director como a su operador Ray Renahhan, un gran director de fotografía galardonado por dos veces con el Oscar (“Lo que el viento se llevó” y “Sangre y arena”) y responsable de la fotografía de la mencionada “Duelo al sol”. Ambos dotan al filme de un marcado estilo expresionista, no sólo por la acentuación de los claroscuros, sino por la concepción de determinadas escenas, entre las que destaca la del asalto a la cárcel con el objeto de linchar a Jívaro, prometido de la hija de Big Dan Halliday, en la que se aprecia la huella de cineastas como Murnau y Lang. Además, Lewis nos ofrece toda una lección respecto a la utilización de la grúa y de los travellings, construyendo el filme a través de planos secuencia; y se muestra especialmente inspirado en la composición de los planos con una perfecta utilización de la profundidad de campo. Muestra del perfeccionismo formal alcanzado por la cinta es la secuencia protagonizada por Daniel y Aleta en torno a una fogata que sobresale por su peculiar belleza y su carácter onírico.



Pero el filme no es tan sólo un mero ejercicio de estilo vacío, sino que el virtuosismo técnico está al servicio de una historia, narrada a través de un extenso flashback, desgarradora y crudísima sobre el odio creciente entre un padre y su hijo con el racismo como telón de fondo.



Ward Bond, magnífico una vez más, encarna a Big Dan Halliday, un papel pensado para Charles Bickford. El típico hombre creado a sí mismo que no sólo levantó un gran imperio ganadero, sino que construyó una ciudad arrebatándoles el terreno a los indios. Es a la vez el dueño del rancho más grande de la comarca y el sheriff del lugar, manejando a su antojo todos los resortes del poder y grabando de forma real o simbólica su marca en todo y en todos (de ahí el título original, “The Halliday brand”). Acostumbrado a imponer su voluntad, no admite actuaciones y opiniones contrarias a los suyas; y aunque aparentemente tolera a los indios, incluso les cede tierras, no soportará el noviazgo de su hija con un mestizo al que, acusado de un asesinato, no protegerá permitiendo su ejecución.



A Joseph Cotten, sin duda un gran actor, se le ve incómodo en el papel de Daniel, el primogénito de Big Dan, quizás porque Ward Bond tan sólo era dos años mayor que él. Daniel, tan orgulloso como su padre, urdirá un plan tendente a aislar a su progenitor mostrándole vulnerable, con lo que perderá la confianza y el apoyo de sus vecinos. Así, al igual que el profeta homónimo, anunciará el final del imperio construido por su padre. Pero en el desarrollo del mismo se mostrará tan despiadado y cruel como Big Dan, de tal forma que Aleta, hermana de Jivaro por la que se siente atraído Daniel, le comentará: “Te has convertido en el hombre que odiabas”.



La disputa entre ambos culminará en una brutal pelea con graves consecuencia tanto físicas como emocionales para Big Dan. Aunque este, no acostumbrado a la derrota y a pesar de estar gravemente enfermo, intentará vengarse y acabar con su hijo hasta el último momento.



Como aspecto negativo del filme debo destacar los errores en el casting que deslucen en parte el resultado final. A un inapropiado Cotten hay que añadir a la actriz sueca Viveca Lindfords poco convincente como Aleta, personaje para el que se contó inicialmente con Debra Paget, y a Betsy Blair demasiado apagada como Martha Halliday. Una lástima, porque ambos personajes son interesantes y se muestran más racionales que los pasionales personajes masculinos.



De todos modos, “Odio contra odio” es un wéstern diferente, esplendido y oscuro, en el que tan sólo la última escena edulcora un poco la dureza del mismo, que, sin duda, hubiera tenido un final más acorde con el tono empleado si hubiera finalizado en la secuencia anterior, con el padre enfermo en su habitación y abandonado por sus hijos.




jueves, 14 de diciembre de 2017

ENTRE DOS JURAMENTOS

(Two flags west, 1950)

Dirección: Robert Wise
Guion: Casey Robinson

Reparto:
- Joseph Cotten: Coronel Clay Tucker
- Linda Darnell: Elena Kenninston
- Jeff Chandler: Comandante Henry Kenninston
- Cornel Wilde: Capitán Mark Bradford
- Dale Robertson: Lem
- Jay C. Flippen: Sargento Terrance Duey
- Noah Beery: Cy Davis
- Arthur Hunnicutt: Sargento Pickens
- John Sands: Teniente Adams

Música: Hugo Friedhofer
Productora: Twenty Century Fox (USA)

Por Jesús Cendón. NOTA: 7

“¿Será cierto que la guerra va a terminar? “Sí”. “¿Y no es el fin de la guerra a su vez un principio?” (Conversación final entre Elena Kenninston y el coronel Tucker)


Robert Wise, director y productor estadounidense, es uno de esos buenos profesionales caído en el olvido a pesar de haber obtenido los Oscars correspondientes a la mejor película y al mejor director por un filme tan popular como “West Side Story” (1961); premios que repitió con la no menos afamada “Sonrisas y lágrimas” (1965). Comenzó como montador (“Ciudadano Kane”) y muy pronto fue fichado por la RKO, compañía en la que, junto a Val Lewton, realizó varios filmes notables de corte fantástico, además de thrillers del nivel de “Nadie puede vencerme” (1949), ambientado en el mundo del boxeo; para a lo largo de su prolongada carrera, más de cincuenta años y con cuarenta y cuatro títulos de los más variados géneros, trabajar en la órbita de las grandes productoras cinematográficas como la Metro Goldwyn Mayer, Warner Bross, United Artits y Twentieth Century Fox.



Precisamente “Entre dos juramentos” (1950) fue su primer filme rodado para la Twentieth Century Fox después de abandonar la RKO y su segundo wéstern tras “Sangre en la luna” (filme de cierto prestigio y con fuerte influencia del noir rodado en 1948). Wise tan sólo se acercaría a este género una vez más con la curiosa “La ley de la horca” (1956), una de las escasas incursiones de James Cagney en el wéstern.



ARGUMENTO: En las postrimerías de la Guerra de Secesión (otoño de 1964) el Coronel sudista Clay Tucker, prisionero junto a sus cuarenta y dos hombres en un campo nordista de Illinois, acepta la oferta del Capitán Bradford de vestir la casaca azul para defender Fort Thorn, situado en Nuevo México, del ataque de los pieles rojas. Una vez allí, el odio visceral a los sudistas del mayor Kenninston, comandante del fuerte, le hará replantearse su situación y desertar para volver a combatir por la Confederación.



La película se basa en un hecho histórico poco conocido, la proclama de Abraham Lincoln en 1863 prometiendo la libertad a los presos confederados que defendieran la frontera de los ataques de los indios. Frank Nugent, guionista habitual de John Ford y según determinadas fuentes yerno del genial director aunque este dato no está totalmente confirmado, se topó con esta ley que permitió la liberación de más de 6.000 soldados, y escribió una primera historia convertida en guion por Casey Robinson.

El resultado fue un wéstern irregular pero adulto y reflexivo con claras reminiscencias a la Trilogía de la Caballería de Ford, sobre todo “Fort Apache”, tanto desde el punto de vista temático como estético.



Así nos vamos a encontrar con temas habituales del tándem Ford-Nugent como el de la descripción de la vida cotidiana en un fuerte situado en pleno desierto y aislado de la civilización a través de las relaciones establecidas entre los oficiales, al mismo tiempo que se presta atención a los suboficiales y a los soldados; la necesaria reconciliación nacional; la reconstrucción de los EEUU simbolizada en la propia reparación del fuerte tras el cruento ataque indio; o la presentación de la Guerra de Secesión como un sinsentido que tan sólo provocó sufrimiento y desolación (a lo largo de la película se hace referencia al dolor y odio causados en la población del Sur por la denominada guerra total emprendida por el general Sherman consistente en la destrucción de hogares, plantaciones y estaciones de ferrocarril).



Además, la cena de los oficiales con el ulterior enfrentamiento entre el comandante Kenninston y el coronel-teniente Tucker al recordar a los familiares muertos en la contienda; el encuentro entre Satank, jefe indio, y el comandante Kenninston que, cegado por su odio, provocará con su torpeza el violento ataque de los pieles rojas al igual que le ocurría al coronel Thursday en “Fort Apache”; la conversación entre Elena y Clay delante de las tumbas de los caídos en un día nublado; la delicadeza del comandante Kenninston retirando un mechón de la cara de una adormecida Elena en señal de despedida o la marcha de la caravana por un territorio desértico son secuencias que remiten directamente al director de origen irlandés.



Lástima que Robert Wise llevará a cabo un trabajo tan correcto como frío y carente de fuerza (parece ser que nunca se sintió cómodo rodando esta película), sobre todo en relación con la subtrama amorosa, desprovista de la necesaria emotividad, en la que se ven implicados los cuatro protagonistas:



El coronel Clay Tucker, al que aportó su apariencia distinguida y aristocrática Joseph Cotten en un papel inicialmente pensado para Victor Mature. Estamos ante un inteligente y práctico militar que aceptará la proposición del capitán Bradford para poder abandonar la prisión y evitar más penurias a sus soldados. Hombre honorable, tras la traición de Kenninston, se debatirá entre la fidelidad a su palabra y la lealtad a la causa del Sur.



Elena Kenninston, interpretada por Linda Darnell (Chihuahua en “Pasión de los fuertes”). Viuda del hermano del comandante, que al igual que el capitán Bradford está secretamente enamorada de ella, se encuentra retenida por su cuñado en el fuerte. Al final de la película parece iniciar un acercamiento a Clay ante el cambio de actitud del militar sudista.



El capitán Mark Bradford, al que da vida Cornel Wilde. Representa el necesario entendimiento entre el Norte y el Sur al apostar desde un primer momento por Clay y pedir una oportunidad para él. Será un elemento clave en la toma de la decisión final por el excoronel rebelde.



El mayor Kenninston, encarnado por Jeff Chandler tras el éxito obtenido como Cochise en “Flecha rota” (Delmer Daves, 1950). Sin duda el personaje más interesante y complejo. Un hombre amargado y frustrado por la muerte de su hermano durante el conflicto civil y por su confinamiento en un fuerte perdido tras haber sido herido en la primera batalla en la que participó. Profesa un odio irracional y visceral tanto a los sudistas como a los indios a los que considera rebeldes. Provocará, con una decisión absurda motivada por su soberbia, la matanza llevada a cabo por los indios en el fuerte (de nuevo estamos ante un filme contado desde el punto de vista de los blancos que explica las razones del levantamiento de los pieles rojas motivado por una actuación injusta de los anglosajones) pero al final tomará una decisión tan dramática como valiente buscando redimirse.

Aunque Wise no acertó a dotar al filme del tono que requería, su trabajo tras la cámara desde el punto de vista técnico es irreprochable como se aprecia en tres grandes secuencias:



La inicial, con un travelling lateral necesario para mostrarnos la situación penosa de los prisioneros sudista que culmina en el interior de un almacén iluminado por los rayos del sol filtrados por las juntas de los maderos. Escena en la que el gran director de fotografía Leon Shamroy, con cuatro Oscars y dieciocho nominaciones a lo largo de su carrera, realizó un gran trabajo.



La estupenda carga de caballería de los hombres de Clay seguida de una larga, descarnada y brutal batalla magníficamente rodada y montada. Combate de una violencia y un realismo poco habituales para el cine de la época.



Y, sin duda, la mejor escena del filme con uno de los personajes aceptando su sacrificio. Así, le vemos salir desarmado del fuerte y encarar su destino perdiéndose entre la bruma de la noche para a continuación, rompiendo el silencio nocturno, oír un grito desgarrador. Extraordinaria e impactante secuencia, con una atmósfera más propia del cine fantástico gracias, de nuevo, al gran trabajo de Shamroy, en la que Wise utiliza de forma magistral el fuera de campo.



Película por tanto que, a pesar de su falta de fuerza en determinados momentos, cuenta con los aciertos suficientes para agradar al aficionado al wéstern en general y a las películas sobre la caballería estadounidense en particular; por lo que seríamos injustos si pretendiéramos compararla con la famosa Trilogía de la Caballería rodada por John Ford, una de las cumbres del wéstern sobre militares.